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viernes, 5 de febrero de 2010

EL ACANTILADO Y EL MAR. Autora: RENÉE FERRER DE ARRÉLLAGA / Versión digital: Biblioteca Virtual Miguel de Cervantes.



EL ACANTILADO Y EL MAR
(Enlace a datos biográficos y obras
en la GALERÍA DE LETRAS del
Edición digital: Alicante :
Biblioteca Virtual Miguel de Cervantes, 2001
N. sobre edición original:
Edición digital basada en la de Asunción (Paraguay),
Arandura Editorial, 1992.

AGUA Y FUEGO
Menuda lluvia.
Molienda de agualuz sobre la llama.
Alguien tritura estrellas en lo alto.
Un cedazo de incógnitos celajes va dejando escurrir
un beso de agua sobre la piedra roja.

Finísima la lluvia
no la alcanza.
Aborta su frescor en las orillas
de un incendio que anda
con su carga de sol desorbitado.

Contienda de elementos esenciales.
Una caricia líquida invade
el quejido estruendoso de la llama.

Desde la eternidad llovizna el tiempo.
Ni almanaques ni péndulos registran
el hábito de vestirse
y desvestirse
de la aurora.

Sólo arde la piedra desterrada.
.

LAS DECLINACIONES DEL MAR
Tu líquida masa transparente
se amolda
a los caprichos de una ley ingobernable.
La transgrede,
la obedece,
la provoca.

En tus labios de sal
dictan los peces sus historias
fechadas con la espuma que ornamenta
la arritmia de tu respiración.

Sobre tus ondas,
después de las lluvias,
el sol inventa los sonrojos del aire.
Arco fugaz con su puente de luz sobre las aguas.

Potro libre y sonoro donde montan
las sirenas e hipocampos
que subyugan
la bitácora de los navegantes
con trompas de amaranto y voces misteriosas.

Tu superficie se alumbra de vendimia.
Moscatel a raudales liberado.
Marineramente azul
la remota vigilia de tu lecho.

Y en tu reflujo:
la multiplicidad de la hermosura,
la fuerza de la loba en celo,
la mansedumbre de las mujeres después del parto.


YO, ACANTILADO
Yo, acantilado.
Memoria del mundo,
ojos del mundo,
conciencia del tráfago del mundo,
cristalización del fuego que me dio vida,
observo,
escucho,
muerdo los frutos del enigma,
las preguntas sin cosecha recolecto.
De mi cárcel desespero,
de la cárcel de los hombres desespero.
Los barrotes del odio nos tienen prisioneros.
Más que el hierro o el fuego,
el egoísmo.
Más que el estruendo suicida,
los hornos cremasueños:
la pavorosa incapacidad de amar.
.

HE TRAÍDO A MIS OJOS
He traído a mis ojos un segmento del planeta.
Sobre sus accidentes,
dilatados,
los árboles.
Y en su sombra los nidos
donde duermen las gargantas del estío.

En las hojas,
la savia
huyendo por el ordenado laberinto de sus ríos
en lentas travesías.
Y en el aire el perfume de estiércol y semilla
desvirgando el tiempo de la siembra.

He aspirado
la camisa salada en las axilas de los hombres,
y su olor vuelto honda para acertar la vida.
Simple vida,
gastada y renacida
en el estricto acto del pan horneado.

He librado la aguja que desmonta
las estructuras íntimas de los secretos;
las manos que ensayan la caricia
sobre formas de imaginería.

He pulsado
el corazón frondoso y seco de los hombres.
Manantial espigado de alegría
o arenal in crescendo más allá de sus dunas.

Me ensarté de preguntas
para explicarme.
Percibí los pasos de la envidia
merodeando con sus vapores verdes la luz de la amapola,
los grilletes de fuego del egoísmo
lacerando los miembros de la duda,
el estigma irrevocable de la maldad.

He cenado con las flores del campo
que se visten de fiesta con ingenua hermosura,
y bebido a sorbos pequeños
la leche fresca de lunas incipientes.
Me he dejado desvestir por la lluvia,
y así de pura,
sin más atuendo que mi corazón,
me entregué a las delicias de un sol enardecido.

He mirado un segmento del planeta,
atentamente el brillo de sus caras,
sus aristas filosas, con detenimiento,

y me vi reflejada:
en cada hombre,
en cada vuelo,
en cada nervadura.


LA VARIEDAD COHABITABLE
Con los glóbulos fijos
como volatineros a punto de perder el equilibrio
después de una noche de luces sicodélicas.

Con los párpados arriados
como persianas de una casa
donde habitan los duendes de las pesadillas
y la muerte pequeña.

Con la frente obsedida de tanto recorrer
y quedarse observando
en un caldero hirviendo la serpiente,
el insulto,
una flor,
o la boca de un niño,
con un grito levantándose como mástil sonoro.

Con los brazos abiertos
estrechando el clamor
de una multitud en desconcierto
y los hombros uncidos a la protesta afónica,
en gemelas caracolas retumbando las loas
de tanto feligrés a un dios cualquiera.

Con la mano acogiendo en su regazo
un fruto
sin avideces clavadas en su pulpa,
y ese desarenarse de los días
entre los dedos apretados.

Con la vergüenza,
el amor,
o la comedia,
meticulosamente guardados bajo las uñas pintadas.

Con las piernas erectas sobre el talón valiente,
ataviadas con túnicas de aire,
y los pies en el barro,
y los muslos
más allá de su propio vértice
enterrados.

