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viernes, 19 de febrero de 2010

TIERRA DE NADIE - NINGUÉM. Autor: AUGUSTO CASOLA / Edición digital: Biblioteca Virtual Miguel de Cervantes.





TIERRA DE NADIE - NINGUÉM
(Enlace a datos biográficos y obras
en la GALERÍA DE LETRAS del
www.portalguarani.com )
Edición digital: Alicante :
Biblioteca Virtual Miguel de Cervantes, 2001
N. sobre edición original:
Edición digital basada en la de Asunción (Paraguay),
[s.n.] (Gráfica Latina), 2000.

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A Karina Alejandra y Natalia Josefina



- 1 -
- Foi Gaúcho quem falou -exclamó seu Baptista dirigiéndose a seu João-. Foi êle... ¿viu?
El calor de la selva, húmedo y craso, forma parte de la cordillera, lo mismo que el silencio áspero, el murmullo indefinido y quejumbroso de las al mas en pena deslizándose de la copa de los árboles, donde el viento agita sus hojas, el crujido de ramas secas al quebrarse cuando se las pisa y el leve chicoteo de los gajos traicioneros del pynó, que estampan su huella roja y picante en los brazos, el pecho o las piernas, obligando a que la víctima se rasque hasta sangrar, y todo sumido en ese universo cuyo aliento silencioso reverbera los chispazos del sol, que son como espadas pretendiendo cortar la humedad y la calma de la jungla, para abrirse paso en un espontáneo relampagueo de luz.
- Gaúcho não estava cuando veio a gente do Senadi. Só êle... Depois tudos saímos correndo e ficaram para tras Armandinho e Fernando.
Capitán Bado es una pequeña población que linda con la ciudad brasileña de Coronel Sapucaia, en la frontera, que a lo largo de una extensa franja que no exige sino cruzar el ancho variable de la tierra de nadie -ninguém que separa a ambos países o la doble avenida que marca el límite entre ambas ciudades.
Se fundó para servir a la empresa Mate Larangeira y estaba a cargo de una asociación conocida como Ñu Vera, que era la encargada de administrar los intereses de la sociedad yerbatera que manejaba a los hombres como esclavos. Los paraguayos descendientes de aquellos son quienes habitan el lugar y la yerba mate fue reemplazada por la producción de marihuana, administrada en general por brasileños respaldados por el poder político de las autoridades del país.
Unos kilómetros más allá de Bado, hacia el suroeste, alienta la selva virgen, húmeda, pegajosa, esquiva, voluptuosa, despertando en quien la visita, el ubicuo desequilibrio de una sensualidad inquieta, palpitante, hecha de entrega, pero solo después que el intruso haya satisfecho los requisitos de su liturgia iniciática.
Y en el medio de esa sensación, está ubicada la ciudad de Capitán Bado, que para la generalidad de los habitantes del Paraguay no significa nada más que un punto en el mapa, lejano, fuera de lo habitual, con cierta fama siniestra. Solo cuando uno se encuentra allí y ve la calle principal, arenosa y polvorienta durante las sequías o húmeda y resbaladiza cuando llueve, conoce a la gente, la ve y concluye que ni siquiera se diferencia mucho de otra cualquiera, empieza a descubrir que en Bado, todo es parte de un espejismo tras el cual se oculta una realidad ambigua cuya definición se pierde más allá de la lluvia y la polvareda, más allá de la gente y lo que representa, hasta más allá del propio oficio de vivir.
Bado es otra cosa y no resulta fácil correr el velo de esa ciudad pequeña y soñolienta incrustada en la cordillera del Amambay.
Si bien nadie cree seriamente en lo sobrenatural, la fantasía se impone con la fuerza irresistible y primitiva que transmiten los lugares encantados. La imaginación se libera de tabúes y discurre alucinada entre las extrañas formas que adquieren los árboles en la oscuridad de la noche, con sus formas caprichosas de cuentos de hadas, criaturas dibujadas en esa negrura, prontas a adquirir vida si las ilumina el destello fugaz de un relámpago o cuando el sopor agobia la selva hundida en una humedad asfixiante. Esa extraña magia tiene el poder de inquietar al más escéptico, enfrentándolo de golpe a las fuerzas innominadas de la naturaleza que adopta esas formas extravagantes, pues presiente ocultos, otros misterios insondables germinando en el mismo vientre de la selva, en los laberintos secretos de un atavismo del cual resulta difícil escapar.
Descubrimos que nuestra vida está expuesta a la inmisericordia de ese mundo sombrío de fuerzas naturales en aparente quietud, donde la oscuridad se enciende solo brevemente al destellar un relámpago o se ilumina al leve influjo de la luna llena cuando descarga su apacible claridad al deslizarse entre montañas de nubes... El resto es oscuridad... pero esa oscuridad de negrura absoluta y sin sombras que presentimos anterior a nuestro nacimiento y posterior a nuestro fin.
