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viernes, 22 de enero de 2010

LA POSTA DEL PLACER. Autora: RAQUEL SAGUIER / Versión digital: Biblioteca Virtual Miguel de Cervantes



LA POSTA DEL PLACER

Autora: RAQUEL SAGUIER

(Enlace a datos biográficos y obras,

en la GALERÍA DE LETRAS de

www.portalguarani.com )

Edición digital:
Alicante : Biblioteca Virtual Miguel de Cervantes, 2001
N. sobre edición original:
Edición digital basada en la de Asunción (Paraguay), RP Ediciones, 1999.
A mi entrañable esposo Carlos


María Robbiani, quien desde su
enfermedad, día tras día, me
enseña que el estar sano no
depende tanto de lo físico
como de la integridad moral
* Todos los que ingresaban en «La posta del placer» parecían estar extrañamente soldados, no sólo por las motivaciones carnales sino por el hábito, heterosexual, desde luego, de hacerlo siempre en pareja.
* Algunas en estado lamentable, la mayoría en situación clandestina, aunque también las había dispuestas a permanecer en la fe antidivorcista mientras pudieran divorciarse del yugo que les había ido criando la monocorde rutina de sus amores legales.
* Como venía a ser el caso de Pedro Renunciación Alderete y su esposa Clodomira, a quienes el deseo del uno por el otro, si bien no se había extinguido del todo, se hallaba soportando el trance de una merma progresiva.
* Siempre se presentaba algún impedimento: que esta semana él no podía porque con esa infame humedad acechando en el ambiente se le había recrudecido el asma.
* Que la entrante, ella tampoco porque de tanto lavar y planchar se le había extraviado la puerta para poder ir a jugar.
* Entonces, cuando aquellos recuerdos de cosas que a pesar de estar tan muertas, tan desvencijadas como si fueran de otro siglo, a cada rato volvían. Sólo para que ella volviese a revivir, con mayor desenfado cada vez, de qué forma y hasta dónde y con cuánta intensidad se habían amado el uno al otro, en quién sabe cuántas noches sin límites ni sosiego. Cuando en forma de vendaval arreciaban aquellos instantes, entonces ella los ahuyentaba rezando.
* De modo que con el correr del tiempo y el rodar de las oraciones, aquella combustión inicial, a la vez de santificarse, se fue como apaciguando, como replegando su furia entre sones gregorianos y meditaciones pías, hasta asumir en la memoria de ella el mismo aspecto extasiado de una sublimación religiosa.
* En cambio, en lo más hondo de él tomó forma callosa de rencor que todavía sangraba, y lo seguiría haciendo sin duda, mientras no se decidiera a recuperar a cualquier precio el ejercicio cotidiano de su hombría.
* No crea, amigo Alderete, que a una hombría se la puede recuperar así como así, ni tan de buenas a primeras. Ni pretenda usted recobrarla a costa de esa quijotada suya de querer emular al fósforo en su tenaz holocausto de encenderse siempre en la misma caja. Nada de eso, le advirtió a precio de infarto el siquiatra que más pacientes con trastornos de autoexilio había logrado repatriar en el período más breve de tiempo.
* O debe corregir tal método, en total desavenencia con los usos desechables que nos rigen hoy en día, o recurrir al artilugio que sea para que de las cenizas nupciales vuelva otra vez a reactivarse el fuego.
* Por cuestiones de conciencia, Alderete no pudo resolver el punto cambiando ya mismo de caja, tal como lo hubiera querido, y como aconteció muchas veces en los entrepisos del sueño.
* Y precisamente porque en el despertar se desintegraban los sueños, y porque su esposa era indeleble, es que no tuvo otro remedio que ajustar sus manotazos de ahogado a las exiguas dimensiones del segundo salvavidas.
* En opinión contundente del galeno, no había vuelta que darle: como a cualquier carnicero, a Alderete se le había desafilado el cuchillo, y la solución consistía en afilarlo de nuevo, con la ayuda de la misma piedra angular que muchos andaban buscando sin resultado aparente.
* Pero la susodicha piedra angular parecía haber sido encontrada en aquel refugio blindado donde nadie los molestaría, donde podrían retozar a sus anchas y a sus largas.
* Lejos, por un lado, de las inhibiciones sociales que ya venían siendo anuladas por el progreso, y sin perder, por el otro, ese estimulante no sé qué parecido a la zozobra. Esa especie de chisporroteo ascendente con que se expresa un corazón cada vez más despistado entre las ansias del querer huir y las ansias del querer quedarse.
* Contradicciones que además de alborozar los latidos del placer, por lo general son compartidas por quienes, al ser sorprendidos en actitudes mayores sin más cobertura que algunos trapos menores, presentan la típica sintomatología de haber contraído adulterio.
* Aunque ese, obviamente, no era el caso Alderete. El de ustedes, les explicó con proverbial meticulosidad el siquiatra, podría ser calificado como un caso al que clínicamente le anda faltando muy poco para ser un caso perdido.
* De manera que casi resultaría superfluo agregar que cuando en una monogamia sacramentalmente instituida, sobreviene la muerte súbita de las bajas apetencias, lo aconsejable es ungir la mencionada parte difunta con un poco de la mejor buena voluntad puesta por ambos, para que después de haberse tratado durante media vida, pudieran fingir ímpetus de recién casados que empiezan a reconocerse. Debiendo hacer tal cosa él y tal otra cosa ella.
* Todo al compás de una serie de apuntes, cronogramas, organigramas, recomendaciones y dibujos trazados con tan buen criterio y tanta equidad profesional, que a la hora de la hora, ninguno recibía más de lo que recibía el otro.
* Todo quedaba resuelto sin derrotas ni victorias: sobre las arenas de un empate demoledor pero justiciero. Para que a expensas de tan costosa paridad, les dijo haciendo una breve pausa, al cabo de la cual, hizo hincapié en el párrafo anterior, quién sabe con el fin de enfatizar la encomiable poesía -que según él- asomaba del siguiente: para que a expensas de tan costosa paridad la resurrección se vuelva todavía más gloriosa.
* Además, debían recordar para no olvidarlo nunca, que cada quien traía consigo un futuro de tedio y otro de felicidad, y que era cuestión de cada uno impedir que los peligros del tedio acabaran oxidándole la felicidad.
* Y luego de esta última homilía les recomendó irse con Dios y con la sana intención de meditar en equipo sobre los alcances de aquello que más que reforma educativa, en realidad era una puerta.
* Una puerta, así como lo están oyendo. Pero no de las confeccionadas en guatambú, o en el poco cedro que logró sobrevivir al slogan sanguinario de no dejar árbol con vida, sino una puerta con propiedades mágicas. Aquella por la cual los Alderete irían saliendo investidos de luz nueva, con el ánimo dispuesto a repetir la maravillosa experiencia de volver a ser alfabetizados.
* ¡Qué les parece!
* Pero no quiero que se alarmen, les dijo a continuación, que no será en nada que tenga que ver con las letras, sino en todo lo referente al amor.
* Pese a que los tiempos no andaban ni para meditarlos en equipo ni para derrocharlos en base a la meditación solitaria, el matrimonio Alderete pasó las siguientes tres semanas estrujándose el cerebro. Sopesando los pro y los contra y las repercusiones y las implicancias de las diez mil conclusiones a que llegaron respecto al tema.
* Primero concluyeron que ni ellos ni los que tuvieran un mínimo de cordura estarían en condiciones de abordar semejante empresa.
* Se retractaron luego diciéndose que tal vez, si lo pensaban mejor, no sería tan inabarcable como un sueño que aquel curso de vida que habían remontado juntos, de pronto detuviera su marcha, e incluso retrocediera un poco, permitiéndoles corregir no sólo lo que hubieran hecho mal en el pasado, sino lo poco bueno que también fue malogrado por las discordias actuales.
* Y si llegara a darse el caso, extender la buena predisposición hasta donde habían dejado perdida la virginidad, para volver a perderla en circunstancias menos formales y sin los miramenometoquéis ni los remilgos de la primera vez.
* Sí, lo más cuerdo era arriesgarlo todo en pos de aquella locura fascinante, que de acuerdo con datos fidedignos del siquiatra y en lo que a sexualidad se refiere, había causado en 32.583 parejas procedentes de 86 países, la más grande sanación contemplada en nuestra historia.
* Para en seguida rever tal posición derivándola hacia una posición intermedia, donde el matrimonio Alderete se mantuvo empantanado durante algo más de 17 días.
* Hasta que finalmente, alentados por la idea de que el ardid podía resultar beneficioso, y al menos más daño del que ya estaba hecho no haría, los cónyuges encaminaron sus pasos a «La posta del placer»

