Recomendados

jueves, 15 de abril de 2010

MAYBELL LEBRON - ORDEN SUPERIOR y MONÓLOGO / Fuente: NARRATIVA PARAGUAYA - TOMO I (A-L) de TERESA MÉNDEZ-FAITH.


CUENTOS de
MAYBELL LEBRON
(Enlace a datos biográficos y obras
En la GALERÍA DE LETRAS del
www.portalguarani.com )

.
ORDEN SUPERIOR
.
Orden Superior: «Vigilar la marcha de protesta silenciosa organizada por la Iglesia, para hoy, a las 16 horas».
Las palabras del oficial corroboraron lo que había imaginado: «Otra vez, carajo, se nos quieren enfrentar esos bandidos subversivos; hay que esperar el momento y molerlos a palos, sin asco; les vamos a sacar las ganas de quejarse; qué es lo que se creen para ir contra la autoridad».
Abrió el tambor del revólver de reglamento: no había huecos; lo volvió a cerrar. Distraídamente, eligió una cachiporra de entre el montón y se dirigió hacia el vehículo abierto, con los bancos simétricamente colocados, habitual transporte del pelotón de policía.
Mi coronel ya me ocupaba cuando era conscripto. El día que nos dieron la baja recibí orden de presentarme en su despacho, donde me ofreció el empleo de chofer particular. Nunca antes había tenido pieza ni cama sólo para mí. En la vida del pobre siempre hay más pies que zapatos. Lo único que sobra en los ranchos es gente. Cuidaba el Mercedes rojo como a caballo de exposición: era para mí casi un ser vivo. Lo quería, y me llenaba de gozo manejarlo. Llevaba a mi coronel al cuartel o a sus reuniones, con un largo esperar entre viaje y viaje; hacía tiempo con la radio o diciendo guasadas a las mujeres que pasaban. A veces, volvía atrás, no más vagar con mi perro por el campo con el único rumbo del deseo, el pecho abriéndose despacio para llenarse de un aire con aromas y sonidos misteriosos. O me veía angustiado por la presión de los zapatos en mis pies, privados de su libertad por primera vez, buscando acomodo en ese encierro insoportable, los dedos hinchados llenos de piques, relampagueando de dolor. Después la consigna fue obedecer. Levantarse. Sí, mi cabo. Desayunar. Sí, mi sargento. Gimnasia. Sí, mi teniente. A correr, más rápido; cuerpo a tierra; sí, mi teniente; a la orden, mi teniente.
Se me acabaron los piques y las lombrices; aprendí a leer y escribir... y a recibir órdenes.
El coronel tuvo buen ojo al elegir ese muchacho entre tantos conscriptos venidos del campo. Era inteligente y fue una revelación que lo llenó de inquietud descubrir las posibilidades de ese núcleo grisáceo que pulsaba rítmicamente bajo su recorte cadete. Estudiaba y leía en todo rato libre, con el ansia de los iniciados. Atónito y feliz, crecía hacia adentro, la figura de su coronel idealizada por la gratitud.
Era casi virgen de ternura. De él hacia rato que ya nadie se ocupaba. Aquel día que encontró el obscuro cachorrito de ojos legañudos como caramelos a medio chupar, mirándolo con la simpatía de los viejos amigos, no resistió la tentación de llevárselo a casa. Salían a cazar, la bolsa de bodoques colgándole del cuello y el ojo alerta. Los pies descalzos pisaban sin ruido hasta afirmarse pausadamente. Los dedos de la mano separados, soportando la tensión de la goma, los labios apretados en un rictus que se aflojaba sólo al partir el disparo certero; y luego, juntar los pájaros, desplumarlos. El cortaplumas hendiendo la frágil presa prontamente ensartada en una vara, verla balancearse sobre la precaria hoguera hasta que el olor a carne asada inquietaba a los ansiosos comensales. Para ti, para mí, riendo, y dejar los huesitos pelados en el bosque como único rastro. La conscripción lo trajo a la ciudad, o mejor, al cuartel. Debió asimilar reglas y horarios, descubrió lo difícil que se hace obedecer sin conocer razones.