La ciudad de Capitán Bado iba cayendo en el sopor de la tarde. El sol golpeaba directamente sobre los carteles de los negocios de Coronel Sapucaia iluminando a algunos transeúntes -gente joven en su mayoría- que pasea sobre la vereda embaldosada de la línea fronteriza que separa a las dos ciudades.
Seu João, sentado a una de las mesas del Restaurant «La Mamma», observa cómo el naranja y púrpura de la tarde va cediendo su espacio al gris opaco del cielo de otra noche.
Una hora más y todos los negocios estarán cerrados, la gente se habrá recogido en sus casas. Solo quedarán en las calles unos pocos transeúntes, por lo general forasteros que van a cenar en la churrasquería del Hotel São Louis, que permanece abierta, donde tomarán unas cervecitas y comerán un espeto corrido antes de ir a la cama.
Seu João bebió directamente de la latita y algunas gotas de Ouro Fino resbalaron por la comisura de sus labios. Se secó con el dorso de la mano. Le tenía mucho cariño a Gaúcho y ahora..., esto.
- 2 -
Hasta las botas resultaban incómodas luego de atravesar tantos charcos de barro preto. La lluvia cayó durante dos días, como si se hubiera abierto alguna compuerta en el cielo y las nubes fueran insuficientes para contener el caudal del verano acompañado del calor, la humedad, los mosquitos. Hoy, en cambio, la noche descendía brillante desde ese oscuro dosel de estrellas tras un día embriagado de luz.
Le dolían los pies. Otra noche en la cordillera del Amambay, solo, con hamaca que pudo rescatar antes de huir desesperado. Ni frazada, ni lienzo para protegerse de los mosquitos voraces, ni caninha, ni nada para engañar al frío que se acerca con las nubes negras, los relámpagos escondidos tras la espesa cortina y la lluvia que se anuncia otra vez, olorosa, precedida de ululantes embestidas de viento norte helado y tenaz. Otra noche a la intemperie, sin poder hacer fuego, medio perdido en la selva cada vez más densa y silenciosa, retumbando bajo los truenos que venían a la zaga al resquebrajarse el cielo con el resplandor terrorífico de la tormenta eléctrica aniquilando el universo en su furia insensata.
- 3 -
Seu João pasó al fondo del restaurante donde lo están esperando dos hombres.
- En não vi ao Gaúcho -dijo Armandinho- cuando todo sale correndo eu fiquei para pegar fôgo á cosecha, fiquei con Fernando, sim, mais êle morreu, ¡puxa vida!
- E não viu ao Gaúcho, então... -repitió el otro asintiendo con la cabeza.
- Não vi nada... pega fogo e sái correndo também, aí é que morreu Fernando. De um tiro por su espalda, que vem correndo a tras de mim...
- Pero não viú ao Gaúcho.
- Não, não vi êle, não senhor..., mas isso não quer dizer nada, seu João... Eu não sei..., êle não é assim para trair a seu companheiro..., ¡hein!
- Está bem, Armandinho -dice pensativo seu João-. De todo jeito tambem não voltou Gaúcho, ¿hein?
- Não señor -responde Armandinho.
La tierra roja se volvía verde y de nuevo roja y negra. El fuego restallaba con un crepitar incesante causado por el fuerte viento norte que bajaba, engañoso, por la falda de la cordillera del Amambay.


Sentados junto a la hoguera. Fernando y su mujer trataban de protegerse del frío ventarrón. Habían recorrido mucho camino desde que salieron de Itakyry, pensó Fernando, estrechando contra el suyo el cuerpo de la mujer. Estaba dormida y de entre sus labios entreabiertos escapaban, leves, las explosiones regulares de sus ronquidos.
- Ha'e nahasênkyi araka'eve -pensó Fernando- ha che araka'eve namê'ei chupe mbaeve... kany, kañy..., kañynte...
La tierra retumbaba con los gritos de los hombres. Armandinho estaba a su lado y desde donde se encontraban podían divisar toda la fuerza desplegada por la SENAD. Alguien los vendió. De eso no cabía duda. Se cruzó una mirada rápida con Armandinho, que estaba derramando nafta sobre la cosecha recién cubierta con hule y chirlas de maíz. Encendió un fósforo que arrojó sobre el combustible y empezaron a correr pendiente abajo, por la picada vieja que conocían muy bien, la que tenían prevista usar para una eventual fuga.
- Para en caso de necesidade -había dicho riendo Armandinho- temos que preparar á huida, rapaz.
