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viernes, 5 de febrero de 2010

CAMPO Y CIELO. Autora: RENÉE FERRER DE ARRÉLLAGA / Versión digital: Biblioteca Virtual Miguel de Cervantes.



CAMPO Y CIELO
(Enlace a datos biográficos y obras
en la GALERÍA DE LETRAS del
Edición digital: Alicante :
Biblioteca Virtual Miguel de Cervantes, 2001
N. sobre edición original:
Edición digital basada en la edición de Asunción (Paraguay),
Ediciones Mediterráneo, 1985.

PARA LOS MÁS CHIQUITOS
BALIDO
Oigo un tierno sonido
cruzar el callejón.

. ¡Salta mi corazón!

¿Son nubes que han formado
sobre el pasto un festón?

. ¡Salta mi corazón!

¿Son madejas de lana
o copos de algodón?

. ¡Salta mi corazón!

¿Desde lejos no veo
sobre el campo qué son?

¡Salta mi corazón!
Cuando escucho el balido
de sus bocas rosadas
sé que ovejitas son.

. ¡Canta mi corazón!
.
RANAS
Croan las ranas,
en el tajamar,
bajo el sol caliente
muy lejos del mar.

Bajo el sol caliente,
en el tajamar,
se mojan las patas
verdes al saltar.

De noche se escucha,
en el tajamar,
el son de las ranas
al brillo lunar.

¿Qué canción de cuna,
qué verdes arpegios
aduermen al niño
cuando tiene sueño?

Un coro de ranas,
desde el tajamar,
le canta al pequeño
muy lejos del mar.
.

Y LOS NO TAN CHIQUITOS
CÁNTARO
Redondez perfumada
de tierra recocida
con un plato en la boca
y un jarro del revés.

En capullo de barro
queda el agua dormida,
aprisionada y limpia
para mi ávida sed.

Qué modestia tostada
la de tu curva uncida
por dos manos morenas
teñidas de tu tez.

Cántaro que retienes
en telúrico seno
un sabor de agua mansa
con sobria sencillez.

Entre mis labios canta
tu líquida frescura,
el límpido sonido
de tanta redondez.
.
TATACUÁ
Tatacuá.
Nido gigante de hornero.
Tosca tu piel,
abovedado tu cuerpo.

Semana Santa se acerca.
La leña ponen a arder
hasta que ardiente y tostada
se te pone la pared.

Entonces con gran cuidado
sacan las brasas a un lado.

Sobre hojas de banano
de relumbrante verdor
hileras chipá mestizo
entregan a tu calor.

Aroma de anís esparcen
sus aros almidonados
bajo la sombra fragante
de retorcidos guayabos.