Ocupado en descubrir el mundo, se sentía pleno. Un día llegó Adela a la casa: los ojos jugando a las escondidas tras el flequillo cómplice y los voladitos del delantal haciendo piruetas sobre sus caderas perfectas. La espiaba entre las rajitas de las persianas o decía simplezas, de puro emocionado, cada vez que la veía en la cocina.
Así, esa relación fue creciendo subrayada de luz y aromada de café con leche.
La patrona me advirtió desde el asiento trasero del coche: «Que Adela no se desgracie por tu culpa. Si se casan les daremos el departamento del jardinero; además conservarán sus empleos». Era una excelente propuesta: nos queríamos y la aceptamos.
«No te hagas ver por la casa o la oficina hasta mi vuelta». Mi coronel se lleva el coche. Yo soy una tumba. Sin ganas de imitarlo, me siento ante una mesa de café. Miro la calle, aburrido, mientras en el vaso, las burbujas del refresco suben como un torbellino de explosiones en miniatura. Aprovechando la visera de sombra del edificio, los lustrabotas juegan taquichuelas por dinero, sobre la vereda, con la despreocupación de sentirse dueños de un destino que ni siquiera alcanzan a comprender.
Cuando Enriquito cumplió cuatro años las cosas empezaron a cambiar. Nos mudamos a una quinta con pileta y cancha de tenis. En una camioneta llevaba a mi coronel hasta la estancia nueva. Tenía problemas con los pobladores: un asunto de títulos.
Lo veía frotarse la frente, como hacía siempre que estaba nervioso. Yo iba y venía con despachos y misivas. Una tarde me entregó una pistola. Mis manos se negaban a tomar esa cosa suave y violenta. Llegó la orden: «Te tengo confianza, quiero que seas mi guardaespaldas». Le debía mucho, tuve que aceptar.
El ambiente se puso tenso. Rencillas de grupos, decían. Mi coronel pasaba mucho tiempo en el comando. A veces, me pedía que lo llevara a Investigaciones. Una noche quedó en su despacho con el revólver sobre el escritorio, los músculos del cuello angustiosamente tensos y la excitada calma de quien se siente en peligro. De madrugada salieron tres camiones con soldados en equipo de combate: conscriptos felices de cambiar de rutina, jugándose la vida sin una pregunta. Desde el cuartel se oyó el tiroteo. Los vimos volver a media mañana: no todos: varios bultos fueron bajados en la enfermería.
«Pedimos a la población que no se alarme. Todo ha vuelto a la normalidad. Un grupo de subversivos, antipatrias, intentaron alzarse contra las autoridades constituidas, pero las fuerzas leales han restablecido el orden y la tranquilidad en nuestra patria. Seguiremos informando».
A mi coronel lo ascendieron a general. Yo tuve casa y auto. Me enteré de muchas cosas. Me nombraron jefe de un pelotón antidisturbios, por orden del General. Sentía mi silencio como una costra nauseabunda que no me podía quitar.
Enrique era inteligente y apacible. Iba al mismo colegio con el hijo del general, pero lo aventajaba en notas. Ahora está en la facultad de Medicina. Su mundo es diferente al mío. Ante él, como si yo fuera el chico torpe, temo el gesto de censura, la tensión de su mano sobre el brazo del sillón, la urgencia de su tono cuando habla de justicia. Dialoga mucho con su madre. Envidio la forma en que la toma de los hombros, rezumando cariño por la punta de los dedos. No puede aceptar que yo esté en esto; a mí también me pesa, pero no hay nada que hacer, soy de ellos. Por lo menos que se reciba de médico, después me retiro. Entonces seremos verdaderamente amigos. Podrá presentarme con el mismo orgullo que yo siento por él.
