LA VIDA ES BELLA:
LA CONSTRUCCIÓN DE UN ESPACIO SOCIAL Y CULTURAL
UN NUEVO GRUPO SOCIAL:
LOS NOVECENTISTAS
Autora: LILIANA M. BREZZO
(Enlace a datos biográficos y obras
en la GALERÍA DE LETRAS del
www.portalguarani.com )
LA CONSTRUCCIÓN DE UN ESPACIO SOCIAL Y CULTURAL
UN NUEVO GRUPO SOCIAL:
LOS NOVECENTISTAS
Autora: LILIANA M. BREZZO
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UN NUEVO GRUPO SOCIAL: LOS NOVECENTISTAS
Al comenzar el siglo XX la ciudad de Asunción tenía 40.000 habitantes. Juan Guiria en su trabajo La arquitectura en el Paraguay sostiene que "las desastrosas consecuencias de la guerra no fueron obstáculo para que se continuaran levantando hermosos inmuebles como los que hoy ocupan la Escuela Militar, el Departamento General de Policía y las Oficinas de Correos y Telégrafos. También se construyeron algunas notables residencias particulares". Todo esto contribuía a que el casco urbano adquiriera un carácter residencial. No obstante esta variación, seguían predominando en la ciudad las casas de porche con columnas ochavadas sobre la calle. Si se exceptuaba un corto tramo de las calles principales, el resto de las arterias capitalinas presentaba un aspecto discontinuo, donde las edificaciones de épocas distintas alternaban con baldíos. El empedrado seguía abarcando escasas cuadras, mientras que el resto de las calles poseía su calzada de tierra cubierta de pasto y, a medida que se alejaban del centro, pobladas de arbustos y hasta de árboles y plagadas de desniveles, ofreciendo un aspecto agreste. De los edificios de las épocas anteriores a la Guerra Grande, el Oratorio seguía sin terminar, en tanto el Palacio de Gobierno, aunque finalizado, presentaba los efectos de un cuidado discontinuo. Aunque existían ya las plazas Constitución, Independencia, Uruguaya e Italia, no eran objeto de la atención y el cuidado necesarios. Todo ello daba a la ciudad un aspecto muy especial, pintoresco, pero sin muchas facilidades para el diario vivir. No obstante, la capital daba cabida a una sociedad afanosa de acoger o de actualizar sociabilidades. En esta línea, si se observa con cuidado el ambiente social asunceno de comienzos del siglo XX llama la atención que, en contraste con la inestabilidad política, la efervescencia social y el marasmo económico, se estuviera ante un momento de notable actividad cultural que se hacía visible en la conformación de asociaciones con fines culturales y en publicaciones que abarcaban diferentes campos de estudio, desde la Literatura y la Historia hasta la Agronomía y la inmigración.
Para tener una idea de la importancia de este momento, quizás convenga recordar que las consecuencias demográficas de la Guerra Grande y el impacto psicológico de la derrota significaron una ruptura en el proceso cultural paraguayo. Reducida a un 30% su población, conformada en su mayoría por niños, ancianos y mujeres; destruidos o tomados como botín los archivos estatales y los particulares, sin mantenerse en pie bibliotecas públicas o privadas y desarticulado completamente el sistema educativo, la obra de reconstrucción en este campo fue lenta y trabajosa. Desde la crítica literaria, por ejemplo, se ha mostrado cómo la enorme pérdida humana trajo el menoscabo de tradiciones y leyendas, lo que redundó directamente en la pobreza de contenido o de inspiración de obras narrativas y a su vez condicionó la escasez literaria, circunstancia por demás comprensible porque no se puede pedir a un país arrasado por la guerra que se dedique a una narrativa, máxime si se trata de obras de ficción. Sin embargo de todo esto, en Paraguay, a comienzos del siglo XX, un grupo de intelectuales se empeñaron en mostrar a la sociedad que la vida -sobre todo la pasada- era bella.
La primera expresión de resurgimiento cultural fue la instalación, en 1876, del Colegio Nacional de Asunción, el primer centro de enseñanza superior de la posguerra. Fueron Cecilio Báez y Manuel Domínguez, egresados de la primera promoción quienes, junto a otros jóvenes educados en Argentina y que habían regresado al país luego de finalizado el conflicto, como los hermanos Adolfo y José Segundo Decoud y Benjamín Aceval impulsaron, en 1883, la apertura del Ateneo Paraguayo, un lugar de encuentro y de intercambio social destinado a promover diferentes actividades culturales. El Ateneo fue reemplazado, en 1895, por el Instituto Paraguayo, ampliado en sus objetivos culturales y con una publicación propia, la Revista del Instituto Paraguayo, que se convertiría, hasta su desaparición, en 1909, en la más importante de su tiempo.
Los periódicos fueron incrementándose en cantidad y en contenido y se convirtieron en foros principales de los intelectuales vinculados al Instituto y escaparates de los disensos políticos.
En 1894 comenzó a editarse LA PATRIA, en el que escribían Gregorio Benites, Enrique Solano López y Juan O'Leary; poco antes, en1891, había aparecido EL TIEMPO, en el que colaboraban Fulgencio Moreno, Manuel Gondra y Manuel Domínguez y, en los mismos años, comenzó a editarse EL PUEBLO, encabezado por Cecilio Báez. El historiador Rafael Eladio Velázquez, en su obra “Breve Historia de la Cultura en el Paraguay”, hace notar que "durante el primer tercio de nuestro siglo hasta la guerra del Chaco, las más diversas tendencias políticas hallan su medio de expresión en la prensa; encontramos periódicos que corren dicha escala, desde “Germinal” de orientación anarquista en donde escribió Rafael Barrett, hasta “Los Principios”, hoja católica. Numerosos fueron los diarios, semanarios y revistas aparecidos en Asunción de 1900 a 1935.
