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sábado, 27 de marzo de 2010

ALCIBIADES GONZÁLEZ DELVALLE - FUNCIÓN PATRONAL: NOVELA - Comentario: JUAN BAUTISTA RIVAROLO MATTO /Ed. digital:BIBLIOTECA VIRTUAL MIGUEL DE CERVANTES


Edición digital:
Alicante : Biblioteca Virtual Miguel de Cervantes, 2001
N. sobre edición original:
Edición digital a partir de la de Paraguay,
Ediciones NAPA, 1980.

COMENTARIO

** «Este año tendremos una función distinta» vaticina el sastre, en los primeros párrafos de la novela, al ver pasar a Mary, una prostituta a quien ha conocido en la capital y que viene al pueblo con intenciones de ejercer su profesión.
** La novela nos cuenta lo ocurrido, a partir de ese momento, en un pueblo de campaña en la semana que precede a la función del santo patrono. No se distrae en la descripción de las escenas pintorescas que suelen amenizar las funciones patronales. En rigor, el pueblo nos parece un poco raro, imposible, y así tiene que ser, porque no existe. O, mejor dicho, sólo existe en la novela. Es una caricatura, una metáfora, que sugiere una realidad más amplia, más profunda, más compleja.
** El relato gira en torno a un viejo conflicto que divide a los habitantes en bandos antagónicos y que alcanza su desenlace, al menos provisorio, un día antes de la ceremonia principal.
** Se enfrentan dos corrientes de opinión agrupadas en torno a dos equipos de fútbol: el Sport Fariña y el Porvenir, el primero dirigido por ña Pastorita Gamarra y el segundo bajo la presidencia de Tío Ra. La rivalidad no se reduce a la emulación deportiva, sino que abarca todos los capítulos de la vida del pueblo. A través de las tribulaciones de una pintoresca galería de personajes, se van descubriendo las causas del antagonismo, que no son tan mezquinas e insignificantes como aparecen a primera vista.
** En el curso del relato se interpolan algunos episodios que parecieran no tener nada que ver con el argumento principal, como son, entre otros la historia del loco al que no le entran balas y la del payesero que no podía morir. Sin embargo, son como indagaciones, como incursiones en las profundidades, que nos dan indicios del sentido de la obra. El loco lanza una tremenda acusación y aterradoras amenazas dirigidas al fondo de la conciencia de sus interlocutores. El payesero insinúa, a través de su propio drama, que el pueblo sigue vivo solamente por un capricho de la muerte, que se hace la distraída.
** Sin embargo, el pueblo que nos describe la novela no está muerto. Los motivos que le dan vida y dinamismo parecen insignificantes. Un partido de fútbol, la llegada de Mary, las indiscreciones del compuestero la absurda muerte de Rigó, el privilegio de vestir a San Lorenzo para la fiesta patronal, los globos de Tío Ra, lo mantienen en constante agitación. El Tío Ra ha reemplazado el espejo de su peluquería por un pizarrón, en que denuncia los abusos de las autoridades, movidas a su vez por los tejemanejes de ña Pastorita. Los argumentos y el lenguaje que se esgrimen en las disputas tienen un trasfondo satírico directo, que los hacen trascender la anécdota. En cuanto a Tío Ra, empecinado en enviar globos a otros mundos, consigue elevarse por encima de todas las limitaciones, miserias y derrotas, con un acto que tiene la sugerencia del símbolo.
** Función patronal está muy cerca de la corriente popular de nuestra literatura, pero ya fuera de su cauce. El lenguaje está lejos de ser pulido, literario, pero se adapta a su objeto. No emplea los giros del castellano popular, sino el idioma de los diarios, de las radios, de los discursos políticos y de circunstancia, lleno de frases hechas, enumeraciones, repeticiones y hasta vulgaridades. Con este desafinado instrumento el autor consigue crear un clima de irrealidad, que induce a pensar que el pueblito en cuestión, donde se desarrolla la novela, y cuyo nombre no aparece en ningún lado, extiende sus límites hasta abarcar el Paraguay entero.
** La novela deslumbra por su originalidad. Y tiene encanto, cualidad preciosa y poco frecuente en la literatura. El autor, dramaturgo y periodista, se lanza a la narrativa con total desparpajo, llevándose todo por delante. Su estilo descuidado, atropellado, avanza a empellones a través de hechos y más hechos sin dar respiro al lector, quien pronto advierte que esta acumulación caótica obedece a una segura intuición que acaba por dar al relato su sentido completo. Como toda buena novela. «Función patronal» es una frase que comienza en la primera línea y se cierra en la última. Nada falta, nada sobra. Todo está dicho, y dicho de una manera ruda, directa, que puede hacer perder los estribos al menos pedante de los profesores de preceptiva literaria. Pareciera que el autor no quiere o no puede detenerse en tales fruslerías. En el fondo es un compuestero que echa mano a todo lo que tiene a su alcance con tal de que convenga a su historia o le sirva para completar un verso. La novela está cargada de humor y de vigor; de valiente testimonio y de intrépida denuncia. De Alcibíades González Delvalle puede decirse lo que Onetti dice de Roberto Arlt: no es un literato, es simplemente un escritor.
** Función patronal es un valioso documento de nuestra realidad vital y de la proyección de la misma en la literatura paraguaya, a la que creemos en camino de convertirse en una de las más ricas y originales de América. Como ya ocurrió con la generación del 900, es una palanca poderosa para la resurrección moral de nuestro pueblo.
JUAN BAUTISTA RIVAROLA MATTO
**/**

