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sábado, 6 de marzo de 2010

JACOBO A. RAUSKIN - LA REBELION DEMORADA (POEMARIO) / Comentario del poeta argentino: MARIO SAMPAOLESI.


LA REBELION DEMORADA
Por
JACOBO A. RAUSKIN
Editorial Arandurã
Asunción-Paraguay, 2005. 109 pp.
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** Este nuevo libro de Jacobo Rauskin – LA REBELIÓN DEMORADA – gira en torno al carácter ilusorio del tiempo y al menosprecio que conocen las utopías en nuestra época. El poeta nación en Villarrica en 1941. Comenzó a publicar hacia 1960 y, desde entonces, ha publicado una veintena de libros, incluyendo algunas antologías y un volumen con su obra poética reunida.
** Entre los autores paraguayos de su generación, se destaca J.A.Rauskin por su poesía inquieta, siempre en movimiento. Sus versos y prosas van del paisaje bucólico a la calle, de la exclamación lírica a la sátira, del vocabulario del amor a las palabras que denuncian la degradación de la sociedad.
** Al respecto, escribe el poeta argentino Mario Sampaolesi: “Rauskin nos dice que todavía existe el hombre, que existe la poesía, que no todo está perdido, y con un trazo de esperanza, al mismo tiempo simple y profundo, nos señala una identidad, la posibilidad de un camino”
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ÍNDICE

