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martes, 9 de marzo de 2010

LUCÍA MENDONÇA DE SPINZI - CUENTOS QUE NO SE CUENTAN - Prólogo: JUAN M. CARRÓN / Edición digital: BIBLIOTECA VIRTUAL MIGUEL DE CERVANTES


CUENTOS QUE NO SE CUENTAN
Autora: LUCÍA MENDONÇA DE SPINZI
(Enlace a datos biográficos y obras
en la GALERÍA DE LETRAS del
www.portalguarani.com )
Edición digital: Alicante :
Biblioteca Virtual Miguel de Cervantes, 2002
N. sobre edición original:
Edición digital basada en la de [Asunción (Paraguay)],
Arandura, [1998].

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PRÓLOGO
¿Cómo es posible? Me pregunté luego de leer esta obra, ¿cómo es posible que una buena ama de casa, madre de nueve hijos, confinada durante casi toda su existencia en una chata y perezosa comunidad semirrural irrumpa así en el torbellino de letras? La sorpresa no era total; Lucy Mendonça de Spinzi ya nos había adelantado algunos detalles de su apasionado ingenio pero ahora tiene «la fuerza de un huracán aunque no sea más que un suspiro trémulo», ahora destroza, conmueve y subyuga, violando los recovecos más íntimos de la conciencia humana. Hacía falta que Lucy se propusiera el objetivo que más seriamente había deseado: los cuentos que no se cuentan, los cuentos que no se quieren contar porque nos lastiman y, a veces, nos asquean, porque nos acusan y nos hacen sentir mal. Quien quiere sólo divertirse que no lea esta obra, que cierre la tapa del libro y que se sumerja en esa torpe inconsciencia que tanto nos gusta.

Hay en esta obra algo así como tres niveles o tres lecturas posibles, que hay que recorrer como estancias del infierno o del paraíso, como quiera llamárselo. En primer lugar, toda la obra puede ser considerada como un alegato. De hecho empieza con un denso ensayo. Los cuentos son las piezas con las que se construye el resto del alegato. Es una elaboración ordenada y razonada para probar una tesis o un conjunto de tesis.
Este alegato es un acto de rebeldía de la razón contra tanta gazmoñería tonta que difunden algunos religiosos y moralistas. A pesar del cotidiano espectáculo de «multitudes sometidas a huidas masivas, hambre, desnudez, matanzas y martirios». A pesar del «déficit espantoso en que se encuentra la infancia en cuanto a salud mental, emocional y psíquica» se siguen propiciando la procreación y la paternidad irresponsable, el rechazo de la tecnología moderna para otorgar a la mujer la libertad de decisión sobre su capacidad genésica y la proliferación de niños que serán luego inadaptados, inseguros, quizás delincuentes. El primer reproche (al que me adhiero con toda mi convicción) cabe hacer a los que bajo el pretexto de «defender la vida en el seno materno» envilecen la vida de la pobre gente. Sustituyen el amor evangélico por un fariseísmo hipócrita. Tienen la soberbia de creerse guías de un mundo cuya evolución y problemas ya no se comprenden. Empujan al pobre hacia la desesperanza y a la persona lúcida hacia la blasfemia. Debido a una peligrosa mezcla de ignorancia, estupidez y terquedad extrema dañan a los que siguen sus enseñanzas y enfurecen a los que las rechazan. Todavía no aprendieron que el vino nuevo debe ser puesto en odres nuevos, que la moral evangélica ya no puede ser echada en la bolsa del maniqueísmo agustiniano.
También alcanza el reproche a otros tipos de líderes: antropólogos ingenuos, desarrollistas, ecologistas, cuando se niegan a considerar «las tremendas consecuencias del laisseferismo genésico» o pretenden recuperar el «buen salvaje roussoniano», utopía que es desmentida por la dura realidad de que entre los «buenos salvajes» la anticoncepción y el aborto eran fácilmente aceptados así como para ellos «la eugenesia», la eutanasia y el canibalismo ritual fueron tan socorridos y sagrados como lo es hoy el «derecho a la vida». Ni siquiera es aceptable echar la culpa de todos los males a la mala distribución de la riqueza. «Como si ella estuviera allí, como tierra de nadie cuando la tierra estaba poco habitada» y como si la explosión demográfica no fuera el subproducto del avance científico y tecnológico.
Dentro de este alegato cada cuento es como un argumento más que contribuye a probar la tesis. El primero «Día de visita», es una exaltación de la locura como única actitud válida ante un mundo desquiciado. «El Ángel de la Villa» se refiere a la espantosa manipulación que se hace de la niñez y a qué tipo de vida se la condena. «La inocencia de Eulogia» muestra el desánimo y la abyección en que cae la pareja pobre cuando se llena de hijos. Y así sucesivamente hasta llegar a «Por unos zapatos rojos» donde se cuenta el resentimiento materno que percibe un hijo que nunca fue deseado y la quemante pregunta: «¿Por qué no me abortaste? ¿Si no tuviste temor religioso para fornicar acaso ibas a tenerlo para abortar?» El discurso se vuelve narración y el alegato queda probado con argumentos que son pedazos de vida.
En un segundo nivel puede ser considerado este libro como una obra literaria, una pretensión de escribir bien, de llegar al arte de las letras si fuera posible. En este segundo nivel me introduzco con el temor del profano que no está ejercitado en la crítica literaria pero que quiere exponer sus opiniones y reacciones, aun a riesgo de que sean disparatadas y banales.
La narración discurre en un estilo directo y recio, sin rebuscamientos, como si se tratara de una pintura de trazos gruesos y nítidos. Los antiguos decían que el estilo es el hombre. En verdad puede ser perfeccionado, embellecido y pulido a medida que se perfecciona el oficio del escritor. Pero cuando la expresión literaria se maquilla demasiado pierde autenticidad. Es preferible una redacción dispar que una obra de calidad uniforme sin la vibración del alma del autor. En los escritos de Lucy Mendonça hay párrafos brillantes y párrafos donde la expresión se hace más torpe, pero ninguno de ellos carece de honestidad. En la honestidad de estas líneas se expresa el carácter de la autora, firme, luchador, honesto, siempre dispuesto a bregar por alguna causa altruista.
