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viernes, 16 de julio de 2010

NILA LÓPEZ - TÁNTALO EN EL TRÓPICO / Versión digital: BIBLIOTECA VIRTUAL MIGUEL DE CERVANTES.


TÁNTALO EN EL TRÓPICO
Autora: NILA LÓPEZ
(Enlace a datos biográficos y obras
en la GALERÍA DE LETRAS del
Edición digital:
Alicante :
Biblioteca Virtual Miguel de Cervantes, 2001
N. sobre edición original:
Edición digital basada en la de Asunción (Paraguay),
Ediciones Colihue;
Editorial Don Bosco, 2000.

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A José Guggiari, y a los que como él lucharon y luchan por la libertad.
Cualquier coincidencia con la realidad es puro error de cálculo.
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ADVERTENCIA
* El simple acto de coser un botón es inspirador. Cada puntada crea el gesto. Un movimiento nuevo.
* Acompaña la sucesión mecánica del bordado con un flujo incontenible de temas. Sabe que puede frenar el pensamiento. Jamás quiere hacerlo. La voluntad más fuerte, la de la palabra, es al mismo tiempo la tiranizadora de todo lo que promueve: un laberinto que no sabe esquivar.
* ¿Es la bondad un atributo de la inteligencia?, se interroga. Tiene la ligera presunción de que nadie es feliz, porque hay gente solitaria en todos los lugares hacia los que mira.
* No obstante, con cada persona, sin urdirlo, instaura un nexo, algo muy recóndito.
* En este momento de su vida advierte que se halla en una situación peligrosa, a punto de llegar al fondo de algo que ignora. Es su prisionera. Se autoespía. Se retiene. No quiere entrar en las trivialidades expresivas de las ideas y sus significados. Sólo papeles y un espejo avisan cuán inconmensurable es su rebelión.
* Respuesta a Todo. En el momento exacto de la incertidumbre, el título resalta luminoso, providencial ante Anudila Gonzaga. Lee: Lo que el diccionario no contiene. ¡Coincidencia o buena suerte! En el capítulo dedicado a informaciones sobre astronomía, de la A a la Z, busca la definición que necesita: ¿Quién es el Ser Supremo, dónde está, y sobre todo, qué hace?
* Ha comprobado que no todas las personas nacen libres e iguales, como asigna la Declaración de los Derechos Humanos. ¿Y Dios? El pequeño dios. ¿Es varón o mujer? ¿Cada uno puede imaginárselo como le plazca?
* Dios entre dioses.
* Todavía no lo identifica. Fija su lectura en la luz zodiacal, ese débil resplandor adherido al horizonte, que proviene del sol cuando fulgura hacia el oeste tras el crepúsculo, y hacia el este antes de la aurora.
* Anudila tanteó muchas veces una aproximación sencilla y pura al Todopoderoso. Mas el incienso, en las iglesias, colmó de lágrimas sus ojos. Oyó asustada el tono de sermón de quienes transmitían los mensajes sobrenaturales: casi todos los intermediarios del cielo culminaban sus discursos con obvias amenazas de catástrofe.
* En la majestuosidad de otros templos o de bosques inmensos, siguió ideando a su Hacedor, pero la ignorancia del modo en que debía frecuentarlo, impedía la unión.
* ¿Era Él la gran imposición de antepasados cuyas órdenes persistían o invención únicamente suya? Todas las veces que hacía conjeturas sobre la omnipresencia anhelada, disfrutaba de un cosquilleo en el plexo solar. Aprendía lo que es la devoción. ¿Cómo surgía aquel apremio antiguo, inexplicable? ¿Quién al grito daba génesis? ¿Qué significaba la paz naciente, al fin, y tan dulce sosiego?
* Contradictoria, huía. No. No debía amarlo confundiéndolo con un hombre de hueso y carne. ¿Estaría reemplazándolo por un arquetipo de persona viviente, al no hallar eco a sus afanes amorosos? Se defendía argumentando que el misticismo es el último refugio de los inadaptados, pero a medida que asentaba en su vida el perfil divino, crecía en ella un sentimiento plural, indefinible, de bonhomía hacia todos.
* ¿Por qué representaban al dios tras el que iba con el vigor masculino? Una mujer hermosa, sensible, inteligente y rebelde, podía ser la diosa.
* Para eso está la Virgen, repiqueteaba su conciencia. La creadora suprema, la madre del único y verdadero hijo de Dios hecho Dios y de todas las generaciones que se sucedieron y se sucederán sobre la Tierra. ¿Porqué no integraba, entonces, Ella, inmaculada, la Santísima Trinidad?
* El primer catecismo no hizo entrar en razón a Anudila. Más le enseñaban, menos sabía. Más repetía, más se intrigaba. Sectas, ritos, bancos de escuelas, peregrinaciones y rezos la exaltaban. Virtud sobre virtud que se esforzaba en aplicar, sólo aumentaban su alejamiento de ese dios sellado por el misterio.
* ¿Jesucristo reemplazaba al Dios barbudo, primero y sabio, o junto a Él fundaba el reino de dos Dioses supremos, uno anciano y otro joven, con idéntica potestad?
* No obstante, musitaba una y otra vez:
* -¿Qué himnos tendrán el poder de convocarte? ¡Háblame con una sola señal! ¡Entra en mis quimeras, para que así, te sepa! ¡Enséñame el camino que a Tu Reino conduce!
La hostia fue un símbolo encantador de la esencia del Amado. La asimilaba en éxtasis, deslizándola lentamente por la tráquea hasta advertirla en el estómago y delirar en la ceremonia insigne de ser penetrada por El Gran Arquitecto. Se estremecía. El son lejano de una campana marcaba el vínculo.
* Sin embargo, Anudila no se conformaba con esta especie de anticipo de un placer nunca bien entendido. Quería llevar más lejos su ensayo. Contemplaba la estatua de Cristo, su cabello largo y sedoso, los ojos azules de adorable mirada, la postura de bendición en la mano derecha. En su arrebato, conseguía que la mirada de la imagen se moviera. En el ángulo en que se encontrase, hacia la izquierda o la derecha, él la ceñía con su presencia.
* Él. Mientras una voz nacida quién sabe en qué caverna, acicateaba:
* -Él está en cada hermano. Él te espera en el pobre y en los huérfanos. Él aguarda tu lucha. Él te quiere decidida y reformista. En su Nombre las proezas serán tuyas. En tu voz se hará sentir Su Voz, imponderablemente cálida. Su puño se hará tuyo para expulsar nuevamente a los mercaderes del Pueblo. Asistida por Su determinación liberarás una vez más a los esclavos. Con Su fuerza en ti implantarás la República de la Justicia.
