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lunes, 12 de julio de 2010

ROQUE CENTURION MIRANDA - AQUI NO HA PASADO NADA (COMEDIA EN 3 ACTOS) / Fuente: TEATRO PARAGUAYO - TOMO I de TERESA MENDEZ-FAITH.



AQUI NO HA PASADO NADA
(COMEDIA EN 3 ACTOS)
Obra de

ROQUE CENTURION MIRANDA
(Enlace a datos biográficos y obras
en la GALERÍA DE LETRAS del
www.portalguarani.com )

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AQUI NO HA PASADO NADA
(COMEDIA EN 3 ACTOS)


INTERVIENEN
*. MURIEL / VICTOR / LEA / EFRAIN / CARDENAS / MUCAMAS 1º Y 2°

*. Escrita (en coautoría con Josefina Plá) en 1941 y distinguida con el Primer Premio en el Primer Concurso de Obras Teatrales del Ateneo Paraguayo (1942), esta obra fue estrenada en Asunción (Teatro Municipal) en agosto de 1956, por la Escuela Municipal de Arte Escénico. La escenografía estuvo a cargo de Olga Blinder.


ACTO PRIMERO
Amplio salón, que tiene a la vez algo de estudio, en un piso alto. Ambiente distinguido. Detalles de arte –“potiches”; cuadros y grabados- en cuya selección se han evitado por igual la vulgaridad y el snobismo. Foro derecha, un gran ventanal, hasta el cual suben las ramas de los árboles que rodean la casa. Al pie del ventanal, y a todo lo largo de este, un escaño de madera oscura, al cual prestan aspecto cómodo numerosos y variados almohadones. Teléfono, primer término derecha; ventilador, etc. Flores costosas. En sitio conspicuo, cerca del ventanal, un caballete de pintor, y en él un cuadro, cubierto a medias por un paño. A la derecha, primer término, y, por amplio arco, se pasa a una antecámara. Segundo término, otra puerta, pequeña, casi un escape, y oculta por una corona oscura. Izquierda, puerta de acceso a interior de la casa.