En «Los cuentos que no se cuentan» se retrata Lucy Mendonça, quizá no toda entera pero sí en la parte más generosa de sí misma.
Quizás por esto mismo la autora no termina de desligarse de los personajes que crea. Ellos están in fieri, como todavía en el momento del parto. No siempre pueden tener vida propia y caminar por sí solos por los caminos del mundo. La Doña Isidora de «El Ángel de la Villa» es apenas una sombra: su hija Ana María está, en cambio, con unos pocos trazos, muy bien diseñada. La descripción de las relaciones de pareja que se encuentra en «La inocencia de Eulogia» es literalmente correcta pero las motivaciones de los personajes son demasiado lineales. «Perla Mbarete» no se ajusta a lo que dijimos anteriormente porque en ese cuento el personaje se escapa de las páginas del libro y se agita ante los ojos del lector; también la mujer de «Tierna infancia» tiene vida propia sobre el trasfondo obscuro de una historia sórdida.
¿Cómo clasificar a esta obra? ¿Es literatura de denuncia, es autobiográfica, es testimonial? En verdad, es un poco de todo eso. En el cuento «Rosario» es autobiográfica. En todo el resto de la obra, a mi juicio, predomina la literatura de tipo testimonial porque la autora quiere contar lo que vio y palpó en el desgraciado itinerario sexual y reproductivo de las mujeres pobres de nuestro país. Si predominan el dolor y la queja no es porque lo quiera la escritora. Ella proclama «benditas las almas que carecen de la visión trágica de la vida. Benditos los frívolos, los simples, que flotan sobre el dolor que satura la tierra», pero no puede olvidar, «gime la especie mientras la naturaleza provee -instinto genésico mediante- de renuevos infinitos para las guerras, para el hambre, para las aberraciones, para la producción y para el consumo». No se trata de una preferencia por lo morboso, sino de una lucha contra el mal; poner la literatura al servicio del testimonio, es una opción legítima. Pero hay un tercer nivel, mucho más profundo, en el que discurre y debe ser leída la obra. Este nivel tiene resonancias místicas y semejanzas con el libro de Job. Es el nivel marcado por los cuatro «momentos» que se intercalan en el texto. Estas cosas no nos son contadas a nosotros; por el contrario, son lamentos del justo atribulado, son cuentos contados para Dios. No nos engañemos, nosotros no somos los destinatarios del mensaje, es Dios. Nos es posible enteramos de este diálogo entre la autora y Dios; pero esta obra sigue siendo una larga oración.
¿Acaso Dios no lo sabe todo? Parece ocioso que tengamos que informarle acerca de lo que pasa en Su mundo. Sin embargo la Biblia nos enseña que tenemos que hablar así a Dios. En el libro sagrado de Job el personaje bíblico se queja de que Dios «consume al íntegro y al culpable. Cuando de repente una plaga trae la muerte. Él se ríe de la desesperación de los inocentes» (Job 9, 22-23), en estas páginas se relata el sufrimiento de los humildes y de los pobres, el diálogo con Dios se convierte en una queja y en una recriminación, la oración a veces se crispa y se tuerce hasta los bordes de la blasfemia.
De un modo similar la autora comienza evocando la tierna imagen del Dios de su juventud. Un Dios que le hizo creer en la justicia; que le arrebató con la belleza de la obra de sus manos, por cuya causa se sintió partícipe de la armonía cósmica. Pero el tiempo pasó y llegó la experiencia «del sufrimiento que desgarra y tritura lo mejor de la creación», apareció la sospecha de que el fango de este mundo también es de Dios. No fue sólo la tristeza de la ingenuidad perdida, fue la peor de las humillaciones, el desencanto de la inteligencia que no puede explicarse lo de irracional que hay en este mundo; dolor tanto más fuerte cuando más creyente es la persona. Es el drama de la conciencia religiosa o de la conciencia cristiana a secas -que no alcanza a compatibilizar su idea de Dios con su percepción del mundo. Entonces el ser humano, aunque sea sólo una caña, pero una caña pensante, se yergue con rebeldía e interpela a su Creador.
En el «segundo momento» explota esta rebeldía contra Dios. Dice la autora: «Nadie más que vos sabe cuánto te quise. Nadie más que vos sabe cuánto quiero odiarte, acusarte. Creador supremo, quien seas y como quiera que te llames». No se puede convencer de que otro sea «el culpable de todo este espanto». Cuando alcanzó su madurez de ser humano se sintió con el derecho y el deber de reclamar por las «profundidades del horror que experimento en este mundo salido de tu mano». En un pasaje admirable por su riqueza mística y su calidad literaria la autora conmina a Dios a que le responda y hasta rechaza la seducción de lo divino porque quiere odiarlo libre e intensamente. Todo el pasaje sonará a blasfemia pero si el libro de Job es divinamente inspirado es el mismo Dios quien se interpela a sí mismo. Job llega aún más lejos, él no calla «no reprimiré yo mi boca, hablaré en la angustia de mi espíritu, me quejaré en la amargura de mi alma» (Job 7, 11). Aunque sabe que el hombre no puede justificarse frente a Dios (Job 9, 2) y que aun teniendo razón no podría ganar en una contienda con el Creador (Job 9, 15), el personaje bíblico se aferra a su dignidad humana y se enfrenta a Dios. «Yo tomo mi carne en mis dientes y coloco mi vida en las palmas de mis manos, aunque Él me matara, no me dolería, con tal de defender ante Él mi conducta» (Job 13, 14-15). Y no llegará hasta Dios en actitud humilde sino que expondrá ante Él su causa y «tendría la boca llena de recriminaciones» (Job 23, 4). En el discurso final Job dice: «¡Ahí va mi firma! que me responda el Todopoderoso» (Job 31, 35), como en un juicio donde el ser humano es el que acusa y el Ser divino el que está obligado a defenderse.