UMBRAL
MÚSICA PARA QUIENES VUELVEN AL ATARDECER

· La rebelión demorada / Antes de dormir / Autorretrato / Una mujer en peligro / Historia de una casa / Paisaje de palabras con una joven / Entre el cielo y la tierra / Reflejos dorados / Aire y latido / Sobreviviente / Serenata / Delicadeza / Balada de la estación sin tren / Ahora vuelven / Ubicación de una tumba / Aire que aleja las penas en cualquier momento / En blanco y negro / Canción inocente / Instantánea / La moda en una página / Noticias de tu corresponsal / Old Pop Art
NUEVAS HOJAS DEL VIEJO CANCIONERO. EN LA PRIMERA DE ESTAS DOS HISTORIAS, UN HOMBRE PRUEBA EL SABOR DE LA FELICIDAD Y LUEGO SE ENCUENTRA CON UN RÍO DE TRISTEZA, Y SUCEDE LO CONTRARIO EN LA SEGUNDA
· La fuerza del río / Un clásico
UNA CANTILENA, DOS SONETOS, MUCHOS MENDIGOS. LA SERIE CONTINÚA CON EJEMPLOS DE CONDUCTA, DE PETRIFICACIÓN DEL PAN, DE PERSISTENCIA, DE SIMPLE INSISTENCIA MIENTRAS CADA UNO EXPRESA, A SU MANERA, LA NECESIDAD DE LOS MILAGROS
· Cantilena / En el café de los postergados / El ribereño / Oiga, diga / Ciudad de los naranjos y las flores, censo de mendigos en mil ochocientos noventa y dos / Crónica de un par de días en los años de Alfredo / Aquel hombre / La tradición bien entendida / Ocupaciones / El césped / Dignidad / Prioridades / Un curioso / Queja del viejo / Villa veraniega / Algún aporte a la historia de los palos en Asunción / Filósofo de café / Escenas dibujadas en hojas del romancero popular / La ética del actor / Catástrofe / El ritmo como base / Musa y domicilio / Escritores / Rapsodia en una reserva india / Sin salida / Danza macabra / Niños de azar en juego de droga / Una oración en la mesa / Los alimentos del sueño / Crónica de una maldición / Cantina
FINAL CON VARIACIONES
· Un día pasa un pájaro
BIBLIOGRAFÍA DE J. A. RAUSKIN.
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UMBRAL
Con el sol de mañana,
Con destellos de ayer
Y un relámpago, un trueno
Alguna que otra vez.
Eso es todo, Don Prólogo,
Pero piénselo bien,
Que el paseo ya es largo,
Si se trata de usted.
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LA REBELIÓN DEMORADA
Por el camino de estos versos,
la tarde me ha dejado con un árbol,
un arroyito, un puente, un aire fresco.
Es suficiente, sí, para seguir,
pero, de pronto, cierta tristeza...
Si pudiera quedarme aquí de otra manera.
Si pudiera encontrarme aquí
con la mujer que amo. Si sólo hubiera poesía,
incluyendo el canto de los pájaros
en la tarde silvestremente florida
del pasto alrededor de un árbol.
Si sólo hubiera menos desencuentro
en el mundo de un árbol, de un arroyo,
en el amor del mundo amado,
en el mundo de los abrazos
que significan, que comunican amor
y son el nido de los besos
y son el adiós de la espera.
Hemos nacido para amar
y cantar a mujeres, árboles, arroyitos,
en un solo poema interminable,
una égloga interminable, versos
con una lágrima
que, desde lejos, o por arte de mano y mejilla,
nadie sabe si cae de pura pena
o si sólo resbala, dichosa y tímida.
Por otra parte, nadie deja para mañana
el instantáneo amor de cada día.
Otro tanto sucede con los poemas de amor.
¿Y qué nos queda para mañana?
Ella, la rebelión demorada
por un traspié, por un error.
En realidad, se equivocó la historia,
y en el aire de algún atardecer,
en la luna del agua,
en la noche que baja de los árboles,
nos parece que ayer es hoy,
nos parece o sentimos que ayer será mañana.
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AQUEL HOMBRE
** Aquel hombre, que ahora vemos pasar, emponchado, como paladeando el frío de la tarde con un poco de sol, vive entre nosotros desde hace unos diez o quince años. Parece igual a cualquier otro de los que circulan por aquí, pero, una vez más, las apariencias engañan. Veamos. Aquel hombre fue agricultor en su juventud, cosechó deudas. Odiaba las deudas y las pagó vendiendo su tierra. Quedó libre del odio, lo cual es un beneficio que no tiene precio. Siguió pobre, pero sin deber a nadie. Sólo la limosna es peor que deber, suele decirnos. Sólo la limosna es peor que deber, repite insistentemente en esta ciudad pequeña y nuestra, donde se alcanza la cumbre de la convivencia con muy poco esfuerzo, porque gran esfuerzo no es, por ejemplo, oír al prójimo, saber así algo de él y actuar de acuerdo con lo que se sabe. ¿Qué se sabe de aquel hombre? Ya dijimos que fue agricultor, digamos ahora que fue tropero un tiempo, que fue alambrador y peón de un topógrafo, que fue curtidor y arrastrador de tachos en curtiembres varias, que trabajó en un aserradero y que, ya cuarentón, llegó al molino de arroz donde lo emplearon y se quedó hasta el día de hoy, descontando el tiempo que pasó en la cárcel por algo que sucedió una mañana, cuando salió del molino con la intención de comprar un bocado en la plaza y comerlo ahí, entre la gente. Esa mañana, su mano, que sabía del jornal y la propina, supo de la limosna. Un desconocido se la dio, tomándolo por pordiosero y, sólo por tan remediable equívoco, lo ofendió de muerte. Según los testigos todo sucedió en un abrir y cerrar de ojos. Aquel hombre sacó el cuchillo de la faja que usaba a modo de cinto y se lo clavó al dadivoso, quien creyó que moría a manos de un demente.
-¿Por qué lo mató? -preguntaron al reo.
