(Enlace a datos biográficos y obras
en la GALERÍA DE LETRAS del
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ELEGÍA PARA EL JINETE AUSENTE
Le sorprendió la muerte entre los pastos altos.
Le puso un pial al potro competidor del viento
y una mañana azul, como un azul cobalto,
le vendó las pupilas y le robó el aliento.
Hoy he pensado mucho en el jinete ausente.
Hermano fue del cedro y del fugaz venado.
Su espíritu en los ojos ardía, transparente,
como un hachón de estrellas en la quietud del prado.
No le negó al trabajo su ración de cansancio,
ni esquivó, solitario, el llamar de la huella.
Hendió la tierra fresca con el arado rancio
y dialogó en el campo con la lejana estrella.
Quiso ser el primero en la labor del surco.
Rica fue su capuera donde el maizal dorado,
el tabacal florido y el mandiocal bifurco
alzaban hacia el cielo sus tallos fecundados.
Nunca llamóle el alba. El se le adelantaba.
Cuando la llave de oro abría el horizonte
y un río de color las nubes inundaba,
mi amigo contemplaba al despertar del monte.
A pie, por el sendero -herida de la grama-
arreaba, silbando, su lecherita mansa,
después de haber gustado, al amor de la llama,
el bien amargo mate que el hambrear amansa.
En el trajín campero no tenía rivales,
mi muerto amigo gaucho don Agustín Granada.
Enlazaba al galope, sin errar la lazada,
y era toda una estampa al domar los baguales.
En las carreras sólo el viento le vencía
porque sus pingos bravos no eran pegasos griegos.
Cruzaba por los campos como la luz del día
que deja entre los pastos su rúbrica de fuego.
Tenía un alma noble y un musical instinto.
Muchas noches velamos de su guitarra al son.
En sus labios el canto parecía distinto
y el idioma tenía suavidad de vellón.
El día de su entierro vinieron labradores
a ver cómo su cuerpo devoraba la fosa.
Casi todos traían muchedumbres de flores
en las manos morenas aromadas de rosa.
Y tras ellos seguían, en altivos corceles,
camaradas del viento: los jinetes del llano.
Las coscojas temblaban a la par de los fieles
amigos que llevaban el pañuelo en las manos.
Después que recubrieron la morada de tierra
yo me volví a mi casa que se apoya en la loma.
Pensaba en el paisano que tendría su yerra
en campiñas azules pobladas de palomas.
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EL POEMA DEL LUCERO
Sobre el cercano cerro,
. vestido de negro,
. una luz, apretada a la piedra,
. ha dejado el lucero.
. Despacito, como hilillo
azulado nacido a destiempo,
un gajito de agua
despunta una lanza de guijas
y coge al voleo
la moneda de plata bruñida
que le arroja el lucero.
En la frente de un árbol
-el lapacho que ha encendido, de nuevo,
el candil de su bello misterio-
una aguja de luz
le ha clavado el lucero.
Y en el vasto dominio del verde
caído en las manos del sueño,
el lucero pasea su gracia
y se acerca a las matas de junco
a decirles un dulce requiebro.
Y hasta mí, solitario,
. con la noche en los ojos
. y el silencio a mi lado,
. se aproxima el lucero
. con su pluma de lindos diamantes
. a ofrecerme un poema de cielo.
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INVASIÓN DEL GRIS
¿Por qué, Señor, ha de invadir el gris,
. sin piedad, la llanura amarillenta?
. ¿Por qué con ancha espada cenicienta
. ha dado muerte al pálido matiz?
¿Por qué todo lo envuelve entre algodones?
. ¿Por qué, galán, requiebra a la tristeza
. y la viste, después, con cerrazones
. quitándole la mínima belleza?
. En su afán de cerrar todas las puertas
. y evitar que el color avance más,
. echa el velo de la llovizna incierta
. y afianza en la llanura, ya desierta,
. su predominio de ceniza cierta
. y el pabellón de su plomiza paz.
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Le sorprendió la muerte entre los pastos altos.