ESCENA 1
Muriel y Lea.
MURIEL, echada de través con gracioso abandono en un sillón, habla por teléfono. LEA, sentada a una mesita en que se verá servicio de té, mira a MURIEL y sonríe benévola.
MURIEL: (AI teléfono) -No... No precisamente... ¿Cómo...? ¡Ah...! i Si! ¿Una fiesta en mi obsequio...? Es usted demasiado amable. ¡Gracias...! ¡Gracias, otra vez...! Oh, eso no quiere decir que yo acepte... Difícil... Sí. Bueno, cuando quiera. No: hoy no estaré en casa. Mañana, tampoco... ¿El jueves? Es mi día de recibo... Como no. Llame. Y gracias, otra vez. Si, si... Hasta luego. (Cuelga el auricular, y con la languidez felina que es su característica. va a sentarse cerca de Lea.) ¡Uf! Que imbécil.
LEA: (Sirviéndose azúcar) Siempre me he preguntado por qué los obsequiosos son tan a menudo imbéciles.
MURIEL: Una compensación, seguramente.
LEA: Si; porque atribuirlo a simple consecuencia resulta desconsolador.
MURIEL: Este Izaguirre tiene una obsequiosidad tan especial, que aun como compensación me parece insuficiente. Tú le conoces.
LEA: Apenas. Desde que volví casada, dos o tres veces le he tenido cerca en las fiestas de la Embajada. Es amigote del ministro, y Ricardo, como secretario, lo suele tratar, y hasta recuerdo que me ha contado alguna anécdota de el... Creo que cada vez que tiene, o le parece tener, en perspectiva una conquista, da en su honor un baile...
MURIEL: Sí. Es la única forma de corte que conoce; y es a la vez el modo de hacer saber a su pandilla cuál es la favorita del momento. Cuando la fiesta llega a su fin, te ofrece su auto para traerte a casa, y si le aceptas, en el auto te hace un tercer ofrecimiento: el de llevarte a su rancho "a mostrarte unas miniaturas"... ¡La epopeya del mal gusto!
LEA: Y pensar que tiene éxitos.
MURIEL: No él, Lea. Sus millones. (Frívola) Si yo fuese soltera, puede que conmigo tuviera su -gran éxito. Me casaría con él.
LEA: ¿Te casarías con semejante imbécil?
MURIEL: ¿Por qué no? Como amante debe ser insoportable. Como marido, es posible resulte encantador.
LEA: ¿Cómo?
MURIEL: Es claro. Como amante, te exigirla te dedicases a él; ;y figúrate...! Como marido, se dedicaría a las otras, y te dejaría en paz. Soltera otra vez, como quien dice.
LEA: (Sonriendo) Siempre la misma, Muriel.
MURIEL: Como tu; siempre igual.
LEA: Si, ninguna de las dos hemos cambiado.
MURIEL: ...Mi sueño desde niña; casarme con un rico.
LEA: En siete años rechazaste cuarenta y nueve propuestas.
MURIEL: Apenas veinticinco, Lea. Porque eran todas medias propuestas... Unas ofrecían riquezas sin matrimonio. Otras, matrimonio sin riquezas. Hasta que llegó Efraín. Pero no digas, también tú distribuiste desengaños.
LEA: Algunos. Los mismos que yo me llevé.
MURIEL: Es que tú siempre le diste demasiada importancia al hombre y a su microbio: el amor.
LEA: Sí. Tú el amor lo concebías como un detalle útil pero no indispensable. Yo, en cambio, pensaba que el amor era lo esencial y lo demás la añadidura.
MURIEL: También tú te saliste con la tuya. Porque tu matrimonio con Ricardo fue un matrimonio por amor, si los hay. Recuerdo tus cartas...
