MARTÍN
GOYCOECHEA MENÉNDEZ
(Enlace a datos biográficos y obras
En la GALERÍA DE OBRAS del
www.portalguarani.com )
GOYCOECHEA MENÉNDEZ
(Enlace a datos biográficos y obras
En la GALERÍA DE OBRAS del
www.portalguarani.com )
.
PALABRAS SUPREMAS
El viejo Mar peinaba sus barbas venerables,
En los gruesos peñascos de lomos formidables,
En tanto que un enorme y ardiente pensamiento
A su espíritu hablaba con un extraño acento
De tempestad. El Mar piensa a rugidos,
Sus palabras son siempre tremendos alaridos
Que llevan en sus gamas de extrañas inflexiones
La métrica del trueno, la voz de los cañones,
La nota apocalíptica del insultante grito
Del volcán, que escupiendo su lava al infinito,
Agita entre la noche que trémula se azora,
Como un pendón flotante la llama de una aurora.
Su pensamiento estaba poblado de mutismo.
Si el Amor y el Cielo piensan en un instante mismo,
El cielo enciende todas sus leves luminarias
Y es una idea ardiente la estrella solitaria
Que traza entre la sombra su pálido miraje.
El Océano pone su idea en el oleaje.
Por eso es que se alza, bravea y se agiganta,
Y en una sola onda suspira, ruega, canta;
Por eso sobre el liquen que en pliegues se arrebuja
Engarza nebulosa de fúlgidas burbujas
Y que al venir la Aurora en un divino escorzo
Hace rugir su labio y hace crujir su torso.
El Mar había visto surgir, cuando el Ocaso
Pinta la nota roja de su candente raso,
Sobre el escudo de oro del sol una figura
Que remedaba un árbol, un monte, una altura.
La Tarde, al contemplarla con sus pupilas graves,
Vistióse de crepúsculo, hizo callar sus aves
Y en el zafir profundo marcó sus breves huellas
El paso adolorido que llevan las estrellas.
El Mar se embriagaba de luz. Su borrachera
De sol, llenaba todo su ser de primavera.
Estaba todo lleno de fecundidad. Rugía
Como una enorme bestia, de amor ante su cría.
Todo en él era fuerte, soberbio, omnipotente,
Su bíceps sin medida se hinchaba fuertemente,
Y abofeteaba playas y deshacía riscos
Para cubrirlos luego de nácar y mariscos.
El Mar ante la efigie plegó su grave labio
Y calló. Era un silencio profundamente sabio
El del Océano. Era el silencio de las meditaciones
Poblado de misterios, de sueños, de visiones,
En medio de la sangre llameante del Ocaso
Aquella efigie alzaba su gigantesco brazo;
Entre sus labios llenos de raros esplendores,
Crispábase la angustia de todos los dolores,
Gustábanse las hieles de todas las angustias;
Y sobre su cabeza palidecían mustias
Las vastas nebulosas en cuyas albas crestas,
Trazaban sus meteoros sus incendiarias gestas.
De pronto, el Mar herido lanzó un rabioso grito
Llenando con su acento bravío el Infinito.
Aquel hombre tenía en su pupila el rayo
Y su pupila estaba fija sobre el Mar. Hendió su cayo
Soberbio el Océano en la revuelta hondura
Alzóse hacia el espacio hirviente de bravura
Escupiendo su rabia sobre el Cielo y el Mundo.
Era aquél un instante de silencio profundo,
Temblando en sus engastes los astros contemplaban
Aquel raro combate. Sus ojos se entornaban
Preñados de horror. Y el Mar cayó vencido
Ahogando su rabia en un leve gemido
Porque el hombre extraño tendió sobre él sus brazos.
Bajo la línea enorme de aquel ideal abrazo
Todo se perfilaba como un Apocalipsis;
Los astros tambaleantes marchaban por la elipsis;
Algún planeta herido con cien tajos profundos
Rugía en la agonía suprema de los mundos
Y en medio de sus cascos flotaban como versos
Las angustias supremas de todo un universo.
A los pies de la efigie la humanidad pasaba
En un vuelco sin fin. El Mar absorto espiaba
Con su pupila azul llena de horrores
Aquel raro desfile de lacras y dolores.
Y con un eco impetuoso de tempestades lleno
Aquel hombre así habló:
Yo soy la luz y el trueno;
Soy el primer arpegio, soy el postrer vagido,
El rayo es mi pupila; mi voz el alarido
Que rueda sobre el caos de un mundo agonizante;
Yo soy el astro fijo y el meteorito errante;
Soy fuego entre la nube -capullo de oro ardiente;
Soy el alba en el levante y el ocaso en el poniente;
Yo hago del silencio la suprema elocuencia;
Y el peso de los orbes sostengo con mi ciencia;
Color soy en el iris, esencia en las violetas;
Mi cuerpo es la gran lira que pulsan los poetas.