* -¡Por qué yo! -clama Anudila-. ¡Por qué a mí! Ayúdame en el temporal y en la bonanza. ¡Socórreme! Dame lo que me conviene, no lo que te pido. Ahora ruego encantarte más allá de la vida y de la muerte. ¡Me urge aprenderte! Quiero recorrer palmo a palmo Tu cuerpo. Adorarte como hombre ni mujer nunca lo hicieron. Besarte olvidando tu noble investidura. Temblar entre tus brazos y acariciar tus labios, tus párpados, aspirar tu aliento, sacarte las mayúsculas, zambullirme en tu Ser. Arrullarte, estrecharte recibiéndote entero, tan Mío y yo tan Tuya que no me importe, al final, arrodillarme para agradecer el más perfecto círculo de entrega, síntesis de todas las pasiones presentes, pasadas y futuras. ¡Yo te amo gozosamente! Me doy a Ti, despierta o vestida, desnuda o dormida. Inclínate ante Mí. Ofréceme Tu Cuerpo y Tu Sangre. Recíbeme, hasta que seamos el Uno indivisible y claro.
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PRIMERA PARTE
- I -
Trance de celos y política
* Eleonora empapó bien el algodón, lo deslizó sobre el rostro mientras se miraba al espejo: pálida, anémica. Todo clamaba desde su boca pintada de rojo. No había manera de aplacar la furia que bailoteaba en sus manos y en sus pupilas y se manifestaba en un sesgo trepidante cuando abría la boca, aunque sólo pronunciara una sílaba.
* Al trasponer el umbral de su casa, un cielo gris la enemistó con el ambiente y surgió en ella esa propensión malsana de sentirse huraña por el motivo más baladí. Hurgó en la cartera y comprobó que las cosas indispensables para ejecutar su plan estaban perfectamente resguardadas: el dinero, el revólver y los alfileres con cabecitas rosadas.
* Sacudió la cabeza maquinalmente. Le habría gustado no estar haciendo este trayecto. Sabía que iba a cometer un desatino. Heriría a una mujer que tal vez fuera buena. Su propósito había sido madurado lentamente durante los últimos nueve meses, con placer y con saña al mismo tiempo. Necesitaba convertirse en su propia delatora y purgar luego esa culpa, evadirse de su entorno lleno de acontecimientos fortuitos.
* Con Pablo, su marido, le iba bien. Bien, como a la mayoría de los matrimonios, sin pena ni gloria. Él pretendía que ella fuera una dulce ama de casa. Sin embargo, Eleonora rozaba el libertinaje: puro purísimo polvo enamorado, libido descontrolada, sobresalía profesionalmente, hacía alarde [18] de independencia económica, e intelectual y espiritualmente era superior a sus compañeros de generación. Pero tenía el terrible defecto de convertirse en un puercoespín ante la mínima contrariedad. Era exactamente opuesta al ideal de mujer que Pablo se había forjado desde pequeño, influido por el modelo materno.
* Tentada por un espíritu reflexivo de contadas ocasiones, Eleonora cerró el bolso grande, negro, pensando. Condujo lentamente su automóvil hasta el parque Carlos Antonio López, pensando. Ya en la cima de la loma, se detuvo, pensando, descendió y se sentó en el banco más próximo. Miró a los transeúntes y con parsimonia comenzó a sacarse el esmalte de las uñas, tan rojo como la pintura de sus labios, pensando. Esta maquinal sucesión de movimientos, la ayudaba a encaminar ideas y a aplacar la angustia que se había apoderado de su voluntad.
* Salvaguardar la vida. Qué difícil. ¡Cuántas inflexiones! La lomada se extendía dócilmente ante su cuerpo que comenzaba a apaciguarse. Lapachos estallando. Qué terrible tener que soportar la luz inmemorial del parque, que antes era un cementerio, pero a esta hora final de la tarde parecía el mismo infierno.
* ¿El mismo infierno? Eleonora pensó que podemos conocer muchas ciudades del mundo, pero siempre hay una que escogemos y amamos: la que guarda historias de nuestras vidas y las de nuestros amigos, ésa que sigue mostrándonos el sentido de sus colores, aromas, sabores. Aquélla que añoramos desde la distancia como si se tratara de un ser humano, cuyas esquinas conocen nuestros deseos más recónditos, con la que hemos intercambiado rabias ante un basural, con la que hemos cantado al son de sus raudales en días de lluvias tropicales, y cuyos recovecos son parte de nuestra gran casa con su gente, que es nuestra familia, tiene nuestros gestos, comparte una manera de hablar y de sonreír.
* Cada vez más enredada en sus inconexos vaivenes mentales, decidió regresar al centro. Al llegar a la calle Presidente Franco notó que se hallaba vacía. Quien habita Asunción del Paraguay con sus siete colinas empurpurándose al anochecer, vestida de verde durante todo el año y refugio de campesinos con ansiedad de metrópolis, no puede dejar de emocionarse una y otra vez al verlos llegar en barcos, en trenes o en carretas para ser prohijados en algún vecindario generoso, villa-urbe donde a veces la eternidad se torna una estampa que parece congregar, como fantasmas, a los pobladores de siglos pasados, y deja paso al tránsito desaforado, a las idas y corridas de los burócratas recién inaugurados, con la palabra democracia fácil en la boca, bien pegaditos a los enormes letreros luminosos Stroessner paz y progreso.
* De súbito, Eleonora recordó a sus tres hijos y sintió un escozor en el estómago. Asoció la imagen con los entierros de angelitos en su pueblo natal. Toda esa gente viniendo desde parajes remotos con sus cruces y sus gemidos a cuestas, esos tiernos pedidos, tantos ruegos. ¡Por qué, por qué estas imágenes, si no era una sentimental barata! Pero se mortificaba. Remordimientos de conciencia aullaban en su piel, exigían por lo menos una, una sola explicación. Por qué lloró ayer en el trabajo, por qué empezó a lagrimear sin poder parar. Lo raro es que no se puso histérica. Estaba totalmente calmada y lagrimeando sin saber por qué, tal vez por la incertidumbre o la sorpresa de reconocer por primera vez el odio. Sintió lástima, después tristeza, afirmó que nunca más querría saber nada de los dos, de Julia y de Enrique, nada de traiciones, nada de coartadas para honrar los juegos clandestinos. ¿Estaría muy pasada de moda, demodé, como decía con asco su abuela cuando quería ser terriblemente ofensiva con alguien? ¡Al diablo! Somos seres civilizados, por qué llegar a tanto, por qué, por qué, ¡por qué!