LEA: Si... Dime, Muriel: yo pensé encontrarte con un hijo. Ya llevas... Déjame contar... Seis... No, siete años de casada.
MURIEL: Verdad que si me comparo contigo, pierdo el tiempo. En cinco anos, tres criaturas. Di: ¿no te cansas? Un hijo tras otro... El primero puede que tenga un gran encanto; pero, ¿y los siguientes...?
LEA: Cada hijo es una maravilla diferente, Muriel. ¿Sabes? Yo me he preguntado a menudo por qué olvidaremos así nuestra infancia, la única época feliz de la vida. Después de tener un hijo, lo he comprendido. Si la recordáramos, el hijo no podría ser ese espectáculo inagotable y dichoso que es. Y luego: mientras tienes un hijo y lo ves crecer, no piensas en otra cosa. El tiempo se anula. Lo olvidas todo. Y a veces, una necesita olvidar, Muriel.
MURIEL: ¿Olvidar, que? Si tu vida ha sido tan sencilla.
LEA: ...Por eso mismo, quizá. (Pausa. Muriel la mira, largamente) Créeme. Muriel: hay que tener un hijo. Y en la juventud. No hagas que su infancia se enfrente con una madurez cansada. Demasiada experiencia en los padres hace niños tristes, Muriel (Mas confidencial) ¿Efraín no los desea, tal vez?
MURIEL: Oh, Efraín... (Indefinible)
LEA: A él le gustan los niños sin embargo. Yo lo he observado. Quizá por delicadeza, no te dice nada...
MURIEL: Si... quizá (Pausa).
LEA: Ya van tres visitas que no lo encuentro.
MURIEL: Anda ocupadísimo.
LEA: ¿Siempre con sus trabajos de bioquímica?
MURIEL: Siempre. El instituto es su sueño. Cinco años lleva trabajando sin compensación de ninguna clase. Al contrario. Parte de su fortuna está ya enterrada ahí.
LEA: En fin, puede ser que un día vea el fruto...
MURIEL: Yo se lo digo. ¿Y sabes que me contesta? "Nadie me quitara el infinito placer del esfuerzo que realizo cada día... Lo mejor del viaje es el camino"...
LEA: Tu marido es un gran carácter, Muriel. (Se levanta.)
MURIEL: ¿Ya te quieres ir?
LEA: Es preciso. Ellos me esperan. Sobre todo el más pequeño. (Poniéndose los guantes.)
MURIEL: No te mostré el retrato que me están pintando.
LEA: ¿Un retrato? -¿Víctor, no?
MURIEL: Víctor, si. Lo empezó hace una semana. Al día siguiente de tu última visita. (Se acerca al caballete; Muriel levanta el paño y aparece un retrato de ella empezado.) Es el primer retrato serio. No se cuantos apuntes al carbón me ha hecho ya, y todos, se los lleva a su casa, algunos sin terminar, y no los veo más.
LEA: ¿No decía que se iba al extranjero?
MURIEL: Sí; se está yendo hace tiempo. El caso de siempre. No acaba de irse, porque cada vez, antes de que se conceda la beca solicitada, cae el ministro de turno, y hay que solicitarla de nuevo.
LEA: Si, pues. Delicias de la política tropical. Simpático mozo, Víctor... Sangre italiana, ¿no? Ese apellido, Cámbori...
MURIEL: El padre es italiano: torinés, creo. La madre criolla.
LEA: Muy bien comenzado (Por el retrato) Si concluye como empezó...
MURIEL: Como siento que no te quedes un rato más.
LEA: No puedo, de veras. Muriel. (Mira su reloj) Está pasando la hora de Toto. (Yendo hacia derecha. Se besan cordialmente.) Créeme, Muriel: ten un hijo; siquiera uno, antes que sea más tarde. (Muriel, en la puerta, la ve irse. Cierra lentamente, y lentamente, como abstraída, va hacia la mesita.)