* No vaya a creerse que porque allí se transgrediera alguna ley en especial, sino por ser la transgresión que encontraron más a mano.
* Y desde entonces todo cambió para felicidad del matrimonio Alderete. Hacer el amor en «La posta del placer», según la dichosa equivalencia que a su dueña doña Coca se le dio por descubrir, poniéndola a la consideración del público allegado mediante un afiche de cupidos con flechas disparándose a tal profusión de manzanas, que tomado todo aquello en su conjunto más bien parecía ilustrar a un deforme Robin Hood ensayando puntería.
* Hacer el amor en «La posta del placer», al decir del mamarracho aquel, tenía todas las ventajas de ganarse la lotería o beberse una botella de alcohol, y ninguno de sus inconvenientes.
* O si ustedes lo prefieren, era igual que someterse a los cuidados intensivos de una rehabilitación general. O elevarse hasta esos picos tan distantes que ni doña Coca sabía en realidad dónde picaban. ¿Creen que aunando sus esfuerzos en una sola voluntad, usted señor y usted, señorita, podrían entrar y averiguarlo?
* Lo cierto es que fue tanta la claridad lograda por las muchas cumbres que los Alderete escalaron juntos, que frente a ella se tornaba todavía más oscuro el proceder de quien era considerado el sostén número uno de aquella flotante población.
* El mismo don Nicasio Estigarribia cuya imagen, concebida para brillar con esa luz tajante de los primeros actores, había quedado sin embargo reducida a ninguna forma tangible.
* Sólo alcanzaba a ser vista a intervalos y apenas dificultosamente, como algo que no llegara a tener relieve y que estuviera al acecho.
* Una chatura relegada y hasta si se quiere anulada por ese afán de protagonismo insaciable que siempre caracterizó al matrimonio Alderete.
* Pero don Nicasio estaba presto a exigir que en el menor tiempo posible le fueran devueltas sus prerrogativas, sus atribuciones y, en definitiva, todo cuanto fuera suyo, sin omitir un solo detalle ni cometer una sola excepción.
* Desde su figura, que pese a no sobresalir en nada que mereciera destacarse, distaba mucho de la insignificancia. Su boca de atribuladas comisuras. Sus ojos que parecían sostenerse merced al fraternal y mediterráneo apoyo que les prestaba la nariz. Sus pocos pelos que podían ser confundidos con los únicos sobrevivientes de un universo capilar en ruinas.
* Que le devolvieran su perfil de héroe, aunque éste tuviera más parentesco con el delincuencial de las lagartijas. Su capacidad de interpolar una vida subterránea con una vida submarina y otra subcutánea. Su facultad de convalidar como verdades sus mentiras y de mudarse de escenario cuando lo dispusieran sus sacrosantas ganas.
* Regrésenme mis conquistas, mis hazañas, mis pasiones, mi dogmático apego al mismo bar de la misma esquina. Que me sean transferidos todos los primeros planos, alevosamente sustraídos.
* Quiero ser yo para modernizar el pasado y darle un toque de medioevo al porvenir. Devuélvanme mi soberana omnipresencia, mis fantasmas, mis galones, mis canarios de habla inglesa.
* Sólo entonces volvería a retomar la Comandancia General de este relato. Aunque eso significara la cruel dicotomía de no poder zafarse de su propia identidad mientras para la narración tuviera que ser, por momentos, «este individuo», y por momentos, «aquel sujeto», yendo hacia el cual habría tenido que alejarse tanto, que después ya no sabría cómo volver.
* Pero esas eran las reglas del juego con que se complacía jugando el Todopoderoso Autor. Y puesto don Nicasio ante la disyuntiva de aceptarlas sin apelación alguna, o recibir las consabidas muchas gracias por los servicios prestados, elegía lo que cualquier hombre enfrentado a una situación límite elegiría: seguir siendo un discreto marinero sin ninguna pretensión de capitán.
* Al fin y al cabo, la vida entera estaba diseñada sobre un patrón de jerarquías. Y nadie hubiera podido rever que la oscuridad del pobre estuviese tan tupidamente tramada que ni la luz más fina dejaba nunca asomar.
* Ni nadie hubiera podido no saber que la luna sabe que su mandato únicamente llega hasta donde empieza a conspirar el sol.
* Un sol cuya omnisciencia no sólo se arrogaba el privilegio de manejar las acciones de los hombres, combinándolas de modo casi siempre inextricable, sino que tenía potestad incluso de hacer que esta historia empezara otra vez por el principio.