El transporte militar frenó bruscamente. «Bajen y apóstense en esta esquina», ordenó el capitán. Miró la silenciosa columna de gente acercándose hacia la catedral, totalmente iluminada, con el altar dispuesto en el atrio, frente a la plaza. Los fieles iban llegando: puntos dispersos confluían hasta formar una sola mancha obscura: ojos brillantes gritaban la protesta de las bocas cerradas.
Se inició la misa. El sacerdote leyó la homilía: Cristo y su mensaje de amor y justicia. El aire se volvió respirable, las manos se unieron en un gesto de amistad, miles de gargantas rompieron el silencio para rezar el Padre Nuestro y luego cantar y cantar.
-«Podéis ir en paz».
La inmensa muchedumbre comenzó a dispersarse lentamente, volcándose en las calles de acceso.
No se supo quiénes fueron los que gritaron contra el gobierno. Tal vez tres o cuatro exaltados o algunos enviados para promover el escándalo. Hombro con hombro, viejos y jóvenes, hombres y mujeres, llenaban la calle de vuelta a sus casas cuando el pelotón de policías les cerró el paso con la orden tajante: «Ataquen».
Convertidos en fieras, golpeaban con saña. Gritos de dolor o de espanto; corridas. Algunos caían sobre el pavimento; desafiando los golpes, otros socorrían a los caídos.
ORDEN SUPERIOR: Automáticamente el reflejo condicionado entró en acción. Él no quería pegar. ¿Por qué hacerlo? Acaso por miedo. Su cobardía, con rabia, amordazaba la vergüenza de cumplir el cruel mandato. Pegó el primer golpe casi a desgano, luego otro y otro, más fuerte, con furia. No miraba. Una jovencita cayó al suelo con un gesto de asombro y terror, pero él siguió golpeando, borracho de odio sin saber por qué, hasta sentir el crujido de huesos y el chorro de sangre mojándole el pecho, como dedo acusador. Miró al caído y sintió que su cuerpo se ablandaba sin poder sostenerlo, la mano se abrió, lacia, dejando deslizar la cachiporra que rebotó en el pavimento con un opaco golpe amortiguado. El helado hilo del horror lo fue perforando lentamente hasta llegar a su embotado cerebro y allí explotar en un grito animal.
Con un largo gemido, fue doblándose suavemente hasta derrumbarse sobre el cuerpo de su hijo.
.
(Asunción: Ediciones Arandura, 1992)
.
MONÓLOGO
.
Santa María Madre de Dios ruega por Pero qué se han creído No pienso bajar que vengan ellos a saludarme Y sin ensuciar los escalones yo no sé vivir en la mugre ni tolero el descaro y la falta de respeto Que los invite a una fiesta Gastar en cerveza y pagar farras Siempre están tratando de estafarme Me enredo con las monedas nuevas no puede costar tanto una manzana Compro cinco por semana y luego me dicen que me ponen todo Me hicieron un regalo lindo porque les remuerde la conciencia a mí no me van a engatusar con que el camisón bordado fue el del año pasado ese yo ya lo tenía Se olvidaron hicieron una reunión y después dijeron que era mi festejo No sé de dónde habrán sacado la torta y las velitas Si me descuido me tienen muerta de hambre con el cuento de que ya comí Mezquinarle un plato a esta pobre vieja Dios los va a castigar por desagradecidos Nosotros pecadores ahora y en la hora de nuestra muerte Amén Tanto sacrificio para enseñarles a ser gente tanto gasto para andar bien vestidos y lucirnos en sociedad Gracias a eso mi hija consiguió un buen marido y todavía se queja por no haber ido a la escuela y la universidad Para qué si ella sola se puso a leer y escribir Ya bastante gastábamos en los estudios del hijo varón Los idiomas para las mujeres dan lustre y cuestan mucho más barato A ella le gustaba leer y aprendió un montón de cosas que al final no necesitaba para