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jueves, 5 de agosto de 2010

FRANCISCO PÉREZ-MARICEVICH - “LA AURORA" CONTENIDO Y SIGNIFICADO / Texto: REVISTA Y LITERATURA, DESCRIPCIÓN Y CONTENIDO y SIGNIFICADO DE "LA AURORA".


“LA AURORA"
CONTENIDO Y SIGNIFICADO
REVISTAS LITERARIAS PARAGUAYAS
Autor: FRANCISCO PÉREZ-MARICEVICH
(Enlace a datos biográficos y obras
En la GALERÍA DE LETRAS del
www.portalguarani.com )
SEPARATAS,
CUADERNOS REPUBLICANOS
Asunción – Paraguay
1975 (40 páginas)


“LA AURORA"
I
REVISTA Y LITERATURA

John E. Englekirk ha destacado con razón la importancia de las revistas en el desarrollo de la literatura hispanoamericana. "En ella han aparecido -dice-, en gran parte, no solo las primicias sino hasta los frutos maduros de los que en años posteriores iban a destacarse entre los mejores escritores de su lengua". Y agrega: "...pera todo investigador la revista literaria propiamente dicha se ha presentado como órgano oficial, o portavoz, de muchas generaciones o promociones estéticas que han caracterizado la evolución de las letras en las Américas".
En lo que concierne a la literatura paraguaya esto es literalmente cierto, a tal punto que un razonable y servicial método para estudiarla seria ubicar las constelaciones literarias alrededor de tres o cuatro revistas representativas, sin olvidar otros tantos suplementos de diarios influyentes. Las dificultades inherentes a la falta de empresas editoriales empeñadas en la difusión del libro paraguayo, han hecho aún más importantes los servicios de divulgación realizados, en todo tiempo, por las revistas y los suplementos literarios, y esta circunstancia -que aún se mantiene en nuestra medio- justifica la afirmación de que nuestra literatura se encuentra menos en los libros que en las paginas periódicas.
La preparación minuciosa de índices o guías de las revistas y suplementos literarios aparecidos en nuestro país -acompañados de una breve selección de textos representativos de cada fuente-, seria, en consecuencia, una labor extremadamente útil, pues contribuiría positivamente a proporcionar a los estudiosos de nuestro fenómeno cultural valiosos instrumentos de trabajo. No creo hallarme equivocado al sugerir que nuestra literatura merece y exige este esfuerzo, sin duda arduo, con más urgente razón que otras literaturas americanas, aparte de que esos trabajos, realizados con método, vendrían a completar o, en su caso, a rectificar en lo relativo a nuestro país estudios panorámicos tan meritorios como los de Boyd G. Carter, Sturgis E. Leavitt y el citado Englekirk.
Un intento, al mismo tiempo sencillo y provisorio, en este sentido es el que se pretende emprender en este breve artículo dedicado a estudiar, con algún detenimiento, la primera revista paraguaya. Esta ha merecido en los últimos años algunos escuetos estudios, siendo el mejor de entre ellos, a mi juicio, el que Josefina Plá escribiera para el Diccionario de literatura paraguaya, en 1964, por su penetración critica y su ensayo de clasificación del contenido de la revista, que es, sin duda, útil, aún cuando el criterio empleado para realizarla pueda ser cuestionado.
La revista de que se va a tratar en este artículo lleva un titulo al mismo tiempo romántico y simbólico: La Aurora. Nada impide conjeturar que la elección de ese título haya sido inducida en su responsable por el doble hecho de que la revista era la primera que veía la luz en el Paraguay y porque sus redactores eran jóvenes alumnos del "Aula de Filosofía", ninguno de los cuales -salvo su redactor en jefe y algún colaborador- superaba los veinticinco años. El espíritu, tan ingenuo y optimista, que les animaba en relación a la publicación de la revista, halla un vivo reflejo en estas exaltadas expresiones de uno de sus redactores, Natalicio de María Talavera, publicadas en el primer número- de la misma:
"El Paraguay nace hoy con bellas y encantadoras formas; vémosle crecer veloz, con paso firme; empujémosle, pues con los materiales que tenemos a la mano, y suplamos aún lo imposible con una decidida voluntad, pues como dice Napoleón vouloir est pouvoir; unámonos todos a fortalecer este gran pensamiento y no tardaremos en verlo al nivel de la civilización europea". (TALAVERA, Natalicio: “Progreso e importancia de la civilización”, en La Aurora, Asunción, 1960, p. 18)