* Por todas aquellas parejas que ingresaban en «La posta del placer», comentando a voz en cuello sobre la originalidad del vicio que afectaba a aquel sujeto. No tanto para burlarse de él como para tratar de comprender lo que requería más esfuerzo del que en realidad eran capaces.
* Porque remando contra corriente y contra las leyes de toda lógica, don Nicasio Estigarribia acudía a ese lugar tan solo como arribó a este mundo, y como sin ninguna duda alguna vez moriría.
* Sin más compañía que un enorme portafolio donde al parecer guardaba el cuerpo del delito, y aquel reguero de sospechas que su malhadada costumbre iba arrastrando a su paso:
* Es un vulgar onanista, se escuchaba rumorear a algunos, y a una edad en que las preocupaciones centrales deberían ya no ser de esa índole.
* En tanto que otros se mostraban indignados ante dichas imputaciones, alegando que no era justo manosear la reputación de don Nicasio con habladurías sin fundamento. Dado que nada en su aspecto exterior delataba sus depravaciones internas, en el caso improbable de que las tuviera, por supuesto.
* Y por mucho que unos pocos lo anduvieran pregonando, tampoco hubiera podido creerse que se hallara poseído por las fases de la luna, en una suerte de extravío con visiones sublunares cuyo ciclo abarcaba cuatro etapas:
* El novilunio, que no pasaba de un coloquio, enternecedor a ratos, y casi siempre candoroso, donde su único interlocutor era la luna.
* Ella es una brillante compañía, decía, y sabe cómo hacer para ganarse la admiración no sólo de los mares, que viven amarrados a su embrujo, sino de esa porción no muy cuerda de ella misma en que anidan los poetas.
* Cada siete días había un brusco recodo incidiendo en su carácter con atracción tan poderosa, que no tardaba en situarlo sobre la misma línea creciente que iba asumiendo la luna.
* Y cuando ésta encendía de una vez todos sus brillos, adquiriendo ese blanco exasperante que lo obligaba a hacer pantalla con las manos, para compensar de alguna manera la vulnerabilidad de sus ojos, entonces el descontrol de don Nicasio llegaba a su punto culminante.
* Llevándolo a los extremos nunca vistos de jugar por dinero, maldecir en horario continuado, beber en las peores tabernas, copular sobre el verde prohibido de las plazas.
* Y hasta dicen que llegó a batirse a duelo por el amor de alguien cuyo nombre nunca en realidad se supo, porque cuando su boca estaba al borde de decirlo, empezaba la lenta y penosa declinación.
* Le flaqueaban las rodillas. Se le cristalizaban los recuerdos sobre alguna evocación tan lejana como inexistente. Al igual que los pelos del hijo del Alcalde se le erizaban los nervios. Se le cuajaban las palabras entre espumarajos verdes, y después ya no parecía ser ni la sombra del que había sido.
* De todo lo cual fue surgiendo una leyenda, de seguro alimentada por la inanición de aquellos cuyo único alimento consistía en observar cómo se alimentaban los otros.
* Un invento de esa gente que, con el fin de distraer aquel ruido a recipiente hueco resonándole en las tripas, se pasaba imaginando que era whisky y sólo whisky el último trago de cerveza que le interinaba el bolsillo.
* Claro que como ya se dijo o debió decirse, esa era una locura calumniosa en la que muy pocos creían. En parte, por no existir ninguna prueba que sirviera para avalarla, (salvo aquella que atribuía toda la responsabilidad de dicha locura a un virus hereditario que lo anduvo rondando desde siempre, hasta afincarse definitivamente en él a través del sombrío ramaje de su abuela).
* Y en parte, porque don Nicasio nunca dejó de guardar en sus movimientos, en su nostálgica inmovilidad y hasta en su coherente manera de no decir absolutamente nada, una afinidad tan prodigiosa que no hubieran podido lograr los más ilustres paranoicos.
* Y en aquel denso tapiz de murmuraciones que «La posta del placer» fue como entretejiendo, el parecer de Juan Crucifixión Arzamendia, a quien no en balde apodaban el novelista, sería tal vez el más caudaloso, y sin duda el más delirante, pero no por eso el menos realista.
* Ese tal Nicasio me da mala espina, le comentó cierta noche a su infidelidad de turno, más ocupada ésta en reponerse el barniz de las uñas que en prestarle atención.
* Nadie me va a sacar de la cabeza que está tramando algo sucio, y vino a elegir el sitio ideal, el único del que no podrían sospechar nunca. Y quién te asegura que el mosquita muerta no esté en algún plan subversivo para eliminar a quién sabe quién de este crapuloso gobierno.
* Ahora no recuerdo dónde, pero hace poco leí que los bandidos con la cabeza a precio, acostumbran a esconderse o en la penumbra descascarada de alguna iglesia, o en las antípodas del gótico profundo que en ella se respira.
* Y que haciendo un rápido sondeo exploratorio, vendría a ocupar exactamente el último pétalo del floripón que bordea la colcha de la cama donde estamos acostados.