* ¿Era mucho lo que se atrevía a perder, motivada por el deseo de la revancha? ¿Era mucho o poco? ¿Era tanta la vida y tan poca la muerte? ¿No se habían picoteado entre sí miles de pájaros antes de que ella naciera? ¿Tropas de insectos no habían pisoteado una y otra vez la hierba blandita del verano? Aún después de levantados todos los hombres y mujeres del universo, ¿no se habían afanado en intenso trajín en la búsqueda del momento del sueño, del descanso, del olvido, del fin de esa brava fuerza animal que nos tumba, nos contiene y redime?
* -¡Lo haré, lo haré!
* ¿Lo haría? ¿Verdaderamente lo haría? ¿Aparecería en las páginas amarillas de los crímenes inexplicables, en los periódicos? ¿Docta, ilustrada y cultísima dama asesina a sangre fría a otra docta, ilustrada y cultísima dama?
* ¡Y todo por el recuerdo de unas tardes encendidas de sudor en los reservados de San Lorenzo! Todo por la nostalgia de unos revolcones que no podía olvidar.
* La historia comenzó en el preciso momento en que se lió afectivamente con Julia y Enrique. Ambos eran novios que en apariencia confiaban ciegamente en su mutua lealtad. Junto a Eleonora, dictaban cátedras en la Universidad Católica. Supuestamente integraban un trío académico y amistoso. Se conocían al dedillo y demostraban admiración y aprecio recíprocos. O lo fingían muy bien. Eleonora se atormentaba porque Julia era indiferente a la apasionada relación que ella mantenía paralelamente con Enrique. Saberse la otra, le provocaba una rabia incontenible.
* ¿Cómo era posible que Julia ignorara la infidelidad de su pareja? Por eso planeaba destruir a su colega rival, por pusilánime y cínica, porque con tal de tener a un hombre y posesionarse de él tragaba los sinsabores, disculpaba las larguísimas horas de espera y los plantones, aceptaba sin cuestionamientos la hipocresía de Enrique. ¿Cómo quedaría Julia, tan lady, tan aficionada a las acuarelas de árboles florecidos, delgada y frágil en apariencia, cómo quedaría su estilizada figura con una bala en el centro de la cabeza?
* Eleonora pensó un rato más y decidió posponer la embestida. Estacionó el auto sobre la calle Oliva y entró a la cafetería Capri. No había caso. Al observar el entorno meditó nuevamente sobre el romance interminable de la gente con la ciudad: la huelen, se enredan en su perfume de jazmines, primero se asustan de su ritmo céntrico hasta hacerse habitués de la calle Palma y parroquianos del Lido, donde un caldo de surubí endulza las horas melancólicas del recuerdo del valle.
* Por fin, Eleonora se distrajo de las apreciaciones sobre la ciudad y volvió a centrarse en su casa, en sus hijos, en su marido. Pablo no estaba ajeno a la crónica del triángulo amoroso, pues Eleonora le contaba aplicadamente algunos detalles ficticios o reales, mientras días letárgicos que se amontonaban ponían su marca de distancia irreversible.
* -Me siento mal -le dijo Pablo la noche anterior-. No tengo estímulos para continuar con la empresa de arquitectura y la comida de casa me parece insípida. Ni los niños me alientan como antes.
* -Tal vez -replicó ella sin entusiasmo alguno- deberías concederte un poco de descanso.
* -¿Adónde iría? El campo me abruma, las ciudades grandes me espantan y Buenos Aires está carísima. Mi fatiga no tiene ninguna relación con el trabajo. Todo se debe a que soy un insatisfecho nato. Ya no me atraes ni te atraigo y debo seguir contigo en el mismo sitio. ¿Por qué no nos separamos?
* -Porque yo no podría seguir enseñando en la Universidad Católica -pretextó Eleonora, sulfurada-. Sabes que hay un veto para los divorciados. Me aplicarían el Canon 810. Tampoco me gustas ya, pero están nuestros hijos, por otra parte, que de ninguna manera deben hallar su casa desarticulada. Dormimos desde hace un año en habitaciones distintas. ¿No basta con eso?
* -No. Quiero comenzar mi vida de nuevo, sin altibajos, mantenerme en una atmósfera de tranquilidad, tener una compañera que no me disguste y me ayude a tolerar el día que tengo por delante. ¡A atravesar el día, mejor dicho!
* -¿Por qué hablas de aguantar, como si te dieras por muerto? Estoy harta de tu retahíla de amenazas.
* ¡Ah, cuántas veces ella misma había fantaseado con la idea de la muerte de su marido! La viudez le dispensaría una axiomática comodidad social. Espantó el recuerdo de Pablo y fijó una vez más su mirada en la calle, donde poco a poco los oficinistas apurados tomaban por asalto las veredas, tratando de adivinar desde lejos los números de los vehículos del transporte público que los llevarían hasta el más apartado suburbio, sorteando baches y cuerpos de animales, bicicletas y carritos llenos de arena o de verdura.
* Asunción era de pronto ante la mirada angustiada de Eleonora una fiesta de estudiantes y niños bajo un cielo caliente, de mujeres indígenas que venden abalorios mientras dan de mamar a sus hijos y fuman un cigarrillo rubio. Asunción, como escapada de todos los mapas, también ahora la seduce con el pregón de las marchantes que pasan precozmente envejecidas, con el ruido de bocinazos porque sí, las campanadas de la Catedral dando las siete, el río que la envuelve y acaricia como a una novia nueva, un rayo cortando en dos el día.
* En el momento en que dio inicio a su ritual de sorber parsimoniosamente el té con limón, como una tromba, se acercó Anudila:
* -¡Profe, hace dos horas que la busco! El Movimiento corre peligro. Cayeron dos militantes y a Perla la pescaron in fraganti, en la guarida principal, con los dedos llenos de tinta del mimeógrafo. ¡No solamente la llevaron a ella al Departamento de Investigaciones de la Policía, sino que confiscaron todos los panfletos, desde el número cero!
* Inspiró y espiró hondamente e invitó a su alumna a sentarse. Mientras lo hacía, advirtió que las palmas de sus manos estaban muy sudorosas y se pidió sosiego. Este trance era más grave que sus celos enfermizos. Anudila, con el atropellamiento propio de su juventud, podría echar a perder el proyecto. Eleonora ignoraba su afiliación. Dijo que debían precaverse y preguntó a la joven:
* -¿Desde cuándo te has integrado a la Organización Paraguaya Revolucionaria?
* La chica dudó un instante y explicó, con esfuerzo, que lo hizo desde la creación del Movimiento Primero de Mayo, pero que su esposo procuró mantenerla al margen de las situaciones peligrosas, abusando de la sobreprotección:
* -¡También ha recalcado que ser curiosa es de mal gusto! ¿Puedes creerlo? ¡He tenido que reprimir este rasgo tan natural del carácter femenino! Mi capacidad de desplazamiento se halla restringida. Cada mes le entrego íntegramente a Luis mi sueldo de maestra, que él vuelve a depositar en la tesorería de la Organización Política, No te imaginas los trámites burocráticos que debo sortear para que me den unas manzanas. Mi bebita no se alimenta bien y sólo de vez en cuando me sobra tiempo para amamantarla.