Cuando te quedas vacío,
tatacuá,
se acuna en ti
sueño de maíz cocido.
.
RELATOS
EL BAÑO
* Esto sucedió antes de que tuviésemos la casa nueva.
* Como era habitual fuimos a la estancia para los trabajos de marcación y nos instalamos en la única casa existente, la cual tenía unas proporciones espléndidas, aunque paredes de adobe y lecho de palma y paja. Nuestro dormitorio daba a lo que se llama el «óga-vy», que sirve en los ranchos de campaña de lugar común. Allí, se reunía la peonada todas las mañanas a tomar tereré, entre las gallinas que picoteaban, distraídas, alguna miga de galleta rezagada del desayuno; y de noche, en rueda con el patrón, se conversaba al terminar la cena.
* La hora del crepúsculo era para mí aquella que traía aparejada la nostalgia de cuantas comodidades no existían y también el momento del baño diario.
* Como es habitual en el campo, la casa tenía dos baños: uno, pegado al dormitorio, pero sin comunicación con él, para el aseo personal; y el otro, bastante retirado, para todo lo demás.
* No es necesario decir que darse un baño en ese lugar implicaba una serie de preparativos previos, no por sencillos menos meticulosos. Por lo general se trataba de disponer un balde con un poco de agua fría, una palangana; un jarro y el jabón sobre un tronco tronzado a manera de pie, la toalla y la ropa limpia colgadas de sendos clavos a modo de percha, y naturalmente sobre el piso de tablas una pava con agua caliente.
* El baño, no sé si lo dije, estaba reservado a las mujeres y en los días de mucho frío, también al patrón. Era un cuartito instalado sobre cuatro pilotes de menos de medio metro de altura para que el agua escurriera con facilidad, bajo el que se formaba un barrizal, que con el tiempo se convirtió en el paraíso de un chancho viejo. El piso y las paredes eran de madera, y entre tablón y tablón, unas hendijas irregulares dejaban ver, al que se bañaba, ese trajín del personal que cierra el trabajo del día.
* Me gustaba sobremanera detenerme en los detalles desde ese observatorio inobservable; mirar los distintos verdes del monte tragarse la limpidez del cielo; el arreo apacible de las ovejas bajo el último esplendor de la tarde; y a poca distancia, brillando como un espejo horizontal, el tajamar, donde se bañaban los caballos, y más tarde, los hombres.
* Si uno tenía la desgracia de desvestirse, y luego, darse cuenta de haber olvidado el jabón, o lo que es peor, la toalla; no cabían más de dos alternativas: o volver a vestirse discretamente para buscar el objeto olvidado, o gritar para que alguien se lo alcanzara, con la bochornosa evidencia de semejante intimidad.
* Darse un baño en el campo tiene sus secuencias. La preparación del agua templada en la palangana; la ubicación de la ropa limpia en la percha, un poco lejos para no salpicarla; y por fin, desvestirse, con el secreto temor de que alguien transite por el pasillo, echando una ojeada a través de las hendijas, no obstante el tácito convenio que vedaba el paso a esa hora.
* Pero a pesar de lo prosaico, ese lugarcito provocaba en mí un cierto deleite. Si se tiene suficiente agua caliente y se sabe regular con el jarro los chorros que van cayendo por las ranuras del cuerpo, uno puede demorarse hasta que las estrellas terminen de alumbrar la noche; y empapada de luna, dilatar el tiempo hasta que, de pronto, la magia se rompe, y hay que vestirse.
* Una vez se me antojó que ese cuartito era el sitio ideal para hacer gimnasia sin ser vista. No sé por qué la gente de la capital generalmente se intimida al realizar en el campo cosas que en la ciudad resultan del todo corrientes. Empecé entonces a saltar levantando los brazos y separando los pies con el clásico movimiento del polichinela. Inmediatamente noté que alguien se acercaba; y, tratando de pasar inadvertida, me quedé inmóvil. Un peón se paró sigilosamente en el pasillo, escuchó con curiosidad, y luego se fue. Volví entonces a insistir en el mismo ejercicio, pero enseguida se acercó el hombre más inquisitivo que antes, aguzando el oído. Así estuvimos un rato, yo intentando saltar y él tratando de develar algún misterio, hasta que finalmente dijo entre divertido y azorado: ¡FANTASMAS!
* Entonces comprendí que mis saltos hacían vibrar el asa del balde produciendo ese rítmico ruidito metálico que tanto lo intrigaba.
* Esa noche Francisco, que así se llamaba el peón, se acostó más temprano, para evitar, seguramente, toda posibilidad de encuentro con algún aparecido; y yo, categóricamente, decidí no volver a intentar proezas gimnásticas en un baño de campaña.
.
LOS GUAYABOS
* Cuando estuvo terminada la casa de material la rodeamos de una promisoria vegetación. Además de los pinos, llevamos cincuenta plantas de árboles frutales para una quintita que se delimitó al costado del corral. Las especies eran de la más extensa y jugosa variedad: naranjos injertados, pomelos, mandarinos y limoneros; yvapovós, alguna que otra planta de lima, Yvapurús de negras y dulces frutas pegadas al tronco, aguacates lustrosos, chirimoyas fáciles de desgranar, y guayabos.
* Años después esos árboles estaban, en su mayoría, regularmente crecidos y daban, casi en su totalidad, riquísimas frutas. Una mañana me acerqué al borde del corral, donde entre grevilias que alzaban sus agujas al cielo, había un grupito bien dispuesto de guayabos. Se veían colgando de sus ramas, entre las hojas nuevas de color ambarino, frutas incipientes, en diversos estados de crecimiento. Aún no estaban maduras y exponían sus pulpas rosadas, a través de pequeños redondeles que el picoteo de los pájaros les dejó en la cáscara. El follaje tenía el aspecto de un encaje de finísima trama, causa sin duda de alguna plaga rebelde.
* Me puse a observar el cielo entre el ramaje y sentí como si me empequeñeciera dentro de una gruta vegetal que dejaba como ventanas abiertas por donde se colaba el sol. Me sorprendió el contraste entre la textura ondulante de las hojas y la suavidad totalmente lisa de los troncos; y sobre todo la diversidad de tonalidades verdes y marrones que, entremezcladas, producían un efecto perfecto de «camuflaje».
* No sé si alguna vez habrán notado lo extremadamente difícil que resulta, para personas sin práctica en esos menesteres, treparse a los guayabos; y es porque, siendo tan lisos, carecen de nudos o de cualquier otro tipo de apoyatura.
* Pero el mayor placer me lo produjo el descubrimiento de que el tronco del guayabo se descascara perdiendo la piel exterior como ciertos reptiles. En efecto, la última lámina de la corteza se resquebraja, enrollándose sobre sí misma hasta formar unos pequeños pergaminos de puntas muy tiesas, e irregulares que, a la menor presión de los dedos, se desprenden deshaciéndose con un delicioso rumor. El placer que me producía ir pelando las ramas, una a una, me mantuvo entretenida un buen rato.
* De pronto, en lo alto de uno de ellos divisé una guayaba madura, tal vez la primera de la estación que los pájaros y el ojo avispado de los peones habían respetado por pura casualidad.
* Con la boca ya jugosa decidí saborearla. Sumida en mi determinación, coloqué cuidadosamente un pie en la horqueta que formaban una rama gruesa y otra delgada, e impulsándome con bastante agilidad pronto la tuve al alcance de la mano. La descolgué suavemente y ahí mismo, dejé que su cáscara corrugada y polvorienta se partiera entre mis dientes, dejando al descubierto la pulpa ácida y las durísimas semillas.
* No bien hube terminado mi agreste manjar, una de las ramas se quebró y me vi sentada en el suelo ante la atenta mirada de un perro que, sin que yo lo notara, me había acompañado.
.
Enlace al ÍNDICE del libro Campo y cielo en la GALERÍA DE LETRAS del PORTALGUARANI.COM
Para los más chiquitos:
Balido / Ranas / Lechones / Lluvia / Pororó
Y los no tan chiquitos:
Cántaro / Tatacuá / Boyero / Marcación / Son tres y corren alegres / Tajamar / Leche caliente / Tereré / Mango rosa / Escuela campesina / Fogón / Galope / Cocotero

Relatos:
El baño / Los guayabos / La Poda
.
Enlace al CATÁLOGO POR AUTORES
del portal LITERATURA PARAGUAYA
de la BIBLIOTECA VIRTAL MIGUEL DE CERVANTES

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