II
DESCRIPCIÓN Y CONTENIDO
"LA AURORA / Enciclopedia mensual y popular / de Ciencias Artes y Literatura". Asunción, Imprenta Nacional, 1º de Octubre de 1860-(?) 1861. 40p., 21 x 15 cm., ilus. Colección completa en la Biblioteca Nacional.
Su redactor en jefe responsable fue el español Ildefonso Antonio Bermejo (Cádiz, 1820-Madrid, 1892), un intelectual emigrado en Francia y contratado allí por el gobierno de Carlos Antonio López para ejercer tareas docentes en el país. Arribó a Asunción en 1855 y se alejo a comienzos de 1863.
Redactores o colaboradores de la revista fueron: Mariano del Rosario Aguiar (c. 1837-c. 1888); Marcelina Almeyda (¿-?); Gumersindo Benítez (Villarrica, 1835-Pikysyry, 1863); Mauricio Benítez (¿-?) ; José Mateo Collar (Paraguarí, 1836-Asuncion, 1919); Juan Bautista González (¿-?); Enrique López (¿,-?, actor español, llegado al Paraguay en 1858); Andrés Maciel (¿-?); José del Rosario Medina (¿-?); Domingo Parodi (¿-?, italiano); Natalicio de María Talavera (Villarrica, 1839- Paso Pucú, 1867); Américo Varela (¿-? San Fernando, 1868). Otros colaboradores, que firmaban sus artículos con iníciales, no han podido ser identificados, tales como "M.I.", "E.U.", "F. de la V", "C.E.", "E.V.", "M. de F."; "D.L.T.", "D.G.". Iníciales como "B...", "V" o "A.V.", por su parte, corresponden obviamente a Bermejo y Américo Varela, respectivamente.
El más fecundo es Américo Varela, con trece contribuciones a la revista. Le siguen Enrique López y Natalicio Talavera, con once. Mauricio Benítez, con seis. Mateo Collar con tres, y los demás colaboradores con dos contribuciones cada uno. Por su parte, Bermejo aportó a la revista diecisiete trabajos (o diecinueve, si pueden atribuírsele dos, sin firma), aparte del "Prospecto" preliminar y otros trabajos menores.
Cada número de la revista iba "acompañado -según anunció el Semanario y repitió el "Prospecto" de una linda lámina litografiada tirada a parte referente a uno de los asuntos que se haya tratado en el periódico, indicando la página en que ha de ser colocada". Otros números incluyeron grabados dentro del texto, o llevaron dos. Esas láminas litografiadas fueron realizadas en el taller que montó en Asunción el francés Carlos Riviere y "son -dice Josefina Pla- evidentemente reproducciones de diseños o de litografías que se tuvo a mano".
Un punto conflictivo, y sobre el cual se carece de documentos confiables, se relaciona con la periodicidad de la revista. Si bien se anunció como una publicación mensual "saldrá por ahora cada mes una vez", hay indicios de que no lo cumplió. La colección completa conservada en la Biblioteca Nacional -Biblioteca "Enrique Solano López", N° 2037-, presenta una numeración corrida (1/480p). Discriminando los datos, esto indica que la revista publicó doce números de cuarenta páginas cada uno. En ese caso, debió suspender su publicación en Octubre de 1861. Pero, al parecer, no lo hizo así: Juan F. Pérez Acosta afirma que la revista "duró hasta abril de 1861", dato evidentemente erróneo puesto que Enrique López fecha en 6 de mayo de 1861 un artículo que ocupa las paginas 378/383 de la misma, es decir, teóricamente, correspondientes a su número 10, De todos modos, es posible conjeturar que la revista dejó de publicarse en julio o agosto de 1861, y que, por lo tanto, o algunos números aparecieron con el doble de páginas, o que su frecuencia fue más bien, casi desde el inicio, bimensual. Es posible también que su periodicidad haya sido arbitraria.
El carácter y la finalidad de la revista están claramente expuestos, por Bermejo, tanto en el "Prospecto" explicativo previo a la aparición de la misma, como en el artículo editorial del primer número.
En el primero, el redactor en jefe declara que la publicación nace bajo el amparo oficial del gobierno, con el fin de abrir, dice, "un nuevo camino a la civilización, presentando un pacifico palenque donde aparezcan los hombres con sus ideas, donde pueden consignarse literariamente los resultados de sus desvelos". Afirma que "hay obras en la escala del progreso social que no pueden examinarse lanzando sobre ellas una mirada superficial", refiriéndose ostensiblemente a los esfuerzos que han tenido que emplearse, por parte del gobierno, para "colocar sobre las ruinas de la pasada, los cimientos de la civilización moderna", pero, también, aludiendo discretamente a los factores que han incidido para la conformación de la revista. Del mismo modo, la razonada explicación de la cauta y prudente política aplicada par don Carlos Antonio López en orden al ejercicio popular de las libertades, parece contener también, implícitamente, una justificación al hecho de la aparición, en ese momento un canto tardío respecto del Rio de la Plata, de una revista como La Aurora. Dice:
¿Que hubiera sido de la República del Paraguay, si el Presidente López al tomar las riendas del gobierno, sin consultar prudentemente la situación del pueblo, hubiese abierto de par en par las puertas de la libertad más ilimitada, y dejado escapar el torrente de pasiones comprimidas por espacio de treinta años?
El resultado, no es dudoso. La dictadura tenía prosélitos; el espectáculo que por veces presenciaba la muchedumbre era el patíbulo; el abuso era ominoso, y pasando del uno al otro extremo tan repentinamente, hubieran pululado las aspiraciones al régimen del terror.
