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sábado, 27 de marzo de 2010

CARLOS R. CENTURIÓN - EL PERÍODO GUBERNATIVO DE CARLOS ANTONIO LÓPEZ / Fuente: HISTORIA DE LAS LETRAS PARAGUAYAS – TOMO I


HISTORIA DE LAS LETRAS PARAGUAYAS
Autor:
CARLOS R. CENTURIÓN
(Enlace a datos biográficos y obras
en la GALERÍA DE LETRAS del
.
EL PERÍODO GUBERNATIVO DE CARLOS ANTONIO LÓPEZ
.
La muerte de José Gaspar de Francia cerró un período profundamente dramático de la vida nacional. Apenas ocurrida la desaparición del dictador misántropo, constituyóse una junta provisoria de gobierno. Fue en la tarde del 20 de septiembre de 1840. Integráronla el alcalde primero y juez ordinario, Manuel Antonio Ortiz, en carácter de presidente, el capitán de artillería Agustín Cañete, el teniente Pablo Pereira, el teniente Miguel Maldonado y el subteniente Gabino Arroyo, como vocales.
Esta primera junta duró en sus funciones hasta el 22 de enero de 1841. Un golpe de cuartel, encabezado por el sargento Romualdo Duré, dio en tierra con ella. En sustitución quedó compuesta una segunda junta provisoria de gobierno, integrada por el alcalde primero y juez ordinario interino Juan José Medina; el secretario, José Gabriel Benítez, y el fiel de fechos, José Domingo Campos. Esta junta sólo tenía por misión la convocatoria del Congreso Nacional y el resguardo del orden público. Fue entonces que hizo su aparición en el escenario político una personalidad destinada a tener relieves extraordinarios en la historia del Paraguay: Carlos Antonio López. Inspirado por prudente temor – pues había sido ya catedrático de teología dogmático-moral en el colegio carolino desde 1812 hasta 1814 –, durante los días de la dictadura de Francia refugióse en las umbrosas soledades de Itacurubí del Rosario. Regresó a la capital cuatro meses después de la muerte del gran taciturno e intervino activamente en la deposición de la segunda junta.
El 9 de febrero de 1841, al constituirse el nuevo gobierno, llamado Comandancia General de Armas, aparece Carlos Antonio López como secretario de Mariano Roque Alonso. Convocado el Congreso general para el 12 de marzo siguiente, reunióse en esa fecha. Lo integraban quinientos diputados aproximadamente, "que parecen haberse reunido más bien para votar los proyectos presentados que para discutirlos, máxime si se tiene en cuenta la poca preparación intelectual y política de la gran mayoría de los mismos". No obstante, una voz salvó el decoro de la asamblea, la viril y resonante de Juan Bautista Rivarola, intérprete de las aspiraciones populares y anhelosa de un "régimen más tolerable después de la larga tiranía".
Las sesiones del Congreso de 1841 – el primero de los reunidos en el Paraguay después de la asamblea general del 1º de junio de 1816 que otorgó la dictadura perpetua al doctor Francia – duraron hasta el 16 de marzo. Sus principales resoluciones constituyeron la creación del Segundo Consulado, la del Cuerpo Municipal y la habilitación del puerto de Villa del Pilar, con la condición de que ningún buque mercante arribara hasta la Asunción. Para integrar el nuevo gobierno fueron designados Carlos Antonio López y Mariano Roque Alonso.
El Segundo Consulado rigió los destinos del país hasta el 13 de marzo de 1844. Entre sus numerosas obras deben contarse el restablecimiento del Colegio Seminario, la multiplicación de escuelas, la apertura de los puertos y la admisión de los extranjeros, hechos notables que atrajeron al Paraguay elementos valiosos de cultura y de trabajo. También, por decreto del 30 de noviembre de 1841, el gobierno consular creó la Academia Literaria. Esta inició sus cursos con una cátedra de filosofía y otra de latín. Dicha institución funcionaba en un local situado en el lugar en que luego fue edificado el Teatro de López. A las primeras cátedras citadas se añadió, más tarde, las de teología, bellas artes y castellano, ya incluidas en el plan, según se ve en el decreto de su creación. Fue nombrado profesor de estas últimas el presbítero José Joaquín Palacios.
En lo referente al culto católico, débese al Segundo Consulado un estímulo notable que permitió su levantamiento del marasmo en que le había hundido la prolongada dictadura del doctor Francia. Al obispo García Panés sucedió en la silla episcopal de la Asunción el presbítero Basilio Antonio López, hermano del cónsul del mismo apellido. Era el primer paraguayo que llegaba en esta diócesis a tan elevada dignidad.
Durante el segundo gobierno consular reunióse, en la iglesia de la Encarnación, el 25 de noviembre de 1842, un Congreso de cuatrocientos diputados. El mismo día, este Congreso ratificó solemnemente la independencia nacional. Existe un acta en que se dice – escribe Manuel Domínguez – que el Paraguay es inconquistable, "audacia de expresión en que debe verse la resolución irrevocable de ser nación a toda costa".
Otras medidas de buen gobierno, tanto en el orden externo como en el interno, adeuda el país al segundo consulado. Además de la libertad de los presos políticos – cuyo número oscilaba entre seiscientos y setecientos ciudadanos que se pudrían en las cárceles, muchos de ellos desde hacía un cuarto de siglo –, López y Alonso organizaron la justicia y derogaron de las leyes punitivas de fondo, la pena de tormento y la confiscación de bienes. Más aún, el 24 de noviembre de 1842, el Segundo Consulado decretó la libertad de vientres en el Paraguay. Así adelantábase nuestro país a las naciones más civilizadas del orbe. En Europa, Suecia, Dinamarca y Francia lo hicieron en 1848; en América, los Estados Unidos lo proclamaron en 1865, y el Brasil en 1888. (146)
Con la eficaz dirección del Segundo Consulado, el Paraguay entraba, pues, en una nueva y fecunda época de su historia: la era del trabajo, del orden, del progreso.
Al cerrarse el tercer año de su gestión, abríase para el Paraguay un horizonte promisorio y magnífico. El Congreso del 13 de marzo de 1844 que puso término a su misión histórica, así lo reconoció ampliamente, e injusticia sería no dejar constancias de sus patrióticos desvelos, de su recia firmeza en el obrar y de sus nobles y generosos propósitos.
El Segundo Consulado fue un gobierno de transición. De la dictadura hermética y torva, llevó a la nación a la primera era constitucional, cuyo personaje central debía de ser, durarte diez y ocho años, el patriarca Carlos Antonio López. La personalidad de este prócer debe conocerse, previamente, para poder ensayarse, con algún acierto, la interpretación del alma de su tiempo. También merece un estudio especial el comandante MARIANO ROQUE ALONSO, quien dueño de todo mando, lo entregó sin hesitaciones, respetuoso de la voluntad popular.

CARLOS ANTONIO LÓPEZ pertenecía a una familia distinguida de la Asunción. "Nobles y limpios, sin mala raza ni tacha" fueron sus progenitores. (147) Entre sus hermanos se cuenta el presbítero Martín López, maestro en artes y hombre de reconocido prestigio por su talento y virtudes; fray Basilio Antonio López, obispo del Paraguay; Francisco de Pabla López, a quien sus coetáneos llamaban "el filósofo", tercero de sus hermanos. Era "un pensador retraído que hizo la vida de un místico entregado al estudio y a la meditación"; finalmente, José Domingo López, sacerdote ilustrado, y Victoriano López, completaban aquella familia destinada a figurar con luz propia y singularísima en los fastos históricos del Paraguay. (148)
Carlos Antonio López nació en la capital paraguaya, en el distrito de San Roque, el 4 de noviembre de 1792. Confirma este dato la anotación contenida en el "Libro Segundo de bautismo de la iglesia Vice-Parroquial del Señor San Roque de esta ciudad de la Asunción del Paraguay que principia el 7 de Julio de 1793", y que expresa, textualmente, lo siguiente:
"Agosto
. . . . . . . . .
en diecinueve del mismo suplí las sagradas seremonias a Carlos Antonio de nueve meses Baptisado Por el Ro. Pre. J.n Jph Martinez Recoleto, hijo de Dn. Miguel Sirilo López, y de Dña. Melchora Insfrán fué padrino Dn. Jn. de la Cruz Arce y para qe conste lo firmo.– Dionicio Ibarrola." (149)
La casona donde nació el prócer ha poco ha sido derruida. Esta histórica mansión, según documentos inéditos existentes en el Archivo Nacional, en 1812, hacía más de ochenta años que albergaba a los miembros de la ilustre familia. Quedaba situada sobre la actual avenida General Genes, antes Manorá, frente al antiguo convento de los Recoletos.
Carlos Antonio López cursó estudios teológicos y canónicos. Dedicóse, más tarde, a la enseñanza secundaria y al ejercicio de la abogacía, aun cuando no poseía el título de doctor. Solicitó permiso para ausentarse al exterior con el propósito de proseguir sus estudios, pero el dictador Francia no se lo concedió. En la escuelita particular del sacerdote argentino José Joaquín Palacios, estudió lecciones de bellas artes y filosofía. Fue, posteriormente, catedrático del colegio carolino . Durante la hegemonía francista, después de 1817, se refugió en su estancia de Itacurubí del Rosario. Regresó a Asunción en enero de 1841. Desde entonces datan sus actividades de gobernante.
También se sabe que, cuando la invasión de Belgrano, en 1811, fue movilizado, juntamente con sus condiscípulos del Colegio de San Carlos. Pero no actuó ni en Paraguarí ni en Tacuarí.
Hemos hablado ya de su iniciación como secretario de la Comandancia General de Armas y luego de su actuación en el Segundo Consulado.
El 13 de marzo de 1844 un congreso de trescientos diputados, reunido en la Asunción dio por terminado gobierno consular, y al aprobar la Constitución denominada "Ley que establece la administración política de la República del Paraguay, y demás que en ella se contiene", creó la Presidencia de la República. Para desempeñar el cargo fue electo Carlos Antonio López, el 14 del mismo mes, y por el término de diez años. (150)
Durante ese tiempo dio pruebas de singular capacidad gubernativa. Los méritos conquistados en la gestión de los negocios públicos le valieron su reelección por otros diez años, según resolución del Congreso del 14 de marzo de 1854. (151) El presidente López, por auto personal, redujo este nuevo periodo a sólo tres años. No obstante, el Congreso de cien diputados, reunido en la Asunción en el año 1857, designóle nuevamente, y ya por tercera vez, por otro período de una década. Durante este tiempo, Carlos Antonio López falleció en la capital paraguaya. Fue el 10 septiembre de 1862. Sus restos mortales fueron sepultados en el templo de la Santísima Trinidad mandado construir de su propio peculio. En 1939 las cenizas del gran ciudadano fueron trasladadas al Panteón Nacional. Allí yacen ahora, custodiadas por el pueblo paraguayo.
Carlos Antonio López fue un político de visión real y honda, de voluntad tesonera y recia y de sentido práctico, que gobernó a la nación paternalmente. Fue también un hombre de letras.
Catedrático de teología y derecho, sus enseñanzas han dado eficaces resultados. Periodista de pluma avezada, fundó y redactó El Paraguayo Independiente. Este periódico – Dice Cecilio Báez – se ocupaba exclusivamente de demostrar la independencia del Paraguay y de defender sus derechos territoriales contra las pretensiones del dictador argentino Juan Manuel de Rosas. (152)
La colección de El Paraguayo Independiente, que consta de 118 números, ha sido editada, con índice de gran utilidad, en 1854, en dos volúmenes; en 1934, en otra reedición oficial, en un tomo; y dieciocho números en facsímil, en 1927, por los talleres de El Orden.
Carlos Antonio López colaboró también en El Semanario, periódico dirigido y redactado por Juan Andrés Gelly y después por Ildefonso Antonio Bermejo. Desde 1855 hasta 1857, El Semanario dejó de aparecer, dejando su lugar a Eco del Paraguay.
En cuanto a los mensajes de su gobierno, que en total son cinco, han sido editados en la Imprenta de Corrientes, en 1842, el de ese año. Lo signan Carlos Antonio López y Mariano Roque Alonso; y por la Imprenta del Estado, en la Asunción, los cuatro restantes, en 1844, 1849, 1854 y 1857, respectivamente. (153) Vése, así, que entre los numerosos méritos de Carlos Antonio López, cuéntase el de ser el fundador del periodismo paraguayo y el organizador de la primera Imprenta del Estado, como veremos más adelante. (154)
Vamos a transcribir a continuación una de sus famosas proclamas:

"¡Viva la República del Paraguay!
"¡Independencia o muerte!
"Asunción, junio 13 de 1849, año 40 de la Libertad, 39 del reconocimiento esplícito de la Independencia por el Gobierno de Buenos Ayres, y 37 de la Independencia nacional.
"Proclama del Presidente de la República. A las fuerzas nacionales en operaciones sobre el Uruguay y la Tranquera de Loreto.
"El Gobernador de Buenos Ayres Don Juan Manuel de Rosas mal contento con impedir que nuestro comercio naciente tome el vuelo, y desenvolvimiento que debería tener, por la navegación que Dios nos ha querido conceder, nos aflige también por tierra, cortando toda comunicación con el Ymperio del Brasil.
"Ha publicado sobre su mero dicho, que le pertenece el dominio esclusivo de las aguas del Paraná, y de las tierras de las antiguas Misiones del Paraguay. El papel oficial de Buenos Ayres no ha escusado insultos y calumnias para desacreditar a la República del Paraguay: no ha presentado el menor motivo justo para tales insultos, y menos para hostilidades: mientras el Gobierno de la República no sólo ha demostrado hasta la evidencia, su derecho tradicional derivado del régimen español para navegar el Paraná y el Plata con su pabellón nacional: no solo ha publicado fielmente los títulos incontestables sobre el territorio, que entre el Paraná y el Uruguay le ha pertenecido antes, y después de su emancipación política del dominio español, sino que no ha cesado de acreditar a Buenos Ayres finos y leales sentimientos de pura amistad: ha agotado los medios á su alcance para un acomodamiento honroso para la seguridad, el comercio, y bien estar de ambos paises.
"A pesar de todo, el Gobernador de Buenos Ayres no ha querido entenderse con el Gobierno de la República; le ha negado hasta la capacidad política de tratar, y se afirma en su desacordado designio de dominar la nación paraguaya.
"Soldados: la defensa, y seguridad de la República exigen que se ocupen algunos puntos importantes del territorio nacional entre el Paraná y el Uruguay. En el manifiesto, y decreto que ordena esta ocupación, se han espuesto á la Nación los grandes motivos que la justifican. No váis á invadir un territorio ageno: no váis á llevar la guerra á ningún Estado vecino: Váis á sostener el buen derecho de vuestra Patria: observad la más rigurosa disciplina, y el mejor orden, respetad las personas, y propiedades de los habitantes pacíficos, que podáis encontrar; pero si alguno intentase detener vuestros pasos, recordad, y probad que sois descendientes de los vencedores de Paraguarí, y Tacuarí. – Carlos Antonio López." (155)
El documento transcripto permite la formación de un juicio referente al estilo del escritor. Sin muchas galas, quizás un poco tosco, es, sin embargo, expresión de una mente vigorosa y lúcida. Pertenece a la clase de los más dedicados al fondo que a la forma, al concepto, a la idea, al pensamiento que a su elocución. Poco parece interesarle el elegante engarce de las palabras. De éstas sólo se sirve para dar a conocer, con sencillez y justeza, sus aspiraciones de gobernante o sus sentimientos patrióticos. No obstante, Carlos Antonio López fue un escritor de prosa peculiar, un hombre de cultura general y un civilizador. Su gestión de gobernante no se limitó solamente a las relaciones exteriores, a las cuestiones económicas y financieras, al afianzamiento de la paz interna, al progreso material de la nación – en cuyos órdenes fue de una fecundidad admirable –, sino también, y muy especialmente, se orientó hacia los dominios del espíritu. En este sentido, debe dejarse aquí anotado que fue fundador de cuatrocientos treinta y cinco escuelas, a las que concurrían veinticuatro mil alumnos; que fue el autor de las Ordenanzas a los comisionados de campaña, referentes a la enseñanza gratuita; y que se le adeuda la creación de la Academia Literaria, que data del 30 de noviembre de 1841. El primer director de este instituto fue Marco Antonio Maiz. Contaba al comienzo con ciento veinticinco alumnos externos y veintitrés internos; se le debe la reapertura del Colegio de San Carlos; la obligatoriedad de la enseñanza primaria; la contratación de profesores extranjeros, tales como el literato español Ildefonso Antonio Bermejo, el músico Francisco Sauvageod de Dupuis y el arquitecto Alejandro Ravizza, quien trazó los planos del Panteón Nacional y Oratorio de la Virgen de la Asunción. Corresponde al haber de su gobierno la enseñanza de artes y oficios en las escuelas; el alojamiento, la alimentación y el reparto de útiles a los niños pobres, por cuenta del Estado; el envío de jóvenes estudiantes paraguayos a Europa, con propósito de cultura; la contratación de ingenieros ingleses; la fundación de una escuela de derecho civil y político, en 1850 (156); el apoyo moral y material a instituciones docentes particulares, entre las que pueden citarse, en la Asunción, el Colegio Jesuita de Segunda Enseñanza, dirigido por el padre Bernardo Parés, y cuyos profesores fueron los padres Anastasio José Calvo, Fidel Vicente López y Manuel Martos; la escuela del padre José Joaquín Palacios, catedrático argentino que daba lecciones de filosofía y bellas letras, y entre cuyos discípulos figuraban Francisco Solano López y Fidel Maiz; el Colegio de María, para niñas; la escuela de Juan Andrés Gelly, "del librero Cirio" y la de Manuel Pedro de la Peña; las de Juan Pablo Florencio y Ambrosio Florentín; la de Bernardo Ortellado; las de Ferriol e Isidoro Codina; la de un tal Demetrio y la de Cluny, a cuyas aulas – dice Manuel Domínguez – enviaba sus hijos la aristocracia. (157) También la escuela de un señor Cañete fue su beneficiaria en ese tiempo. (158) En el año 1858 aún enseñaba el viejo maestro Juan Pedro Escalada. Su escuela, de la que ya nos hemos ocupado, y donde habían pupilos, se hallaba situada entonces donde hoy se alza el edificio del Asilo Nacional, y sus alumnos se distinguían en el conocimiento de las ciencias exactas. El literato español Ildefonso Antonio Bermejo daba también lecciones particulares, aparte de su empleo de director de la Escuela Normal. Esta institución fue creada en 1856 y duró solamente un año. Funcionaba en un local situado donde ahora se halla la Jefatura de Policía. En 1857, en su reemplazo, se fundó un instituto de segunda enseñanza, el Aula de Filosofía, bajo la dirección del mismo Bermejo. Su plan de estudios abarcaba seis cursos y comprendía gramática – particular y general –, historia, geografía, cosmografía, literatura, composición literaria, filosofía, francés, catecismo político y derecho civil. (159) El último año ya lo cumplió en la gehena sangrienta de la guerra de defensa nacional contra la triple alianza. Fueron alumnos de esta institución, entre otros, el poeta Natalicio de María Talavera, el coronel Juan Crisóstomo Centurión, diplomático e historiador de aquella famosa lucha en la que fuera actor, y el después convencional José Mateo Collar.
Simultáneamente con este colegio funcionaba otro nacional también, dirigido por el francés Francisco Sauvageod de Dupuis. Su programa se concretaba a las ciencias matemáticas. (160) Poco antes se creó en Zeballos-cué, bajo la dirección de Miguel Rojas, una escuela de aritmética, de carácter preparatorio. (161)
El colegio carolino, con su doble carácter, civil y eclesiástico, contó con rectores como el ilustrado presbítero Fidel Maiz y tuvo profesores notables como el padre Bonifacio Moreno.
En el Seminario se enseñaba latín, gramática, literatura, teología, derecho canónico y filosofía. En 1862 contaba con más de quinientos alumnos.
En consecuencia de esta política civilizadora, era raro ver, en 1862, un paraguayo analfabeto. No hubo en el ejército de la república, al iniciarse la guerra de 1864-1870, un solo soldado que no supiera leer. La Europa misma no tiene ejemplo de esta especie, decía Juan Bautista Alberdi, anotando esta verdad.
Débese también a Carlos Antonio López la construcción del primer arsenal, la primera línea férrea y las primeras líneas telegráficas en tierra paraguaya, así como la apertura de los ríos interiores a la libre navegación.
Defectos habrá de hallarse en su régimen político y económico; fallas habrá de anotarse en el sistema de enseñanza, en el que aparece el discutido catecismo del arzobispo de La Plata, monseñor Joseph Antonio de San Alberto – llamado José Antonio Campos y Julián, antes de profesar en la Orden de los Carmelitas Descalzos –; pero, por sobre todos ellos, exaltanse las virtudes patricias del prócer, cuya figura, a medida que nos alejamos en el tiempo, como la pétrea elevación de una montaña, se aterza y bruñe, apareciendo ante la historia, admirable en su noble majestad.
Durante este período, que se inicia verdaderamente el 20 de septiembre de 1840 y se prolonga hasta el 10 de septiembre de 1862, fecha del fallecimiento de Carlos Antonio López, pocos son los valores aparecidos en el escenario intelectual del Paraguay. Y así debía ocurrir, naturalmente. La dictadura del doctor Francia no permitió la formación de los hombres que podrían distinguirse en dicha época.
No obstante, además del ya nombrado Carlos Antonio López, puede citarse a Basilio Antonio López, Juan Andrés Gelly y Juan José Brizuela, y a los asiduos colaboradores de La Época y después de la revista La Aurora, "enciclopedia popular y mensual", como rezaba su carátula, en los que se publicaron los primeros ensayos de los alumnos del Aula de Filosofía.
Figuraban entre éstos José Mateo Collar, Gumersindo Benítez, Mauricio Benítez, Juan Bautista González, Enrique López, José del Rosario Medina y Américo Varela. Colaboraban, asimismo, en La Aurora, el italiano José Domingo Parodi, en prosa, y la mujer Marcelina Almeyda, en verso. Es autora, esta última, de La Pecadora.
La Academia Literaria, en su sección de instrucción primaria, tenía como maestro a Mariano Antonio López, cuyo nombre, como educacionista, debe ser también incluido en esta página.

BASILIO ANTONIO LOPEZ nació en la Recoleta, en el lugar llamado "Manorá", y en la solariega vivienda de la familia de los López, a fines del siglo XVIII. Era hermano mayor de Carlos Antonio López. Profesó como religioso franciscano. Fue exclaustrado de hecho por la dictadura de José Gaspar de Francia, con motivo de la supresión de las comunidades religiosas, en 1824. Después de la muerte de "El Supremo", en 1844, reanudada las relaciones del gobierno paraguayo con la Santa Sede, Carlos Antonio López obtuvo del Papa Gregorio XVI las bulas de institución para los primeros obispos paraguayos. Estos fueron Basilio Antonio López y Marco Antonio Maiz. El primero fue designado como diocesano y el segundo como auxiliar. La consagración de ambos prelados – ya lo anotamos – tuvo lugar en Cuyabá, el 31 de agosto de 1847.
Antes de esta fecha, durante el período del régimen francista, fray Basilio Antonio López desempeñó el curato parroquial de Pirayú. Hallándose en ejercicio del mismo se le otorgó la mitra de la Asunción.
En su secta dictó cátedra de teología moral y otra de víspera de cánones. El padre Fidel Maiz, quien recibió de sus manos su ordenación sacerdotal en el año 1853 y quien permaneció al lado del obispo López durante seis años, afirma que "era un espíritu profundamente versado en la materia de su especialidad y muy distinguido en la oratoria sagrada", cuya elocuencia en el púlpito alcanzó a admirar.
Monseñor Basilio Antonio López falleció en la capital paraguaya el 16 de enero de 1859.

