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jueves, 25 de marzo de 2010

CARLOS R. CENTURIÓN - HISTORIA DE LAS LETRAS PARAGUAYAS – TOMO I / Texto: LOS DÍAS INICIALES DE LA CONQUISTA Y DE LA COLONIA.

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HISTORIA DE LAS LETRAS PARAGUAYAS – TOMO I
por CARLOS R. CENTURIÓN
(Enlace a datos biográficos y obras
en la GALERÍA DE LETRAS del
EPOCA PRECURSORA
EPOCA DE FORMACION

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EDITORIAL AYACUCHO
BUENOS AIRES-ARGENTINA (1947)
Fuente:
BIBLIOTECA VIRTUAL DEL PARAGUAY (BVP)

EDICIÓN DIGITAL ( IR AL INDICE )
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. La evolución de la literatura paraguaya, que muestra a ratos la luminosa presencia de un genio - la más de las veces frustrado - necesitaba el historiador consciente que al mismo tiempo que crítico imparcial, expusiera los altos y bajos valores que en el decurso de los años, o de los siglos, la caracterizaron. El doctor Centurión ha conseguido, merced a su reconocida probidad intelectual, escribir esta bien lograda Historia de las letras paraguayas, ajustada síntesis de una producción abundante y dispersa, que a pesar de algunas figuras señeras aun no reconoce el escritor símbolo, príncipe de las letras autóctonas.
En ponderable esfuerzo, se han superado las múltiples dificultades que mostraba una empresa de este género; de un sincero afán de realizar un estudio integral de los orígenes y del desenvolvimiento de la prosa, de la poesía, de la historia y del periodismo paraguayos, ha resultado este magnífico ejemplar de historia literaria.
Magnífica exposición de una meritoria colección de escritores es, entre otras, la virtud más relevante de este trabajo con el cual Carlos R. Centurión señala otro de los momentos brillantes de la producción literaria que él relata.
Editorial Ayacucho, Buenos Aires, Año 1947

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RECONOCIMIENTO
** En la larga y paciente búsqueda de documentos, he hallado la colaboración valiosa de un silencioso y eficaz obrero de la cultura: Rolando A. Godoi.
** La Biblioteca Americana, formada por su ilustre progenitor, el ex convencional Juansilvano Godoi, fue para mí fuente fecunda de riquísimas informaciones.
** He contado también con la cooperación desinteresada del director del Archivo Nacional de la Asunción, José Doroteo Bareiro; de un varón recio y constructivo, Juan Francisco Recalde; de una voluntad puesta al servicio de señeros ideales humanistas, Francisco Sapena Pastor; de un investigador abnegado, Adolfo V. Lataza; de un espíritu joven y afanoso de superación intelectual, Benigno Riquelme; y con el estímulo fraterno, noble y constante de Manuel Galiano. También adeudo a mis hijos Fernando, Jorge y Beatriz Centurión Mazó, gran parte del trabajo material de este libro. Para todos ellos mi profunda gratitud.
C. R. C.
**/**
PREFACIO
** Para realizar el estudio de las letras paraguayas, hemos dividido su historia en cuatro períodos, a los cuales denominamos, respectivamente, época precursora, de formación, de transformación y autonómica.
** La primera abarca desde los más remotos orígenes hasta la revolución de la independencia nacional, vale decir, hasta el 14 de mayo de 1811. Es una era comprensiva de tres centurias, o más, que se caracteriza por el ensamble de dos razas y todas sus consecuencias naturales y lógicas, como la aparición del nuevo linaje, la gestación del lenguaje criollo y el nacimiento de una nueva civilización y de una nueva cultura. El análisis de ese prolongado y todavía no iluminado lapso pretérito, nos condujo a averiguar el posible comienzo de la prosa paraguaya, así como el de la poesía en sus variados aspectos; el de la historia y del teatro; el de la oratoria y la didáctica, etc. También hemos dedicado nuestros afanes al idioma guaraní, considerado como expresión del pensamiento y del sentimiento vernáculos y como motivo de investigación científica.
** Tampoco hemos olvidado la necesidad de diseñar el escenario en que se desarrollaron las letras primigenias, queremos decir, el Paraguay de la conquista y la colonia. De ahí la narración objetiva y cronológica de los hechos más importantes de aquel tiempo.
** La instrucción pública, desde la fundación de la primera escuela en el solar guaraní, es también motivo de un recuerdo especial, así como las actividades de los sacerdotes, sean ellos jesuitas, franciscanos, mercedarios o dominicos.
** La revolución de los comuneros y el Colegio de Monserrat constituyeron igualmente temas que han absorbido nuestra preocupación.
** El segundo periodo, iniciado en 1811, se cierra en 1870. Es la época de formación. Pertenecen a su estudio la discriminación de las causas y consecuencias del movimiento político emancipador de mayo, la semblanza de sus adalides y la indicación y el examen de los valores literarios cuya aparición se marca en el cuadrante de aquel tiempo.
** La dictadura larga, monótona y penumbrosa, del taciturno de Ybyray – José Gaspar de Francia – es, asimismo, motivo de análisis, al igual que el gobierno patriarcal de Carlos Antonio López. La biografía sintética y la bibliografía, todavía escasísima, de los intelectuales de ese período son expuestas sin exageradas pretensiones críticas.
** El historial del Himno Nacional, los principios del periodismo vernáculo, el desarrollo de las actividades democráticas, la musa popular, los mitos, tradiciones y leyendas, constituyen temas de sendos capítulos.
** Finalmente, la guerra de defensa que sostuvo el Paraguay contra la triple alianza, desde 1864 hasta 1870, es estudiado desde el punto de vista político y literario y, especialmente, como causa de la aparición de oradores, poetas, historiadores, periodistas, etc., y como razón – paradoja de siempre – de evolución cultural. Esta etapa final de la era de formación se caracteriza por los motivos épicos que esencializan la floración intelectual.
** La tercera época, la que denominamos de transformación, comienza entre las ruinas de la gran tragedia cuya más alta cima exornan las pétreas y boscosas serranías de Cerro Corá.
** Los poetas que aparecieron en la treintena postrera del siglo XIX se inspiraron principalmente en la patria; lloraron sus infortunios, cantaron, con voz doliente y quejumbrosa, las penurias y los penares del pueblo. Casi todos ellos han abandonado la lira a poco de haberla pulsado. La han trocado, al llegar a los veinte años, por la pluma del periodista, la toga del abogado, el escalpelo del médico o el silencio sin esperanzas. Pero también aparecieron en aquel tiempo prosadores que debían de señalar rumbos en la historia y en la crítica; doctrinarios que diseminaron nobles ideales; oradores elocuentes que arrastraron a las masas populares.
** Son también estudiados en este período los orígenes del gobierno provisorio de 1869-1870; la Convención Nacional Constituyente y sus más esclarecidos voceros; la iniciación real de las luchas democráticas; el desarrollo del diarismo; los primeros gobiernos de la transguerra; la formación de los partidos políticos llamados tradicionales, vale decir, el Partido Liberal y el Partido Nacional Republicano o Colorado; la hegemonía de cada uno de ellos; la evolución de la enseñanza en todos sus grados; las actividades comiciales; los museos, archivos y bibliotecas; la cultura jurídica y otros aspectos del desarrollo intelectual del Paraguay.
** La corriente literaria, que más influencia ejerció entre los escritores del siglo XIX fue la romántica. El clasicismo casi no tuvo representante en nuestro país durante aquellos años de su historia. Ya en las primeras décadas del siglo XX aparecieron ciertos devotos de la misma, así como algún simbolista. No se anota la presencie de ningún naturalista; empero, el prestigio del decadentismo se hizo sentir al influjo de Rubén Darío.
** La época autonómica – la llamamos así por el afán de independencia de sus representantes, tanto en los motivos autóctonos en que se hallan inspirados como en la manera de tratarlos – arranca de 1913, año en que fue fundada en la Asunción una revista de caracteres sobresalientes. Se llamaba Crónica. A su sombra se cobijó un grupo numeroso de selectos valores juveniles, destinados a desarrollar importante labor intelectual. Entre los integrantes de esa pléyade, aparecieron discípulos fervorosos de todas las tendencias literarias, siquiera siempre en mayoría romántica. También en esa caravana han de hallarse a los autores teatrales y a los novelistas iniciadores y portaestandarte de tales géneros en el Paraguay contemporáneo. Los temas preferidos, desde 1920, han sido los de carácter político-social.
**Al estudiar el panorama general de la nación durante este periodo, nos ocupamos de los acontecimientos más interesantes. El grupo de 1918; la generación de 1923; el estudio de la lengua guaraní; el desarrollo del teatro; la revolución de 1922-1923; la evolución de la prensa; las luchas por el derecho obrero; la guerra del Chaco, sus causas, su desarrollo y sus consecuencias; los institutos privados de enseñanza; la revolución del 17 febrero de 1936; la revolución del 13 de agosto de 1937; la reforma de la Constitución Nacional de 1870, constituyen, además de otros, capítulos especiales de este libro.
** Son también motivos de investigación las entidades paraguayas de alta cultura; las justas electorales desde 1917 hasta 1944; la obra civilizadora de los centros estudiantiles; la instrucción pública; las actividades radiotelefónicas en nuestro país y la hegemonía política del "nacionalismo".
** Todos los valores intelectuales aparecidos en este período, como los anteriormente surgidos, son citados en orden cronológico, agrupados y examinados, someramente, como cabe en un trabajo de esta índole, desde el punto de vista de sus obras y de sus orientaciones y tendencias.
** Sin renunciar al derecho de hacer crítica, hemos escrito este libro animados de un espíritu benévolo. De allí que contengan sus páginas nombres que, rigurosamente controlados, no podrían aparecer en una obra de selección. Pero nuestro propósito principal es presentar un panorama integral de la evolución de las letras paraguayas, con sus aciertos y sus errores, sus méritos y sus defectos, sus luces y sus sombras.
** Cinco años de labor constante, vividos sin treguas ni descansos, ora sobre los caminos del destierro, ora en las soledades de prisiones y confinamientos sufridos en holocausto de ideales democráticos y de ensueños ciudadanos, se han plasmado en este libro. Pero no se busque en sus páginas el acíbar del odio, ni el rescoldo del despecho, ni la acidez de la envidia. Ninguna de esas pasiones, a Dios gracias, ha enturbiado jamás la serenidad de nuestro espíritu.
** Hoy, al poner esta obra al alcance del público, la entregamos también al Paraguay. Quiera la Divina Providencia que ella sirva a la Patria, siquiera modestamente, para decir al mundo que todo su valor y su fuerza no sólo se afinca y se condensa en el acero de su espada – criterio equivocado –, sino también en el pensamiento de sus doctrinarios, en el canto de sus poetas, en el verbo de sus tribunos, naturales voceros de nobles ideales que son luminares de sus minaretes y atalayas, inspiradores de sus avatares y blasones de su tradición y de su historia.