Carlos Centurión en su “Historia de la Cultura Paraguaya”, llegó a anotar ciento sesenta. La mayor parte tuvo efímera vida. Entre los principales estaban LA DEMOCRACIA, que venía ya del siglo anterior; EL PAÍS, EL CÍVICO, LA PATRIA, dirigido por Enrique Solano López; DIARIO, EL LIBERAL, EL NACIONAL, EL TIEMPO, LA PRENSA, LA REACCIÓN y, más avanzado el siglo, EL LIBERAL y EL ORDEN. LA TRIBUNA, fundada en 1925, es el único diario paraguayo que consigue aparecer durante cuarenta años sin interrupciones, superando a EL DIARIO, que apareció durante 36 años. Estas hojas se caracterizan en general por el tono menos violento en el ataque polémico o partidario, una mayor dignidad profesional y - sobre todo - la intervención creciente del elemento cultural y humanista, no político, en sus páginas. Aparecen los suplementos literarios, se organizan concursos de cuentos, etc.". El diario, en suma, pasa de órgano puramente político y noticioso a órgano cultural.
Según pruebas disponibles, al comenzar el siglo XX existían, en Asunción, al menos tres importantes bibliotecas privadas. Una de ellas pertenecía a José Segundo Decoud. Éste había pasado a vivir, junto a su familia, en la Argentina, años antes de la guerra. Allí había cursado estudios, primero en el Colegio de Concepción del Uruguay y luego en Buenos Aires, en el Colegio Anglo Argentino. Regresó al Paraguay apenas finalizaron las acciones bélicas, en 1869, y se convirtió en uno de los intelectuales más destacados del país. Según el Catálogo impreso, su biblioteca reunía 2551 volúmenes pertenecientes a distintos campos de estudio como Derecho, Historia, Literatura, Ciencias Políticas y Poesía. Estaba también la importante biblioteca de Enrique Solano López, hijo del Mariscal López, que había regresado al país durante el gobierno de Juan Bautista Egusquiza y sumaba unos 3000 volúmenes. Pero sin duda la más numerosa era la que poseía Juan Silvano Godoi que contabilizaba más de 10.000 libros.
En septiembre de 1889 comenzaron los cursos regulares en la Universidad Nacional, con su Facultad de Derecho y, años después, también con la facultad de Ciencias Médicas. Los cuatro primeros graduados de la Facultad de Derecho, en 1893, fueron Cecilio Báez, Emeterio González, Benigno Riquelme y Gaspar Villamayor. A éstos se sumaron, en las siguientes promociones, Manuel Domínguez, Blas Garay e Ignacio Pane. Los primeros médicos, por su parte, fueron Andrés Barbero, Eduardo López Moreira y Juan Romero.
Con el egreso de los primeros abogados de la Universidad Nacional, señala el historiador Efraím Cardozo en su obra “Apuntes de historia cultural”, "el Paraguay, renacido de las cenizas de la guerra deja de ser el Paraguay niño para transformarse en el joven Paraguay. En 1900 [se] contempla la eclosión de una promoción de figuras intelectuales, la más vigorosa y actualizada que ha tenido hasta ahora el país. Este nuevo ciclo tiene ya como dirigentes a personalidades formadas en el país, aunque muchos extranjeros ilustres siguen cooperando en la tarea y todavía, en algunos de los aspectos de la cultura, asumen función precursora o - por lo menos – básicamente estimulante. En realidad, pues, este período debería reconocer como comienzo esa fecha de 1893 en la cual egresan de la Universidad los primeros abogados, aunque la aparición que puede llamarse coherente de la nueva promoción intelectual reconoce como fecha tope el principio del siglo".
Nacidos en su mayoría durante la primera década posbélica, estos jóvenes crecieron en el ambiente empobrecido de esos años e iniciaron sus actividades intelectuales en un contexto de notable inestabilidad política que, como se ha descrito en el capítulo anterior, no haría sino incrementarse.
El salto a la palestra de esta generación de intelectuales de la posguerra debe situarse como un primer y exitoso eslabón del hasta ese momento frustrado proceso de conformación de elites intelectuales en Paraguay durante el siglo XIX. Como es conocido, cuando en 1844 el presidente Carlos Antonio López asumió la presidencia, se encontró con la ausencia total de elites rectoras. Comprendió, a su vez, que la formación de personal especializado en los distintos órdenes técnicos y culturales no podía en forma alguna realizarse dentro de un país que no contaba con Universidad ni con espacios académicos similares. Se planteaba, ante esta situación, la alternativa: o importar la totalidad del elemento humano técnico y docente necesario o buscar la manera en que elementos paraguayos pudiesen adquirir los conocimientos precisos para un desempeño eficaz. La primera línea brindaba la solución inmediata, la segunda sólo a determinado plazo, aunque indudablemente ofrecía sobre la primera ventajas emanadas de la integración del docente al medio en que debía actuar. La solución elegida fue ecléctica: por una parte, el gobierno paraguayo contrató aproximadamente 100 técnicos -en su mayoría ingleses- para organizar aspectos importantes de la estructura industrial como el desarrollo de la fundición de hierro de Ybycuí, el arsenal y el astillero en Asunción y la construcción del ferrocarril. También favoreció el traslado de europeos dedicados a la enseñanza: en 1853 llegó al Paraguay el profesor francés de Matemática Pierre Dupuy quien abrió una escuela privada.
Dorotea Duprat instaló el Colegio de Niñas y Luisa Balet fundó el Colegio Francés de Señoritas. En 1855 el español Ildefonso Bermejo fundó la Academia Literaria, la primera escuela normal en el país y el año siguiente abrió el Aula de Filosofía, para alumnos avanzados. Al propio tiempo, en 1844, el Congreso Nacional resolvió autorizar al presidente López a que enviara estudiantes jóvenes para proseguir sus estudios en Europa, a costas del Estado, propósito que recién se concretó a partir de 1858 cuando partió el primer grupo formado por 16 jóvenes seleccionados de diferentes colegios que estudiarían en Inglaterra y en Francia, Derecho, Química y Farmacia; también en 1863 Francisco Solano López envió a otros 39 jóvenes con igual propósito de que completaran su formación profesional en Europa. Entre esos estuvieron Juan Crisóstomo Centurión, Cándido Bareiro, Andrés Maciel, Gaspar López, Gregorio Benítes, Miguel Palacios, Cayo Miltos y Juan Bautista del Valle.
