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domingo, 28 de marzo de 2010

CARLOS R. CENTURIÓN - HISTORIA DE LAS LETRAS PARAGUAYAS – TOMO II / Texto: LA MUJER PARAGUAYA A TRAVÉS DE LA HISTORIA

HISTORIA DE LAS LETRAS PARAGUAYAS – TOMO II
Por
CARLOS R. CENTURIÓN
(Enlace a datos biográficos y obras
en la GALERÍA DE LETRAS del
EPOCA DE TRANSFORMACIÓN
BUENOS AIRES-ASUNCIÓN (1948), 434 pp.
Fuente:
BIBLIOTECA VIRTUAL DEL PARAGUAY (BVP)
VERSIÓN DIGITAL
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ALGUNOS JUICIOS MERECIDOS POR
HISTORIA DE LAS LETRAS PARAGUAYAS
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** "Aunque el autor trata solamente de los dos grandes períodos de la época precursora y de la época de formación, puede ya vislumbrarse la importancia de este itinerario en su desarrollo general; pues así lo permiten las agudas analogías, los planteamientos inteligentes, las ideas modeladoras, las múltiples circunstancias históricas y sociales derivadas de ellas. En el libro se aprecia una abundante documentación, un sentido de la síntesis muy conveniente y además una objetividad recomendable en esta clase de trabajo. "Historia de las letras paraguayas permite conocer mejor la compleja estructura social de un país de dramática historia, nacido a la conciencia americana con ideales de paz, progreso y libertad." - “La Prensa”
** "«Tierra incógnita» fue para Menéndez y Pelayo la literatura paraguaya, no mencionada en ninguna de sus recopilaciones, como es, desde luego, escasamente recordada en antologías al uso. El señor Carlos Centurión, distinguido escritor paraguayo, comprueba con su obra Historia de las letras paraguayas, cuyo primer volumen acaba de aparecer en esta capital bajo el signo de Ayacucho, lo injusto del olvido. La falta de difusión internacional de los nombres representativos puede achacarse a otras razones que no a su valía intrínseca. Las letras paraguayas están entre las más intensamente coloreadas de realidad humana y social, y en concatenación estrecha con la historia propia. No aparecen como un fenómeno aislado, flor de invernadero, sino como fruto del dramático devenir de un pueblo. Melpómene imprime su sello pertinaz a los actos de la historia paraguaya y por eso esta literatura es esencialmente política. La suma de labor que representa esta obra, nueva en su género, aquilata su valor y acredita a su autor como un concienzudo investigador, doblemente meritorio si se consideran las circunstancias en que fue realizado el trabajo. «Cinco años de labor constante —dice en el prólogo—, vividos sin treguas ni descansos, ora sobre los caminos del destierro, ora en las soledades de prisiones y confinamientos sufridos en holocausto de ideales democráticos y de ensueños ciudadanos, se han plasmado en este libro»." - "La Razón"»
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HISTORIA DE LAS LETRAS PARAGUAYAS – TOMO II
Por CARLOS R. CENTURIÓN
EPOCA DE TRANSFORMACIÓN
BUENOS AIRES-ASUNCIÓN (1948), 434 pp.
Fuente: BIBLIOTECA VIRTUAL DEL PARAGUAY (BVP)
EDICIÓN DIGITAL
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Enlace al PREFACIO del TOMO I
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HISTORIA DE LAS LETRAS PARAGUAYAS - Tomo II
VERSIÓN DIGITAL . IR AL INDICE
BIBLIOTECA VIRTUAL DEL PARAGUAY (BVP)
HIPERVÍNCULOS
· Capítulos del XX al XXV (306 kb.)
· Capítulos del XXVI al XXVIII (356 kb.)
· Capítulos del XXIX al XXX (556 kb.)
· Capítulos del XXXI al XXXV (132 kb.)
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CONTENIDO DEL TOMO II
EPOCA DE TRANSFORMACIÓN

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XX. – El gobierno provisorio de 1869-1870.