HISTORIA DE LAS LETRAS PARAGUAYAS - Tomo I
VERSIÓN DIGITAL
BIBLIOTECA VIRTUAL DEL PARAGUAY (BVP)

HIPERVÍNCULOS

CONTENIDO DEL TOMO I
Dedicatoria
Reconocimiento
Prepacio
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ÉPOCA PRECURSORA
I.– Los días iniciales de la conquista y de la colonia.
II.– Los primeros gobiernos coloniales.
III.– Otros precursores del siglo XVI.
IV.– Los gobiernos coloniales del siglo XVII
V.– La lengua vernácula.
VI.– El aporte cultural de las misiones jesuíticas.
VII.– La revolución de los comuneros.
VIII.– La instrucción pública en el Paraguay colonial.
IX.– Los últimos gobiernos coloniales.
X.– Las letras al finalizar el siglo XVIII.
XI.– El colegio de Monserrat.
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ÉPOCA PRECURSORA

XII.– La revolución de la independencia.
XIII.– El período dictatorial de José Gaspar de Francia.
XIV.– El período gubernativo de Carlos Antonio López.
XV.– El himno nacional.
XVI.– Bajo el imperio de Melpómene.
XVII.– Los orígenes del periodismo paraguayo.
XVIII.– Las actividades democráticas hasta 1870.
XIX.– La musa popular - mitos - tradiciones - leyendas.
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ÉPOCA PRECURSORA
I
LOS DÍAS INICIALES DE LA CONQUISTA Y DE LA COLONIA