Estos impulsos se vieron dramáticamente interrumpidos con el inicio de la guerra contra la Triple Alianza. Sin embargo, en la penuria posbélica se irá conformando el grupo de jóvenes que iría asumiendo un rol decisivo en la cultura paraguaya. Entre los principales exponentes de la que sería llamada la Generación del 900, estaban Blas Garay (1873-1899), Juan O'Leary (1879-1969), Manuel Domínguez (1868-1935), Fulgencio Moreno (1872-1933), Arsenio López Decoud (1867-1945), Ignacio A. Pane (1879-1920), Eligio Ayala (1879-1930) y Manuel Gondra (1871-1927). El establecer quiénes deben incluirse como novecentistas y quiénes, sin pertenecer a este grupo - aquellos de más edad como por ejemplo Gregorio Benites (1834-1909) y Cecilio Báez (1862-1941) o los que retornaron luego de la guerra, entre los cuales estaban José Segundo Decoud (1848-1909) y Juan Silvano Godoi (1850-1926)- protagonizaron el espacio cultural paraguayo es una cuestión pendiente de resolver, bien es cierto que contamos, como instrumento de aproximación, con la valiosa clasificación que propusiera Raúl Amaral en su texto sobre el Novecentismo paraguayo en el que reúne a 26 nombres principales de los cuales 8 conformarían, por sus ideas y su producción, el núcleo sustancial: Arsenio López Decoud, Manuel Domínguez, Manuel Gondra, Fulgencio R. Moreno, Blas Garay, Eligio Ayala, Juan E. O'Leary e Ignacio A. Pane. Algunos de ellos se afiliarán al Partido Colorado como Blas Garay, Fulgencio Moreno, Manuel Domínguez, Gregorio Benites, otros lo harán al partido Liberal como Eligio Ayala, Manuel Gondra, Cecilio Báez y Juan E. O'Leary.
El 26 de junio de 1895 un núcleo de los jóvenes novecentistas, junto a otras figuras influyentes de la sociedad asunceña, fundaron el Instituto Paraguayo, un espacio cultural en el que la fuerza de la palabra se convertiría en fuente de prestigio. En un comienzo sus impulsores se limitaron a enunciar entre sus propósitos el fomento del estudio de la Música y el desarrollo de la Literatura, el proporcionar la enseñanza de idiomas y el estimular los ejercicios físicos por medio de la Gimnasia y la Esgrima.
Sin embargo, las cuestiones sobre el pasado se constituyeron, al poco tiempo, en materia predominante de las conferencias, de los discursos y de otras actividades llevadas a cabo por la institución, las que, en todos los casos, suponían un punto de referencia, un indicador preciso de los rumbos temáticos consagrados por esa elite intelectual; se impuso entonces la necesidad de divulgar tales emprendimientos a través de una Revista. Así, en octubre de 1896 apareció el primer número; definida como una publicación de carácter esencialmente científico, pasó a subtitularse, poco tiempo después, "Historia, Ciencias, Letras" haciendo referencia a sus principales contenidos.
El año del lanzamiento de esta publicación coincidió con la partida a Europa de un joven perteneciente al núcleo principal de los novecentistas: Blas Garay, con sólo 23 años, recién graduado de abogado, viajó para desempeñarse como secretario de la legación paraguaya en España representando al gobierno del general Juan Bautista Egusquiza (1894-1.898). Aunque nacido en Asunción, había crecido en el pueblo de Pirayú y regresado a la capital para estudiar, beca mediante, en el Colegio Nacional. Durante su estancia en el destino diplomático, recibió instrucciones del gobierno para localizar y copiar en el Archivo de Sevilla y en otros repositorios, todo el corpus documental que pudiera, referido a la historia de Paraguay, sobre todo aquellas fuentes que sirvieran para fundamentar los títulos paraguayos sobre la zona del Chaco y que podrían ser utilizadas en la disputa que el Estado mantenía con Bolivia por la posesión de dicho territorio. Sobre esta base, Garay publicó en Madrid, en 1897, cuatro obras: “La revolución de la independencia del Paraguay”, “Breve Resumen de la Historia del Paraguay”, “Compendio Elemental de la Historia del Paraguay” y “El Comunismo en las misiones de la Compañía de Jesús”. Estos libros tienen una importancia principal porque introducen un modelo erudito de hacer historia, apoyada en documentos y constituyen estrictamente, los primeros intentos por ofrecer una "historia nacional". Conviene resumir entonces los principales argumentos que configuraban la visión del pasado expuesta en los cuatro textos.
Se destaca, en primer lugar, la crítica evaluación que hace el autor del sistema jesuítico en el Paraguay, al que caracteriza de comunismo igualitario y despótico, "mantenido, so capa de proselitismo religioso, para sostener una explotación colonial, pingüe, riquísima"; condena, por lo tanto, los privilegios comerciales de que gozaba la Compañía en la provincia que llevaron "a la ruina al Paraguay y a ningún beneficio de los indios". Presenta luego, una mirada positiva de los actores principales de la construcción nacional durante la primera mitad del siglo XIX: el estudio del proceso de la emancipación tiene en José Gaspar Rodríguez de Francia su factor esencial y el gobierno de Carlos Antonio López es destacado por los adelantos que habría impulsado en materia de educación e instrucción pública. Finalmente, sobre la guerra con la Triple alianza, expone una recatada perspectiva: "La guerra duró 6 años sin que el Paraguay recibiera en todo ese tiempo un solo fusil ni un solo tiro del extranjero y durante ellas perecieron las 4/5 partes de la población. La gloria que por esta resistencia empeñadísima, sobrehumana, corresponde a Francisco Solano López, que la dirigió, no está exenta, desgraciadamente, de las manchas que sobre ella arrojan sus inauditas e innecesarias crueldades".