ESCENA 2
Muriel, Mucamas 1º y 2º.
MURIEL: (Toca un timbre. Mucama 1º acude por izquierda) Teresa, lleve el servicio. (La Mucama 1º recoge el servicio de té y sale, mientras Muriel observa el cuadro. Por derecha, primer término, aparece inmediatamente Mucama 2º'.)
MUCAMA 2°: Señora, el doctor Cárdenas.
MURIEL: Hazlo pasar. (Mucama 2° obedece, mientras Muriel cubre el retrato. El doctor Cárdenas entra.)

ESCENA 3
Muriel, Cárdenas, Mucamas 1º y 2º.
CARDENAS: Buenas tardes, Muriel. (Le besa, empleando doble tiempo del necesario, la mano.) Bien se que no es su día de recibo... Pero una diligencia me trajo por estos alrededores; tuve que pasar por delante de su casa... y la tentación fue más fuerte que yo. ¿Me perdona?
MURIEL: Oh, perdonar... En todo caso, si hay pecado, es de los que se llevan consigo la penitencia. (Han llegado juntos a la mesita, y se han sentado) ¿Que cuenta de nuevo?
CARDENAS: Lo que podría contarle, es todo viejo. (Insinuante) Lo que yo quería poder contarle, hace tiempo lo sabe usted.
MURIEL: No me diga... ¿Ni por casualidad cambio en algo el cuento?
CARDENAS: (Enfático) No, ni cambiara.
MURIEL: (Sonriendo) Pobre amigo, la verdad que merece usted mejor suerte. Hace unos días lo pensaba. (Pausa felina; suave) Y la ha de tener.
CARDENAS: (A punto de volatilizarse en un brillo de ojos) ¡Oh, Muriel!
MURIEL: Solo necesita para ello una cosa... ¡Tan poquita cosa!
CARDENAS: ¿Sí...?
MURIEL: ...Cambiar de objetivo.
CARDENAS: (Recogiendo de entre los íntimos escombros una sonrisa) ¡Oh, mujer! ¡Cómo recuerda que no puede, que no debe castigársela ni con una rosa...!
MURIEL: ¿De veras soy tan mala?
CARDENAS: Conmigo.
MURIEL: (Con ingrávida ironía) ¿No será que es usted demasiado bueno? (Una pausa. Muriel oprime timbre dos veces.) ¿Una tacita de te?
CARDENAS: Por acompañarla... ¿Y Efraín...?
MURIEL: En el instituto. Pasa allí todas las tardes. Alguna vez da una escapadita. Hoy quizá venga. (Entra Mucama 1º con el servicio, que deja sobre la mesa, y sale enseguida.) Fuerte, ¿no? (Por el te)
CARDENAS: Fuerte, siempre. (Muriel sirve. Al recibir la taza, Cárdenas aprisiona la mano de Muriel. Ella le mira con frialdad: Cárdenas, con un suspiro, suelta la mano, y se resigna al té.)
MUCAMA 2º: (Por derecha) El señor Víctor.
MURIEL: Adelante.
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ESCENA 4
Muriel, Cárdenas, Víctor.
Muriel acoge a Víctor afablemente. Víctor y Cárdenas se saludan como conocidos, con cierta familiaridad.
VICTOR: Hola, doctor.
CARDENAS: Hola, Cámbori.
MURIEL: Aquí, Víctor. (Víctor se sienta. Ofreciendo te) ¿Un poquito?
VICTOR: Sí. Gracias. Con leche, sí. (A Cárdenas) ¿Que tal el ambiente conspirador?
CARDENAS: Cada día mejor organizado. Dentro de poco podremos anunciar una conspiración con el suficiente anticipo como para que por fin tenga éxito... ¿Y el pictórico?
VICTOR: Tampoco va del todo mal. Ya tenemos exposiciones. Y hasta cuadros. Dentro de poco tendremos pintores.
CARDENAS: Y su colección de retratos, ¿ha aumentado?
VICTOR: Si, aquí hay otro. (Por el del caballete) ¿No lo ha visto todavía?
CARDENAS: No. Con permiso. (Se levanta y va hacia el cuadro. Muriel descubre el retrato.) Muy bien. Un hallazgo, la "pose". De las que definen carácter. Pero los ojos... ¡Cuidado con los ojos, artista! Porque los ojos de Muriel son los que se pintan de una vez, o no se pintan nunca.
VICTOR: Ensayaré, por lo menos.
MURIEL: Cárdenas dice bien. Hasta ahora nadie consiguió pintarlos. Cada retrato, dicen, tiene su dificultad. El mío tiene los ojos. Parece que quieren hacerles decir muchas cocas... y se hacen un lío.
CARDENAS: Lo que hace difíciles sus ojos, Muriel, no es el haber de decir con ellos muchas cocas.
MURIEL: ¿No?
CARDENAS: No. Sino el hacer que las dejen de decir.
VICTOR: Eso parece una charada.
CARDENAS: Tal vez. Pero estoy seguro que Muriel me comprende. (Pausa) ¿Y esa beca al extranjero...? ¿Siempre en proyecto? Si usted quiere, yo puedo hacer algo. Tengo, en este momento, amigos en el Gobierno.
VICTOR: Muchas gracias, doctor. Pero...
CARDENAS: ¿No le interesa?
VICTOR: No... Es decir, sí... Pero... Le explicare. Mi madre se encuentra por ahora bastante delicada. Sería cruel abandonarla en esta coyuntura. Europa no está ahí a la vuelta de la esquina.
CARDENAS: Sin embargo, si desaprovecha una ocasión...
VICTOR: Oh, me quedara siempre el recurso de irme por mis medios. Soy joven, puedo esperar.
CARDENAS: Si, es la apuesta de siempre entre juventud y porvenir. La primera apuesta la gana siempre la juventud. Pero el porvenir, la vida, gana luego, siempre.
MURIEL: (Deja caer el paño, sin cubrir del todo el cuadro, y va hacia la mesita) ¿Un poco más de té?
CARDENAS: Yo no, gracias. Yo ya me retiro. He sido muy feliz en saludarla, Muriel. Y también celebro encontrar al amigo Cámbori tan bien ocupado y tan animoso. Hasta luego, artista. A sus pies, Muriel. (Muriel le acompaña derecha, y luego regresa al centro de la escena.)