Vasta zona es la del Paraguay, situada en el centro de la América del Sur, como si fuera, por su forma y la generosidad de su savia, el corazón de estas regiones. Cubierta por azul y luminoso cielo, regada por los ríos más caudalosos y pintorescos del mundo, exornada de cordilleras montuosas y coquetas serranías, con llanos fértiles y amplios, abiertos a los rayos de oro de un sol espléndido, la rica tierra paraguaya es un edén paradisíaco, sahumado por la exquisita fragancia del más variado ramillete floral que la naturaleza ofrecer puede a los hombres. Y si sus días son irisados de puros y variados colores, sus noches, de serenidad profunda y frescura acariciante, poseen extraño y seductor embrujo.
Originariamente habitado por los guaraníes, raza leyendosa, cuyos orígenes remotos – entroncados con los karaive o karive (1), sigue constituyendo un motivo de apasionante interés para las ciencias contemporáneas – desde el año 1523, tiempo en que el lusitano Alejo García, llegado de las costas del Brasil en pos de las tierras ignotas del rey blanco, la descubrió en todo el esplendor de su belleza, ha sido el solar de una nueva raza, de la estirpe criolla, del tipo paraguayo, mezcla armoniosa de la sangre hispana, conquistadora y romancesca, y de la guaraní avasalladora, sentimental y cauta.
Este nuevo linaje ha heredado de los españoles sus costumbres, la fe en Dios, su altivez indomeñada, el individualismo intransigente y esa hermosa lengua lírica "en que se inspiraron sus periplos y pensaron sus místicos y cantaron sus poetas"; y de los aborígenes ha heredado también sus mitos, sus tradiciones y leyendas, su abnegación extraordinaria, su sobriedad estoica y el encanto de un habla onomatopéyica, gutural y extraña, en la que se pueden expresar sentimientos delicados y atrevidas concepciones. De ambas razas le vienen, asimismo, su aptitud para la guerra y su vocación romántica.
El origen de las letras paraguayas debe buscarse en el hogar primigenio del conquistador hispano y de la india, en el decurso histórico de la primera mitad del siglo XVI. Tal vez se lo halle en la copla tarareada por el español, al descuido, como en el recuerdo de la patria lejana; acaso en la canción entonada en la lengua regional de donde proviniese, al son de la guitarra, en los atardeceres melancólicos; quizás, en el aprendizaje del idioma eterno de Cervantes a que se dedica la india pensativa y el pequeño mestizo que nace a la vida; probable fuere que se lo descubra antes, en el inicial diálogo extraño, hilarante, sostenido por el soldado de España, altanero y audaz, y 1a taciturna y desnuda emperatriz de los toldos aborígenes que ofrece al deseo y a la admiración del blanco el encanto de su carne morena, tersa y bruñida, y el fascinante hechizo de su mirada, lánguida y profunda. Puede ser, finalmente – ¡quién lo sabe! –, que se anide en las primeras mímicas cambiadas, en los gestos prístinos y recíprocos de estos seres de mundos tan dispares que se encuentran, sorpresivamente, en una región salvaje y armoniosa, aromada, iridiscente y llena de misterios.
La fundación de Nuestra Señora Santa María de la Asunción, el 15 de agosto de 1537 (2), es un hito que señala el comienzo de la evolución literaria del Paraguay.
Juan de Salazar y Espinosa, al levantar "la casa de madera en esta dicha ciudad", en cumplimiento de la promesa contraída con los guaraníes, a su arribo hacia Candelaria en busca de Juan de Ayolas y sus compañeros, asentó el primer peldaño del proceso histórico de las letras paraguayas. Porque ha de recordarse que las actividades de conquistador no fueron obstáculos para que este fundador de la "ciudad madre de ciudades" buscase en la lectura un refugio a sus preocupaciones y pesares, y formase la primera biblioteca asuncena de que hacen memoria los historiadores. Escribió también, Salazar y Espinosa, algunos romances, con los que engarzó "cierta cadena de amor" de que hablan crónicas antiguas.
Al dictar su testamento, en 1557 – documento éste que permaneció ignorado durante tres siglos en el Archivo Nacional de la Asunción –, el famoso conquistador dejó a sus hijos para que "partan hermanablemente entre sy los libros de Romance y de mano de lectura que yo tengo escribto". Legó también a su mujer, "para su consolación", un Flos Sanctorum y las Epístolas de San Gerónimo.(3) Hasta hoy nada se tiene averiguado de los aludidos romances.

JUAN DE SALAZAR Y ESPINOSA era castellano, burgalés, nacido en Medina de Pomar, en 1508. Vino a América en la expedición de Pedro de Mendoza. Fue capitán del galeón Anunciada. Fundó la histórica "casa fuerte" a que ya hicimos referencia. Acompañó al adelantado Alvar Núñez Cabeza de Vaca en su espectacular derrocamiento, y con éste regresó a Europa. En prueba de su lealtad, Carlos V le concedió un escudo, diciéndole, en cédula real: "Vos poblásteis la ciudad de la Asunción y por eso tendrá por arma vuestro escudo una torre de oro." Regresó al Paraguay, ya casado con Isabel de Contreras, y aquí, reanudada su amistad con Irala, se le nombró tesorero real.
El fundador de la Asunción falleció en dicha ciudad, pobre, casi desvalido, el 11 de febrero de 1560.(4)
He aquí un fragmento de la famosa carta de Salazar dirigida al Consejo Real de Indias: "Asumpcion, 20 de Marzo de 1556. Muy poderosos señores: De Santos y San Biçeynte scriví postreramente con Françisco Gambarrota, genoues, que venía del Paraguay para yr á ese Consejo Real de Yndias, y con él enbié çierto metal que me enbiaron del Paraná para muestra. Visto que de Portogal no venia el despacho para nos dexar yr al Paraguay, y tan malas esperanças de nuestro remedio, y la neçesidad de cada día mayor y muchas molestias que no se podían sufrir, traté con el Çiprian de Goes, hijo de Luis de Goes, que avia poco era venido de Portugal á estar en vn yngenio del padre, que nos viniesemos al Paraguay, por dél entendí tener voluntad de lo hazer. Y así lo hezimos, con una dozena de soldados que comigo estaun y otros seis portogeses que salieron con Çiprian de Goes; y asi, truxo la muger y yo a Ysabel de Contreras, con quien me casé, y dos hijas suyas, y otras tres mugeres casadas..." (5)
Sigue cronológicamente al "capitán poeta" – cuya obra literaria probó Viriato Díaz Pérez – en sus veleidades literarias, en Nuestra Señora Santa María de la Asunción, un clérigo, natural de Placencia, en la provincia de Cáceres, España. Su nombre era Luis de Miranda de Villafañe y cultivaba el romance, género preferido en América, por aquel tiempo, para narrarse los sucesos de la conquista. Este clérigo poeta era hijo de Antonio de Miranda y de Catalina Álvarez de Villafañe. Vino al Nuevo Mundo también en la expedición de Pedro de Mendoza y fue actor en la fundación de la primitiva Buenos Aires, en donde ofició la primera misa. "Su nombre aparece mezclado en los iniciales disturbios de la colonia." Fue protagonista de un incidente escandaloso con Diego de Leyes, en 1536, en aquella ciudad recién levantada, a causa de una "mujer enamorada". Abandonó dicha población en 1541. En 1544 pretendió incendiar algunas casas de la naciente Asunción, afanoso de libertar a su amigo, el adelantado Alvar Núñez Cabeza de Vaca, quien, en 1545, regresaría preso a España a bordo de la primera carabela botada al agua en esta parte de América, y que se llamaba Comuneros. (6) Esta carabela fue construida por orden del mismo Alvar Núñez. Duraron los trabajos desde 1542 hasta 1545, y el constructor fue Hernando Baez, "maestro de hacer navíos". (7)
El aludido propósito delictuoso atribuido a Miranda de Villafañe, descubierto por las autoridades asuncenas, valióle ocho meses de prisión. Éstos y otros parecidos sucesos diéronle fama de "hombre de muy poco sosiego".
Luis de Miraada de Villafañe escribió los versos a que nos hemos referido, durante su estada en la futura capital del Paraguay. Romance Indiano llamólos Ricardo Rojas; Coplas los denominan otros autores americanos. Dichos versos hállanse, en manuscrito, al final de un expediente del año 1569, existente en el Archivo General de Indias e intitulado Relación de los españoles que residen en el Río de la Plata procedentes de las expediciones de Mendoza, Cabeza de Vaca y otros. (8) Son "octosílabos de pie quebrado y aunque menos correctos y menos cortesanos, los versos de Miranda tienen el sabor de las famosas coplas de Manrique". Relátanse en ellos el drama del hambre y los padeceres de los habitantes de la originaria Buenos Aires, así como otros sucesos de la conquista.
Hélos aquí:

Año de mil quinientos
que de veinte se decía
cuando fué la gran porfía
en Castilla,
sin quedar ciudad ni villa,
que a todos inficionó,
por los malos, digo yo,
comuneros:
que los buenos caballeros
quedaron tan señalados,
afinados y acendrados,
como el oro:
Semejante al mal que lloro,
cual fué la comunidad
tuvimos otra, en verdad
subsecuente
en las partes del Poniente,
el Río de la Plata,
conquista la más ingrata
a su señor;
desleal y sin temor,
enemiga del marido,
que manceba siempre ha sido
que no alabo.
Cual los principios el cabo
aquesto ha tenido cierto,
que seis maridos ha muerto
la señora;
y comenzó la traidora
tan a ciegas y siniestra
que luego mató al maestre
que venía.
Juan de Osorio se decía
el valiente capitán,
fueron Ayolas, Luján,
y Medrano,
Salazar por cuya mano
tanto mal nos sucedió.
Dios haya quién los mandó
tan sin tiento,
tan sin ley ni fundamentos,
con tan sobrado temor,
con tanta envidia y rencor
y cobardía.
Todo fue de mal en mal
en punto desde aquel día,
la gente y el general
y capitanes.
Trabajos, hambres y afanes
nunca nos faltó en la tierra
y así nos hizo la guerra
la cruel.
Frontera de San Gabriel,
a do se fizo el asiento:
allí fué el enterramiento
del armada.
Jamás fué cosa pensada,
y cuando no nos catamos
de dos mil aún no quedamos
en doscientos.
Por los malos tratamientos
muchos buenos acabaron,
y otros los indios mataron
en un punto.
Lo que más que aquesto junto
nos causó ruina tamaña
fue la hambre más extraña
que se vió;
la ración que allí se dió,
de farina y de bizcocho,
fueron seis onzas u ocho
mal pesadas.
Las viandas más usadas
eran cardos y raíces,
y a hallarlos no eran felices
todas veces.
El estiércol y las heces,
que algunos no digerían,
muchos tristes los comían
que era espanto;
allegó la cosa a tanto,
que, como en Jerusalén,
la carne de hombre también
la comieron.
Las cosas que allí se vieron
no se han visto en escritura:
¡comer la propia asadura
de su hermano!
¡Oh juicio soberano
que notó nuestra avaricia
y vió la recta justicia
que allí obraste!
A todos nos derribaste
la soberbia, por tal modo,
que era nuestra casa y lodo,
todo uno.
Pocos fueron o ninguno
que no se viese citado,
sentenciado y emplazado
de la muerte:
más tullido el que más fuerte;
el más sabio, el más perdido;
el más valiente, caído
y hambriento.
Almas puestas en tormento
era vernos, cierto, a todos
de mil manera y modos
ya penando;
unos continuo llorando,
por las calles derribados;
otros lamentando echados
tras los fuegos;
del humo y cenizas ciegos,
y flacos, descoloridos;
otros desfallecidos,
tartamudos.
Otros del todo ya mudos,
que el huelgo echar no podían
ansí los tristes corrían
rabiando.
Los que quedaban, gritando
decían: Nuestro general
ha causado aqueste mal,
que no ha sabido
gobernarse, y ha venido
aquesta necesidad.
Causa fué su enfermedad,
que si tuviera
más fuerzas y más pudiera,
no nos viéramos a puntos
de vernos así trasuntos
a la muerte.
Mudemos tan triste suerte
dando Dios un buen marido,
sabio, fuerte y atrevido
a la viuda.

Existe una carta de Miranda de Villafañe dirigida al rey desde la cárcel de la Asunción, el 25 de marzo de 1545. Se cree que regresó después a España y que retornó posteriormente al Paraguay, pues, en 1570, residía en estas regiones, según se desprende de otro documento, fechado aquel año y también en la Asunción, en el que el arcediano Martín del Barco Centenera le recomendaba al Consejo de Indias para la provisión de cargos como "docto y de buena vida y mucho servicio en la tierra". Es la última noticia que se tiene de "su vida desasosegada".
Antes de pasar adelante, conviene recordar que una antiquísima tradición de los guaraníes hace memoria de la existencia de un poeta o ñe'e-êpapara, en la lengua vernácula. Llamábase Etiguará.
Durante el período de la conquista española, en los tiempos de la catequización del indio guaraní, parece que existió otro poeta del mismo nombre. Para Narciso R. Colmán, en realidad, éste es el mismo del que se ocupa la antañona noticia. "Cierta tradición recuerda – dice Colmán – que en épocas remotísimas existía un bardo guaraní con el título de Etiguará. Sus obras poéticas, sin embargo, aún permanecen en los misterios de algún jeroglífico. En época de la conquista vimos aparecer en escena a otro Etiguará, sometido a la religión cristiana, pero nos inclinamos a creer que no se trata sino del mismo Etiguará de la antigua leyenda, cantor de la naturaleza del reino de Tupã, convertido en cristiano, según el autor, el padre jesuita José Guevara, que hace alusión de este personaje guaraní en los siguientes términos: "Aquel gran padre de misericordia y celador eterno de la salvación de las almas, levantó años atrás un indio guaraní de nombre Etiguará, de la ceguedad del gentilismo a la inefable luz de su conocimiento, instruyéndole de los divinos misterios y preceptos del decálogo. Dotóle misericordioso del don de profecía y de apostólico celo, para anunciar a los paisanos el camino del cielo y como precursor suyo empezar a correr el terreno anunciando las verdades que Dios, sin intervención del maestro, le enseñaba. Decíale cómo era enviado del Altísimo para preparar los caminos a sus verdaderos ministros, que presto llegarían a sus tierras los profesores de aquella fe, que sus mayores recibieron de Paí Zumê, y aquellos varones celestiales, hermanos suyos propagadores de su doctrina, que tantos años hace esperaban en fe de la palabra que le dejó empeñada. Exhortaba a que recibiesen con amor a los cristianos y a los predicadores evangélicos, que no tuvieron más que una mujer y que no se mezclasen entre sí los parientes. Ordenó cantares en su lengua, cuyo contenido era la observancia de los divinos preceptos." (9)
Además del romance indio de Miranda de Villafañe, conócense otros, recogidos por obra de la casualidad. En 1910, Ciro Bayo, escritor español contemporáneo, autor del Romancerillo del Plata y de Los Césares de la Patagonia, fallecido en 1942, descubrió de boca de un capataz paraguayo, en una estancia de Tapalqué, un romance antiquísimo en el que se relata la muerte de Ñufrio de Chávez, "la flecha humana", que diría Manuel Domínguez. El romance a que nos referimos, según lo afirma J. Natalicio González, aún suele escucharse en la región guaireña. Es este que se transcribe a continuación:

ROMANCE DE DON NUÑO

El conde don Nuño
madrugando está
porque a su casita
quiere ya llegar.
Al Perú se fué
dos años hará;
del Perú ya es vuelto
aquí al Paraguay.
Plata y oro trae
y perlas del mar,
diez pares de ovejas,
de cabros un par.
Las ovejas balan,
balan sin cesar.
Pregunta don Nuño:
– ¿Por qué balarán?
Llévenlas al río
quizá sed tendrán.
Las ovejas balan,
balan sin cesar.
Pregunta don Núño:
– ¿Por qué balarán?
Llévenlas al pasto
quizá hambre tendrán.
Las ovejas balan,
balan sin cesar,
– Vayan, soldaditos,
échenmelas sal.
– No puede ser esto,
señor capitán,
que ladran los perros
en el palmeral.
Don Ñuño y los suyos
acuden allá;
los indios los matan;
murió el capitán.
Tristes las ovejas
balan sin cesar. (10)

También se debe a Ciro Bayo este otro romance centenario que "contiene la versión teatina del civilizador guaraní que enseñó a la raza las virtudes de las plantas. En los versos finales se incurre en la adaptación de un mito Kechua: Santo Tomás se aleja sobre las aguas del Paraguay, en idéntica forma que Huirakhocha, que se perdió en el poniente, caminando sobre las olas del Pacífico como si transitara un claro camino de cristal":

SANTO TOMÁS EN EL PARAGUAY

Santo Tomé iba un día
orillas del Paraguay,
aprendiendo el guaraní
para poder predicar.
Los jaguares y los pumas
no le hacían ningún mal,
ni los jejenes y avispas
ni la serpiente coral.
Las chontas y motacúes
palmito y sombra le dan;
el abejón le convida
a catar de su panal.
Santo Tomé los bendice
y bendice al Paraguay;
ya los indios guaraníes
le proclaman capitán.
Santo Tomé les responde:
– "Os tengo que abandonar
porque Cristo me ha mandado
otras tierras visitar.
En recuerdo de mi estada
una merced os he de dar,
que es la yerba paraguaya
que por mí bendita está."
Santo Tomé entró en el río,
y en peana de cristal
las aguas se lo llevaron
a las llanuras del mar.
Los indios, de su partida,
no se pueden consolar,
y a Dios siempre están pidiendo
que vuelva Santo Tomé. (11)

Explícase que el romance haya venido de preferencia a estas tierras con los conquistadores españoles. En 1524, fecha en que se descubrió el Paraguay, y en 1537, tiempo en que se echaron las bases fundamentales de Nuestra Señora Santa María de la Asunción, comenzaba a brillar el oro mas puro de las letras en la España del siglo XVI. Y eran aquellos días iniciales de grandezas, cuando el descubrimiento de América daba nuevos motivos a las narraciones de hechos estupendos, época también de romances populares y semipopulares. Se recordaban sucesos de remotos pasados, reviviendo las virtudes de antaño en los paladines de hogaño. La guerra de Granada fue uno de los motivos salientes de aquel período espléndido del españolismo. "Ningún caballero, dice Andrés Navagero, relatando su viaje a Granada en 1526, dejaba de tener su dama. Las damas asistían a todos los lances de la guerra, y con sus manos daban las armas a los que iban a combatir, los entusiasmaban con buenas palabras y les pedían que demostrasen su amor con proezas... Puede decirse que fue el amor quien venció en esta guerra." (12) Los romances fronterizos, de los que dice Ramón Menéndez Pidal que eran "poemitas nacidos en medio de la guerra, relatos históricos, cuadros brillantes y concisos, instantáneas tomadas por los combatientes, vibrantes diálogos que más bien parecen oídos que contados, pinturas rápidas que parecen vistas más bien que descriptas", (13) continuaban en labios del pueblo "cantando a su modo la peripecia de la campaña". Es el más antiguo del período a que nos referimos el de la Pérdida de Alhama, traducida al inglés por Lord Byron:

Paseábase el rey moro
por la ciudad de Granada,
desde la puerta de Elvira
hasta la de Vivarrambla.
"¡Ay de mi Alhama!"

Para Ginés Pérez de Hita, autor español del siglo XVI, natural, según unos, de Murcia, y, según otros, de Mula, e1 Romance de la pérdida de Alhama es de origen arábigo o granadino, "cuyo autor de vista fue Habem Amin, natural de Granada". (14) Este Ginés Pérez de Hita dejó tres obras, entre las que se cuenta Las guerras civiles de Granada, que consta de dos partes. Para Salcedo Ruiz este libro "es una de las más encantadoras relaciones que posee ninguna literatura". (15) Se cuenta que Walter Scott se tomó el trabajo de aprender el castellano para leer el libro de Pérez de Hita, y es el norteamericano Washington Irving quien poéticamente escribe que, desde su primera juventud, desde el día en que a orillas del Hudson puso por primera vez sus ojos sobre las páginas de Las guerras civiles de Granada, ha sido esta ciudad el argumento de sus ensueños y, frecuentemente, ha paseado con la imaginación por las románticas galerías de la Alhambra.
Otro romance de aquellos tiempos es el de Boabdil, preso en la batalla de Lucena, el 21 de abril de 1483:

Por esa puerta de Elvira
Sale muy gran cabalgada.
¡Cuanto del hidalgo moro!

Es la salida del rey Chico de Granada.
El romance del sitio de Baza, también de aquella época, "tiene grandeza épica", y se ha conservado por la música:

Sobre Baza estaba el rey,
Lunes después de yantar,
miraba las ricas tiendas
que estaban en el real.

