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sábado, 12 de diciembre de 2009

MARIO HALLEY MORA - AMOR DE INVIERNO (TEATRO) / Versión digital: BIBLIOTECA VIRTUAL MIGUEL DE CERVANTES

AMOR DE INVIERNO
por
MARIO HALLEY MORA.
Colección homenaje – Nº 2.
Diseño de tapa: ROBERTO GOIRIZ.
MARIO HALLEY MORA por BERNARDO NERI FARINA.
Comentarios: JOSÉ-LUIS APLEYARD
Editorial EL LECTOR, Asunción-Paraguay 2003.
164 páginas
Versión digital:
BIBLIOTECA VIRTUAL
MIGUEL DE CERVANTES
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** Se ha sostenido siempre que el amor no tiene edad y que puede aparecer con fuerza en cada etapa de la vida. El autor de esta novela se ha sentido siempre atraído por personas que llegan a lo que eufemísticamente se llama tercera edad. Y es así como nos presenta a los protagonistas de la novela con caracteres bien firmes, pero con rasgos en los que prevalece la ternura que en ciertos pasajes llega a la belleza puramente poética.
** Esa relación entre dos seres, dentro de un ambiente no muy propicio a reconocer el derecho de amar a quienes han traspasado los límites de una edad establecida por convenciones tan tácitas como falsas, encuentra en Halley Mora el más adecuado narrador de una historia de amor que renueva la sangre y el espíritu de quienes la experimentan. Un amor apacible, con sus pequeñas y pasajeras tormentas, pero puro y liberado de las violentas pasiones juveniles. Una novela que demuestra la intuición del autor para recrear personajes tan sensibles como los de esta hermosa novela que invita a ser leída en más de una ocasión.
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CAPÍTULO 1
** El hombre viejo depositó unas flores ante una tumba, susurró un padrenuestro entre dientes, extrajo un pañuelo del bolsillo y lustró cuidadosamente la litografía de su finada esposa, que parecía mirarlo tristemente desde la pared del panteón. Cumplido el rito caminó por la fúnebre avenida rumbo a la salida. Le llamó la atención una señora vieja que, frente a una suntuosa tumba, hacía lo que no debía hacerse ante ninguna tumba, suntuosa o humilde: maldecía.
** -¿Puedo ayudarle en algo, señora?
** -Sí, vaya y consiga con el Intendente una resolución que prohíba hacer caca en este santo lugar.
** -No me diga que usted...
** -No la hice yo. ¡La pisé, señor mío!
** Se había sentado y con infinito asco y esfuerzos musculares olvidados trataba de sacarse el zapato mancillado por la humana miseria.
** -¿Me permite...?
** El señor viejo ayudó galantemente a la señora vieja a despojarse del zapato, y se puso a limpiarlo cuidadosamente contra el césped que había invadido una losa olvidada.
** -Es usted muy gentil, señor.
** -Jamás paso de largo ante una dama en apuros -dijo el señor viejo-. Parece que el zapato ya está limpio, aunque todavía huele.
** -Gracias -dijo la señora vieja- y se calzó el zapato.
** El hombre viejo miró el retrato de un caballero de mirada dura tras los cristales del sepulcro, y abajo una leyenda: Jamás te olvidaremos. Tu esposa e hijos.
** -¿Su marido, si no es mucha curiosidad?
** -No, es mi padre. El retrato de al lado es mi madre. Estoy casi sola.
** -¿Viuda con hijos?
** -No, soltera con un hijo. Soy lo que se dice una madre soltera. O, mejor, una abuela soltera.
** -No me cuente si le duele.
** -¿Quién le dijo que me duele? Me hubiera dolido más ser soltera sin hijos. Y hubiera llegado a ser una abuela sin nietos.
** -Me gusta usted, señora. Toma la vida en solfa.
** -Tomarla en serio es muy triste. Me entristece la tristeza. ¿Y usted? Permítame decirlo. Luce usted elegante y distinguido con esos cabellos blancos. Lástima que huele a caca.
** -¿Lo que huele es su zapato, señora!
** -No me contestó la pregunta. ¿Toma la vida en solfa?
** -Hum... diría que no.
** -¿Y qué espera? ¿Espera llegar a morirse con ese porte tieso y pacato?
** -¡No espero morirme de ninguna manera!
** -¿Ochenta años?
** -Hum... setenta y nueve.
** -Ya es hora de que piense en la muerte.
** -¿Y usted piensa en la muerte?
** -¡Sí, por eso tomo la vida en solfa! ¿Casado?
** -Viudo.
** -Con hijos.
** -Con ex hijos.
** -¿Cómo dice?
** -Se fueron todos. Vivo solo. Bueno, es un decir. Hay una dama que...
** -¿Ya, ya, ya, hombres, hombres, hombres!
** -¡Tiene ochenta y cinco años, señora! Se supone que es la encargada de la limpieza y de darme los remedios a hora. No limpia nada y los remedios a la hora se los doy yo. Y no me diga que la eche. Es reliquia de la familia.
** -Y usted ¿Vive sola?
