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jueves, 19 de agosto de 2010

HOMENAJE AL ARTISTA JAIME BESTARD EN EL VIGÉSIMO ANIVERSARIO DE SU MUERTE (JULIO 28- 1965). Autor: MIGUEL ÁNGEL BESTARD / MAGISTER GALERÍA DE ARTE


HOMENAJE AL ARTISTA JAIME BESTARD
EN EL VIGÉSIMO ANIVERSARIO DE SU MUERTE
(JULIO 28- 1965)
Autor: MIGUEL ÁNGEL BESTARD
MAGISTER GALERÍA DE ARTE

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HOMENAJE AL ARTISTA JAIME BESTARD
Era un fin de mes de uno de esos duros años de comienzos de siglo. En la caja de “Urrutia Ugarte” un joven se disponía a cobrar su primer sueldo. Había conseguido por fin un trabajo merced a su calidad de “ahijado” de uno de los dueños del gran almacén asunceno. Uno de esos ahijados a quien si padrino rico nunca conoce. La comadre, la sacrificada mujer paraguaya de los terribles años de postguerra había suplicado al “Don” un empleo ara su hijo. “Mándelo al depósito para acarrear bolsas… es atlético..”. Pero era un empleo al fin. El Padre de Jaime era un marino mallorquín que navegando por los siete mares, llegaba a veces a la Asunción en los viejos buques de “la Mihanovich”. Jaime salió aquel con sus primeros pesos y luego de entregarlos en su mayor parte a su madre, con lo que le quedo, fue a un bazar céntrico y compro pomos de pintura.

Eran aquellos años inciertos en los que la política devoraba a los jóvenes. Otros, que no querían correr esos riesgos, se dedicaban a la práctica de los deportes y a la gimnasia. No faltaban los conjuntos musicales y las románticas comparsas. Pero nada de eso entusiasmaba a Jaime, ni siquiera los estudios en la vieja Escuela Normal. “Y raro ko che memby”, decía en voz baja doña Juana, recostada en el mostrador de su almacén cuando veía salir a su hijo con su valijin de pinturas y pinceles. Vagabundo y soñador, alto, enjuto y moreno de negros cabellos y ojos de andaluz, el niño recorría las riberas del río ensayando lo que serian las primeras pinturas de su agridulce vida.

Dificultoso me resulta sacar conclusiones sobre la vida de Jaime Bestard. Por otra parte, esas conclusiones carecen de valor desde un punto de vista jurídico, porque como decimos los abogados, estoy con el comprendido de la generales de la ley porque soy su sobrino. Y digo que me cuesta sacar conclusiones porque ni siquiera sobre el verdadero concepto de la felicidad estoy de acuerdo conmigo mismo. Si fuese la felicidad la meta ansiada por un artista, tampoco podría decir si Jaime Bestard fue feliz, ni siquiera en los momentos de sus mayores éxitos. Supongo, sin embargo, que los artistas creadores necesitan vivir dentro de un estado “sui generis” integrado por un poco de felicidad, de infelicidad, de ansiedad, de amargura, de éxtasis, de alegría y tristezas, de nostalgias, amores y rencores. Y en la vida de Jaime hubo todo eso y por eso fue lo que fue.

Un destino algo distinto al de cualquier otro joven de su edad que s los 15 años pudiera ya conocer Europa, más aun en aquellos paupérrimos tiempos. En 1907 viajo con su padre a España, específicamente a Mallorca, donde Vivian sus abuelos, tíos y primos. “Ven junto a nosotros en Andraitx y te haremos pasear por las colinas y olivares y buscaremos nidos de aves…” le había escrito antes del viaje uno de ellos. Ya en la costa balear, el taciturno Jaime, en realidad, no alternaba mucho con sus primos, pues prefería recorrer aquellos hermosos parajes acompañado de su caballete, sus telas y sus pinturas. Valldemosa, Pollensa, Soller y Bañalbufar, lo habrían visto pintar como uno más, si se tiene en cuenta que en Mallorca, cientos de artistas tratan de fijar en sus telas uno de los paisajes más hermosos que puede conocerse en esta tierra. Sin hacer mucho esfuerzo de imaginación, veo al joven Jaime transitar por los pedregosos caminos rodeados de olivos y flores, teniendo ante sí, a cada instante, las azules aguas del Mediterráneo. De esa época quedo un cuadrito, la casa de sus abuelos, construida en un rincón de Son Cur, cerca de Andraixt. Puede verse la típica residencia balear, rodeada de arboles, blanca y con ventanas verdes y en el fondo el valle suave de la hermosa Mallorca. Cuando en 1979, en la búsqueda de rastros de mis ancestros, como hacemos casi todos los que descendemos de inmigrantes, trate de localizar la vieja casa, me fue imposible. El paisaje había cambiado mucho, los caminos estaban asfaltados y el panorama no era fácilmente visible a causa de los grandes carteles que invitaban a beber Coca-Cola o a hospedarse en un Holiday Inn cerca de donde vivió Federico Chopin.