El romance al maestre de Calatrava, muerto en Loja, el 5 de julio de 1482:

¡Ay Dios que b»en caballero
el maestre de Calatrava...!

Y aquel otro que decía:

Con su brazo arremangado
arrojará la su lanza...

Y, finalmente, el romance en que se le atribuye a Garcilazo de la Vega la matanza del moro "que llevaba arrastrado de la cola de su caballo el rótulo del Ave María".
Estas y otras más que inundaban España en la época inicial de la conquista del nuevo mundo, explican cómo y por qué el romance anidó, quizás el primero, en estas regiones desfloradas por la planta audaz y dura del conquistador.
La copla llegó también a tierras americanas con los navegantes que la descubrieron y conquistaron.
La oposición tenaz contra el rey Enrique IV, en España, monarca débil y vicioso, profundamente repudiado por su pueblo, dio origen a la sátira política.
Corresponden, sin embargo, a la época del reinado de su antecesor, Juan II, las Coplas de ¡ay, panadera! – atribuidas a Juan de Mena, poeta nacido en Córdoba, en 1411. Pero recuérdase que fue Gómez Manríque, grave y circunspecto, quien censuró a Enrique IV, con su Exclamación o querella de la gobernación, popularmente conocida con el nombre de Coplas al mal gobierno de Toledo:

Todos los sabios dixeron
Que las cosas mal regidas
Cuanto más alto subieron
Mayores dieron caydas.
Por esta causa reselo
que mi pueblo com sus calles
Avrá de venir al suelo
por falta de governalles.

Las Coplas de Mingo Revulgo, atribuidas por el padre Juan de Mariana a Hernando del Pulgar, historiador y versificador español del siglo XV, nacido en Pulgar, en la vecindad de Toledo, secretario de Enrique IV y cronista de Isabel en 1482, fueron también popularísimos en aquel tiempo:

Andase tras los zagales
Por esos andurriales
Todo el día embebecido.
Y las Coplas del Provincial, escritas por varios, exuberantes de procacidad y malicia:
Vos, doña Isabel de Estrada,
Declaradme sin contienda,
Pues tenéis abierta tienda,
¿A cómo pagan la entrada?.
En la época de los Reyes Católicos, la copla seguía corriendo por los caminos de España...
¡Ay, Sierra Bermeja,
Por mi mal os ví
que el bien que tenía
con tí los perdí!
. . . . . . . . . . . . . . . . . . . .
Mis ojos cegaron
De mucho llorar
Cuando lo mataron
Aquel d’ Aguilar.

Estos versos son posteriores al 18 de mayo de 1501, fecha en que fue muerto por los moros, en Sierra Bermeja, el hermano del capitán Diego de Aguilar.
Pero ya no era la copla, en esta época, solamente la que clavaba su aguijón. Además de éllas, las habían elogiosas, amables, llenas de sal, como las andaluzas, que ahora son clásicas. Las coplas a la muerte de su padre, el maestre de Santiago, de Jorge Manrique, eran popularísimas en la madre patria en el siglo XV. Han llegado hasta nosotros como un perfume del pretérito:

Recuerde el alma dormida,
Avive el seso y despierte
Contemplando
Cómo se pasa la vida,
Cómo se viene la muerte
Tan callando!
Cuan presto se va el placer,
Cómo después de acordado
Da dolor;
Cómo a nuestro parecer
Cualquiera tiempo pasado
Fue mejor.

