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martes, 20 de julio de 2010

HÉRIB CAMPOS CERVERA - POESÍAS COMPLETAS Y OTROS TEXTOS / Edición: MIGUEL ÁNGEL FERNÁNDEZ / BIBLIOTECA VIRTUAL CERVANTES (LIBRO DIGITAL 100%)

POESÍAS COMPLETAS Y OTROS TEXTOS
Edición, introducción,
bibliografía y hemerografía
Autor MIGUEL ÁNGEL FERNÁNDEZ
Editorial EL LECTOR, 1999
Tapa: LUIS ALBERTO BOH
Versión digital:


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** Figura emblemática de la poesía paraguaya moderna, Hérib Campos Cervera fue no sólo un poeta de gran valía sino también un hombre entero, un intelectual comprometido con la causa popular. Desterrado dos veces de su patria, la muerte le sorprendió en 1953 en su exilio de Buenos Aires, a los cuarenta y ocho años de edad. Tres años antes había publicado su único libro de poemas, CENIZA REDIMIDA, donde había reunido textos escritos entre 1932 y 1950. Dieciséis años después se publicaron en Asunción, en carácter de homenaje, cuatro poemas póstumos bajo el título de HOMBRE SECRETO. Quedaron inéditos numerosos poemas de su fase postmodernista, una obra de teatro, JUAN HACHERO, y otros textos en prosa. La presente edición reúne por primera vez prácticamente la totalidad de su obra poética, junto con JUAN HACHERO y otros textos en prosa. EDITORIAL EL LECTOR.
INTRODUCCIÓN - UNA VIDA DE POETA
Hérib Campos Cervera nació el 30 de marzo de 1905 y murió en Buenos Aires el 28 de agosto de 1953. Fueron sus padres Hérib Campos Cervera de la Herrería, periodista paraguayo fallecido en Madrid en 1921, y Alicia Díaz Pérez, hermana del polígrafo español Viriato Díaz Pérez, radicado en el Paraguay desde 1906.
La vida y la trayectoria intelectual del autor de Ceniza redimida son todavía insuficientemente conocidas. Una infancia desdichada, lejos de sus progenitores, parece haber marcado hondamente toda su vida, y en su poesía tal vez se encuentren las huellas de esta primera etapa de su existencia. Su adolescencia y juventud no habrían sido afortunadas. En la época en que publica sus primeros poemas en las revistas ARIEL y JUVENTUD (1923) estudia, como interno, en el Colegio San José, al cual menciona constantemente como «cárcel» en un Diario de ese mismo.
En 1923 se fundó la revista JUVENTUD -Cuyo primer director fue el poeta Heriberto Fernández (1903-1927)-, identificada con toda una generación de poetas y escritores, algunos de ellos malogrados tempranamente. Hérib colaboró en dicha revista y en publicaciones de la misma época como Ideal y Alas, esta última dirigida por José Concepción Ortiz (1900-1972), que fue también el último director de Juventud, en 1926.
Durante la década del 20 y la primera mitad de la del 30 la poesía de Campos Cervera, dispersa en diarios y revistas, se mantiene dentro del ámbito estético de esa generación, que fue, en líneas generales, la del Postmodernismo, período mal conocido y poco valorado en lo que respecta a la poesía paraguaya.
En 1931 Hérib sufrió su primer destierro a causa de su participación en los sucesos del 23 de octubre. Vivió durante algún tiempo en Buenos Aires, donde trabó relación con figuras destacadas de la intelectualidad porteña, como Francisco Romero, Luis Juan Guerrero (quien lo puso en contacto con la filosofía de Heidegger), Amado Alonso (filólogo español que por entonces dirigía el célebre Instituto de Filología de la Universidad de Buenos Aires), Raimundo Lida y otros. Noticias sobre esta etapa de su vida se encuentran en las cartas que escribió a sus amigos José Concepción Ortiz y Vicente Lamas. Después pasó a residir en Montevideo, donde coincidió con otros exiliados paraguayos como Anselmo Jover Peralta (1895 -1970) y Natalicio González (1897-1966), que posteriormente tendrían destacada actuación en regímenes políticos muy diferentes entre sí. Por entonces, ya Campos Cervera se hallaba definido como un «hombre de izquierdas», pero es difícil, por ahora, delinear con precisión su proceso ideológico.
Es posible que en los primeros tiempos haya sido influido por las reivindicaciones sociales del anarquismo, todavía importante en la década del 20 como ideología sindicalista, y por el socialismo marxista en los años de exilio en la Argentina y el Uruguay. Cuando pudo regresar al Paraguay, hacia fines de 1935, siguió militando políticamente desde posiciones de izquierda y, según testimonio de Sinforiano Buzó Gómez, se adhirió en 1936 al movimiento revolucionario del 17 de febrero. Otros afirman que en esos años se afilió al Partido Comunista.
En Montevideo extravía, o se los secuestran, una novela terminada, Hombres en la selva, y el Romancero del destierro, del que se habría salvado de la destrucción únicamente el poema «23 de Octubre». Pero, pese a las penurias del exilio, Campos Cervera tiene la oportunidad de profundizar sus conocimientos literarios y filosóficos y, sobre todo, de abrir su sensibilidad poética a las nuevas corrientes literarias que están renovando, en esos años, la poesía y la prosa en América y Europa. García Lorca, que estuvo en el Río de la Plata en 1933, y a quien Campos Cervera parece haber conocido, le impresiona profundamente. Le dedica, en Ceniza redimida, un poema, «Federico», y algunas composiciones de ese libro dejan ver la huella estilística del Romancero Gitano.
Se comprende, entonces, que con este bagaje cultural, con sus nuevas ideas sobre la literatura y sobre su propia praxis poética, Hérib se haya convertido -junto con Josefina Plá, que regresa de España en 1938- en el centro de un movimiento que tiene como participes, entre otros, a Augusto Roa Bastos, Óscar Ferreiro, Ezequiel González Alsina y Hugo Rodríguez Alcalá, los cuales pasarán a ser conocidos en la historiografía literaria paraguaya como integrantes del «grupo del 40». El cenáculo «Vy'á raity» es el lugar de encuentro de aquellos jóvenes escritores -a quienes se unirá más tarde Elvio Romero- y sus producciones van apareciendo en el diario El País y en revistas como la del ATENEO PARAGUAYO y NOTICIAS.
