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viernes, 5 de febrero de 2010

LA COLECCIÓN DE RELOJES (TEATRO). Autora: RENÉE FERRER / Versión digital: Biblioteca Virtual Miguel de Cervantes.


LA COLECCIÓN DE RELOJES
(Enlace a datos biográficos y obras
en la GALERÍA DE LETRAS del
Edición digital: Alicante :
Biblioteca Virtual Miguel de Cervantes, 2001
N. sobre edición original:
Edición digital basada en la de Asunción (Paraguay),
Arandura, 2001.
PERSONAJES

ISABEL.
OMAR, el marido.
ENCARNACIÓN, la empleada.
UN DESCONOCIDO.
Dos enfermeras.

En el fondo del escenario varios paneles blancos a distintas distancias unos de otros. Adelante, en el centro, el dormitorio de ISABEL, con una banqueta frente a un toilette con espejos, un equipo de sonido, libros, la cabecera de una cama de bronce, una hilera de vestidos colgados en un ropero abierto. Este espacio simboliza la realidad.
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A ambos costados del dormitorio, más adelante, dos paneles blancos de tela fina, donde se proyectará alternativamente, según las escenas, una pintura «Sin título» de Margarita Morselli, de la Serie de la Cábala, que se ampliará o reducirá a medida que aumente o disminuya la tensión y el sonido del tic-tac de los relojes.
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Sobre el panel del lado izquierdo, que simboliza el mundo exterior, se proyectarán sucesivamente, según las escenas, la baranda de un puerto, una cruz, una pila de agua bendita, el campanario de una iglesia con un reloj parado, el marco de una puerta con la luz roja característica de los burdeles.
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Sobre el panel de la derecha, que simboliza el enclaustramiento de ISABEL, se proyectarán de acuerdo a las escenas, un taburete, un piano, un reloj de pie, los demás relojes de la colección según vayan sonando, la puerta de entrada de la casa de ISABEL.
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ESCENA I

ISABEL frente al espejo, sentada en la banqueta, en bata, se cepilla el pelo largo y pelirrojo, se lima las uñas, elige un pañuelo. Se la ve muy pulcra, muy convencional, una dama.