FUNCIÓN PATRONAL


** Envuelto en el viento norte de agosto, que llenaba de arenilla las casas y los árboles y de mal humor a las personas, una semana antes de la función patronal llegó al pueblo el parque de diversiones. Su presencia era el anuncio inapelable de la proximidad de las fiestas. Mientras los hombres bajaban a pulso los esqueletos de la calesita, de las casillas y de los entretenimientos, las mujeres hacían hervir la comida en el suelo rodeadas de sus hijos pequeños, que lloraban de memoria. A las pocas horas, un costado de la plaza quedó cubierto de toldos con paredes y techos de pirí, retazos de carpas y de coloridas telas. Pronto estarían llenos de baratijas, frituras y bebidas. Los primeros visitantes del parque fueron los perros, que se pusieron a disputar ruidosamente los residuos de comidas esparcidos en el suelo. Los altoparlantes funcionaron enseguida con descoloridas polkas, mientras una voz arrugada invitaba al pueblo a pasar un sano esparcimiento.
** En el patio de su casa, a la sombra de un mangal, Cándido Ramírez, el sastre, se disponía a merendar. Al sentarse, los altoparlantes le dieron la evidencia de la llegada puntual de la función patronal. Esto le puso irritable y le quitó el hambre que estaba echando raíces en su estómago. Ocupado en otros asuntos, todavía no había cortado las telas para los trajes que se había comprometido a confeccionar.
** -Te venía diciendo que te pasará lo del año pasado -le gruñó la mujer.
** ¡Carajo! fue la respuesta del sastre, quien se perdió en una pieza pequeña y húmeda que le servía de taller. Mientras miraba la pila de telas, recordó que el año anterior, por incumplimiento de un pedido, estuvo una semana preso, cuando la orden inicial era sólo de dos días. Pero hubo complicaciones. Al Jefe de Correos, sobrino de ña Pastorita, se le partió en dos el saco que le había prestado su hermano menor, porque el suyo no terminó de confeccionarse. El accidente ocurrió durante el baile oficial, al inicio de un tango. En el instante preciso en que comenzaba a ostentar su habilidad, encaramado a una maestra recién llegada al pueblo, sintió a sus espaldas un crujido que hizo eco en todo su cuerpo y por varios años habría de quedar clavado en sus pensamientos. En el pueblo se murmuraba que la detención del sastre se prolongó no tanto por su informalidad ni por el episodio del saco prestado, sino porque la obligada deserción del jefe de correos fue utilizada por el secretario municipal para disfrutar de los encantos de la maestra.
** Hostigado por la premura del tiempo y por la humedad, el sastre rodó una silla, recostándola por la pared. Con las piernas cruzadas hizo la promesa de no levantarse hasta dar la última puntada al último traje.
** El Pa'í Ramón ordenó el toque de campana para dar comienzo a la novena. Fue cuando el sastre dejó su labor para mirar sorprendido a una mujer que apareció en la esquina.
** -María -le gritó a su esposa-, este año tendremos una función patronal distinta.
** -¿Por qué? -dijo la mujer, mientras pelaba mandioca en la cocina.
** -¿Te acordás de Mary? Ésa que fue inquilina de tu hermano en Asunción.
** -¿Qué tiene?
** -Está aquí.
** De la cocina llegó un ruido, como de algo pesado que se caía.
** El sastre siguió mirando a la mujer, que caminaba por la calle principal con la indiferencia concebida para que se la viese toda entera, toda chusca, toda ella, con su vestido de percal y una sonrisa que se acomodó seguramente al término de varios ensayos delante del espejo. Cuando llegó al final de la calle con sus pasos cortos, rítmicos, estimulantes, se detuvo el instante exacto para que el pueblo se preguntara dónde iría. Con la misma indolencia aprendida, retornó por la calle principal en medio de dos hileras de ojos aturdidos, de caras asombradas, adheridas a las puertas y ventanas entreabiertas. Un zumbido de preguntas se escapaba de las casas. ¿Quién era ella? ¿La esposa o quién sabe qué del dueño del parque de diversiones? Nunca había llegado al pueblo una mujer con tanto desenfado, con tantos colores en la cara, en las cejas, en los ojos, en las uñas. Las mujeres se santiguaban a su paso con un sonoro ¡Jesús!, y a los hombres le estallaban por los ojos la admiración y el pasmo por ese arco iris, árbol de navidad, pavo real con falda y tacos altos. Por fin dobló una esquina. Fue en ese momento que se escucharon las primeras campanadas de la novena.
** Al término del rezo le esperaba otra sorpresa al pueblo. La muchacha recién venida estaba ya alojada en una casa de dos piezas y corredor, ubicada al costado de la iglesia, propiedad del presidente de la Junta Municipal.