A su regreso de la misión diplomática, en diciembre de 1897, Garay fundó el diario La Prensa convirtiéndolo en el de mayor gravitación en el país. Afiliado al Partido Colorado asumió, sin embargo, a lo largo de los centenares de artículos y editoriales, una postura crítica respecto al rol del Estado, alertó sobre la corrupción, el clientelismo y otros males que minaban las estructuras tanto de su partido como las filas del opositor Liberal y formó la opinión pública respecto a temas tan delicados como el de los derechos paraguayos sobre el territorio chaqueño. El hecho de que intelectuales de diversa procedencia política como el egusquicista Fulgencio Moreno, el joven liberal Juan E. O'Leary y el líder opositor Cecilio Báez colaboraran en La Prensa son pruebas de la relevancia intelectual que adquirió la hoja y de la influencia de su director.
El papel rector de Garay en la sociedad paraguaya quedó abortado en 1899 cuando falleció súbitamente, contando sólo 26 años. En la nota necrológica que su colega en el Instituto Paraguayo, Guido Boggiani, le dedicó en las páginas de la Revista quedó de manifiesto, una vez más, el respeto que le profesaba la elite intelectual del país y la opinión según la cual su pluma había contribuido eficazmente a denunciar el desorden y la corrupción a la vez de ofrecer pautas para la regeneración social.
INTELECTUALES EXTRANJEROS EN PARAGUAY
Además del paso fulgurante y fugaz de Garay en ese momento de construcción de un espacio cultural, se contó también con la influencia de una guirnalda de escritores extranjeros que asumieron un rol significativo. En 1901 arribó a Asunción el argentino Martín Goicoechea Menéndez (1875- 1906), junto a su connacional José Rodríguez Alcalá (1875-1958). El 11de junio de ese año apareció en el diario La Patria la prosa inicial de Goicoechea titulada “Las ruinas gloriosas. Ante Humaitá”, con una dedicatoria al escritor paraguayo Manuel Domínguez. En el texto equiparaba el templo de Humaitá, “invulnerable” como el alma del doctor Francia. Domínguez le contestó al día siguiente, en la misma hoja, con un trabajo titulado Torres Humanas, precedido de un comentario elogioso hacia el argentino que "ha mirado con ojos de esteta aquellas ruinas y ha cantado lo que ha sentido [...] Usted ha sabido ver el lado fuerte de las dos construcciones ciclópeas - Francia y el Mariscal López - únicas a su modo, que soberbias y terribles dominan por su altura la historia americana". Goicoechea cerró el intercambio con Los hombres montaña, en el que hacía nuevas referencias líricas al dictador y a López, quienes, a su juicio, no eran torres como las de una iglesia "sino dos montañas entre las eminencias de su época". Calificaba a este último de "más moderno, más brillante, más complejo y por lo mismo más humano", para luego introducir una expresión que tuvo un impacto enorme: "fue el poeta de la guerra".
El escritor argentino se vinculó con los hombres del Instituto Paraguayo y trabó una particular amistad con Juan O'Leary, a quien consideraría como su amigo más profundo en el Paraguay y su confidente literario. Según el testimonio de este último, el argentino devoró los libros y papeles sobre la guerra que tenía en su biblioteca y después "oyó de mis labios los de-talles íntimos, los hechos aislados, las explicaciones que aclaran misterios. Con aquel, su inmenso poder de asimilación, pronto dominó el cuadro de nuestro trágico ayer, acrecentándose en su alma ardiente y soñadora su admiración por nuestro heroísmo desgraciado." Y se dedicó, luego, durante los cuatro años siguientes, a diseñar el plan de un vasto poema sobre la epopeya paraguaya. En la revista del Instituto Paraguayo apareció, en 1902, el texto “Rimas Guaireñas” en el que Goicoechea reivindicaba a la raza guaraní como sustrato de la nación paraguaya y al año siguiente Estanislao Zeballos le publicó en la conocida “Revista de Derecho, Historia y Letras”, que editaba en Buenos Aires, un ensayo de carácter sociológico titulado “El Raído”, en el que pretendía sintetizar el carácter del hombre paraguayo. Raído era asumido por el escritor cordobés como sinónimo de desvergonzado, libre y habitante de la selva.
Las consecuencias de la guerra de la Triple Alianza para la sociedad paraguaya estaban muy presentes en este texto, a través de la exaltación que hacia Goicoechea de la cuñataí, la mujer paraguaya, compañera del raído, quien ante la notable disminución de la población masculina producida por el cataclismo bélico se había convertido, por su trabajo y su energía, en la fundadora del Paraguay moderno. Esta mirada de la sociedad paraguaya y de su reciente pasado tuvo un momento culminante cuando a comienzos de setiembre de 1905 se anunció en Asunción la publicación de su libro Cuentos de los héroes y de las selvas guaraníes, que incluía un poema en prosa titulado “La Noche antes”, en el que Goicoechea recreaba los sentimientos y las acciones de Francisco Solano López en las horas previas al último episodio de la guerra contra la Triple Alianza, en Cerro Corá. Según testimonio de O’Leary, esa breve poesía, dividida en cuatro estrofas, tuvo un impacto social tremendo porque recogía la epopeya de un pueblo y la tragedia de un hombre que encarnó ese pueblo. Después de publicar “Guaraníes”, Goicoechea se embarcó hacia París y se diluyó la comunicación con los amigos paraguayos hasta que al año siguiente, en 1906, llegó la noticia de su fallecimiento acaecido en México. No obstante su corta producción, los textos redactados en Asunción lo sitúan, en cierta forma, como precursor de un discurso histórico lateral sobre el pasado, en el sentido de asumir posiciones definitorias sobre el Mariscal López y la guerra y que, además, por su condición de argentino, eran poco comunes e infrecuentes en los ámbitos académicos y de la enseñanza en la Argentina.