JUAN ANDRÉS GELLY nació en la Asunción, en el año 1790. Aprendió las primeras letras en su ciudad natal. Luego se trasladó a Buenos Aires, en donde ingresó en el Real Colegio de San Carlos, en cuya aula de filosofía estudió disciplinas humanistas. "En dicho colegio conoció y se vinculó – dice R. Antonio Ramos – con los hombres que descollaron en la política del Río de la Plata. No fue extraño a la transformación operada en el nuevo mundo, que culminó con la invasión de Napoleón a la península ibérica. Fue de los que se decidieron por la terminación del poder español. Intervino en los sucesos memorables de 1810. En la mañana del 25 de mayo estuvo en la plaza de la Victoria. Formó parte de la agitación popular del 24 y de la multitud que al día siguiente exigió la renuncia del virrey Cisneros. Fue de los que pidieron la constitución de una junta patriótica presidida por Cornelio de Saavedra. Su nombre figura entre los firmantes de la petición presentada al cabildo por los vecinos, comandantes y oficiales de los cuerpos de voluntarios de Buenos Aires. Fue así cómo el Paraguay estuvo representado en el día de la independencia argentina, en la persona de uno de sus hijos más ilustres." (162)
Poco después de la revolución de la independencia nacional, regresó a la Asunción. Fue amigo de los principales adalides de aquel acontecimiento, y, muy especialmente, de Fulgencio Yegros, Pedro Juan Cavallero y Fernando de la Mora. En 1813 intentó oponerse a las actitudes ya autoritarias de José Gaspar de Francia, pero fracasó. En diciembre de aquel año regresó al extranjero. Radicado en Buenos Aires, contrajo matrimonio con Micaela Obes, en cuyo hogar nació Juan Gelly y Obes, general del ejército argentino, de conocida actuación en la guerra de la triple alianza contra el Paraguay.
En la Argentina, Gelly actuó en la política. Se inició como auxiliar de archivo durante el gobierno del director supremo de las Provincias Unidas, Gervasio Antonio de Posadas.
Durante ese tiempo prosiguió sus estudios y se dedicó al periodismo. Se afilió entre los unitarios. Trabó amistad con los hombres más representativos del Río de la Plata y con ellos sobresalió en la vida pública. Mereció la confianza de Bernardino Rivadavia, y fue compañero de Florencio y Juan Cruz Varela, Julián Segundo de Agüero, Salvador María del Carril, Valentín Alsina, Juan María Gutiérrez, Miguel Diaz Vélez y otros. En jornadas memorables revistó al lado de los generales Lavalle, Paz y Lavalleja. Así tuvo lucida actuación en la política platina y en la guerra contra el Brasil. En 1829 fue secretario del gobernador Lavalle, "y se asegura que en dicha ocasión redactó él, el borrador del parte elevado por Lavalle dando cuenta del fusilamiento de Dorrego". "En 1829, integró una comisión con el coronel Eduardo Trolé, de carácter estrictamente confidencial, enviada por el citado Lavalle, para pedir al general José de San Martín que se hiciera cargo del gobierno de Buenos Aires. Pero "éste se negó a acceder al llamado de Lavalle, ratificó su profesión de fe monárquica y su decisión de no intervenir en la división de sus conciudadanos. Fue el último jefe de la política del gobernador Lavalle, cargo que ejerció poco tiempo."
Cuando Rosas impuso su hegemonía política y persiguió a los unitarios, Juan Andrés Gelly emigró. Se radicó en el Uruguay. Allí desarrollóse otra etapa de su agitada y brillante vida pública. "En Montevideo se encontró con Rivera, amigo de infancia, cuya confianza conquistó y durante cuyo gobierno tuvo marcada influencia llegando a ser su consejero . Su parentesco con hombres de valía como Lucas Obes, Nicolás de Herrera, Julián Alvarez y José Ellauri, facilitaron su carrera y con ellos desempeñó un papel preponderante en la política." (163) El último de los nombrados, entonces ministro de relaciones exteriores, fue enviado en 18 39, como representante del Uruguay ante varios gobiernos, llevó a Gally como secretario de la misión. Estuvo en París, donde se vinculó amistosamente con personalidades descollantes como Adolfo Thiers.
De regreso del viejo mundo, fue designado oficial mayor del ministerio de gobierno y relaciones exteriores, "desde cuyo cargo influyó decididamente en la política del Río de la Plata. En la cancillería oriental era considerado como autoridad en los asuntos americanos y europeos, y en más de una vez hizo las veces de ministro de estado".
Gelly, a pesar de su intensa actividad política, no se mantuvo ajeno al movimiento literario de aquella agitada y azarosa época. El 25 de mayo de 1841, en un certamen poético realizado en Teatro Coliseo de Montevideo, en homenaje al día de la libertad, el ilustre paraguayo integró el jurado en el que figuraban a su lado representantes distinguidos de las letras americanas. Cuando el acto se realizaba, aun sonaba el estampido de los cañones de la armada de Rosas, la que, desde la mañana se trababa en lucha con la unitaria, comandada por José Garibaldi, en la rada de Montevideo. Fue aquel el primer certamen poético celebrado en el Río de la Plata. Los laureados fueron Juan María Gutiérrez, Luis L. Domínguez, José Mármol y Francisco Acuña de Figueroa.
En Montevideo – dice R. Antonio Ramos, en su conferencia leída ante la Academia Carioca de Letras –, Gelly dio término a sus estudios de derecho, recibiéndose de doctor en jurisprudencia. Su título se encuentra registrado en el archivo de la Alta Corte de Justicia de la capital uruguaya, y figura con el número cinco en la lista de abogados.
Posteriormente visitó Río de Janeiro, donde se vinculó con personalidades intelectuales y políticas.
"En el Uruguay desarrolló una fecunda labor intelectual como jurista, hombre de estado y periodista. A su pluma se debe La relación de las actividades del general Paz durante el sitio de Montevideo y Los apuntes biográficos del doctor Julián Alvarez, opúsculo éste que apareció ya en su ausencia, en noviembre de 1844. (164) En 1842 escribió también Mis reflexiones sobre el Paraguay, trabajo destinado especialmente a su hijo, quien deseaba conocer la patria de su progenitor.
Gelly defendió con tesón la independencia de nuestro país. Las noticias referentes al Paraguay y publicadas en El Nacional, periódico desde cuyas columnas Rivera Indarte también defendía la causa paraguaya, fueron todas debidas a Juan Andrés Gelly. En su correspondencia, que fue copiosa, no ocultó el interés por el destino de su patria. Al gobierno consular de Carlos Antonio López y Mariano Roque Alonso prestó valiosos servicios, dando amplia difusión a sus obras e informándole de los sucesos continentales.
En 1844, desaparecida la dictadura de José Gaspar de Francia en su tierra natal, y fatigado Gelly después de tantas luchas, donde había sufrido "acerbos y costosos desengaños", regresó, en pos de sosiego, al Paraguay.
"Después de un viaje de seis meses, accidentado y lleno de penurias, llegó el 7 de enero de 1845, al campamento paraguayo de San José, en la margen izquierda del Paraná. El jefe del destacamento no le permitió seguir adelante. Se dirigió entonces al gobierno pidiendo autorización para pasar hasta la capital de la república. El presidente Carlos Antonio López le permitió la entrada y le fijó como punto de residencia Villarrica, bajo las condiciones siguientes: prestar juramento de reconocimiento de la independencia nacional, y de obediencia y lealtad al gobierno; no mantener correspondencia con el Río de la Plata; y de no intervenir en política. Gelly aceptó la resolución del gobierno". (165) Regresaba así a la patria después de treinta y dos años de ausencia.
Poco tiempo permaneció en Villarrica. Se trasladó a la Asunción, llamado por Carlos Antonio López. Fue su consejero y uno de los redactores de El Paraguayo Independiente.
En 1846 fue enviado Juan Andrés Gelly como representante del gobierno nacional ante la corte de Río de Janeiro. Se puso en contacto, inmediatamente de llegado, con el Barón de Cayrú, ministro de negocios extranjeros del Imperio, "a quien elevó un memorial sobre el estado y situación del Paraguay". También le presentó dos proyectos de tratado: el uno, de alianza ofensiva contra Rosas, y el otro, de fijación de límites. Ambos no prosperaron.
Múltiples fueron las actividades de Gelly en el Brasil. Se debieron a sus gestiones la contratación de los primeros técnicos para la fundición de Ybycuí, y de médicos para el servicio del ejército, así como la adquisición de una máquina de acuñar moneda, construida en el arsenal de la marina. Se vinculó con el Jornal do Comercio, por intermedio de Manuel Moreira de Castro; difundió El Paraguayo Independiente, cuyos artículos hizo reproducir no sólo en el Brasil sino en el Uruguay y Europa. A pedido de M. Ouseley, escribió Apuntes sobre el Paraguay, para desvanecer los cuentos del señor Graham. Pero la más importante de su labor – afirma R. Antonio Ramos –, fue la publicación de El Paraguay lo que es, y lo que será, cuya primera edición apareció en 1848, por la imprenta de Jornal do Comercio, simultáneamente en francés y en portugués. Dos ejemplares de esa obra envió a los soberanos del Brasil. El que perteneció a la emperatriz se halla en la Biblioteca Nacional de Río e Janeiro, formando parte de la colección Teresa Cristina. Otro volumen remitió su autor a lord Palmerston, canciller del Imperio Británico.
En 1849 en la Asunción, fue publicada la edición española de dicho libro, para la cual envió Gelly un prefacio desde Río de Janeiro. En 1851, Melchor Pacheco y Obes publicó, en París, otra edición en francés, y la Editorial de Indias, también en París dio a la estampa, en 1926, la última en español.
En 1853 Gelly acompañó al general Solano López en su viaje a Europa, en calidad de secretario de la misión. En Inglaterra tuvo actuación fecunda en los trámites de la construcción del "Tacuarí", buque de la armada paraguaya. Visitó en aquella oportunidad – además de Londres – París, Roma y Madrid y su gestión fue notoria y decisiva en la concertación de tratados tendientes a estimular el progreso nacional.
Juan Andrés Gelly falleció en la Asunción, el 25 de agosto de 1856. Su fortuna constituyó su biblioteca, parte de la cual legó al estado paraguayo, "como una prueba más de su amor a la cultura".

JUAN JOSÉ BRIZUELA era oriundo de la capital paraguaya. Nació, según se cree, en el año 1820. Desde su niñez radicóse en Montevideo, donde ejerció, después, la misión de cónsul general, encargado de negocios y ministro residente del Paraguay a cerca del gobierno oriental. Su nombre ha quedado vinculado a la histórica condonación de la deuda y devolución de los trofeos tomados al Paraguay durante la campaña de 1864-70, por parte del gobierno y pueblo uruguayos.
Brizuela escribió en prosa y en verso. En el año 1857 publicó en Buenos Aires Ojeada histórica sobre el Paraguay, seguida del vapuleo de un traidor, dividida en varias azotaínas administradas al extraviado autor de las producciones contra el Paraguay conocido vulgarmente por el nombre de Luciano el sonso. (166)
En 1870 dirigió y redactó El Paraguay, diario que aparecía en la Asunción. El año siguiente ocupó una banca en el Senado de la nación.
En 1874 tuvo lucida actuación en los actos de la transmisión del mando presidencial al ciudadano Juan Bautista Gill.
Juan José Brizuela falleció en Montevideo, en el año 1889 . Son de su estro estos versos satíricos extraídos de "El Vapuleo de un traidor":

Si me auxilias con tu risa,
lector, y sagacidad,
daréte una trinidad,
si no desnuda, en camisa.
A ponerles la divisa
de traidores voy derecho,
y si no les queda estrecho
el sayo que les regalo
ha de sufrir palo y palo
aunque parezca repecho.
. . . . . . . . . . . . . . . . .

GUMERSINDO BENITEZ, oriundo de Villarrica, donde nació en 1835, colabora en La Aurora, en cuyas páginas aparecieron sus Estudios Sociales. – Artículos para el nacional o el extranjero o sus mementos, y sus Estudios Artísticos. – Algunas reflexiones sobre la imprenta. Son de 1860. Fue Benítez secretario privado de Carlos Antonio López y director de El Semanario, después de Bermejo. Poseía una valiosa biblioteca. Siendo ministro de relaciones exteriores realizó una labor ingente y útil. Existe una interesante colección de la correspondencia diplomática cambiada entre el gobierno del Paraguay y el de los Estados Unidos de América que es obra suya, la cual fue editada en Buenos Aires. Gumersindo Benítez falleció durante la guerra contra la triple alianza. Fue fusilado por orden de los tribunales militares. Además de los trabajos citados, ha dejado una famosa narración de la batalla de Tatayibá. (167)

En las columnas de La Aurora aparecieron también interesantes colaboraciones de MAURICIO BENITEZ, quien llegó al grado de coronel del ejército nacional, y estuvo en Cerro Corá acompañando al mariscal López. Entre las colaboraciones de Mauricio Benítez, aparecidas en La Aurora, figura La primera musa en América, Galileo, Estudios Morales – Amor e influencia de la madre, y una colección de Estudios Científicos.

MARIANO DEL ROSARIO AGUIAR era natural de Itapé. Fue ordenado sacerdote en 1862, en el Seminario de la Asunción. También colaboraba en La Aurora. Entre sus trabajos son conocidos Estudios religiosos. – La Fe, y Estudios religiosos. – La Esperanza.
JOSÉ DEL ROSARIO MEDINA publicó también en la citada revista Estudios filosóficos. – La Hipótesis y La Superstición.

JOSÉ MATEO COLLAR, cuya actuación posterior a la guerra de la triple alianza, ya sea en a Convención Nacional Constituyente reunida en la Asunción en 1870, en la magistratura judicial, en la política y en la prensa, le dieron personalidad notoria, publicó sus primeros ensayos literarios en la revista del Aula de Filosofía. En sus hoy amarillentas páginas pueden leerse sus colaboraciones de 1860 intituladas Moral Privada, Necesidad de la ciencia para la existencia y organización de una sociedad y Estudios Morales. – La Educación y su objeto. En 1894, Mateo Collar continuaba escribiendo para la prensa. En La independencia, editada en honor a los próceres de la patria, el 14 de mayo de aquél año, aparece Un pensamiento, debido a su pluma de prosador.
José Mateo Collar nació en Mbuyapey, en 1835, y falleció en la Asunción, en 1919.