* Por eso lo mejor es estar prevenidos. No fuera a suceder que tras su huella se hubiera colado la nariz de algún sabueso. Y en el rato menos pensado caería la patrulla con sus cascos, sus espuelas y los antifaces tan apropiados para lo que ahora dan en llamar operación encubierta.
* Terminología que si seguía queriéndose escudar tras aquella evanescencia, acabaría siendo tragada por ésta, antes de haber tenido la oportunidad de aclarar debidamente su significado.
* Y quién iba a poder con aquellos individuos del ancho de dos puertas y la prepotencia de seis tanques, que venían con la orden estricta de capturarlo en la posición que estuviese y en el estado que fuera.
* Y como de entre dos sólidos el muerto es quien ofrece una resistencia menor, allí mismo lo hubieran cruzado de orilla, según y conforme lo dispuesto por la inamovible ley de fuga. Y amparados por el atenuante de la excusa que con toda precisión se hace cita en el inciso 407:
* De haberse negado el perseguido, en primer lugar, a detenerse, en segundo lugar, a guardar silencio, en tercer lugar, a no mancillar de ese modo la honra de los generales, y estando ya fenecido, a guardar la compostura que debía ser guardada por cualquier subalterno hijo de puta ante cualquier oficial con status suficiente para elevar a la undécima potencia la condición filial del subalterno.
* En este punto, el novelista bajó un poco el volumen de su diatriba. Precaución que tomaba a cada rato, temeroso siempre de que hubiera algún moro en la costa, capturando sus palabras a través de las paredes. O desde la sigilosa grabación de un microorganismo oculto bajo un sistema tridimensional de espejos, que retenían la voz en tres idiomas diferentes, pero sin retener la imagen.
* Y ahora, en lugar de afinarte tanto las uñas, mi querida mariposa, deberíamos afinar los detalles de lo que vamos a declarar en la jefatura. Porque ponele la firma que antes de que el gallo haya cantado tres veces, nosotros estaremos cantando.
* Y una vez firmada la declaración, me pasarían sin más trámites a la tortura de mi esposa, y de allí a la del torno verde oliva, que alternaba su función con un rechinar de lamentos, de música folklórica, de pinzas, de estiletes, de poleas con cucharillas dentadas cuya especialidad era extraer confesiones hasta de las partes más íntimas.
* Y de allí a la veintena de rifles aguardando, entre el croar de los sapos y el estertor de las ranas, la orden de abrir fuego contra este pobre infeliz que ya tendría coloración de cadáver. Y de allí a no saber siquiera el lugar donde reposarían mis huesos.
* Otras muchas tonterías por el estilo hubiera podido seguir diciendo, pero la damisela tenía hora en el dentista, y con lo que a este hombre le costaba echar a andar, pese a lo bien dotado que estaba para la oratoria, la cosa podía extenderse para largo.
* Aunque es probable que ese marcado titubeo que el novelista acusaba al arrancar, únicamente se debiera a una mera jugarreta del destino, que con una mano te da lo que con la otra te quita.
* Porque en el hablar, por ejemplo, era tan pero tan fluido que hablaba hasta por los codos, hasta por la boca del estómago. Y aún con tapabocas y con absoluta prescindencia de la lengua o de la bóveda palatina, todavía así hubiera continuado hablando.
* A tal punto, que estar frente a lo que Arzamendia decía era como estar en un teatro con escenarios superpuestos, donde en menos de lo que dura fruncir el ceño cambiaban las obras y los actores. Y ya nadie sabía cuál decorado correspondía a cuál escena ni cuál era la bambalina suya ni la que el otro había perdido mediante una simple confabulación de luces.
* En cambio, en lo concerniente al amor, el hombre parecía ser nativo de un país sin calendario, donde en lugar de viento soplaran ráfagas de holgazanería, de lasitud, de modorra, y donde todas sus acciones estuviesen como congeladas sobre la típica inacción de un fatal toque de queda. Tanto, que por su lentitud se hubiera dicho que lo amamantaron las tortugas.
* Si lo sabría ella, empeñada hasta donde iban sus recuerdos, en la agotadora tarea de mantener en servicio activo a aquel escuadrón de reserva, cuyos integrantes venían sólo para bostezar, o para ni siquiera saber a qué razones atribuir la razón de su venida.
* Suponiendo que sí estaban allí, indudablemente era por algo, por algún menester que no acertaban a distinguir con precisión entre tanta cantidad de menesteres a los que estaban abocados desde la mañana hasta la noche.
* Por otra parte, el novelista y ella debían apurar el paso, porque sin que pasara absolutamente nada se les estaba pasando la hora que la ficha había marcado en el parquímetro sexual.