Entretanto, el poder político ha caído en manos del General Morínigo, que instaura un régimen autoritario simpatizante del nazi-fascismo entre 1940 y 1948. En 1947 estalla la rebelión de un sector del ejército, con el apoyo de los partidos políticos democráticos, que resulta derrotada. Para Campos Cervera será motivo de un nuevo exilio que durará hasta su muerte en Buenos Aires, seis años después.
En este último período de su vida, signado por el destierro definitivo, el autor de Ceniza redimida prosigue su actividad literaria sin desvincularse de la patria. Se afirma su voz poética y reúne los materiales que considera rescatables para su primer y único libro de poemas, que publica la Editorial Tupa, dirigida por Anselmo Jover Peralta, en 1950.
Posteriormente escribe algunos poemas, recogidos en un breve cuadernillo póstumo titulado Hombre secreto; un relato, «El buscador de fe»; una novela corta, El ojo enterrado, que se ignora si llegó a concluir y que se ha extraviado, una pieza teatral, no estrenada hasta hoy y que en este volumen se recoge por primera vez, y, en fin, prepara una historia de las ideas en el Paraguay, probablemente también inconclusa.
Esta vida de gran intensidad existencial e intelectual se apagó el 28 de agosto de 1953. Su muerte privó al Paraguay de una de sus grandes voces poéticas y de una personalidad fundamental en el desarrollo de la cultura moderna en el país.
Humberto Pérez Cáceres, que fue su amigo y compañero en la Redacción del diario DEMOCRACIA, de Buenos Aires, recogió sus últimas palabras para el pueblo a cuya causa se había entregado desde su juventud: «Que nuestros artistas, nuestros escritores, nuestros luchadores de la causa de la libertad -le dice un día antes de su muerte- jamás olviden que toda su batalla debe tener por brújula lo nacional. Nada podrá ser construido con sentido de perennidad si se olvidan las profundas raíces nacionales. El arte, la política, el quehacer cultural, deben beber los zumos mejores de la nacionalidad. El proceso tiene este itinerario de lo nacional a lo universal, no a la inversa. Que no haya arte inútil, que no haya belleza divorciada del pueblo. El pueblo, su servicio, su redención, su felicidad, su justicia, deben constituir los motivos de todo trabajo. Lo nacional, Humberto, nuestro país, nuestros hombres, nuestros campesinos y obreros, nuestras mujeres. Es a ellos, a su elevación, que los artistas deben dedicar todos sus esfuerzos».
OBRA - PRIMERAS PUBLICACIONES
Hérib Campos Cervera publica sus primeros poemas bajo el seudónimo de Alfonso Monteverde en JUVENTUD y ARIEL en 1923. Un año después, lo hace en la segunda de estas publicaciones con su propio nombre.
Previsiblemente, esos primeros textos se hallan marcados por la influencia -todavía preponderante en la poesía paraguaya a principios de la década del 20-, del modernismo rubendariano. Se trata de poemas de contenido sentimental muchas veces, de tono elegíaco en ocasiones, como cuando llora la muerte de algunos amigos. Difícilmente se podrá entrever en ellos la dirección poética que lo llevará a ser una de las figuras principales de la modernidad literaria del Paraguay. No obstante, se advierte ya su voluntad estética y su capacidad de configuración artística.
Esta primera fase durará apenas unos cinco años. Al mismo tiempo que otros poetas de su generación -la generación de la revista JUVENTUD, que fue el más persistente e influyente medio de comunicación literaria en la tercera década del siglo-, como Heriberto Fernández (el fundador y primer director de esa revista), José Concepción Ortiz y Vicente Lamas, su poética se irá acompasando con la de sus coetáneos hispanoamericanos y españoles, más allá del modernismo.
CAMPOS CERVERA Y EL POSTMODERNISMO
El Postmodernismo, período poco estudiado de la poesía paraguaya, tuvo, sin embargo, figuras de gran relieve en Hispanoamérica, y, en el Paraguay, algunos de sus mayores poetas dieron sus mejores frutos dentro de la Poética postmodernista. Tal es el caso de los poetas ya mencionados antes, y, por lo demás, las figuras fundadoras de la «poesía nueva» en nuestro país -Hérib Campos Cervera y Josefina Plá- realizaron parte importante de su obra dentro del marco de este período poético. Curiosamente -pero también comprensiblemente-, al imponerse el cambio hacia la modernidad literaria, el Postmodernismo -en todo el mundo hispánico, y sobre todo en el Paraguay quedó oscurecido por las nuevas tendencias estéticas.
Así, en la historiografía literaria paraguaya suele pasarse del Modernismo al Vanguardismo -concepto que debe revisarse críticamente en nuestro ámbito-, marginalizándose hechos de indudable valía poética.
En lo que se respecta a la poesía de Campos Cervera, cabe señalar que alrededor de 1928 se acentúa en sus versos la tendencia a depurarlos del efectismo retórico que caracterizó al Modernismo en algunos de sus momentos cenitales. Aparecen entonces los temas cotidianos y un tratamiento expresivo de mayor sencillez, más cercano, si se quiere, a las formas coloquiales, como ocurre con el poema «Las rayas de Fraunhofer», con la que se inicia la segunda sección de estas Poesías completas. La sencillez formal se consolidará en poemas posteriores hasta alcanzar una especie de grado cero en los «Dos poemas de Buenos Aires», en que se impone la temática de lo cotidiano, o en el «Poema a un héroe proletario», de fuerte contenido social y político.
El Postmodernismo en la poesía de Campos Cervera -como sucede, con otros matices, con la poesía de Josefina Plá- es un precedente valioso de sus versos de madurez, desarrollados ya a partir de otras bases estéticas.
LA "NUEVA POESÍA" DE CAMPOS CERVERA
Al promediar la década del 30 Campos Cervera regresa de su primer exilio a su tierra. En Montevideo y en Buenos Aires ha tomado contacto con las nuevas corrientes en el pensamiento y en la literatura. Josefina Plá también regresará de España donde ha leído la poesía de las generaciones del 27 y del 36 y ha visto la tragedia de la guerra civil tres años después. Ambos fundarán la nueva poesía paraguaya, delineando con sus versos y con su prédica teórica una práctica literaria afín a la de los grandes creadores contemporáneos de lengua castellana.