El Mar estaba mudo, suspenso de aquel grito
Continuo que partía de ese labio infinito.
Escuchaba transido, hirviente de emociones
- Sus olas parecían gigantes corazones –
Estaba meditando, hablando con sí mismo;
- Su oído era la curva gigante del abismo –
La efigie proseguía:
Yo soy como una llama
La púrpura y el oro de su candente gama;
Son grandes los colores de mi ardiente bandera;
Soy nieve en los inviernos, sonrisa en primavera;
Yo soy como los ritmos de todos los poemas;
Yo soy el rayo fuerte que hace sangrar las gemas;
Las mieses se fecundan al calor de mi pecho;
De besos y tormentas todo mi ser fue hecho;
Mi alma es el espacio, mi sien el firmamento;
Cuando hablo todo nace al soplo de mi acento;
Los surcos de mi sangre son rastros de cometas;
El huracán me anuncia con sus cien mil trompetas;
Por eso es que mi frente de luz y de tormenta
La potencia de un orbe como una flor sustenta.
Los labios de aquel Hombre de golpe se cerraron;
Sobre él en ese instante los astros reflejaron
Sus tenues esplendores. Y un enorme lucero
Fue a sellar en sus labios ese acento postrero.
El Mar hinchó su lomo soberbio, infinito,
Abrió su enorme boca y en un sublime grito
Que desgarró las tocas nupciales de la bruma
Y desflocó los rizos ducales de la espuma,
Con un acento extraño y un ademán no visto
Llenó todos los mundos con esta frase:
¡Cristo!
Sobre la noche viuda que trémula venía
Fundióse aquella sombra como el oro de un día,
En tanto que a lo lejos mostraban los volcanes,
Como gigantes fraguas, sus ojos de titanes.
Publicado en: Los Anales del Gimnasio Paraguayo. Asunción, t. IV, agosto de 1919. Hay un acápite de la redacción que expresa: "Como un homenaje a su memoria ofrecemos a continuación un poema suyo que por primera vez se publica en el Paraguay".
PALABRAS SUPREMAS
El viejo Mar peinaba sus barbas venerables,
En los gruesos peñascos de lomos formidables,
En tanto que un enorme y ardiente pensamiento
A su espíritu hablaba con un extraño acento
De tempestad. El Mar piensa a rugidos,
Sus palabras son siempre tremendos alaridos
Que llevan en sus gamas de extrañas inflexiones
La métrica del trueno, la voz de los cañones,
La nota apocalíptica del insultante grito
Del volcán, que escupiendo su lava al infinito,
Agita entre la noche que trémula se azora,
Como un pendón flotante la llama de una aurora.
Su pensamiento estaba poblado de mutismo.
Si el Amor y el Cielo piensan en un instante mismo,
El cielo enciende todas sus leves luminarias
Y es una idea ardiente la estrella solitaria
Que traza entre la sombra su pálido miraje.
El Océano pone su idea en el oleaje.
Por eso es que se alza, bravea y se agiganta,
Y en una sola onda suspira, ruega, canta;
Por eso sobre el liquen que en pliegues se arrebuja
Engarza nebulosa de fúlgidas burbujas
Y que al venir la Aurora en un divino escorzo
Hace rugir su labio y hace crujir su torso.
El Mar había visto surgir, cuando el Ocaso
Pinta la nota roja de su candente raso,
Sobre el escudo de oro del sol una figura
Que remedaba un árbol, un monte, una altura.
La Tarde, al contemplarla con sus pupilas graves,
Vistióse de crepúsculo, hizo callar sus aves
Y en el zafir profundo marcó sus breves huellas
El paso adolorido que llevan las estrellas.
El Mar se embriagaba de luz. Su borrachera
De sol, llenaba todo su ser de primavera.
Estaba todo lleno de fecundidad. Rugía
Como una enorme bestia, de amor ante su cría.
Todo en él era fuerte, soberbio, omnipotente,
Su bíceps sin medida se hinchaba fuertemente,
Y abofeteaba playas y deshacía riscos
Para cubrirlos luego de nácar y mariscos.
El Mar ante la efigie plegó su grave labio
Y calló. Era un silencio profundamente sabio
El del Océano. Era el silencio de las meditaciones
Poblado de misterios, de sueños, de visiones,
En medio de la sangre llameante del Ocaso
Aquella efigie alzaba su gigantesco brazo;
Entre sus labios llenos de raros esplendores,
Crispábase la angustia de todos los dolores,
Gustábanse las hieles de todas las angustias;
Y sobre su cabeza palidecían mustias
Las vastas nebulosas en cuyas albas crestas,
Trazaban sus meteoros sus incendiarias gestas.
