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jueves, 5 de agosto de 2010

ANA JAVOLOYES - LOS DOS PARAGUAS / Fuente: TALLER CUENTO BREVE - 19 TRABAJOS (1984).


LOS DOS PARAGUAS
Cuento de
ANA JAVOLOYES
(Enlace a datos biográficos y obras
En la GALERÍA DE LETRAS del
www.portalguarani.com )
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LOS DOS PARAGUAS
María Laura salió para el centro de la ciudad. Iba a hacer unas compras. Como el tiempo amenazaba lluvia se llevó el paraguas negro con mango de nácar, obsequio de Raúl, el eterno enamorado pero en quien ella no podía ver más allá que un amigo o un padre, ya que la diferencia de edad entre ambos era bastante grande. Quizás por eso le tenía un gran aprecio a ese paraguas; era único, o por lo menos así lo creía Raúl. Había sido adquirido de un comerciante francés a quien conoció en el barco cuando su último viaje de Buenos Aires a Río de Janeiro. Muy pocas veces lo usaba, prefería llevar una sombrilla por temor a extraviarlo. Pero ahora quería llevar su paraguas de lujo, como ella lo llamaba. Era un deseo que no se explicaba.

Al salir lo colgó de la muñeca, en el ómnibus le acarreó muchos problemas: primero al subir se le trancó en el molinete, le costó bastante sacarlo y cuando lo logró vio que no tenía lugar para sentarse. Se colgó con ambas manos del pasamanos del techo del vehículo y el paraguas, en cada frenada no tan suave del dichoso carromato daba en la cabeza de algún pasajero que no recibía con cara agradable esa clase de caricia. Por fin, el más golpeado pensó que cederle el asiento a la señorita era más práctico y así lo hizo. María Laura se sentó y trató de ubicar el paraguas donde no molestara a nadie. Cuando bajó del ómnibus casi se le quedó atrapado en la puerta corrediza. Iba ya molesta con tantos problemas.

Llegó a "La Riojana", entró y mirando aquí, mirando allá, vio una blusa que le encantó, con esto el espíritu se le levantó un poco y olvidó los problemas anteriores, pero lastimosamente no fue por mucho tiempo ya que para probarse la blusa tuvo que sacarse el paraguas del brazo. Colocó sus cosas a su vista cuando se estuvo probando la prenda. Tomó blusa, cartera y paraguas y fue a pagar su compra.

Estando frente a la caja puso el paraguas sobre una saliente de la misma, buscó el dinero para pagar su cuenta pero se entretuvo buscando monedas, entonces la cajera atendió a un joven que detrás de ella esperaba pacientemente que lo atendiera. Por fin pudo reunir todo el dinero, pagó su cuenta, tomó el paraguas y la cartera y fue al empaque, retiró su paquete y salió no sin antes colgar el paraguas de su muñeca.

Lentamente paseó por Palma, se detuvo en varias vidrieras a gozar del hermoso espectáculo de comercios arreglados con coquetería y buen gusto. Hizo mentalmente el arqueo de su caja para ver si poda pegarse el lujo de comprarse ese par de zapatos lilas con la cartera haciendo juego, que estaba tan de moda, o esa bijutería que mostraba unos precios poco accesibles o esa pollera ancha e importante que haría juego con la blusa que se había comprado.

Cuando salió de esa galería tan tentadora caían unas gotas, tomó el paraguas y lo abrió. Al tomarlo del mango vio que no era su paraguas: éste tenía también el mango de nácar pero era liso y no la cabeza de perro que tenía el suyo. . . ¡Oh, Dios! Alguien le había cambiado el paraguas, alguien que tenía otro igual al suyo. ¡Y que era único con mango de nácar! ¡ Vaya mentira!

