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martes, 13 de abril de 2010

RUBEN BAREIRO SAGUIER - EL SUEÑO INCOMPLETO DE PHILIBERT / Fuente: NARRATIVA PARAGUAYA - TOMO I (A-L) de TERESA MÉNDEZ-FAITH


CUENTO de
RUBEN BAREIRO SAGUIER
(Enlace a datos biográficos y obras
En la GALERÍA DE LETRAS del
www.portalguarani.com )
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EL SUEÑO INCOMPLETO DE PHILIBERT
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Ojeroso, demacrado en la mañana sin tregua, llegó, tratando de atravesar penosamente la telaraña del sol. Su saludo quedó aleteando en el bailoteo de la polvareda que el chorro de luz derramaba desde el ventanuco en la destartalada habitación, el "estudio" -el "bufete" cuando el asunto era más importante-, que compartíamos en los bajos del Tribunal grande. Después del tercer café, acarreado por Pablito desde el bar vecino, empezó a emerger a la superficie, nadando con las aletas de la nariz, con los tics de los ojos, bufando entre un borbotón y otro de las palabras que iba expulsando.
-Después del primer cabeceo, ni un solo minuto en toda la noche....; con los ojos como el dos de oro me las pase, mirando la puerta de entrada del departamento, con el revólver sobre la mesita al alcance de la mano- se plañía en tono grave.
-Pero hombre, ¿qué pasó?
-Mirá, después de un corto sueño, me desperté sobresaltado; sería hacia medianoche... El sueño fue breve, pero la visión de una gran nitidez. Te los podría describir con lujo de detalles. Forzaron la puerta de la entrada con una barra de hierro. El alto tropezó con el cable del velador ese que está en la mesa ratona, esa que me regaló mamá con la pantalla de alabastro, que se hizo añicos. Luego de apartar los trozos con el pie, se unió al gordito, y juntos se pusieron a destripar los cajones.
-Bueno, pero por fin, nadie vino, ni siquiera el dueño, por lo que veo...
-No, pero ya no pude dormir en toda la noche- dijo más con las ojeras que con la voz. Y agregó luego de reflexionar, como esforzándose: Es que no te conté todo. Resulta que me desperté bruscamente, y no pude terminar de ver lo que pasaba.
-¿Cómo es eso?
-Sí, no sé si me olvidé del final del sueño o si realmente no terminé de soñarlo...
Las moscas de la mañana bordoneaban ya en el chorro que desde la tronera arrojaba vaharadas de calor cuando cada cual se fue a sus tareas tribunalicias.
Mi asistente Philibert, procurador de agudos colmillos y sereno perorar, comenzó a alterarse. Algo estaba cambiando en su arreglada, meticulosa existencia de solterón empedernido desde la noche en que soñó el sueño trunco de los dos ladrones, el alto y el gordito que destripaban sus cajones. Al día siguiente lo vi llegar aún más demacrado y cariacontecido que la víspera.
-Ni el té de tilo, ni el librium, ni el vallium a 10 miligramos... - se plañía en tono desesperado. -Me pasé la santa noche en vela, esperándolos.
-Pero Philibert, ¿por qué?
Al cabo de un momento de silencio agregó:
-No sé si esperándolos, o tratando de saber lo que pasaba en ese pedazo de sueño que me olvidé, o que no llegué a soñar...
No sólo se pasó una segunda noche esperando a los dos ladrones del sueño incompleto, sino también obsesionado, tratando de reconstituir el pedazo olvidado o no soñado. Esa mañana no teníamos mucho trabajo; luego de asistir a la audiencia en la secretaría del Segundo Turno -lo acompañé más para apoyarlo en sus tribulaciones obsesivas y para paliar su cansancio de dos noches de insomnio- nos pasamos tomando café en el bar vecino, yo tratando de tranquilizarlo. En algún momento me dio la impresión de que era víctima de un ataque paranoico. La víspera, de regreso a la casa después de la cena -en "El Triunfo" como todas las noches-, creyó reconocer a los dos ladrones del sueño, que le seguían. Y haciendo memoria, le parecía haberlos visto ya la noche anterior a la del sueño.