De JUAN BAUTISTA GONZÁLEZ, oriundo de Barrero Grande, quien actuó en la magistratura forense, fue diputado después de la guerra y falleció en la Asunción en 1879, puede leerse en la colección de La Aurora. – El primer elemento de la civilización es la Religión, y Estudios Recreativos. – Magdalena.

De ENRIQUE LÓPEZ son Estudios filosóficos. – La ambición. – De la envidia. – Estudios Históricos. – La Inquisición en España, Reflexiones sobre la vanidad, Estudios Sociales, Estudios de Bellas Artes. – La música, Estudios Sociales. – Error de la Vocación, Estudios Morales. – El Avaro, Estudios literarios. – Reflexiones.

Y de AMÉRICO VARELA, Misceláneas, Amor de Madre, Influencia de la Religión representada por el cura católico en la sociedad, La moral considerada como restricción de la pobreza, Moral Privada. – Máximas, pensamientos y reflexiones, La mujer. Estudios Morales. – El juego, Estudios Morales. – El Médico. Su influencia en la Sociedad.– La Mujer. Su influencia en la Sociedad.– La Amistad, Estudios Morales. – La Ira y el Patriotismo. (168)
De los que integraron este grupo nada se sabe, en detalle, de sus respectivas existencias. A excepción del padre Aguiar, de Juan B. González, de Mauricio Benitez y de José Mateo Collar, lo único cierto es que parece que los demás fueron devorados por la guerra. Y es posible que así haya sido. El grande orco incineró vidas y papeles en un impetuoso y terrible afán de destrucción.

Debe agregarse al nombre de los ya citados, el de BERNARDINO BAEZ, nacido, al parecer, en Itá, militar – era coronel – emigrado en Río de Janeiro en 1846, amigo de Juan Andrés Gelly, "Su reputación estaba cimentada en una brillante hoja de servicios, ganada, en las luchas del Río de la Plata." En colaboración y bajo la dirección del citado Gelly, el coronel Báez publicó, por la imprenta del Jornal do Comercio, de Río de Janeiro, en 1849, A República do Paraguay e o gobernador de Buenos Aires ou discussão e exame das questoes que Este tem promovido a República do Paraguay. El volumen se editó en columnas paralelas, en portugues y francés, y contenían artículos de El Paraguayo Independiente.

También citaremos a LUCIANO RECALDE, quien publicó, en Buenos Aires, hallandose en el exilio, en 1857, una Carta Primera al Presidente del Paraguay.
No está demás, asimismo, recordar en este lugar a algunos escritores extranjeros que vivieron en nuestro país durante la segunda mitad del siglo XIX y que nos han legado algunos trabajos referentes al Paraguay o han colaborado en los afanes de su cultura.

Nos referimos a ALFREDO M. DU GRATY y a L. ALFRED DEMERSAY.
El primero dejó una extensa obra intitulada La República del Paraguay, la que fue editada en Besanzon, en 1862. La versión castellana es de Carlos Calvo, y lleva interesantes fotograbados. El libro del segundo consta de dos tomos y un tercero de atlas dividido en tres secciones. Se intitula Histoir Phisique, Economique e Politique du Paraguay et des établessement des jesuites. El tomo primero fue editado en París, en 1860; el segundo, también en París, 1863, y los atlas, publicados igualmente en la capital francesa, en 1860, en 1861 y en 1863, respectivamente, cada sección.
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Fuente: HISTORIA DE LAS LETRAS PARAGUAYAS – TOMO I
ÉPOCA PRECURSORA y ÉPOCA DE FORMACION
EDITORIAL AYACUCHO
BUENOS AIRES-ARGENTINA (1947)
EDICIÓN DIGITAL ( IR AL INDICE )
Amplio resumen de autores y obras
de la Literatura Paraguaya.
Poesía, Novela, Cuento, Ensayo, Teatro y mucho más.

martes, 9 de marzo de 2010

JOSEFINA PLÁ - EL GOBIERNO DE DON CARLOS / Fuente: OBRAS COMPLETAS - VOLUMEN I. HISTORIA CULTURAL. Autora: JOSEFINA PLÁ


Autor: JOSEFINA PLÁ
(Enlace a datos biográficos y obras
En la GALERÍA DE LETRAS del
www.portalguarani.com )
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APUNTES PARA UNA HISTORIA
DE LA CULTURA PARAGUAYA
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EL GOBIERNO DE DON CARLOS
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"Los instrumentos de la ilustración en completa ruina..."
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Con estas sencillas palabras cuanto terminantes define Don Carlos Antonio López en su mensaje del 2 de noviembre de 1841 a la Cámara paraguaya la situación cultural del país a la muerte de Rodríguez de Francia.
No podemos poner en duda las palabras del ilustre prócer, y con ellas la realidad que de manera tan cruda sintetizan. En efecto, en la capital por ese tiempo no funcionaban sino escuelas primarias, pocas y mal montadas. Tenemos noticia de una pública; la dirigida por el viejo maestro José Téllez, para varones (esta escuela había sido fundada ya en 1802, con dicho José Gabriel Téllez como director y profesor; llevaba el nombre de Escuela Central de Primeras Letras, y siguió funcionando durante la dictadura), y de otras dos privadas: la que también era para varones dirigió por muchos años (más de medio siglo) el maestro Escalada y la elemental para niñas, que regenteaba Doña Petrona Regalada, hermana del Doctor Francia.
Existían desde luego otras escuelas de diverso carácter – mejor, clases particulares – a cargo de personas de vocación y ciertos conocimientos que contribuían a llenar, aunque en mínima parte, el vacío dialéctico. De la enseñanza media y superior no quedaban vestigios, cerrado como fue en 1822 el Seminario de San Carlos (fundado en 1776 y de noble ejecutoria en nuestra cultura) por quien había sido uno de sus catedráticos, el propio Supremo.
El gobierno de Don Carlos da el primer signo de su ansiedad de actualización al poner término al aislamiento e incomunicación en que el país había vivido durante un cuarto de siglo, bien que esa apertura sólo pudo tener carácter efectivo a partir de la batalla de Caseros (1852). Desde ese momento un aire benéfico, renovador, entra por las fronteras ampliamente abiertas: Comercio, industria, técnica, irán asimilando el ritmo de los vecinos países del Plata, cimentando el proceso de la anhelada contemporaneidad.
Por su formación intelectual, Don Carlos representa la continuación de la línea de los próceres de mayo, en lo que se refiere a la inmensa importancia atribuida a la cultura, y a la convicción de que correspondía dar a ésta las máximas posibilidades organizadas; aunque difirió seguramente de aquellos en su criterio acerca de los procedimientos a través de los cuales llevar la ilustración al pueblo. Así como para Alberdi "gobernar era poblar", Don Carlos desde el principio hace patente su principio: "gobernar es enseñar". La idea de que la ilustración constituye la base del buen gobierno y del progreso de un país, el terreno propicio a la felicidad colectiva, se encuentra repetidamente, como se irá viendo, en los escritos o discursos de Don Carlos o inspirados por él, y constituye sin duda la idea-guía de sus preocupaciones de estadista.
Ahora bien, una de las grandes dificultades (mejor sería decir la gran dificultad) con que tropezó la idea de Don Carlos fue la ausencia de elites que pudieran apoyar su labor cultural. Estas elites, las autoras de la Independencia, habían sido aniquiladas por Francia; los escasos supervivientes no tardaron en desaparecer, víctimas de los sufrimientos como Molas, Rivarola, Maíz, o bien se retiran enfermos, cansados o descontentos como Peña. Esta ausencia de elites rectoras se pudo haber traducido, como sucede, en la lucha por el poder; el talento de Don Carlos se revela desde el principio al eliminar estas posibilidades de lucha, dando a la vez a la incipiente conciencia política una satisfacción constitucional y un severo tutor personal. Las circunstancias ayudaron a Don Carlos; no tuvo competidores o si los tuvo éstos no supieron, como él, apoyarse en el sentido raigal de la nacionalidad; Don Carlos tenía sus ojos fijos en el mundo, pero los dos pies sólidamente asentados en la propia tierra. Este fue el secreto de su triunfo.
Don Carlos comprendió que era preciso, y cuanto antes, formar esas elites. No perdió un momento en formular los planes para ello y adoptar las medidas inmediatas. La primera medida adoptada desde su nombramiento de Primer Cónsul fue reorganizar la enseñanza primaria; enseguida vendría a resucitar la media y preparar la superior.
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REAPARICION DEL CABILDO
Como una de las primeras consecuencias de la nueva situación anotamos la reaparición del Cabildo, antigua y venerable institución de gloriosa historia que, suprimida por Francia, reapareció inmediatamente a la muerte del Dictador. "Unas veces llamándose Cuerpo Municipal, y otras Junta Municipal (dice Cardozo) los magistrados designados por Francia para desempeñar las funciones del extinguido Cabildo participaron corporativamente en los principales actos de constitución de los distintos gobiernos que se sucedieron hasta la creación del Segundo Consulado. El Congreso de 1841 dio al presidente del Cuerpo Municipal la importante función de dirimir los casos de discordia entre los dos Cónsules y reorganizó esta institución estableciéndola con seis ciudadanos de virtud y luces, amovibles anualmente. Las funciones que se les señaló fueron "las que le tocan de derecho hasta que otra cosa determine la Constitución. Finalmente en el Estatuto provisorio de administración de justicia de 1842 fueron suprimidos los Cuerpos Municipales, pasando sus funciones a cargo de los nuevos magistrados creados en esa ocasión".