En la poesía de Hérib desaparece todo vestigio del Modernismo y se incorpora en cambio el temple (stimmnung) y los recursos expresivos de una corriente poética consolidada en las voces de algunos poetas de la generación hispánica (Hispanoamérica y España) del 25 ó 27, entre los cuales se cuentan Vallejo y García Lorca, Neruda y Alberti, y después en la del 36 y la del 40, generaciones estas últimas caracterizadas plenamente ya por rasgos postvanguardistas.
Campos Cervera tardará muchos años en reunir en libro sus poemas de este período. Lo hace al fin al cumplirse el medio siglo, en Ceniza redimida, la única obra organizada por él mismo.
CENIZA REDIMIDA
La primera edición de Ceniza redimida apareció entre fines de junio y principios de julio de 1950. En una carta a Óscar Ferreiro, fechada en Buenos Aires el 27 de junio de ese año, su autor le dice que apareció el mismo día en que nacía su tercer hijo, Hérib III , o sea el 20 de junio. Sin embargo, el colofón del libro dice que se terminó de imprimir el 5 de julio. Poco menos de un mes después, en una nueva carta a Óscar Ferreiro y a su esposa, Ana Iris, Hérib les dice que el editor aún no le ha entregado ejemplares de su libro. Hecho curioso: según noticias que da el propio Hérib en carta a Óscar Ferreiro, del 27 de junio, el libro había tenido un gran éxito de crítica en LA PRENSA del 21 de mayo y en LA NACIÓN del 11 de junio, es decir, antes de las fechas de aparición dadas por el autor y el editor respectivamente.
Como quiera que fuese, en agosto o setiembre de 1950 el libro debió llegar a Asunción, causando un impacto considerable en el ambiente literario paraguayo. Aunque buena parte de los poemas contenidos en el libro eran ya conocidos por haberse publicado antes en diarios y revistas de Asunción y de Buenos Aires, su reunión en un volumen constituyó un acontecimiento capital en la historia de la poesía paraguaya moderna y la influencia estética del autor se hizo aún más notoria en la formación del gusto poético de esos años.
Ceniza redimida contiene poemas de un lapso de cerca de veinte años. En la copia de los originales preparada para la imprenta, constan, bajo el título, entre paréntesis, las fechas (1932-1950). En efecto, hemos podido verificar, en un original manuscrito del poema «Símbolo muerto», la datación de 1932. No obstante, cabe conjeturar que en muchos casos los textos fueron reelaborados en el transcurso de los años hasta llegar a la forma definitiva del libro, en el que raramente se hallarán altibajos estilísticos. Con la datación de buena parte de los textos de Campos Cervera en la presente edición de sus Poesías completas, se pretende avanzar en la comprensión del proceso estilístico de este autor.
En líneas generales, puede apreciarse que su poesía posterior a 1935 -año en que regresa al país tras su primer exilio- asume paulatinamente algunos de los rasgos característicos de la poesía moderna, en particular los de poetas hispanoamericanos y españoles como Pablo Neruda, César Vallejo, Nicolás Guillén, Federico García Lorca y Rafael Alberti. No obstante, es innegable que una nota peculiar asoma tempranamente en la escritura poética de lo que podríamos llamar su tercer período. Ella procede, posiblemente, de una reflexión crítica sobre la forma postmodernista de su fase anterior a la luz de las nuevas tendencias literarias, así como a la forma interior de su lenguaje, determinada por su particular experiencia del mundo -que, por lo demás, encuentra su correlato teórico en dos manifestaciones diferentes, pero no definitivamente inconciliables, como el materialismo histórico y la filosofía existencial, que marcaron el pensamiento y la praxis literaria y político-social del poeta.
Por otra parte, debe tenerse en cuenta que la poesía castellana moderna, en la época en que se afirma la expresión poética de Campos Cervera -esto es, a fines de la década del 30 y principios de la del 40- entra en un período de asentamiento y moderación en los recursos expresivos, pasado el momento de ruptura con la tradición que caracterizó a los diversos vanguardismos históricos tanto en Europa como en las Américas, particularmente en lo que se refiere a las formas métricas, sin por ello renegarse de las conquistas expresivas y de las aperturas temáticas de la Modernidad. La generación española del 36 -y su antecedente del 27-, la argentina del 40 -con maestros de la generación anterior como Mastronardi y Borges- y la brasileña del 45, son ejemplos de esta tendencia de la poesía moderna que en la historiografía literaria se conoce como Postvanguardismo. Grandes figuras de la primera generación vanguardista iberoamericana, como César Vallejo (el de los Poemas humanos y España, aparta de mi este cáliz), Pablo Neruda (a partir del Canto General), Manuel Bandeira y el más joven Carlos Drummond de Andrade, acompañan este proceso con obras capitales en ese período.
Sin duda, es en este ámbito poético donde se comprenden mejor las características métricas de algunos poemas de Campos Cervera, en que el verso alejandrino se plasma con hondas resonancias, y el octosílabo y el hexasílabo convocan la gracia antigua y a la vez moderna del verso castellano de arte menor. Incluso en los poemas de versos libres se halla presente un sentido del ritmo que se afirma plenamente en estructuras poéticas de notable rigor formal y fuerte carga significativa.
HOMBRE SECRETO
Entre la publicación de Ceniza redimida y la muerte del poeta median apenas tres años. En ese lapso escribió cinco poemas, de los cuales cuatro fueron reunidos en la sexta entrega de los CUADERNOS DEL COLIBRÍ, en 1966.