* Eleonora siempre fue poco expansiva. Cuando era pequeña, sus vecinos se preguntaban si era tímida o arrogante, aunque nadie podía tildarla de brusca. Llevaba impresa en el rostro una especie de preocupación muy auténtica hacia todo lo que la rodeaba, e inspiraba confianza cuando establecía un trato cercano. De todos modos, siempre buscaba aparentar indiferencia o lejanía ante el tema que se abordaba. Dijo:
* -¿Por qué no evaluaste de antemano los riesgos a que te exponías? Debiste interrogarte sobre tus actitudes, para evitar quejas inútiles.
* Y luego se abismó en la magnitud del nuevo problema. Guardó silencio durante varios minutos, midiendo a su interlocutora con una mirada escéptica que pretendía ocultar el agobio. En ese estado sus sentidos se agudizaban. Era como si acabara de despertarse abruptamente luego de permanecer adormilada durante varias horas. Pidió a su discípula que reiterara una descripción de los candentes sucesos, las relaciones de causa y efecto, y que además citara la lista de las personas detenidas por la policía.
* La joven expuso su repertorio interferida por la congoja. Era una alumna aplicada y vivaz, aunque Eleonora había notado en ella cierto exceso de imaginación. También era propensa a la rebeldía, que la tornaba indisciplinada y opacaba su inteligencia. Estos hechos no serían inconvenientes si no fuera por las innatas dotes de liderazgo de la muchacha, cuyo poder de convicción fascinaba a sus amigos y los arrastraba hacia comportamientos arbitrarios.
* -Espérame en la Facultad de Derecho, en la cantina -dijo Eleonora al tiempo que se levantaba y pagaba los cien guaraníes de la cuenta-. Allí hablaremos entre todos. O, mejor, vamos juntas.
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- II -
¡La lucha exige renunciamientos!
* La tensión que dominaba los limites de la Universidad Católica era insostenible. Trémulos jóvenes cuchicheaban, sin que coincidieran sus versiones sobre las personas atrapadas por la policía secreta, pese a que un par de semanas antes, sacándose un gran peso de la conciencia, un estudiante de Derecho que era oficial de policía, como sonámbulo, les avisó que sobrevendrían días aciagos.
* Cuando Eleonora y Anudila bajaban las gradas que conducían al sector de la Facultad de Filosofía, se acercaron dos catedráticos de Estética de la Comunicación:
* -Eleonora, te espera el Decano -dijo un hombre bajito-. Es urgente.
* -Parece que hay gresca -susurró el acompañante.
* Eleonora indicó a Anudila que la aguardara en el patio y que no se hiciera ver. Ésta, ensimismada, asintió con un movimiento de la cabeza y caminó con ademanes de peregrinante hacia el sitio propuesto. Quería estar en el reloj grande de una torre, asirse a sus manecillas, sujetar las horas, atrapar al tiempo de todos los tiempos en sus manos. Sintió que en vez de faltarle le sobraba el aliento, cuando chocó con sus compañeras de curso. Se quedaron petrificadas y pálidas. Anudila intentó esquivarlas, pero Gladys y Josefa formaron un cerco con los brazos abiertos en cruz y visibles muestras de alarma en sus rostros.
* -Yo dejé a los niños en la casa de mi madre -manifestó Gladys encimando las palabras-. La profesora Julia está escondida en la oficina del profesor Enrique, y él, que nunca le ha contado que pertenece al Movimiento, ahora no sabe cómo explicarle cuán delicada es también su posición. Por eso nos pidió que fuéramos junto a Julia, para convencerla de que se retirara del lugar y se alojara apropiadamente.
* -La tildan de cabecilla -titubeó la otra estudiante- y la han fichado además como influyente ideóloga del jefe, que como supongo sabes, Anudila, es tu marido. Luis Boggiani debe borrarse de la circulación. Lo hemos buscado en tu casa y en dos de los institutos en los que da clases, y nada. ¿Tú lo has visto?
* Mirando el suelo, Anudila explicó que desde hacía una semana su marido no dormía en la casa. Supongo que está cumpliendo un castigo penitenciario. En un segundo, recreó en su mente la fachada de la famosa cárcel del pueblo de Luque, y la última noche en que estuvo con Luis, cuando cavaba un pozo en el que enterró una serie de documentos comprometedores, pidiéndole sigilo. Ni siquiera una esquela he recibido.
* -¡Vaya, y es así que nos cuentas a nosotras! Ya sabes que con la picana eléctrica y el aparatito que ellos introducen en la vagina cantaremos lo que sea -ironizó Josefa.
* -Investigaremos dónde se halla escondido Luis -sugirió Gladys, y luego, dirigiéndose a Anudila-: Tú cúbrenos las espaldas. Estaremos comunicadas.
* -Eh -se apuró Anudila-, debajo de mi cama está empaquetado todo el material pedagógico, ya impreso, que debía distribuirse entre los maestros de las escuelas periféricas. Alguien tiene que rescatarlo de allí, porque no iré a dormir en casa, por si las moscas.
* Apenas quedó sola, la joven consideró cada una de las adversidades a las que se exponía su bebita. Ningún familiar vivía en Asunción. Si fueran detenidos por la policía, ¿quién cuidaría a Belén? Estaba al tanto, sin embargo, de casos en que se permitió a los presos políticos conservar con ellos a sus hijos. Probablemente tendrían más consideración con una lactante. Se interrumpió y aguzó la vista sobre esa posible imagen, insistiendo en los pormenores, pues le parecía que ya nada podía turbarla. No. Desechó la ocurrencia. Únicamente una afortunada eventualidad podría asistirlos, y además, exhibirían su falta de agallas al clamar por la criatura. Dogmáticamente -se planteó- debemos sentimos preparados para confiar en los vecinos. Serán solidarios y prohijarán a Belén. Además, enseguida nuestros padres se harán cargo de ella, provisionalmente.
* Eleonora regresó en ese momento e interrumpió bruscamente sus cavilaciones tocándola en el hombro. Sus ojos estaban enrojecidos y habló con un tonillo nervioso:
* -SOS. No tengo a nadie que pueda ser mi colaboradora. Ambas estamos en apuros, así es que, aunque nos conozcamos poco, debemos ayudarnos. No queda otro remedio.
* -¿Qué sucedió? -preguntó Anudila, intrigada.