ISABEL.- ¿Por qué será que nos parece que el tiempo vuela si es una rueda que gira sobre sí misma repitiendo un mismo círculo? Empezamos un día sin consulta previa, con el grito inicial rompiendo el aire, y de pronto resulta que te bebiste media vida, o la vida hizo un brindis contigo hasta ver el fondo.
. Cómo me visto hoy, de gris, de lila, de marrón. (Examina el guardarropa.) Um, o me pongo un composé. Este conjunto lo usaba cuando iba a enseñar a la Universidad. (Recordando.) Éste no, porque..., bueno, eso ya no importa. A ver, aquí está. (Elige un vestido lila.) Sensual, pero con estilo. Todo debe combinar, hasta el bolígrafo y el armazón de los lentes. (ISABEL sigue buscando qué ponerse en su guardarropa.)
. Pensar que el tiempo da vueltas me consuela, aunque corra el riesgo de duplicarme indefinidamente.
. El eterno retorno tiene sus bemoles y sus ventajas; porque si te puede atravesar la misma espina, también es factible que la felicidad germine una y otra vez en tu piel.
. La primavera de la vida es la mejor etapa, pero la más peligrosa, dictaminaba mi abuela cuando me miraba salir, como si yo llevara la promesa de no volver en la cara, o de volver con algún cambio en las partes ocultas.
. El dedo de la experiencia me seguía hasta la puerta hincándome la sentencia en los oídos. «No sólo hay que ser sino parecer». Parecer, ahí está la punta del ovillo que nos enreda en una maraña de falsedades. (ISABEL se pone un vestido de yersey muy ajustado, las medias del mismo color y un pañuelo al tono. Se pinta los labios, se peina.)
. A pesar del peligro de la reincidencia, prefiero el tiempo que retorna a la misma encrucijada. Por lo menos podés corregir tu propia biografía. Confiar que no hay nada irreversible nos asegura un por si acaso feliz. El tiempo en línea recta, por el contrario, me perturba con su prolongación indefinida huyendo como un tren que se detiene sólo para bajar los muertos. El ridículo, el crimen, las pasiones serían un asunto concluido sin posibilidad de redención.
. Prefiero la esperanza de tachar mis equivocaciones y abolir los desencuentros.
. Cómo duelen las personas que se buscan sin dar nunca la una con la otra. Si fijan un lugar para encontrarse, seguro que la esquina se desploma; si acuerdan una cita se cierran los reservados; el teléfono queda mudo, o la hora convenida es absorbida por un agujero negro, hasta que la espera se hace insoportable. Cada cual toma líneas divergentes, sin que se rocen nunca sus destinos.
. Lo que importa ahora es salir de esta casa, donde las persianas clausuran la luz y los relojes no dejan de sonar nunca. (ISABEL se mira en el espejo con aprobación.)
. Siempre me gustó respetar la armonía de los colores; la falda haciendo juego con las medias, los zapatos, la cartera y el cinto, el lápiz labial y el esmalte de las uñas. (Se pinta, une los labios. Se vuelve a cepillar y mirar al espejo.) Pero, eso sí, dentro de la gama de matices que combinan con mi pelo.
. A los hombres les encantan las pelirrojas; les damos miedo, porque tanta voluptuosidad en la melena les trae presagios de malos pensamientos.
. ¿Nuestros o de ellos?
. El tema es que me gusta sentirme linda.
. Te olvidaste de aquel pelo fogoso que se amotinaba con el viento. Apenas te casaste lo remataste en un rodete, como si atártelo en la nuca fuera un seguro contra incendios.
. ¿No será que tenés miedo de tus propios pensamientos, Isabel?
. De todas formas, atados o no, éstos son mis últimos pelos largos. (ISABEL mira el reloj pulsera y se apresura.)
. ¡Por Dios, qué tarde es! Aunque nunca se hace tarde para ir a ninguna parte.
. Sin destino conocido no existe hora de llegada.
. Es imperioso que me encuentre en la calle. Ni me atrevo a pensar lo que puede pasar, si me quedo.
. Sabés muy bien lo que sucede, Isabel.
. ¿Comprendo realmente lo que me pasa? Basta de demoras, tengo que volar lo antes posible; y si nadie se entera, mejor.
. Recordás, Isabel, cuando necesitabas tener algún testigo para que diera fe de tu buena conducta.
. Esa obsesión perdura, me parece. Preferías que se detuviera el tiempo para evitar cualquier riesgo, o dar media vuelta antes de cruzar el puente. Hasta la muerte parecía un escape más seguro frente a las situaciones peligrosas.
. ¿No son las situaciones límite la única ocasión en que se hace contacto con el verdadero ser?
. Acabemos, Isabel. La intimidad de una persona no necesita testigos.
. Ciertamente, al fin y al cabo, mi testigo soy yo.
(Se escucha el tic-tac de los relojes subiendo de tono.)
. Estoy sola en las habitaciones enormes de esta casa.
. Peor, conmigo misma, y con el tiempo que se demora en la rutina.
. Es terrible sentir cómo te camina encima dejándote sus huellas, sin que caigas en la cuenta de que el mundo ni comienza ni termina contigo.
. La existencia es una suma de momentos que se escurren. De pronto te das cuenta de que los días ruedan cuesta abajo porque han llegado a una hipotética cima, y sólo resta emprender el descenso.
. El descenso ¿hacia dónde?, Isabel. Hacia el descanso perpetuo; hacia la soledad, que se honda en la carne convaleciente y sin deseo.
. No quiero escuchar más. Rápido. Falta muy poco para que den las doce. (ISABEL siente un temblor.)
. Siempre me atrajo ir hasta la médula de las cosas, aunque después me paralice la posibilidad de reconocerlo.
. Por eso me perturba lo que me pasa.
. Es como si me llenara de sombras cada vez más densas; como si una presencia ambigua hubiese entrado en mi dormitorio, en los pasillos, acomodándose a la ausencia que me acompaña siempre.
. Algo deambula en la penumbra, y me da miedo.
. ¿Quién habita del otro lado de la ausencia?
. La realidad, Isabel.
. La realidad transcurre paralela a mí, pero ajena a mi respiración, como si yo no formara parte de ella, ni ella tuviera que ver conmigo.
. Sos una espectadora de losa que mira la vida desde atrás de un enrejado de ramas secas. ¿Quién conoce los ojos de la ausencia?
. ¿Y el primer surco en la frente?
. ¿Y la sonrisa que tapa la desdicha?
. ¿Y la alegría fugaz que no se intenta retener, y dejamos que se doblegue como un pabilo en la corriente, porque alguien le dará un soplo de todas formas en cualquier momento?
. Y no te animás a defenderla con uñas y dientes.
. ¿Conozco verdaderamente lo que acontece más allá de las cortinas de mi casa?
. El egoísmo es un bastión feroz, Isabel. Los demás mueren tranquilamente en la esquina limpiando el parabrisa de los autos, o del otro lado del mundo mientras te tomás un aperitivo frente al televisor.
. ¿Por qué será que no tengo recuerdos, salvo mi propio presente? Como si el viento hubiera dejado de cantar en mis sienes.
. La verdad es que los demás te tienen sin cuidado. (ISABEL mira la hora, se pone nerviosa.)
. No divagues más, Isabel. Lo importante es salir. Respirar el aire límpido de la mañana, ensimismada en las ranuras de las baldosas, evitando pisarlas como cuando jugabas al descanso; levantar el rostro para mirar a cualquiera sin disimulo, abiertamente.
. Incluso besar un sapo por si se tratara de un príncipe encantado. Y si no lo fuera aceptar el chasco repugnante.
. Bueno, basta de cuentos de hadas. Me voy.
ESCENA II