Atención pido señores
un momento de atención
la historia de un triste caso
escuchen los contaré.

** Y Nicanor Paredes, el compuestero, cantaba rodeado de varios hombres, entre quienes corría un vaso de caña, nunca vacío. Todos estaban roncos de hablar y de reírse; tenían la voz falsamente grave y quebradiza; los ojos, de un rojo intenso, se extraviaban buscando nada. Los casos que contaba el compuestero mantenían despiertos y vivaces a sus oyentes, quienes regalaban interminablemente tragos al músico.
** Después de saborear lo que dijo sería el último trago, el compuestero se limpió la boca con la palma de la mano en el pantalón. Enseguida arrancó la música, con débiles aplausos de sus oyentes -cada vez menos porque se iban cayendo. Contó el caso de dos hermanas a quienes el tiempo las había hecho idénticas. Andaban siempre juntas, tanto que si una sola de ellas caminaba por el pueblo, la gente decía: allí vienen o allí van. Todos los domingos, en misa de cinco, la una tocaba el armonio y la otra cantaba. La casa que habitaban tenía un enorme patio con algunos árboles frutales. En el centro del patio, sobre la calle, estaban las dos piezas. En una de ellas sobresalía un enorme nicho que guardaba la imagen de un santo, alumbrado todas las noches por dos velas de sebo. Esta misma pieza les servía de dormitorio. La otra estaba demás. En un tiempo fue recibidor. La última visita había sido la de un cadete, que estuvo sentado un instante en un sillón prestado. Fue en los tiempos en que todavía era posible distinguir una hermana de la otra. El cadete había llegado por la menor y más hermosa de ellas.
** Al hacer una pausa, el compuestero fue convidado con un trago de caña. En el suelo había cuatro hombres durmiendo plácidamente con las piernas y los brazos extendidos. Uno de ellos estaba acostado sobre sus orines, con la cara sonriente. Aún dormido, parecía compartir la alegría sin motivo de quienes estaban despiertos.
** Al compuestero ya no le salía la voz sino que estaba dándosele vueltas en la garganta. El cadete fue recibido por la madre y la hermana de la novia, rodeado del tenso silencio de los familiares y amigos de los dueños de casa. Las dos mujeres estaban frías y pálidas y el cadete amable, suelto, cordial. Dio su nombre con voz dulce y presencia decidida. Como ya se habló de qué calor está haciendo y no tardará en llover y qué lindo había sido el pueblo, el visitante interrumpió la charla porque deseó saber dónde está ella, por qué no viene aquí. Mire, joven, mi hermana está indispuesta. Perdónela pero sería mejor que regresara usted. Hoy no será posible verla. Y el cadete se puso de pie. Fue cuando la madre tuvo un ataque y quedó con los ojos duros. El visitante no deseó más explicaciones y montó su alazán, que lo llevó para siempre. En la pieza estaba la novia llorando sin lágrimas en brazos de una amiga. Su nuevo y único vestido mostraba en la falda un enorme círculo negro. Mientras se maquillaba, una de las velas se había caído quemándole la ropa. Pero no fue accidente. Su hermana lo había hecho adrede para no quedarse sola, para tener compañía en la devota tarea de vestir al santo patrono cada año, en punto.