Sin embargo, este ser rebelde, no puede dejar de bendecir a Dios. En el «tercer momento» aparece de nuevo la admiración ante el universo, con su riqueza total, con lo que tiene de malo y de bueno, ya no la fascinación ingenua de la juventud basada en el desconocimiento del lado obscuro de los seres humanos y de las cosas sino la comunión con el todo de la persona madura que «agradece el infierno y el paraíso» y sigue elevando sus brazos hacia lo alto, tercamente. Porque así es la vida y así hay que aceptarla, para poder vivirla.
Finalmente, en el «cuarto momento» la blasfemia se disuelve en la adoración ante el misterio. La narración ha terminado, el alegato ha concluido, la causa ha sido presentada ante lo Alto. Este cuarto momento viene después del cuento en el que se relata cuán fútil puede ser el motivo por el que se da la vida. A veces Dios se parece a la madre del cuento «Por unos zapatos rojos» que demanda al hombre «gratitudes imposibles por el don de estar allí, vivo y amargado» pero al final la persona humana comprende que su existir enriquece a los otros y, quizás, enriquece también a Dios. Ahora sólo queda el silencio y la sumisión humilde: «Señor de mis amores, me inclino reverente ante tu majestad, con la rebeldía domeñada y con la paz puesta sobre mi pena incurable. Se acabó la búsqueda. Queda el misterio».
JUAN M. CARRÓN
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INTRODUCCIÓN
Infancia
** Ya es lugar común, desde Sigmund Freud, que el período de la infancia define las tendencias emocionales y sicológicas del individuo. Estas son la base sobre la que se suma -en el transcurso de la existencia personal- el desarrollo volitivo e intelectual del sujeto, que siempre estará bajo la influencia ineludible del fundamento inicial. De ahí la urgencia de encarar la problemática de la infancia, lo que parece pasar desapercibido en el torbellino de información secundaria que provoca confusión. Por su parte la herencia cultural atávica juega un papel fundamental que reproduce el modelo arcaico de la domesticación sistemática del niño, según pautas variables y cambiantes de cada sociedad y de cada tiempo, pautas siempre -o casi siempre- a cargo exclusivo del elemento masculino, cosa que agrava los resultados por la constante exclusión y castigo del elemento femenino, siendo, precisamente éste el que juega el papel más importante y decisivo en la futura conducta adulta. Ya nadie ignora que la mayor responsabilidad, a la hora de ver resultados, cae sobre la madre, sobre todo en cuanto a fracasos.
** El papel masculino que parece debería ser el de protector de la pareja, del hogar y de la prole, es, desde siempre, el de represor, castigador y diseñador de muchos modelos sociales que vienen dándose a través de la historia.
** Se podría suponer que se trata de una imposición de carácter biológico de supervivencia en la pugna innata de la lucha por la existencia contra la naturaleza, contra otras especies y contra otras etnias e individuos que significan amenaza potencial permanente. Sería pues, el modo masculino, natural, de cumplir con la función de protector del núcleo familiar, extensivo al de la sociedad, en los inconscientes impulsos de sobrevivencia colectiva.
** Estas consideraciones llevan a aceptar la premisa de que la condición ineludible del ser es la competencia en lucha a muerte por la sobrevivencia. Es una premisa posible, pero riñe con la corriente humanista pretendida por el presente mundo globalizado. Ello parece una contradicción en cuanto se observan los resultados al fin del segundo milenio. Por una parte están las buenas intenciones manifiestas y por otra, los pavorosos hechos que parecen confirmar la hipótesis de la ineludible condición de fieras en guerra permanente por la vida y el predominio consecuente. Así pues, somos espectadores impotentes de los acontecimientos diarios en el mundo, queramos o no asumirlo.
** Multitudes humanas sometidas a huidas masivas, hambre, desnudez, matanzas y martirio, incluidos niños víctimas del incomprensible horror ancestral, son noticia normal que recorre el globo terráqueo. Carencias acuciantes para millones de seres humanos, injusticias, amenazas, catástrofes y angustias dantescas conforman la realidad cotidiana para la mayoría de los pobladores del planeta. Los extremismos más crueles pasaron a ser opciones válidas, como el terrorismo, la guerra de guerrillas, revoluciones, guerras étnicas, religiosas o de mero predominio territorial o económico. Pero lo que continúa siendo impensable para la mayoría los líderes espirituales del mundo que influyen, precisamente, en los sectores poblacionales más pobres y abultados demográficamente, es el uso de la tecnología para otorgar a la pareja -en especial a la mujer- la libertad de decisión sobre su impulso genésico. Esa discusión se corta drásticamente con el antiargumento de «atentado contra la vida».
** Cada niño que nace es un benefactor, un criminal o un mártir en potencia. Todo dependerá de su entorno: en primer lugar de las condiciones, circunstancias y amor de la madre; en segundo lugar de la presencia protectora y afectuosa del padre, o de su ausencia. En ese aspecto, una mirada distraída a nuestro alrededor nos muestra el déficit espantoso en que se encuentra la infancia en cuanto a salud mental, emocional, síquica, para no mencionar otros aspectos obvios. Ese déficit es una bomba de tiempo para el futuro social.
** La peor lacra de la actualidad es el estado deplorable de la infancia mayoritaria sobre todo el orbe. El castigo a la mujer por no respetar los tabúes sociales judicializados sigue sometiéndola a proyectar sobre su prole -y sobre el futuro humano- sus infortunios.