En el puerto y las recovas de la vieja Palma de Mallorca, el joven vio muchos pintores. Allí no se sentía un “rara avis”. A su vuelta ya puede decirse que había adquirido una vocación definida y durante algún tiempo se dedico a pintar retratos familiares que hasta hoy se conservan. La primera exposición en la que participo fue la celebrada el 14 de mayo de 1918, en el Gimnasio Paraguayo, organizada por la Academia de Bellas Artes. Dice un periódico de la época: “Comenzaremos por el señor Jaime Bestard, ex alumno de la Academia de Bellas Artes que expone tres cuadros: El Bebedor, Estanque y Cigarra… fruto de su dedicación, observación y estudio…”

¿Cómo era la vida de un artista paraguayo en la década de los años 20? Podéis imaginaros.. si aun hoy, cuando cualquiera tiene acceso, aunque sea coleccionando fascículos, a las grandes pinturas de la historia universal, la sociedad los tiene relegados a un quinto lugar, que no sería durante aquellos años en que se vivía en la más completa obscuridad. Aún así, en mayo de 1921 hubo otra exposición en el Gimnasio Paraguayo y comento esa vez “El Diario”: “Otro artista de cepa que se revela: Jaime Bestard. En el público paraguayo los nombres de Samudio, Da Ponte, Almeida, Campos Cervera, el extinto Acevedo, Alborno, los hermanos Zorazábal y el pibe Guevara son conocidos; no así el nombre de Bestard, apenas conocido por una docena de personas y de esta docena, algunas ignora que pinta y esculpe..”

“He aquí expuesta la razón por la cual me impongo el deber de presentarlo”.

“Jaime Bestard, es, como Alonso Quijano, flaco y estirado; pelo renegrido y tez morena, de un tono andaluz berberisco; cara larga, con un mentón que os sale al encuentro; grandes, negros y sombreados ojos, hechos para descubrir, como los ojos del beduino, las cosas a larga distancia.

Habla quedo y poco procurando siempre ser muy claro en el discurso. Sus conocimientos no han de ser extensos, pero sus ideas son definidas”.

“La impresión que en conjunto produce Bestard, es la de un modesto hijo del pueblo, si, pero con una reserva y una prudencia tan remarcables, que dan la sensación de ser él un aristócrata de buena ley”.

“Su timidez y su modestia, no son sino velo tras lo que se oculta un sano y bien fundado orgullo, de individuo que se sabe distinto al montón”.

Jaime Bestard es paraguayo. No sonrías, lector, en el local de la exposición, un señor respetable, de vasta cultura y muy enterado de los sucesos de actualidad me preguntó por la nacionalidad del pintor”.

“Sus primeras nociones de dibujo, las adquirió en el Instituto Paraguayo, en su primera y floreciente época, bajo la dirección de Da Ponte; luego frecuento una Academia, donde se inicio en el modelado. Pero muy pronto debió abandonar una y otra clase”.

“Se formó como veis, sólo; y, lo que más sorprende se formó en este ambiente. Sin maestro y modelos que le orientases debió hacer prodigiosos esfuerzos para adquirir una técnica que le permitiera llegar a la altura en que lo encontramos hoy”.

“Ponderase mucho la ventaja de no estar influenciado por maestros, pero, esa ventaja en Bestard fue neutralizada por las miles de dificultades que la han hecho malograr, para el arte, largos años”.