** Terminado el rezo, el parque de diversiones se desbordó de gente. Al cabo de un año, el pueblo salió de nuevo a retozar; era como si saliese el sol después de un año de tiempo gris. La gente, con su ropa nueva y las diversiones del parque, tenía la sensación de llevar el espíritu envuelto en cintas de color. De pronto se vació la calesita y las mesas de lotería quedaron desiertas. El compuestero silenció su guitarra al quedarse solo. Mary, envuelta en pantalones rojos, la cabellera al viento, con la mirada a punto de caerse de languidez, la sonrisa que parecía haberse traído en la valija, y luego aplicada en la oscuridad sin haberla planchado, como sus pantalones, hizo su aparición. Dio una vuelta. Media vuelta. Un cuarto de vuelta. No se fijaba en nadie. Parecía no existir sino ella sola aquí en la tierra como en el cielo. No veía a la gente que, con los ojos, enormes, se abría a sus pasos. No sintió el tumulto de los perros que se mordían por algo. No escuchó el piropo que alguien le obsequió, ni puso atención a la risa que estalló por una frase dedicada a la parte más saliente de su anatomía. Estuvo ajena a los gritos de una revendedora que fue saqueada durante su embeleso. No percibió que alguien la llamó puta cuando desparramó por el suelo chipas y butifarras, al pisar un canasto. No vio una zanja que estaba por ahí y no sintió cuando rodó por el suelo, donde quedó inhumada debajo de una infinidad de risas y miradas.
** -Te dije que tendríamos un año distinto -dijo el sastre a su mujer mientras abotonaba un pantalón.
** -Esa mujer tiene más gente que San Lorenzo -le contestó su esposa desde la cocina, donde quemaba azúcar para el cocido.
** -Lo que pasa es que en este pueblo nadie vio una puta -sentenció el sastre yendo a la cocina.

** -¡Este castigo nos faltaba! -se lamentó Julia Aldana, al saber la presencia y ocupación de Mary-, ¿Qué hacen las autoridades?
** -Tenemos que mandarla de vuelta -dijo Tío Ra, mientras repasaba su invento-. Esa mujer se aliará con las autoridades y luego este pueblo se llenará de putas. Y para peor, se las explotará en beneficio de otros.
** -¿Qué te parece? -le dijo a su esposa Julián, el violinista, mirando pasar a Mary.
** -Que no te hagas ilusiones -le replicó la mujer, con desconocida aspereza.
** -¡El fin del mundo está cerca! -anunció ña Luisa ciega, prima de Tío Ra.
** -¿Nombre?
** -Nicanor Paredes.
** -¿Profesión?
** -Compuestero -contestó seguro mientras veía pasar a un preso con la cabeza pelada.
** -¿Qué es eso?
** -Contar con la guitarra un sucedido.
** -¡O una calumnia! La calumnia es un delito muy grave, mi amigo.
** -Sí, comisario. Pero a veces llaman calumnia a la verdad que duele. En este caso...
** Y se calló. Le distrajo el preso de la cabeza pelada. Estaba caído en el suelo después de no se sabe cuantas flexiones. Para obligarle a ponerse de pie, el sargento le derramó un jarro de agua.
** -¡Viva el partido liberal! -gritó el preso con todas sus fuerzas.
** -Compuestero... -dijo vagamente el comisario mientras golpeaba la mesa con el lápiz. Por la ventana de gruesos barrotes entraba la música del altoparlante instalado en la iglesia-. La calumnia es un delito muy grave, mi amigo -repitió el custodio de la tranquilidad y el orden.
** -Yo no tengo intención de calumniar, señor comisario. En este caso le puse música a una historia que me contaron.
** -¡A una historia inventada! ¡A un cuento para manchar la honra de una pobre mujer! La señorita Aldana es una señora de bien. En los pocos meses que estoy aquí no la he visto sino andar por la iglesia cuidando a los santos. Y si alguna vez tuvo un novio cadete, y el cadete le hizo lo que le hizo, no solamente es una cuestión privada sino un drama al que se debe poner lágrimas y no música.
** En esto el compuestero vio que el sargento vaciaba otro jarro de agua en la cara del detenido. Éste se levantó de un salto y gritó a todo pulmón, «¡Viva el partido colorado!». Se puso de nuevo a hacer flexiones