LA ENSEÑANZA
La escuela del maestro Téllez, antes nombrado, funcionaba en un local ruinoso. El gobierno consular ordenó se construyese un edificio más apropiado. La escuela fue proveída con con elementos didácticos, y recibió doscientos treinta y tres alumnos, todos del sexo masculino, pues – de acuerdo a las costumbres de la época – las niñas no asistían a estas escuelas y recibían educación en el mismo hogar, si por casualidad no había cerca una escuela privada, de femenina y respetabilísima dirección a la cual pudiesen asistir convenientemente acompañadas. La instrucción femenina era más restringida que la de los varones: abarcaba lectura, aritmética y moral, suprimía el latín y – en cambio – incluía labores.
El maestro Téllez disfrutó poco de esta nueva situación. Se jubiló en 1843. Le sustituyó el maestro Antonio María Quintana y no con ventaja, a estar por los datos que de ella nos quedan. A guisa de anécdota, solamente, diremos algo de lo que fue esta escuela, que sin embargo – debía durar lo suficiente para que de ella saliesen muchos futuros estudiantes de superiores disciplinas y ciudadanos útiles al Estado.
En sus memorias, Juan Crisóstomo Centurión nos habla de este maestro Antonio María Quintana y de la Escuela Central de Primeras Letras. Centurión fue uno de los alumnos de dicha escuela. Por su preparación y por sus métodos, Quintana parece haber sido émulo del Maestro Palmeta. Era un personaje pintoresco, aunque en su descargo debemos decir que para enseñar a escribir tenía especial don. En lo que respecta a otros conocimientos, siempre según Centurión, "era un raspado". Además de director y maestro era relojero, músico y poeta; artes todas que aprendió solo, según parece. Se le atribuye el himno de la Academia Literaria. La instalación de la escuela era de lo más elemental, bancos largos con sus mesitas de escribir delante, colocados en anfiteatro, uno más arriba que el otro, hasta casi tocar el techo. En el primero de abajo, se sentaban los "cartilleros". En el segundo, los "catoneros". Y, en los últimos, los que ya sabían leer y escribir de corrido. Los textos eran cartilla, catón, la tabla de multiplicar, el catecismo del Padre Astete y un libro para los ejercicios de lectura. El maestro Quintana se dejaba ver muy poco: casi todo el tiempo estaba en su cuarto componiendo relojes o tocando la guitarra; la marcha de enseñanza y disciplina quedaba confiada a los ayudantes o "fiscales". Estaba prohibido a los alumnos hablar el guaraní. Digamos de paso que el gobierno de Don Carlos Antonio reeditó la actitud de los próceres de mayo en lo que al guaraní afecta, o sea prohibiéndolo en las escuelas, con lo cual propendían, no a la coerción del idioma vernáculo, ya que este podía practicarse ampliamente fuera de los colegios, sino a la alfabetización en castellano, como imprescindible medio de ampliar la cultura. Al que era sorprendido hablándolo, los ayudantes o fiscales le entregaban un anillo de bronce que el "agraciado" procuraba pasar lo más pronto posible a otro sorprendido por él en falta, y así sucesivamente. Los sábados se hacía contaje de anillos y a los desafortunados poseedores de tales presentes griegos se le sacudía lindamente el polvo en presencia de espectadores, "que acudían a presenciar la azotaina – dice Cardozo – como a una riña de gallos".
El Consulado dispuso también, atinadamente, repartir útiles de enseñanza "a los labradores y jóvenes pobres que se educan en las escuelas primarias de la campaña", medida indispensable, ya que, según se había podido comprobar en ocasión de hacerse la propaganda de la Academia Literaria de la que enseguida se hablará, gran parte del atraso escolar se debía a la imposibilidad en que se encontraban los padres de comprar a sus hijos, no digamos ya libros para la enseñanza, pero que ni siquiera papel. Este se había convertido bajo Francia en artículo difícil de conseguir. Sólo lo utilizaban los alumnos capitalinos que sabían ya escribir "de falsilla".
A estas medidas de emergencia, digámoslo así, siguieron las que tendían a restablecer la enseñanza media y superior. La primera idea fue reabrir el Seminario, matriz de nuestra cultura humanística y del cual había sido alumno el propio Don Carlos; pero el plan de estudios de la venerable institución lucía ahora un poco inadecuado a las exigencias de la nueva época.
Todos recuerdan como un rasgo revelador de la psicología francista su negativa a percibir el sueldo de Dictador, que se fue acumulando en las arcas del Estado y a su muerte ascendía a 36.564 pesos fuertes. Ahora bien: fue este sueldo que el Dr. Francia se había negado a percibir, acumulado y añadido al monto de algunas alhajas de su propiedad, lo que cubrió los gastos primeros de la enseñanza bajo Don Carlos Antonio. "Las temporalidades del Seminario fueron devueltas a este Instituto con cargo para el gobierno de cultivar los estudios bajo un plan que pueda formar ciudadanos útiles a la Religión y al Estado. El propósito del Congreso era que se fundara un Colegio Nacional y no simplemente un Seminario", dice el Dr. Cardozo. De los sueldos del Dictador fueron aplicados al proyectado colegio 12.000 pesos. La venerable maestra Petrona Regalada recibió 400.
Y así fue como, el 30 de noviembre de 1841, el Segundo Consulado presidido por Don Carlos Antonio creó, con dotación de los fondos del Seminario San Carlos, la Academia Literaria, institución que marca fecha memorable como punto de partida de nuestras instituciones docentes modernas, y que debía "servir de plantel para el Colegio que se va a establecer en esta ciudad". Abarcaba el programa estudios de Latinidad, Idioma Castellano y Bellas Letras, Filosofía Racional (que incluía Lógica, Metafísica, Etica General y Particular, Física General y Particular), Teología Dogmática (Historia Sagrada y Cronología, Teología Moral, Historia Eclesiástica y Oratoria Sagrada). En 1843 se le incorporó la Cátedra de Filosofía. Esta Academia obedecía a riguroso reglamento y admitía alumnos externos e internos. El catedrático de Idioma Castellano y Bellas Letras tenía entre sus obligaciones la de dar una conferencia se semanal sobre los Derechos y Deberes del Hombre. Para este efecto y con el título mencionado, se redactó un manual en el cual entre otras cosas se decía lo siguiente:
"El sistema republicano es el resultado de las virtudes civiles y de las luces. Jóvenes, el tiempo es nuestro: no tenemos tiranos que nos aflijan ni privilegios con qué luchar, ni clases que destruir; puede entonces la ilustración conducirnos con gloria a los brazos de la prosperidad".
En el manual mencionado se tratan las siguientes materias: De las leyes; Consentimiento general de las leyes; Gobierno; Igualdad civil; Libertad civil; Propiedad; Habeas Corpus.
Con el objeto de reclutar alumnos para el Colegio se pasó orden a las autoridades del interior para que persuadiesen a los padres de familia de los beneficios de la enseñanza, y de la conveniencia de enviar sus hijos a la capital: los maestros debían señalar los mejores alumnos, lógicamente, los más indicados para aprovechar las nuevas oportunidades de ilustración. El interés despertado entre los padres de familia fue grande, pero se presentaron dificultades, no solamente a causa de la escasez de recursos, sino también porque eran pocos los muchachos con preparación suficiente como para acometer esos estudios superiores (dato por demás elocuente: el comisionado de Villarrica visitó las siete escuelas de la campaña y "no encontró en ellas un solo niño que pudiese leer con mediana propiedad").
La Academia Literaria, vencidas las dificultades principales, comenzó a funcionar el 9 de febrero de 1842, con ciento veintiséis alumnos internos y veintitrés externos. Fue nombrado director el Padre Marco Antonio Maíz, de larga actuación en nuestra historia, pues ya en el Congreso de 1816 se había opuesto a la investidura del poder absoluto por Francia: el resultado había sido catorce años de cárcel. El Padre Maíz había montado por su cuenta una escuela donde se daban lecciones de Castellano, Latín, Aritmética e Historia Sagrada.
La inauguración de la Academia dio lugar a una solemne ceremonia. Don Carlos Antonio pronunció un discurso en el cual dijo que "en ese día quedaban fijados los fundamentos de la felicidad paraguaya". Por su parte, el Director Padre Marco Antonio Maíz manifestó:
"En los fastos de la historia de nuestra República será siempre grande y memorable este día en que se inaugura la Academia Literaria y se abren sus estudios". También se cantó en esa ocasión un himno, en el cual se dice que la Academia.
A los hijos del país paraguayo
de las ciencias las puertas abrió
La Constitución de 1844, reflejo fiel del pensamiento carolino, reafirmó el énfasis puesto por los hechos indicados en las instituciones de cultura pública. Entre las atribuciones del Presidente de la República se estipuló la de promover y fomentar los establecimientos de educación primaria y de ciencias mayores y formar planes generales de educación pública, sometiéndolos a la aprobación de la representación nacional. Además se dispuso que los establecimientos de educación primaria y científicas debían ser costeados por los fondos de la nación, es decir, se consagró el rango de estos como instituciones oficiales. Respecto a la enseñanza privada estipuló que "los establecimientos particulares de educación primaria y los de otras ciencias que en adelante se establezcan en la República sacarán primero licencia del Supremo Gobierno, siendo obligados los preceptores o maestros a presentar el plan de enseñanza y las materias que traten de enseñar, los autores que se propongan seguir; sujetándose en todo a los reglamentos que les diere el Supremo Gobierno Nacional".
Don Carios Antonio comprendió perfectamente desde el principio que la formación del personal especializado en los distintos órdenes técnicos y culturales no podía en forma alguna realizarse dentro del país. Se planteaba, ante tal situación, la alternativa: o importar la totalidad del elemento humano técnico y docente necesario, o buscar la manera en que elementos paraguayos pudiesen adquirir los conocimientos precisos para un desempeño eficaz. La primera línea brindaba la solución inmediata; la segunda, sólo a determinado plazo, aunque indudablemente ofrecía sobre la primera ventajas emanadas de la integración psicológica del docente al medio en que debía actuar. La solución elegida fue ecléctica, por una parte, se hizo venir técnicos, profesores y artistas, para organizar a la mayor brevedad posible los aspectos esenciales de esa estructura cultural y técnica; al propio tiempo se resolvió enviar al extranjero, en cuanto su preparación lo permitiera, un cierto número de jóvenes que allí adquiriesen los conocimientos precisos en diversos aspectos fundamentales. El Congreso de 1844 autorizó al gobierno para costear por el Tesoro Nacional el envío al exterior de los primeros becarios: seis jóvenes de los cuales dos estudiarían Química y Farmacia; dos Dibujo, en todos sus ramos; y dos, Leyes y Derecho Público.
Los becados debían reunir los requisitos necesarios en cuanto a aptitudes y conducta: "si no correspondían a la confianza que en ellos puso la Nación al nombrarlos, debían ser retirados y reemplazados". Una vez terminados sus estudios y al regresar al país sería su deber ocuparse principalmente de la enseñanza de la profesión para la que habían sido becados: el Poder Ejecutivo, al propio tiempo, se creaba el compromiso de establecer y dotar convenientemente esas cátedras. La misma ley autorizó al P. E. a costear también por el Tesoro Nacional la contratación en el extranjero de profesores que enseñasen en el país medicina, cirugía y obstetricia. "Con esta ley – dice el Dr. Efraím Cardozo – se buscaba la formación del personal docente de los establecimientos de enseñanza superior que el gobierno debía fundar de acuerdo a la nueva Constitución". Durante muchos años, sin embargo, la disposición no pudo ser puesta en práctica a causa de la tirantez de las relaciones con el gobierno de Buenos Aires, que dificultaba las relaciones con el exterior; es posible también que en este retraso influyese el hecho de no haber podido ser completada satisfactoriamente la preparación de los eventuales becarios.
En el mensaje de 1844 ratifica Don Carlos Antonio su fe en la educación popular como objetivo básico de gobierno, al decir: "A pesar de las graves atenciones del gobierno, éste no ha separado su vista de la enseñanza de la juventud. La ignorancia de la Nación ha sido siempre el gran fondo de los díscolos y de los ambiciosos. Para combatirla el gobierno atendió a las escuelas primarias en cuanto es posible". Y concluye con una frase que es de por sí todo un símbolo de esa fe progresista: "Las escuelas son los verdaderos monumentos que podemos ofrecer a la libertad nacional". En el mismo mensaje informa al Congreso que está pendiente la institución del Colegio Nacional, ordenada por el Congreso de 1841. En la Academia Literaria funcionaban ya las cátedras necesarias para incrementar la instrucción pública y darle sólida base. El Colegio sería a modo de la coronación de esta labor académica: él entraría a funcionar una vez que la cultura literaria se hallase más estabitizada y generalizada.
Este año 1844, inicial del gobierno presidencial de Don Carlos Antonio, que fue también el de la consagración del primer Obispo paraguayo, vio también el retorno de los jesuitas después de 77 años de su expulsión. Llegaban los Padres al Paraguay, expulsados de la Argentina por Rosas. Eran los Padres Anastasio José Calvo, Fidel Vicente López, Manuel Marcos y Bernardo Parés que fundaron bajo la dirección del último un Colegio, el primero de enseñanza secundaria propiamente dicha en nuestro medio, denominado Instituto de Moral Universal y Matemáticas. Uno de sus alumnos fue Francisco Solano López, el hijo mayor de Don Carlos Antonio, que había sido también uno de los primeros inscriptos en la Academia Literaria. Pero el Colegio no tuvo larga vida. El Padre Parés se intitulaba Rector del Colegio. Este título despertó las suspicacias de Don Carlos, que, si por un lado se cuidaba mucho de no ofender el espíritu religioso popular, como lo demuestra su negativa a establecer la libertad de cultos, por otro mantenía enhiesto el espíritu independiente y civil propio de su tradición paraguaya y formación intelectual. Se hizo saber a los Padres que si querían seguir en el Paraguay debían ajustarse al Obispo Diocesano y aceptar cura de parroquias. Colocados así en conflicto entre la obediencia a la Orden y la sumisión a las leyes civiles, los jesuitas optaron por cerrar su instituto y abandonar el país.
El año 1845 volvió al país Juan Andrés Gelly, uno de los pocos sobrevivientes de la época francista. Gelly había abandonado el Paraguay al subir Francia al poder, radicándose en Buenos Aires y en Montevideo, donde ejerció su profesión como doctor en jurisprudencia, y se vinculó con muchas importantes personalidades de la época. Estas circunstancias le permitieron ejercer con altura e idoneidad el papel de colaborador de Don Carlos Antonio, cuando éste, desvanecidas sus primeras suspicacias, lo incorporó a su gobierno. Gelly fue uno de los redactores de El Paraguayo Independiente, director luego de El Semanario. Más tarde fue al Brasil como ministro. Fundó Escuela de Derecho Civil y Político, embrión de la que más tarde sería nuestra Facultad de Derecho. Esta Escuela fue fundada en 1850, fecha en la cual regresó Gelly de Río de Janeiro y comenzaron a converger las circunstancias internas favorables para la iniciación del cumplimiento de los mandatos del Congreso de 1844. Dirigió la escuela el propio Gelly. El primer núcleo de estudiantes lo constituyeron 20 alumnos a los cuales sólo se exigió saber leer, y escribir y contar correctamente. La necesidad de apresurar la formación de profesionales impuso esta limitación, que – por lo demás – se limitó a esta primera promoción, pues para las siguientes se proyectaba exigir estudios preparatorios de Latín, Filosofía Natural y Moral (materias agrupadas bajo el rótulo de Lógica y Etica). Los textos fueron Instituciones del Derecho Real de España, de José María Alvarez, adicionados por el Doctor Dalmacio Vélez Sarsfield y Elementos del Derecho Político del jurisconsulto francés Luis Antonio Macareli. El catedrático debía explicar el texto de las obras haciendo notar en cada caso las alteraciones y variaciones introducidas por la legislación patria "que hacen necesaria la diferencia entre el sistema actual y antiguo colonial", según el reglamento de la escuela. Como ya se ha notado a propósito de otras instituciones, también en ésta se recomendaba al catedrático aprovechar todas las ocasiones de inculcar en el espíritu de los estudiantes "los principios de moral social y los deberes de todo ciudadano para con Dios, su patria, su familia y su gobierno". En esta nueva etapa, ya no se mencionan los derechos. Esta Escuela tuvo efímera vida.
Reelecto presidente en 1854, Don Carlos Antonio en su mensaje recalca su intención de facilitar ampliamente la enseñanza de la juventud en todos sus ramos, ya sea en escuelas o colegios nacionales o en escuelas o academias extranjeras, dentro y fuera de la capital, coadyuvando el gobierno en la parte que convenga y concediendo permiso a los preceptores que más se distingan: "Necesitando la República – dice – del aprendizaje de artes, oficios y fábricas de todos los géneros, los maestros de todas estas profesiones serán generalmente protegidos por el gobierno; hasta serán indemnizados de sus costos de viaje a la República". Añade el mensaje de 1854 con franqueza admirable: "La falta de hombres especiales para los distintos destinos y ramas de la administración es completa y prepara para el país gravísimos inconvenientes". El presidente López no olvidaba, como vemos, ni un momento su idea guía y luchaba con su tozudez característica contra las circunstancias adversas que retrasaban el cumplimiento de los objetivos previstos en el mensaje de 1844, o sea diez años atrás.
Uno de los obstáculos principales, el bloqueo del país, había sido por fin totalmente eliminado, y la libre navegación del río abrió nuevas perspectivas esperanzadoras a la actualización. Es ahora, en su nuevo término presidencial, cuando la contratación de personal extranjero se extiende a todos los ramos técnicos y profesionales, como luego veremos. En 1852 había sido ya fundada una Escuela de Matemáticas, dirigida por un profesor, Miguel Rojas. Esta Escuela, de carácter preparatorio, funcionaba en Zevallos-cué con alumnos seleccionados en el medio asunceno. Al año siguiente llegó al Paraguay el profesor francés Pedro Dupuis o Dupuy, bachiller en ciencias matemáticas, egresado de la Escuela Normal de Versalles, que desde 1850 enseñaba su especialidad en Buenos Aires. Por decreto del 1º de octubre de 1853 fue creada la Escuela de Matemáticas que inició su funcionamiento bajo la dirección del nombrado profesor Dupuis. El plan de estudios abarcaba dos años y las materias en matemáticas, sistema decimal, elementos de geometría, dibujo geométrico en el primer año; en el segundo geometría, agrimensura, álgebra, aplicaciones del álgebra en la geometría. El catedrático según el reglamento "tenía que enseñar todas las materias y además aprovechar toda ocasión para inculcar en el espíritu de los estudiantes los principios de moral social y de los deberes de todo ciudadano para con Dios, para con su Patria, su familia y su gobierno". La matricula inicial reunió 51 alumnos seleccionados entre los procedentes de las clases previas dirigidas por Miguel Rojas: con loable modestia, éste mismo pasó a figurar entre los alumnos de Dupuis. En el número se contaban alumnos aventajados de las escuelas de distrito, para lo cual los jueces de paz recibieron orden de abrir matrículas en sus distritos respectivos. Esta escuela funcionó hasta 1855, año en el cual se fundó la Escuela Normal cuya organización y dirección fueron confiadas a Ildefonso Antonio Bermejo.
Bermejo era un escritor español que desde muy joven había participado en as luchas políticas que por entonces enconaban el ambiente de su país. A consecuencia de ello había tenido que salir de su patria en 1846, y se había establecido en la capital francesa donde Francisco Solano López lo conoció, trabó amistad con él y le invitó a viajar al Paraguay para colaborar, contratado, en los planes culturales del gobierno.
La llegada de Bermejo abre realmente un nuevo capítulo en el proceso cultural paraguayo. Sus actividades se iniciaron, apenas llegado, con la fundación de la ya nombrada Escuela Normal cuya matrícula se nutrió con alumnos seleccionados de la Escuela de Matemática y otros establecimientos educacionales. El objetivo de la Escuela Normal no era, como pudiera pensarse, formar docentes, sino simplemente preparar a los alumnos para el ingreso en otro instituto de enseñanza superior, de fundación ya prevista. Venía a ser esta Escuela Normal a manera de un curso preparatorio. Los alumnos de Dupuis se vieron obligados a recomenzar sus estudios y volver sobre los rudimentos de ciencias y letras que creían ya haber superado; ello, parece, molestó a algunos. Hubo casos de insubordinación entre los alumnos pertenecientes a las familias más distinguidas de Asunción y de la campaña: Don Carlos enroló en la Marina a los diez jóvenes más recalcitrantes y todo parece haber parado ahí. La Escuela Normal prosiguió funcionando sin más tropiezo hasta principio de 1856, fecha en la cual, y tras un examen solemne realizado en el atrio de la Catedral, los estudiantes aprobados pasaron a formar el alumnado de la prevista Aula de Filosofía. Esta Aula de Filosofía fue el principal y más duradero establecimiento cultural del país en la época de Don Carlos.
El Aula de Filosofía funcionó así mismo bajo la dirección de Bermejo, con cuarenta y nueve alumnos. En ese número figuraban los más adelantados de la Escuela Normal y además los más sobresalientes de la Escuela de Latinidad a cargo del Padre Maíz y de Bernardo Ortellado, establecida en el antiguo edificio del Seminario. El plan de estudios comprendía Gramática castellana particular y general, Historia Sagrada y profana en toda su extensión, Cosmografía, Geometría, Literatura, Moral, Moral y Teodicea, Catecismo político, Derecho civil, Francés y Composición literaria.
El primer examen que rindieron los alumnos del Aula fue público y tuvo lugar en el Teatro Nacional, en cuyo escenario se hallaba instalada la mesa examinadora. Presidía ésta el Presidente López luciendo su uniforme de capitán general, el Obispo Diocesano, ministros y personajes importantes. Los alumnos ocupaban los asientos de la platea. "Los alumnos del Aula de Filosofía dice uno de los alumnos de entonces, el después coronel Juan Crisóstomo Centurión – dieron pruebas de grandes progresos. Estos fueron todavía más notables en el segundo año escolar, demostrando a la vez una contracción incansable por parte del profesor en el desempeño de su delicado e importante cometido". Varios fueron los alumnos que se destacaron en los estudios y formaron el núcleo de una promisora pequeña elite intelectual y literaria. El propio Centurión reconoce el papel de Bermejo como docente al expresar que de sus clases salieron los jóvenes más destacados por su cultura en aquel tiempo. Entre ellos, el más brillante fue Natalicio Talavera, guaireño, que desde el comienzo se hizo notar por su afición en general a los estudios y a los aspectos literarios en particular.
Como hemos visto, en el programa del Aula de Filosofía figuraba el estudio del Catecismo Político. Publicó este texto la Imprenta Nacional en 1855. Contenía las ideas políticas que en el plan de Don Carlos debían inculcarse a la juventud, de manera a ir formando en ésta una conciencia cívica capacitadora. El principio fundamental era: "Después de la idea de Dios y de la humanidad, la de la patria es la más sublime y fecunda en inspiraciones heroicas". He aquí algunos otros principios "indispensables para la felicidad publica", tal y como los conoció y expresó Don Carlos.
– El respeto a la Ley;
– La igualdad legal, o sea "la facultad de ejercer unos mismos derechos y estar sometidos a los mismos deberes";
– La libertad, "según la cual el hombre cumple su destino con la conciencia de lo que le conviene y le perjudica y puede hacer todo lo que no perjudique a los otros y no esté prohibido por la ley";
– La libertad política "como la facultad que tienen los hombres de concurrir de algún modo por sí o por sus representantes al gobierno de la República a que pertenece";
– La libertad de imprenta "como el derecho que tienen todos los ciudadanos de emitir y publicar sus ideas sin previa censura pero bajo su responsabilidad y con las restricciones impuestos por las leyes";
– El gobierno republicano "como aquel en que el pueblo todo bajo ciertas reglas, condiciones y leyes fundamentales ejerce por si la potestad legislativa y confiere la ejecutiva judicial a personas que el pueblo mismo elige por tiempo determinado".
El catecismo termina diciendo que los pueblos y los individuos deben dedicarse "a promover las artes y las ciencias, a recoger los frutos del honesto trabajo, a enmendar sus propios defectos mirando la ajena prosperidad con la honrosa emulación que sirve de estimulo a la virtud".
En el año 1858, el Aula de Filosofía dio sus primeros frutos en los alumnos en esa fecha elegidos para becas al exterior. Entre los 16 becarios figuraron también alumnos de otros establecimientos de la capital y del interior. Cinco fueron destinados a estudios humanísticos: Cándido Bareiro, Juan Crisóstomo Centurión, Gaspar López, Andrés Maciel y Jerónimo Pérez. Digamos de paso que Gaspar López y Andrés Maciel figuraron en el elenco primero de Bermejo y actuaron luego en obras diversas. Los restantes fueron a seguir estudios de mecánica para poder a su regreso actuar eficazmente en el ferrocarril, los astilleros, la marina y los arsenales. Un poco más tarde fueron becados Aurelio García y Saturio Ríos para seguir estudios artísticos. No fue incluido entre los becados el joven Talavera, a pesar de su descollante actuación en las incipientes letras nacionales. El gobierno sólo becaba a los estudiantes pobres; las familias acomodadas debían costear ellas mismas los estudios de sus hijos. Talavera pertenecía a una familia acaudalada, la cual por su parte no parece haber pensado en proporcionar al joven esa oportunidad, y es lástima.
Como se ha visto, el proceso por el cual durante esta época se fundan instituciones docentes de vida más o menos limitada responde a un criterio de emergencia en la formación de elites: ciertas escuelas o institutos fueron de carácter provisional o quizá experimental, como paso a otras más adecuadas a las necesidades de esa formación.
En los últimos años de su gobierno prosiguió Don Carlos su tarea fundadora sobre los cimientos tan inteligentemente echados. De 1859 data la fundación del Seminario Conciliar, institución que hasta entonces parece haber encontrado obstáculos en la actitud del Obispo Basilio López. De este Seminario salieron los sacerdotes que en la nueva etapa mantuvieron la dignidad y prestigio intelectual y moral del clero nacional, entre ellos el que debía ser nuestro primer Arzobispo, Juan Sinforiano Bogarín. En 1861 fundó Don Carlos el Curso de Medicina, embrión de nuestra prestigiosa Facultad de Medicina, para cuyas cátedras encontró personal idóneo en los profesionales médicos contratados. Al frente de este curso se hallaban los médicos Stewart y Banks y el farmacéutico Masterman.
La enseñanza femenina, que por entonces, como sabemos, no rebasaba el nivel primario, siguió siendo atendida por la iniciativa privada; la enseñanza de varones en estas etapas iniciales vio aumentados sus establecimientos: en 1860 funcionaba una escuela para varones en cada una de las parroquias. El gobierno favorecía toda iniciativa docente y fueron numerosos los extranjeros que en esa época se dedicaron a la enseñanza en diversos ramos, inclusive el artístico. Ya en 1853 funcionó la primera clase privada de piano cuya profesora fue Anne Monnier, esposa de Pierre Dupuy. Desde su llegada al país otro francés Sauvageod de Dupuis, asumió la tarea de adiestrar a los miembros de las bandas militares, de las cuales llegó a haber cuatro.
También se dieron en esa época clases particulares de francés y hasta de otros idiomas. Por lo demás es sabido que en aquella fecha había en Asunción librerías que vendían novelas francesas; lo cual habla bien de la difusión que ese idioma había alcanzado en ciertos sectores de nuestra sociedad. A la capital llegaban con profusión relativa libros de sociología filosofía, historia, política; aunque no era permitida su discusión pública, no cabe duda del papel que esta oportunidad desempeñó en la actualización, lenta pero efectiva, del pensamiento de las nuevas elites.