* Última modalidad implantada por doña Coca, con el propósito de que ejerciera, por un lado, el papel de recaudador de un impuesto que no era otra cosa en realidad que una vulgar tasa de preembarque. Y por el otro, el papel de centinela apostado en los umbrales de cada habitación, por si acaso anduviera por ahí alguno que quisiera pasarse de vivo, explicó.
* Añadiendo que aunque hubieran sido creados a imagen y semejanza de los parquímetros callejeros, la diferencia residía en que los suyos se hallaban enteramente pintados de rojo.
* Color que además de ser el utilizado por la sangre para el regadío de sus tierras y el color de su glorioso partido y el portador de buenas noticias, era el que más rápidamente incitaba a la pasión amorosa. Nada enamora más ni más hondo que el rojo, declamaba, pues conocedor es como pocos de extravíos amorosos.
* Lo cierto es que todo hubiera finalizado aquel día con la creación verbalizada de Juan Crucifixión Arzamendia, de no haber sido por algunos rezagados, que hablaban con tanto rodeo y tanta infiltración de otros temas, que cualquier tiempo les hubiera resultado escaso para redondear alguna opinión sobre lo que era o dejaba de ser don Nicasio Estigarribia.
* Entre los cuales había quienes lo tomaban por prestamista o leguleyo o por el radial y clarividente locutor de la secta «Los rediles», cuya identidad nunca fue esclarecida del todo. Pese a que su voz se había hecho tan amiga, tan conocida de tantos que habían adquirido la matinal macromanía de sintonizar su programa.
* No parecía ser de este mundo sino algo sobrenatural aquella cualidad que tenía, ya que tras haberse comunicado telefónicamente con los distinguidos radioescuchas y telepáticamente con la Red Satelital del Cielo, era capaz de leer hasta 37 destinos por día.
* Todo mediante aquellos como altibajos sonoros en torno de los cuales se reunían los mensajes, que a la par de irlos extrayendo del micrófono, los iba descifrando al punto en nombre del Gran Profeta.
* Pero fuera quien en verdad fuese don Nicasio Estigarribia, de lo que no cabía duda era que, en cualquiera de los casos, el pobre hombre andaba con el yo desguarnecido, oscilando entre el irreconciliable antagonismo de dos fuerzas que lo tironeaban por igual hacia personalidades contrarias.
* La una moviéndose más allá de los límites prescriptos por la moralidad pública, y la otra moviéndose con respetable lentitud, acatando las patronales exigencias de la estricta doña Coca como si fueran edictos:
* Absténganse de regar con desechos amatorios todo el piso. El pago se efectúa por adelantado, quedando terminantemente prohibido extenderse más allá del plazo establecido.
* El que no se haya servido a esa hora, pues demuestra obviamente que no sirve. En este sitio, damas y caballeros, impera la más severa disciplina. A tal extremo y con tales proporciones, que ciertas licencias de lenguaje o de uso, en «La posta del placer» nunca serán bien recibidas.
* Claro que a la cándida mitad de don Nicasio no hizo falta repetirle como a su mitad perversa y a los demás tenorios, que hicieran el favor de guardar la compostura, porque las antenas de la sala captan todo cuanto ocurre en los cuartos aledaños. Y ni el Gobierno me exime de ser viuda reciente, ni de haber parido tres hijas a cuya educación me dedico sin que me vea auxiliada por el bolsillo de nadie: Topacio, Esmeralda y Amatista.
* Para no hablar de aquella humillación cuyo escozor todavía le duraba, todavía continuaba resonándole allí donde más dolía.
* ¿De qué falleció don Valentín?, fue la pregunta obligada que todos le hicieron entonces, sólo para sacarle una punta aún más afilada al carácter extramatrimonial de su muerte.
* Debido a que al muy rufián se le soltó la existencia durante la gloriosa travesía de un orgasmo, que no obstante haberse iniciado de este lado de la raya, tuvo la mala onda de culminar en el más allá.
* Las muchas fogatas encendidas por el occiso entre sus mismas pupilas, no fueron obstáculo para que él las apagara una tras otra, cada vez con renovado brío.
* ¡Y que avance la que sigue!, vociferaba casi al borde de la incontinencia sexual. Pero el guerrero es probado en el fragor de la lucha, se animaba bebiéndose de un sablazo el cáliz de la siguiente. Para que no fueran a apartarlo de ningún cáliz ni se le fuera a desestabilizar el ánimo. ¡Dénme más dientes!, gritaba, ¡y verán cómo comen los chacales!
* Y durante la velación de sus restos, los más allegados a él comentaban compungidos la tremenda paradoja de que aquella su parte viril, elevada casi a la dimensión de trofeo, le hubiera servido también para exhalar su último suspiro.
* Punto donde radicaba la primera gran diferencia, porque mientras su difunto esposo era un hombre a quien las mujeres cautivaban con extraordinaria unanimidad, don Nicasio parecía estar dispuesto a no salir del celibato.
* Fue siempre un huésped ejemplar, respetuoso, callado, e intercalando en su callar algunos fragmentos de Homero:

¿Cuál de los dioses, dime, a la
discordia su alma entregó para
que airados injuriosas palabras
se dijesen?


* Pero al mismo tiempo era capaz de recitar de oído, desde la poesía castellana más selecta que había acuñado el siglo de oro, hasta la producción más indigesta y localista de los poetas actuales.
* La serenidad en persona aparentaba ser por su lado culto, y por el otro, estar sumido en una extraña y como ansiosa excitación que lo hacía sudar caudalosamente, tanto en invierno como en verano.
* Entonces transmitía la impresión de estar envuelto en esa capa de rocío en que se ven envueltas las cosas que amanecen al sereno.
* Como tomándole la medida a cada baldosa caminaba, siempre con la vista emparejada al suelo, escabullidos los ojos por detrás de unos espejuelos tan prominentes, que al menos le ocupaban los cuatro quintos de la cara.
* Aferrado al portafolio de dudoso contenido y enredándose en sus propios pasos, se dejaba llevar por doña Coca hasta la habitación 309. Pero nada: cuando estaba él a punto de caer y de ver ella cumplidas sus esperanzas de que por el susodicho traspié dejara escapar su secreto, don Nicasio daba un respingo que lo enderezaba de nuevo.
* Y atravesaban el pasillo con los cuadros de las mujeres desnudas en las poses más audaces, que el hombrecito observaba entre la admiración y el espanto, como si al pasar le estuvieran proponiendo suciedades.
* Y entre los cuales había uno que durante un año corrido se mantuvo firmemente agarrado a la pared sin el concurso de otro clavo que no fuera el de la costumbre. Y sin que se desplomara por eso, ni se quebrantara en lo más mínimo aquella suerte de pacto de armónica integración que parecía existir entre todos.
* Entonces, por esos extraños pases de prestidigitación que hacen más digerible la vida, en aquel interín del recorrido era cuando se producía el cambio, que no se presentaba solo sino en compañía de otros sucesos, todos inusitados e igualmente excepcionales.
* Porque de pronto, el andar algo hamacado de doña Coca era sustituido, primero, por los pasos arrogantes de Topacio, y en seguida, por los pasos arrogantes más la suma de los múltiples encantos de que se componía Topacio.
* Aquel manjar prohibido de apenas 18 años extendiéndose a todo lo largo de esa piel adolescente, tan inaccesible con los labios y tan fácil de besar con las pupilas.
* El que pretenda llegar a mi primogénita, al lucero de mis ojos, primero deberá arreglar cuentas conmigo, repetía y repetía doña Coca, quien además de haberla parido por obra y gracia de Valentín Luxación Pereda, estaba allí para no permitir que nadie se le acercara más de lo conveniente. Protegiéndola contra los vampiros, los picaflores, los gavilanes, los hombres langostas, con duro celo de insecticida, de cerco electrificado, de alambre de púa.
* En cambio, don Nicasio estaba tan fuera de sí por tenerla allí tan cerca, que no creía ser él quien ni siquiera escuchaba a la remota doña Coca cuando de por allá muy lejos le decía:
* ¿No es verdad que después del aguacero la tarde se puso muy linda?
* El corazón brincándole en los labios mientras sólo tenía ojos para ver cómo le brincaban a la muchacha los senos. Senos orondos, erguidos y libres bajo la blusa estampada.
* Simplemente dejándose llevar por la magia del instante. Sintiendo que al mismo compás en que él se llenaba de latidos, a Topacio se le movían las nalgas, y a un titilar de él se adaptaba una reverberación de ella.
* En tanto que del envés de sus besos iban brotando lagunas que se volvían ríos, mares de placer golpeándolo de ola en ola.
* Con toda esa carga de felicidad a bordo apenas si podía mantenerse en pie. Dos o tres veces sintió que ya nada sentía, que sus rodillas eran dos trapos, que avanzaba sin aliento, sin pulmones, sin percatarse siquiera de que aquel calor tiritante que parecía habérsele instalado sobre la palpitación de sus sienes, era el mismo calor tiritante que sofocaba al pasillo.
* Y si no lo mataba el calor, lo asfixiarían los cuadros, o moriría ahorcado por el cuello de su propia camisa, en un crimen contra natura que no registraría la prensa ni daría quehacer a ningún juzgado.
* O tal vez muriese en manos de Topacio, que lo proclamaba mi Rey, mi Jefe de Estado, el Coronel de todos mis latifundios, mientras en lenta ceremonia lo coronaba de laureles que también eran espinas.
* Espinas con sabor a mermelada esfervescente que lo iban ascendiendo, deliciosamente ascendiéndolo hacia donde la Biblia decía que estaba subido ese monte, en la cima de cuyos verdes, de un momento a otro, tendría lugar la crucifixión.
* Pero todo aquello duraba la relampagueante fracción de segundos que suelen durar los delirios, al cabo de los cuales se lo veía volver más apagado, más tenso.
* No siendo ya el jovial don Nicasio de antes, sino un don Nicasio decolorándose sin remedio. Hasta asumir ese amarillo arrastrado con que las hojas expiran en el arte naif de algunos cuadros, sólo accesibles para quienes tenían el valor de adquirirlos por un valor equivalente al de su patrimonio entero.
* Entonces, aquella atmósfera hechizada que había dado a luz al prodigio, se fue arrimando tanto al brocal de su mentira que acabó precipitándose en aquel andurrial sin fondo por donde don Nicasio amarilleaba. Esquivando como mejor podía las oscuras insinuaciones de los cuadros, y los profundos baches que se le habían abierto en el pecho con la ausencia de Topacio.
* Pedaleando y pedaleando su infortunio, precedido por el ortopédico chap chap chap de los pasos de doña Coca, que al cabo de un instante se volatilizaban convertidos en el siseo de unos ecos tan largos como larga era la tristeza que faltaba recorrer para encontrar la habitación 309.