Durante la primera mitad del siglo XX otros extranjeros visitaron el Paraguay, algunos de ellos en calidad de viajeros, y dejaron escritas sus impresiones. El peruano Carlos Rey de Castro llegó a Asunción en 1900 invitado por el Instituto Paraguayo donde pronunció una conferencia sobre el Perú. De su breve visita queda un folleto titulado “El Paraguay. Rápidas notas de un viajero”. El periodista argentino Juan B. González descubrió, por su parte, en 1909, tras su paso por Asunción que ya no era la "virginal y solitaria" ciudad aunque en la zona inmediata al puerto aún se conservaban los edificios de grandes corredores a la calle como los ocupados por el Correo y el Colegio Nacional. La ciudad modernizada desplazaba a la colonial con nuevas y amplias avenidas, buenos edificios y armoniosos jardines y parques como en la avenida España, según concluía en su breve obra “De la Argentina a Chile. Un viaje al Paraguay”.
Fuente: EL PARAGUAY A COMIENZOS DEL SIGLO XX (1900-1930). Autora: LILIANA M. BREZZO. COLECCIÓN LA GRAN HISTORIA DEL PARAGUAY, 9 © Editorial El Lector, Asunción-Paraguay 2010.
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Para tener una idea de la importancia de este momento, quizás convenga recordar que las consecuencias demográficas de la Guerra Grande y el impacto psicológico de la derrota significaron una ruptura en el proceso cultural paraguayo. Reducida a un 30% su población, conformada en su mayoría por niños, ancianos y mujeres; destruidos o tomados como botín los archivos estatales y los particulares, sin mantenerse en pie bibliotecas públicas o privadas y desarticulado completamente el sistema educativo, la obra de reconstrucción en este campo fue lenta y trabajosa. Desde la crítica literaria, por ejemplo, se ha mostrado cómo la enorme pérdida humana trajo el menoscabo de tradiciones y leyendas, lo que redundó directamente en la pobreza de contenido o de inspiración de obras narrativas y a su vez condicionó la escasez literaria, circunstancia por demás comprensible porque no se puede pedir a un país arrasado por la guerra que se dedique a una narrativa, máxime si se trata de obras de ficción. Sin embargo de todo esto, en Paraguay, a comienzos del siglo XX, un grupo de intelectuales se empeñaron en mostrar a la sociedad que la vida -sobre todo la pasada- era bella.
La primera expresión de resurgimiento cultural fue la instalación, en 1876, del Colegio Nacional de Asunción, el primer centro de enseñanza superior de la posguerra. Fueron Cecilio Báez y Manuel Domínguez, egresados de la primera promoción quienes, junto a otros jóvenes educados en Argentina y que habían regresado al país luego de finalizado el conflicto, como los hermanos Adolfo y José Segundo Decoud y Benjamín Aceval impulsaron, en 1883, la apertura del Ateneo Paraguayo, un lugar de encuentro y de intercambio social destinado a promover diferentes actividades culturales. El Ateneo fue reemplazado, en 1895, por el Instituto Paraguayo, ampliado en sus objetivos culturales y con una publicación propia, la Revista del Instituto Paraguayo, que se convertiría, hasta su desaparición, en 1909, en la más importante de su tiempo.
Los periódicos fueron incrementándose en cantidad y en contenido y se convirtieron en foros principales de los intelectuales vinculados al Instituto y escaparates de los disensos políticos.
En 1894 comenzó a editarse LA PATRIA, en el que escribían Gregorio Benites, Enrique Solano López y Juan O'Leary; poco antes, en1891, había aparecido EL TIEMPO, en el que colaboraban Fulgencio Moreno, Manuel Gondra y Manuel Domínguez y, en los mismos años, comenzó a editarse EL PUEBLO, encabezado por Cecilio Báez. El historiador Rafael Eladio Velázquez, en su obra “Breve Historia de la Cultura en el Paraguay”, hace notar que "durante el primer tercio de nuestro siglo hasta la guerra del Chaco, las más diversas tendencias políticas hallan su medio de expresión en la prensa; encontramos periódicos que corren dicha escala, desde “Germinal” de orientación anarquista en donde escribió Rafael Barrett, hasta “Los Principios”, hoja católica. Numerosos fueron los diarios, semanarios y revistas aparecidos en Asunción de 1900 a 1935.
Carlos Centurión en su “Historia de la Cultura Paraguaya”, llegó a anotar ciento sesenta. La mayor parte tuvo efímera vida. Entre los principales estaban LA DEMOCRACIA, que venía ya del siglo anterior; EL PAÍS, EL CÍVICO, LA PATRIA, dirigido por Enrique Solano López; DIARIO, EL LIBERAL, EL NACIONAL, EL TIEMPO, LA PRENSA, LA REACCIÓN y, más avanzado el siglo, EL LIBERAL y EL ORDEN. LA TRIBUNA, fundada en 1925, es el único diario paraguayo que consigue aparecer durante cuarenta años sin interrupciones, superando a EL DIARIO, que apareció durante 36 años. Estas hojas se caracterizan en general por el tono menos violento en el ataque polémico o partidario, una mayor dignidad profesional y - sobre todo - la intervención creciente del elemento cultural y humanista, no político, en sus páginas. Aparecen los suplementos literarios, se organizan concursos de cuentos, etc.". El diario, en suma, pasa de órgano puramente político y noticioso a órgano cultural.