** Un paréntesis de reflexión sobre los personajes tenebrosos de la historia mediata e inmediata lleva a suponer que fueron individuos malformados en la niñez. Lo mismo que los inadaptados criminales que conforman legión hoy y siempre. Las mujeres del primer mundo -que se abstienen de procrear más allá de sus posibilidades- saben lo difícil que es criar al hijo aun con todas las comodidades tecnológicas del día. Por lo que es necesario suponer que ninguna política gubernamental, por sofisticada que sea y bien intencionada, podrá cubrir el espectro de requerimientos para la salud integral del niño. Las políticas igualitarias y distributivas a lo Robin Hood, las conquistas de las feministas de todas partes, no llenan ni someramente las necesidades del niño. Ningún Estado puede suplir con sus leyes la necesidad imperiosa de la presencia activa y amorosa de una madre en sus cabales protegida por un padre responsable de sus deberes. Toda prótesis es siempre eso: prótesis. Pero una humanidad que genera carencias masivas para vender prótesis, pierde su condición de tal. Pasadas las épocas de la feliz inconsciencia que nutría a la sociedad humana de moralina religiosa y cultural, queda el hecho escueto de que ninguno de los analgésicos tradicionales -como aquél de que «cada niño trae su pan bajo el brazo»- tiene efecto real; los analgésicos calman momentáneamente el dolor, pero no curan la enfermedad. En la sociedad agrícola tenía funcionalidad la prole numerosa. Importaba poco el individuo pero sí el núcleo familiar como célula social. Todas las expectativas estaban puestas en la grey. Allí encontraba la persona humana su estímulo y a él otorgaba sus potencialidades. Los que no se sometían a esa regla era simplemente desechados.
** El avance tecnológico y el incremento del valor del individuo como sujeto de interés fundamental en que se apoyó el llamado humanismo, hoy vigente según declaraciones oficiales de nivel mundial, produjeron la prolongación de las expectativas de vida, un cierto control de epidemias que diezmaban la población mundial, un cierto control sobre la mortalidad infantil y un optimismo exagerado respecto a la gestión humana como agente «humanizador». Curiosamente, y como contrapartida, las predicciones malthusianas se hacen presentes de algún modo. Aparece la explosión demográfica mundial, aparece la comprobación de que los recursos naturales necesarios para la sobrevivencia de las especies del planeta no son renovables como se suponía y, lo que es más contradictorio, el individuo vuelve a tener valor en la medida de su funcionalidad social. Todo intento de devolverle su importancia en razón de su mera existencia parece ser tiempo perdido y mera manifestación de piadosas intenciones.
** El humanismo tropieza con sus propios pies al negarse a considerar las tremendas consecuencias del «laisseferismo» genésico. Se niega a aceptar oficialmente la posibilidad que ofrece la ciencia para limitar la natalidad en beneficio de la calidad de formación de la infancia. Niega a la mujer el derecho de procrear de modo racional en beneficio de la prole y de la misma especie y su futuro.
** La vuelta nostálgica hacia el paraíso perdido de las tribus primitivas por parte de antropólogos y teólogos, la esperanza de recuperar al buen salvaje roussoniano utópico, son buenos ejemplos de la desorientación reinante. En esas idealizaciones se omiten hechos mayúsculos como que el buen salvaje siempre vivió guerreando de modo bestial, y siempre usó métodos contraceptivos, muchos por cierto muy crueles según los parámetros morales vigentes, y que la eugenesia, la eutanasia y el canibalismo ritual fueron tan socorridos y sagrados como lo es hoy el denominado «derecho a la vida».
** Se sigue pretendiendo ignorar tercamente que el cachorro humano es el más susceptible de convertirse en peligro planetario autodestructivo cuando está en juego su integridad emocional y síquica, sin necesidad de padecer estado patológico según diagnóstico siquiátrico. La existencia de sub-razas multitudinarias en varias partes de la geografía planetaria, no es ninguna hipérbole caprichosa Es cuestión de no negarse a ver lo que traen las noticias del día. Los beneficiarios de esa constante desafortunada son los burócratas, los ideólogos carismáticos y las jerarquías oficiales religiosas. Pero los hechos siguen anunciando claramente -a pesar del torbellino informativo desorientador-que los planes mundiales y locales de corrección de los problemas de la superpoblación y su secuela de males, son meros generadores de cargos burocráticos con el consecuente incremento de impuestos y cargas públicas. Los paliativos son ridículos en contraste con la enormidad del daño. La acción estatal y de organismos internacionales, sumada a la de las proliferantes acciones privadas, significan una gota de agua en el desierto. Los cottolengos, los comedores comunes, los asilos, los campamentos de refugiados y demás piadosos emprendimientos, sirven más de consuelo y de lavado de conciencias que de remedio eficaz.
** Las necesidades del niño van mucho más allá del alimento básico, la atención masiva de la salud y los albergues colectivos. Las carencias emocionales, afectivas, sicológicas e intelectuales de multitudes de criaturas inermes que deambulan sobre la faz de la tierra -abandonadas, maltratadas, vejadas, envilecidas, cazadas como ratas, explotadas por proxenetas, usadas como detectores de minas o como «mulas» para transporte de mercancías de narcotraficantes- escapan al control y socorro colectivos. Hay un enorme campo en el quehacer humano, personalísimo e irreemplazable. Una humanidad seducida por soluciones estatales, institucionales, burocratizadas y colectivistas, es ciega, sorda, manca y paralítica para asumir el hecho tremendo de la existencia multitudinaria de niños guerrilleros y terroristas, de «niños bombas» y de pequeños usados como juguetes sexuales para el «turismo» con poco riesgo de ser transportadores del virus del SIDA. Este crimen colectivo de lesa humanidad es el mentís más rotundo del triunfo de la gestión estatal en pro del individuo y de la especie.