* Así iba Nicasio, agachados los hombros bajo la carga de un secreto que nunca quiso revelar a nadie, y con el mismo portafolio a cuestas como si fuera un Nazareno.
* Hasta que finalmente, a la decimocuarta estación de su tormento acababa también el vía crucis que doña Coca padecía a causa de cierta curvatura indispensable de la que evidentemente carecían las radiografías de sus pies.
* Los que a su vez habían quedado resentidos a causa de una malformación congénita de la cadera. Originada, según un traumatólogo reconocido por su gran capacidad profesional y su gran desfachatez para abultar las cuentas, en un estrangulamiento progresivo de las tres últimas vértebras (que más parecían colmillos) de la columna vertebral. Por aquel dolor que avanzaba a mordiscones a todo lo largo de su vapuleada espalda, y se bifurcaba luego en otros dolores más anchos y también más hondos.
* Bueno, aquí hemos llegado. Póngase cómodo, don Nicasio, le decía doña Coca a modo de introducción. El cuarto es todo suyo. Y la cama para disfrutarla entre dos, le hubiera gustado decir.
* Porque vean que derrochar un vertedero de plata nada más que para estar solo, en la ingrata compañía de uno mismo, era algo de no creer.
* A fuerza de verlo seis veces por semana, cada vez con el correspondiente estribillo de: Póngase cómodo, don Nicasio. El cuarto es todo suyo, la piedad inicial de doña Coca empezó a trocarse en afecto. Y hasta le adquirió una estufa a cuarzo, de esas que se enardecen en sentido vertical.
* A ver si por ahí no se le daba al buen señor por sufrir algún contagio. Ya que del que menos se espera a veces se reciben insospechadas sorpresas.
* Pero qué podía hacer una mujer sola y para colmo viuda, contra la sórdida intriga que en torno de don Nicasio ella veía gestarse.
* No, nadie estaría contento hasta no arrojar el veneno que traía atorado en la garganta. Ni siquiera los desocupados del barrio, que con toda la maldad de que eran capaces lo llamaban «el impar» o «el incompleto».
* Y se ponían a examinarle los gestos o a hurgarle los ojos, a través de los cuales podían aventurarse incluso por esos caminos subterráneos que posee la conciencia. Allí donde de seguro encontrarían algún remordimiento agazapado. O tal vez alguna pista con suficiente material para conjurar el hastío de esas horas transcurridas entre ocio y ocio.
* Lo cierto es que lo que hacía en la intimidad don Nicasio Estigarribia, no pasó de ser sino un misterio del cual fueron surgiendo versiones diferentes.
Versión inmediatamente anterior a la versión de la muñeca inflable
* En conformidad con decires callejeros recogidos al azar, pero no por eso menos fiables, don Nicasio provenía de una familia cuya prosapia había quedado oficialmente instaurada en tiempo de los virreinatos. Para mestizarse luego con la incorporación de uno que otro antepasado mítico, y de cuya peculiar mixtura resultaba siendo él el último representante.
* Hecho que lo elevaba a la categoría de monumento histórico o de pieza ecológica en vías de desaparecer. Por lo que a toda costa debía ser preservado, en alcohol o en naftalina, para evitar el horrible montepío de la extinción lenta y difícil, al que estaban condenados los que morían sin descendencia.
* Pese a todo, don Nicasio prefirió claudicar en soltería antes que seguir soportando aquella carga genética que, como una burla pesada, el destino le había impuesto.
* Nada puede obligar a nadie a contraer yugos nupciales, ni a hacer lo que a uno no se le venga en ganas, eran los postulados autodeterminantes de su propia soberanía.
* Dos mujeres, sin embargo, estuvieron a un paso muy corto de hacerlo cambiar de idea: la mujer de Jonás, no del bíblico, desde luego, sino del mismo Jonás estrábico que de niño compartió sus juegos.
* El que hacía repicar los dedos como si fueran tímbales, y podía engullirse un sapo entero y la mitad de una lagartija en memoria de sus ancestros, consumidos por la voraz hambruna que por aquel entonces asolaba los campos de concentración.
* El de la novia tan parecida a Romy Schneider que podría ser su doble, ya verás cuando la conozcas, le decía. Aquella joven tan dulce, tan tierna, con aquel nombre tan transparente donde las vocales y consonantes parecían acoplarse como se acoplan los labios a la atracción de los besos: Zoraida.
* La propiedad privada del Jonás estrábico al que Nicasio comenzó a odiar en el mismo dialecto sin voces en que fue aumentando su pasión por ella.
* La mujer que amó durante todos los silencios de los años que siguieron, hasta agotar el tema del amor prohibido en las ardientes confesiones de 12.599 cartas, que fueron escritas y reescritas para jamás ser enviadas, ni haber rozado siquiera los umbrales del Correo.
* Y que por lo mismo de no decir absolutamente nada que ya no se hubiera dicho, al cabo de tantas páginas y de tanto tono entre almibarado y mustio, dichas cartas habrían debido quedar registradas como genuinas precursoras de esas telenovelas donde conviven, en cacofonías sucesivas, una infinita simultaneidad de melodramas.
* Y la otra mujer fue Clotilde, la que creía poseer el arte de atraer a todos los muchachos del barrio, incluido desde luego Nicasio, mediante cierta fórmula secreta, que precisamente por serlo, le había sido confiada, según ella decía, por las glándulas secretoras del imán.
* Fórmula que una vez bajada de su trono altisonante, quedaba apenas reducida a un simple pedazo de hierro al que había que frotar sin desviarle los ojos y con la mente en blanco.
* Para que a su conjuro, aquel poder magnético con ligera tonalidad fosforescente, pudiera trasladarse, primero, a los ojos, después, a la sonrisa y, por último, a todo el cuerpo del interesado.
* ¡Pruébenlo!, exclamaba. No lo estén pensando tanto que los resultados son inmediatos. A no ser que cuenten con energía propia, y prefieran manejarse por impulso de la gravedad.