ESCENA 5
Muriel, Víctor: al final Mucama 1º.
MURIEL: (Tras observar unos instantes a Víctor; que parece absorto ante el cuadro.) ¿Le preocupan los ojos?
VICTOR: (Volviéndose a ella, la mira ardientemente, con la voz oscura.) Si; me preocupan.
MURIEL: ¿Pero no desconfía aun del éxito?
VICTOR: A veces. sí.
MURIEL: ¿Y a veces...?
VICTOR: Oh, a veces...
MURIEL: (Siempre con la misma ironía disfrazada de frivolidad, o frivolidad disfrazada de ironía) En este momento, ¿desconfía...? (Víctor la mira, incierto.) Porque si no desconfía...
VICTOR: ¿Qué...?
MURIEL: ... Me pondré el vestido para posar.
VICTOR: (Volviéndose hacia el retrato, huraño) Bueno.
MURIEL: Enseguida. (Toca timbre. Acude izquierda Mucama 1º.) Lleve el servicio. (Mucama 1º obedece, mientras Muriel va derecha segundo término.) Tenga todo listo, Teresa, por si llamo de nuevo. Dos timbrazos como siempre.
MUCAMA la: Si, señora. (Simultáneamente, casi, salen Mucama 1º por izquierda y Muriel por la puertecilla del que se supone cuartito de vestir.)

ESCENA 6
Víctor y Muriel, dentro.
Víctor prepara pinceles, descuelga paletas, etc., pero como quien no está absolutamente en lo que hace.
MURIEL: (Desde dentro) Diga, Víctor: ¿Por qué no acepto el ofrecimiento de Cárdenas? Porque eso de la enfermedad de su mama, yo se que fue una improvisación de usted.
VICTOR: Y usted sabe también porque. (Pausa. Deja los pinceles y se mueve irresoluto por escena.) Es usted quien tiene que decidir si debo irme o no. (Pausa. Acercándose a la cortina. La voz cargada de emoción pero humilde.) ¡Muriel! ¿Debo irme?
MURIEL: (Burlona) Mi estado de salud es excelente.
VICTOR: ¡No se burle!
MURIEL: (Remedándole) ¡No sea criatura!
VICTOR: ¡Criatura! (Reaccionando) Criatura, sí. Tiene razón. Solo una criatura hace lo que yo; espera, como yo hago, día tras día, sin esperanza y sin razón.
MURIEL: (Siempre suave) Menos mal que lo confiesa usted. Sin esperanza y sin razón.
VICTOR: Sí. Lo confieso. No hay falla en su armadura, para mí.
MURIEL: Gracias.
VICTOR: (Con despecho) Pero no se enorgullezca de ello mucho.
MURIEL: ¿No...?
VICTOR: No. Porque en una mujer como, usted, que no ama a su marido...
MURIEL: ¿Se lo he dicho yo?
VICTOR: (Brutal) ¡Eso se ve!
MURIEL: (Suave) ¿En los ojos?
VICTOR: En los ojos, ¡sí! Y en otras cosas. Una mujer joven, hermosa, que no quiere a su marido, y que resiste, sin embargo, al amor apasionado que se le ofrece, una de dos...
MURIEL: (Mas suave) Siga.
VICTOR: ...Una de dos: o tiene ya un amor oculto...
MURIEL: (Burlona) Imposible. Se vería en los ojos.
VICTOR: O sencillamente, carece de corazón.
MURIEL: Sin corazón. ¡Qué romántico!
VICTOR: Los románticos decían sin corazón. Hoy decimos: sin temperamento.
MURIEL: Sin temperamento. Comprendo. Debe ser un defecto terrible. (Saliendo de la piecita con un traje de soirée azul) Y en este caso, particular más terrible para usted que para mí.
VICTOR: ¡Quién sabe!
MURIEL: A ver. Explique eso.
VICTOR: ¡Para que! Usted no me entenderla. Se burlaría, como, siempre. El tiempo se encargara de explicárselo. Quizá usted se arrepienta entonces. Pero será ya tarde. (Tomando su sombrero para salir)
MURIEL: ¿Qué es eso? ¿Se va? ¿Y el cuadro?
VICTOR: i Oh, el cuadro! (Reaccionando) Discúlpeme. No podría ahora pintar. Ni mirarla. Déjeme ir media hora. A dejar mí angustia por ahí. Volveré luego... si usted lo permite.
MURIEL: Vuelva. (Sale Víctor.)