En este opúsculo poético reaparecen, afirmados, los motivos capitales de su poesía: la existencia agónica, la reivindicación social-projimista y la esperanza revolucionaria. La expresión poética, salvo alguna reminiscencia lorquiana en uno de los poemas («Responso») define una voz cada vez más personal, entrañable y grave.
La muerte (su propia muerte) interrumpió el canto y la vida del poeta unos meses después de cumplir los cuarenta y ocho años. Ese mismo año de 1953, ante el fallecimiento de Paul Eluard, escribió su hermosísimo poema «Tu nombre sobre el muro». En él se encuentran unas palabras finales que podrían referirse también al gran poeta paraguayo: «Ese pastor nocturno de la libertad / era la dignidad del hombre...»
UNA SÍNTESIS POÉTICA
Acaso un poema como «Un puñado de tierra» -el primero de Ceniza redimida pero probablemente uno de los últimos que escribió para ese libro-, pueda ser considerado como una síntesis de los entrañables universos significativos de su poesía. Allí están expresados, en efecto, el hombre agonista y el desterrado solidario con el pueblo largamente oprimido de la patria, el paisaje desolado de una tierra ensangrentada por enfrentamientos fratricidas incitados por intereses extraños a la colectividad, así como los laberintos incandescentes de un espíritu en perpetua vigilia, radical y definitivamente opuesto a la injusticia y el despotismo.
PROSA DE POETA
A lo largo de su práctica literaria, signada por la poesía, Campos Cervera escribió también artículos, ensayos y prosas de contenido descriptivo y aliento poético, así como una obra de teatro que no ha conocido la escenificación, Juan Hachero.
Si bien hoy lo que se sigue imponiendo es su poesía, la prosa -casi siempre destinada a la hoja periodística- merece ser rescatada del olvido. En este volumen se recogen algunos de esos textos, valiosos como suelen ser las prosas de poeta y que muestran un aspecto desconocido de su personalidad literaria.
NUESTRA EDICIÓN
En este volumen se editan por primera vez los textos poéticos anteriores a los que el poeta reunió en su libro Ceniza redimida en 1950.
La transcripción de esos textos se ha hecho a partir de manuscritos originales o de copias mecanografiadas por el propio autor, con correcciones de su propia mano y en la mayoría de los casos con su firma. Se ha trabajado sobre los mismos originales o sobre fotocopias. En algunos casos, los textos han sido tomados de los diarios o revistas en que el poeta colaboraba.
Para los poemas de Ceniza redimida, se ha tomado como base la edición de Alcándara Editora -preparada por el responsable de la presente edición en 1982-, que corregía la de 1950. Se han tenido también a la vista los originales mecanografiados con destino a la primera edición, así como diversos originales autógrafos o mecanografiados por el autor y entregados a amigos como Óscar Ferreiro, José María Rivarola Matto y Adalita Ayala Cabeda.
Iguales procedimientos se siguieron para la sección de «Poemas no incluidos en Ceniza redimida» y para la de «Hombre secreto».
La obra teatral Juan hachero ha sido transcripta de una copia mecanografiada, corregida, datada y firmada por el autor.
Los artículos y ensayos proceden de publicaciones periodísticas y de copias mecanografiadas. El texto narrativo «El buscador de fe» y la prosa «Estampa de la selva y el desierto» se han transcripto de copias mecanografiadas que se hallaban en poder de Adalita Ayala Cabeda (ya fallecida).
En todos los casos en que ha sido posible, se han consignado el lugar y la fecha de redacción, constando entre corchetes los periódicos en que fueron publicados.
AGRADECIMIENTOS
El Editor agradece a las numerosas personas que le auxiliaron en el transcurso de los años en la tarea de recopilación de los materiales incluidos en esta edición. Consigna especialmente los nombres de Josefina Plá, Óscar Ferreiro, José María Rivarola Matto, Rodrigo Díaz Pérez y Alicia Campos Cervera. En la última fase del trabajo contó con la ayuda de Rivonildo da Silva. Empero, su gratitud se extiende a muchos otros que de una u otra manera colaboraron para el logro de esta edición.
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Asunción, enero de 1996
MIGUEL ÁNGEL FERNÁNDEZ
Universidad Nacional de Asunción
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BIBLIOGRAFÍA SUMARIA
* ANDERSON IMBERT, Enrique: Historia de la literatura hispanoamericana. II, Época contemporánea, F. C. E., México, 1961.
* BUZÓ GÓMEZ, Sinforiano: Índice de la poesía paraguaya, 3ra. edición, Niza, Asunción, 1959.
* CAMPOS CERVERA, Hérib: Ceniza redimida, Editorial Tupa, Buenos Aires, 1950.
* CAMPOS CERVERA, Hérib: Hombre secreto, Cuadernos del Colibrí, Ediciones Diálogo, Asunción, 1966.
* CENTURIÓN, Carlos R.: Historia de la cultura paraguaya (2 tomos), Asunción, 1961.
* FERNÁNDEZ, Miguel Ángel: «Literatura paraguaya contemporánea». La Gaceta del Fondo de Cultura Económica, Nº 82, México, Junio de 1961.
* FERREIRO, Óscar: «Hérib Campos Cervera en el 10º aniversario de su muerte». Alcor, Nº 27, Asunción, Noviembre-Diciembre de 1963.
* PÉREZ MARICEVICH, Francisco: «Campos Cervera, Hérib», art. del «Pequeño diccionario de la literatura paraguaya». Comunidad, año X, Números 391 al 395, Asunción, 1965.
* PLÁ, Josefina: «Hérib Campos Cervera». Alcor, Nº 13, Asunción, Julio-Agosto de 1961.
* PLÁ, Josefina: Literatura paraguaya del siglo XX, 2da. edición, Comuneros, Asunción, 1972.
* ROA BASTOS, Augusto: «La poesía actual en el Paraguay». Revista del Ateneo Paraguayo, Año 4, Nº 11, Asunción, Enero de 1946.
* RODRÍGUEZ ALCALÁ, Hugo: Historia de la literatura paraguaya, Ed. de Andrea, México, 1970.
* RODRÍGUEZ ALCALÁ, Hugo: «Hérib Campos Cervera, poeta de la muerte», en Korn, Romero, Güiraldes, Unamuno, Ortega... México, 1958.
* VALLEJOS, Roque: «Dimensión agónica de Campos Cervera». Alcor, Nº 27, Asunción, Noviembre-Diciembre de 1963.
* VILLAGRA MARSAL, Carlos y BAREIRO SAGUIER, Rubén: «La última voz de Hérib». Alcor, Nº 4, Asunción, Junio de 1956.
* WEY, Walter: La poesía paraguaya. Historia de una incógnita, Montevideo, 1951.