XXI. – Los hombres de la Convención de 1870.
XXII. – La iniciación de las luchas democráticas y el desarrollo del periodismo.
XXIII. – Los primeros gobiernos de la trans-guerra.
XXIV. – La muerte del presidente Gill y sus consecuencias.
XXV. – La iniciación del periodo de hegemonía política del Partido Nacional Republicano.
XXVI. – La fundación de los partidos políticos tradicionales.
XXVII. – El Partido Liberal y la defensa del Chaco.
XXVIII. – El desarrollo de las letras al finalizar el siglo XIX.
XXIX. – La evolución literaria en los comienzos del siglo XX.
XXX. – El período de hegemonía política del Partido Liberal.
XXXI. – La enseñanza primaria, secundaria y superior.
XXXII. – Las actividades comiciales durante la época de transformación.
XXXIII. – El Archivo y la Biblioteca Nacional de la Asunción.
XXXIV. – La cultura jurídica.
XXXV. – La mujer paraguaya a través de la historia.
Indice alfabético
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XXXV
LA MUJER PARAGUAYA A TRAVÉS DE LA HISTORIA
A Kala, ensueño de mi vida.
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** Un naufragio en las costas del Brasil llevó a Alejo García a tierras nuevas, habitadas por indios guaraníes. Trabó relación con éstos, se hizo amigo de caciques y principales de las tribus, aprendió el autóctono lenguaje y se impregnó de las costumbres primitivas de los aborígenes.
Pleno de esperanzas, el nauta lusitano dejó un día el suelo de la vetusta Europa en pos de fortunas imaginadas y de horizontes aurorales. Cruzó el océano, con Juan Díaz de Solís, columpiando sus anhelos sobre las ondas fugitivas; soñó bajo los cielos del Atlántico anchuroso con días de fantásticas grandezas y vivió la honda melancolía de la añoranza, canción de los recuerdos que atormenta el espíritu y llora en el corazón.
** Varios años esperó – prisionero de su destino – la hora de realizar incursiones hacia el interior de la selva. Ya que el mar no le ofrecía la posibilidad amable del retorno a la patria, se ocupó en penetrar en el misterio del boscaje. Lo ignoto le atraía. Y la maraña virgen, inexplorada del continente, aparecía para Alejo García plena de sugestiones promisoras de quién sabe cuántas realidades impensadas. Fue así que, escudado en su fe y sin más armas que su propio coraje, el audaz europeo, un día se internó en el boscaje tupido, inhóspito y grandioso del Brasil, con rumbo hacia las tierras de occidente. Corría el año 1524. Fatigosa fue la marcha, dura la lucha con la naturaleza, cruenta la lidia con los selváticos señores; pero el orgullo y la ambición del temerario portugués vencieron en la jornada estupenda.
** Llegado a la región que hoy ocupan las misiones argentinas, se descubrió a su vista el solar guaraní. El Alto Paraná, la región maravillosa, se tendía allí amplia, magnífica, en la policromía de sus encantos. Alejo García cruzó el caudaloso río con la visión siempre fija hacia occidente, hacia las tierras del rey blanco, hacia las zonas del oro y las riquezas fabulosas. Trasponiendo cordilleras, vadeando esteros, venciendo a la fatiga, arribó un día a las costas del río Paraguay. La corriente epónima reflejó en sus aguas la imagen vigorosa del soldado. Alejo García, dejándola hacia atrás, prosiguió su marcha incesante hacia el poniente. El Chaco se sintió hollado por sus plantas, ese Chaco misterioso y enorme destinado a ser, en el tiempo, teatro de epopeyas asombrosas, como los viajes de la "flecha humana" – Ñuflo de Chaves – y la tragedia reciente e inenarrable del "desierto de esmeralda".