Según pruebas disponibles, al comenzar el siglo XX existían, en Asunción, al menos tres importantes bibliotecas privadas. Una de ellas pertenecía a José Segundo Decoud. Éste había pasado a vivir, junto a su familia, en la Argentina, años antes de la guerra. Allí había cursado estudios, primero en el Colegio de Concepción del Uruguay y luego en Buenos Aires, en el Colegio Anglo Argentino. Regresó al Paraguay apenas finalizaron las acciones bélicas, en 1869, y se convirtió en uno de los intelectuales más destacados del país. Según el Catálogo impreso, su biblioteca reunía 2551 volúmenes pertenecientes a distintos campos de estudio como Derecho, Historia, Literatura, Ciencias Políticas y Poesía. Estaba también la importante biblioteca de Enrique Solano López, hijo del Mariscal López, que había regresado al país durante el gobierno de Juan Bautista Egusquiza y sumaba unos 3000 volúmenes. Pero sin duda la más numerosa era la que poseía Juan Silvano Godoi que contabilizaba más de 10.000 libros.
En septiembre de 1889 comenzaron los cursos regulares en la Universidad Nacional, con su Facultad de Derecho y, años después, también con la facultad de Ciencias Médicas. Los cuatro primeros graduados de la Facultad de Derecho, en 1893, fueron Cecilio Báez, Emeterio González, Benigno Riquelme y Gaspar Villamayor. A éstos se sumaron, en las siguientes promociones, Manuel Domínguez, Blas Garay e Ignacio Pane. Los primeros médicos, por su parte, fueron Andrés Barbero, Eduardo López Moreira y Juan Romero.
Con el egreso de los primeros abogados de la Universidad Nacional, señala el historiador Efraím Cardozo en su obra “Apuntes de historia cultural”, "el Paraguay, renacido de las cenizas de la guerra deja de ser el Paraguay niño para transformarse en el joven Paraguay. En 1900 [se] contempla la eclosión de una promoción de figuras intelectuales, la más vigorosa y actualizada que ha tenido hasta ahora el país. Este nuevo ciclo tiene ya como dirigentes a personalidades formadas en el país, aunque muchos extranjeros ilustres siguen cooperando en la tarea y todavía, en algunos de los aspectos de la cultura, asumen función precursora o - por lo menos – básicamente estimulante. En realidad, pues, este período debería reconocer como comienzo esa fecha de 1893 en la cual egresan de la Universidad los primeros abogados, aunque la aparición que puede llamarse coherente de la nueva promoción intelectual reconoce como fecha tope el principio del siglo".
Nacidos en su mayoría durante la primera década posbélica, estos jóvenes crecieron en el ambiente empobrecido de esos años e iniciaron sus actividades intelectuales en un contexto de notable inestabilidad política que, como se ha descrito en el capítulo anterior, no haría sino incrementarse.
El salto a la palestra de esta generación de intelectuales de la posguerra debe situarse como un primer y exitoso eslabón del hasta ese momento frustrado proceso de conformación de elites intelectuales en Paraguay durante el siglo XIX. Como es conocido, cuando en 1844 el presidente Carlos Antonio López asumió la presidencia, se encontró con la ausencia total de elites rectoras. Comprendió, a su vez, que la formación de personal especializado en los distintos órdenes técnicos y culturales no podía en forma alguna realizarse dentro de un país que no contaba con Universidad ni con espacios académicos similares. Se planteaba, ante esta situación, la alternativa: o importar la totalidad del elemento humano técnico y docente necesario o buscar la manera en que elementos paraguayos pudiesen adquirir los conocimientos precisos para un desempeño eficaz. La primera línea brindaba la solución inmediata, la segunda sólo a determinado plazo, aunque indudablemente ofrecía sobre la primera ventajas emanadas de la integración del docente al medio en que debía actuar. La solución elegida fue ecléctica: por una parte, el gobierno paraguayo contrató aproximadamente 100 técnicos -en su mayoría ingleses- para organizar aspectos importantes de la estructura industrial como el desarrollo de la fundición de hierro de Ybycuí, el arsenal y el astillero en Asunción y la construcción del ferrocarril. También favoreció el traslado de europeos dedicados a la enseñanza: en 1853 llegó al Paraguay el profesor francés de Matemática Pierre Dupuy quien abrió una escuela privada.
Dorotea Duprat instaló el Colegio de Niñas y Luisa Balet fundó el Colegio Francés de Señoritas. En 1855 el español Ildefonso Bermejo fundó la Academia Literaria, la primera escuela normal en el país y el año siguiente abrió el Aula de Filosofía, para alumnos avanzados. Al propio tiempo, en 1844, el Congreso Nacional resolvió autorizar al presidente López a que enviara estudiantes jóvenes para proseguir sus estudios en Europa, a costas del Estado, propósito que recién se concretó a partir de 1858 cuando partió el primer grupo formado por 16 jóvenes seleccionados de diferentes colegios que estudiarían en Inglaterra y en Francia, Derecho, Química y Farmacia; también en 1863 Francisco Solano López envió a otros 39 jóvenes con igual propósito de que completaran su formación profesional en Europa. Entre esos estuvieron Juan Crisóstomo Centurión, Cándido Bareiro, Andrés Maciel, Gaspar López, Gregorio Benítes, Miguel Palacios, Cayo Miltos y Juan Bautista del Valle.
Estos impulsos se vieron dramáticamente interrumpidos con el inicio de la guerra contra la Triple Alianza. Sin embargo, en la penuria posbélica se irá conformando el grupo de jóvenes que iría asumiendo un rol decisivo en la cultura paraguaya. Entre los principales exponentes de la que sería llamada la Generación del 900, estaban Blas Garay (1873-1899), Juan O'Leary (1879-1969), Manuel Domínguez (1868-1935), Fulgencio Moreno (1872-1933), Arsenio López Decoud (1867-1945), Ignacio A. Pane (1879-1920), Eligio Ayala (1879-1930) y Manuel Gondra (1871-1927). El establecer quiénes deben incluirse como novecentistas y quiénes, sin pertenecer a este grupo - aquellos de más edad como por ejemplo Gregorio Benites (1834-1909) y Cecilio Báez (1862-1941) o los que retornaron luego de la guerra, entre los cuales estaban José Segundo Decoud (1848-1909) y Juan Silvano Godoi (1850-1926)- protagonizaron el espacio cultural paraguayo es una cuestión pendiente de resolver, bien es cierto que contamos, como instrumento de aproximación, con la valiosa clasificación que propusiera Raúl Amaral en su texto sobre el Novecentismo paraguayo en el que reúne a 26 nombres principales de los cuales 8 conformarían, por sus ideas y su producción, el núcleo sustancial: Arsenio López Decoud, Manuel Domínguez, Manuel Gondra, Fulgencio R. Moreno, Blas Garay, Eligio Ayala, Juan E. O'Leary e Ignacio A. Pane. Algunos de ellos se afiliarán al Partido Colorado como Blas Garay, Fulgencio Moreno, Manuel Domínguez, Gregorio Benites, otros lo harán al partido Liberal como Eligio Ayala, Manuel Gondra, Cecilio Báez y Juan E. O'Leary.
