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martes, 25 de mayo de 2010

LUCÍA SCOSCERÍA DE CAÑELLAS - DECISIONES... - Prólogo: RUDI TORGA / Versión digital: BIBLIOTECA VIRTUAL MIGUEL DE CERVANTES


DECISIONES...
Autora:
Lucía Scoscería de Cañellas
Edición digital: Alicante :
Biblioteca Virtual Miguel de Cervantes, 2001
N. sobre edición original:
Edición digital basada en la de
[Encarnación (Paraguay)],
[Editorial El Mercurio], [1998].
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PRÓLOGO
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** El departamento de Itapúa es una privilegiada región de nuestro país donde la consolidación de las colonias multiétnicas presenta un pluralismo cultural y con el florecimiento de su diversidad va profundizando un proceso de integración entre el teko ñande' reyva de la inmigración y el ñande reko nacional. Encuentro de culturas que se ha iniciado con el evangelizador San Roque González de Santa Cruz y los aborígenes, al son de la peregrina sinfonía de las vertiginosas aguas del río Paraná.
** La ciudad de Encarnación florece en un clima de fulminante explosión de nuevas realidades que la enfrenta a desconcertantes e imprevisibles transformaciones. Además del pluralismo cultural, tiene gravitaciones inexorables el Puente «San Roque González de Santa Cruz» y la represa hidroeléctrica «Yacyretá». La selva húmeda y prodigiosa que durante siglos fue Itapúa se estremece en un ritmo de progreso notable, y tal vez dramático, al abandonar a su suerte a los habitantes más indefensos, en el decisivo juego de los intereses creados.
** La integración cultural multiétnica que va estructurando la identidad de la región sufre el impacto de la desigualdad que origina el progreso, en el cual no tiene protagonismo el desarrollo humano y el bienestar común. O lo tiene en un nivel que aún resulta insuficiente.
** Con todo, en la ciudad de Encarnación, crece una inquietud cultural que se traduce en múltiples manifestaciones. En el plural espectro de las mismas, la literatura se abre camino.
** Lucía Scosceria de Cañellas, con apasionada convicción, rescata en la literatura la memoria de su comunidad. Con profunda sinceridad penetra en la condición humana de sus personajes para construir sus narraciones. En este sentido, para la escritora, narrar es ir al encuentro de la realidad que transcurre en la ciudad de Encarnación o si se quiere, en el departamento de Itapúa. En su imaginación habitan los habitantes de su ciudad. Y la ciudad habita en su imaginación, con su ayer, su hoy y su mañana.
** Lucía se identifica con su ciudad. Y la ciudad le impregna con su identidad. Con sus barrios, con sus familias, con sus matrimonios, con sus niñas y sus niños, con sus ancianos y sus ancianas, con sus estudiantes y sus empleados, con sus atletas y sus fantasmas.
** Lucía Scosceria de Cañellas tiene la virtud de penetrar en el ser de los personajes que narra. Y tiene la virtud de integrarnos a la vida del acontecer que narra que de pronto es también el acontecer de nuestra vida. Para la escritora, narrar es compartir la fiesta de la vida. Y al decir vida, también estamos diciendo su fin, cuando sobreviene la fatalidad.
** Los cuentos que en este libro se reúnen son vidas que se cuentan. A medida que las vidas transcurren se van diciendo con una intensidad, entregando en cada palabra la clave de su pasión, de su esperanza, de su frustración o su alegría. Desearían tal vez esas vidas, contar con más de sí mismas, pero los cuentos también son vidas que tienen un origen y tienen un fin.
** Lucía Scosceria de Cañellas nos hace respirar el cielo y la comunidad de Encarnación en sus cuentos. Cuentos que identifican realidades de la condición humana.
** Tal vez el más firme testimonio de la literatura encarnacena en nuestros días.
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Director Departamento de Cultura Popular
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LA CANCIÓN DE LA POBRE MARÍA

** María apenas había conciliado el sueño. Se despertaba cada hora y salía a mirar a qué altura había llegado el agua en el lugar donde antes había estado la calle.
** El río Paraná había llegado a lamer el escalón que separaba a la vereda de la puerta de madera carcomida de su humilde casa.