Con el cuerpo intimidado
por variolocas tentaciones,
y alivianado,
al fin,
por la desesperanza.

Con el ombligo en flor
como boca oferente para sorber los besos
y los senos manando la leche luminosa
de un tazón que se quiebra.

Con el pulso izado a la deriva
para que lo flameen las tropillas del tiempo.
La ilusión como banderín deshilachado
y ese fúlgido instante que aúpa el pensamiento.

Con una brasa entre las líneas de las manos,
amojonadardiendo sobre el itinerario de la soledad
-al cabo de los ciclos- compañera.

Con mi destino de islote acantilado
desprendiéndose en duplicadas mariposas
hacia la sabía penetración de la ignorancia
o la aguda incisión del desconocimiento:
me detengo,
. atónita,
ante la variedad cohabitable,
frente a las incontables aristas del poliedro.
.

PARA MI MUERTE
Para mi muerte quiero
aquella tarde lila
y aquel sol declinante
y esa tímida insinuación de las estrellas
sobre el patio.

Los pies sin zapatos rozando apenas
el extremo inferior del ataúd,
y una síncopa vibrando todavía en los talones.
(Quietud definitiva y corruptible que transita la música).

En las manos,
tal vez, un crucifijo
y, ciertamente,
un jazmín en la sien.

Desde fuera de mí
observo el rededor de mi cuerpo,
el círculo de dolor que convoca
la carne que se va enfriando.
(El verdadero momento del tajo sucede
cuando terminan las últimas emanaciones de la tibieza).

La soledad se instala en compañía.
Nadie me ve,
a pesar de escucharlos.
He perdido identidad
y, sin embargo,
existo.

Los rozo sin que me sientan.
Isla de ojo ardiente,
sobrevivo.
Plomada calafondo
en el interior de los otros.

Los pensamientos se vuelven luminosos.
Fachada y revés sin disfraces.
Mi viaje se inicia
desde este cuadrilátero de velones vacilantes
donde ancla mi cuerpo.
Nada me está vedado,
salvo la demorada exploración del beso.

Soy feliz,
y estoy
inmensamente triste.
A toda hora el resplandor del conocimiento,
y ninguna caricia.
¿Es que nunca me pondré de nuevo
esta ropa gastada que me pertenece?

Me distancio de mi celda
y las ojeras
donde leo la magnitud de mi extrañamiento.
Sin que medien fragmentos de tiempo
me voy yendo.
(¿La eternidad es la inmovilidad del tiempo
o el tiempo el motor de la eternidad?).

La casa,
donde solía habitar,
no es más que una luz cuadriculada en una ventana.
Brilla como una lágrima
sobre la pequeñez del planeta,
solitaria,
allá abajo.
Pierde importancia en el contexto.

Filas de rostros macilentos,
dientes alegres,
brazos entristecidos,
un olor a carne chamuscada
¿dónde?
Lechuga fresca y vino tinto,
un tortillón de papas
y fémures esparcidos,
fogonazos,
temblor,
y el mar con sus volutas de espuma,
donde proliferan peces que se hacen el amor
como si tuvieran piernas.

Una olla humeando,
otra sin agua,
cacharros quebrados,
dioses con sus diversos rostros irreconciliables.
Omnipotencia,
botas,
y en cuencos vacíos
los diferentes matices de la sed.
Picanas,
flores
con sus estambres carcomidos por el deseo
dentro de la primavera.

Ojos que se demoran dentro de otros.
El aire cuando se quiebra
sobre el silencio blanco de la montaña.
Vapores pestilentes,
brisa
y pestañas.
Mesas opulentas,
y pan
sin la blandura benigna de la miga.
Entrevero de ruidos,
voces,
campanas,
perfumes y aguaceros,
cosas que se quedaron sin color,
súbitamente,
por la desesperanza.

Un cementerio con imágenes distraídas de mi muerte.
Alegría, desconsuelo,
el café fraternal,
y un aullido largo tendido hasta la luna.

El planeta,
desde arriba,
no es más que un brillo carente de nomenclatura.
Estoy tan aquí,
y tan distante.

Rodeada totalmente de universo
acepto a los demás
y armoniosamente me comprendo.
Ingreso a una rabiosa incandescencia
que se expande dentro de mí.
Un sentimiento cósmico
me absorbe,
y me rebasa.

Todo mi ser esplende
dentro y fuera de la inmensidad.

Retorno a mi morada
bajo la piedra.
Ninguna cicatriz. Nada.
Sólo la luz, la luz.
Sólo la luz.
.
Enlace al ÍNDICE del libro El acantilado y el mar en la GALERÍA DE LETRAS del PORTALGUARANI.COM
- I -
Nace el planeta / Agua y fuego / Acantilado / Hoguera ya rescoldo / El acantilado y el mar / Las declinaciones del mar / Yo, acantilado
- II -
He traído a mis ojos
La variedad cohabitable
Han talado los árboles
Queja del hombre invadido
Zapatito vacío
Del fuego al fuego: - I - Nacimiento del fuego / - II - Hiroshima
Matar, matar es la consigna: - I - / - II - / - III -
- III -
Transfiguración / Mujer / Desde mi sueño te escucho / Aislamiento / Oír / Mariposa encendida / Caer en plenitud / Para mi muerte.
.
de la BIBLIOTECA VIRTAL MIGUEL DE CERVANTES
en el
www.portalguarani.com

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