Recomendados

viernes, 9 de abril de 2010

NIDIA SANABRIA DE ROMERO - REGIS / Fuente: NARRATIVA PARAGUAYA DE AYER Y DE HOY TOMO II (M-Z) de TERESA MÉNDEZ-FAITH.

CUENTO de
NIDIA SANABRIA
DE ROMERO
(Enlace a datos biográficos y obras
En la GALERÍA DE LETRAS del
www.portalguarani.com )
.
REGIS
El pueblo era pequeño pero tenía el porte de una ciudad. Las casas alineadas formaban perfectamente las cuadras, que sin ser muchas, daban cabida a los negocios que tenían de todo. Su plaza, siempre acogedora, su mercado con el bullicio mañanero y su campanario anidado de palomas, las escuelas pobladas de blanco delantal, las calles arenosas que invitaban a los juegos infantiles.
Al hotel del pueblo llegaban inevitablemente, como parada de descanso, los ómnibus, los camiones, los pocos coches que recién circulaban. Allí todo el día un trajinar, ir y venir de carros y Sulkis, que los viajantes de comercio usaban para transportar grandes baúles con muestrarios de las mercaderías que ofrecían a sus clientelas.
Los niños del pueblo y acaso no los mayores vivíamos pendientes de las novedades. Era como ponerse en contacto con ese mundo exterior un poco lejano. Llegaban tantos personajes que en corta permanencia hacían sentir su presencia, ya por la rareza de sus vestuarios, su gentileza o sencillamente por resultar nuevo en ese lugar. Había quienes arrancaban al viejo piano, ubicado en la recepción, melodías pocas veces escuchadas, otros ya eran esperados en determinadas épocas del año, y ellos se sentían también parte de esa comunidad ingenua trayendo generosamente su buen humor con juegos y chistes que alegraban las noches sin luz.
Ese hotel, verdadero centro de atracción, tenía como propietarios a un matrimonio que practicaba el amor al prójimo.
Como el hotel ocupaba una manzana, tenía también un acceso que daba al patio donde los mendigos iban a almorzar en los platos que les fueron destinados. Sentados a lo largo de una grada del amplio corredor compartían el pan de cada día.
Yo los conocí a cada uno, y aprendí a quererlos, hacíamos un grupo grande de niños y nos ganábamos en los medios de comunicación. Era toda una alegría recibir respuestas de los impedidos.
Sin embargo, no faltaban otros que los apedreaban y se mofaban matándose de risa.
A esa ronda de seres necesitados se sumaba un raro personaje: REGIS, él no era ciego, ni sordo, ni mudo. Aparentemente no le faltaba nada, pero si caminaba, caminaba siempre con aire de gran señor, y hablaba gesticulando, decía cosas que nunca pudimos entender ni los mayores tampoco, porque hablaba difícil. Profetizaba, anunciaba acontecimientos buenos y malos y recomendaba el amor, el perdón, la paz, siempre mirando en alto como si hablara a todos y para todas las épocas.
Por las siestas acudía al almuerzo a compartir con los otros la caridad de aquella familia. Pero él no hablaba con nadie, ni los miraba. Monologaba con tristeza, con preocupación pero con la seguridad de lo que estaba diciendo.
Regis vestía un viejo traje marrón gastado por el tiempo y colgaba del cuello una desteñida corbata. No usaba camisa, y completaba su atuendo con un sombrero de paño rotoso y arrugado, los pies sencillamente desnudos y curtidos por el polvo rojo de todos los caminos. Sin duda alguna era una presencia singular sin paralelo.
Siempre nos preguntábamos: ¿Cómo llegó al pueblo? Nadie lo supo decir. ¿De dónde vino? Tampoco se supo. ¿Cuándo llegó? No teníamos respuesta. Nos conformábamos con creer, como niños que éramos, que nació con el pueblo. Su rostro no tenía edad y mantenía el cuerpo erguido. Era respetado por todos, aun aquellos traviesos nunca lo molestaron. Como un fantasma que rondaba, estaba en todas partes.
Como sabíamos que el Juez de Paz conocía mucho del pueblo, flor: acercamos a él aprovechando un encuentro imprevisto en la fiesta patronal.
Era un hombre bueno, alegre y gustaba contar anécdotas de esos lugares.
-¿Ya dieron vueltas en la calesita?, nos preguntó.
-Sí, ahora iremos a ver el toro candil.
-Bien, estará muy divertido, pero aún falta una hora, nos dijo. En eso iba cruzando REGIS con el rostro quebrantado y la ligereza de quien tiene un mensaje que entregar con urgencia.
-Señor Juez, dije (dudé un rato). Ud. Que tanto sabe podría decimos cómo llegó REGIS al pueblo.
-Sí, nadie puede decirnos, agregó mi compañero. El señor Juez, con aire de abuelo, se puso a narrar.
-Se dicen muchas cosas, la verdad que él llegó un día así como lo ven, sin carro, sin equipaje. Lo vimos por primera vez allí donde duerme siempre. Tal vez llegó de noche, nadie lo vio entrar en el pueblo.
-Pero, ¿no averiguaron nada sobre él?, dije con un deseo de seguir la conversación.
-Sí, hemos investigado, pero nada. Yo creo, por mis deducciones, que es un sacerdote boliviano que acompañó al ejército, cayó prisionero, luego escapó y quedó mal de la cabeza.
-Y se largó a andar por nuestras tierras, completó mi compañero.