“Su pastel, “El Estudiante”, fue ejecutado hace nueve años. “El Estudiante”, cuyo modelo convivió con el pintor durante su breve estada en Buenos Aires, parece una pachá (bajá, ya lo sé) leyendo un idilio, antes que un joven abrumado por la pesada y monótona tarea de almacenar en la retentiva, formulas y datas. De esta convencional obra, el óleo “Para Hoy” retrato de honda sicología, hay una diferencia de técnica como de interpretación muy grande. Mas no cabe dudas que esa evolución pudo operarse en mucho menor tiempo de haber mediado otras circunstancias”.

En nueve años ¡a qué altura nos hubiese llevado este artista nato si hubiera recibido buenas lecciones de técnica y observado los tesoros artísticos que encierran los museos europeos! ¡Quizás el Paraguay tendría hoy un nuevo y justo motivo de orgullo!”.

Bestard es un muchacho de retraído carácter que no gusta de meterse en política. Esa quizá sea la causa de que muchas entre las personas cultas ignoren su existencia.

Luego de otros conceptos y del comentario sobre otras obras del artista, concluye el articulista: “Como el beduino en el desierto de Sahara, que percibe lo que el viajero no alcanza a divisar, Bestard en el desierto de las almas descube lo que el vulgo jamás vería sin la ayuda del artista”.

“Es dicho, de otro modo, su aguda sensibilidad de artista la que permite a Jaime Bestard descubrir, Colon del dilatado mar de nuestras almas, mundos ignotos”.

Años de anarquía y sangrientas luchas políticas se avecinan. Era el año 1922 y Jaime ya empezaba a ser conocido en el pequeño mundo del arte paraguayo. No obstante, su eterno disconformismo, su instinto de hombre solitario y triste, le movieron un día a dejar el país, rumbo a lo desconocido. En la tristeza de la vieja casa de la calle Alberdi, con su patio cubierto de crotos y parraleras, como diría su gran amigo Sánchez Quell, un día Jaime dejo a su madre que lloraba sin comprender a su hijo. “El Liberal” del viernes 16 de junio de 1922, publicó ese día: “Don Jaime Bestard. Su viaje a Europa. Hasta pareciera increíble: en este nuestro ambiente en el que ya no se oye otra sino el rumor que levantan las pasiones al amparo de las banderas partidarias, aun restan los raros, predilectos del ensueño y de la belleza que, olvidados casi, siguen laborando silenciosamente en una misión de arte. El inteligente y joven pintor Jaime Bestard, es uno de ellos.

“Entregado por completo a su vocación, hizo vida de solitario y su reino interior fue un palacio vedado a la tormenta que en el momento hace nuestro ciclo. Hoy parte, rumbo hacia ignotos países con el susurrón tal vez algo vacio, pero el corazón lleno de oro pródigo de su optimismo. En la caravana que pasa envuelta en polvo de luz y camino de orientes azules, él será un viajero más, sin otra tristeza que la dulce y bienhechora del mañana. Nosotros que apreciamos sinceramente su hermoso talento, le deseamos éxito…”

Pero el bohemio debía realizar una escala forzosa. No tenía dinero para alcanzar Europa y comenzó a trabajar en Buenos Aires para tratar de reunirlo. Fue pintor de brocha gorda en aquel Buenos Aires creciente y pujante de los años veinte. De vez en cuando se enteraba de la nueva sangría que estaba sufriendo su querida patria: “sacos pucús” y “sacos mbyqys” se batían en una terrible guerra civil que duró casi dos años. Jaime odiaba la violencia. Diez años antes, tirado en la bodega del “Berna”, buque donde su padre hacia de Contramaestre, viajó a Buenos Aires también para escapar de los reclutamientos de los anárquicos años 12. Desde la capital argentina escribió a su madre “…lo único que me falta del todo es la alegría al pensar en la intranquilidad en que estarán ustedes a causa del orden de cosas que allí reina; al pensar que algunos de mis hijos han tomado las armas para ir a matar a hermanos; al pensar, en fin, que todos los hijos de un mismo país se tengan tanto odio, sean tan sedientos de sangre, vayan a los campos de batalla y se maten no en defensa de una idea ni de una causa santa sino simplemente buscando un mísero empleo! Da tanta mezquindad…”.