** Así, en 1524, el Paraguay dejó de ser la tierra desconocida para el mundo civilizado. Desde entonces se abrió, amable, a la corriente de todos los pueblos y a la influencia de todas las culturas; desde entonces es tierra fecunda para nobles realizaciones. Cuna, de una estirpe cuya aleación – bronce y oro – se fundió en el crisol de todos los sacrificios, cuyo espíritu es un surtidor de sentimientos insospechados, cuya alma canta en el dolor, como el ruiseñor cegado por el alfiler de oro, este pedazo de suelo americano digno marco es de la hazaña de su descubrimiento y de la historia, de quienes lo hicieron el centro principal de la conquista.
** Y en este escenario grandioso que iluminó Alejo García, en medio de tantos protagonistas del drama de la civilización americana, un actor humilde, poco estudiado aún por historiadores y sociólogos, llama nuestra atención. Es la india. Un poeta paraguayo – Manuel Ortiz Guerrero – llamó a la aborigen "bella mezcla de diosa y pantera". Cantó sus formas y evocó su espíritu, señalando al investigador del pasado la página todavía blanca de su historia.
** La india es un elemento del que se valió el conquistador para vencer a la barbarie; pero también es la leal compañera del señor autóctono en la defensa ciclópea de su reino salvaje.
** Acompañó a los suyos en la lucha contra el blanco que venía a hollar el hogar de sus mayores, la tierra de sus antepasados, el altar de sus creencias. Manejó el arco y preparó la flecha envenenada. Estimuló al guerrero en las horas difíciles. Estuvo a su lado en el asalto de todos los "malones", y sufrió el holocausto de su raza, como actora rebelde en ora, resignada a veces, taciturna siempre. ¿Es posible, acaso, describir a la india, emperatriz de los toldos aborígenes, en aquel escenario virgen, en el que la naturaleza aparece exenta de toda artificialidad, en la estupenda eclosión de todas sus bellezas y en la suprema maravilla de todos sus misterios? Transportaos al pasado. Poneos en el corazón de aquellas mujeres, vivid sus pasiones y sus sentimientos, sus esperanzas y sus desengaños. Auscultad el alma primitiva de aquel eslabón de historia, perdido en el tiempo, y reviviréis un mundo desaparecido en las brumas pretéritas.
** Pero lo que hoy nos toca recordar es su obra como forjadora de pueblos. En el taller del hogar primigenio, ella fue modeladora de la estructura de su estirpe. En su espíritu, en su voluntad, en sus virtudes y en sus defectos se funda la unidad étnica más poderosa y más conquistadora de la América. ¡La india guaraní es un crisol del que salió el metal eterno de una raza eterna!
** En la primera mitad del siglo XVI apareció un nuevo tipo femenino: la mestiza. El amor del fiero hispano, del conquistador blanco con la aborigen, floreció en un tipo de mujer original. Morena de ojos negros y de carácter dulce, plena de gracia y plena de serena energía. En ella se basamenta el hogar paraguayo. Constituye la piedra angular de una institución civilizadora. Mientras, en la colonia, los hombres trabajaban, ella tejía el ñandutí del espíritu racial. El siglo XVII la encontró afanada en las labores del agro. Sabía cultivar la tierra. Pero también aprendía y enseñaba. En su choza aparecieron los primeros elementos domésticos traídos de países lejanos, efluvios de la cultura europea llegados con el conquistador. En su alma se acunaron sentimientos que desconocieron o no supieron expresar sus antepasados autóctonos. Ya no vestía ni se conducía como india. Denotaba garbo en su andar, elegancia en su maneras, sencilla espiritualidad en su trato.