IMPRENTA. PRENSA. BIBLIOGRAFIA
Con los hechos culturales de la nueva etapa coincide la aparición del primer órgano paraguayo de publicidad: Repertorio Nacional. Fue un periódico de pequeño formato, pero bien impreso y del cual salieron durante el año 1842 treinta y dos fascículos o ediciones, es decir, que salía cada diez días más o menos. Estaba destinado exclusivamente a la compilación y difusión de las disposiciones oficiales. Lo sustituyo, con ampliaciones en forma y contenido, en 1845, El Paraguayo Independiente, cuya misión, anticipada por el título, fue la defensa de los derechos del Paraguay ante las pretensiones argentinas. Se publicaron 118 números. Este periódico desapareció el 18 de setiembre de 1852. Lo sustituyó en 1853 El Semanario, órgano que dio ya cabida a algo más que disposiciones y decretos oficiales, aunque como es natural esto seguía siendo la parte fundamental del periódico. El Semanario incluyó folletines, narraciones, comentarios. En sus páginas se publicaron, de pluma de Bermejo, las primeras crónicas de arte y critica de teatro en las letras nacionales. Junto con El Semanario, apareció por breve espacio, El Eco del Paraguay, dirigido por Bermejo, primero y efímero conato del periodismo independiente.
En 1860, bajo la dirección de Bermejo, apareció La Aurora, revista de cuarenta páginas, órgano del Aula de Filosofía que publicó traducciones, comentarios, ensayos y poemas de los alumnos de dicha institución y del propio Bermejo. Esta revista duró sólo un año y en ella aparecieron los primeros ensayos de técnica litográfica en el país.
En efecto, en 1854 había llegado al país Carlos Riviere, francés que instaló una litografía y ofreció enseñar a seis jóvenes que lo desearan, dibujo y arte litográfico.
La primera imprenta paraguaya, como es sabido, funcionó en Misiones, pero sirvió exclusivamente las finalidades catequistico-culturales misioneras. La colonia poseyó, desde el principio del siglo XVIII, su pequeña imprenta manual, en la cual se tiraban bandos y otras disposiciones. Pero no parece haber existido nada que se pareciera a una Imprenta Nacional propiamente dicha, hasta 1844, fecha en la cual el mensaje presidencial alude al próximo establecimiento de una imprenta costeada por el gobierno para su servicio. Esta imprenta – según parece – se adquirió en el Brasil. Su primer trabajo fue la impresión del acta de reconocimiento de la Independencia nacional por el Imperio, el 14 de setiembre de 1844. En esa misma imprenta se realizó el tiraje de El Paraguayo Independiente primero; de El Eco del Paraguay y El Semanario luego, de la revista La Aurora y diversos libros como: La Argentina de Rui Diaz de Guzmán, 1845; Discusión Territorial y de la Independencia Nacional 1850; Curso del Arte y de la Historia Militar por Jacquinot de Presle, 1850; Catecismo de los Deberes Domésticos de las Madres de Familia y de las que aspiran a serlo, de Pura J. de Bermejo; Catecismo Político, 1855; Gramática de la Lengua Castellana, de la Real Academia Española; Un Paraguayo Leal, de Idelfonso Bermejo; Una llave y un sombrero de Idelfonso Bermejo, 1858; La Iglesia Católica en América, del mismo Bermejo, 1862.
Además, un gran número de textos para escuelas, mensajes, proclamas, edictos, almanaques, catecismos, carteles y volantes para las funciones de teatro, etc.
Naturalmente que la imprenta no permaneció la misma a través de los años: experimentó cambios en su material, maquinaria y local; este último fue objeto de mucha atención en los últimos años del gobierno de Don Carlos bajo la inspiración de Francisco Solano López, quien hizo edificar un local ad hoc que pudiese recibir no sólo la imprenta tal como entonces funcionaba, sino también las futuras mejoras, "y que puede servir de modelo a cualquier otra que se plantee en el país". En 1854, como ya se dijo, llega al país el francés Riviere trayendo la litografía de la cual se hizo al principio poco uso, al menos en lo que se refiere a la prensa, aunque es posible que se haya utilizado en volantes y otros trabajos menores. Sus primeras manifestaciones dignas de interés aparecen en La Aurora, y luego en algún otro órgano de prensa en tiempos posteriores.
El primer libro de autor paraguayo escrito y publicado en la época independiente fue El Paraguay, lo que fue, lo que es y lo que será, de Juan Andrés Gelly, cuyas primeras ediciones en francés y en portugués aparecieron en Río de Janeiro en 1848. La edición en español realizada en París data de 1849. En 1851 apareció en París otra edición en francés. La obra destinada a defender el gobierno de Don Carlos contra las criticas al mismo aparecidas en el exterior, hace resaltar el contraste entre la situación del Paraguay al aparecer el libro y durante la dictadura de Francia, la cual el autor somete a severo juicio.

