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sábado, 18 de septiembre de 2010

RENÉE FERRER - DESDE EL ENCENDIDO CORAZÓN DEL MONTE (CUENTOS) / Edición digital: BIBLIOTECA VIRTUAL MIGUEL DE CERVANTES.


"DESDE EL ENCENDIDO CORAZÓN DEL MONTE"
Autora:
RENÉE FERRER DE ARRÉLLAGA;
ilustrado por el indígena
Edición digital: Alicante :
Biblioteca Virtual Miguel de Cervantes, 2000
N. sobre edición original:
Edición digital basada en la de Asunción (Paraguay),
Arandurã, 1994.

YO CUENTO ARBOLITOS,
UNA NUEVA PROPUESTA FRENTE A LA DESTRUCCIÓN

La idea de este libro surgió del deseo de aunar dos culturas diferentes para lograr un mismo fin: la defensa de la naturaleza ante la locura de exterminación de la vida natural y cultural, y la esperanza de generar nuevos modos de pensamiento y de acción ante el mundo, las cosas y los seres vivientes.
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Pocos años de vida les quedan a los bosques del Paraguay, pocas esperanzas a las especies en vías de extinción, escasas alternativas para el verdor del planeta. ¿Seremos capaces de vislumbrar el peligro a tiempo y de detener la destrucción total?
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Ante semejante pregunta surgió la posibilidad de buscar otros caminos para llegar hasta ustedes, lectores, que son los depositarios de este llamado a un compromiso compartido de salvamento ante el peligro de un daño irremediable, de una irrecuperable devastación.
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Por ello, Axial Naturaleza y Cultura les invita a abrir un capítulo nuevo con respecto a la protección y a la recuperación de los bosques nativos del Paraguay, bajo el Programa denominado Yo cuento arbolitos, para lo cual se apeló a dos creadores muy distintos en cuanto a cultura y modos de expresión -Renée Ferrer, escritora, y el indígena chamacoco OGWA, artista plástico, quienes sumaron esfuerzos en la defensa de la ecología, a través del arte. Cada vez que este libro sea adquirido se dará la posibilidad de que un retoño de árbol originario de nuestro suelo conserve su savia y se yerga firme en las praderas de nuestro país.
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Estos cuentos, narrados en voz alta o en la intimidad de cada uno de nosotros, servirán también para abonar nuestra sensibilidad ante la impotencia de la naturaleza frente a la pérdida de ese latido indefenso que, sin embargo, constituye nuestra única esperanza ante el futuro. ¿Será acaso factible, frente a estos relatos e imágenes, sentir la presencia de nuevos mundos posibles, donde exista un equilibrio entre las fuerzas naturales y las voluntades culturales? Nosotros creemos que sí.
GUILLERMO SEQUERA - Director de Axial Naturaleza y Cultura
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EL ZORZAL Y LA FRONDA