De pronto, el Mar herido lanzó un rabioso grito
Llenando con su acento bravío el Infinito.
Aquel hombre tenía en su pupila el rayo
Y su pupila estaba fija sobre el Mar. Hendió su cayo
Soberbio el Océano en la revuelta hondura
Alzóse hacia el espacio hirviente de bravura
Escupiendo su rabia sobre el Cielo y el Mundo.
Era aquél un instante de silencio profundo,
Temblando en sus engastes los astros contemplaban
Aquel raro combate. Sus ojos se entornaban
Preñados de horror. Y el Mar cayó vencido
Ahogando su rabia en un leve gemido
Porque el hombre extraño tendió sobre él sus brazos.
Bajo la línea enorme de aquel ideal abrazo
Todo se perfilaba como un Apocalipsis;
Los astros tambaleantes marchaban por la elipsis;
Algún planeta herido con cien tajos profundos
Rugía en la agonía suprema de los mundos
Y en medio de sus cascos flotaban como versos
Las angustias supremas de todo un universo.
A los pies de la efigie la humanidad pasaba
En un vuelco sin fin. El Mar absorto espiaba
Con su pupila azul llena de horrores
Aquel raro desfile de lacras y dolores.
Y con un eco impetuoso de tempestades lleno
Aquel hombre así habló:
Yo soy la luz y el trueno;
Soy el primer arpegio, soy el postrer vagido,
El rayo es mi pupila; mi voz el alarido
Que rueda sobre el caos de un mundo agonizante;
Yo soy el astro fijo y el meteorito errante;
Soy fuego entre la nube -capullo de oro ardiente;
Soy el alba en el levante y el ocaso en el poniente;
Yo hago del silencio la suprema elocuencia;
Y el peso de los orbes sostengo con mi ciencia;
Color soy en el iris, esencia en las violetas;
Mi cuerpo es la gran lira que pulsan los poetas.
El Mar estaba mudo, suspenso de aquel grito
Continuo que partía de ese labio infinito.
Escuchaba transido, hirviente de emociones
- Sus olas parecían gigantes corazones –
Estaba meditando, hablando con sí mismo;
- Su oído era la curva gigante del abismo –
La efigie proseguía:
Yo soy como una llama
La púrpura y el oro de su candente gama;
Son grandes los colores de mi ardiente bandera;
Soy nieve en los inviernos, sonrisa en primavera;
Yo soy como los ritmos de todos los poemas;
Yo soy el rayo fuerte que hace sangrar las gemas;
Las mieses se fecundan al calor de mi pecho;
De besos y tormentas todo mi ser fue hecho;
Mi alma es el espacio, mi sien el firmamento;
Cuando hablo todo nace al soplo de mi acento;
Los surcos de mi sangre son rastros de cometas;
El huracán me anuncia con sus cien mil trompetas;
Por eso es que mi frente de luz y de tormenta
La potencia de un orbe como una flor sustenta.
Los labios de aquel Hombre de golpe se cerraron;
Sobre él en ese instante los astros reflejaron
Sus tenues esplendores. Y un enorme lucero
Fue a sellar en sus labios ese acento postrero.
El Mar hinchó su lomo soberbio, infinito,
Abrió su enorme boca y en un sublime grito
Que desgarró las tocas nupciales de la bruma
Y desflocó los rizos ducales de la espuma,
Con un acento extraño y un ademán no visto
Llenó todos los mundos con esta frase:
¡Cristo!
Sobre la noche viuda que trémula venía
Fundióse aquella sombra como el oro de un día,
En tanto que a lo lejos mostraban los volcanes,
Como gigantes fraguas, sus ojos de titanes.
Publicado en: Los Anales del Gimnasio Paraguayo. Asunción, t. IV, agosto de 1919. Hay un acápite de la redacción que expresa: "Como un homenaje a su memoria ofrecemos a continuación un poema suyo que por primera vez se publica en el Paraguay".
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Fuente: POESÍAS DEL PARAGUAY – ANTOLOGÍA DESDE SUS ORÍGENES. Realización y producción gráfica: ARAMÍ GRUPO EMPRESARIAL, Dirección de la obra: OSCAR DEL CARMEN QUEVEDO. Recopiladores y autores: RAÚL AMARAL, MARÍA BARRETO DE RAMÍREZ, AÍDA ORTÍZ DE CORONEL, ELA RAMONA SALAZAR S., RUDI TORGA / Tel. (595-21) 373.594 / arami@rieder.net.py – Asunción / Paraguay. 2005. 781 pp.).
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Poesía, Novela, Cuento, Ensayo, Teatro y mucho más.
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