Se escuchan las campanadas de un reloj dando las medias. ISABEL se levanta y sale de la casa. Camina. Llega al puerto, se inclina sobre una baranda a mirar el río.

ISABEL.- ¡Qué lindo está el río!; los camalotes bajan como si supieran a dónde van. Hace meses que inicié este hábito de pasear sin rumbo. Suelo venir a contemplar las aguas; los barcos, con los banderines multicolores guiñándome un adiós desde lejos; las canoas dormidas sobre la corriente. Y esa gente que se afana prendida a una caña de pescar, con una mezcla de resignación y subsistencia.
. Descanso y placer, te recomendó el médico.
. Pero esos hombres no parecen dedicados ni al descanso ni al placer. (ISABEL observa de lejos el barrio de la Chacarita.)
. Cómo vive esta gente, mi Dios; amontonada en casuchas de cartón; los niños resguardando la infancia a pelotazos. La ropa flamea allá abajo, mostrando una miseria desteñida.
Pero tu vida transcurre ajena a esa realidad que no te toca. (De pronto ISABEL se marea, se inclina peligrosamente; está por caerse al agua.)

DESCONOCIDO.- Cuidado, señora, ¿qué le pasa? Se va a caer.

ISABEL.- Me suceden cosas raras desde que me aficioné a andar sin hacer nada.

DESCONOCIDO.- Señora, ¿se siente bien? Por poco se cae al agua.

ISABEL.- No sé qué me pasó. Un vahído quizás. No es nada. Gracias. No se preocupe.

DESCONOCIDO.- Los muelles pueden ser peligrosos para las mujeres hermosas.

ISABEL.- Los muelles siguen siendo para mí el lugar donde se borra el tiempo, y comienza la ausencia. Las horas se independizan de la ternura cotidiana, se desatan, poniéndose a caminar por su cuenta.

DESCONOCIDO.- Me permite acompañarla. Podemos sentarnos en algún lugar hasta que se reponga. Así me cuenta cómo es que anda sola encandilando al sol con su hermosura. (ISABEL sigue pegada peligrosamente al borde del agua.)

ISABEL.- Sabe, mis recuerdos se diluyen en un tiempo que me resisto a recobrar. Un barco se bambolea en la tormenta, me tira contra las paredes del camarote. Soy una hoja que sacude el ventarrón, y llora.

DESCONOCIDO.- Déjeme consolarla.

ISABEL.- Pierdo pie, me voy cayendo al vacío, o hacia el sueño, ese otro tiempo donde la conciencia se toma un recreo y cede el paso a los fantasmas.

DESCONOCIDO.- Apóyese en mí; no tenga miedo.

ISABEL.- ¿Por qué me asedian los fantasmas ahora que no duermo?

DESCONOCIDO.- Vámonos de aquí. El río es peligroso sobre todo cuando a la mente la enturbian los recuerdos. ¿Quiere que la lleve a alguna parte?

ISABEL.- No, no, gracias.

DESCONOCIDO.- Me preocupa verla así.

ISABEL.- ¿Le parece? ¿Luzco tan mal? ¿Piensa que voy a suicidarme? Por favor, imagínese lo que sería suicidarme un domingo. Demasiado trabajo para los deudos.

DESCONOCIDO.- No quise decir eso. Déjeme acompañarla hasta su casa.