casarse Padre nuestro que estás en los cielos Yo siempre fui la más despierta y elegante entre mis hermanas si no hice la secundaria como las otras fue porque no quise y si me casé tarde eran solamente mis ganas de disfrutar la vida Nunca tuvieron vergüenza Tratar de desprestigiar a su propia hermana Mi marido que Dios lo tenga en su santa gloria era bueno pero la inteligente era yo Yo disponía todo en la casa Nunca me interesó cocinar tejer o coser esas son cosas banales Guiar a la familia era lo principal Un hijo médico y una hija casada Misión cumplida Santificado sea tu nombre venga a nos el tu reino Una vida de sacrificio y ahora me vienen con que por buenos me entregaron toda la herencia que dejó mi marido Como si no tuviera el derecho a gastarla como me diera la gana y hacerme cuatro viajes alrededor del mundo Yo me lo gané y es toda mía Y todavía pretenden que les agradezca por vivir en casa de mi hija Si es su obligación A cada rato me abandonan para ir a divertirse me dejan con una vieja ignorante Yo la mantengo a raya ni piense que va a sentarse a mi lado para ver televisión No me meto con gente de servicio prefiero morirme sola antes que aguantar a una empleada acostada en mi habitación que duerma abajo y le estropee el televisor a la tonta de mi hija Ellos antes apenas iban a San Bernardino ahora a cada rato pasan allí los fines de semana Es de puro malos para hacerme gastar mientras ellos se divierten Porque yo guardo mi plata para pagar el Sanatorio cuando me enferme ellos me dejarían morir Siempre diciendo que no tengo nada que estoy sana a pesar de mis noventa y cuatro años Y los mareos que a veces tengo y el mes pasado que casi muero de pulmonía y ellos se empeñan en que fue un simple resfrío Mentirosos Soy fuerte y por eso no tuve fiebre No puedo confiar en nadie Me persiguen Ella dice que lleno de cucarachas mi ropero Es porque me quieren comer las galletitas y los caramelos Por eso no quiero que mis bisnietos suban a saludarme terminan mis golosinas y ensucian la escalera Ni que fuera la gallina de los huevos de oro Tengo derecho a disponer de mi tiempo La madrastra es odiosa quiere enredar a la chica con el viejo pero ella es encantadora y está muy enamorada del galán Con seguridad se escaparán para casarse en secreto Hágase tu voluntad así en la tierra como en el cielo el pan Al sacerdote lo recibo los primeros martes viene a darme la comunión Sólo a él le puedo contar las impertinencias que tengo que aguantar preguntan si quiero almorzar a las doce No les daré el gusto voy a esperar hasta la una si hace falta aunque desfallezca pero estaré en la mesa con ellos Este año ya cambié tres sacerdotes No entiendo cómo ahora los trasladan tanto y yo los convido con gaseosa y galletitas Son todos unos ordinarios Ellos saben que soy culta les muestro la bendición Papal y las fotos de mis viajes y también les cuento todo lo que me hacen mis hijos Pretenden que sea una santa Están muy equivocados defiendo mi dignidad y sé como debo tratar a la gente Yo cumplo con Dios y tengo el cielo ganado Ay ya es casi la hora de la telenovela y me faltan todavía dos misterios Nuestro de cada día dádnosle hoy y perdónanos...
.
De: Memoria sin tiempo
(Asunción: Ediciones Arandura, 1992)
.
Fuente:
NARRATIVA PARAGUAYA DE AYER Y DE HOY - TOMO I (A-L)
Autora:
TERESA MÉNDEZ-FAITH
Ilustraciones: CATITA ZELAYA EL-MASRI
Intercontinental Editora,
Asunción-Paraguay 1999. 433 páginas.
.
Visite la
GALERÍA DE LETRAS
Amplio resumen de autores y obras
de la Literatura Paraguaya.
Poesía, Novela, Cuento, Ensayo, Teatro y mucho más.

No hay comentarios:

Publicar un comentario