Ahora, diez años después, estaba en las mismas, pero su meta ya era otra, tenía que reunir el dinero para su “plus ultra”. El mismo recuerda sus peripecias en sus Memorias: “… reunir la cantidad para el pasaje era difícil como imprescindible, lo que me obligó a emplear todo ese tiempo para conseguirlo ejerciendo los oficios más sorprendentes como ajenos a mis inclinaciones personales: fui oficial carpintero en una fábrica de aparatos de radio; albañil y brocha gorda, según las circunstancias; ensayé, aunque inútilmente ¡ay! vender terrenos por mensualidades; luego de retocar bromuros en la puerta de un zaguán, fui grabador litógrafo en una casa impresora; decoraba vestidos de seda para señoras, y si, entretanto alguno caía para pedirme que le pinte su retrato, no me lo hacía repetir..”

1924: Jaime Bestard llega a París, dejemos que él mismo nos cuente como fue: “Por la planchada tendida entre el barco y el muelle bajaron, entre otros pasajeros procedentes de Buenos Aires, hasta una docena de desarrapados que habían salido de la bodega del buque para pisar tierra en El Havre. Esta fila de extravagantes, esto la componíala una familia de agricultores polacos; dos viejas hetairas retiradas; un español que había, según propia confesión, quebrado negociando en camisas; un jugador profesional, un truhán que para vencer el aburrimiento en el largo viaje, se dedicaba a desplumar al prójimo; un carpintero italiano y, cerrando la marcha, iba yo…” “…Yo sentíame jubiloso a mis anchas, porque, esa, mi manera de viajar ha sido ampliamente elegida por mí. Para los hábiles en la intriga, cruzar el mar en cámara es cosa fácil; como tampoco les es difícil arrodillarse cuando lo creen necesario… la libertad cuesta mucho más cara que la comodidad. Mas, entre ésta y aquélla no he vacilado nunca en elegir la primera, por lo que he pagado y sigo pagando sin pestañear, sin fijarme en el precio, lo que ella exige para alcanzarla. Pisé, pues, tierra de Francia cargando con todas mis armas: mi caja de colores en la mano, el ánimo resuelto y pleno de ilusiones…”

Su primer hábitat, fue un mísero hotel de la rive gauche, en Montparnasse, sobre la calle Lhomond. Un tiempo después se trasladó más hacia el barrio latino hasta encontrar “La Ciudad Florida”, un peculiar barrio sobre la rue Mouffetard. Allí prácticamente comenzó su azarosa vida parisina. Allí pasó solitario la fría Navidad de 1924, y allí, completó su vida bohemia, contrayendo la tuberculosis. Por aquellos días “El Diario” de Asunción, como adivinando el drama del artista publicó un pequeño artículo: “Un Artista Olvidado - ¿Qué hará y dónde estará Jaime Bestard?... con las manos vacías –vacías no, porque llevaba su paleta y sus pinceles- se fue en busca de la gloria, resuelto a conquistarla aunque se escondiera en el último rincón del mundo. Por ahí, ha de soñar y sufrir sin una queja, sin una súplica…”

Luego de una penosa internación en un hospital, fue trasladado a un hogar de convalecientes en Vincennes. En ese hospital realizó hermosos dibujos a lápiz, que mirados en conjunto, dan una idea de lo que aquello era: rostros de ancianos vencidos por la dura vida de una grande y cruel ciudad, enfermeras y médicos, árboles nevados, tristeza, melancolía y desolación. En la primavera de 1925, Jaime volvió a su Ciudad Florida.

Fue entonces cuando vendió su primer cuadro. Era un retrato y le pagaron por el 300 Francos. Su espíritu comenzó a elevarse. Cuenta que fue en una fonda en la que pidió los platos que quería… hasta postre! Luego fue a los Jardines de Luxemburgo “me detuve a observar las flores y las estatuas y, por vigésima vez, ante la arrobadora y lánguida efigie de Clemencia Isaura. Me detuve a mirar como jugaban los niños en la dorada arena…” Jaime compartía durante aquél tiempo la amistad de algunos artistas compatriotas, Roberto Holden Jara y Heriberto Fernández, Remberto Giménez y Vicente Pollarolo.