Pero la situación del país hacia 1860 -parece sugerir Bermejo- era de tal tipo que permitía la existencia de una publicación cultural no política dirigida a fortalecer, la índole moral del pueblo.
"Se han nivelado los derechos; ahora se siente la necesidad de nivelar en lo posible las inteligencias, vulgarizando la instrucción en las masas. Esta es la noble misión encomendada a los redactores de La Aurora. Inspirados por un sentimiento de moralidad, escribirán para formar el espíritu y el corazón del pueblo porque alimentan la persuasión de que el pueblo escucha con placer a los que le aman.
Luego de afirmar que "hasta aquí, la política lo absorbe todo", y de declarar que "el periodismo político no debe ser el alimento exclusivo de la inteligencia humana", destaca "lo elevada que es la misión de los paraguayos dedicados a este gran pensamiento" y solicita, en consecuencia, para esa "obra santa" la protección de los padres de familia y de las autoridades de campaña en el sentido de ejercer "su influencia moral... en beneficio de la civilización".
El artículo editorial del primer número -"A nuestros lectores"-, vuelve a referirse a la "santidad" del fin que persigue la revista, y sus redactores confiesan que, con ella, no abrigan "la jactanciosa idea de levantar un monumento literario, ni de escribir bajo el prestigio de ridículas pretensiones", sino que lo hacen impulsados por los "deseos de servir a nuestra patria" y con la final esperanza de que, aún cuando no lograsen su propósito, "conseguiremos la gloria de haber trabajado, que también para los vencidos hay trofeos cuando luchan con perseverancia por el éxito de una buena causa".
.
.
III
SIGNIFICADO DE "LA AURORA"
A) MARCO HISTÓRICO-CULTURAL.
Hacia 1860 la política de desarrollo orientada por el Presidente López con perseverante energía, había alcanzado sus objetivos más importantes en relación con el progreso general del país. Una economía en expansión propulsada por el acrecentamiento de las labores agrícola-ganaderas, la ampliación y diversificación del comercio merced a la obtención de nuevos mercados en Europa y la solida fundamentación de una industria de transformación de gran alcance, había transmutado la fisonomía del país e inducido en sus habitantes a la adopción de actitudes ampliamente favorables al progreso.
Correlativamente a su política económica, el Presidente López cumplió un vasto programa de desarrollo cultural, en cuyo marco se incluyeron la apertura de centenares de escuelas para la educación básica en el interior del país. La creación, en Asunción, de institutos de enseñanza superior. Profesores y técnicos extranjeros –preferentemente británicos-- fueron contratados por el Gobierno para ejercer tareas docentes en esos institutos y para adiestrar, en los lugares de trabajo, a jóvenes escogidos, mientras otros -de escasos recursos- eran enviados a Europa, bajo el régimen de becas, con el mismo propósito.
No creo necesario repetir lo muy sabido respecto de la visionaria preocupación del genial estadista por el desarrollo cultural de su pueblo. Basta decir que su labor en este campo fue profunda y relevante. No solo introdujo la imprenta en el país, sino que fundó y redactó periódicos, y propició la edición de libros. Es de justicia concederle también el titulo de impulsor del teatro paraguayo, pues fue gracias a sus auspicios por lo que numerosas compañías españolas arribaron a Asunción, echando los fundamentos para una vida teatral continua en el país. A estas representaciones -es de presumir que con gusto- no dejaba de asistir el propio presidente y su familia. Finalmente, la plástica paraguaya le debe, asimismo, un reconocimiento profundo.
Pero esta ingente labor, con todo, no podía, en el transcurso de dos combativas décadas -el presidente López asumió el poder en 1841-, configurar una tradición, cultural suficientemente densa y dinámica como para permitir la aparición de grandes creadores. No solo en el pasado colonial el Paraguay había sufrido de enclaustramiento y exilio culturales, sino que la administración del Doctor Francia se vio dolorosamente compelida por las exigencias históricas a prescindir, en favor de la pervivencia independiente de la nación, dial ejercicio de las artes y dial intercambio literario. Precisamente un sobreviviente de ese obligado silencio intelectual, fue Don Carlos Antonio López, un antiguo profesor que, ya en el poder, reveló un considerable talento de polemista, y cuyo estilo literario aun espera el análisis comprensivo y penetrante que lo ubique --con la necesaria aunque demorada justicia-= en su auténtica dimensión de escritor.
La penuria de intelectuales en el país era, por entonces, ostensible. Y quienes lo eran, por lo demás, se hallaban ocupados en ejercicios jurídicos o administrativos y es de presumir que no les restase tiempo o ganas para actividades menos pragmáticas. De hecho, sólo Juan Andrés Gelly -un jurista repatriado- escribe y publica un libro -en 1849 (El Paraguay, lo que fue, la que es y lo que será) Y desde esa fecha no hay libros de autor paraguayo.
En este contexto de penuria intelectual, angustiosamente experimentado por el presidente, debe ubicarse el juvenil experimento de La Aurora.