ESCENA 7
Muriel, Efraín, Mucama 1º.
MURIEL: (Volviendo una vez más hacia el cuadro repite a media voz) ...Cuando ya sea tarde... (Por derecha Efraín, con el sombrero puesto, como, quien llega de la calle. Deja el sombrero sobre la mesita, al lado, del teléfono.)
EFRAIN: Corta fue la sesión hoy. Vi a Cámbori que salía.
MURIEL: No posamos. Volverá luego.
EFRAIN: Es nervioso, el mozo. (Pausa. Se deja caer en el sillón.) ¿Me ofreces una taza de té?
MURIEL: Al momento. (Toca timbre dos veces.)
EFRAIN: Tengo justito un cuarto de hora de respiro, entre dos análisis. ¿Vino alguien?
MURIEL: Lea. Y Cárdenas. Preguntaron por ti. (Sonriendo) Creo que uno de estos días los amigos tendrán que ir a verte en manifestación.
EFRAIN: (Sonriendo también) Verdaderamente, los abandono mucho. (Entra Mucama 1º, con el servicio, y lo deja sobre la mesita.)
MURIEL: Puede retirarse, Teresa. (Mucama 1º sale, Muriel, sirviendo, graciosamente) ¿,Un terrón o dos?
EFRAIN: Solo uno, hoy.
MURIEL: ¿Con leche, esta tarde?
EFRAIN: Sin ella.
MURIEL: He de preguntarte siempre, como al visitante novel...
EFRAIN: Sí, porque no tengo gusto fijo. Esto resulta un poco incomodo.
MURIEL: No se. A mí me agrada.
EFRAIN: ¿De veras?
MURIEL: Si hay cosa que aborrezca, son los hábitos. Le quitan todo sabor a la vida.
EFRAIN: El matrimonio es uno.
MURIEL: Sí. Un gran habito. En sí, no es molesto. Lo que le hace a veces intolerable, son los hábitos pequeños que de él se derivan.
EFRAIN: ...Nosotros creo que hemos evitado, o eliminado, gran parte de ellos. ¿No es así, Muriel?
MURIEL: ...Sí. (Pausa)
EFRAIN: ¿Adelantó algo el retrato, ayer?
MURIEL: Un poco. ¿No lo miras?
EFRAIN: No. Prefiero verlo terminado.
MURIEL: ¿Para criticar mejor?
EFRAIN: Claro. Ahora, si le observas algo, el artista tiene a mano la defensa... "Aun no he tratado los ojos". "Ah, desde luego, esa mejilla he de trabajarla más". (Pausa)
MURIEL: (Mirando desde su asiento el retrato) Sin embargo, así como esta, a mí no me parece tan mal...
EFRAIN: ...Los ojos, Muriel.
MURIEL: Todos dicen lo mismo. Los ojos. ¿Crees que Víctor no los podría pintar?
EFRAIN: No se.
MURIEL: Tiene puesto todo el amor propio en este retrato. ¡Son tantas las veces que lo ha intentado! He perdido la cuenta de las pruebas inútiles.
EFRAIN: ...Ninguna prueba es inútil. (Pausa)
MURIEL: Efraín...
EFRAIN: Muriel...
MURIEL: ¿No es curioso pensar que llevamos ya siete años de casados?
EFRAIN: Curioso, porqué...?
MURIEL: Oh, no se... Por ciertas cosas. Cuando uno se pone así, a pensar...
EFRAIN: ¿Te parece, tal vez, mucho tiempo? ¿Tienes queja de mí?
MURIEL: No, Efraín. Al contrario. Soy yo la que pienso, a menudo, que acaso no he sido para ti la mujer que debiera.
EFRAIN: (Suavemente) Nunca te dije eso.
MURIEL: (Con viveza) Pero yo lo siento. Yo se que tú me lo diste todo...
EFRAIN: ...Todo lo que supe, o todo lo que pude, Muriel. No todo lo que tú te mereces. Ni todo lo que tú puedes desear, o necesitar. (Levantándose)
MURIEL: ...Nunca te dije eso.
EFRAIN: ...Pero yo lo sé. (Pausa)
MURIEL: Efraín... Cuando yo me case contigo, ¿tú creías en mi afecto?
EFRAIN: Sabia el mío.
MURIEL: ¿Y era eso para ti suficiente?
EFRAIN: Sabia también que llegabas a mí libremente, por un acto de tu voluntad. ¿Que más hacia falta saber?
MURIEL: Pero supón por un momento... Supongamos que en este acto voluntario mío, los móviles no hubiesen sido del todo desinteresados... Que hubiese ido a ti más que por otra cosa, por tú fortuna, o por tu nombre... Por vanidad o por interés...
EFRAIN: (Con firmeza) Aun así... Desde el momento que venías a mí, era porque en mí esperabas hallar algo que pensabas yo podía darte mejor que otros. Y era deber mío... puesto que te amaba... no defraudarte.
MURIEL: Efraín... Eres extraño.
EFRAIN: (Sonriendo) ¿Sí...?
MURIEL: Quiero decir que no te pareces a los otros hombres... Tú...
EFRAIN: No, Muriel. No hace falta eso.
MURIEL: ¿No puedo decirte algo de lo que pienso?
EFRAIN: Si no es necesario, Muriel... Las palabras agrandan las cosas pequeñas; pero a las cosas grandes las empequeñecen. Deja esta comprensión nuestra crecer sin palabras. Así llegara a ser lo que debe ser. Basta que yo sepa que confías en mí. Y basta con que tú sepas que nunca te has de ver decepcionada en aquello que de mí esperas. Porque si puedo dártelo, debo dártelo. De lo demás... Nada tiene importancia.
MURIEL: ...¿Nada?
EFRAIN: (Con dulce y varonil gravedad, ya a punto de salir izquierda) Nada.