** Notó que sus vecinos también estaban despiertos. Voces y murmullos ininteligibles se confundían con los sonidos propios producidos por el río, protestando tal vez porque el hombre había decidido darle un camino diferente al que le había dictado la naturaleza por tiempos inmemoriales.
** Tenía veintiocho años, pero aparentaba muchos más. Los sufrimientos en la infancia y la adolescencia le marcaron el rostro, curtiéndolo y arrugándolo prematuramente.
** Una tira oscura del horizonte cedió su lugar a otra de un color más claro que la anterior, en cada metamorfosis los tonos se volvían más alegres, hasta que el alba, con pies ligeros, tomó el lila y lo convirtió en fucsia, rosa y naranja. El cielo adquirió un matiz magenta después de dejar al violeta.
** Sería un día claro y soleado.
** Salió al patio. Buscó el brasero y le colocó unos carbones, bajo los cuales puso una hoja de un diario viejo y unas ramitas secas. Acercoles un fósforo y trató de encenderlos.
** Cuando el humo grisáceo amenazaba extinguir la débil llama, acercaba el rostro al carbón y soplaba con todas sus fuerzas a fin de que no muriera.
** Al (sic) tenía el fuego encendido. Se prendió con chispas danzarinas que emitieron chasquidos groseros, como besos de comadres.
** Trajo de una caja de pino que hacía las veces de fiambrera, una gran pava negra, le cargó agua del balde que había juntado el día anterior y la puso a calentar.
** Diez minutos más tarde, la claridad de los rayos solares besaba todo los objetos que se ponían a su alcance y con su ósculo, se delinearon con precisión todos los elementos del paisaje.
** Casas pobres, caminos llenos de barro, animales que buscaban alimentos, cerdos que caminaban o rodaban en el lodo, gallinas y pollos que piaban, la vaca Águeda de doña Tomasa, que mugía mientras era ordeñada.
** Los sonidos peculiares en un barrio marginal. El llanto de un niño. Los gritos de una persona mayor. La mañana se pobló de ruidos como una plaza de fiesta.
La figura familiar del viejo puente que los unía con la ciudad, donde todos iban para rebuscarse a fin de encontrar changa, emergía fantasmal sobre la niebla, como si fuese el vómito de alguna boa constrictora.
** María estaba pasando momentos muy difíciles. No sólo porque era madre soltera y debía trabajar y criar al mismo tiempo a sus dos pequeños, sino porque la tecnología la había dejado sin trabajo.
** Ella se había ganado la vida lavando ropa ajena. En la ciudad le pagaban bien por su trabajo, pero poco a poco lo perdió y todos le daban la misma explicación, como disculpándose.
** -Me compré un lavarropas automático.
** No se desesperó. Los proxenetas del barrio le ofrecían el oro y el moro si ella aceptaba trabajar para ellos, pero no les hizo caso y nunca decayó su espíritu.
** Encontró otras actividades que convirtió en sustento para sus hijos.
** Recogió botellas vacías de los basurales y las vendía a una embotelladora. A veces las compraba y otras, si tenía suerte, se las regalaban. También juntaba cartones que llevaba donde un camión pasaba cada tarde y se los compraba.
** Pero ahora quedaría sin techo.
** La gran represa de Yacyretá que se estaba construyendo aguas abajo, traería el progreso y el bienestar al pueblo, según los políticos, daría energía al país y éste la vendería con lo cual traería divisas a la región. Los responsables de la empresa hidroeléctrica se apresuraban a explicar que no era suya la culpa de la crecida de las aguas, ya que aún no habían cerrado las compuertas. Se debía a la naturaleza.
** ¡Pobre naturaleza, la hallaron culpable, pues había desatado tantas lluvias torrenciales en el Matto Grosso!
** A María no le interesaba ninguno de esos argumentos. Ella temblaba ante la idea de no tener dónde cobijar a sus hijos.
** El Gobierno había dicho: la hidroeléctrica debe reubicarlos.
** Los empresarios decían que todavía no estaban en la cota que exigía la relocalización.
** Los oleros que tenían sus casas en la orilla del río hacían manifestaciones de protesta porque los empresarios los llevarían a un lugar donde no habría arcilla de la misma calidad que la que dejaban en su tierra y con la que hacían tejas y ladrillos, trabajo que daba comida, educación y salud a sus hijos.
