DESDE EL ALGODONAL
Cuento de
CARMEN BÁEZ GONZÁLEZ
(Enlace a datos biográficos y obras
en la GALERÍA DE LETRAS del
www.portalguarani.com )
Cuento de
CARMEN BÁEZ GONZÁLEZ
(Enlace a datos biográficos y obras
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.
DESDE EL ALGODONAL
Calixto Vryouck, nieto de un inmigrante polaco, era un voluntarioso adolescente que vivía en el sur del país, en el departamento de Itapúa. Después de la súbita muerte de su padre, que ocurrió cuando tenía dieciséis años, vio cómo la pobreza entraba en su casa, mientras las necesidades crecían. La madre tenía muchos hijos, el mayor de ellos era Calixto. Ella sufrió muchísimo cuando el adolescente le comunicó que dejaba los estudios del cuarto curso para ir a trabajar y con ello poder sufragar los gastos de la acongojada familia.
Como hijo de un agricultor sin tierra, sabía de las fatigas que demandaba el trabajo diario en el campo. Su fortaleza y voluntad de no decaer en su propósito, lo llevaron a presentarse a un rico empresario japonés para servir como un labriego más en la gran finca agrícola, en la atención de los cuidados culturales de los algodonales.
El patrón estaba satisfecho con su trabajo. Le aconsejaba como a un hijo... Y eso estaba bien porque el delgado muchacho rubio con aspecto de menonita, prometía mucho.
Con tesón, se las arreglaba para mantener el crecimiento del algodonal siempre en peligro de una invasión de parásitos, de plagas que arruinarían en solo una noche sus extensos plantíos.
Llegó un día en que el patrón japonés le explicó que la fumigación del algodonal era una necesidad apremiante para asegurar la cosecha. Entonces vio por vez primera, cómo una avioneta volaba muy bajo sobre los algodonales, mientras el piloto dejaba escapar de la nave una gran nube blanca que caía como lluvia sobre las plantaciones. Le explicó el patrón que el agrotóxico empleado estaba autorizado para erradicar las plagas de las plantaciones de algodón y que se aplicaba con sumo cuidado no dañaría al ser humano ni a los animales.
Calixto tenía un hermoso caballo alazán que le servía para el recorrido a lo largo y ancho de las hectáreas de algodón plantado. La juventud de Calixto, lo llevó a querer ganar en una carrera injusta al vuelo de la nave cabalgando su alazán, mientras trataba de no exponerse a esa nube blanca que le perseguía de tan cerca. Quería ganar, galopando en carrera, al piloto de la avioneta, que era su amigo. Muchas veces fueron vanos sus intentos. El paso rasante de la maquina ponía en peligro el propio rancho donde vivía con un matrimonio, agricultores asalariados como él.
Después de cada intento fracasado, entre risas y burlas del piloto y del mismo jinete sin suerte, llegaba cansado y sudoroso, habiendo absorbido sin saberlo gotas del agrotóxico pulverizado.
Hasta que un día, llegó a su vivienda con revoltijo en el estómago, y un extraño comportamiento. El mozo tan jovial, de repente se estaba convirtiendo en un muchacho callado, sufrido, con dolores fuertes de cabeza. No quería comer. Murmuraba cosas sin sentido.
Tan mal lo vieron que fue trasladado a un hospital de la zona. El médico al ver su triste estado, comprendió su malestar y preguntó:
-Calixto, ¿trabajas fumigando el campo de tu patrón? -No doctor, sólo jugaba con el piloto amigo; el sí tenía puesta una máscara, pero yo no. Al galope de mi caballo, quería ganarle en velocidad. Cerraba los ojos mientras imaginaba volar aun más alto que esa nube yéndome a los cielos junto a papá que trataba de tomarme en sus brazos. Y además, después de la fumigación volvía a los campos a observar el resultado de ella en las plantaciones.
Luego habló el doctor, preocupado por la salud quebrantada de Calixto:
-Por suerte, con el vigor de tu cuerpo joven podrás salvarte. Vas a llevar un tratamiento médico estricto. Le avisare al patrón. Tiene el deber de protegerte.
El joven empeoraba, su grave trastorno le hacía perder la memoria, deliraba, por momentos sus palabras eran incomprensibles. El tóxico torturaba su cerebro.
El patrón, muy apenado, en un rasgo de humanidad, lo envió al Japón. Allí lo salvaron mediante un profundo y moderno tratamiento.
A los seis meses, restablecido, regresó. Podría asegurarse que fue un milagro de la ciencia, y de Dios. De su enfermedad, a Calixto solo le quedó un triste tic en el rostro, como para no olvidar más su imprudencia juvenil.