También fue durante aquellos años cuando el esteta conoció la que sería, me parece, el único amor serio de su vida: Olga Baudrin, cuyo espléndido desnudo hoy está en mi casa. En el invierno de 1926, cuenta el pintor que una vez ingresó a la Academia que frecuentaba y percibió un extraño silencio, le llamó la atención “la forma que adoptaban los dibujantes para aplicarse al trabajo” dice en su libro, y continúa “pero al primer golpe de vista hacia la tarima de pose, mis dudas se desvanecieron, revelándoseme así el origen de aquel religioso silencio, de aquella vehemente atención al estudio: ¡la modelo que actuaba esa tarde era poseedora de un cuerpo estupendo! …Era ella una joven pálida, de piel morena; no constituía lo que comúnmente suele llamarse una belleza; pero algo había en sus facciones que atraían, no sólo por su cutis delicado, mate, sino por lo que sugerían de su vida interior, acentuada, inquieta, no exenta de pesares. Azuladas ojeras realzaba sus obscuros ojos, de mirar intenso y grave. Pero, por feliz contraste, sus cabellos negros, lustrosos, recortados sobre la frente y hacia la nuca, imprimían a su rostro la gracia de un ligero aire infantil y picaresco. En cuanto al contorno y modelado de su menudo cuerpo sería inútil buscarle una nota vulgar que rompiera su equilibrio. Sólo una línea, la que al bajar de su delgada cintura pasaba ondulando por las leves caderas, cobraba cierta amplitud a la altura de los muslos. Este detalle, que podría constituir cierta desproporción en otro cuerpo no tan bien construido, concedía a la muchacha atractivo y originalidad”.

El artista pocas veces cruzaba a la ribera derecha, su hábitat era la “rive gauche”. Solamente lo hacía cuando iba al Louvre. Generalmente se acercaba con su equipo de pintar a las “Quai” del Sena, y allí, pasaba largas horas pintando escenas de la vida bohemia, viejos remolcadores e imágenes de los pobres de París. Una de sus mejores pinturas de aquellos tiempos, el “Quai D’Anjou”, pertenece hoy, merecidamente, a uno de sus mejores y nobles amigos, el Dr. Hipólito Sánchez Quell.

En febrero de 1926, J. Natalicio González, de retorno a la Patria, escribió para “El Diario”: “Un almuerzo en el Quartier: El alma de París, del París que estudia, medita y crea, en ninguna parte se manifiesta con mayor gracia, ingenuidad y sencillez, que en el Barrio Latino. A Montmartre van los intensos millardarios a deslumbrar con su oro a las hembras melancólicas, vampirescas del placer, pálidas noctámbulas, que sonríen dulcemente a la ruidosa petulancia masculina, en el aburrido ambiente del cabaret. Montparnasse, el viejo barrio amado de los pintores, mira con tristeza la huida de los artistas frente a la invasión de los snobs”.

“Pero el Barrio Latino defiende su alma antigua y profunda. Frente al rápido yanquizarse de París, vela por la pureza de su espíritu. Sus calles estrechas, sus edificios milenarios, las piedras de las paredes carcomidas por la nieve y por los siglos, no seducen al tanguista de Montmartre. Su belleza es hermética y misteriosa”.

“Recorred con frecuencia sus rincones, y una tarde cualquiera en la suave penumbra crepuscular, se os revelará de pronto una maravilla a la que tantas veces habéis mirado sin verla. Allá se empurpura fugazmente el turbio Sena. Algún pescador, uno de esos típicos pescadores de París se retira lentamente después de perder su día en el afán de atrapar hipotéticos peces absolutamente quiméricos”.

“En el corazón de este barrio, en la calle Lhomond, vive un puro artista en quien se une la mística pasión de arte con la mas altiva dignidad: nombro a Jaime Bestard. Pobre, laborioso, animado de un hermoso orgullo, jamás pidió ni aceptó protección de nadie. Fue a Paris con el fruto de su trabajo y vive de lo que produce la venta de sus cuadros. Así estudia y progresa, olvidado de sus compatriotas, pero satisfecho del fecundo silencio de su vida…”.