Los uniformados alcanzaron la línea de cumbres observando el fuego que centellea bajo el sol radiante de la hora y ven a dos hombres que tratan de escabullirse en la espesura. No tienen prisa. Los uniformados recobran el aliento mientras toman puntería. Enseguida comienzan a disparar.
- 4 -
Todo sucedió de golpe. Los cultivadores de macoña estaban ocupados en recoger la carga ya acumulada a lo largo del camino de recolección. No habían motivos de alarma. Dos camionetas ya habían partido con el producto pero quedaban en el sendero varios montones dispuestos en bolsas y protegidos bajo hule negro y chirlas de maíz, por si se desataba uno de esos aguaceros intensos, tan imprevistos como frecuentes en la cordillera.
Una buena producción y un buen dinero que ganar esta vez. En eso se basaba la principal alegría de los fumeros, empeñados en terminar su trabajo para retirarse a festejar por la noche, en Bado, en Sapucaia o en cualquier lugar de las cercanías donde estaban instaladas sus moradas, algunas de las cuales consistían en carpas de hule armadas sobre pedazos de madera apenas trabajadas, que hacían de bastidores y cumplían el cometido buscado para los grupos de hombres solos, que solo deseaban contar con un lugar donde protegerse de los caprichos del clima. Allí disponían de todo lo que podrían necesitar: carne y cecina de animales silvestres, cerveza y caipirinha.
De pronto se escucharon los gritos de alarma:
- ¡É a policía..., é a Senadi...!
Los fumeros levantaron la cabeza y vieron varios hombres armados subir la cuesta del tortuoso camino que conducía a la plantación. Algunos ya apuntaban sus armas y pronto comenzaron a disparar.
- ¡É a Senadi..., é a Senadi!
Los disparos se cruzaron. Los francotiradores solo tardaron un momento en responder a los atacantes. Cayó un policía y uno de los fumeros, que ya en el suelo, siguió gimiendo hasta morir. Otros corrían para protegerse en la espesura que envuelve a la cosecha como la gradería de un inmenso estadio, en medio del cual se desarrollaba el drama de ese día.
Todos gritaban y se mezclaban el español con el guaraní y el portugués, hasta que de golpe se elevó hacia el cielo una gran fogata que rápidamente fue extendiéndose sobre el resto de la plantación y de la carga preparada, pese a la humedad causada por la lluvia caída en los últimos días.
Sumado al desorden empezó a escucharse, en una especie de extraño contrapunto, el estrépito de las chirlas de maíz que reventaban haciendo un ruido seco, similar al de las bombitas de navidad, muy diferente al crepitar de las llamas o el estampido causado por la detonación de las armas.
Lo envolvía todo el áspero olor de la nafta que se usó para encender el fuego, mezclado con el de la vegetación ardiendo y el de la tierra, que subiendo hacia el cielo claro en forma de turbulentas lenguas de fuego y humo espeso -rojo, blanco y gris- que se metía en la nariz de los hombres dificultándoles la respiración.
- 5 -
Cuando sintió el chicotazo en el cuello ya era tarde. El golpe se repitió sin darle tiempo a reaccionar. Ni siquiera a volverse. Cayó de bruces a pocos pasos de un remanso del río Piray que corre susurrando su historia de selva virgen, lluvia y sol.
Se sintió extraño, le daba la impresión que algo no andaba bien, que existía un desdoblamiento entre la realidad y ese momento.
Caminaban los tres por la calle arenosa de Marechal Cándido Rondón, entre una hilera de casas de madera, muchas de ellas pintadas en tonos chillones de verde, amarillo, rojo o marrón que iban dejando atrás.
Era el día de la ceremonia en que fueron bautizados en la fe baptista, que desde muchos años tenía un fuerte ascendiente sobre los pobladores del pueblo, gracias a la actividad desplegada por los colonos alemanes que habían hecho suya esa tierra.
Gaúcho tenía a Teresinha tornada de una mano y de la otra llevaba a Suelí, la hija de ambos, que en cualquier momento iba a pedir que la alzara, cansada de caminar.
Baptista los esperaba en la puerta de su casa, la que había adquirido al volver del Paraguay, de donde trajo dinero suficiente para comprarla al contado. Vivía con su madre y había organizado una fiesta para reunir a sus amigos.
Gaúcho se asombró al llegar frente al portón de la nueva casa de Baptista. Bajó a Suelí, que en algún momento de la caminata, se las había ingeniado para que su papá la alzara en brazos. Se volvió hacia Teresinha que estaba unos pasos detrás suyo.
- ¡Puxa o rapaz, hein! Olha isso, Teresinha... é mesmo uma fazenda, ¿n'é?
- É mesmo -aceptó la mujer, tan asombrada como su marido- progressou o nosso compadre, ¿n'é?