Para Pupy Duarte Rodi

** La conmovieron la inmensidad de la fronda, allá abajo, y los silbos que parecían emanar de cada hoja. Algo en su cuerpo menudo le avisó que había llegado. Quizás el retumbar de los latidos de su corazón o las rutas aladas de sus antecesores. Ni siquiera poseía la representación de la distancia. En su cerebro sin memoria todo sucedía en el presente: la espesura, el sol desplegado sobre la primavera y ella, arrebatada de cielo en los remolinos del viento.
** Sobrevolando esa congregación de verdes que le llenaba la mirada, comprendió el término de su viaje y el arribo al hogar. Los montes le gustaban. Por la murmuración de las hojas, tal vez, por las hormigas atareándose en las ranuras de los troncos, o esa manta de trinos con que juntos los pájaros arropaban el atardecer. Por todo eso le gustaban. Si las golondrinas preferían el mojinete de los ranchos y las cigüeñas el distanciamiento de las chimeneas, ella, por el contrario, deseaba para su nido la umbría comunidad de los montes.
** Por un hueco de sombra se metió en el follaje, brincando sobre los goterones de luz filtrados hasta el suelo; observando la respiración del bosque, su fluir de vida creciendo hacia las nubes; escuchándolo todo.
** El balanceo de las lianas, los gusanos y el delicioso manjar de los insectos llamaban su atención por todas partes. Certera y astuta, picoteó una rama. Se bañó en el mullido colchón de hojas, que al pie de cada árbol esparcía su húmeda fragancia y, más tarde, hecha un capullo moteado sobre sus patitas tiesas, dormitó en plácido abandono.
** Lo vio enseguida. Antes, el violín de su garganta había quebrado la campana de su sueño. Se dejó mirar ajena a su presencia, mientras se le iba en estampida el corazón. Permitió que su voz la recorriera, escabulléndose después como si no lo escuchase. A la espera y desde lejos, lo sintió arremeter con su gorjeo límpido, mientras ella, ensimismada, simulaba todavía indiferencia.
** A él no le inmutó su pretendida ignorancia. Acicateado por aquella reticencia, a saltos cortos se le acercó. Huyó de nuevo ella, escurriéndose de prisa. Y una vez más, algo ofendido, pero resuelto y melodioso, en lentos giros la siguió.
** Un poco más. Un poco más de ese canto, de la impalpable caricia de su voz. Que se repita el llamado. Que me persiga de nuevo. Que se me acerque. Me gusta. Y escapaba otra vez, vacilando entre la incertidumbre de la huida y el deseo.
** De pronto, una nota se soltó de las otras para quedarse vibrando en el aire cual flecha sonora. El cortejo había terminado. Quieto y orondamente diminuto se paró el zorzal sobre la rama, mientras ella, abatida ya su resistencia, se le fue aproximando con el pico ansioso, como una cría desvalida que pide alimento.
** Haciéndose esperar; retardándole aún más la respiración con su demora, buscó un abejorro y, con cuidado, para no lastimarla, se lo introdujo en esa súplica de amor que le tendía.
** Antes que la luna desnudara su doncellez de plata, el zorzal alambró con su canto una parcela de monte y, al día siguiente, incuestionable señor de sus dominios, buscó el lugar adecuado donde plantar su nido. Pelusas, pajitas secas, una pizca de musgo, algo de manantial y un poco de barro, bastaron para terminar aquella construcción, tras múltiples y compartidos ajetreos.
** Fueron días de arrullo y contiendas de ternura. Y al poco tiempo: la sorpresa de ambos ante los huevos minúsculos; la discreción de ella en la tibieza con su canto solidario alrededor.
** No bien arreció el sur, la madre y los polluelos partieron hacia la riqueza frutal de las cosechas, dejándolo al cuidado del nido.
** Sin el revoloteo de los suyos, se le volvieron largos los días y más lejanas las estrellas. Las horas se quedaron baldías, ahora que su compañera se había borrado de la tarde.
** Pacientemente la esperó; hasta que el invierno, por fin en retirada, cedió el paso a la resurrección de las semillas, a la esplendente anunciación de la savia.
** No podía demorarse en llegar. Pronto el bosque le saldría al encuentro con su aroma verdecido.
** Una y otra vez creyó divisarlo en el borde de la distancia, pero al acercarse, manchones renegridos le espantaban la esperanza.
** No bien el día se coma a la luna; posiblemente antes que la noche se trague al sol, se repetía valerosa, buscando la fronda, entre que alentaba a sus pichones a volar ligero sin divisar el verde por ningún lado.
** Desfallecía de cansancio cuando la golpeó el olor de la resina chamuscada. Una extensión de tierra interminable sangraba llamaradas; los troncos como manos abiertas suplicantes. Allí estaban: su monte, su compañero, su nido: derribado, silenciado, destruido.
** La humareda se le adentró en la garganta, en la desesperación, en la impotencia. Se demoró aún sobre el aliento candente del suelo y, después, con los ojos convertidos en dos lágrimas negras, se fue perdiendo en la tiznada palidez del horizonte.
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DE CÓMO UN NIÑO SALVO UN CEDRO

«Quiero saber por qué se dice que el cedro es un árbol sagrado... Ñamandu dijo «Bien, este árbol, en este árbol bueno excavad», dijo, «hemos de hacer que escuche árbol hermoso, éste es el único árbol hermoso que creamos para tenerlo con nosotros, para hacer fluir la palabra...». Textos Mby'a. Las culturas condenados. Compilación de Augusto Roa Bastos. p. 253.