En 1926 las cosas fueron mejorando. La venta de sus cuadros aumentaba, y así como se mudó a la Rue Dauphin, y estableció su Quartier en Bon Marché. Abandonaba el pintor su querido barrio “La Ciudad Florida”. Profundo dolor le causó la muerte del poeta Heriberto Fernández, carcomido por la tisis, falleció tristemente en un Hospital al lado de su fiel compañera Cristina. Del día del entierro cuenta Bestard: “Vi que el coche partía veloz al trote de los caballos; que la obscura silueta del vehículo iba disminuyendo en una leve mancha azulosa que se alejaba y que solo le seguía por todo cortejo, como único acompañamiento, en esa tarde lluviosa, inmensamente triste, un pálido y nacarado reflejo en el asfalto…”.

Una vez llegó a su departamento una ilustre visita, José Félix Estigarribia. A su retorno, el militar visitó en Asunción, en la vieja casa de la calle Alberdi, a la madre del pintor. Al recibir la carta que le enviaba su hijo, doña Juana dijo: “Todos vuelven menos él”.

Los años fueron pasando. El pintor tomó contacto con un relojero que comenzó a comprarle sus obras a precio irrisorio. Más tarde se dio cuenta que era un simple intermediario; el verdadero “marchand” era un ruso. La venta de unos cuadros expuestos en el Salón de los Independientes le reportó la suma de dos mil francos. El ruso aceleró el ritmo de sus adquisiciones y en 1931 el pintor tenía ahorrados más de diez mil francos, lo que le permitía volver al Paraguay y renovar su vestuario. Los diarios que le llegaban de Asunción le hicieron saber de la inminencia de la guerra con Bolivia. En sus Memorias nos cuenta el último día que vio Paris: “… subía yo la solitaria y oscura calle de Lhomond cuando la melancólicas notas de la canción “Tus ojos negros”, me obligaron a detenerme un instante para escucharla. La noche había cerrado ya: era la hora en que empezaban a cantar en “La Ciudad Florida”. Al día siguiente, a las seis, en la Estación de Saint Lazare y a nueve años de mis llegada, tomé el tren para el Havre y abandoné Paris”.

De regreso a la Patria, Jaime se convirtió en un impresionista decidido y sin timidez. Sus vigorosos colores llevados a la tela con espátula, dieron luminosidad a los patios asuncenos con sus crotos multicolores.

Bestard también fue escritor. Su obra “Arévalo” llenó muchas semanas el Teatro Municipal. “Los gorriones de la loma” no tuvo el mismo éxito, pero sí el libro “La ciudad Florida”. Dejó muchas piezas de teatro inéditas así como cuentos cortos.

En 1961, en ocasión del cumplimiento del Sesquicentenario de la Independencia Nacional, colaboro con la iconografía nacional pintando temas históricos escogidos minuciosamente por los historiadores Roberto Quevedo y el difunto Colnago.

A través de su larga y prolifera carrera, expuso en el instituto, en el Gimnasio y en el Ateneo Paraguayo, en la Casa Argentina, en Montevideo, en Sao Paulo. Cuadros suyos existen en los Museos de Bellas Artes de Buenos Aires, New York y El Cairo.

Como bien expresara Don Enrique Marés, la totalidad de sus obras puede dividirse en cuatro periodos bien definidos: antes de su viaje a Paris (1907-1923); sus años en Paris (1924-1933); su regreso de Europa (1934-1950) y sus últimos años (1951-1965), y nosotros, para tratar de definir a cada una de ellas diremos: los años inciertos; sus años de estudio; impresionismo y ultramodernismo.

Jaime Bestard murió el 28 de julio de 1965. Su sepelio fue igual que su vida: sencillo y sincero. Estaban todos los verdaderos artistas. Su vida puede resumirse, como lo dijo Sánchez Quell, en dos palabras: arte y dignidad. Al despedirlo en su última morada, el moreno poeta haitiano Pierre de Moravia Morpheau le dijo: “JAIME BESTARD, QUIERA DIOS QUE EN EL MÁS ALLÁ ENCUENTRES TU CIUDAD FLORIDA”.
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(Enlaces a datos biográficos y obras
en
www.portalguarani.com )

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