* -El decano lo sabe todo y me ha reprendido severamente por participar en empresas extraacadémicas. La policía anda también tras los pasos de Julia.
* -¿Ya? Gladys y Josefa acaban de salir a buscarla.
* -¡Cómo! -chilló Eleonora, desencajada-. El decano acaba de encargarme a mí esa misión.
* -Es que el asunto es más peliagudo, complica a otros.
* -Pase lo que pase -consignó Eleonora-, yo debo cumplir lo pactado con mi superior.
* -Excúseme, profe, pero no es ocasión de respetar jerarquías. ¿Usted sabe dónde está Julia?
* -Sí. En la oficina de Enrique, y es lo que más me incomoda -Eleonora frunció el ceño y después de pensar unos segundos, dijo-: Iba a acompañarte y a esperar en la calle mientras entrabas a alertar a Julia.
* -¡Hubiéramos perdido mucho tiempo yendo juntas! -Es lo que menos interesa. Con Julia tengo un llo más grueso que no podrás asimilar con pocas palabras, así es que harás a partir de ahora lo que yo te diga.
* -No, Eleonora. No puedo exponerme. Si usted, el decano, Gladys, Josefa y yo conocemos el escondite de Julia, bien pueden andar también sabuesos y cancerberos detrás de su pista. De hecho, lo están haciendo, por eso quieren que la pongamos en guardia. Si nos encuentran a todos juntos el desmembramiento será fatal.
* -Tu análisis es bien atinado, pero más horrible que la desarticulación del Movimiento es...
* -¿Qué?
* -Lo que estaba a punto de hacerle a Julia.
* -¿Qué?
* -No lo tengo muy meditado, porque me esclavizaban las dudas, pero quería menospreciarla, decirle que era una idiota útil al aceptar ladinamente que su novio fuera mi amante. Bueno, aunque te conmociones, también queda matarla. ¡Sí, quería matarla! ¡Iba a matarla! Parece un novelón rosa, pero estoy trastornada.
* -¡Oiga, no nos queda mucho que perder! -la interrumpió Anudila-. Este es un poblacho, nos conocemos todos, tarde o temprano nos detendrán.
* Eleonora imploró a Anudila que no fuera pesimista.
* -Es que quiero salvarme -dijo Anudila. Las lágrimas la ahogaban y prorrumpió en sollozos.
* ¡Había llorado antes por tonterías! Apretó con dureza los labios y trató de ganar fortaleza para interrumpir a la profesora, que recitaba:
* -Compréndeme, he estado a punto de hacer una barbaridad. Tu oportuna presencia lo ha evitado. Te estoy agradecida. Fuiste providencial. Me hallaba fuera de mí, descentrada, en un estado tan patológico que...
* Absorta en su particular incertidumbre, Anudila no alcanzaba a oírla. El temor la paralizaba. ¡Qué pánico! No era la policía la que originaba su consternación, sino sus mismos compañeros.
* Mil veces la humillaron, sometiéndola a pruebas ingenuas e intrascendentes. Rememoró:
* ¡La-lucha-exige-todo-tipo-de-renunciamientos!
* Con esta frase como cliché, no desaprovecharon ninguna oportunidad para burlarse de la universitaria burguesita.
* -¡Eres muy joven para usar pelucas de diferentes tonalidades!
* -Son tan prácticas. Evito peinarme.
* -¿Y ese perfume francés?
* -Un regalo de mi tía.
* -¡Y también usas joyas! ¡La tuya sí que es una acción contrarrevolucionaria!
* ¿No son nimiedades las cosas que cuestionan? La revolución es para mí una alta mudanza, de adentro hacia afuera, y viceversa. Es un cambio personal y colectivo.
* Apéate de tus tacones altos, ¡ponte el jean y la camisa arremangada! Si no modificas tus costumbres, nadie te apreciará, ni aceptarán que tus convicciones son sólidas. Tampoco creerán que tus ideales son firmes si continúas usando esos vulgares estampados de flores, y te pintas los ojos con sombras psicodélicas.
* ¡Están citando ejemplos anecdóticos! ¡No soy más ni menos por lo que me pongo o por lo que me saco!
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SEGUNDA PARTE
- I -
La provocación de los símbolos
En mi cama nadie es como Tú. Enmicamanadieescomotú. ¿Dónde había escuchado antes la misma frase? Anudila detiene sus pasos. Fija sobre sus pies, como siempre que necesita esforzarse para localizar un recuerdo, se aprieta la frente con la mano derecha y se mantiene en posición hierática muchos segundos, quién sabe cuántos, porque un sentimiento de alerta la cerca y hace que pierda el dominio.
Así instala en el catálogo de su memoria la novela sobre el Quijote de la Mancha que Cervantes comenzó con la letra de una canción muy en boga en aquella época, y que contaba precisamente que En un lugar de la Mancha... Se entretiene inventando tonadillas, supuestamente del Siglo de Oro, mientras coteja diferentes propuestas de actividades que la distraigan. Comienza a bajar los cuadros colgados en las paredes y a limpiarlos con un paño de suave franela irlandesa. Da vueltas y vueltas en tal menester cuando suena el teléfono. La sobresalta.
No es una cuestión relevante. Han llamado a un número equivocado. Pero, ¿al de quién? Qué importa, se recrimina, al tiempo que interpreta el episodio como un síntoma de que algo no funciona bien en su cabeza. Por cierto, otros vestigios le indican la presencia de este mal esporádico, cada vez más asiduo en los últimos meses, hasta el punto de motivar una pausa casi total en sus labores cotidianas.
Durante gran parte del día tiene la absurda sensación de que se encuentra en un hotel. Es como si todos los habituales rincones fueran observados por primera vez. No halla en sus sitios establecidos la pasta de dientes ni el diccionario, hechos inadmisibles, dado su talante organizado. Sentencia con frecuencia que ocupa el mismo tiempo tirar la ropa sobre un mueble que colgarla en una percha y ubicarla en su lugar. ¡El orden es la libertad!
En mi cama nadie es como tú. Ya es el colmo que horas después siga persiguiéndola el verso, como si ella se hubiera impuesto inmortalizarlo. Algún oculto significado debe de tener ahora no sólo la persistencia del texto sino la nítida imagen de su cama cuando era niña.
Se aferra a otras alegorías que en nada la consuelan: varios aparatos eléctricos se estropearon cuando ella los tocó. ¿Estaría muy cargada de ondas negativas? Se le ocurre que inclusive un plato se rompió debido a la potencia de su mirada. O tal vez lo soñó, simplemente.