Así como los romances épicos, derivados de los cantares de gesta, que comprenden los primitivos, son anteriores al siglo XV, caracterizan a éste los denominados juglarescos. Son todos ellos – dice un autor – tradicionales, históricos, populares y anónimos. (16)
Y son, precisamente, los romances juglarescos los traídos con preferencia por los conquistadores españoles a las vírgenes e ignotas regiones paraguayas, en los años medianeros del siglo XVI. Y aquí reflorecieron, abonados por la añoranza, estimulados por los sentimientos, atizados, quizás, los más, por el hechizo de la joven india, pensativa y taciturna, o por las rivalidades amorosas; inspirados, los otros, por la pasión política o por las rencillas localistas.
Simultáneamente con el romance y la copla nació la narración epistolar en tierras guaraníes. Es el origen de la prosa criolla. En cartas dirigidas a España y en las cambiadas entre los mismos conquistadores, en las que se hacían descripciones de lo visto y vivido en los primeros días de la conquista, se halla también el mojón inicial de la Historia en las letras paraguayas.
No podemos afirmar, a este respecto, con Margarita Nelken, que el "género epistolar solo a los archivos interesa, cual por ejemplo la famosa carta que doña Isabel de Guevara, desde Asunción del Paraguay, y con fecha 2 de julio de 1556, dirigió a la princesa gobernadora doña Juana". (17) Y no podemos hacerlo porque, contrariamente a lo creído por la autora de La condición social de la mujer en España, es innegable que la prosa tuvo su origen en América y, especialmente, en el Paraguay, en las primeras narraciones que de sus andanzas hicieron en misivas los hombres y mujeres venidos de España a estas comarcas. En dichas cartas, no solamente ha de observarse el lugar de su redacción para llamarlas paraguayas. Ellas trasuntan las primigenias emociones, los prístinos sentimientos y sensaciones vividos en estas tierras; contienen descripciones de hechos acaecidos en el Paraguay y de lugares situados en estas latitudes, y llevan también las primeras palabras del idioma guaraní, desconocido y difícil, pero destinado, en el correr del tiempo, a enriquecer el léxico español. Ya se hablaban en aquellas epístolas de Lambaré y Caracará, Paraná-y y Paragua-y. Y, así, llevando y trayendo palabras nuevas, descubriendo hazañas, grandiosas o pequeñas, y teatros ignotos, relatando aventuras y plañendo añoranzas, en cada una de ellas iba plasmándose la prosa paraguaya, la prosa criolla, con sus modismos propios, la que, si bien en esencia es la castellana, trasplantada a esta zona tropical, reverdeció con frescura de fontana y elegancia insospechada.
La oratoria también hubo de tener su origen, en las palabras del conquistador y del misionero, dirigidas a indios y españoles, ya sea desde la tribuna levantada en cualquier campichuelo disponible, en las márgenes del río Paraguay, o en el púlpito improvisado, de madera tosca, erigido bajo el rústico techo que cobijó, en Nuestra Señora Santa María de la Asunción, el emblema sacrosanto del cristianismo, techo alzado por el propio fundador de la ciudad que después habría de ser el "amparo y reparo de la conquista".
Solo en el correr de los años pudo haber aparecido el teatro. Para que este género tuviese ambiente era menester contar con intérpretes y, sobre todo, con un público capaz de comprender. Para ello necesario era el conocimiento siquiera somero del idioma. Y este conocimiento hubo de adquirirse mediante la enseñanza asaz paciente y muy posterior al tiempo prudencial requerido para dominar al indio, desconfiado y rebelde. Después, y mucho después de su sometimiento pudo haber venido el aprendizaje del español por los unos y del guaraní por los otros.
Sabidas son, por otra parte, las actividades del Cabildo de la Asunción y la de los sacerdotes para asentar las bases del teatro en estas zonas del Paraguay. Hasta el siglo XV, época del descubrimiento de América, el teatro español era aún embrionario. Las representaciones que primitivamente se denominaban autos sacramentales o misterios y farsas, y que emergieron de las ceremonias religiosas y de las fiestas burlescas que se realizaban en los templos, fueron superadas, al iniciarse el siglo XVI, por Juan del Encina. Vése, pues, que hasta ese período el teatro era arte casi privativo de los religiosos. Y fueron éstos quienes lo iniciaron en el Paraguay como fueron ellos quienes comenzaron a enseñar a los aborígenes, con jobiana paciencia, los rudimentos del saber humano. Julio Caillet Bois, en un trabajo que intituló El Teatro en la Asunción a mediados del siglo XVI, y que se publicó en la Revista de Filosofía Hispánica, correspondiente al primer trimestre de 1942, expresa que el Memorial del padre Francisco González Paniagua sobre los sucesos del Río de la Plata desde la llegada del Adelantado Alvar Núñez Cabeza de Vaca a la isla de Santa Catalina hasta la prisión y procesamiento del mismo, documento publicado en la Revista de la Biblioteca Nacional de Buenos Aires, proporciona curiosos datos referentes a la representación de una Farsa en la Asunción, a mediados del siglo XVI. Extrae de dicho Memorial, el siguiente párrafo: "Después de la prisión del governador (Alvar Núñez Cabeza de Vaca) el dicho Juan Gabriel de Lezcano, clérigo, compuso una farsa y él mismo la ayudó a representar tomando hábito de un pastor, día de Corpus Xrispti, delante del Santísimo Sacramento, la qual fue otro segundo libelo contra el governador llamándolo loco rrebaco e yupuniéndole otras cosas que aunque mas ocultas, yvan forjadas debajo de muy grandes malicias. Al fin fue tal la farsa que aquí, entre los que estaban libres de pasyón, fue mayor la ynfamia del Reverendo Padre que el servicio que hizo al Santísimo Sacramento."
Alvar Núñez Cabeza de Vaca quedó apresado el 25 de abril de 1544. Este año marca, pues, la fecha de dicha antiquísima farsa que, según se comprueba, fue escrita y representada en la Asunción. No hay memoria, que sepamos, de otra presentación escénica anterior.
¿Quién era el padre Juan Gabriel Lezcano o Lazcano, como se escribía su apellido? En la Memoria del escribano Pero Hernández, cítase a "Juan Gabriel Lezcano, vecino de Valladolid, e Francisco de Andrade, portugués, e Martín González Fouseca, vecino de Canaria, clérigos", quienes dieron su aprobación al apresamiento del Alvar Núñez, porque los corregía el Gobernador e hacía vivir honestamente... Sábese, además, que el padre Lezcano fue designado por Domingo Martínez de Irala, el 10 de junio de 1540, capellán de la iglesia, y que "el 26 de junio de 1543 fue nombrado cura de Asunción, junto con el P. Andrade, que era como nuestro autor, capellán de la iglesia". (18)
En la Biblioteca Nacional de Buenos Aires, en la "Colección de copias de documentos del Archivo General de Indias", hállanse otros datos referentes al padre Lezcano. Así, por ejemplo, la evacuación de una consulta de Alvar Núñez, el 28 de mayo e 1543; la información testificada sobre el gobierno del mismo, en la que se le cita, así como en la acusación contra el adelantado, en 1544. Juan de Salazar y Espinosa, al vengarse del nombrado sacerdote expresa: "Se dezía publicamente aver dado pareser e consejo en su prisión", que oyó decir "que venía con ciertos soldados a la dicha prisión" y que escuchó de Lezcano "palabras feas en contra el dicho gobernador e mostrar aver holgado en su prisión". (19)
Sábese también que el padre Lezcano integró la junta de oficiales reales y clérigos constituida por el citado capitán Juan de Salazar y Espinosa, el 14 de marzo de 1544, con el propósito de "resolver las medidas que convenía adoptar para defenderse de los indígenas"; que fue "enviado por Irala con un requerimiento a los indios agaces, que continuaban en su hostilidad, el 1º de junio e 1545"; y que "volvió portador de las condiciones de paz que ofrecían los indígenas, pero no pudo ir en la nueva embajada que marchaba a darle satisfacción, por las obligaciones de su iglesia".
Ricardo Lafuente Machaín, en su trabajo sobre El gobernador Domingo Martínez de Irala, cita al padre Lezcano, recordando su intervención en el conflicto suscitado entre el gobernador Francisco de Mendoza, lugarteniente de Irala, y Diego de Abreu, que encabezaba a los leales. Martín del Barco Centenera lo llama malvado repetidas veces al reverendo padre y lo inculpa del fraude cometido en la elección del nombrado Francisco de Mendoza.
En el año 1556 ya no vivía en la Asunción. Su nombre no se registra en la Memoria de la gente quel dia de oy se tiene por ser y son bibos en las Provincias de los Ríos de la Plata, Paraguay y Paraná, redactada aquel año. (20) Supónese que regresó a Valladolid.
Otro dato importante que contiene el citado trabajo de Julio Caillet Bois es el extraído de la Memoria de Pero Hernández, del 28 de enero de 1545. En su párrafo veinte y seis dice que trae la noticia "de otra representación dramática del mismo tipo, que no es seguro sea la mencionada anteriormente". Refiérese, extensamente, al número de mancebas que poseía Irala y a la manera cómo perseguía por celos a los vecinos de la Asunción. Luego dice: "Porque Gregorio... en una farsa le reprehendió el dicho vicio a él e Alonso de Cabrera e García Venegas estando haciendo centinela junto a su casa, les mandó dar de palos e se los dieron Estevan de Vallejos e Pedro Méndez."
También el arcediano Martín del Barco Centenera en su Argentina y conquista del Río de la Plata, "después de referir, sumariamente, la prisión de Alvar Núñez, el gobierno de Irala y la consiguiente desgracia de los leales partidarios del Gobernador despuesto", dice en su canto V:

A tal punto llegó el atrevimiento
del vando de Yrala, que casando
Su hija con Vergara por contento
Y plazer, "un soldado suspirando
En una farsa sale descontento
Y roto, y pobre, y otro preguntando
Y el responde, diziendole, ¿quién era?
De los leales soy, que no deuiera
¿Que de los leales sois? – le dize luego.
Mirad, pues, bien el pago que sacado
Aqueis de esta contienda y triste juego
Que tan contra razón aueis jugado,
Hermano, por ventura estáis ciego,
¿Qué no véis que andáis de pie quebrado?
El triste del leal dize temblando:
Hermano, lo que si que estás penado" (21)

