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miércoles, 18 de agosto de 2010

LUISA MORENO DE GABAGLIO - LA CELDA No. 7 (CUENTO) / Fuente: TALLER CUENTO BREVE - VEINTITRES CUENTOS DE TALLER (1988).


LA CELDA No. 7
Cuento de
LUISA MORENO DE GABAGLIO
(Enlace a datos biográficos y obras
En la GALERÍA DE LETRAS del
www.portalguarani.com )
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LA CELDA No. 7
Siguiendo una corazonada decidí visitar a Jacinto Recalde; en ese extraño suceso había algo que nadie comprendía, y yo quería averiguar. Compré un paquete de cigarrillos y me identifiqué en la guardia. Me negaron la entrada, que no se podía, que hacía falta una autorización. Busqué en el bolsillo lo que en esos casos suele ser irrebatible y enseguida uno de ellos me acompañó hasta un largo pasillo, me señaló la celda número siete y se marchó. Por ambos frentes los internos me curioseaban, algunos con rencoroso silencio, otros apedreándome con toda clase de obscenidades. Era como transitar un territorio prohibido donde soplaba una fría repulsa hacia mi persona.

Acerqué un banquito a la reja del siete, prendí un Marlboro y sonreí a Jacinto Recalde; éste vino hacia mí, estaba desnudo y hedía como un puerco; de pronto saltó y se prendió a la verja.

¿Vino al zoológico para ver a los monos? ¿Me trajo bananas? Yo esperaba este recibimiento y traté de mantenerme sereno; le ofrecí un cigarrillo, aceptó y se quedó con la cajetilla, cuando le dí fuego, nuestras miradas se tocaron y pactamos; él, como replegándose un poco; yo, solidario. El puente estaba tendido y comenzaron a cruzar las palabras; de sopetón le pregunté: ¿Por qué está usted aquí, Recalde?

Porque el Verbo se hizo carne y habitó entre nosotros. Por culpa del Verbo.

Le clavé el índice y dije con firmeza: usted sabe que eso no es verdad, sabe que lo trajeron por atentar contra el pudor público, por...

¡Cállese!, estoy aquí por intento de asesinato, ¿y qué? Fue en defensa propia, él tuvo la culpa, maldito sea, la próxima vez no fallaré.

¿Pero a quién se refiere? Los periódicos no mencionaban ningún crimen.

Los peores crímenes no se comentan amigo, en este caso fui yo la víctima; él me perseguía minuto a minuto, me torturaba, se ensañaba conmigo y yo no podía defenderme, no podía hablar...

Noté que sudaba y le temblaban los labios, pensé dejar eso, huir de ahí, pero velozmente me agarró del cuello de la camisa y su aliento azufrado me quemó la cara.

Usted fue mi compañero de trabajo, de lucha, sabe cuando el despertador estalla dentro de la cabeza a las cinco de la mañana de todos los días del ario, y tiene que ponerse el uniforme, manso y obediente, para estirar la carga de cualquier carrero hijo de puta que empuñe la picana. Nos marcan el rumbo a picotazos y nos obligan a usar el uniforme para disimular la llaga, el dolor, la vieja servidumbre, y allá vamos rumiando con lentitud bovina el amargo bolo de nuestra mediocre existencia.

Con dos ojeadas se percató de que seguíamos solos y continuó:

El uniforme es un arma secreta y poderosa, lo supe aquella noche en que el saco estaba colgado de la percha, y ví que los botones fulguraban como ojos felinos en la oscuridad. Supe que vigilaba cada uno de mis movimientos y esperaba con ansiedad lasciva entrar en contacto conmigo; al vestirlo, sentía que mis articulaciones chirriaban como bisagras, mis huesos tenían la frialdad del metal, y la boca se me llenaba de un sabor a herrumbre, mi cerebro sólo registraba órdenes, órdenes, órdenes. Nos tienen codificados, cualificados, y nos programan mediante el uniforme.

Sus ojos saltones giraban sin control, por fin me soltó dándome un empujón y me desplomé sobre el taburete, yo estaba un poco mareado y me quise incorporar, pero se aferró de nuevo a mi solapa, excitado, resollando con dificultad y me deslizó al oído una voz pastosa.

¿Se acuerda cuando nos visitó en la empresa aquella delegación extranjera? Esa mañana el carrero me había dicho: “Recalde, es muy importante quedar bien con esta gente, usted tiene que convencerlos de nuestra larga experiencia en el ramo, por algo somos los únicos en toda América del Sur. Yo tenía que explicarles cómo funcionaba nuestro sistema interno; la libertad de acción, el ambiente cordial, las bonificaciones, el seguro social... Escuche Ramón, usted también tiene que destruir el uniforme, sálvese antes de...

Recalde quedó lívido y silencioso como si se le hubiera apagado la memoria, pero yo sí recordaba muy bien; el tenía el micrófono en la mano y una ancha sonrisa de imbécil, apenas pudo decir "Distinguidos visitantes...", y empezó a rascarse como un mono y el discurso se le atragantaba entre risotadas... "Y la libertad, ja, ja". "Y la jubilación nos van a..." Tiró el micrófono, la gente se ponía de pie, atónita, sin comprender que Recalde estaba sufriendo algo inhumano, lo último que dijo fue: "y nuestro seguro social" y ahí se echó a llorar como un niño y comenzó a desnudarse ante el asombro de todos y amontonó su ropa sobre la mesa y le prendió fuego.

Mientras los de guardapolvos blancos le ataban la camisa, él cantaba a gritos: "Santa Marta, Santa Marta tiene tren, Santa Marta tiene tren pero no tiene tranvía". Cuando me alejé de la celda número siete, Recalde murmuraba algo que parecía una plegaria.
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LUISA MORENO DE GABAGLIO
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TALLER CUENTO BREVE
Dirección:
Talleres Gráficos
EDICIONES Y ARTE S.R.L.,
Asunción-Paraguay 1988 (136 páginas).
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