A la mañana siguiente coloca, visualizándola con esfuerzo, una sábana blanca sobre sus inquietudes. Se lanza a la calle tarareando una composición de Bach. Va tan entusiasmada, con esa alegría ficticia de quienes intentan levantar el temple a cualquier costo, que casi atropella a una anciana. Aprieta hasta el fondo los frenos del automóvil y en ese instante un chirriar de otros frenos agudiza aún más sus sentidos. Un accidente de tránsito. Como hormigas diligentes hacia allí arrumban los transeúntes, desatada la morbosidad de querer contemplar las desgracias ajenas.
Anudila aborrece las aglomeraciones. Escribe detrás de la hoja de su lista de compras que la tragedia de los otros suele ser fuente de felicidad de muchos, hasta que les toca el turno de verse envueltos por la calamidad y regocijar a su vez a los demás. ¡Ah, la manada!
Hace una maniobra tensando el cuerpo sobre el volante y elude el atascadero. Nada es casual, se dice, notando que con las mismas letras se forma la palabra causal, pero hasta lo eventual puede ser parte de una causalidad, y una razón, simple coincidencia. Nada revolucionario en mi imaginación, se mortifica, clausurando el pensamiento.
Entra al supermercado con el impulso recolector de sus más lejanos ancestros. Es víspera de feriado, y todos están comprando vituallas. Anudila saca del bolso su inseparable cuaderno al que le puso un rótulo en llamativo tono verde: Apuntes de cualquier asunto. Escribe varias frases con su letra que se va haciendo más grande mientras envejece. ¡No, crezco!, discute consigo misma e implora a su mente que se detenga un momento.
Examina a los compradores y los describe en el papel cuadriculado que asigna a las curiosidades: antes del consumo, la batalla apasionante de la compra. Contienda y cruzada. Jaleo profundo de la gordita ministra de Salud para atrapar el jamón serrano, luego de extasiarse ante los chacinados. Buen ejemplo para la dieta higiénica y beneficiosa de los habitantes del Paraguay. Lid. Querella entre el pescado y el pavo. Duda. Elección. Bestiario de objetos, chocolates y chiches chinos. Monomaquia. Zancadilla a la tarjeta de crédito. Pendencia. Reyerta con el bolsillo. Agonía de la billetera.
Continúa escribiendo por un lado y reflexionando por otro, cuando de pronto aflora la cazadora que tantos conflictos agrega a su personalidad. Al acecho, compite, se lanza maquinalmente sobre las presas escogidas, y, cada vez más ávida, carga en el carrito elementos superfluos que podrán entretenerla en el objetivo de darles uso.
Parece conmoverse al tropezar con un anuncio, llamativamente ubicado en el escaparate de la repostería:
¿EL ABURRIMIENTO LO EXTERMINARÁ?
SÁLVESE
DISQUE EL 449 921
ABSOLUTA DISCRECIÓN
Lee con curiosidad. Prosigue. Responde a los saludos que le dispensan dos señoras con aire avinagrado. Se detiene en la sección de verduras. Hace frío. No la tienta comer nada crudo ni verde. Lo notable es que percibe un movimiento dual en su intención: no quiere comprar lo que será inútil, pero siente el deseo de quebrantar la norma de austeridad.
-Está naciendo un dios cada minuto -le susurra intempestivamente al oído a una de las limpiadoras del local. Soy todo lo que me queda de mi madre.
La mujer la mira compasiva y sonriente. Luego dice que no la entiende. Pero Anudila ya se halla en otra parte del juego, filosofando: ¿Cómo será la memoria de mi memoria? ¿Y el olvido del recuerdo y el recuerdo del olvido, y amnesia y acordanza juntas? Se comienza con el sueño. Después viene el ensueño. Hasta llegar a la esperanza y por último a la verdad del hecho. Es cuando sucedemos.
-Señora, discúlpeme -tartamudea, intrigada, la dependienta-, pero si puedo ayudarla en algo lo haré con muchísimo gusto.
-No hace falta. ¿No ve que yo tengo ahora la piel de la serpiente del paraíso? Es un extravagante obsequio de mi padre. Hay que aceptar lo inevitable y esquivar lo inexorable.
-Sí, señora -asiente la mujer, entrando en confianza-. No me concentro en su explicación porque estoy muy cansada. Una vecina mía trató de suicidarse esta tarde, mezclando cerveza con game xane, que es un veneno para matar hormigas. Vengo del sanatorio. Su marido está allí gritando que ella es una boba, que por qué no se tiró del techo nomás. Me puse tan nerviosa. Excúseme.
-Siga, siga con su trabajo. Alguien me dijo que no acabamos en lo que aparentemente pasó y pasa. Nada se descompone sino para ser algo nuevo. De alguna forma, en todo lo que suceda estaremos presentes.
-Qué cosa más cierta. Permiso. Gracias, gracias.
Anudila vuelve sobre sus pasos. Parece hechizada. De nuevo frente al cartel que promete eliminar el aburrimiento, apunta los números que allí figuran. Como hipnotizada, se acerca a la caja registradora, paga, y corre hacia el teléfono público.
-¿Hola?
-Buenos días. Acabo de leer un aviso en el supermercado, y tuve una corazonada.
-A todos les ocurre lo mismo.
Anudila siente que se ahoga, y pregunta:
-¿De qué se trata?
-Debemos conversar personalmente.
-¿Es un método terapéutico?
-Sí y no.
-¿Podría anticiparme algunos datos?
-No. Si su interés es auténtico, venga ahora mismo a la calle Ayolas, 2020.
A mil por hora. Identifica la casa y toca el timbre. Dos mujeres muy sonrientes la atienden. Explican que en el Centro de Servicios Múltiples, que no debe confundirse con una agencia de viajes, se propone una novedosa gira hacia el autoconocimiento. Entra el jefe y habla de la subjetividad de las cualidades sensibles: La existencia del color, sonido, peso, calor, forma, sabor, olor y dolor, no se halla en los sujetos en que parecen estar, sino en el ser que los siente.
Anudila se calla, pues la cita le suena gastada y ridícula. «Hombrecillo mediocre», juzga en silencio. Por cierto, tiene la convicción de que lo sustantivo se modifica apenas mueve una silla, o cuando cruza el pasillo, desde el dormitorio hasta la otra habitación de su casa, donde hay más luz.
Ella sabe que la naturaleza es inconmensurable. La realidad cambia apenas se hamaca una hoja en su árbol.
De todos modos, no evita la excitación. Se halla imbuida de una especie de estigma: Todos-podemos-cambiar. Hace cuentas, suma, resta, con frenesí. Lo hará. Participará en la exótica peripecia. Las fotografías, los catálogos, las indicaciones que recibe sugieren que no debe renunciar a esta oportunidad. Confía inmediatamente a ciegas en los organizadores del singular programa denominado Exploración 2000.