B) MARCO ESTÉTICO-IDEOLÓGICO, La generación de la que La Aurora constituye el vocero está completamente imbuida de las actitudes y el sistema de pensamiento del romanticismo francés. Los confesados y admirados maestros son Alphonse de Lamartine y Bernadin de Saint-Pierre. Del primero, Natalicio Talavera traduce con fervor discipular la Graziella. Y Paul et Virginie, del segundo, debió pasar con arrobadora admiración de mano en mano. Las revistas publicadas en el Rio de la Plata, así como periódicos y libros, no debieron estar ausentes de su afanosa frecuentación. Eran, sin duda, lecturas caóticas, aluvionales. Pero eran, de todos modos, lecturas en gran medida representativas del espíritu de su tiempo.
Es extraño que de los románticos rioplatenses sólo citen a Magariños. Cervantes, mientras transcriben y citan a autores más alejados geográficamente, como el colombiano Torres Caicedo y el venezolano Abigail Lozano. Del movimiento romántico español apenas hay una alusión a un autor, por entonces, marginal como Emilia Castelar. De esto no parece correcto deducir que ignorasen a los autores mayores, sino simplemente que los citados se hallaban más en consonancia con su línea de preferencias.
Raúl Amaral ha distinguido con rigor las constelaciones románticas en nuestro país. A una "etapa prerromántica" caracterizada por el sentido pragmático de su acción --representada por Don Carlos Antonio López y Juan Andrés Gelly, como figuras mayores - sucede, en 1860, la primera generación plenamente romántica. El líder intelectual es, sin duda alguna, Natalicio de María Talavera. Y el catalizador -pero no el guía o maestro, estético- Ildefonso Antonio Bermejo.
Si bien, como afirma Hugo Rodríguez Alcalá, "la zona de fechas del nacimiento de los principales románticos paraguayos puede determinarse entre 1825 y 1850", el centro cronológico del de los redactores de La Aurora se encuentra más bien hacia 1835. Al aparecer la revista ninguno de ellos supera, pues, los veinticinco años. Y todos, con exclusión de Domingo Parodi, Enrique López y la enigmática Marcelina Almeida, son alumnos del "Aula de Filosofía", del que Bermejo era un ecuménico y atareado profesor.
Lo que antecede revela un hecho significativo: los componentes de la primera generación romántica paraguaya son intelectuales que recibieron íntegramente su educación bajo el régimen de Don Carlos. Los estímulos, las aspiraciones, las expectativas, el sistema de actitudes, la escala de valores y aun el Marco de pensamiento, son los proporcionados por el contexto socio cultural constitutivo de ese régimen, y son, obviamente, esos muchachos las resultantes de la política cultural del presidente.
Creo que en la perspectiva del interés presidencial por formación de núcleos o grupos intelectuales, debe verse la causa de la publicación de una revista como La aurora. Y algo más: ella constituía una suerte de examen o test acerca del nivel de enseñanza y de aprovechamiento logrados en el "Aula de Filosofía", y que debieron ser minuciosamente computados por el severo y antiguo profesor de Artes y Teología desde la Casa de Gobierno.
Un análisis - del contenido de la revista induce a concluir que sus artículos no fueron precisamente productos espontáneos de sus autores. Más bien presentan la apariencia de temas escolarmente impuestos y desarrollados conforme a las pautas ideológicas de la cátedra. Hasta que sobreviene algo que tiene todas las trazas de una ruptura entre maestro y discípulo al nivel de las valoraciones, lo que involucra, claro está, cosmovisiones dispares. Intento demostrar esta impresión en lo que sigue.
El extracto del contenido de los artículos de la revista expuesto paginas atrás, habrá dado alguna idea respecto de su enfoque tanto como de su clima filosófico predominante. En toda la revista la influencia de Bermejo es tal, que es obligado deducir de ese hecho que la misma contiene lo principal de su pensamiento en relación con lo que considera de mas importante de la realidad global. En este sentido, Bermejo revela una extremada mediocridad en sus conocimientos y una correlativa actitud, diríamos hoy, reaccionaria, en relación con el espíritu de su tiempo. Su menesterosidad ideológica lo impele a aposentarse en moradas filosóficas tales como el estoicismo, interpretado de tejas para abajo; en el que un concepto de la virtud moral apto para un sermón de párroco provinciano sustituye al del inmovilismo oriental, sin ninguna gracia ni provecho. Lejos esta Bermejo del senequismo español de un Quevedo, por ejemplo; el no es más que un ejemplar carlista asombrosamente bien hecho y extraviado bajo cielos heréticos como: los de Paris y América, de los que se alejó aún más ciego y entenebrido que antes.