LOS PRIMEROS CONTACTOS INTELECTUALES
Una de las primeras consecuencias de la apertura de fronteras fue que el Paraguay reanudó contacto intelectual con el mundo a través de las visitas de sabios y escritores. Como se recordará, el país había recibido ya muchos de esos viajeros en la segunda mitad del siglo XVIII y aún durante el régimen de Francia lo habían visitado algunas personalidades ilustres, bien que casi siempre acogidas con desconfianza, como sucedió con Aimé Bompland, el enamorado del Paraguay.
La curiosidad que despertaba una nación que abría sus puertas al mundo tras tan largo encerramiento, la lógica ansiedad empresaria visando a un país lleno de posibilidades, atrajeron a estudiosos, historiadores, economistas, geógrafos, naturalistas, cuya visita era casi siempre por tiempo limitado, pero que a veces se convertía en definitiva residencia como en el caso del naturalista sueco Munck.
Entre los visitantes de la nueva época, los principales fueron Demersay, autor de varias obras sobre el país, interesantes – sobre todo algunas – por su documentación gráfica importantísima para la reconstrucción o reconstitución de edificios, paisajes, costumbres, vestidos de la época; Alfred du Graty, autor de libros de información histórica y geográfica; y el citado Eberhard Munck af Rosenschold, egresado de la Facultad de Lund, que obtuvo en 1844 permiso del gobierno para radicarse en el Paraguay. Fijó su residencia en la Cordillera, en un establecimiento ganadero de Don Juan Bautista Rivarola, y recorrió el país formando colecciones de pájaros, insectos, plantas y maderas con destino a los Museos de su patria. Se naturalizó paraguayo, se convirtió al catolicismo y murió trágicamente en Asunción en 1869. Sus Cartas sobre el Paraguay fueron publicadas en Estocolmo en 1955.
Por entonces también se produce la visita del escritor y viajero chileno Presbítero Doctor José I. B. de Eizaguirre, fundador en Roma del Colegio Pío Latino para formar sacerdotes hispanoamericanos. Trayendo credenciales del Papa Pío IX llegó a Asunción para gestionar el envío a Roma de jóvenes paraguayos que estudiasen en aquel establecimiento. El Presidente López sugirió la conveniencia de que el Seminario se estableciera en alguna de las repúblicas sudamericanas, "para que sus enseñanzas no se divorcien del espíritu de libertad democrática que en ella se respira; mientras que en Roma no podrían sustraerse a la teología intransigente del ultramontanismo que pugna con el derecho público moderno de estos pueblos". El Presbítero Eizaguirre se fue mal impresionado y, años más tarde, aludió a este episodio en un libro cuyos conceptos refutó, por encargo de Don Carlos, Ildefonso Bermejo en su obra La Iglesia Católica en América, publicada por la Nacional en 1862.

TECNICOS Y PROFESIONALES CONTRATADOS
Cumpliendo la misión diplomática que le confió su padre (agradecer a las potencias el reconocimiento de nuestra independencia) se trasladó a Francia en 1853 Francisco Solano López, llevando a Juan Andrés Gelly como secretario. La misión estrictamente diplomática mencionada era sólo una parte de las confiadas a Solano López. Este debía además contratar profesionales, artistas y técnicos a quienes confiar la organización de las incipientes industrias y servicios colectivos, sin olvidar los peritos mecánicos, indispensables mientras el personal nacional no adquiriese la necesaria idoneidad. Estos profesionales – arquitectos, profesores, artistas, médicos, ingenieros, mecánicos, técnicos industriales – pertenecieron a las más diversas nacionalidades. Los hubo ingleses como Moynihan, Taylor, Thompson, Whitehead, Morice, Nesbitt, Paddison, Barton, Masterman, Stewart, Banks; franceses como Pierre Dupuis y F. Sauvageod de Dupuis; italianos como Ravizza, Antonini, Parodi; alemanes como Treuenfeld y hasta austríacos como Wisner de Morgenstein.
Los hombres de comercio e industria llegaron al principio muy espaciadamente: Don Carlos no se mostraba muy propicio a entregar la dirección de la economía nacional en manos extranjeras, como lo muestra el caso de Hopkins. Los técnicos contratados por Don Carlos al establecerse con sus familias aportaron nuevos y valiosos elementos a la formación de la cultura como luego se verá.

TEATRO
Uno de los aspectos que Don Carlos Antonio tuvo especialmente presente al organizar los elementos culturales en la nueva época fue el teatro. En este terreno como ya en otro fue Bermejo el instrumento elegido. El profesor español – esto se ha repetido más de una vez ya – no era una lumbrera, pero poseía las cualidades necesarias para la tarea. Un exceso de personalidad le habría perjudicado, haciéndole reivindicar una independencia mayor en la acción: tal como era, su capacidad y sus cualidades se adaptaron admirablemente a las necesidades del instante cultural. La forma en que se desenvolvieron los planes teatrales revelan una visión de conjunto de los problemas, tanto como de los medios, clara y exacta: la visión de alguien familiarizado con los problemas específicos de la cultura teatral. Nada fue olvidado en ese plan inicial para la formación de una cultura escénica; todos los instrumentos del método y de las necesidades planteadas por un desarrollo progresivo.
La tarea comenzó formando el elenco necesario para poner en escena un repertorio y tomar contacto con el público. La crónica conservó los nombres de los actores, miembros del que podemos considerar nuestro primer elenco oficial: Andrés Maciel, Gaspar López, V. Zárate, N. Sánchez "y dos señoritas de familia mediana". El público capitalino era tabla rasa en lo que al teatro respecta, pero ávido de experiencias en éste como en otros niveles culturales, y encontraba en esa misma ingenuidad las posibilidades de una formación a la cual no opondrían obstáculos los vicios que consigo traen los preconceptos o el deterioro del gusto a través de frecuentaciones subalternas. Que Bermejo trabajó pronto y bien lo demuestra el testimonio de Héctor Varela que en ese mismo año de 1855 asistió a la representación de una zarzuela por el elenco de Bermejo. El plan prosiguió sus etapas siempre sobre la base del desenvolvimiento racional y lógico de los elementos necesarios a la estructuración de un teatro nacional. A la formación del elenco debía acompañar la habilitación de un local adecuado; éste fue el llamado Teatro Nacional, edificio sin duda modesto y desprovisto de muchos de los elementos que dan categoría a un local de esa denominación, pero que sirvió a las necesidades primeras de la incipiente escena durante los años que siguieron, y con sucesivas refacciones, nada menos que hasta 1888. Según parece, fue Bermejo el autor de los planos para este edificio, y llegó inclusive a tomar parte de la misma construcción, no sólo como director de las obras sino hasta como albañil. Tales eran los tiempos que requerían la movilización de todas las aptitudes y capacidades de trabajo en los individuos. Fue Bermejo – junto con su señora – el autor de los decorados y el vestuario; y es de presumir que fuera también quien enseñara caracterización, siquiera elemental, a los actores.
Después de los actores y del escenario, vinieron las obras. Aquí fue también Bermejo el iniciador. A su pluma se deben las dos primeras obras escritas o por lo menos refundidas, en el país, en la nueva época: en una de ellas, Un Paraguayo Leal, se intentó inclusive lo que por muchos años después no se intentaría: introducir personajes del medio hablando su propio idioma. Con razón pudo Bermejo en el discurso previo a la representación de Un Paraguayo Leal decir que "abría las puertas al teatro nacional".
Pero estas obras de Bermejo no las estrenó el elenco por él dirigido. Los actores de este elenco habían llegado en su carrera modesta, aunque de enorme valor precursor, a la etapa en la cual les era seguramente imposible seguir superándose sin el concurso de experiencias más diversificadas. Este cotejo era indispensable no sólo para los actores sino para el público mismo que necesitaba madurar en base a experiencias más amplias. Llegaba el momento de traer compañías del exterior. El año 1858 visitaba Asunción la primera compañía, la Española de García Barreda, cuya actuación fue un gran éxito, ya que permaneció en la capital sus buenos seis meses. A este conjunto siguieron otros con menos éxito que la primera. Los actores de Bermejo se habían sumado desde el comienzo a los elencos visitantes: esta fue una de las cláusulas del contrato en vista seguramente al aprendizaje útil para dichos actores. Y fue esta compañía la que estrenó las dos mencionadas obras de Bermejo (setiembre y diciembre de 1858, respectivamente). A partir de entonces, y hasta 1864, la visita de compañías teatrales instala cierta regularidad. Un conjunto llegado en 1859 debía estrenar una Tercera obra de Bermejo, La Ley de Represalia, que no subió a las tablas porque un viaje de Bermejo a Buenos Aires, acompañando al General López, interrumpió los ensayos.
Al mismo tiempo que iniciaba el contacto teatral con el exterior, Don Carlos disponía la construcción de un teatro más a tono con el rango capitalino, cuyo plano según parece fue diseñado por Ravizza sobre el del Scala de Milán, y que habría sido el más moderno y amplio de Sudamérica en ese tiempo. Las obras de este teatro se suspendieron en 1863, pocos meses después de la muerte de Don Carlos, y ya no se reanudaron.

