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martes, 13 de abril de 2010

YULA RIQUELME DE MOLINAS - PASO AL OLVIDO / Fuente: NARRATIVA PARAGUAYA (1980 - 1990) Autores MARIA ELENA VILLAGRA y GUIDO RODRIGUEZ ALCALA.

CUENTO de
YULA RIQUELME DE MOLINAS
(Enlace a datos biográficos y obras
En la GALERÍA DE LETRAS del
www.portalguarani.com )
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PASO AL OLVIDO
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¡Suceden cosas raras en este sitio! No entiendo con qué fin me invitaron. ¡Esto parece una casa de locos! Aquí nadie ha notado mi presencia. Solamente la mucama. Hace un rato quise saludar a esa señora copetuda que pasó cerca de mí con mucha prisa. Era la patrona, supongo, porque iba peripuesta de arriba abajo, con flores en la cabeza, largos faldones de raso y chinelas doradas. Ante mi gesto de cortesía, no se inmutó y su boca muy roja, apenas se movió en una mueca inexpresiva. Y después apareció el otro. El anciano militar, con las botas de caña alta llenas de polvo y grietas. Caminaba resbalando el paso en leve cojera y ni siquiera me miró cuando le hice una gentil reverencia. Luego, se me acercó la chica cimbreante. No entiendo cómo no tenía frío, si yo me estaba congelando con tanto mármol a mis pies. Sin embargo ella, plena de sonrisas, transitaba descalza y en prendas interiores de color de rosa. Provocativa y sin pudor exhibía su cuerpo. Me preguntó la hora con la incertidumbre reflejada en sus ojos vacíos. Yo observé mi reloj, pero cuando levanté la mirada, la vi de espaldas, alejándose. Coqueta se contorsionaba como si algún ritmo fogoso la conmocionara. Y tuve que pensar en las bailarinas del Moulin Rouge, en el cancán, en Toulouse Lautrec... Los recuerdos se me descolgaban entre las cortinas como marionetas agonizando... Mientras, el desfile de personajes estrafalarios proseguía en el salón. Claro que esto es una casa de locos! Lo que no comprendo es para qué me invitaron, si no van a atenderme tal cual yo lo merezco! Aparte de la amable mucama vestida de blanco y almidonada, ninguno más se molestó en congraciarse conmigo. Estoy de visita aquí y no encendieron la chimenea. No sé cómo pueden ser anfitriones tan desatentos. No me convidaron con nada. ¡Ni un sólo cigarrillo! Tengo ganas de fumar. Lástima que olvidé el paquete en la otra cartera. ¿Dónde dejé la otra cartera? ¿En París o en la casa de Juan? No, en París no pudo ser. ¿Cuánto hace que vinimos de Francia mi esposo y yo? ¡Cómo es ingrata la vida! No bastó nuestro cariño. Tuvimos que separarnos al llegar. Se lo llevaron aquellos hombres. "Hay mucho trabajo en la frontera", dijeron. "Allí brota el dinero, se hace fortuna fácil". Eso alcanzó para que Marcel se decidiese. Se fue. Y en menos de un año, murió. Juan y su mujer no supieron comprender mi angustia. Era mis únicos amigos y no aceptaban mi dolor. Entonces, empezó la comedia. "te estamos ayudando", decían, y me obligaban a comer huevos crudos y a tomar pastillas para el olvido. Pretendían que yo me tranquilizase. Que no pensara en la ausencia de Marcel. ¡Trataban de aturdirme con maniobras extravagantes, y lo conseguían! Me volvían loca con sus disturbios: Concertábamos citas inútiles con señores antipáticos. Y todos los días me leían cartas de parientes de Francia. Eran cartas inventadas. ¡Estoy segura! Las firmaban seres desconocidos, a los cuales yo identificaba con lejanos protagonistas de los cuentos que me narraron cuando niña. Seres ambiguos, como en los cuadros surrealistas del Museo del Louvre. Allí me conoció Marcel. Yo estaba rodeada de mis alumnos. Daba clases de pintura en medio de tanta gente! Y ahora estoy sola. Todos pasan de largo... Veo que se aproxima la mucama y río con alboroto. Necesito inspirar simpatía. Busco que ella se detenga a mi lado y converse conmigo. Ya lo tengo aquí. Me toca con ternura. Apresa una de mis manos y paseamos juntas. ¡Qué bien me siento! Por fin alguien me quiere como solamente me quería Marcel. ¿Por qué lo mataron? El era bueno. Estoy convencida de su inocencia. El jamás se metería en negocios truculentos. La sangre lo impresionaba como a mí. Intento recordar aquella vez... Sí, en ese tiempo que se inicia después de los colores, vislumbro a