Deben agregarse a su estoicismo moralizante, unos instrumentos crítico-filosóficos provenientes del ruinoso arsenal del escolasticismo español más inepto. Es asombroso, a este respecto, la extraordinaria incapacidad de Bermejo para ubicar las fuentes intelectuales valiosas o, cuando, menos, operantes, y que las había en España dentro de sus propias preferencias filosóficas. Es aterrador comprobar en su caso que sus saberes no iban más allá del tétrico manual de secundaria, a tal punto que no sólo equivoca el real contenido de la filosofía cartesiana e ignora sin rubor a Kant y otras minuciosidades, sino que concibe la Moral como contenida en aforismos y máximas. ¡A una se le pierde el corazón con todo esto!
Todo ello explica que la concepción que se hacía Bermejo del progreso, consistía, no en el adelantamiento de la ciencia, el arte y la industria, sino en la moralidad familiar. Es decir, según su concepción: en un trasvasamiento de experiencias operado de padres a hijos, trasvasamiento que suponía el mantenimiento incorrupto de las virtudes. El pensamiento individual con su correlativa libertad de expresión los concibe coma anarquizantes y, por supuesto, negativos para el perfeccionamiento moral y corruptores de la sociedad. Un plan de vida enteramente adecuado para el asentamiento perfecto de esta, se encuentra en la actualización de las normas cristianas, pero de un Cristianismo tal como Bermejo lo interpreta, es decir, despojado de toda angustia por la trascendencia, de todo temblor por lo divino, para limitarse simplemente a unas formalidades desespiritualizadas, a una beatería empírica atrozmente rutinaria.
Tales principios filosóficos se hallaban en extrema desvinculados del complejo de pensamiento y de expectativas propio de la segunda mitad del siglo pasado, tanto en Europa como en América: Y en lo que respecta al momento paraguayo, tales principios eran sencillamente contradictorios con los que constituían el pensamiento estructurador de la dinámica y creadora sociedad de ese tiempo. Esa sociedad no pareció identificar, por fortuna, a la religión con una moral formulista y esterilizante, ni coma enemiga del progreso científico, ni como obstáculo al desarrollo económico.
Otro punto discrepante de Bermejo respecto del espíritu de su tiempo, reside en su tradicionalismo estético como, obviamente, no podía ser de otra manera. Aunque hay que decir en su descargo y justicieramente que, en cierta Medida, acertó en la práctica relativa a sus artículos de costumbres, donde si su aporte fue actual e importante. No puede decirse lo mismo de su verso y de su prosa de ensayo, en los cuales su contribución fue esencialmente anacrónica y desvitalizada.
Con todo esto, era sencillamente natural que, a la larga, Bermejo encontrase, una enérgica reprobación de sus ideas por parta de la joven generación que surgía impetuosa. Y es lo que aconteció, según parecen revelarlos dos hechos: (1) el articulo "La Ciencia", de Natalicio Talavera, y (2) el visible alejamiento de Bermejo de las últimas ediciones de la revista.
Natalicio Talavera practica en su artículo un exaltado elogio de la Ciencia, y esto, dentro del contexto ideológico de la revista impuesto por Bermejo, es sensiblemente una réplica a las ideas de éste. Talavera se refugia en una extensa cita de Eugenio Pelletan, y agrega, desafiante: "Digan lo que quieran los pesimistas en contra del progreso científico, las eminentes palabras de Pelletan no son efímeras manifestaciones, son hechos reales y positivos que los despiertan. El hombre ha llegado por su saber, a una elevada altura de la abyección en que se vió reducido". Y prosigue más abajo:

". . . Antiguamente además del poco número de personas que cultivaban las ciencias eran el monopolio de la recta, del monasterio, hoy penetra en todos los asuntos, en todos los negocios, llega a los dorados palacios de los reyes, formulando sabias leyes a los pueblos, al gabinete del hombre que piensa para dar empuje a una idea de regeneración social, lo mismo que al hogar del artesano para enseñarle la conveniente aplicación de sus utensilios, a la humilde cabaña, del labrador para penetrar con su corbo (sic) arado en las estéril tierra y hacerla fecunda, para regalar con opimos frutos su honesto trabajo. De aquí su necesidad en todos los ramos de las especulaciones humanas; su aplicación es general, y no resiste, no se cree humillado en descender (sic) a los hechos más humildes y más simples. Allí, pues, no, se cree exento de la necesidad de la Ciencia el individuo aplicado al trabajo más insignificante; despidan de sí ese espíritu de rutina en que se constituyen meras maquinas que no pueden reproducir siempre sino una misma cosa: debe aplicarse a la mejora, al adelanto de su trabajo, todo es susceptible de progreso, y debe perfeccionarlo por medio de la observación y la industria. Su práctica interesa a la sociedad; y el individuo que en ella se comprenda debe levantar una piedra sobre el edificio comenzado, procurar avanzar un paso más en la gran escala de la perfección que llega hasta lo infinito.
El modesto artesano que tiende al adelanto de los objetos de su profesión, el sencillo labrador que encuentra el medio de hacer más productivo el terreno, no hacen menos bien a la humanidad, que el sabio eminente que con la fuerza de su erudición hace desaparecer las dolencias que aquejan a la humanidad".