** Pero el río había crecido tanto que puso fin a todas las discusiones. Todos debían irse de ahí. No sabían por cuánto tiempo.
** -Mamá, mamá, ¡tengo hambre!
** -Sí, mi amor, ya va tu mamá. -Buscó unas galletas que había guardado la noche anterior y se las llevó a sus dos hijos: Martín de cinco años y Juanita de cuatro.
** -Mamá, tengo hambre -canturreó Martín, remedando a Juanita.
** -Comé tu dedo grande -respondió María.
** Era un juego que siempre jugaban. Había nacido en forma jocosa.
** El año pasado, mientras ella lavaba la ropa en el río, Martín le había pedido algo de comer. Cuando ella dijo que le esperara un poquito, que ya prepararía el almuerzo, él volvió a quejarse.
** -¡Mamá, mamá, tengo hambre!
** Y ella, siguiendo el estribillo que había aprendido en la escuela cuando era pequeña, le había respondido:
** -Comé tu dedo grande.
** Ella iba a continuar con la canción cuando él, inocentemente, dijo:
** -¡Pero, me duele!
** Se había mordido el dedo siguiendo la orden de la mamá.
** Quedó como una anécdota de la niñez de Martín.
** Siempre cantaban:
** -Mamá, mamá, tengo hambre.
** -Comé tu dedo grande.
** -¿Y si me da calambre?
** -Comé alambre.
** Desayunaron el cocido que ella preparó con la yerba. Le agregó un poco de leche en polvo. Mientras ellos comían recogía sus escasas pertenencias.
** Los camiones de la Municipalidad pasarían a recoger a las personas que no tenían otro lugar donde vivir.
** Muchos fueron a casa de parientes, en otros barrios y otros fueron trasladados a un caserón gigante que alguna vez fue una gran fábrica.
** Cada tres metros extendieron bolsas de plástico negro, separando así los lugares que le correspondía a cada familia.
** Se hicieron letrinas y se consiguió luz del estado.
** Pasó el tiempo. Una semana, dos.
** El río no bajaba. La fábrica se convirtió en una ciudad donde vivían mezclados más de cien individuos.
** Cuando volvían de la ciudad, María y sus hijos cultivaban una huerta en un recodo del enorme patio. Mientras trabajaban cantaban y reían. El viento traía retazos de su canción, que todos repetían sonriendo:
** -¡Mamá, mamá, tengo hambre!
** -Comé tu dedo grande.
** -¿Y si me da calambre?
** -Comé alambre.
** Y pronto tuvo verduras que compartió con mucha gente.
** Cada vez eran más numerosos los «damnificados» como se los llamaba a los que quedaban sin hogares por la crecida del río, por lo que las autoridades del lugar habilitaron otro galpón y lo dividieron en secciones.
** Una noche vino una gran tormenta. Las luces se habían apagado. Un ruido inmenso vino de la Sección A. Todo el gentío estuvo de pie para ver qué había pasado.
** Lloriqueos de niños se confundían con los horribles truenos y los zigzagueantes relámpagos.
** Por fin amainó la lluvia. Fueron a ver todos cuál había sido la causa del estruendo.
** Habíase derrumbado gran parte del techo.
** ¡Gracias a Dios nadie había muerto!
** De milagro se habían salvado los miembros de la familia Benítez.
** Políticos opositores al Gobierno aprovecharon la oportunidad para arreciar con las críticas destacando la miseria y la falta de apoyo a la gente pobre, pero tampoco ofrecían algún tipo de ayuda.
** El ejemplo de María con la huerta creció rápidamente.
** Otras familias comenzaron a cultivar una porción de tierra y tuvieron sus verduras y legumbres.
** Todos sabían cuándo María cultivaba su huerta. Cantaba con sus hijos:
** -¡Mamá, mamá, tengo hambre!
** -Comé...
** Pasaron tres meses. El río había vuelto a su nivel normal. Muchos habían regresado a sus hogares. Pero María y otras personas, cuyas casas estaban construidas con cartones y otros elementos precarios, habían desaparecido con las aguas, optaron por quedarse en los galpones de la fábrica.