Le puso un pial al potro competidor del viento
y una mañana azul, como un azul cobalto,
le vendó las pupilas y le robó el aliento.
Hoy he pensado mucho en el jinete ausente.
Hermano fue del cedro y del fugaz venado.
Su espíritu en los ojos ardía, transparente,
como un hachón de estrellas en la quietud del prado.
No le negó al trabajo su ración de cansancio,
ni esquivó, solitario, el llamar de la huella.
Hendió la tierra fresca con el arado rancio
y dialogó en el campo con la lejana estrella.
Quiso ser el primero en la labor del surco.
Rica fue su capuera donde el maizal dorado,
el tabacal florido y el mandiocal bifurco
alzaban hacia el cielo sus tallos fecundados.
Nunca llamóle el alba. El se le adelantaba.
Cuando la llave de oro abría el horizonte
y un río de color las nubes inundaba,
mi amigo contemplaba al despertar del monte.
A pie, por el sendero -herida de la grama-
arreaba, silbando, su lecherita mansa,
después de haber gustado, al amor de la llama,
el bien amargo mate que el hambrear amansa.
En el trajín campero no tenía rivales,
mi muerto amigo gaucho don Agustín Granada.
Enlazaba al galope, sin errar la lazada,
y era toda una estampa al domar los baguales.
En las carreras sólo el viento le vencía
porque sus pingos bravos no eran pegasos griegos.
Cruzaba por los campos como la luz del día
que deja entre los pastos su rúbrica de fuego.
Tenía un alma noble y un musical instinto.
Muchas noches velamos de su guitarra al son.
En sus labios el canto parecía distinto
y el idioma tenía suavidad de vellón.
El día de su entierro vinieron labradores
a ver cómo su cuerpo devoraba la fosa.
Casi todos traían muchedumbres de flores
en las manos morenas aromadas de rosa.
Y tras ellos seguían, en altivos corceles,
camaradas del viento: los jinetes del llano.
Las coscojas temblaban a la par de los fieles
amigos que llevaban el pañuelo en las manos.
Después que recubrieron la morada de tierra
yo me volví a mi casa que se apoya en la loma.
Pensaba en el paisano que tendría su yerra
en campiñas azules pobladas de palomas.
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EL POEMA DEL LUCERO
Sobre el cercano cerro,
. vestido de negro,
. una luz, apretada a la piedra,
. ha dejado el lucero.
. Despacito, como hilillo
azulado nacido a destiempo,
un gajito de agua
despunta una lanza de guijas
y coge al voleo
la moneda de plata bruñida
que le arroja el lucero.
En la frente de un árbol
-el lapacho que ha encendido, de nuevo,
el candil de su bello misterio-
una aguja de luz
le ha clavado el lucero.
Y en el vasto dominio del verde
caído en las manos del sueño,
el lucero pasea su gracia
y se acerca a las matas de junco
a decirles un dulce requiebro.
Y hasta mí, solitario,
. con la noche en los ojos
. y el silencio a mi lado,
. se aproxima el lucero
. con su pluma de lindos diamantes
. a ofrecerme un poema de cielo.
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INVASIÓN DEL GRIS
¿Por qué, Señor, ha de invadir el gris,
. sin piedad, la llanura amarillenta?
. ¿Por qué con ancha espada cenicienta
. ha dado muerte al pálido matiz?
¿Por qué todo lo envuelve entre algodones?
. ¿Por qué, galán, requiebra a la tristeza
. y la viste, después, con cerrazones
. quitándole la mínima belleza?
. En su afán de cerrar todas las puertas
. y evitar que el color avance más,
. echa el velo de la llovizna incierta
. y afianza en la llanura, ya desierta,
. su predominio de ceniza cierta
. y el pabellón de su plomiza paz.
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Fuente:
25 NOMBRES CAPITALES
DE LA LITERATURA PARAGUAYA
Compilación y selección: SUSY DELGADO
Editorial Servilibro,
Asunción-Paraguay,
Compilación y selección: SUSY DELGADO
Editorial Servilibro,
Asunción-Paraguay,
2005 (389 páginas)
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