* No existe sensación más placentera que la de ser poseída por un imán, repetía contra las escandalizadas protestas de aquellas que nunca habían sido poseídas por nada que no fuera aquel deseo de que alguien, por el amor de Dios, les hiciera la caridad de poseerlas.
* La misma Clotilde insaciable que se daba el lujo de desechar candidatos nada más que por disgustarle la letra con que les empezaban los nombres. Y a cualquier conversación le torcía el rumbo para volver a su tema predilecto, que era referir sus conquistas amorosas con todos sus pormenores.
* A plena luz del día y a fuerza de demostraciones prácticas, que a menudo lindaban con la indecencia, Clotilde estaba dispuesta a probar la veracidad de sus engaños ante los ojos desorbitados de los más incrédulos.
* La sangre de los cuales de pronto ya no era sangre sino un estrépito rojizo, desgañitándose arterialmente para ensanchar la agobiadora estrechez de sus sarmentosos canales.
* Lo cierto es que Nicasio escapó por milagro de aquella persecución imantada que tarde o temprano hubiera llegado a desembocar en el altar.
* Por lo visto, todos querían desembocarlo en el altar, desde la sin par Clotilde, en procura siempre del hechizo adecuado para atraerlo a sus mieles, hasta su sacrificada madre Adelaida quien, siendo él apenas un niño y con diversas artimañas, lo había incitado a entrar al Seminario.
* Allí podrás continuar tus estudios, lo animaba, y llegar a Doctor en Teología, imagínate, y a tener capacidad de interpretar la Biblia con versiones siempre afines a la versión del Vaticano. Y a adquirir sabiduría suficiente para acceder al mortal y triple enredo de la Santísima Trinidad.
* Pero, sobre todo, porque le concedería a ella la gracia tan rogada en sus plegarias de convertirse en la madre absolutísima de un santo.
* La madre de San Nicasio Mártir, se repetía doña Adelaida en el más celestial de los trances. Suena bien, ¿no le parece? Era la pregunta con la que abordaba a quienquiera que le saliera al paso.
* O la madre de San Nicasio Apóstol, insistía con devoción tan vehemente, que la frase lograba resonancias sobrenaturales.
* Entonces se veía a ella misma toda cercada de luces intercaladas con dalias, que por lo bien crecidas y aquel olor fulminante, ya no parecían ser dalias sino más bien coliflores. Impartiendo desde sus alturas bendiciones con indulgencia plenaria, y ocupando esa silla reclinable, anatómica y portátil que se ubica exactamente a la derecha de Dios.
* Pero los curas le inspiraban a Nicasio el mismo horror eclesiástico que le inspiraban los murciélagos. Tan parecidos en todo: en su avanzar vibrátil, en su temblor membranoso y hasta en vestir de sotana.
* Por otra parte, demasiado le había costado desbaratar las intenciones nupciales de la imantada Clotilde, para venir a sucumbir ahora bajo la artillería cruzada de los salmos maternales.
* Ese tiempo que malversas en letanías estériles, deberías emplearlo, por ejemplo, en tejerme una tricota o en hacerme huevos quimbos, si no quieres que tu buen Dios te lo descuente en el cielo.
* Era la receta utilizada por Nicasio para contrarrestar la inclemente ofensiva de su madre, cuyas esperanzas de verse transformada en la madre legítima de un santo fueron debilitándose de a poco. En idéntica medida en que se debilitaba ella misma y aumentaba aquel cargoso bicherío atormentándole los ojos.
* ¡Zape bichos!, le gritaba a aquel ejército de moscas ojeándose en sus lentes día tras día. Pero días divorciados de sus noches, sólo días, porque la oscuridad era el antídoto. O el día que podía oscurecerse clausurando los postigos de la vista.
* Sólo lo negro le brindaba algún sosiego. Era el tónico ideal para ahuyentar el bicherío, y el que le daría fuerzas para desheredar a Nicasio, por haberse opuesto a su canonización in vitro.
* Pobre Nicasio, divagaba. Ojalá Nuestro Señor lo conduzca hacia su reino cuanto antes, y lo ponga a cantar de cuclillas como ranas, en castigo por haberle entorpecido a ella su gloriosa asunción a los cielos como madre absolutísima de un santo.
* Con los párpados cerrados y sin más luz que la de sus propias cavilaciones dando vueltas mortecinas alrededor de su tragedia, permanecía doña Adelaida horas enteras.
* Negándose tenazmente a comer y a tomar sus medicinas: esas pastillas que por algo huelen raro, rezongaba, porque en realidad no son remedio sino las muchas formas del mal en que se encarna el demonio.
* Sólo admitía dos platos de caldo al día: uno para ayudarse a tragar su infortunio, y el otro a tragar el único complejo vitamínico para cualquier desnutrición del alma.
* Como ella nombraba al Cuerpo de Cristo, el cual había consentido en adaptarse al tamaño de una hostia para que, hiciese frío o calor, igual con sol o lloviendo, el Padre Ismael (pese a formar parte del staff redentorista) cada atardecer le trajera con paciencia franciscana.
* Hasta que al cabo de algún tiempo, doña Adelaida quedó tan consumida, tan reducida a poquita cosa, que ya no dispuso de agallas. No sólo para poder sobrellevar lo que la gente insinuaba con porfiada insistencia, sino para entrar de lleno y en plena posesión de su raciocinio, como lo están haciendo ahora ustedes, en la versión tumultuosa de la muñeca inflable.

ÍNDICE La posta del placer (Enlace al espacio de RAQUEL SAGUIER en www.portalguarani.com )

-. Versión inmediatamente anterior a la versión de la muñeca inflable
-. Versión tumultuosa de la muñeca inflable
-. Versión del testamento ológrafo
-. Versión del autoflagelamiento
-. Versión del General Celestino Robles
-. Versión durante la cual se hace un repentino silencio para que «La posta del placer» cuente su historia.

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