ISABEL.- No sé quién es usted. Por qué se empecina en hacerme volver. Yo no quiero volver.

DESCONOCIDO.- Tengo el auto aquí cerca, venga, yo la llevo. Una mujer no debería andar sola a la siesta por la calle. Es una tentación para cualquiera.

ISABEL.- Mejor me voy. (Para sí misma.) Este hombre se está poniendo peligrosamente insistente... O interesante, Isabel.

DESCONOCIDO.- No, no, espere. No se vaya sin decirme su nombre, su número de teléfono. ¿Dónde vive? No se vaya así. Espere por favor.

ISABEL.- (Para sí misma.) ¿Y si no encuentro mi dirección en la memoria, y resulta que realmente no puedo volver?
Los recuerdos huyen de mí como pájaros ciegos. Y sé que yo también estoy huyendo. ¿Pero de qué?
. De vos misma, Isabel. De la indiferencia que te retiene entre sus redes; de las horas que entretejen el itinerario de tu vida... Y de este hombre que te empieza a gustar.

DESCONOCIDO.- ¿Por qué se escapa? Sé que está sola, yo no estoy ciego. Sus ojos ausentes la delatan.

ISABEL.- (Para sí misma.) Se me pierden los meses, los sitios, los veranos. El tic-tac de los relojes me asedia, como los tacones altos que vigilaban mi infancia, y las botas que ensayaban los desfiles, o las culpas que me dejaron fuera de la celebración. O los desconocidos que se ofrecen como tabla de salvación un día cualquiera, y le dan miedo.
(El tic-tac de los relojes va en aumento. ISABEL controla su reloj pulsera.)
. Los minutos me cercan como ojos fijos, acusándome de algo que no recuerdo. O quizás se prolongan para que me quede un rato más con este hombre. Es tan lindo sentir que alguien se preocupa por mí.

(Se escucha el obstinado tic-tac de los relojes. ISABEL se escapa precipitadamente, vagabundea. El DESCONOCIDO la sigue.)

DESCONOCIDO.- ¿Por qué se niega cuando todo su cuerpo estalla bajo la ropa?

ISABEL.- Pero usted qué se cree. (Para sí misma.) Ayúdame, Señor, no me provoques. Libérame de esta alucinación insoportable. No soy yo... O no te reconocés hablando con un desconocido. Dónde se ha visto.
. Seguro que Omar va a pensar que tenés un cortocircuito.
. Entonces es mejor que vuelva a casa antes que se me apague la luz.
(El tic-tac se vuelve aterrador. ISABEL se agarra la cabeza.)
. Tic-tac, tic-tac, ca-llar, ca-llar. ¿Por qué me resuena esa palabra como si fuera una mordaza en los oídos?
. Porque no te animás a ser vos misma, Isabel.
. No es tan difícil callar después de todo. Al fin de cuentas esta persecución sólo sucede cuando el sol cae a plomo sobre la tierra.
. Recordándote que fuiste condicionada para cerrar la boca, ser monógama y no meterte en política, porque es peligroso.

DESCONOCIDO.- Señora, espere. (ISABEL se aleja.)

ISABEL.- A veces me pregunto qué sería de mi vida si me hubiera atrevido a contarle todo a Omar. O si él se hubiese olvidado de darle cuerda a los relojes.
No entiendo cómo empezó este enredo, o acaso sí.
(El tic-tac va aumentando de tono. El DESCONOCIDO desaparece. ISABEL camina.)
. Muchas veces quise decirle a Omar lo que me atemoriza pero...
. No se puede adulterar la realidad, Isabel. Aunque la cubras con un manto de silencio, permanece como una oruga que engorda a costa de tu cerebro. Lo que sucede siempre está en el presente, como un alfiler atravesándote la lengua.
(El tic-tac sigue sonando.)
. Esta obsesión comenzó gradualmente. Fue algo extraño, inquietante, progresivo. La sentí madurar como un grano que se llena de ponzoña. Me sucede cuando se achicharran las flores en el patio y el perro ladra, como si quisiera salirse de su propio cuerpo. Como yo, que también quiero salirme de mi piel, desentendiéndome de la repetición del tiempo.
. ¿Pero qué estoy haciendo en la calle?
(Se escuchan tres campanadas.)
. No, no, no. No quiero escuchar más.
. Vos no vas. No, se-ñor. Li-bre sos.
. Libre sos, eso es lo que tenés que entender, Isabel.
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