** Un ajetreo de hombres en la limpiada cercana no le dejó conciliar el sueño. A la amanecida, Pablo se levantó, partiendo hacia el claro del monte, taciturno y de prisa, con la garganta obstruida por un pálpito siniestro.
** Allí estaba, uniendo la tierra y el cielo con su tronco grisáceo, el cedro. No se dejó engañar la primera vez que lo vio. Sabía que bajo ese aspecto ceniciento dormían los colores rojizos de la aurora. No recordaba bien cuándo se convirtió en el compañero inmóvil de su imaginación. ¿Sería aquel atardecer en que se refugió bajo su follaje sintiendo sobre la frente una garúa apenas perceptible, que lo fue impregnando con un aroma de sombra y de jugos montaraces? ¿O aquella noche, cuando lo sorprendió meditando en voz alta, como si de la corteza cuarteada y olorosa le fluyera la palabra? Se acercaba desde entonces a escucharlo como los pájaros, como las nubes, como las abejas que, coqueteando con su tronco, guardaban en sus huecos la untuosa miel. Le fascinó su voz grave, bajada de la reverberación de los astros.
** Arribó sigiloso y se retiró con temor. Era cierto. La sospecha se desplegó ante sus ojos: los hombres estaban allí; el campamento, a la izquierda; a la derecha, las máquinas. En el centro, el temblor de las flores.
** Algo debía hacer para salvarlo; algo, que su pequeñez le permitiera, pensaba con desesperación, observando los aprestos para la sierra.
** A la noche siguiente, no bien los obrajeros se tumbaron al resguardo de las carpas, Pablo se internó hasta el corazón del monte y lo buscó entre los árboles, desdibujados por la ausencia de la luna. Separó las lianas que ceñían el matorral; atento al quejido del mantillo, recorrió la picada y, finalmente, guiado por el aleteo de las mariposas que comen sus brotos, lo identificó. Lo rodeó con sus brazos, acarició su aspereza, le preguntó cómo estaba. No temas, parecían decirle sus manitas morenas.
** Sin más dilación comenzó el ascenso. El tronco, coronado por la copa servida, era un puente desde la tierra hasta la mismísima altura. Siguiendo los rastros del perfume, indagó el itinerario posible entre los racimos de flores; los atajos, los descansos de aquel viaje del cual no vislumbraba el final. Se topó con un fruto tempranero e insistió sobre la premura de su misión. Debían entenderlo. En cualquier momento, el amanecer rompería el huevo de la noche y sería demasiado tarde. Averiguó entre una nidada bullanguera el trayecto más corto. Recordando el vuelo ondulante de una semilla de alas grandes, siguió a tientas la ruta que una vez le vio emprender. Le pidió consejos a la última horqueta para evitar los vahídos que amagaban tirarlo abajo. Subió y subió hasta tocar el cielo. Paseó entre las constelaciones y, antes que se apagaran las estrellas, eligió la más grande, la que brillaba más.
** La tomó entre sus manos; con solicitud se la metió en el bolsillo soslayando el vértigo descendió, firme y lento. Cuando estuvo en el suelo, la observó: su luz enceguecía.
** Extendió los brazos tanto como su tamaño lo permitía y, buscando una saliente leñosa, la colgó sobre el fuste, como una señal.
** Al otro día, cuando volvieron los hombres a terminar la faena, vieron sobre el cedro solitario aquella estrella, como un beso de luz sobre la madera fraganciosa y, asustados por el misterioso designio, lo dejaron vivir.
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LA CONFESIÓN DE LAS SEMILLAS