** Los pretextos para desviar pudorosamente la mirada en favor del «buen gusto» o de la «buena onda» son de diversa índole: desde seudorreligiosa y sentimental hasta, supuestamente, desarrollista. No faltan economistas que sostienen para el «desarrollo social» la necesidad de gran población. Se vuelve pues, a la visión -contrahumanista- de la lucha por la sobrevivencia y desarrollo -en este caso- como condición intrínseca del ser. La «prueba»: la institución de la esclavitud, vieja como el hombre, ha sido auténtica generadora de desarrollo material.
También los ecologistas tienen su propia venda sobre los ojos para omitir el hecho obvio de que, a más población humana más uso de recursos no renovables del planeta.
** Los legisladores de estas latitudes no se quedan atrás en cuanto a no ver lo que no quieren. Aprietan despiadadamente las tuercas de la ley a las mujeres que no pueden o no quieren -por la razón que sea y que no está al alcance de la entendedera de sus magines de «juristas»- procrear más allá de sus fuerzas. Lejos de su comprensión está desde luego, la tragedia de madres que deben delegar a mercenarios sus funciones prioritarias de custodias de su prole, para salir a trabajar por cualquier salario para solventar las necesidades impostergables de la elemental supervivencia. Ellas -que conforman legión- son, irremediablemente, potenciales violadoras de las «leyes» escritas por varones.
** Se desarrolló una gran sensibilidad ecologista, al punto que las especies animales y vegetales en riesgo de extinción son objeto de protección esmerada. Pero la salud mental y la conciencia de sus naturales depredadores quedan relegadas al azar y los parches piadosos. Hegel enunció que si los hechos no concuerdan con la teoría, mala suerte para los hechos. Lástima que en cuanto al presente tema, la mala suerte recaiga siempre sobre el futuro de la humanidad y del planeta.
Los privilegiados de la tierra están comprando predios en la luna y en otros cuerpos celestes, según noticias periodísticas. Esto recuerda la conducta de las ratas en una nave que está por hundirse. Hace pensar que el mundo se convirtió en una casa de inquilinato vetusta, maltrecha, en peligro de derrumbe e infestada de alimañas hambrientas y desesperadas cuales son las multitudes de seres humanos sin acomodo posible a pesar de los organismos internacionales y sus esfuerzos obviamente inútiles.
** Estas apreciaciones podrán ser tachadas de apocalípticas, pero el hecho es que, los que pueden, se comportan como los alegres personajes del Decamerón. El presente se presta para las simplificaciones ideológicas de líderes que atribuyen todos -28- los males a la mala distribución de la riqueza. Como si ella estuviera allí, como tierra de nadie cuando la tierra estaba poco habitada. Como si no se la generara con ingenio y esfuerzo múltiple. Además, la actual explosión demográfica con sus consecuencias espantosas, responde a un evidente aumento de riqueza y poder (científico y tecnológico) en manos de mayor cantidad de personas como no hubo nunca antes. El fenómeno es hijo del bienestar repartido entre muchas sociedades que renunciaron a las tradiciones arcaizantes. Por más generosas que ellas sean, la explosión demográfica supera todo altruismo posible. Negarlo es un fraude. Como lo es negar la urgencia de limitar la natalidad en pro del equilibrio de las especies que comparten el hábitat limitado que es el planeta.
Sin entrar al campo del feminismo -que puede ser una reacción a veces ciega de la mujer contra el atávico tutelaje irrespetuoso del varón- se puede afirmar que el elemento masculino en Iberoamérica es el menos indicado para decidir y legislar sobre el tema de este ensayo. Por tradición y con manifiesto orgullo el hombre se jacta de disfrutar del placer sexual y dejar a la pareja con las consecuencias. Ella a su vez, transmite a los hijos las penurias y frustraciones de esa lucha desigual y solitaria. Por otra parte, la intervención de conciencias es un feo aspecto de la moralina tradicional de esta zona del continente. Desafortunadamente, esa manía hereditaria, es compartida activamente por el elemento femenino.
** En general, el hombre sabe poco de esa frágil y sensible prolongación de sus apetitos sexuales en el vientre de la compañera. Ese misterio no le pertenece y debería estarle vedado legislarlo. Porque no se trata siquiera de obligar al padre biológico de darle apellido y sustento al producto final de las relaciones carnales, sino de asumir un papel poco menos que desconocido por él en nuestra cultura. Es archiconocida la sobreabundancia de padrillos humanos que embarazan a cuanta mujer se pone en su horizonte, por mera compulsión, para probarse a sí mismos su propia virilidad tal vez insegura. Acaso ese patrón cultural masculino responda a un modelo de infancia humillada, amedrentada y menoscabada. Evidentemente no pudieron asumir emocional, síquica y afectivamente la condición primera y última de la naturaleza masculina: el coraje de asumir responsabilidades y no delegarlas en los más débiles.
** Ya dentro del terreno de las suposiciones y de las hipótesis, este sistema de relacionamiento, anómalo, desde luego, podría ser la razón por la que la mujer paraguaya -y probablemente de otras sociedades afines- sea tan propensa a aceptar los maltratos físicos y sicológicos por parte del varón. No solamente por costumbre según modelo cultural, sino por temor a perder la imagen del «compañero protector y padre del hijo» aunque esa no sea otra que una caricatura cruel. Podría también ser la explicación de la aparente frecuencia con que el elemento femenino-aquí y en cualquier parte y época- tiende a comerciar con el sexo. No solamente porque tiene, ancestralmente, menos opciones laborales que el hombre, sino también por sentirse fisiológicamente más atada que él en su rol emocional de madre.