Y concluye con esta exhortación: "Jóvenes paraguayos que constituís la esperanza de vuestra patria, aplicaos a la Ciencia, ella es la, que enriquece a los pueblos, ella la que constituye la, verdadera civilización de los Estados, vuestra misión es regenerar el vuestro, aplicaos en cultivar vuestro inteligencia para dar empuje a sus adelantos y construir una civilización que hará eterno vuestro nombre".
Nueve páginas más allá de este alegato, responde el maestro en una si es no es directa "Epístola" al arriscado discípulo. Ahí dice:

Cansado de escuchar todos los días,
y oyendo ponderar a cada paso
a graves y sesudos pensadores
del hombre los sublimes adelantos;
y oyendo repetir a cada instante,
que el mundo por la senda va marchando
del bien y la moral, lleno de asombro,
bendigo y compadezco a tanto sabio,
que miran al troves del panorama,
que presenta este mundo desgraciado.
lo más superficial de este progreso
a quien plácemes dan anticipados.
Presumo que la luz que nos alumbra,
y confunde lo bueno con lo malo,
es tan sólo la aurora del destino,
que Dios tiene a los hombres reservado;
que la sana moral esta en mantillas,
que la luz verdadera no alcanzamos,
y que dando tropiezos y rodeos
las tinieblas obstruyen nuestros pasos.