En el patio del fondo de la casa de ladrillos rojos y tejas resplandecientes, ardía el fuego que brotaba de las brasas colocadas en una gran cavidad hecha en el suelo, de algo más de dos metros de diámetro, alrededor de la cual se iba dorando el asado preparado al estilo gaúcho.
Baptista se abrió paso entre un grupo de amigos que lo rodeaban, se acercó a Gaúcho y Teresinha para darles la bienvenida.
- ¡O meu compadre! -exclamó con alegría, abriendo los brazos para recibir a su amigo entre ellos en un fuerte apretón-. Você não esperava isto, ¿n'é? -dijo sonriendo- pasa, vem, vamos a pegar um charuto e um güiski... e logo vamos falar de negocios, rapaz...
- ¡Você sim que é pra frente, rapaz! -exclamó Gaúcho estrechando a su vez a Baptista con fuerza-. Agora sim vai para o Río de Janeiro, ¡hein!
- Agora não, ainda não -respondió Baptista riendo-. Mas o viagem está bem pertinho de mim... Olha, aí tem o güisqui -Gaúcho observó la botella, era un Chivas Regal- Logo vamos falar, Gaúcho..., temos muitas coisas de que falar, meu amigo -se puso serio y lo miró fijo a los ojos-. Você é o meu compadre, hein, e você merece mais do que o trabalho num posto de pedreiro ¡neste povinho ruim!
- 6 -
Baptista sorbía su Ouro Fino desde la misma latita de cerveza, sentado en una silla del corredor que rodea el patio del hotel American Park y sirve para estacionamiento de quienes vienen a pernoctar en el sitio o para las parejas de paso que necesitan de un cuarto.
Su Toyota 4 x 4 estaba estacionada en el patio y dos negras brasileñas, encargadas de la recepción, conversaban y reían de vez en cuando, recostadas contra el paragolpes trasero del vehículo.
Le había costado buen trabajo, tiempo y esfuerzo conseguir esa camioneta. La de sus sueños, pensaba. Quien iba a decir que ese rapaz sucio y desarrapado llegaría a tener una 4 x 4 cero kilómetro...
Y lo debía todo a seu João. Si no fuera por él, seguiría carpiendo la tierra para plantar macoña, robando un paquete de vez en cuando, para pagarse los vicios, como hacían todos y temiendo que en cualquier momento se presentara la SENAD y tuviera que huir hacia la selva con los demás fumeros, como ratas, casi desnudos, cubiertos solo con el shortcito que acostumbran usar para trabajar en la plantación. En cambio ahora... Ahora...
- ¡Agora á merda! -exclamó sobresaltando a las dos mujeres que interrumpieron por un momento su charla para observarlo dudosas, con sus ojos negros que se movían desconfiados dentro de las órbitas blancas. Susurraron algo y luego rieron juntas.
El hombre terminó de consumir el contenido de la latita de cerveza que arrojó hacia el portón de la entrada.
- A culpa foi do Gaúcho... -dijo en voz alta.
- Não tem jeito, rapaz -dijo Gaúcho sin dejar de mirar a Baptista como si lo estuviera viendo por primera vez-. Você sabe que a coisa não tem porque ser assim, ¿n'é?
- Há muito dinheiro. Gaúcho... -insistió Baptista-. Dinheiro de verdade, não esta porcaría que temos agora... É dinheiro mesmo, ¿viu?
- Sim, Baptista, eu sei... mais não tem jeito... o que você disse... acho que é... ¡merda mesmo, rapaz!... Nem eu, nem Fernando nem Armandinho...
- Para aí, rapaz -exclamó Baptista molesto, pero sin dejar de sonreír-. Eu não estou falando dêles. Só você e eu... ¡É muito dinheiro, caralho!
- Não, não é isso... Eu não vou cair nisso..., e você tamben não tem que fazer... Temos os camaradas e todos êles vão ficar em perigo...
Baptista guardó silencio, mirando a lo lejos. Encendió un cigarrillo y se tomó tiempo para echar unas cuantas bocanadas de humo.
- O que falei para voce é perigoso mesmo pra mim agora, Gaúcho -su voz había cambiado, sonaba ronca y amenazadora en una manera indefinida.
- Eu sei -contestó Gaúcho, sin apartar la vista-. Eu sei, rapaz.
Una muchacha se acercó a Baptista, contoneando las caderas como solo saben hacerlo las negras del Brasil y le dijo:
- ¿Mais uma, seu Baptista?
- Obrigado... sim -respondió el hombre y se entretuvo mirando el contoneo de las nalgas de la mujer, cuyas caderas se meneaban como las de una pasista experta: -Se tudo sai bem -pensó Baptista- vou ir ao carnaval do Río em fevereiro..., ¡puxa vida!
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