** Cada época tiene su modelo de moralidad, con mayor razón ésta, globalizada. Hay pues, una especie de «puritanismo» al uso que se caracteriza por desdeñar la raíz de muchos fenómenos colectivos. Como todo puritanismo es piadoso respecto a la cantidad en desmedro de la calidad. Moviliza una mística panteísta sentimental omitiendo toda trascendencia que no sea terráquea y sensorial. Exalta la igualdad y lo colectivo en desmedro de lo particular e individual. Se evita asumir las limitaciones del planeta en su capacidad de albergar exceso de población humana y se hace lo mismo con las posibilidades femeninas en cuanto a procrear más allá de sus fuerzas. Se tiende a evitar el análisis de fenómenos masivos alarmantes como la demencia colectiva, el incremento de la rapiña en todas sus formas -desde la brutal hasta la encubierta-, la comercialización y consumo de estupefacientes y estimulantes, la carrera por adquirir poder de cualquier modo, la criminalidad en aumento de adultos y de niños, el recrudecimiento de prácticas de crueldad étnica y política y otras actualidades, con la procreación indiscriminada en detrimento de la calidad de vida de la infancia.
** El presente ensayo no pretende ofrecer receta alguna, pero sí llamar la atención sobre un tema tabú en nuestra cultura. Los que lo intentan, casi siempre son desoídos o condenados a los extramuros de la indiferencia social.
** Pero corriendo esos riesgos habituales, sí es urgente señalar que la mujer sigue siendo objeto de crónica violación de su conciencia como individuo y actor fundamental de la prolongación de la especie y del futuro planetario.
** Es que el humanismo en boga llega a extremos de tolerancia sexual y reproductiva sin reparar en el costo para las inermes víctimas infantiles que lo proyectarán al futuro.
Al menos los tabúes sexuales del pasado, con toda su torpeza, contemplaban de algún modo las consecuencias de tales abusos.
** Todo lleva a sospechar que existe una inconsciente conspiración autodestructiva de una sociedad globalizada que se niega a enfrentarse a la sobrecogedora y cruel realidad de una gigantesca infancia mártir de final de milenio. - Areguá, 29, III, 98.
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Primer momento

** Nadie más que vos sabe cuánto te quise: mi sueño y mi despertar te estuvieron consagrados. Las torres rojas, los palacios nazaríes, la canción del agua y el lamento del violonchelo, todo, absolutamente todo, estuvo referido a vos y a nadie más que a vos. Mi llanto sin consuelo, mis fracasos eternos, mis nostalgias incurables te los dediqué. Esas locas aventuras del pensamiento y aquel fuego incandescente de la pasión te tuvieron como causa y combustible. También mis iras cósmicas y esa ternura blanca destilada en la leche de mis pechos. Por vos la sal de mis lágrimas se hizo lava ardiente, generosa, que manó sin tregua por el infortunio del desvalido y de la infancia inerme. Solamente por vos tuve la fuerza del huracán siendo nada más que un suspiro trémulo. Por vos creí en la justicia y por vos tuve bellos momentos de paz en la desgracia. El silencio solemne de todas las ruinas de la tierra se volvió cántico triunfal y las piedras vibraron de alegría y los sepulcros abrieron sus fauces devolviendo a los resucitados del dolor de cada mártir anónimo. Reverdecieron los páramos y la fronda de esmeralda filtró el oro de un sol nuevo en una tierra nueva. En vos vi a los esclavos de todos los tiempos que ascendían al cielo por la escala de Jacob. Por tu causa me arrebató la belleza de los mundos hechos por tu mano y la hermosura rozó mi carne corruptible. Por tu causa me sentí partícipe de la armonía cósmica y comprendí el himno universal de las estrellas.
** Si viví, por vos fue. Si creí vivir, te lo debo. Si existí fue para vos. Te tuve por única razón de todo lo bueno, lo puro, lo santo. Odié el fango de este mundo que supe no era el tuyo. En la juventud esperé que me darías el Paraíso en la tierra. Luego comprendí mi soberbia. Me esforcé entonces por aprender la virtud de la paciencia, esperando contra toda esperanza que al final de este largo Camino de Santiago me tendrías preparada la alegría de tu Reino.
** Ahora, envejecida, cansada, saturada de todo el sufrimiento que desgarra y tritura lo mejor de tu creación ante mi impotencia, te ruego solamente que, como consuelo, me cierres los ojos en un sueño definitivo de olvido eterno. Y si algo en mi amor fue grato a tus ojos, te suplico que nunca más me retornes la conciencia y la sensibilidad. Amén. - Areguá, miércoles 13, V, 98.
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Día de visita

** La llovizna esfumaba los colores grises del pabellón y el verde de la arboleda. Bajo el ancho corredor, separados del resto de la gente, los amigos conversaban en voz baja. Desde la cocina llegaba el grato aroma del cocido con azúcar quemada. Tomás observó a Luis que acariciaba, ensimismado, un gato pelirrojo acurrucado muellemente sobre sus piernas extendidas.
** -Los demás vendrán de un momento a otro. ¿Estás listo para recibirlos? -interrogó Tomás.
** Dos pájaros pequeños alborotaban en lucha enconada o en apareamiento feroz lanzando chillidos sobre el brocal de un pozo en desuso.
** -No sé. ¿Acaso alguien inteligente sabe algo con certeza? Todas sos suposiciones que se confunden con verdades absolutas.
** El gato miraba la pareja de aves trenzadas en un revoltijo de plumas voladoras y de trinos vehementes con una atención parecida a la ternura.
** Luis continuó:
** -¿Acaso alguien sabe si esos se aman o se odian, o si el gato los ama o los odia? Lo seguro es que todos, sin excepción, estamos confundidos. Lástima que quienes lo manifestamos aparecemos como seres disociantes.
** -Los que lo manifestamos somos los mejores -completó Tomás.
** -Por eso nos aíslan, porque les decimos lo que no quieren asumir -remató Luis.
** Sonrió concentrado en el gato que se desperezó ampliamente. Los pájaros habían alzado vuelo llevando lejos sus querellas. El felino se reacomodó, lánguido, y entrecerró los ojos esmeraldinos.