** Una noche, el cielo se oscureció con nubes bajas y oscuras. A lo lejos se oían truenos y se veían relámpagos azules cortando el horizonte.
** Fuertes vientos sacudieron las copas de los árboles, algunos se derrumbaron quedando con las raíces al cielo como brazos pidiendo misericordia.
** Se había desconectado la electricidad y la oscuridad sólo se veía rota por la luz poderosa de algún rayo.
** Un sonido estremecedor sacudió los galpones. Todos quedaron con el corazón en vilo. Había caído alguna pared o techo.
** El viento amainó de golpe. La lluvia torrencial perdió su fuerza y dio paso a una llovizna persistente, pero mansa.
** En silencio, los habitantes del lugar fueron a investigar qué lugar del galpón había cedido.
** Era la Sección donde vivía María. Se la veía destechada y parte de la pared había desaparecido.
** La madrugada llegó fría y plomiza.
** Los bomberos retiraron los escombros hasta que aparecieron los cadáveres.
** Eran diez.
** Algunos estaban irreconocibles. Sólo tres fueron rápidamente identificados. María abrazando a sus dos hijos.
** Unas tablas habían evitado que sus cuerpos fueran aplastados, pero no pudieron evitar la muerte por asfixia.
** El velorio fue triste.
** A la noche volvió a llover. Cuando pasó la lluvia, se elevaron en el patio, cerca de la huerta que había sido de María, voces familiares.
** -¡Mamá, mamá, tengo hambre!
** -Comé tu dedo grande.
** -¿Y si...?
** Desde ese funesto día, los parias que aún habitan ese lugar, saben que cuando llueva, oirán voces cantando «La canción de la pobre María».
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GENTE FINA
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** El rostro amarillento de doña Ana emergía del ataúd con una expresión severa. Sus labios muy finos se veían apretados y morados, como si tuvieran el deseo de evitar que salieran de ellos palabras que debían ser prisioneras en su boca.
** Su nariz aguileña lucía desmesurada en su cara ahora rígida y fría. La muerte no había borrado ese rictus de prepotencia que tuviera en vida y parecía como siempre, enojada por algo o con alguien.
** El olor de los crisantemos llenaba el recinto y se mezclaba con el de la cera de las velas encendidas.
** -Mis pésames.
** -Gracias -respondió Luis con un tono emocionado.
** Josefa, su esposa, correspondió a las condolencias con un abrazo, sin derramar ninguna lágrima.
** -¿Quieren tomar café o té? -preguntó servicialmente a las mujeres.
** -Té para mí -dijo Rebeca, haciendo un ademán con sus dedos, vestidos casi todos ellos con anillos de oro.
** -Para mí, café, gracias -pidió Ofelia en tono amable.
** A pesar de que Josefa vivió toda su vida en el campo y se había casado sin terminar la primaria, estaba muy bien vestida con su pollera y camisa negras. Sus zapatos eran bajos, pero elegantes.
** De todo eso se percató Ofelia, hermana mayor de la finada. Su parecido con ella era innegable, especialmente los labios finos y la nariz ganchuda.
** Tomó asiento en el sillón que le habían ofrecido y se volvió a su hermana Rebeca para comentarle en voz baja:
** -Ojalá que el café sea bebible, porque por estos lares no sabemos cómo lo harán.
** -¿Te fijaste en la esposa de Luis? Se nota que es una campesina que se las quiere dar de gran dama.
** -Sí, se ve enseguida que es gente tan común. -Y acomodó su enorme humanidad en el sillón, que a pesar de ser de sólida madera emitió un tenue quejido de protesta ante el gran peso de su ocupante.
** -Con razón murió tan pronto Ana. Su único hijo, casarse con una empleada doméstica, para colmo del campo. Seguro que es analfabeta.
** Guardaron silencio bruscamente ante la llegada de Josefa. Tomaron el café en silencio. La gente iba y venía. Algunos tomaban las manos de la muerta y movían los labios orando en silencio, luego se retiraban hacia algún rincón de la sala. Se oyó el rosario como una letanía. Las hermanas también rezaron.