El 26 de junio de 1895 un núcleo de los jóvenes novecentistas, junto a otras figuras influyentes de la sociedad asunceña, fundaron el Instituto Paraguayo, un espacio cultural en el que la fuerza de la palabra se convertiría en fuente de prestigio. En un comienzo sus impulsores se limitaron a enunciar entre sus propósitos el fomento del estudio de la Música y el desarrollo de la Literatura, el proporcionar la enseñanza de idiomas y el estimular los ejercicios físicos por medio de la Gimnasia y la Esgrima.
Sin embargo, las cuestiones sobre el pasado se constituyeron, al poco tiempo, en materia predominante de las conferencias, de los discursos y de otras actividades llevadas a cabo por la institución, las que, en todos los casos, suponían un punto de referencia, un indicador preciso de los rumbos temáticos consagrados por esa elite intelectual; se impuso entonces la necesidad de divulgar tales emprendimientos a través de una Revista. Así, en octubre de 1896 apareció el primer número; definida como una publicación de carácter esencialmente científico, pasó a subtitularse, poco tiempo después, "Historia, Ciencias, Letras" haciendo referencia a sus principales contenidos.
El año del lanzamiento de esta publicación coincidió con la partida a Europa de un joven perteneciente al núcleo principal de los novecentistas: Blas Garay, con sólo 23 años, recién graduado de abogado, viajó para desempeñarse como secretario de la legación paraguaya en España representando al gobierno del general Juan Bautista Egusquiza (1894-1.898). Aunque nacido en Asunción, había crecido en el pueblo de Pirayú y regresado a la capital para estudiar, beca mediante, en el Colegio Nacional. Durante su estancia en el destino diplomático, recibió instrucciones del gobierno para localizar y copiar en el Archivo de Sevilla y en otros repositorios, todo el corpus documental que pudiera, referido a la historia de Paraguay, sobre todo aquellas fuentes que sirvieran para fundamentar los títulos paraguayos sobre la zona del Chaco y que podrían ser utilizadas en la disputa que el Estado mantenía con Bolivia por la posesión de dicho territorio. Sobre esta base, Garay publicó en Madrid, en 1897, cuatro obras: “La revolución de la independencia del Paraguay”, “Breve Resumen de la Historia del Paraguay”, “Compendio Elemental de la Historia del Paraguay” y “El Comunismo en las misiones de la Compañía de Jesús”. Estos libros tienen una importancia principal porque introducen un modelo erudito de hacer historia, apoyada en documentos y constituyen estrictamente, los primeros intentos por ofrecer una "historia nacional". Conviene resumir entonces los principales argumentos que configuraban la visión del pasado expuesta en los cuatro textos.
Se destaca, en primer lugar, la crítica evaluación que hace el autor del sistema jesuítico en el Paraguay, al que caracteriza de comunismo igualitario y despótico, "mantenido, so capa de proselitismo religioso, para sostener una explotación colonial, pingüe, riquísima"; condena, por lo tanto, los privilegios comerciales de que gozaba la Compañía en la provincia que llevaron "a la ruina al Paraguay y a ningún beneficio de los indios". Presenta luego, una mirada positiva de los actores principales de la construcción nacional durante la primera mitad del siglo XIX: el estudio del proceso de la emancipación tiene en José Gaspar Rodríguez de Francia su factor esencial y el gobierno de Carlos Antonio López es destacado por los adelantos que habría impulsado en materia de educación e instrucción pública. Finalmente, sobre la guerra con la Triple alianza, expone una recatada perspectiva: "La guerra duró 6 años sin que el Paraguay recibiera en todo ese tiempo un solo fusil ni un solo tiro del extranjero y durante ellas perecieron las 4/5 partes de la población. La gloria que por esta resistencia empeñadísima, sobrehumana, corresponde a Francisco Solano López, que la dirigió, no está exenta, desgraciadamente, de las manchas que sobre ella arrojan sus inauditas e innecesarias crueldades".
A su regreso de la misión diplomática, en diciembre de 1897, Garay fundó el diario La Prensa convirtiéndolo en el de mayor gravitación en el país. Afiliado al Partido Colorado asumió, sin embargo, a lo largo de los centenares de artículos y editoriales, una postura crítica respecto al rol del Estado, alertó sobre la corrupción, el clientelismo y otros males que minaban las estructuras tanto de su partido como las filas del opositor Liberal y formó la opinión pública respecto a temas tan delicados como el de los derechos paraguayos sobre el territorio chaqueño. El hecho de que intelectuales de diversa procedencia política como el egusquicista Fulgencio Moreno, el joven liberal Juan E. O'Leary y el líder opositor Cecilio Báez colaboraran en La Prensa son pruebas de la relevancia intelectual que adquirió la hoja y de la influencia de su director.
El papel rector de Garay en la sociedad paraguaya quedó abortado en 1899 cuando falleció súbitamente, contando sólo 26 años. En la nota necrológica que su colega en el Instituto Paraguayo, Guido Boggiani, le dedicó en las páginas de la Revista quedó de manifiesto, una vez más, el respeto que le profesaba la elite intelectual del país y la opinión según la cual su pluma había contribuido eficazmente a denunciar el desorden y la corrupción a la vez de ofrecer pautas para la regeneración social.