** El siglo XVIII escribe en la historia americana un capítulo de gloria y sacrificio: la revolución de los comuneros. La rebeldía nativa, valiéndose de la experiencia de las luchas populares españolas, anima un drama en el corazón del continente de Colón. La protesta de Toledo, la actitud varonil de Juan de Padilla, sus consecuencias en Avila, Soria y Segovia; el incendio y ruina de Medina del Campo, tragedia que floreció después en aquellas cartas cambiadas entre los comuneros de Medina y de Segovia, cartas que son hoy un fragmento magnífico de la severa y noble lengua castellana; todo esto, y los primeros gritos de libertad que conmovieron el ambiente cansino de la vida asuncena, en los días de Irala y Suárez de Toledo, contribuyeron a alentar la revolución que tuvo por numen y guía a José de Antequera Enríquez y Castro.
** Y esta epopeya, digna de la que tuvo su trágico fin en los campos de Villalar, se nutrió también con el esfuerzo, con la inteligencia y con los sentimientos de la mujer guaraní. La hija de Juan de Mena que se vistió de blanco y se presentó al pueblo engalanada, "porque no era bien llorar la vida de su padre con tanta gloria tributada a la patria", es todo un símbolo. Es la mujer guaraní del siglo XVIII. Es la que dará vida a los hombres que, en la noche del 14 de mayo de 1811, debían de escribir, para siempre, la página de la emancipación paraguaya de todo poder extraño. De ese bronce era la madre de las Cavallero y de los Iturbe, de los Yegros y de los Mora, de los Acosta y de los Aristegui, de los Montiel, Rojas, Recalde y Rivarola. Ese es el metal del que venía, sombrío y enigmático, vigilante y taciturno, el solitario de Ybyray.
** El siglo XIX, que nos trae la libertad, nos trae también la dictadura. José Gaspar de Francia exige silencio. Las fronteras se transforman en murallas insalvables. Fuera de ellas, prosperan la anarquía, el crimen, las persecuciones. Dentro de ellas, hasta 1840, la voluntad omnímoda de un hombre misterioso, la disciplina impuesta por el miedo, el orden rigurosamente controlado.
Desde 1811 hasta 1840, la mujer cuidó el hogar. Su labor consistió en coadyuvar modestamente en la obra de liberación. Sin palabras, sin ruidos, prosiguió en la tarea de forjar caracteres, de preparar la simiente para un porvenir mejor. Y advino el período patriarcal de Carlos Antonio López: veinte años de grandezas, veinte años de florescencia magnífica en los que el pueblo paraguayo construyó su destino cantando la canción de la esperanza.
** Pero en un recodo del camino acechaba la fatalidad. La muerte que rondaba, invisible, conminaba a los dichosos. No era posible tanta idílica ventura en esta tierra. Y lo llevó a don Carlos en un día primaveral de 1862, enlutando el alma guaraní.
** Melpómene, la musa de la tragedia, vino después. Tras ella aparecieron los jinetes del Apocalipsis. La guerra, con su cortejo de miserias y dolores, irrumpió en el solar paraguayo, cruel y esplendorosa. Tendió su ígneo manto sobre los hogares; pero la fulgidez de su desplante no consiguió amenguar la reciura de quienes se disponían a defender la patria. El diamante del alma ciudadana necesitaba otro diamante para rayar su dureza. Es que la madre, la esposa, la amada, en los días de luz y de alegrías, no olvidaron que el destino tiene sus sorpresas, y prepararon a los hombres para todas las horas, buenas o malas, amables o trágicas que podría depararles el porvenir. Y así se formaron aquellos cuadros que se batieron en Yataí y Corrales, en Sauce y Curupayty, en Lomas Valentinas y en Piribebuy, en Azcurra, Acosta-ñú y Cerro Corá.
** Y si la epopeya escrita con la sangre, el esfuerzo gigantesco, la abnegación sin paralelo del soldado es digna de un marco esquiliano, el drama del martirio que nos legaron las mujeres de la guerra sólo es posible sentirlo.
** En holocausto del amor a la patria sacrificaron el fruto de sus amores: el hijo; dejaron ir al padre, al esposo y al hermano; dieron sus joyas y abandonaron sus hogares y se transformaron en obreras de todos los talleres. Duras en el sacrificio, sólo lloraban, pudorosas, en las horas en que – cristianas de fe inconmovible – ofrecían a Dios sus oraciones. Cinco años vivieron así, bebiendo, sorbo a sorbo, infinitas amarguras...