** Somos los mejores, los mejores -canturreó Luis-, los demás son los elohim. El mundo está lleno de ellos, la progenie de los nefilim que copularon con las hijas de Adam y llenaron la tierra de íncubos y de súcubos que componen la sociedad humana. En Génesis 6 y en Efesios 6 se habla de ellos, pero nadie entiende. Por eso Jesús habló en parábolas para que solamente entendieran los predestinados: los que no son la progenie de los nefilim. Nadie conoce tampoco el Libro de Noé, ese apócrifo que cuenta cómo los ángeles caídos, los nefilim, buscaron el modo de destruir la simiente adámica encarnándose para fornicar con sus mujeres. Este minúsculo planeta tierra fue preparado como escenario de la guerra final entre la naturaleza buena del Padre y la mala. Los mazdeístas persas lo sabían. Eso explica la predestinación. Los fariseos de siempre comercian con una religión humanista sentimental.
** Quedó mudo, con la mirada perdida; su mano larga acariciaba el lomo rojizo del animal. Tomás se puso tenso y le pasó el brazo sobre los hombros, como un hermano mayor que protege al menor. Con voz suave preguntó:
** -¿Te parece que estás preparado para volver, he, Luis?
** De alguna parte llegaba, nítida, la voz de un locutor de radio anunciando las noticias. Luis retiró las manos del gato y, temblorosas, las llevó a los costados de la cara tapándose los oídos con las palmas. Tomás le palmoteó el hombro. El comunicador decía:
** «En el sur están siendo evacuadas dos mil familias. Las cosechas de algodón y soja están virtualmente perdidas en un porcentaje aproximado del sesenta por ciento. Las lluvias atípicas mantienen a etnias del Chaco aisladas por las aguas. Las facciones en pugna del oficialismo amenazan con desestabilizar al país si la oposición triunfa en los próximos comicios. Las quiebras bancarias repetidas dejan a millares de ahorristas en la calle. La huelga de transportistas se amplía por tiempo indeterminado. Los médicos, a su vez, amenazan con la misma medida de fuerza. Los niños de la calle aumentan en proporción alarmante. Estos son los titulares locales del día».
** Luis emitió un grito ronco que vibró largamente en el corredor. Tomás estrechó en un abrazo al amigo que temblaba violentamente. Le castañeteaban los dientes y quedó rígido antes de ponerse de pie de un salto. El animal huyó asustado.
** -Tranquilo, hermano, tranquilo. Si yo pude salir de aquí, vos también podrás, te lo aseguro-. Decía Tomás.
** -¡No, nunca más, por Dios! Prefiero esto a volver a una sociedad malsana, pervertida, maldita. Ser otra vez un mísero Gregorio Samsa. ¡Volver a la parodia de la felicidad y de la «buena onda»! ¡Volver a un mundo en el que padres desquiciados aterrorizan a sus hijos a golpes y los maltratan! ¡Nunca!
** En ese momento llegaron los tres enfermeros y le pusieron la camisa de fuerza. Luis siguió gritando antes de desaparecer de la vista de Tomás por el largo corredor:
** ¡Volver, nunca, nunca, avisales a todos, Tomás, avisales que son ellos los enfermos, avisales que viene el fin, que ya está aquí, que... -dijo todavía, ya lejos del amigo.
** Tomás lo vio partir con las mandíbulas apretadas y los ojos secos. Los visitantes del otro extremo observaron mudos la escena y luego, susurrando, siguieron la conversación interrumpida.
** Sobre la copa de los árboles lucían rutilantes las gotas de la llovizna bañadas en un sol nuevo que comenzaba a salir. - Areguá, 4, 8, 98.
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Noche de tormenta

** El amenazo tenía inquietos a los muchachitos del orfanato Santa Teresita del Niño Jesús. En el poniente se encrespaban los lomos negros de los nubarrones. La hermana Concepción le dijo a la madre Superiora:
** -Esta noche llegará la tormenta.
** -Así es, hermana. Daré orden de adelantar la hora de la cena y del descanso. Es mejor que todos estén en la cama cuando llegue, para que no se asusten.
La hermana Concepción condujo escaleras arriba a los niños que tenía a su cargo -los que estaban entre diez y trece años de edad-; ya se escuchaban los primeros truenos, todavía lejanos. Los hizo arrodillar al pie de sus lechos y comenzó a recitar con ellos la oración al Ángel de la Guarda. Luego mencionó, uno por uno, los nombres de los cuarenta y tres benefactores que contribuían para el mantenimiento de la casa. Hizo un paréntesis recordatorio especial en favor de doña Catalina Rodeau, viuda del ilustre jurista, doctor Miguel Ángel Fuentes. La dama, además de auspiciante permanente, se había convertido en atenta proveedora de bienes específicos para la institución. A ella le debían las placas radiográficas que suplantaban los vidrios de las ventanas. Días atrás, al entregarlas solemnemente a sor Inés le dijo que servirían de protección contra el frío y los vientos, mientras no pudieran comprar cristales. Había hecho la recolección de placas radiográficas usadas en su círculo social, para el edificio a medio construir. Así que la hermana Concepción dio gracias a Dios y a la Virgen por ella y, además, encomendó a Santa Teresita la cura de la dolencia ósea de la mujer del Diputado que había hecho entrega de nada menos que treinta, del total de las sesenta. Antes del Amén recordó a los pequeños orantes que ésta sería la noche del estreno. Que gracias a Santa Teresita, que movía los corazones de los buenos cristianos, estarían a resguardo del temporal.
** La monja de piel color de vela de sebo, se sentó en su mecedora, frente al cuadro del Corazón de Jesús, para iniciar el rezo del santo rosario.
** Uno que otro cuchicheo interrumpía el pesado silencio del salón en penumbra. Los niños sudaban bajo las sábanas sin poder relajarse a causa del calor húmedo que precede a la tormenta.
