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miércoles, 7 de abril de 2010

AMANDA PEDROZO - ÁNGELA PURA / Fuente: NARRATIVA PARAGUAYA DE AYER Y DE HOY TOMO II (M-Z) de TERESA MÉNDEZ-FAITH


CUENTO de
AMANDA PEDROZO
(Enlace a datos biográficos y obras
En la GALERÍA DE LETRAS del
www.portalguarani.com )
.
ÁNGELA PURA

. A sus quince años tenía una sabiduría que se podía oler a la legua. Era imposible aguantar esos ojos de niña vieja que desmentían de golpe la carita de inocencia y su cuerpo hinchado de sevo'i (Guaraní: Lombrices). Abuela Esperanza no la podía ver: el diablo andaba por la casa cuando esa chiquilina movía su carne marrón bajo la resolana, decía.
. Ángela Pura era guardada por las tías. Día y noche ellas la seguían con la vista, estuviera prendida a los platos sucios o chupando embelesada una naranja tras otra. La controlaban porque en la familia era la última mujercita que quedaba sin conocer hombre. La controlaban porque esa chica tenía algo que hacía desvariar y de eso cualquiera se daba cuenta. Hasta el abuelo Catá la seguía con la respiración caliente, no importaba que estuviera delante abuela Esperanza que predecía alargando las palabras como en un rezo o plagueo sin utilidad.
. -El diablo anda cerca.
. -Ave María Purísima.
. Día y noche las tías se quebrantaban, alargaban sus narices y procuraban recordar por dónde comenzaba la historia de la madre que parió tal hija. Querían culparla de la absurda telaraña que había ido envolviendo la vida de Ángela Pura hasta hacerla el bocado más apetecible para parientes y extraños, y también el más imposible.
. La tal madre se había muerto mirando a la tal hija.
. -Que en gloria esté.
. -Que Cristo Nuestro Señor se apiade de ella que era tan porfiada.
. -Además de eso que ya sabemos.
. -Que ya no importa, Dios nos guarde, no hay que decir.
. -Después de todo, pobrecita, no tuvo buen ejemplo.
. -Pero que no hable mal la gente de nosotras, siempre hicimos las cosas según Dios manda y con arreglo a la Constitución Nacional.
. -Y encima no somos sus parientes de sangre.
. -Si no por culpa del primo Rosendo.
. -El que sufría de hemorroides y de maldad sin asidero.
. Ángela Pura había mirado tanto a su madre, o esta a ella, que enseguida todos supieron cuál iba a morirse sin falta. Cuando la cara de la madre quedó al fin definitivamente pálida, resultó que el cadáver ya no dio trabajo: todo estaba listo, y hasta se había llorado con anticipación. Para la hora del velorio, sólo quedaron la diversión subterránea de los barruntos familiares y el largo relatorio (Paraguayismo: Relato, historia) de los escándalos amorosos de las parientas menos allegadas.
. Para cuando la niña se decidió a crecer, sus ojos hacía rato le habían robado toda la cara, se habían comido las paredes y los gusanos, se habían apoderado de la casa y de los hombres, del sudor de los perros callejeros y también de todo lo que habían visto quienes la miraban. Por eso, y porque nadie en la casa había olvidado cómo se murió su madre de tanto mirarla, nadie l la miraba de frente en lo posible. En lo no posible, rezaban un Padrenuestro de protección al Arcángel Gabriel por si acaso. Lo demás era seguirla y cuidarla, nadie sabía para qué.
. La noche del día de los Santos Difuntos resultó con luna colorada. Eso llenó enseguida de premonición a la abuela Esperanza. Apenas comieron todos de la olla de hierro, se fueron a juntar sus miedos en una pieza desde donde no tenían que soportar los ojos de Ángela Pura y no corrían así peligro de olvidarse de repente de todo lo que habían aprendido con esfuerzo y dedicación.
. Los ojos predestinados llegaron tranquilos al bananal. Allí Ángela Pura tumbó su cuerpito cuidado por las tías bajo la luna colorada para que el destino llegara de una vez por todas. Ni se movió cuando supo, con esa sabiduría absurda que le había venido creciendo desde chica para desesperación de ella misma, que allí estaba el esperado, el impensable, enteramente olor a caballo y a mierda de gallina, enteramente imposible, puro sufrimiento ancestral, puro tierra, con su maldición que era la única que podía conjurar aquella otra.
. Un aullido que nadie supo de quién provenía marcó el segundo en que el interminable pene del Kurupi (Guaraní: en la mitolagía paraguaya, ser caracterizado por su virilidad) (yo decía que esa niña era cosa del diablo) la rompió en dos para siempre. Desde ese momento, sólo la abuela Esperanza siguió recordando cómo había muerto esa niña, de tanto mirar al diablo en el bananal.
Intercontinental Editora, Asunción-Paraguay 1999.
De la página 441 a la 847.
Ilustraciones: CATITA ZELAYA EL-MASRI
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