** Pero en Cerro Corá no terminó su calvario. Tras el desastre, solas, abandonadas, les aguardaba la obra grandiosa de la reconstrucción. Apoyadas en el recuerdo, inspiradas en el cariño pretérito, todavía fatigadas por el largo andar de la "residenta", comenzaron el trabajo de reedificar el hogar común, deshecho por el vendaval terrible.
** Piedra sobre piedra fueron colocando con solicitud maternal. Ni una queja, ni una protesta, ni una actitud de rebeldía contra la suerte adversa. En silencio, con amor, cumplieron el doble deber: el del padre, que guía y sostiene; el de la madre, que educa y anima. ¡Benditas sean las mujeres que reconstruyeron la patria!
** El siglo XX, el tiempo que vivimos, se nutre también con sus virtudes. Las luchas internas, de aprendizaje democrático, que tanto conmovieron a la Nación, les arrastró en el torbellino. Doloroso es recordar el sufrimiento de tantas madres cuyos hijos, llevados por las circunstancias, formaron bandos adversos en pugnas cruentas entre hermanos. Pero la historia política del Paraguay no puede olvidar el sacrificio de las mujeres en holocausto de ideales, buenos o malos, pero ideales al fin, que forman el sustractum de la cultura nacional.
** La guerra del Chaco, página de contornos broncíneos, capítulo dantesco de la epopeya de los siglos, halló a la mujer paraguaya en su sitio habitual: el hogar. Atareada en la faena de hacer amable el presente y de preparar el porvenir, le sorprendió el llamado angustioso del clarín, en las horas inciertas de Pitiantuta. Dejó el trabajo de todos los días, un poco temerosa, al principio, pero serena y firme en seguida, para preparar el "avío" al padre, al hermano, al hijo o al esposo. Acompañó al "reservista" hasta el "acantonamiento", sin alharacas inconvenientes, sin exhalar siquiera un suspiro de tristeza, y lo dejó ir, tal vez para siempre, río arriba, en pos de la gloria, del sacrificio o de la muerte. La hemos visto en el puerto despedir al guerrero, con sus grandes ojos negros, abiertos desmesuradamente, como si quisiera aprisionar en ellos la imagen del hombre que se iba, vestido de verde olivo (111), con un fusil al hombro, a cumplir el deber supremo de defender la heredad común. Consciente de su misión y de su responsabilidad, animaba, estimulaba. Nunca lloraba en público. Para el llanto se hizo el misterio de la noche. Y a ella, el destino siempre la deja, con su dolor a solas.
¿Y no recordáis, acaso, su obra de colaboración en la defensa? Sus huellas se tienden de confín a confín del territorio. Sustituyó al varón en todas las labores, mitigó dolores y penurias del soldado y forjó el Alma de la Victoria con su fe en Dios y en los destinos de la Patria.
** Terminada la contienda, el Paraguay desembocó en un régimen de fuerza.
** La dictadura se irguió, proterva, audaz, irresponsable. Los hogares fueron atracados, los hombres libres perseguidos hasta más allá de las fronteras patrias. En nombre de una monstruosa concupiscencia los personeros del mal se adueñaron de los destinos de la Nación.
** Fue entonces la hora de la mujer democrática, de la señora de la dignidad ciudadana. Sin abandonar el hogar, organizó sus huestes, y no solamente estimuló la lidia contra la opresión, sino salió a la plaza pública a enfrentar al despotismo. Desafió gallardamente al pretorio, retó a duelo a la tiranía, y cantó, en su audacia patriótica y humana, el himno eterno de la libertad.
** La historia pudo verla, así, al pie de la enseña nacional, en brava guardia de las virtudes esenciales de la raza, bella en su actitud airada y siempre digna de sus nobles tradiciones.
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