** -Con dos gatos y un perro. Los gatos se llaman Gorbachov y Lenín y el perro Bush. Es como tener un poquito el podrido mundo en casa. A lo lejos se oye un trueno lejano y empieza a oscurecer.
** -Bien aviada voy a estar si me mojo y me agarra la sinusitis. Buenas tardes, caballero.
** -La acompaño.
** El hombre viejo y la mujer vieja caminan por la avenida central. Ella pisa una baldosa floja y trastrabilla. El hombre viejo la sostiene gentilmente del brazo. Ya no la suelta. En el gran portal una anciana increíblemente nariguda le ofrece un lirio caído -de una corona-- al señor viejo.
** -¿Una flor para la señora?
** El hombre viejo le da un billete y ofrece versallescamente la flor a la señora vieja. Ríen a dúo.
** -¡Nos tomó por marido y mujer! -dice ella. Luego lo mira de pies a cabeza y dice: -No me hubiera casado jamás con usted
** -¿Y se puede saber por qué?
** -Habrá sido un joven demasiado solemne.
** -¿Cómo lo sabe?
** -Porque es un viejo demasiado solemne. Yo detesto la solemnidad. Jesús, empieza a llover.
** -No se preocupe. Yo la llevo.
** -¿Me lleva adónde?
** -¡A su casa!
** -¿Cómo?
** -¿En mi coche!
** -¡No me diga que usted maneja!
** -¿Con quién cree que está tratando, con un paralítico?
** -¿Pero maneja de veras?
** -Señora, me siento al volante, arranco, brrrummmmm y empiezo a andar!
** -¿Y cuál es su coche?
** -Aquél.
** -¿El negro?
** -¡El mismo!
** -Por todos los cielos... ¡es un armatoste
** -No ofenda, señora, no ofenda. ^Es un Buick Dinaflower de ocho cilindros en línea modelo 1949! ¡Es un clásico!
** -En 1949 yo era todavía suficientemente joven como para bailar la pachanga. Si ese coche se fabricó cuando yo bailaba la pachanga, se está cayendo a pedazos.
** -Pero anda. ¿Vamos?
** Corriendo de la lluvia que empieza a arreciar, abordan el enorme automóvil negro. Ella se encoge, como si tuviera frío, o miedo.
** -Tranquila...
** -Es que su coche es lo más parecido que he visto a una carroza fúnebre. Sólo faltan unos candelabros.
** -Muy amable de su parte.
** El hombre viejo imprime velocidad al automóvil por la avenida Mariscal López. La vieja señora se alarma:
** -Oiga, señor mío. Yo ya pasé la edad de volverme loca por los tuercas. Así que más despacito, por favor.
** El hombre viejo aminora, maneja en silencio. Luego pregunta:
** -¿Dónde la llevo?
** -Vivo en General Santos y Pirizal. Dígame, ¿ese volante grandote es de fábrica o la puso usted porque es corto de vista?
** -¡Es de fábrica, señora!
** -Si es corto de vista me bajo, ¡aunque me enoje!
** -¡Leo sin lentes, señora!
** -¡Ay no, coquetería senil no, señor mío!
** -¿Coquetería senil?
** -Mire, se manifiesta en dos formas. Con la vista y con el sexo. «Todavía leo sin lentes» es una forma. Presumir de bajar calzones, otra.
** -Bueno, yo, por lo menos, leo sin lentes. Así que soy sólo medie coqueto. ¿Cuál es la calle Pirizal?
** -En la siguiente esquina. La de portones de hierro.
** El hombre viejo detiene el coche.
** -Bonita casa.
** -Me la regaló mi hijo. Le agradezco mucho, señor...
** -Me llamo Miguel.
** -Yo, Sara. Visítame alguna vez.
** -¿En serio?
** -¿Qué le pasa? ¿Les tiene alergia a los gatos?
** -Es que la idea me atrae. Siento un poquito el peso de la soledad Mis amigos más viejos ya chochean y con los más jóvenes no tenemos los mismos recuerdos. Conclusión, la voy a visitar.
** -Si viene para tomar el té traiga masitas, y si viene a la hora de aperitivo traiga su botella.
** -¡Me rindo ante su hospitalidad!
** -Así soy. Adiós, Miguel. Cuídese, aunque supongo que con ese armatoste no hay peligro en los raudales.
** Miguel, 79 años confesados, ochenta reales, sonríe y parte. Sara, que en 1949 era aún lo suficientemente joven para bailar la pachanga, entro en su casa con un andar de pato apresurado. La lluvia cae intensa y liar en el ambiente un penetrante olor de tierra mojada.
**/**
CAPÍTULO II
** Durante la noche la lluvia sigue cayendo. Pero ya no es tormentosa, sino mansa. Se oye el correr musical del agua en las canaletas y un concierto de goteos. Don Miguel ha cenado su bife a la plancha con papas, se ha vestido su fresco pijama y apoltronado en su mullido sillón, a la luz de un velador, lee El Erial, de Constancio C. Vigil. Lo ha leído de muchacho, de adulto, y en la ancianidad vuelve a leerlo. Arrastrando los pies, se acerca a él la anciana ama de casa, que trae un vaso y una pastilla roja en un platillo.
** -Su pastilla de las nueve, Miguelito.
** Tiene derecho a llamarlo Miguelito porque así lo llamó de niño, cuando vino de criada-niña y le dedicaron a cuidar al niño.