Irá a un sitio absolutamente desconocido. Jamás sabrá cuál es la situación geográfica. Será una cobaya. Asimilará lo más indescifrable de la condición humana. Una tentativa más. Durante treinta días vivirá con noventa y nueve hombres y mujeres, quizás similares a ella. El juego le costará lo mismo que pagar sus vacaciones en unas islas paradisiacas, y en este caso tiene la seguridad de una recuperación emocional más o menos permanente. La oferta es tentadora. Se encascabela, confiando en las promesas. Rememorará nostálgicamente, ya anciana, la aventura que está a punto de iniciar.
Probablemente el refugio será indescriptible, con olores, ruidos y sonidos nunca presentidos. ¡Y otros sabores! Todo tendrá un color que ella desconocía, sucederá algo que la conmoverá hasta los tuétanos y será suficiente para titularse como exploradora de la savia vital.
Cuando regresa a su casa, emocionada, se dirige como sonámbula hacia la computadora y escribe una carta. Necesita contarle a alguien, por lo menos sutilmente, lo que le pasa:

Asunción, 25 de febrero de 1995

Querida Alicia:
Este año nos veremos. Presiento o intuyo, huelo, sé que me irá todo mejor. Tengo una entereza, loca (la loca eres tú, no mi pujanza), tan positiva y alucinante, que ya no siento miedo.
¿Recuerdas que siempre me persiguió fatalmente la dedicatoria de papá en el álbum de bautismo? ¿Recuerdas? Escribió en la primera página: Mira que te mira Dios, mira que te está mirando. Piensa que debes morir, y no sabes cuándo. Quizás olvido a propósito algunas palabras, pero cada noche, antes de dormir, me ataca su amenaza. Al despertar, allí está esperándome el pronunciamiento. ¡Si otro lo hubiera escrito, pero es el dictamen de mí Adorado progenitor! Punto y aparte. No he olvidado el consejo, pero decidí arrinconarlo y vivir cometiendo excesos, creándome defectos, ¡transgrediendo la prohibición! A todo ello, adiós. Hola, renacimiento. Alicia, hay un vuelo directo desde el infierno hasta más allá del paraíso. Te invito a hacer juntas un viaje interminable, a brindar con ostras y con el mejor champaña de la comarca, a olvidar la celulitis incipiente, a confiar en que cobraremos las deudas atrasadas, las facturas del amor que repartimos y había sido que no lo hicimos gratis. Qué tango, ¿no? Te beso mucho, mucho.
Dobla la carta, la coloca en un sobre y comienza a empacar sin prisas.
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- II -
Los aposentos de Irala
Ninguna oportunidad mejor que este viaje para sepultar al inolvidable Federico Rueda Gómez-Gavilán. Una huida perfecta. Mientras premedita la acción del destierro de su caprichoso fantasma sentimental, se depila las piernas y evoca la manera en que él destruyó su fe en la pareja.
Anudila fue testigo casual de la incertidumbre de Federico cuando se instaló en la histórica mansión capitalina cuyos espacios serían durante muchos años el imperio de sus trabajos culturales y sociales, de sus anhelos espirituales y de sus relaciones con mujeres de cualquier ralea.
El primer administrador de este lugar de recreo intelectual dispuso que las dependencias del segundo piso funcionaran como su vivienda, para controlar mejor lo que sucediera abajo: tertulias, conferencias, debates, mesas redondas y veladas literarias. Una vez que Federico ocupó el mismo cargo, adoptó espontáneamente las prácticas de su antecesor, sin percatarse de la existencia de los cimientos subterráneos que servían de apoyo arquitectónico a la residencia. Fue Anudila quien tropezó, en una de sus muchas exploraciones domésticas, con el ventanuco que conducía a una bodega clausurada, donde se amontonaban botellas, libros y manuscritos de una mujer llamada María Luisa.
En desordenada lectura de tres de sus diarios íntimos, Anudila advirtió que el ingeniero y los albañiles que construyeron el edificio centraron sus esfuerzos en dotarlo de la máxima tranquilidad. No omitieron puertas secretas en el plano original, ni pasadizos. Esa especie de gruta enmascaraba con simétricos detalles su compleja estructura, que se erigía poco a poco para satisfacción de su dueño original, Orestes Medardos. A la sazón el señor tenía setenta años y disfrutaba sin alardes de los pingües beneficios de sus negocios.
No conforme con la cantidad de cemento y vericuetos usados para su protección, Orestes ordenó que instalaran exóticas alarmas y elementos blindados en cada uno de los sitios que lo albergarían, además de rejas, cerraduras y alambres munidos de corriente eléctrica.
Aplicaba idéntico esfuerzo productivo en la defensa de su soltería. Pero no. Hay cosas de la vida que son imprevisibles. ¿Casualidad? ¿Trampa del destino? María Luisa, a quien sus familiares llamaban susurrando Tatú Lamuerte, porque había enviudado dos veces, sorteó sin inconvenientes los obstáculos del tan bien resguardado paraíso de Orestes. Al principio él se defendió asegurando que ni los constructores del Antiguo Egipto fueron hábiles para evitar saqueos de las tumbas. ¡Los ladrones las violaban igual! Experimentaba fuertes emociones leyendo la Historia de la Humanidad.
-Los persas, griegos, romanos, árabes, turcos y europeos -le advirtió a María Luisa- saquearon las tumbas egipcias, a su turno, en busca de tesoros y piezas curiosas. Encontrar un sitio rico e intacto es una rareza preservada solamente por el azar, como quedar oculto al ser cubierto por la edificación de otra obra, hecho que benefició a la tumba de Tutankamón, enterrada bajo casas de olvidados autores de sepulturas y sus sirvientes.
María Luisa lo miró con aire de inocencia y se burló:
-Tú serás mi Tutankamón y mi esclavito.
-¡Ja! Los recintos violados informan también sobre la modalidad del robo.
-Pero si yo -dijo ella más cándidamente aún- no te robaré nada. Tú me lo darás todo.
-La finalidad de resguardar una tumba -explicó Orestes, de mal talante- consistía en encubrir objetos de valor que, por razones religiosas, eran esenciales para la vida eterna. Yo sólo procuro que los años de mi vejez no se vean opacados por un asesinato. Estoy en paz. Ni ladrones ni mujeres profanarán mi soledad.
-Yo podré. Cierra tu puerta con loza de granito, y verás. Cavaré túneles para alcanzarte. Introdúcete en un sarcófago de piedra, que te perforaré. Ya no hay granito de Asuán. Yo sólo quiero echar luz sobre la oscuridad de tu lujuria, mi viejo.
Nadie tenía capacidad suficiente ni valor para salvarse del acoso de la tía. Sus técnicas de acercamiento al esquivo varón eran impecables.