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CENIZA REDIMIDA

TESTINOMIO
I
No sé: yo no podría nombrarlos de otro modo
que enterrando en las venas sedientas de la pólvora
sus simples iniciales de símbolos caídos.

Este que está a mi lado, redimido de luces,
palpando espesos muros de abrumados silencios;
o aquel en cuyos párpados
se demoró el relámpago del plomo,
no fueron al estrago, no acudieron al riesgo
mortal, ni al alto duelo
contra el nivel pesado del agua traicionada;
no se echaron de bruces detrás de la pequeña
frontera de sus huesos
para vestir de mármoles y nubes
la fragorosa arcilla combatiente
de su dulce estatura.

No serviría de nada labrarles una máscara
a quienes desde siempre
nacieron y habitaron entre chispas de piedra.

No. Eran otros los rumbos que imantaban los pasos
de estos inaccesibles guerrilleros del alba.
No fueron al encuentro de una selva de bronce;
no buscaron metales solemnes, no quisieron
anchas investiduras, ni charangas, ni cantos.
Simplemente
bajaron a morir para dejarnos
otro tiempo más limpio y otra tierra más clara;
algún laurel más alto y un aire más sencillo;
otra categoría de nubes y otra forma
de dar un aposento, de nombrar una cosa;
o acaso otra manera de abrir una ventana
para llamar al Día del Hombre Venidero.

¿Cómo escribir siquiera la cifra que llevaron
sin lastimar el polvo de sus nombres?

No puedo hablar de lágrimas
frente a esta primavera de espigas derrumbadas,
porque ellas no besaron las márgenes del llanto
en esos días inmensos en que el rayo buscaba
nada más que la talla del Hombre para herirla.

Si hoy nosotros estamos de pie sobre este cieno,
es porque el firme fuego de todo aquel calvario
trabajó los cimientos de este cieno.

Si mañana tocamos la espada del rocío,
es porque ellos tendieron un puente hasta el acero
y nos dieron su trigo, sus hondos minerales
y el Norte y la medida del camino.

II
Porque yo les he visto sosteniendo sus hierros,
en el trance total de estar doblados
sobre el pétalo oscuro de la sangre.

Yo estaba en el costado de la furia,
cuando ellos manejaban las aristas del trueno;
los he visto poblando de centellas azules,
las heladas esquinas de la noche.

Yo he visto el amarillo sendero que dejaba
la bandera asediada;
allí donde ella estaba
el estambre infalible de mi pequeña brújula
hallaba el brillo honrado del metal de una frente,
buscando su trinchera o su mortaja.

III
Y ahora, decidme, vosotros,
taciturnos sobrevivientes del crucial torrente;
piedras abandonadas
en la huella caliente del combate;
cal todavía sonriente sobre el alto
paredón de la muerte:
¿de qué rocas del tiempo
viene esta arena erguida que atraviesa
los párpados del aire enfurecido?
¿De qué profundo sueño están viviendo
estos ángeles claros que van hacia la lluvia,
con sus rugientes números de filos justicieros?