** Totito tenía miedo, mucho miedo. Recordaba estremecido, más como pesadilla que como recuerdo, una noche así, en que había sonado un estruendo terrible en la choza de algún lugar, -no sabía dónde, en el que había tenido una mamá y hermanitos. No podía precisar lo sucedido. Le llegaban de muy lejos, unas hilachas de memoria: un olor penetrante, unas figuras borrosas que se movían como espectros de un lado a otro entre ayes y lamentos. Luego, el deambular de una casa a otra, el desfile de caras extrañas y actitudes indescifrables, hasta que, por fin, quedó con las monjas. Totito inauguró el edificio a medio hacer, cuando estuvo habitable, juntamente con su amigo y compañero de infortunio, Francisco, que ocupaba la cama contigua a la suya, de modo que podían conversar en susurros sin que nadie se apercibiera. Eso le daba cierta seguridad a Totito, mientras esperaba, tembloroso, lo que se venía.
** Un trueno seco se desplomó sobre la mole de cemento haciéndola trepidar. El dormitorio quedó en suspenso. La lucecita que atenuaba la negrura de la noche, bajo el cuadro del Corazón de Jesús, se apagó. La hermana Concepción quedó helada con el rosario apretado entre las manos. Ella también tenía miedo. Ella también dirigió la mirada hacia las placas radiográficas de las ventanas. Pareció un tiempo infinito, hasta que el fogonazo, largo, parpadearte, hizo aparecer la galería de espectros: calaveras, manos esqueléticas, fémures, costillares descarnados, pies cadavéricos aparecieron y desaparecieron en segundos largos, antes que la oscuridad precediera al trueno.
** Un clamor de gemidos ahogados pobló el silencio. La religiosa, empuñando el rosario, se paseó en la oscuridad, a tientas, tratando de dominar el temblor de su voz y luchando por manifestarse persuasiva. Decía que los niños buenos no tienen miedo porque el Ángel de la Guarda los cuida; que solamente los malos temen; que el manto de la Virgen cubre a todos los que se portan bien y no tienen malos pensamientos. Luego comenzó su rosario suplicante.
** Totito sabía que estaba protegido. Con el primer rayo Francisco se introdujo bajo sus cobijas y lo acarició largamente. Besó sus ojos, en los que se insinuaban las lágrimas, deslizó sus manos a lo largo del magro cuerpo del amigo, hasta que se juntaron en un prolongado abrazo febril. Desapareció el desfile de espectros, olvidaron la voz horrísona del trueno y el desesperado rosario de la hermana Concepción pasó desapercibido.
** Al caer la lluvia cesó la tormenta eléctrica. Los ánimos comenzaron a aquietarse y, sin nadie saber en qué preciso momento, el sueño los arropó en su regazo. Francisco dormía en su lecho, Totito en el suyo y la hermana en su mecedora, ante el Corazón de Jesús, con las cuentas olvidadas entre sus dedos laxos. - Areguá, 12, V, 98.
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Segundo momento

** Nadie más que vos sabe cuánto te quise. Nadie más que vos sabe cuánto quiero odiarte, acusarte. Creador supremo, quien seas y como quiera que te llames, creación tal vez de mis emociones huérfanas, consuelo de los libros sagrados, necesito reclamarte. Aunque a mi pesar, sigo adorándote por los sueños que me inspiraste, por los viajes divinos que realicé contigo; pero tengo que rechazarte, sin embargo. No vas a convencerme de que otro es culpable de todo este espanto, sino vos. No acepto la responsabilidad de las creaturas sino la del hacedor. Yo no hice las galaxias, ni los misterios, ni las profundidades del horror que experimento en este mundo salido de tu mano. Cuando tuve un atisbo de conciencia supe que no fui la artífice de toda esta majestuosa crueldad y belleza que es tu obra, no la mía. Tengo el derecho, el deber y la urgencia de reclamarte como único causante de todo lo que me abruma, me fatiga y me mueve a ira. Esta ira mía, entrañable, no pertenece a una mísera criatura sino a la cósmica decepción que provocaste, con promesas mentirosas, incomprensibles, en las almas simples. Yo tuve que creerte para no odiar el día en que nací. Soy polvo y no me toca dar explicaciones sobre tus motivos. Siempre, como cualquier miserable que se refugia en tu esperanza para no matar, te defendí y te justifiqué.
** No puedo más. Si te ofrecí mis profundos goces íntimos, si te dediqué cada una de mis lágrimas, hoy solamente puedo entregarte mi odio. Ya no quiero dejarme seducir por la lírica belleza de los salmos que exaltan tu nombre, ni por la dulzura falaz de la música secreta que pusiste en mi alma -esa maravilla instransferible de que todavía gozo-, armonía interior, sobrenatural, que me atormenta por contraste con el mundo que oprime y ofende. Yo, creatura malformada, como todos mis hermanos, hechos de eternidad y muerte, te conmino a que me respondas. Rechazo tu seducción porque quiero odiar libre e intensamente. Por eso te ofrezco mi ira inconmensurable y me niego al consuelo supremo de las infinitas resurrecciones que me hiciste conocer. La resurrección eterna ya no puede resarcir a los que te buscan, de tanto mal que llena la tierra. Que Lázaro siga hediendo por la eternidad. - Areguá, 5, 28, 98

Enlace al ÍNDICE de la versión digital de Cuentos que no se cuentan en la Biblioteca Virtual Miguel de Cervantes
  • Prólogo / Introducción
  • Primer momento / Día de visita / El ángel de la villa / Noche de tormenta / Segundo momento / La inocencia de Eulogia / Bendita sea la cultura / Perla mbarete / Rosario / Tercer momento / Tierna infancia / La patria es la patria / Recordando a Borges / Por unos zapatos rojos / Cuarto momento.

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