Philibert pudo, por fin, conocer el pedazo de sueño que se había olvidado o no había llegado a soñar. En efecto, la tercera noche pudo dormirse. Soñó, de nuevo, toda la escena que ya había soñado la primera noche. Y además, soñó el final del sueño trunco, ese trozo de bruma perdido en el olvido, o quizás en el limbo de lo que no llegó a ser. Soñó que estaba tan cansado por dos noches de insomnio y por el esfuerzo agotador de desvelar un pedazo de sombra, tan rendido, que no podía despertarse mientras veía cómo los dos ladrones, el alto y el gordito, sonrientes salían con los objetos que les vio meter en los bolsillos, y otros más -la radio, el ventilador- en una bolsa de arpillera.
Serían las seis cuando tuvo conciencia. Lo primero que vio fue la lámpara de alabastro en el suelo, hecha trizas. Le dolió que fuera cierto, porque esa lámpara era un regalo de la mamá cuando se había recibido de bachiller, "en Ciencias y Letras", decía ella orgullosa. La puerta entre-abierta, como bostezando en la brisa matinal, mostraba trazas de haber sido forzada con barras de hierro. Pero además había un detalle nuevo: le habían robado también el revólver, único acontecimiento no registrado en el meticuloso inventario de los dos sueños soñados, con un intervalo de dos noches, uno trunco y el otro completo, o casi, si no fuera por el revólver calibre 38 que le habían sacado de la mano, esa tercera noche de insomnio o pesadilla. Esta última es la disyuntiva insoluble que desde ese viernes de mañana le angustia a mi asistente: saber si esa escena completa -o casi-la vio como un acontecimiento real en medio del insomnio impotente producido por dos noches sin dormir, o si se trata de una pesadilla lúcida provocada por su curiosidad desgarrada por descubrir el pedazo del primer sueño, el trunco.
Philibert ya no es el mismo. "Don Fili el Sonámbulo" lo llaman Pablito y sus amigos. A menudo lo veo con la mirada perdida en las páginas de los expedientes. Antes tan meticuloso, sé que no lee el inventario de bienes raíces y semovientes, que no sigue los vericuetos del pleito por el "uti possidetis" del campo en cuestión.
Todo iba mal para Philibert. En algún momento de la larga vigilia trató de apaciguar su angustia leyendo, con la esperanza de conciliar el sueño. Eligió un libro al azar, de esos ligeros que yo le paso después de haberlos leído en momentos de desvelo. Mala suerte. Cayó sobre una historia de ladrones que roban a la vista impotente de la víctima. Naturalmente, no pasó de la primera página, ni trató de averiguar por qué ésta se encontraba impotente de actuar. Frente a la décima taza de café se lamentaba de no haber proseguido la lectura.
- En cuanto regrese a casa voy a continuar; a lo mejor eso me aclara el resto del sueño incompleto...
Preocupado por su estado de tensión, esa noche lo llamé, con el pretexto de un expediente cualquiera. A las 10, hora en que regresaba regularmente de "El Triunfo", calculando la media hora de conversación descosida con Juancito, el mozo que le servía todas las noches desde hace más de veinte años, y los 18 minutos de caminata entre el restaurante y la casa.
-Sí, estoy bastante cansado; vos sabés que nunca puedo hacer la siesta. Pero creo que con la fatiga que arrastro, esta noche me tumbaré como un tronco…
Sin embargo me quedé preocupado por el relato de lo que le había pasado o imaginado: el gordito le siguió desde que salió del restaurante, y estaba seguro que la figura del alto era la que se disimulaba tras la columna del alumbrado, en la esquina de su casa. Decididamente, el orden minucioso, preciso del mundo de Philibert, el inventario de declaración de bienes que lo presidía, se estaban desquiciando. Todo por causa del rompecabezas de un sueño en el que faltaba una pieza para completarlo.
Al día siguiente, contra toda su costumbre, Philibert no llegó a las 7 al estudio. Era la primera vez, creo que desde el día de la muerte de su madre, hacía ya varios años. A las 9 pasadas llamó por teléfono, y con voz gangosa me anunció que estaría dentro de una media hora.
Su preocupación obsesiva es ahora la de saber si la tercera noche no pudo en realidad dormir, o si se trata de una pesadilla en la que soñó que no podía dormir.
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(Asunción: Arte Nuevo Editores, 1984)
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Fuente:
NARRATIVA PARAGUAYA DE AYER Y DE HOY - TOMO I (A-L)
Autora:
TERESA MÉNDEZ-FAITH
Ilustraciones: CATITA ZELAYA EL-MASRI
Intercontinental Editora,
Asunción-Paraguay 1999. 433 páginas.
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