¿Y estos pájaros roncos que castigan
las ventanas del día?

¿De qué venas en llamas
o a través de qué dulces dominios navegantes
emergen estas aguas levantadas y alertas
que, minuto a minuto, configuran el torso,
las arterias pacientes y el rostro de diamantes
de estos vertiginosos varones del castigo?

Yo pregunto;
yo quiero que me digan el nombre
del Capitán caído debajo del silencio
de la piedra final y del madero
en cruz.

Yo quiero que me nombren el número preciso
de aquellas simples manos de labor derramadas,
desde el Norte, de rayos torrenciales,
hasta la desolada cintura de las islas.

Quiero que me denuncien la dignidad y el orden
de esta desamparada cosecha interrumpida.

Necesito bajar hasta el obscuro
nivel de la tormenta encadenada
y hacer el inventario de esta lenta yacija:
juntar las manos rotas; las frentes y los párpados;
clasificar el vasto trabajo del osario;
ver en qué forma suben las substancias terrestres
por los acantilados de la cal deshojada.

Tengo que custodiar desde hoy y para siempre:
los surcos y los hoyos y los túneles,
donde la estalactita de los ojos yacentes
y la pisoteada guitarra de estos labios
esperan la llegada de una aurora invencible.

Yo soy el Designado:
yo estoy en este duelo para marcar el hombro
de los Ángeles Negros que humillaron sus alas
bajando hasta el infierno de la sangre inocente.

Y aquí estaré por siglos -como un vigía de piedra-,
gastando las aldabas de las puertas del día,
hasta que una Bandera de olivos y palomas
se yerga entre las manos de los muertos vengados.

REGRESARÁN UN DÍA...
I

Por los caídos por la libertad de mi
pueblo y para los que viven para
servirla, esta constancia.

¿Veis esos marineros aún vestidos de pólvora;
y esos duros obreros cuya sangre de fuego
circula como un río de encendidas raíces
bajo el denso quebracho de sus torsos?

¿Y esas pequeñas madres, de tan leve estatura,
que parecen hermanas de sus hijos?

¿No visteis, no tocasteis el rostro fragoroso
de esos adolescentes cubiertos de relámpagos;
seres rotos, usados, gastados y deshechos
en una mitológica tarea?

¿Los veis? -Son los Soldados
de una hora, de un día, de una vida:
todos los Hijos obscuros de la misma ultrajada tierra,
que es mía y es de todos
los muertos de esta lucha.

¿Veis esos ojos con dos rosas de lágrimas
colgadas de sus órbitas azules?

¿Veis todas esas bocas despojadas de labios;
con trozos de guitarras colgados de sus bordes;
todas deshilachadas, arrojadas de bruces
sobre la inocencia triste del pasto y de la arena?

¿Los veis allí, hacinados,
bajo la misma luna de los enamorados;
agrediendo la clara piedad de la mañana
con su despedazada sonrisa?

¿Veis todo ese tumulto de la sangre temprana;
que camina de día, de noche, a todas horas
hacia los más profundos niveles de la tierra,
donde se están labrando los moldes transparentes
de todos los Soldados de las luchas futuras?

Abiertos en canal, de Norte a Norte,
-desde donde nacía la Semilla del Hombre-,
hasta el caliente refugio del grito, yacen.

Miran las altas luces del alto día del duelo,
mostrando los horóscopos helados de sus manos
y sus frentes de piedra amanecida
y la cal valerosa de sus huesos.

II
No moriré de muerte amordazada.
Yo tocaré los bordes de las brújulas
que señalan los rumbos del Canto liberado.
Yo llamaré a los Grandes Capitanes
que manejan el Viento, la Paloma y el Fuego
y frente a la segura latitud de sus nombres,
mi pequeña garganta de niño desolado
fatigará a la noche, gritando:

«¡Venid, hermanos nuestros!
¡Venid, inmensas voces de América y del Mundo;
venid hasta nosotros y palpad el sudario
de este jazmín talado de mi pueblo!

«¡Acércate a nosotros, Pablo Neruda, hermano,
con tu presencia andina, con tu voz magallánica;
con tus metales ciegos y tus hombros marítimos;
acércate a la sombra de tu estrella despierta
y contempla estas llagas ateridas!

«¡Ven, Nicolás Guillén,
desde tu continente de tabaco y de azúcar,
y con esa segura nostalgia de tus labios
ponle un exacto nombre a esta agonía!

«¡Y tú, Rafael Alberti -marinero en desvelo,
pastor de los olivos taciturnos de España,
tú, que una vez cuidaste la sangre de los héroes
que puso a tu costado mi patria guaraní-,
dibújanos el mapa
de estos desamparados litorales de muerte!

«¡Venid, hombres absortos; madres profundas; niños:
buscadores de Dioses; pordioseros;
máscaras evadidas y nocturnas del vicio;
patentados jerarcas de la virtud de feria;
venid a ver el rostro del martirio!

«Venid hasta el remanso de este dolor antiguo;
simplemente venid: así, sin lámparas;
sin avisos, sin lápices y sin fotografías
y dejad, si podéis, en las riberas:
la memoria, los ojos y las lágrimas.

«Tocad con vuestras manos estos lirios dormidos;
tocad todos los rostros y todas las trincheras;
la numerosa muerte de todos los caídos
y el polvo que sostuvo esta batalla.

«Apartad con la punta de vuestros pies desnudos
todos estos metales de nombres extranjeros;
estos lentos escombros de torres agobiadas;
esta antigua morada de la miel
y la verde pradera
de esta selva temprana de soldados».