Volvió sobre sus pasos apresuradamente, entró en "La Riojana", preguntó en la caja, en el empaque pero ¡nada! La cajera le informó sobre el joven que pagó cuando ella estaba por hacerlo, que también había dejado un paraguas negro en el borde de la caja y que quizás él, equivocadamente lo hubiera llevado. Preguntó por las señas del joven y sólo pudieron decirle que era alto, rubio, de bigotes y que llevaba unos vaqueros desteñidos y una remera azul... Vayan unas señas ¡Cuántos jóvenes altos y con vaqueros desteñidos había por las calles de Asunción! Pero decidió buscarlo. Se encomendó a San Antonio, a Santa Elena y a San Pascual Bailón, taumaturgos abogados de las cosas perdidas. A los dos primeros prometió una misa y al último un baile bien movido, si encontraba su paraguas.

Imaginó que el joven andaría a pie, ya que como ella, se había provisto de cómo cubrirse de la lluvia. Tomó la calle Palma de abajo para arriba y de arriba para abajo; por una vereda y por la de enfrente, se detenía a mirar en los bares, en las disquerías, en los copetines. . . ¡Y nada! Ya desesperaba de dar con él. La verdad es que ni recordaba si le dijeron con barba o sin barba; con remera azul o roja o blanca, sólo sabía que tenía su precioso paraguas con mango de nácar en forma de cabeza de perro.

Vio un joven rubio con paraguas negro que cruzaba por una boca calle y por poco se tiró sobre él, pero no era el suyo; éste tenía un vulgar mango de plástico. Ya cansada, desilusionada y triste se decidió a volver a su casa. Tenía ganas de llorar. Miró el paraguas que llevaba y estuvo a punto de tirarlo, pero como seguía lloviendo tuvo que aguantarlo.

Se colocó en la parada de los ómnibus, miraba sólo los números, ni se fijó en la gente que le rodeaba, todos con paraguas, algunos negros pero ya no quiso mirar ¡Qué contento estaría el joven con el cambio! A lo mejor fue a propósito... !

-Señorita. . .Disculpe. . .Ella dio vuelta la cara a otro lado y se tapó más con el paraguas... ¡Para frescos estaba ella!

- Señorita. . Disculpe... La respuesta fue una fría mirada.

-Señorita. . .Ese paraguas.. ¡Qué! ¡Pero si ése que Ud. tiene es el mío! ¡Habráse visto listo! ¡Ud. se llevó mi paraguas! -Espere, señorita. -Qué espere ni espere. Tráigame mi paraguas y tome el suyo. Poco menos que se lo tiró en la cabeza.

-Déjeme explicarle, señorita. Yo puse mi paraguas al lado del suyo y al tomarlo, como estaba tan apurado, me equivoqué y tomé el suyo. Hace rato que ando buscándola para devolvérselo y en vista del fracaso y muy a pesar mío decidí volver a casa y conste que muy apesadumbrado ya que el paraguas que yo había perdido era de mi padre.

Pasado el primer momento de desconfianza y con la alegría de haber recuperado sus preciosos paraguas se cambiaron palabras amables y de disculpas. El la invitó a tomar el té en "Da Vinci", ella aceptó. Entre sorbo y sorbo de la aromática infusión cambiaron identidades, al rato estaban conversando como dos viejos amigos, sobre todo rieron a más y mejor recordando las peripecias que cada uno pasó buscando al otro, es decir, al otro paraguas. Ni se dieron cuenta del tiempo que pasaba, ya oscuro se pusieron de pie, cada uno con mucho cuidado tomó su paraguas.

-. ¿Te puedo llamar por teléfono? Así salimos a bailar una de estas noches. -Sí. Estaré esperando tu llamado. Este es mi teléfono. ¿Y el tuyo?

En un lugar preferencia de la sala de una coqueta casa que queda en el barrio "Herrera", colgados de un mueble apropiado, se ven dos paraguas negros: uno con mango de nácar en forma de cabeza de perro y otro similar, pero liso que suelen ser el comentario risueño de un par de mellizos rubios que tienen unas ganas locas de jugar con esas dos "joyas" de papá y mamá.
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Dirección: HUGO RODRÍGUEZ ALCALÁ
Asunción – Paraguay 1984 (139 páginas).
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