** -Si quieren descansar un rato antes de la cena, sus habitaciones están listas.
** -Gracias, querido.
** Se levantaron con cierta dificultad y siguieron al joven que las llevó a un corredor que daba a varias puertas. Se detuvo en la que estaba al fondo y les abrió para hacerlas entrar.
** -El baño queda a la derecha. Si necesitan algo, pídanlo.
** Se prepararon para el baño. Ofelia fue la primera en bañarse. Cuando volvió, dijo a su hermana:
** -¡Ay, yo no podría vivir aquí sin agua corriente!
** -Deja ya de lamentarte -dijo Rebeca.
** La pieza era amplia, de unos quince metros cuadrados. Tenía dos camas antiguas y una cómoda con un espejo cuadrado en la parte superior. Un ropero de cuatro cuerpos tomaba toda la pared de la derecha. Una ventana abierta dejaba entrar un viento suave del este.
** -Pero... ¡qué idea de mal gusto la de alojarnos en la recámara de Ana! -dijo Ofelia.
** -Creo que no puedes ser tan delicada con el hospedaje. Son gente de campo, no conocen normas de etiqueta, no todos son de nuestra alcurnia -repuso Rebeca mientras se dirigía a bañarse.
** Ambas mujeres estarían ya en su sexta década y se les notaba.
** Josefa no podía disimular el alivio que sintió al recibir la noticia de la muerte de su suegra, aunque no se lo demostró a su marido. Tenía la sensación de que le hubieran sacado de los hombros una carga muchas veces superior a la que ella podía soportar.
** Se vio a sí misma, tres años antes, cuando acudió a la casa de la señora a solicitar trabajo como doméstica.
** Sus deseos de realizar bien las tareas, su empeño nunca reconocido por la déspota mujer.
** Pero el sueldo era bueno y lo soportaba todo.
** Dos meses después todo cambió. Para ella, no para doña Ana.
** Su hijo Luis comenzó a cortejarla. Se sintió halagada y temerosa. Pero sobre todo tan enamorada que nunca pudo decir «no» al joven.
** Vivía como en un sueño, hasta que la pasión fue descubierta por la mujer.
** Antes de echarla la trató como una piltrafa y la humilló lo indecible.
** -¡Mosquita muerta! ¿Por qué no ponés los ojos en los de tu clase?
** Los insultos y los improperios fueron tantos que trató de olvidarlos para no vivir odiándola. Ella amaba tanto a Luis que jamás le dijo nada. Ni siquiera sobre su embarazo.
** Cuando él volvió del trabajo y se enteró de lo ocurrido fue a buscarla a Capitán Miranda, se internó en la campiña y, preguntando, llegó hasta la casa de Josefa.
** Cupido había hecho un centro total en su corazón. Un mes después se casaron.
** Doña Ana puso el grito en el cielo, no asistió a la boda y como represalia, vendió la enorme casa y la estancia que tenía en las afueras de la ciudad.
** Liquidó sus bienes y fue al Canadá a vivir con su hija mayor.
** Luis trabajó con ahínco en el banco de la localidad.
** Por medio de un préstamo construyó una casita donde vivía feliz con su mujer y su hijita Jorgelina.
** Pasó un año. El correo trajo una carta de doña Ana. No era feliz en Canadá. Su hija Miguela pasaba todo el día en su trabajo y sus nietos no hablaban ni una palabra en español, por lo que se sentía muy sola y había decidido volver a Asunción.
** Así lo hizo. Volvió y se mudó con sus hermanas Ofelia y Rebeca.
** Dos meses después recibió otra carta donde ella decía extrañarle mucho y lo perdonaba por haber cometido un desliz tan grande.
** Luis contestó diciendo que la seguía respetando y amando, pero que ella debía respetar también a su familia.
** La correspondencia fue más fluida. Cada mes se recibía una carta de la mujer. Las últimas hacían veladas alusiones sobre volver a vivir en Encarnación y su arrepentimiento estaba latente sobre la venta de la casa.
** Un tiempo después expresó claramente su deseo: volver a vivir con su hijo, pues no se llevaba bien con sus hermanas.
** Luis no tenía el coraje de pedirle a su esposa que recibiera a su madre. No obstante, él se sinceró y ella, con su bondad natural dijo que el pasado estaba olvidado y no lo separaría de su madre.