-Por delicadeza -respondió.
** Como el mayor de los tormentos le dolió la cárcel. Sin embargo, pronto le alcanzó un perdón presidencial y volvió al molino donde aún trabaja, volvió a la plaza donde ahora lo vemos, haciendo su vida de costumbre. No es raro que pocos recuerden esta historia. Y es así porque no se quiere ver tanto orgullo en un pobre. Por eso la recuerdo yo, por eso también la cuento, por llevar la contra.
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RAPSODIA EN UNA RESERVA INDIA
** Llegué como el estudiante que no era, como el profesor que no sería. Llegué con un poco de música y me quedé sin prestar atención a las lecciones de historia. La música que yo traía no me abandonó, ella era y es mi antídoto contra los venenos de la historia. Y ayer es hoy, ayer es el día que tú quieras, ayer es el año menos pensado. Dorada al sol de Arizona, la reserva india es un medio para ningún fin. Aquí, la inercia y también la obesidad son más frecuentes en los hombres que en las mujeres. Además, no todas las jóvenes abandonan la reserva para ir a estudiar o a trabajar. Por ejemplo, suelo cruzarme con una vecina que cose con paciencia y aguja unas mantas rituales para otra tribu, la de los turistas. Nos une la música de la radio o la que yo mismo traigo conmigo. También nos une el origen de una palabra porque, entre los griegos, rapsoda era el que cosía las canciones.
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LOS ALIMENTOS DEL SUEÑO
** Había una vez un perro de andén. De andén, raro no es, sin tren. Estación fantasma, pueblo tradicional. Hasta donde yo sé, casi todos los pobladores, cuando llegaban a la edad de ser albañiles, se iban, emigraban. Y el perro dormía a pata suelta. Los alimentos le venían bien al sueño y a su carnal envoltura. En una puerta le tiraban huesos, en otra le dejaban sobras. A la vuelta de la quincena, la mano del matarife le ponía frente a los ojos el diezmo de los bofes. Cada jueves comía gracias a la caridad jupiterina y, en cualquier momento, tras un desganado ladrido, clavaba los dientes -¿o debo decir colmillos?- en la también alada sombra de algún pájaro. El perro se llamaba Yaguá; el pueblo, siguiendo una costumbre del país, cambió de nombre.
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CRÓNICA DE UNA MALDICIÓN
** Adoraba Diógenes a una joven a quien mejor que su nombre le sienta este apodo: Rubia. Lo último que Diógenes Adorno oyó de los carnosos y frutales labios de Rubia Ramírez fue una breve serie de palabras dichas entre besos como puntos suspensivos:
** -Mi amor... ¿Y mañana?... ¿Te espero?
** Mañana era por supuesto ayer. Iba Diógenes a la casa de Rubia por el camino de todos los días cuando, en la desierta loma, al dejar el sendero ancho para seguir por una senda de hierba, tropezó con Lorito Fernández, a quien francamente detestaba, pero temía, y con razón. Esa tarde, tuvo Diógenes una desdichada ocurrencia:
** ¡Lorito! le gritó, agregando en voz baja cosas que tienen que ver con las costumbres sexuales de una madre promiscua.
** ¿Y para qué le dijo todo cuanto acabo de sugerir? En primer lugar, oyó Lorito los insultos haciéndose el distraído. Un rato después, cuando el silencio levantó un muro entre el insultado y el insultante, Lorito, el insultado, se transformó instantáneamente en Forifo, duende vengador, elfo pedestre, degradada deidad eólica de quien con justicia se dice que su jerigonza es la del viento en un labio partido, hendido como pezuña de jabalí. Sucedió entonces: el insultado le clavó la mirada al insultador y le escupió su maldición en el rostro.
** Pronto comenzó a dar resultados la maldición. Rubia lo dejó por otro, los amigos lo ignoraron, el trabajo se le evaporó, pero entendámonos, no digo yo que el hombre hubiera perdido su trabajo, un trabajo cualquiera, yo digo que el trabajo se le evaporó, lo abandonó para siempre. Diógenes, objeto de una maldición, sujeto de una maldición, carne de una maldición, perdió su casa, su cama y su manta, dijo adiós a su mesa y a su plato, a su vaso de agua y a su tazón de leche con galletas crocantes o cocoides. Anda por ahí el pobre, ya desdentado, cejijunto y arrastrando la pena de ser quien es.
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CANTINA
Y se apagó la sed en los labios
de quien ahora pide otra cerveza.
La pide, desde luego, por vicio.
Dos o tres miran la tevé, comen.
Dos o tres conversan, comen.
El cantinero apenas habla,
su mujer lo ayuda y lo imita.
Aquí nunca sucede nada,
nadie espera un milagro.
Sin embargo, yo me resisto, insisto
en la necesidad de los milagros.
Por lo menos, un milagrito,
para que cambie algo.
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1 comentario:

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