Sí. Todas estas torres de acumuladas ruinas,
son nuestras.
Aquella sangre rota y estas manos deshechas,
son nuestras:
son nuestro honor de ayer y de mañana.

Yo lo proclamo ahora desde el hondo reverso
de esta paz de cadáveres:
todas estas banderas
y estos huesos, abrumados de luchas,
son el metal de nuestro riesgo;
son el emplazamiento de nuestra artillería;
nuestro muro blindado;
nuestra razón de fe.

III
Porque no está vencida la fe que no se rinde;
ni el amor que defiende la redonda alegría
de su pequeña lámpara, tras el pecho del Hombre.

Con estas simples manos y estas mismas gargantas,
un día volveremos a levantar las torres
del tiempo de la vida sin sonrojos.

Desde el fondo de todas las tumbas ultrajadas,
crecerán las praderas del tiempo de soñar.

Aquí, cerca, en las márgenes de la tierra pesada;
junto a la sal antigua del mar innumerable;
en la madera espesa y el viento de los árboles,
están creciendo ya.

Yo sé que en la mañana del tiempo señalado,
todos los calendarios y campanas
llamarán a los Hijos de este Día.

Y ellos vendrán, cantando, con su misma bandera;
con su mismo fusil recuperado;
vendrán con esa misma sonrisa transparente
que no tuvieron tiempo de enterrar.

Vendrán la Sal y el Yodo y el Hierro que tuvieron;
cada terrón de arcilla les tomará los ojos;
la cal de su estatura se asomará a su cauce
y alguna eterna Madre de un eterno Soldado
los llevará en la noche caliente de su sangre.

Y en la hora y el día de un tiempo señalado,
regresarán, cantando, y en la misma trinchera
dirán, frente a la misma bandera de mil años:

«¡Presente, Capitana de la Gloria!
¡Aquí estamos de nuevo para cuidar tu rostro,
tu ciudadela intacta; tu imperio invulnerable,
Libertad!».
.
HUELLA DE HOMBRE
HACHERO
.
En memoria de los Hijos de la selva
que agonizan y mueren en silencio en
el vasto imperio del Quebracho.

.
I
Este es Benigno Rojas: hijo y nieto de hacheros
y hachero él mismo. Viene de selvas torrenciales
y está como de paso frente a mí, porque siempre
camina hacia otras selvas cada vez más lejanas.
.
Lo veo marchar llevando sobre la cruz del hombro,
el fulminante símbolo de su poder: el hacha;
y siento que en su pulso rotundo le circula
-como en perpetuo flujo-, la fuerza y el coraje.
.
Es el Hachero. Viene de selvas torrenciales.
Su alzada poderosa recorta una silueta
de aborigen, tallada sobre un friso de piedra.
.
El instinto certero de vientos y de lluvias
le da esa taciturna sabiduría de anciano
y aunque apenas levanta dos décadas de vida,
sus experiencias llevan una herencia de siglos.
.
Es todo brazos. Tiene sobre el antiguo sitio
de la sonrisa, un tajo que le madura el gesto;
la frente toda: un amplio lugar de sufrimientos,
donde vidas y muertes libraron su batalla.
.
Sellado de miseria, lleva un sombrero roto
para cubrir el rudo tumulto de su pelo,
un recuerdo de viejas altanerías le sube
por el torrente ardido de la sangre, a los ojos.
.
II
Esta es la Selva. En ella su existencia se expande
hasta llenar sus densos dominios germinales.
Respira el sostenido perfume de las hojas
y en la solemne cúpula del aire mañanero
va eligiendo los cantos de pájaros amigos
que regirán la rítmica jornada de sus horas.
.
Y cuando en rojos círculos, los límites del día
despuntan, el hachero, poderoso de orgullo,
sacude la cabeza para alejar el sueño.
.
Cincuenta metros dentro de su reino, detiene
sus pasos e investiga con cauteloso atisbo
las invisibles huellas de las bestias nocturnas.
.
Cuando sus ojos cumplen la selección certera
del tronco favorable,
baja el hacha; se arranca los harapos del torso;
lubrica con saliva las palmas de las manos
y comienza su rito con taciturna furia.
.
Sube el hierro y de vuelta, su filo incandescente
con impacto tremendo se incrusta en la corteza.
Regresa diez, cien veces sobre la misma vértebra,
hasta que la garganta desgarrada se rinde
y entre un furor de gritos, se acuesta en la picada.
.
Luego vendrán, en lenta sucesión de torturas:
el corte de los brazos -la dulce cabellera
que en amistad de pájaros vivió quinientos años-,
y la final injuria de ser oreado al viento
su corazón sangrante, lampiño y desolado.
.
Después, lo que suceda ya no tendrá importancia:
viajar, quedarse quieto o arder, será lo mismo.
Ni las nubes del alba, ni pájaros, ni lluvias
recostarán su vuelo sobre la cruz difunta.
.
La selva castigada, se duele de sus llagas
petrificando el alma de sus hijos intactos.
A izquierda y a derecha-de sus heridas, yacen
la sangre milenaria y el corazón constante,
con las venas abiertas y el canto sofocado.
.
El humus -que ha labrado la columna tranquila
del árbol y le ha dado su dulzura de sombras
(y que nunca, en mil años, descansó en su tarea
de levantar la lenta catedral de un quebracho)-,
llora, junto a las rojas cicatrices y tiende
sobre las venas rotas sus manos de substancias
para que en los futuros milenios no perezcan
los encendidos brotes que duermen bajo tierra.
.
III
Tras la blindada puerta duerme el Oro encerrado.
Lo guardan hombres duros, de corazón metálico,
más fríos que las hojas del hacha y más tenaces
que el músculo tenaz de los hacheros.
.
Infinitas planillas, con infinitos números,
tamizan el trabajo del Hachero de Bronce.
Drenan los calculistas la sangre peregrina,
hasta dejar un pálido puñado de centavos.
Abren, al fin, la puerta blindada y con sus garras
de pájaros nocturnos -como quien da la vida-,
su paga dan al hijo diurno de la Selva.
.
Después... Es el camino; los puertos; las nostalgias
de amor y la guitarra y el cuchillo y la caña.
Lento o precipitado rodaje hacia el agobio;
siempre es igual: un día, de nuevo hacia la noria;
el hacha compañera sobre la cruz del hombro
y un infinito sueño colgado de los párpados.
Y así una vida entera. Los hijos: con anemia;
la mujer: amarilla de pestes y fatigas
y él, en perpetuos trances de enganches y despidos.
.
IV
Y su final fue duro, como es duro el oficio;
como también es dura la materia que amasa
y es duro el hierro ciego del hacha compañera.
Ciertamente. Un domingo, en que iba de retorno
-con la noche ya entera tapando los caminos-,
vio cruzar un ardiente relámpago de acero.
Desde el costado izquierdo
bajó una catarata caliente y fragorosa
buscando el nivelado descanso de la tierra.
.
Vieja ley de cuchillos lo llamó por su nombre,
sin darle tiempo alguno para mirar el ceño
del que lo ató a la tierra del canto y del gusano.
Un eco, casi helado, de relinchos de potros
le fatigó un instante los tímpanos dormidos
y un silencio de tiempo sin voz le fue cayendo
sobre el cristal velado de los ojos.
.
Cuando quiso la mano dolerse de sí misma
y buscó asir el grito que se le estaba yendo,
sintió que le pesaba más que el hacha: la vida,
y que la cruz del hombro lloraba por marcharse.
.
Un sueño de guitarras, de puñales y música
le completó la muerte que ya llevaba dentro,
y entre la luz de sombras, de su fin reiterado,
sus turbios ojos vieron levantarse, muy lejos,
sobre un alto horizonte de oxidados contornos
una cruz de quebracho de brazos encendidos
-velando el firme sueño- y en ella, recostada,
-sosteniendo el sombrero y en actitud de espera-,
el hacha compañera de hazañoso recuerdo...
.
PALABRAS PARA NOMBRAR A LOS MÍOS
FEDERICO
.
El Hombre cae en la tierra, mas su
tiempo cae en la Eternidad.
.
Federico:
te he visto, aquí, sentado, sobre una piedra negra,
frente al mar que amansaba su furor en la playa,
mientras el sol pulía tu perfil de gitano
sobre el remolino limbo de la tarde dormida.