** Fue así que doña Ana volvió a vivir con su hijo y su familia.
** La diabetes la había dejado ciega y sus hermanas la habían dejado sin dinero. Sólo había conservado sus alhajas, algunas ropas finas y dos relojes de mesa, muy caros, que habían sido regalos de su hija.
** Tuvo una pieza privada y vivió con ellos como si nunca hubiera habido un altercado en la familia.
** Pero la muerte llegó una mañana y se la llevó.
** Luis había dado la noticia a sus tías, quienes se apresuraron a viajar para acompañar a la difunta en su último viaje.
** Josefa tenía veintitrés años. Era bondadosa, bella y simple.
** Amaba a su familia.
** Siempre tuvo el deseo de estudiar y ser alguien más para no desentonar con su marido, que tenía una instrucción universitaria.
** Cuando habló con las tías de su marido sintió que eran personas muy finas, que vestían y hablaban muy bien y que le gustaría ser como ellas.
** Fue a preguntarles si necesitaban algo y ellas les dijeron que estaban muy bien y que les gustaría que ella les contase sobre los últimos días de su «amada hermana».
** Josefa quedó ante un terrible dilema. ¿Debería decirle a estas elegantes y amables damas lo que doña Ana decía de ellas cuando las recordaba? ¿Cómo tomarían ellas las palabras de la finada? Pues no se cansaba de repetir que eran personas muy educadas, pero que sus cuidados duraron mientras duró su dinero, que éste terminó más rápido de lo que debía y que ellas se lo habían robado descaradamente. Aunque doña Ana hablaba mal de todos y no siempre decía la verdad.
** -Ella siempre tenía deseos de visitarlas, días atrás dijo que si mejoraba de salud iría a Asunción para pasar unos días juntas. -Josefa estaba mintiendo tan descaradamente que ella misma se sintió sorprendida.
** -Sí -dijo Ofelia-. Éramos muy unidas las tres. Nuestros padres nos dieron una buena educación y en ella siempre nos inculcaban que la familia siempre debe estar unida y sus miembros deben ser leales entre ellos.
** -¡Ay, mi querida Ana! ¡Ya no estarás con nosotras! -un sollozo salió angustiado de la garganta de Rebeca mientras abrazaba a su hermana.
** Josefa las dejó solas. Fue a la sala, donde la gente se estaba aglomerando. Su marido se encontraba con el rostro pálido y ojeroso.
** Mientras maquinalmente atendía a los vecinos, amigos y compañeros de trabajo de su marido, pensaba que terminaría la primaria. Después etiqueta y buenos modales.
** Sí, quería ser como las tías de Luis, tan finas, tan bien vestidas, con una conversación tan interesante.
** El día amaneció lluvioso para despedir a doña Ana de este mundo. Las hermanas lloraban en silencio, mientras secaban sus ojos con diminutos pañuelos de encaje blanco.
** Luis dejaba que las lágrimas salieran libres de sus ojos despidiendo a su madre.
** Una larga caravana fue hacia el cementerio.
** El regreso fue callado. Luis y Josefa lucían cansados y tristes.
** -Se fueron las señoras -dijo Pablina a Josefa cuando llegó a la cocina.
** -¿Cuándo?
** -Hace una hora por ahí. Me pidieron que les despidiera de usted y de Luis, porque el ómnibus no les daba tiempo a hacerlo.
** Josefa se dirigió hacia la habitación donde habían estado las hermanas.
** Le pareció de muy mala educación que no se hubieran despedido, porque a pesar de no tener instrucción, siempre supo que al retirarse de una casa se debe despedir de los dueños.
** No señor, eso estaba muy mal. Pero... tal vez habrían dejado una carta disculpándose. ¡Claro que sí, eso era!
** Pero no, no había ningún sobre en la pieza. Tampoco estaban los relojes de doña Ana y ninguna de sus alhajas. También faltaban los vestidos de la finada y su juego de porcelana.
** Josefa decidió dejar en suspenso sus deseos de seguir el curso de etiqueta. Después de todo, pensó con filosofía, no todo lo que brilla es oro.
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