ARTES PLASTICAS
No son muchos los vestigios que nos han quedado acerca de la vida artística en los años previos al gobierno carolino. Es de suponer que el ambiente en esa época no favoreció mucho estas expresiones, y sólo podríamos anotar tal cual copia de tal cual cuadro realizado localmente con más buena voluntad que técnica o inspiración. Al abrirse el nuevo periodo, el ambiente se hizo sin duda más propicio, pero también es evidente que no podían improvisarse hombres ni obra en este terreno, ni más ni menos que en cualquier otro. Durante esos años es posible que visitase el país algún artista, al cual el paso desde la vecina Corrientes resultaba ya fácil; un retrato de la hermana del que fue Vicario General de 1840 a 1842, José Vicente de Orué (esta señora, María Encarnación Orué, había contraído matrimonio con un inglés, David Spalding), aparece realizado antes de 1855 por el pintor francés Fontaineau. Aunque no tenernos noticia concreta de la visita de este artista al Paraguay, es un dato interesante. También habla Bermejo en su libro sobre el Paraguay de retratos del Presidente, poco satisfactorios artísticamente hablando, realizados antes de 1855. Pero es evidente que la enseñanza y estímulo de las artes plásticas se planteó un poco más tarde que otros aspectos culturales y como coronación del proceso de estabilización y generalización de la educación pública. A este propósito respondieron varias iniciativas privadas que el gobierno apoyó o reconoció.
Fue una la institución de una academia de diseño, dirigida por Alejandro Ravizza, que recibió sueldo del Estado. Ravizza, de cuya capacidad como arquitecto han quedado buenos testimonios, era excelente dibujante – sus caballos en el Centinela lo acreditan – y también pintor, de paisajes por lo menos: una noticia de El Semanario informa de un paisaje por él pintado para ornato del salón del Club Nacional en ocasión de un homenaje al Presidente, se trataría, en rigor, del primer cuadro de paisaje pintado en el país de que se tenga noticia. En esta academia recibieron seguramente sus primeras lecciones de diseño Saturio Ríos y Aurelio García, precursores de nuestras artes plásticas.
El primer pintor visitante del cual tenemos noticia concreta fue Félix Rossetti, que visitó el país en 1859, y que realizó la que podemos llamar primera exposición, individual por cierto, de pintura en el país, pintando además retratos y cuadros diversos por encargo. Esta exposición dio lugar también a la primera crónica sobre pintura aparecida en el país, crónica en la cual Bermejo inicia, aunque precariamente, la crítica artística en el Paraguay. Los dos artistas paraguayos mencionados viajaron al exterior. Aurelio García viajó en 1859 (salió del país en el mismo barco que Rossetti), parece haber estudiado en París hasta 1863, fecha en que regresa al Paraguay. Vuelve a salir pocas semanas después, y regresa pronto, ya que un retrato del Mariscal, muy conocido, lleva su firma en 1865. Saturio Ríos no parece haber viajado a Europa: al menos no tenemos datos fehacientes de ello; pero sí a Río de Janeiro, donde permaneció varios años. Que sepamos, ninguno de los dos tuvo oportunidad de desenvolver actividades en el Paraguay antes de la muerte de Don Carlos.
Algún papel también hemos de asignar en la formación de ambiente para estas actividades a la clase o academia en la cual Don Carlos Riviere enseñó dibujo y técnica litográfica.

EMBELLECIMIENTO EDILICIO
Al propio tiempo que otras empresas culturales, iniciaba Don Carlos el plan de embellecimiento urbano que en poco tiempo cambió totalmente la faz de la ciudad. Este plan fue secundado ampliamente por la iniciativa privada. En efecto, fueron numerosas las familias que desde los primeros años, y en cuanto la mejora de la situación económica lo permitió, emprendieron la reforma o la reconstrucción de sus residencias. En este aspecto, como en otros, gravitó la influencia del ejemplo que, introduciendo nuevas formas de vida, ejercieron los miembros de la familia de Don Carlos, especialmente Francisco Solano López. Las residencias de los hermanos López dieron modelo en su tiempo, marcando época; y, hasta hoy, edificios como el Hotel Colonial (casa de Benigno López), el Hotel Asunción Palace (casa de Venancio López), Ateneo Paraguayo (casa de Barrios, esposo de Inocencia López) forman el fondo tradicional urbano que da dignidad señorial a nuestra capital, ya que los edificios de épocas previas – muy escasos por otra parte – han ido desapareciendo todos, menos uno o dos. Los nuevos edificios en general, aunque conservaron casi siempre el patio interior, se distinguieron por materiales más permanentes – ladrillo cocido o piedra – y la sustitución de las rejas de madera por las de hierro. Algunas casas conservaron los corredores al exterior: en estos casos, las columnas de madera fueron sustituidas por otras ochavadas de mampostería. Pero en general esta época marca la aparición de los frentes decorados: los llamados frentes de azotea.
De los primeros tiempos de la presidencia de Don Carlos son los edificios de la Catedral (1845), de la Iglesia de Santísima Trinidad (1855), de la Recoleta (1850) y de la Iglesia de San Roque (1853). Edificios todos ellos sencillos y cuya sobria dignidad traduce el espíritu del tiempo y de la tierra. También se inicia en 1858 la construcción del Teatro nuevo de que se ha hablado.
Iniciativa de Don Carlos es la Estación del Ferrocarril, donde el arquitecto inglés dejó el sello inconfundible de su estilo. En esta empresa urbana tuvo Don Carlos eficaces colaboradores en los arquitectos Alejandro Ravízza, italiano, y Alonso Taylor, inglés.

CULTURA SOCIAL E IDEAS
El núcleo formado por los profesionales contratados y otros viajeros más o menos estables al país en esos años, se hizo sentir intensamente en el medio cultural al cual se incorporó sin esfuerzo dado su nivel social y su espíritu cosmopolita. El hecho de venir muchos de ellos acompañados de sus familias, facilitó su arraigo y proyección. Esos inmigrantes eran portadores de formas de vida más amplias, de necesidades y exigencias materiales e intelectuales más diversificadas. Es asombroso el vuelo que en esos pocos años adquirió la curiosidad y apetencia de aspectos más actualizados, especialmente en lo que respecta a las relaciones sociales. Lo mismo sucedió con los aspectos cotidianos del vivir, la suntuaria, el confort. Los avisos de libros en francés, de clases particulares de idiomas, tanto como las simples listas de comestibles y de vinos ofrecidas por los comercios (listas que épocas posteriores no han superado) dan un índice del crecimiento de esa "necesidad de lo superfluo que constituye uno de los signos de la cultura. Indudablemente que en este aspecto – como en otros – la influencia ejercida por los miembros jóvenes de la familia López y por Elisa Lynch fue decisiva. Fue la familia de Don Carlos desde su alta posición, y Elisa Lynch por la natural emulación que suscitan la belleza y la elegancia, quienes dieron el tono, brindaron módulos de conducta, introdujeron modas. Y aunque no cabe duda de que el espíritu tradicional austero seguía reinando en muchos hogares paraguayos de los de rancia cepa, las nuevas formas de vida no dejaron de imponerse a la larga en esta sociedad durante tanto tiempo sometida al régimen de la austeridad, ansiosa de respirar a pulmón pleno nuevos aires vitales.
Paralelamente a la transformación de los módulos de vida social se iban operando otras, lentas, pero también irreversibles, en los espíritus, en lo que se refiere a la ideas intelectuales, la visión del mundo. La unilateral lectura de El Semanario y algún otro órgano de prensa de la época no puede en manera alguna dar el índice del proceso intelectual liberador que durante esos años se iba gestando, a medida que la apertura cultural se acentuaba. Este proceso liberador operó a través de un doble cauce. Uno, representado por esas mismas elites intelectuales y profesionales, portadoras de las ideas vigentes en la Europa de su tiempo, y que constituyeron el núcleo colaborador de Don Carlos, primero, y luego de Francisco Solano López. Otro tuvo por instrumento a los paraguayos que viajaron al exterior, ya sea al Plata o a Europa, por su propia cuenta, o bien como becarios. Estos aportes actuaron indudablemente en forma lenta y más bien privadamente dadas las restricciones que la libre emisión de ideas experimentó en esa época. Ellos operaron sobre una conciencia de fuerte base tradicional en cuya profundidad, y a pesar de todas vicisitudes históricas, palpitaba la antigua apetencia de libertad característica del paraguayo colonial, y que halló su vértice en la gesta comunera. Aquí y allá, como en las Memorias del coronel Centurión, hallamos breves datos, rasgos que nos permiten reconstruir siquiera precariamente ese proceso reviviscente del espíritu liberal, que tiene sus puntos perceptibles en las sordas disidencias o disconformidades de los años finales del gobierno de Don Carlos, disconformidades que se hacen más aparentes al comienzo mismo del gobierno de su hijo. Hay razones para creer que la ascensión progresiva a un status democrático se hallaba implícita o prevista en los planes de Don Carlos: la creación de una conciencia ciudadana capaz de gobierno era el término de su sueño de docente de una nación. Por motivos cuyo estudio no pertenece a un trabajo de esta naturaleza, ese proceso no pudo desarrollarse normalmente.

CULTURA LITERARIA
Como un resultado de todo lo expuesto hasta ahora, vemos aparecer hacia 1860 la primera promoción paraguaya de relieves literarios, ya mencionada al referimos al Aula de Filosofía; promoción a la cual podríamos dar el nombre de la revista que recogió sus primeros ensayos: La Aurora. Maestro y guía de esta promoción como hemos visto fue Ildefonso Bermejo. De éste recibieron esos jóvenes directivas o por lo menos elementos formativos, a través de una frecuentación literaria en la cual el neoclasicismo abría con cierta resistencia paso a las formas románticas. Moratin, Jovellanos y otros autores españoles y franceses del XVIII figuraron entre las primeras lecturas de esta juventud, que no tardó en tomar contacto con otros autores llegados al país por cauce distinto del de Bermejo. De entre esos jóvenes el de más decidida inclinación a la literatura parece haber sido Natalicio Talavera, al cual podemos considerar como el primer auténtico poeta paraguayo, y también como nuestro primer romántico. De él quedan poesías publicadas en El Semanario y en Cabichuí. Fue también nuestro primer corresponsal de guerra. Murió a los 28 años en Paso Pucú.
Coetáneos de Talavera fueron otros cuyos nombres aparecen también en La Aurora, como Gaspar López, Andrés Maciel, Jerónimo Pérez, etc., pero cuyas preocupaciones fueron hacia disciplinas menos literarias. En esa revista ha quedado testimonio de la primera poetisa, Marcelina Aimeida.
Al propio tiempo que se gesta en el interior la promoción de La Aurora, surge fuera del país en circunstancias distintas y más amplias desde el punto de vista de la formulación ideológica, otra promoción, la de los jóvenes que, como Juan Silvano Godoy, los hermanos Decoud, etc., intervendrán en el proceso cultural, especialmente en el periodismo, en años venideros.
De esta época es la que podría considerarse obra primigenia en la narrativa paraguaya: la novela o mejor relato, Prima noche de un padre de familia, obra del Deán Bogado según unos y de un señor Barrios según otros, publicado en El Semanario. En este mismo periódico publicó Natalicio Talavera la traducción de Graziella de Lamartine. Aunque la lista de libros publicados por la Imprenta Nacional durante esos años es relativamente extensa, en ella los de tema literario son en número mínimo: si exceptuamos las dos obras de Ildefonso Bermejo: Una llave y un sombrero y Un paraguayo leal, publicadas ambas por dicha imprenta, ninguna otra obra de literatura de ficción apareció como volumen independiente durante esos años.

RESUMEN
En la segunda mitad de 1862, y antes de haber podido coronar su obra culturalmente liberadora, fallece Don Carlos. Ya en los últimos tiempos y conforme se ha visto, colabora en ciertos aspectos de sus tareas organizadoras el entonces General Francisco Solano López. Al ascender éste a la Presidencia en octubre de ese año, encuentra el país encaminado sólidamente hacia una contemporaneidad omnilateral: en marcha la enseñanza como la industria, echadas las bases del comercio como del teatro y las artes plásticas. Marina mercante como ferrocarril, arsenales, fundiciones, imprenta, urbanismo, daban fe de un adelanto material que hallaba su paralela en la preocupación por los valores del espíritu a través de las actividades literarias y artísticas, y sobre todo, de la organización de la enseñanza. La parte más larga y difícil de la resurrección cultural estaba realizada: la faz inicial. El Paraguay había entrado en forma racionalmente organizada en la vía del progreso material y espiritual.
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Fuente: OBRAS COMPLETAS - VOLUMEN I. HISTORIA CULTURAL - LA CULTURA PARAGUAYA Y EL LIBRO. Autora: JOSEFINA PLÁ -© Josefina Pla © ICI (Instituto de Cooperación Iberoamericana) - RP ediciones Eduardo Víctor Haedo 427. Asunción - Paraguay. Edición al cuidado de: Miguel A. Fernández y Juan Francisco Sánchez. Composición y armado: Aguilar y Céspedes Asociación Tirada: 750 ejemplares Hecho el depósito que marca la ley EDICIÓN DIGITAL: BIBLIOTECA VIRTUAL DEL PARAGUAY
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