"Esta representación – dice Caillet Bois – debe fecharse después del regreso de Irala a la Asunción, es decir, a principios de 1551. No se trata en este caso de una farsa sacramental de Corpus, ya que el mismo arcediano nos informa que se representó con motivo de las bodas de doña Martina de Irala con don Francisco Ortíz de Vergara. Debe señalarse la circunstancia, porque muestra que aún la comuna pobre y guerrera celebraba acontecimientos oficiales y no religiosos y permite suponer una abundante obra dramática perdida." (22)
La verdad es, pues, que las más antiguas representaciones teatrales realizadas en Asunción fueron autos sacramentales, misterios y farsas religiosos semejantes a las piezas llevadas a la escena en los templos de la España lejana. Tiempo después, ese género salió de los dominios conventuales para transformarse en un motivo de fiestas paganas.
Información interesante también es la que se refiere al jesuita Alfonso de Barzana, provincial de la Compañía, poligloto y poeta, de quien nos ocupamos más adelante, autor de algunos pasos de comedia y de cantos sagrados para los niños y los indígenas.
Refiriéndose al teatro colonial, un autor escribe: "Las primeras representaciones revelan la importancia del aporte indígena, que se mezcla de íntima manera con lo que se podía adaptar del teatro español de la época. El influjo europeo se admite, ante todo, en el abandono de las tradiciones guaraníticas como argumento del drama. Esta orientación del naciente teatro paraguayo tuvo su origen en razones de índole política: exaltar las glorias de la raza dominada, fomentar su orgullo, era peligrar la estabilidad de la colonia, exponiéndola a las subversiones libertadoras." (23)
Es posible que algo de todo eso haya habido; empero, mas que tales razones, creemos que existen otras, como el desconocimiento de la lengua autóctona – repetimos – por quienes preparaban obras teatrales, así como la ignorancia de las tradiciones guaraníes. No ha de olvidarse que, aún en nuestros días, el idioma guaraní, tan rico en matices, tan flexible y dulce, no se deja dominar muy fácilmente, y, por el contrario, es tema que apasiona en los laberintos filológicos y casi un misterio en sus reconditeces para el investigador científico. En cuanto a las tradiciones indígenas se hallan todavía, a cuatro siglos de distancia del descubrimiento del Paraguay, ocultas, en gran parte, en la sombra de lo desconocido.
Por los documentos que pueden hallarse, ya sea en los archivos de Buenos Aires, Río de Janeiro o la Asunción, se sabe que desde fines del siglo XVI, los cabildos costeaban las representaciones escénicas, que ellas tenían lugar al aire libre y que atraían numeroso concurso de espectadores.
La canonización de San Ignacio de Loyola, en 1622, dio origen a una de estas exhibiciones. Bajo la dirección del misionero Roque González de Santa Cruz, más de cien niños se iniciaron, como protagonistas de la escena. Formaban dos bandos: uno de cristianos y otro de infieles. "Simularon una batalla, dice la crónica; los idólatras iban adornados de ricos plumajes y armados con arco y macana; los cristianos peleaban con una cruz. La música regulaba los movimientos de los infantiles ejercicios. Era de ver cómo éstos se juntaban o separaban, dividían el campo en dos partes iguales o simulaban acometidas. Pasado algún tiempo, la batalla se declaró en favor de los cristianos, quienes llevaron a los vencidos, hechos prisioneros, delante del gobernador eclesiástico, primero, y luego del civil. Estos se echaron en el suelo, pero alegremente, cual convenía a cautivos voluntarios, saltando de cuando en cuando."
La Compañía de Jesús era, aparte del Cabildo, la animadora más entusiasta de las representaciones teatrales en el siglo XVII. En 1634 esta compañía de religiosos celebró el centenario de su fundación, ocurrida en la iglesia de Montmartre, en París. Bien es cierto que su bautismo, con el nombre de Compañía de Jesús que aún conserva, se realizó, años después de su creación, en 1537, el mismo, casualmente, de la erección de Nuestra Señora Santa María de la Asunción.
El primer centenario jesuita a que nos referimos dio lugar a grandes festividades en el Paraguay. En los diversos pueblos misioneros se levantaron arcos triunfales y grandes tablados y hubo discursos en latín y en guaraní. La muchedumbre, enardecida por los juegos, aplaudía frenéticamente "las danzas y los ejercicios de palestras". "Soldados que llevaban en su escudo una de las letras que componen el nombre de Ignacio, bailaban formando con ellas diversos anagramas."
El padre Nicolás del Techo, en su Historia de La Provincia del Paraguay y de la Compañía de Jesús, narra una de las más suntuosas fiestas realizadas en la ocasión aludida. Es la celebrada en la reducción de Encarnación, en el Guairá. "Salió de improviso un gigante llamado Policronio – escribe el padre Techo –, vestido de colores, con larga barba y cabellera blanca; significaba el centenario de la Compañía de Jesús y llevaba cien niños pintados; éstos eran los diferentes cargos de la Compañía; con armonioso canto celebraron las alabanzas de Policronio; la escena tenía lugar en un paseo de la población; mas adelante había un rebaño de cien bueyes; después cien arcos de triunfo con emblemas que estaban en el camino de la iglesia; a la puerta de ésta se ofrecieron cien panes; en el altar mayor lucían cien velas."
"Se trataba de una fiesta más pagana que religiosa – dice J. Natalicio González –, en la que las reminiscencias místicas se mezclaban sacrílegamente con las miserias humanas. El monstruoso orgullo jesuítico se manifestó en toda su crudeza en la parte final de la pantomima. La Compañía, simbolizada por una mujer vestida de blanco, apareció en lo alto de un carro de triunfo; descansaban a sus pies seis mansos monstruos; pontífices, reyes, emperadores y ángeles se precipitaban a su paso para brindarles sus aplausos, y finalmente apareció Jesús, seguido de su madre, para acogerla y glorificarla, a los ojos de los indios asombrados que no salían de su estupefacción al ver al propio Dios de los blancos, rindiendo homenaje a los hijos de Loyola." (24)
El proceso evolutivo del teatro vernáculo exigió el concurso de la danza. El movimiento rítmico, al compás de música primitiva, daba mayor movilidad a las escenas y contribuía a despertar el interés de españoles, aborígenes y mestizos. Así llegó a transformarse en vasto espectáculo coreográfico. "Se trataba de lo que en el siglo XVII se llamó danza de cuenta, es decir, bailes que simbolizaban hechos guerreros o religiosos." He aquí someramente expuestos el origen del teatro paraguayo.

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