-Jamás derribarás mis muros -proclamó Orestes-. Tampoco podrás modificar mi antiguo lema: ¡masturbación o dependencia!
-Más turbado te encontrarás cuando estemos realmente juntos -dijo ella, cargada de incontrolables fiebres.
Orestes escuchó distraídamente los pormenores de la relación de María Luisa con su primer marido. Mas luego, cual enredadera en verano, su curiosidad creció.
-¿Y después? -dijo como al descuido-. ¿Qué ocurrió después?
-¡Me chupeteaba aquí, y aquí, y aquí! ¡Y aquí!
-¡Era un sádico!
-¡A mí me encantaba!
-Qué escándalo. ¿No te dolía?
-Qué vas a pensar en dolores cuando las venas se ensanchan. Le pedía más, gritando ¡más! Mi voz se tornaba ronca, su boca parecía crecer inexplicablemente.
Orestes se preguntó cuánto tiempo más resistirían en su lugar los botones de la bragueta, y decidió encargar que los cambiaran por un cierre metálico, desconcertado ante la sabiduría con que esta mujer tan mayor despertaba en él fantasías que ninguna jovencita bien formada podía motivar.
-Me vestía despacio, despacio -prosiguió María Luisa, al notar la efervescencia de su víctima-. Mi marido se aseaba dando con el cepillo en un ojo, tanta era su avidez por seguir observándome. Luego, una blusa con mangas largas y cuello muy alto, una falda beatona ¡y a casa de mamá, para prolongar mi contento con su estupefacción! Ella requería: «¿Qué haces vestida así, con este calor?» Con ojos glaucos yo le contaba que mi cuerpo estaba lleno de moretones provocados por las ardorosas caricias de mi cónyuge. Muy herida, la pobre no podía decir ni mu, pues mis divertimentos se amparaban en el sagrado vínculo matrimonial.
-¿Qué tenía que ver tu madre en todo esto?
-¡Oh, mucho! Se trataba de una dulce venganza que prolongaba mi excitación. Mamá me había inculcado que nada había más sucio y pecaminoso que el sexo. Toma, trágate esto, gozaba yo. Abochornada, ella no se atrevía a mirarme.
-Se entiende -reflexionó Orestes en voz alta-. Es un perfecto caso de sadomasoquismo.
-¡Orestes! Otra vez empleas esos vocablos incomprensibles. Qué manía horrible de ponerles títulos a las cosas más simples. Mi segundo marido, que en paz descanse, apenas irrumpía yo en su laboratorio, solía alterar los preparados de las recetas que le encomendaban, cuando ni corta ni perezosa, yo bajaba la cortina de la farmacia. Entre esos olores tan particulares, ejecutábamos la Quinta Sinfonía de Pirandello.
-¡Pero si Pirandello es un escritor!
-Qué importancia tiene eso, querido. Con su música a otra parte. Los parroquianos tocaban el timbre como locos, aquejados de graves dolores de muelas, al tiempo que nosotros desafiábamos cuanta ley de gravedad nos circundaba. ¡Ah, cuando la barca se mece en el mar y hay tormenta, qué incitante es el peligro!
-Perversilla, ¿eh?
Las fábulas portátiles de María Luisa anularon poco a poco la resistencia de Orestes. Abatido, admitió que empezaba a resbalar por la pendiente de estos cantos eróticos que lo cautivaban con sus cuentos de sirenas antiguas.
Y se rindió.
Al convertirse en el tercer esposo de María Luisa, modificó forzosamente sus manías de solterón, y así como las ropas que usamos se lavan y se gastan, los tejidos del cuerpo, sus recovecos, se deterioran con el abuso de la energía. El combustible que él recibió en el tiempo del matrimonio fue escaso para su organismo baqueteado por las abstinencias. María Luisa enviudó una vez más e inexplicablemente decidió conservar a Orestes en la nostalgia como al último hombre de su vida.
La mole que ocupaba se transformó en una carga pesada para sus sentimientos. El desván, el corredor, los pasillos, las galerías, el vestíbulo, el patio, cada hueco, el piso, la bodega, la chimenea, la terraza, el tejado, hablaban de Orestes más enfáticamente que cuando él estaba a su lado. Resolvió implementar cambios para que su casa adquiriera un color más natural. Derrumbó habitaciones enteras y remodeló las áreas privadas convirtiéndolas en sitios confortables. Completó su diseño hogaril con un gran jardín interior y aisladas dependencias de servicio.
Borradas las señales arquitectónicas que simbolizaban la opción de Orestes por la soledad, María Luisa se dispuso a andar a buen paso, con la idea de incrustarse al presente en carne y mente. Sin embargo, recordaba al finado hasta en los silencios. Por eso, cuando un consorcio extranjero ofreció una importantísima suma de dinero por el inmueble, lo vendió y se mudó a un sitio adecuado para una persona que nunca volvería a tener compañero.
Conque al fin y al cabo la mansión pasó a funcionar como centro de esparcimiento colectivo, y fue en este mágico ambiente donde se inició la tempestuosa relación entre Federico Rueda Gómez-Gavilán y Anudila Gonzaga. La planta alta pasó a ser conocida como Los aposentos de Domingo Martínez de Irala, quien fuera el conquistador español que a más mujeres indígenas amó y que mejor contribuyó en el proceso de formación de la nación paraguaya.
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  • - I -: Trance de celos y política / - II - ¡La lucha exige renunciamiento / - III - Alcobas, maternidad y revolución / - IV - Cacería de los subversivos / - V - La condena del disidente / - VI - Amenaza de muerte / - VII - Un sueño que se sueña en otro sueño / - VIII - Prisioneros, torturados y asesinados / - IX - El ardid de salvación / - X - ¿Idealistas activos o terroristas? / - XI - Quimeras en la celda / - XII - El intento de violación / - XIII - De la política al reino esotérico

Segunda parte

  • - I - La provocación de los símbolo / - II - Los aposentos de Irala / - III - ¿De que mes son estos idus? / - IV - ¿Será o nada pasará? / - V - Hilando el vínculo / - VI - Las cosas indescifrables / - VII - De la densa caricia a la violencia / - VIII - Las Ucronías / - IX - Las fotografías rotas / - X - El trópico de Capricornio / - XI - Internada en el purgatorio / - XII - Rezando sin liturgias / - XIII - El remanente del delirio / - XIV - Reconvenciones paternales / - XV - Exámenes recíprocos / - XVI - Presciencia del otro / - XVII - Lección del baño / - XVIII - Escrutinios ontológicos / - XIX - Recapitulaciones / - XX - Misterio del Misterio / - XXI - La tienda del todo / - XXII - La identidad del amor / - XXIII - Eterno destino insular / - XXIV - Honor se paga con sangre / - XXV - La botánica oculta.

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