-Sí, así es hijo. Uds. no lo comprenden pero dice palabras profundas, que tienen que ver con la liturgia, con la Biblia y va a la misa y escucha con vehemencia. Bueno, chicos, vayan al toro candil que pueden perder lugar.
Nos largamos felices, teníamos una respuesta, pero aún seguía misteriosa su presencia serena.
En otra ocasión, hablando de cosas del pueblo, una compañera preguntó a la maestra.
-¿De dónde vino REGIS?
-No lo sabemos, de algún país, de una buena familia. No ven los modales que tiene. Nunca dice una mala palabra. Alguien más fantasioso dijo desde su pupitre: -¿No le habrá mandado Dios para cuidarnos?
Un coro de risas interrumpió el diálogo.
Y en eso sonó la campana del recreo.
Una tarde, venía de la escuela pensando en las tareas que me dio la maestra, y como había perdido el diccionario se me hacía un problema. Crucé la plaza, REGIS estaba sentado meditando, me acerqué como pocas veces lo hacía, pero pensé: él conoce palabras difíciles. Tal vez sepa las que correspondan a mí deber.
- ¡REGIS!, lo llamé fuerte. La verdad que lo asusté, pero no perdió su serenidad.
-¿Puedes ayudarme?
No me miró. Siguió fijando la vista a lo alto.
Saqué el anotador, con la esperanza de una respuesta.
-REGIS, ¿qué quiere decir dormitando?
Y me dio la definición serena y pausadamente. Lo anoté, me acerqué más a él.
-REGIS, ¿qué quiere decir represalia?
-Y me lo definió de nuevo, como si hablara automáticamente. Cerré el cuaderno. Era un triunfo. Se comunicó conmigo, me respondió:
-Gracias, mil gracias REGIS.
Cuando lo miré, lo vi por primera vez sonreír. Tenía la cara de niño ingenuo, se levantó y siguió caminando.
Ya en la escuela, leí mi trabajo, todas las palabras estaban correctamente definidas.
Por la noche, me puse a pensar en lo que fue REGIS, y una idea me invadía. Habrá sido un espía extranjero cuando la guerra con Bolivia, pero no envió mensajes porque amó tanto a los paraguayos. Prefirió quedarse a vivir con nosotros. REGIS es buena persona.
En esos días también una comadre de mamá tejió una historia sobre él. Fue un aviador boliviano, decía con certeza. El aeroplano cayó en el bosque y se salvó, pero del golpe quedó mal de la cabeza. Caminó mucho y por fin llegó después de tanto recorrer a nuestro pueblo.
No, no creí esa historia. Me aferraba a la mía. Aunque pensándolo bien puede ser un sacerdote boliviano.
Pero qué importa todo eso, si es bueno, eso vale más que todas las historias, me dije como para poner fin a las suposiciones.
REGIS acostumbraba dormir en el corredor de la iglesia hacia el improvisado altar mayor, como si custodiara al Santísimo.
No tenía manta y su viejo saco le hacía de almohada, cubría su rostro con el viejo sombrero para que las moscas no apestaran sobre su mejilla. Antes que las campanadas llamaran a misa primera ya estaba arrodillado en un reclinatorio cara a Dios diciendo su oración, que sólo el señor entendía.
Recuerdo que en un rancho humilde unas hierbas quemadas para espantar mosquitos hicieron fuego. La familia dormía el cansancio del día. REGIS vio salir la llama. Corrió y con golpe de cuerpo echó la puerta. Socorrió a todos, tiró arena y agua y dominó el fuego.
Cuando todo había terminado se recogió nuevamente a su soledad poblada de misterio.
Una noche pasamos cerca de la iglesia, iba con otros amigos, nos santiguamos y luego pasamos por el costado del corredor. Lo vimos a REGIS volcarse en el suelo, gemir. Nos acercamos, tenía la piel morada y apenas decía:
-Llamen al sacerdote.
Y cuando vio que todos nos íbamos a ir para cumplirla misión indicó que me quedara.
Así lo hice. Trató de reponerse. Tomó un palo que le hacía de bastón y quiso cavar cerca del último pilar del corredor. Lo intentó varias veces pero el dolor pudo más, y volvió a revolcarse. Yo no sabía qué hacer. Sólo rezaba rogando a Dios que regresaran con el sacerdote.
Y así fue, llegaron a tiempo. REGIS hizo el nombre del padre, habló, las palabras no tenían sentido, se golpeó el pecho y volvió a señalar el lugar que quiso cavar. Luego... tranquilamente expiró, con su vieja mortaja, su traje marrón desteñido, con el rostro feliz y una sonrisa en los labios.

Pasado un tiempo cavaron el lugar señalado por REGIS, y allí con sorpresa hallaron un cofre oxidado con un crucifijo, unos lingotes de oro y un plano apergaminado de una pequeña capilla.
Con ese tesoro desenterrado se pudo terminar el altar mayor y colocar un nuevo campanario.
-A los visitantes del pueblo siempre hay quienes cuentan que en las noches de luna, cuando todo está en calma, como una silenciosa sombra se lo ve caminando, caminando por el largo corredor de la iglesia. Tal vez musitando aún su plegaria de amor y de paz.
.
(Asunción, 1984)
Intercontinental Editora, Asunción-Paraguay 1999.
De la página 441 a la 847.
Ilustraciones: CATITA ZELAYA EL-MASRI
Enlace a:
Amplio resumen de autores y obras
de la Literatura Paraguaya.
Poesía, Novela, Cuento, Ensayo, Teatro y mucho más.

No hay comentarios:

Publicar un comentario