La verdad hasta aquí reconocida,
es paradoja, que el saber humano
presenta a la opinión extraviada
en brillantes discursos, pero vamos.
La realidad se oculta a nuestros ojos,
sin comprender sus míseros arcanos,
y el oropel de campanuda charla
disfraza la virtud con el engaño.

Y, neoclásicamente, se dirige con un apelativo pastoril al muchacho campesino:

Acaso también tú, querido Anfriso,
la máxima al mirar que yo proclamo,
tu orgullo se resienta, y te amostaces,
y ridículo llames e insensato,
al que ingenuo te escribe lo que siente
y a la virtud erige un templo santo.

Luego prosigue, repitiendo sus ideas relativas a lo que él entiende por progreso de la civilización. Dice:

En su loca opinión se obstina el hombre,
y su rara firmeza le ha llevado,
al error, que proclama satisfecho,
sin ver que tras la cruz se oculta el diablo.

Las ciencias matemáticas, la industria,
hicieron sorprendentes adelantos;
más la ciencia moral esta imperfecta
y el corazón del hombre no educamos.
Presente sus estatuas la escultura.
Exhíbame el pintor sus bellos cuadros,
demuéstreme la industria sus labores,
la opulencia su lujo, y sus palacios;
compitan los vapores con el viento,
penetre el aeronáutica en el espacio.


No son estos los signos, que me dicen,
que al progreso moral vamos andando.
De un pueblo quiero ver las sabias leyes,
sus códigos divinos y profanos;
monumentos morales, que atestigüen
la santa ley del corazón humano.
¡Naciones que ostentáis con necio orgullo,
vuestros arcos triunfales y teatros!

¡Demostrad los principios que os dirigen!

No libros; no doctrinas os demando,
sino acciones sublimes, sentimientos,
del progreso moral eterno lauro.

Etcétera. No parecen, ciertamente, fortuitas estas apasionadas tomas de posición. Máxime cuando, a partir de esta epístola, la firma de Bermejo desaparece de las páginas de la revista, y esta acoge unas colaboraciones relativas a temas no propiamente bermejianos como los temblores de tierra y la Geogenia. Además, se unen a estos artículos otros que tratan del patriotismo, siendo uno de ellos, precisamente, remitido desde Londres a Natalicio Talavera. Lo cual hace plausible la hipótesis de que el joven guaireño no solo se hizo cargo de la revista sino que, con su actitud rebelde, asumió el liderazgo generacional.

Conforme a lo que puede trabajosamente extraerse de los, en gran medida, sometidos artículos de La Aurora, los rasgos esenciales de esta generación se hallan en:
a) su afanosa actitud por la actualización cultural;
b) su ingenuidad estética orientada por pautas románticas francesas, pero sin desconocer las hispanoamericanas; y
c) su entusiasta adhesión al progreso, por su fervor patriótico -que no excluye el sentido crítico de la realidad nacional y, extrañamente, por su contención ideológica y expresiva.

C) CONCLUSIÓN. Este articulo se ha reducido a describir y a interpretar brevemente algunos aspectos, a mi juicio, relevantes, de la primera revista paraguaya. No es esta precisamente lo que se entiende hoy día por una revista literaria. Es una revista popular, apta para la familia, estructurada conforme a, los gustos predominantes en el siglo pasado para ese tipo de publicaciones. Creo, además, que el auspicio oficial que le dio vida obedecía a razones de político cultural, al mismo tiempo que a un solapado propósito de examen de los resultados educativos del "Aula de Filosofía", del cual era, de hecho, el portavoz. En razón de las vicisitudes de nuestra historia cultural, La Aurora constituye, sin embargo, la primera publicación susceptible de aceptarse como exclusivamente literaria. Por ese hecho contingente y exterior a la propia revista, esta adquiere sumo importancia como documento revelador y fuente de las iníciales muestras estéticas de la primera generación literaria nacional, dolorosamente frustrada por la muerte prematura de la mayoría de sus miembros en el gran cataclismo posterior de la guerra.

De tal modo que el significado de La Aurora dentro del proceso histórico de nuestra literatura, se concentra en estos tres esenciales aspectos:

1º) Contiene las primeras manifestaciones editas de la narrativa nacional (los cuadros de costumbres, de Bermejo, y el relato "Influencia de la sobriedad en la duración de la vida", de Talavera).

2°) Contiene el primer poema netamente romántico de la poesía paraguaya ("La pecadora", de Marcelina Almeida), además de documentar la aparición de la primera mujer escritora entre nosotros.

3°) Contiene la primera polémica generacional de la literatura paraguaya, con lo que permite elaborar, con base histórica concreta, una periodología de nuestras letras.
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