** -¿Quién le contó a usted esa calumnia? -dijo el comisario haciendo rayas en la mesa-, la señorita Julia Aldana me daba lástima mientras hacía la denuncia. Estoy de acuerdo con ella en que solamente alguien con mucho odio podía así jugar con su honra. ¿Cómo se llama ese alguien?
** -No recuerdo -contestó el compuestero-. Es que no me viene... tengo su nombre aquí, en la punta de la lengua.
** -Escupa.
** Y el compuestero escupió. En el piso de tierra, entre la saliva, apareció un nombre bordeado de arenillas. El comisario leyó «Pastorita Gamarra».
** -Y ¡ajá! -dijo el policía mientras borraba apresuradamente el nombre con la bota-. Esto es otra cosa. Me hubiera dicho, pues.
** -Estaba procurando...
** Calló la música del altoparlante y una voz chillona anunció el gran partido que sostendrán esta tarde los tradicionales rivales el Sport Fariña y Porvenir será un partido sen-sa-cio-nal cada verdadero deportista está obligado a alentar al equipo de sus amores esta tarde en la cancha del Sport recordamos también que pasado mañana será la gran presentación del mago Lin-Chu en las cómodas y amplias instalaciones del Sport con entradas populares recordamos también...
** Llegó una ráfaga de viento norte y sacó la voz del despacho del comisario. Éste dijo:
** -Bueno, váyase.
** -Gracias, señor comisario.
** Al salir, el compuestero escuchó una voz cansada que decía «¡Viva el partido febrerista!».
** La función patronal estaba en sus inicios. Junto con el novenario comenzó también a actuar el parque de diversiones. Nicanor Paredes, el compuestero, sería uno de los atractivos de la fiesta con sus relatos contados e inspirados en la vida real señoras y señores escuchen un retazo de la vida en la voz inconfundible de nuestro artista que este parque de diversiones ofrece en homenaje a este pueblo hospitalario y a su santo patrono para que nos derrame su bendición y reine siempre la paz en todos los hogares.
** -¡Amén! -dijo el coro de fieles cuando el Pa'í Ramón terminó el rosario. Se santiguaron y cada uno salió de la iglesia con una cara más bien seria. Más bien triste. Más bien horrorizada. El Pa'í Ramón tenía mucha habilidad para pintar el infierno en donde se irán ustedes a parar si continúan pecando. ¿Es que no pueden vivir en hermandad? ¿No pueden dejar el alcohol, la baraja, la mujer del prójimo? Mentira que Jesús haya bajado de la Cruz. Allí está. Cada día, cada minuto le estamos clavando por ese santo madero con nuestra conducta pecadora.
** Terminado el rezo, los altoparlantes del parque de diversiones comenzaron de nuevo a funcionar. Invitaban al pueblo en general a pasar un momento de sana expansión en compañía de los suyos y demás familiares a la vez de tener la posibilidad de ganar fabulosos premios si se divierte con nuestra lotería familiar.
** De la iglesia la gente salía para quedarse en el parque y admirar los desteñidos colores de la carpa de la calesita, sus caballos de madera, sus lánguidas vueltas. Suelta de tres, treinta y tres; solito el cinco; sesenta y dos; solito, pero solito el uno; el ochenta, ocho cero...
** -Pam... pam... pam...
** -Cuarenta y cinco; cuatro...
** -Chissss... altooo... ¡priiiiinnnn!
** -Golpeada la bolilla ochenta. No demarquen sus colecciones. Treinta y tres, sí; el cinco, sí; sesenta y dos no; es SETENTA y dos, siete y dos. Continúa la jugada.
** -¡Aña rakó!
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