ESCENA 9
Muriel, luego Mucama 2°. Enseguida Víctor.
Muriel, sola, permanece inmóvil, reflexionando. Luego, se sienta.
MUCAMA 2º: (Por derecha) El señor Víctor. (Muriel indica con un gesto que puede entrar. Entra Víctor, con el rostro oscurecido. Muriel le mira. Víctor rehúye mirarla.)
VICTOR: Tiene que disculparme, Muriel. No podría pintar hoy.
MURIEL: Bien. Como quiera. Voy a cambiarme entonces. (Se levanta y va hacia segundo derecha) Confiese que está abusando un poco de su modelo. (Desaparece tras la cortina.)
VICTOR: Sí; es posible. Pero será por hoy nomás.
MURIEL: Menos mal.
VICTOR: Porque mañana ya no tendrá que perdonarme, no me vera.
MURIEL: ¿Piensa morirse esta noche?
VICTOR: Ojala... Me voy. Lo he resuelto.
MURIEL: ¿Sin pintar los ojos?
VICTOR: ¿Otra vez burlándose?
MURIEL: ¡Pero si es una pregunta lógica...!
VICTOR: (Con violencia) No quiero seguir sufriendo. No quiero. (Pausa. Transición. Ruego) ¡Muriel! Contésteme algo. Dígame cualquier cosa. Dígame que hago bien en irme.
MURIEL: (Deliberadamente) No se lo voy a decir.
VICTOR: ¿Cómo?
MURIEL: (Siempre dentro) No. (Pausa. Despacio) No se vaya todavía.
VICTOR: ¡Muriel! (se precipita hacia la cortina y la aparta en un impulso, mientras baja el telón.)

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Fuente:
TEATRO PARAGUAYO DE AYER Y DE HOY TOMO I (A-G)
Autora: TERESA MENDEZ-FAITH
Intercontinental Editora,
Asunción-Paraguay – 612 páginas.
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