Te he visto así: sentado, con la camisa abierta
calcinando tu pecho bruñido de marino;
apagando las voces de tu guitarra ardiente
con el opaco grito de un puñado de arena.

Verde gitano nuestro que maduró la muerte:
cuando pasen mil años, junto a esta misma piedra,
la misma arena amarga que levantó tu mano
aún estará llorando tu nombre amanecido.

Cuando te arrodillaste sobre la tierra tuya,
el mar, que oreó tu pecho con su aliento de yodo,
calló... Las caracolas rumorosas de música
apagaron de pronto sus milenarios cánticos.

Granos de terciopelo de la arena marítima;
caminos de los vientos que se llevan los sueños;
noches enloquecidas por júbilos de mundos;
alas que traen y llevan su música encendida;
todo: viento y arena; mundos y alas y noches
lloran albas de sangre sobre tu nombre claro.

Federico: los años han secado tus carnes;
en ellas han penetrado gusanos de la tierra;
pero tu voz remota, poderosa de símbolos,
como el mar, no está muerta...
Entre un vuelo de albatros y un tumulto de estrellas,
se volvió al infinito tu fiesta de canciones.

Cuando pasen mil años, junto a esta misma piedra
que destacó tu estampa sobre el telón atlántico,
aún estaré esperando que otra música análoga
taladre el laberinto de cal de mis oídos.
.
(Junio 1940-43)
.
SIMPLE RUEGO POR EL AUSENTE ESPERADO
.
Para el recuerdo de Andrés Campos
Cervera -(Julián de la Herrería)-, que
era de mi amistad y de mi sangre.
.
Yo te esperé:
eras como un hermano cuya mano se busca,
para oprimir los labios calientes de una herida.

Y faltaste, hermano: te quedaste sin voz
cuando todos rogaban tu presencia.

Pero vino tu sombra:
nada más que tu sombra, hermano ausente.

Abrió la boca antigua, todavía sellada,
y dejó florecer sobre los labios duros
esta solicitud de perdón por la ausencia:
«...Ya he devuelto a la tierra lo que era de la tierra,
pero os queda a vosotros lo que seré mañana.

»No me lloréis, hermanos: estoy entre vosotros.
Ya no me lleva el tiempo con sus manos de leguas,
ni me oprime los ojos la forma del espacio.

»Mi vestidura flota sobre el Alba y la Noche,
más allá del recuerdo.
Mis avatares buscan otro vaso más puro,
para infundirme un cuerpo que regrese a vosotros».

Calló tu voz: sentimos que temblabas de frío,
pensando en que podrías sufrir otra caída.

Como quien se defiende de una angustia indecible,
murmuré, como un rezo, tu súplica inefable:

«Ya no me lleva el Tiempo con sus manos de leguas
ni me oprime los ojos la forma del espacio...».

Así sea.
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