** -No es mi pastilla de las nueve, Marcelina, sino tu pastilla de las diez.
** -Jesús... es que no encuentro mis lentes.
** -Los tienes puestos, Marcelina.
** -Últimamente ando algo distraída.
** Y se marcha a cambiar la pastilla, murmurando que «debo cambiar de lentes, o dejar de ver la televisión».
** Don Miguel prosigue su lectura. No lee, repasa lo ya sabido de memoria, como un hombre fatigado de andar el mismo sendero y sin ánimo de buscar uno nuevo.
** -Además -dice para sí-, si leer es como remar por un río torrentoso, El Erial es un remanso, donde echarle el anzuelo a los recuerdos. Marcelina vuelve con un vaso de leche tibia.
** -¿Y la pastilla, Marcelina?
** -¿Qué pastilla?
** Paciente, don Miguel se toma la leche y devuelve el vaso. Marcelina se marcha con prisa, con toda la prisa que permite sus ochenta y cinco años, porque está a punto de empezar Diana Salazar.
** Don Miguel cierra los ojos. Recuerda la aventura del cementerio, y a la anciana Sara.
** -Pintoresca, la señora.
** Le resulta nuevo eso de tomar la vida en solfa, de ser anciana y ponerse a bailar al borde de la propia fosa. Tornarle el pelo al mundo con sus dos gatos y su perro, emitiendo por los poros una vitalidad cínica inextinguible.
** -Me llamó solemne, tieso y pacato... ¿Lo soy? Posiblemente. Tomo a la vida demasiado en serio y a mí mismo también demasiado en serio. Me pregunto si no es una tontería, ahora que los años se acaban. Quizás los años desgastan la capacidad de la alegría, y nos la reemplaza por la chochez, porque ocurre que estoy hablando solo.
** Se levanta, marca cuidadosamente la página del libro que no leyó y se encamina a la amplia cama, donde se siente demasiado pequeño desde que su esposa murió y dejó de compartirla. El cristal de la ventana está empañado. La lluvia ha cesado, pero se oye el goteo de los árboles del patio escurriendo agua. Cierra los ojos y trata de dormir, como todas las noches, sabiendo que sólo conseguirá llegar al portal donde la vigilia termina pero no empieza el sueño, o es un sueño tan leve y transparente que las cosas siguen siendo, enfundadas en un velo de alejada realidad.
** Allá en la otra casa, Sara, 78 años reales, vestida con un inmenso camisón de franela acaba de sacar afuera a Gorbachov y Lenín, que maullan resistiéndose a salir a la noche mojada. Bush simula dormir con el hocico entre las patas, pero tiene un ojo abierto, a la espera temerosa de que también sea expulsado de la calidez de su trozo preferido de piel de oveja. Sara no lo ve y se marcha a su dormitorio, y Bush, con un suspiro de satisfacción, empieza a dormir de veras. Sara apaga las luces y se acuesta. Afuera todavía hay un rumor de humedades vivas, pero las gotas de la brecha del techo siguen cayendo en la palangana, produciendo un ruido musical, rítmico, que Sara adapta a una melodía vieja como el tiempo ido.
** Sonríe en la oscuridad pensando en el encuentro del cementerio. Hace cuentas de que hace semanas que no habla con nadie, porque no tiene con quién hablar, salvo con Gorbachov, Lenín y Bush, y su hijo, en ese orden, porque el más verboso diálogo con Raúl, su vástago, fue el mes pasado.
** -¿Necesitas algo, mamá?
** -No, hijo, no me falta nada. ,
** -¿Fuiste al médico?
** -Fui.
** -Bueno, mamá, me voy, tengo algo que hacer -dice, mirando su reloj pulsera. Y se va.
** -Pero el viejo... ¿cómo se llamaba? Ah sí, Miguel, era más apto para la conversación. Parecía tener también sed de palabras. Y fue amable. Y dijo que la visitaría, sin ofenderse por lo de las masitas y la botella.
** -Es bueno tener un amigo -susurró en la oscuridad- aunque fuera para sentirse viva... ¿Cómo se decía?, sí, comunicada. Extraña palabra que no sé por qué me suena a víspera de Nochebuena, como una espera que terminará en algo agradable.
** Afuera, se oye un maullido urgente, como una llamada de amor. – Es Gorbachov, el más galante de los dos.
** Y se durmió.
** En la noche, el cielo se ha aclarado. La luna, como un letrero luminoso, se enciende y apaga al paso de las nubes veloces. La tierra mojada se despereza con la lujuria de una mujer que acaba de ser poseída. Don Miguel transita en la línea del sueño y la vigilia. Sara oye en sueños el goteo metálico del techo, y le parece escuchar la melodía de «Isla de Capri».
**/**
Capítulo III - Continúa...

1 comentario:

  1. Puereeteeeee jajaja..
    quiero saber si no hay una teatro de Mario Halley Mora que se llame Quience Años ??
    responden por favor :)

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