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DESDE EL ALGODONAL
Calixto Vryouck, nieto de un inmigrante polaco, era un voluntarioso adolescente que vivía en el sur del país, en el departamento de Itapúa. Después de la súbita muerte de su padre, que ocurrió cuando tenía dieciséis años, vio cómo la pobreza entraba en su casa, mientras las necesidades crecían. La madre tenía muchos hijos, el mayor de ellos era Calixto. Ella sufrió muchísimo cuando el adolescente le comunicó que dejaba los estudios del cuarto curso para ir a trabajar y con ello poder sufragar los gastos de la acongojada familia.
Como hijo de un agricultor sin tierra, sabía de las fatigas que demandaba el trabajo diario en el campo. Su fortaleza y voluntad de no decaer en su propósito, lo llevaron a presentarse a un rico empresario japonés para servir como un labriego más en la gran finca agrícola, en la atención de los cuidados culturales de los algodonales.
El patrón estaba satisfecho con su trabajo. Le aconsejaba como a un hijo... Y eso estaba bien porque el delgado muchacho rubio con aspecto de menonita, prometía mucho.
Con tesón, se las arreglaba para mantener el crecimiento del algodonal siempre en peligro de una invasión de parásitos, de plagas que arruinarían en solo una noche sus extensos plantíos.
Llegó un día en que el patrón japonés le explicó que la fumigación del algodonal era una necesidad apremiante para asegurar la cosecha. Entonces vio por vez primera, cómo una avioneta volaba muy bajo sobre los algodonales, mientras el piloto dejaba escapar de la nave una gran nube blanca que caía como lluvia sobre las plantaciones. Le explicó el patrón que el agrotóxico empleado estaba autorizado para erradicar las plagas de las plantaciones de algodón y que se aplicaba con sumo cuidado no dañaría al ser humano ni a los animales.
Calixto tenía un hermoso caballo alazán que le servía para el recorrido a lo largo y ancho de las hectáreas de algodón plantado. La juventud de Calixto, lo llevó a querer ganar en una carrera injusta al vuelo de la nave cabalgando su alazán, mientras trataba de no exponerse a esa nube blanca que le perseguía de tan cerca. Quería ganar, galopando en carrera, al piloto de la avioneta, que era su amigo. Muchas veces fueron vanos sus intentos. El paso rasante de la maquina ponía en peligro el propio rancho donde vivía con un matrimonio, agricultores asalariados como él.
Después de cada intento fracasado, entre risas y burlas del piloto y del mismo jinete sin suerte, llegaba cansado y sudoroso, habiendo absorbido sin saberlo gotas del agrotóxico pulverizado.
Hasta que un día, llegó a su vivienda con revoltijo en el estómago, y un extraño comportamiento. El mozo tan jovial, de repente se estaba convirtiendo en un muchacho callado, sufrido, con dolores fuertes de cabeza. No quería comer. Murmuraba cosas sin sentido.
Tan mal lo vieron que fue trasladado a un hospital de la zona. El médico al ver su triste estado, comprendió su malestar y preguntó:
-Calixto, ¿trabajas fumigando el campo de tu patrón? -No doctor, sólo jugaba con el piloto amigo; el sí tenía puesta una máscara, pero yo no. Al galope de mi caballo, quería ganarle en velocidad. Cerraba los ojos mientras imaginaba volar aun más alto que esa nube yéndome a los cielos junto a papá que trataba de tomarme en sus brazos. Y además, después de la fumigación volvía a los campos a observar el resultado de ella en las plantaciones.
Luego habló el doctor, preocupado por la salud quebrantada de Calixto:
-Por suerte, con el vigor de tu cuerpo joven podrás salvarte. Vas a llevar un tratamiento médico estricto. Le avisare al patrón. Tiene el deber de protegerte.
El joven empeoraba, su grave trastorno le hacía perder la memoria, deliraba, por momentos sus palabras eran incomprensibles. El tóxico torturaba su cerebro.
El patrón, muy apenado, en un rasgo de humanidad, lo envió al Japón. Allí lo salvaron mediante un profundo y moderno tratamiento.
A los seis meses, restablecido, regresó. Podría asegurarse que fue un milagro de la ciencia, y de Dios. De su enfermedad, a Calixto solo le quedó un triste tic en el rostro, como para no olvidar más su imprudencia juvenil.
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Fuente:
TALLER CUENTO BREVE
Coordinación : DIRMA PARDO CARUGATI ,
STELLA MARIS BLANCO SÁNCHEZ DE SAGUIER
Editorial Arandurã ,
Editorial Arandurã ,
Asunción-Paraguay
Octubre 2005 (179 páginas)
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Enlace recomendado:
TALLER CUENTO BREVE
(Espacio del Taller Cuento Breve,
donde encontrará mayores datos
del taller y otras publicaciones en la
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