Marcel. ¿Cerca o lejos? No sé donde... Pero sé que tenía una herida y que su sangre chorreaba gota a gota.. Marcel se esfuma... Se esfumaba... Luego, emergió pálido como los cirios que titilaban frente a mi virgencita de Lourdes. ¿Dónde quedó el lienzo de la Virgen? ¿Dónde mis pinturas? ¿Y mi paleta de colores? ¿Y mis pantuflas azules? Tengo mucho frío en los pies. Tiemblo y la mira de reojo a mi compañera. Quiero soltarme de su mano y cerrar todas las ventanas. Pero ésta no es mi casa. ¿Cuánto hace que yo no tengo casa? En París, las paredes de mi departamento de la calle de Rívoli, eran de matices cálidos y no tan altas y frías como las de este corredor interminable. ¿Adónde varios? La mujer de la bata blanca es cariñosa, pero tampoco me habla y avanza muy lentamente. Yo quiero llegar a alguna parte. Estoy exhausta y desmemoriada. Ya olvidé cuantos meses hace que no duermo en mi cama. ¿Desde que Marcel viajó? No, desde antes. O un poco después... No sé... Después Marcel murió en una redada policial. "Comerciaba con sangre humana", dijeron. "Agotaba niños". ¿Hay niños descoloridos más allá de las ventanas? ¡Qué horror! ¡Qué calumnia! ¡Marcel desangrando niños! No obstante, Juan opinó que sí. Que eso era posible. Que Marcel había cambiado desde cuando se unió a aquella gente. Y que era probable que mereciera esa muerte. Que no tenía perdón todo cuanto hizo y que por ello, estaría revolcándose en los infiernos. Tengo que orar por el alma de Marcel ¿Dónde está la Virgen? Voy a encender... ¿Qué es lo que debo encender? Ah, sí. Un cigarrillo. El tabaco me hace bien. Me tranquiliza. Estoy nerviosa. Lo sé porque me tiemblan las manos. Aquí hace mucho frío. Estoy tiritando de frío. Siento que se derrama mi sangre a borbotones. Ya me acabo... Este pasillo helado tendría que acabar en alguna habitación abrigada. ¿Por qué nunca llegamos? Quisiera preguntar a gritos, pero temo romper el silencio de esta mucama tan servicial. Sin embargo afuera, hay ruido de voces y risas. Retumban en mi cabeza locas carcajadas. Me gustaría bajar hasta el jardín. Aspiro el aroma de capullos en flor y de césped mojado. ¿Llueve tal vez? En París, Marcel y yo paseábamos por las Tullerías bajo la lluvia menuda de noviembre. Juan me dijo ayer que debía abrir el paraguas porque estaba lloviendo y yo no le obedecí. Nunca más obedeceré a Juan ni a su esposa. Ellos no son familiares míos. Antes eran amigos. Antes, cuando no calumniaban a Marcel y no me perseguían con sus cuidados hipócritas. Me voy a volver loca si no me dejan en paz! Menos mal que fui invitada a esta casa. Así dejaré de vivir con ellos. Confío en que mis problemas se podrán resolver en este sitio. Aunque la verdad, es que sólo me crucé con gente rara desde que puse aquí los pies. ¿Tengo los pies ateridos o no tengo pies? No los siento. Los busco sobre el piso. Las baldosas ajedrezadas me proponen un acertijo de ilusión óptica: las casillas negras se hacen a un lado. Veo un niño exangüe. Es todo blanco. Su rostro doliente es de harina. Es un niño Pierrot y me llama. No lo quiero seguir. Debo tener cuidado con mis pies. Los pasos se me arrastran. Me encuentro pesada. ¡Tengo tanto sueño! Tambaleo... La mucama se da cuenta y se detiene. Me mira fijamente a los ojos, pero no me habla. Tampoco sonríe. Me molesta su actitud. De un tirón me suelto. La tomo de sorpresa y dando tumbos, escapo! Hay una escalera de caracol al final del pasillo. Entre giros me dejo llevar... Abajo veo el patio de murallas altas hasta el cielo. Abajo... Cada vez más abajo hay caras y caras y caras empolvadas, ¡vacías de color! Me da vueltas la cabeza. Los niños anémicos juegan a la ronda. Todo gira... Pero ya no tengo sueño... Con cada vuelta voy ganando fuerzas. El vértigo me violenta... Grito desesperadamente y me desangro. ¡He perdido toda la sangre! Tengo frío. Voy a morir. Convulsiono... La dama de la bata almidonada está junto a mí. Solícita me abriga con una camisa bien estrecha. Me la sujeta por detrás con energía. Me envuelve... Estoy envuelta en los brazos de Marcel y olvido...

Autores MARIA ELENA VILLAGRA y
GUIDO RODRIGUEZ ALCALA.
EDITORIAL DON BOSCO,
PEN CLUB DEL PARAGUAY.
Asunción – Paraguay, 1992 (150 páginas).
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