** Se encontraron después de varios años, cuando el cuerpo de sus antecesoras no era sino un recuerdo leñoso en el ciclo de las estaciones.
** De modo fortuito, y hasta si se quiere inverosímil, se enteraron de la cita concertada por sus madres. Nadie en la selva o en la ciudad, o a lo largo del río, mencionó alguna vez aquella historia, y no se hubieran enterado jamás, si no fuese por un búho que, arrastrando sus vigilias por distintos parajes, solía repetirla bajo la plácida mirada de la luna.
** Dentro de una vaina oblonga, arropadas por una pelusilla, con la impaciencia de la partida apenas sojuzgada y la curiosidad reventándoles por todas partes, ocho semillas de un samu'ú decidieron reunirse al cabo de los años, a recordar los días de encierro y las vicisitudes de la separación.
** Con la vida guarecida en los cotiledones a la espera de la germinación, se entregaron confiadas a los raptos del viento, emprendiendo un viaje que terminaría, sin duda, en la majestad de un árbol.
** Poco después, desde la intimidad de la tierra, los brotos perforaron el tegumento malva, levantándose hacia el cielo con el vigor de un niño. Fue lindo desperezarse al sol, descubriendo el mundo con las plúmulas henchidas de savia; beberse a tragos pequeños los aguaceros y sentir el zarandeo de la brisa dejando, sin embargo, las hojas tiernas en su sitio. Lindo, asombrarse ante la levedad de los nidos sobre las ramas incipientes y, una vez coronadas de verdor, escuchar en el follaje el trajinar de los pájaros. Y, más tarde, deslumbrarse ante el abultamiento de las yemas, el estallido de las corolas o las frutas en sazón.
** Conocido el motivo de la cita por las divagaciones del búho, las hijas de aquellas semillas andariegas no cejaron en el empeño de encontrarse, siguiendo el itinerario de su memoria pajarera.
** Así fue como un verano, bajo un cielo deslumbrado de estrellas, formando un círculo confidente, se reunieron en el mismísimo lugar donde se dispersaran las semillas primigenias.
** Una partida de grillos aserraba el silencio del palmeral dormido, cuando empezaron a develar sus existencias dispares.
** Trasplantadas de un almácigo municipal al paseo de una avenida, algunas vieron emerger de su embrión una sombra salpicada de flores. Otra recordaba el sonido luminoso de los niños jugando a perderse y a encontrarse detrás de su tronco barrigudo.
** No faltó quien tuviese aventuras más distantes. Arrastrada por los vientos hasta una toldería, creció junto a un río, presenciando la transformación de su tronco en una canoa, en la cual los hombres se internaban a pescar.
** La más turgente brindó el agua almacenada en su interior para alivianar la sed de todo un pueblo, durante una sequía que no llevaba trazas de terminar. ¡Qué rica está! ¡Qué rica está! escuchaba bendecir, mientras le dolían los tajos en la albura y a la gente le crecía el alivio.
** De su biografía de árbol trajo alguna el recuerdo de un pájaro carpintero que le hacía unas cosquillas locas con el pico. Y otra, muy oronda, se jactaba de la arremetida de un torbellino de picaflores.
** Empalidecían las estrellas cuando notaron que la última se había separado del grupo, reclinándose a llorar.
** El desconcierto fue completo. Al instante, la curiosidad deshilachó sus preguntas. ¿Qué pasa? ¿Qué le pasa? ¿Qué te pasa? Todas quisieron saber. Pero ella, convulsa, no podía contestar.
** Después de mucho consuelo y no menos paciencia, escucharon su confesión: Yo provengo de un árbol tan alto que los pájaros lo elegían para alcanzar las nubes. Los nidos que yo albergaba parecían hechos de luna, y los silbos encontraban abrigo entre mis ramas. Mi tronco memorizó la huella de los insectos y el dorado zumbar de las colmenas. Detrás, se refugiaban el miedo del venado y el temblor de las liebres, al presentir los pasos del cazador furtivo. Las lianas me pedían permiso para trenzar su indolencia en torno a mi ramaje. Era feliz. Un pilar de la selva me sentía, con la sola ambición de mantenerme en pie proclamando la vida.
** Pero un día, se quebró el rumoroso palpitar del monte. La umbría quietud quedó desbaratada. Los escuché llegar. Era tiempo de tala, quemazón y desbande.
** Me golpearon sus voces; el brillo del acero trizó la tersura de las cortezas; el chasquido de las cadenas nos despobló de gorjeos. Aguardé, esperanzado dentro de mi tristeza, viendo que se llevaban a otros como yo. Conjeturé mi destino. Me desvelé esperando hasta que, sin escuchar mis súplicas, cumplieron con la orden y nos prendieron fuego.

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ENLACE AL ÍNDICE DE "DESDE EL ENCENDIDO CORAZÓN DEL MONTE" EN LA BIBLIOTECA VIRTUAL MIGUEL DE CERVANTES.

Enlace al CATÁLOGO POR AUTORES
del portal LITERATURA PARAGUAYA
de la BIBLIOTECA VIRTAL MIGUEL DE CERVANTES

en el www.portalguarani.com

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