INTELECTUALES EXTRANJEROS EN PARAGUAY
Además del paso fulgurante y fugaz de Garay en ese momento de construcción de un espacio cultural, se contó también con la influencia de una guirnalda de escritores extranjeros que asumieron un rol significativo. En 1901 arribó a Asunción el argentino Martín Goicoechea Menéndez (1875- 1906), junto a su connacional José Rodríguez Alcalá (1875-1958). El 11de junio de ese año apareció en el diario La Patria la prosa inicial de Goicoechea titulada “Las ruinas gloriosas. Ante Humaitá”, con una dedicatoria al escritor paraguayo Manuel Domínguez. En el texto equiparaba el templo de Humaitá, “invulnerable” como el alma del doctor Francia. Domínguez le contestó al día siguiente, en la misma hoja, con un trabajo titulado Torres Humanas, precedido de un comentario elogioso hacia el argentino que "ha mirado con ojos de esteta aquellas ruinas y ha cantado lo que ha sentido [...] Usted ha sabido ver el lado fuerte de las dos construcciones ciclópeas - Francia y el Mariscal López - únicas a su modo, que soberbias y terribles dominan por su altura la historia americana". Goicoechea cerró el intercambio con Los hombres montaña, en el que hacía nuevas referencias líricas al dictador y a López, quienes, a su juicio, no eran torres como las de una iglesia "sino dos montañas entre las eminencias de su época". Calificaba a este último de "más moderno, más brillante, más complejo y por lo mismo más humano", para luego introducir una expresión que tuvo un impacto enorme: "fue el poeta de la guerra".
El escritor argentino se vinculó con los hombres del Instituto Paraguayo y trabó una particular amistad con Juan O'Leary, a quien consideraría como su amigo más profundo en el Paraguay y su confidente literario. Según el testimonio de este último, el argentino devoró los libros y papeles sobre la guerra que tenía en su biblioteca y después "oyó de mis labios los de-talles íntimos, los hechos aislados, las explicaciones que aclaran misterios. Con aquel, su inmenso poder de asimilación, pronto dominó el cuadro de nuestro trágico ayer, acrecentándose en su alma ardiente y soñadora su admiración por nuestro heroísmo desgraciado." Y se dedicó, luego, durante los cuatro años siguientes, a diseñar el plan de un vasto poema sobre la epopeya paraguaya. En la revista del Instituto Paraguayo apareció, en 1902, el texto “Rimas Guaireñas” en el que Goicoechea reivindicaba a la raza guaraní como sustrato de la nación paraguaya y al año siguiente Estanislao Zeballos le publicó en la conocida “Revista de Derecho, Historia y Letras”, que editaba en Buenos Aires, un ensayo de carácter sociológico titulado “El Raído”, en el que pretendía sintetizar el carácter del hombre paraguayo. Raído era asumido por el escritor cordobés como sinónimo de desvergonzado, libre y habitante de la selva.
Las consecuencias de la guerra de la Triple Alianza para la sociedad paraguaya estaban muy presentes en este texto, a través de la exaltación que hacia Goicoechea de la cuñataí, la mujer paraguaya, compañera del raído, quien ante la notable disminución de la población masculina producida por el cataclismo bélico se había convertido, por su trabajo y su energía, en la fundadora del Paraguay moderno. Esta mirada de la sociedad paraguaya y de su reciente pasado tuvo un momento culminante cuando a comienzos de setiembre de 1905 se anunció en Asunción la publicación de su libro Cuentos de los héroes y de las selvas guaraníes, que incluía un poema en prosa titulado “La Noche antes”, en el que Goicoechea recreaba los sentimientos y las acciones de Francisco Solano López en las horas previas al último episodio de la guerra contra la Triple Alianza, en Cerro Corá. Según testimonio de O’Leary, esa breve poesía, dividida en cuatro estrofas, tuvo un impacto social tremendo porque recogía la epopeya de un pueblo y la tragedia de un hombre que encarnó ese pueblo. Después de publicar “Guaraníes”, Goicoechea se embarcó hacia París y se diluyó la comunicación con los amigos paraguayos hasta que al año siguiente, en 1906, llegó la noticia de su fallecimiento acaecido en México. No obstante su corta producción, los textos redactados en Asunción lo sitúan, en cierta forma, como precursor de un discurso histórico lateral sobre el pasado, en el sentido de asumir posiciones definitorias sobre el Mariscal López y la guerra y que, además, por su condición de argentino, eran poco comunes e infrecuentes en los ámbitos académicos y de la enseñanza en la Argentina.
Durante la primera mitad del siglo XX otros extranjeros visitaron el Paraguay, algunos de ellos en calidad de viajeros, y dejaron escritas sus impresiones. El peruano Carlos Rey de Castro llegó a Asunción en 1900 invitado por el Instituto Paraguayo donde pronunció una conferencia sobre el Perú. De su breve visita queda un folleto titulado “El Paraguay. Rápidas notas de un viajero”. El periodista argentino Juan B. González descubrió, por su parte, en 1909, tras su paso por Asunción que ya no era la "virginal y solitaria" ciudad aunque en la zona inmediata al puerto aún se conservaban los edificios de grandes corredores a la calle como los ocupados por el Correo y el Colegio Nacional. La ciudad modernizada desplazaba a la colonial con nuevas y amplias avenidas, buenos edificios y armoniosos jardines y parques como en la avenida España, según concluía en su breve obra “De la Argentina a Chile. Un viaje al Paraguay”.
Fuente: EL PARAGUAY A COMIENZOS DEL SIGLO XX (1900-1930). Autora: LILIANA M. BREZZO. COLECCIÓN LA GRAN HISTORIA DEL PARAGUAY, 9 © Editorial El Lector, Asunción-Paraguay 2010.
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