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viernes, 12 de febrero de 2010

ROMANCERO DE MI PUEBLO. Autora: DELFINA ACOSTA - Prólogo: HUGO RODRÍGUEZ-ALCALÁ / Versión digital: Biblioteca Virtual Miguel de Cervantes.



ROMANCERO DE MI PUEBLO
Autora:
DELFINA ACOSTA
(Enlace a datos biográficos y obras
en la GALERÍA DE LETRAS del
Edición digital: Alicante :
Biblioteca Virtual Miguel de Cervantes, 2001
N. sobre edición original:
Edición digital basada en la de [Asunción (Paraguay),
Editorial Gráfica Copirama, 1998].
.
Dedicado a Hugo Rodríguez-Alcalá

A manera de prólogo
* Este Romancero de mi pueblo podría titularse con estricta exactitud Romancero de Villeta porque Delfina Acosta, oriunda de Villeta es profundamente villetana y se contenta con aludir a Villeta, no al país ni a otras realidades connotadas por la palabra pueblo. Pero le suena bien el título de Romancero de mi pueblo y por eso lo ha elegido.
* La casa, la antigua casa de los Acosta, es una casa blanca de largo corredor frontal de fornidos pilares, muy colonial, muy paraguaya, hoy en proceso de reparación. Esta casa evoca tiempos largamente abolidos, tiene un vasto solar poblado de árboles altísimos, entre los que descuellan añosos samuhús de troncos de grandes espinas, en un bosque de eucaliptos, de guayabos, de mangos y hasta de un tupido tacuaral. Tan densos son los follajes, que el sol apenas puede colarse entre ellos y llegar hasta la tierra con disminuido calor, aún en pleno verano.
* Esta casa está situada en un barrio tan antiguo o más que ella, por cuya calle Delfina, desde muy niña, ha visto pasar gente inolvidable.
Por ejemplo, «La chismosa del pueblo»:
Asomada a su balcón
doña Lariel -quién diría-
más de cien años pasó
viendo el trajín de la villa.
La novia, blanca, venía
con su escotado vestido.
. . . . . . . . . . . . . . . . . . . .
¡Jamás mujer tan hermosa
yendo a su boda yo he visto

O «Don Nicanor»:
Con sus magníficos trajes
de pana como de lino
paseaba por la placita
Don Nicanor los domingos.
Las mozas por él morían:
¡Aquel paladar postizo
de oro que le brillaba
del uno al otro carrillo,
lo hacía tan codiciado,
tan excelente partido!
. . . . . . . . . . . . . . . . . . . .
Amado por tantas mozas
de renombrado apellido
él siete veces juraba
«¡soltero, jamás marido!».

Con tanta fantasía como caricatural ironía Delfina escribe sobre gente rara de Villeta; gente que inventa o retrata con la materia difusa de recuerdos infantiles. Por ejemplo:
«La mujer barbuda».
Sentada frente al espejo,
que tiene luz de bombillo,
ña Rosa se está afeitando
la barba con un cuchillo...

Hay otros muchos personajes de carne y hueso en los romances de Delfina, y otros fantasmales como un pora y el pombero. Y no falta uno dedicado a un marica, romance a que puso como epígrafe Delfina un par de versos de Nicanor Parra: / Si los maricones volaran / no se podría ver el sol./:
Francisquito se llamaba.
Y su apellido era Rivas.
Suspiraban las mozuelas
con verde melancolía
al verlo andar poseído
por una idea prohibida...

Este romancero y otros muchos romances han sido compuestos durante los meses de este año. Y durante meses, todas las mañanas un poco después de las 8, exceptuando los domingos, la prolífica Delfina me ha llamado por teléfono:
-¿Puedo leerte un nuevo romance?
-Claro que sí; encantado.
Y así me fue leyendo poema tras poema. Era grato conversar sobre dactílicos, trocaicos y mixtos, sobre el tecnicismo de la versificación -arte que hoy muchos sedicentes poetas desdeñan. Y claro está, sobre los temas que iba diariamente desarrollando. Mis opiniones críticas a menudo tuvieron por objeto sugerir a Delfina que fuera, digamos, menos «surrelista»; que su vuelo imaginativo no se perdiera entre nubes. Y solía recordarle lo que Amado Alonso llama «poetas clásicos de cualquier tiempo». Estos poetas de cualquier tiempo o escuela poética, son los que llevan «por igual el ideal de perfección a todos los aspectos del poema. Ellos ostentan la sazón de la forma en el sentimiento, en la intuición en la realidad representada, en el pensamiento racional, en la ordenación del poema, en la construcción sintáctica, en la significación y poder sugestivo de las palabras y en el gobierno del material sonoro... La forma típicamente clásica resulta del exacto equilibrio de todas las formas parciales».
Este equilibrio solía yo aconsejar a esta poetisa nacida no lejos de la época de los «desequilibrios» vanguardistas.
El lector apreciará en estos poemas «el sabio gobierno del material sonoro y esa sazón de la forma, en el sentimiento, en la intuición y lo que Amado Alonso llama ese «equilibrio» en las diversas formas que constituyen la totalidad de una composición poética.
Las dotes de Delfina Acosta como poetisa ya tienen varios años de valioso ejercicio. Cuando hace exactamente diez años envié ejemplares de mi libro Poetas y prosistas paraguayos y otros breves ensayos a amigos residentes en España, en México, en Estados Unidos, más de un lector, (lector-poeta y avezado crítico), como por ejemplo Emilio Barón Palma, me escribió en estos o parecidos términos: «Me has dejado con ganas de conocer la obra de Delfina Acosta, cuyo último poemario comentas en tu libro». Y Delfina Acosta fue con Lucy Mendonca de Spinzi, las dos únicas autoras que entre una veintena de escritores paraguayos y algunos extranjeros inspiraron el nombrado libro; las únicas que despertaron la susodicha curiosidad. Quisiera dar fin a este breve prólogo agregándole un broche no de oro sino de otro metal no tan valioso. Y para ello transcribiré un «Perfil de Delfina Acosta de Pertile», trazado en 1987:

Delfina Acosta viene de Villeta,
hermoso pueblo a orillas de un gran río.
Toda erizada de algas la melena,
recién salida del azul fluente,

ella sigue fluyendo con su río
y es un río de música y reflejos.

No ha abandonado su celeste reino
y el agua está en sus ojos y en sus manos.

Antes había náyades, nereidas
y había ondinas y otras muchas diosas.

Delfina, que es mujer, no habita el río:
el río sí la habita y dondequiera

que ella se encuentre el río pasa suave
por ella y sobre ella y dice cosas

que le gusta decir a camalotes
y a los peces profundos y a las costas

donde dormitan plácidos caimanes
o duermen sueños de torpor de piedra.

Cuando Delfina duerme el río sale
de su pecho y suscita un remolino

para que esta mujer oiga secretos
y luego cante con su voz acuática

algún aria fluvial en cuyas notas

hay cielos reflejados, hay bandadas

de pájaros salvajes que los cruzan...
Delfina, Mujer -río, Mujer- canto,

es la patria de agua, la que corre
en pos de inmensidades al Atlántico
HUGO RODRÍGUEZ-ALCALÁ
.
PERSONAJES VILLETANOS

LA SOLTERONA
Porque las niñas se casan
vestidas de canutillos,
hágase ajuar de mentira
con ramillete de espinos
para la novia Manuela,
que no tiene prometido.
Los años le van pasando
como otoños repetidos
que deshojan sus mejillas
y dejan sus labios fríos.
Sentada en sillón de mimbre
cose y descose un vestido.
Sentada se va su vida.
Cosiendo se va lo mismo.
Encomendó a San Antonio
treinta años ha, su destino,
y se quedó prometida
a la ocasión que no vino.
Hay en sus ojos oscuros
relumbre de mucho filo
cuando se acuesta en el lecho
con el corsé desprendido.
Su cuerpo a veces florece
como rosal del estío
y un viento verde entreabre
su camisón amarillo.
Pero Manuela ¡qué pena
tus dos capullos caídos
y el beso bajo la luna
que nunca pudo haber sido!
Si alguien la quiso, quién sabe,
mas el perfume del pino
bajando sobre su cuerpo
dejó un lunar en su ombligo.
¡Es mentira! ¡La quisieron!
¡Es verdad! ¡Nadie la quiso!
Un hombre dijo en el pueblo
la mentira de un cumplido
cuando la vio por la calle,
y el otro añadió un silbido.
Porque las niñas se casan
con sus secretos vestidos,
violetas, guantes, carmín
y nacarados anillos,
que se abroche un traje rojo,
en rococó parisino,
para la novia Manuela,
que no tiene prometido.
.
LA LOCA DEL VIENTO NORTE
L. M. todavía deambula por las calles de Villeta
La loca del viento norte
espejo pide en las calles.
En sus pupilas hay fuego
de ramas secas que arden.
Los niños corren al verla
al pollerón de sus madres
y perros en ronda negra
hostiles muestran sus fauces
Hermosa ha sido. Que sepan.
Y más hermosa que nadie.
Igual a la margarita
de algún ojal fue su talle.
Perdió la cordura un día:
«Su señoría, llamadme»,
a los bueyeros dio orden,
y a las burreras del valle.
Llevando siempre jadeo
la ven pasar por las calles
mis ojos, y pena extraña
me quita también el aire.
Hermosa ha sido. Que sepan.
Y más hermosa que nadie.
Su alteza ya va por agua.
Y le abre paso la tarde.
.
LA CHISMOSA DEL PUEBLO
Asomada a su balcón,
doña Lariel -¡quién diría!
más de cien años pasó
viendo el trajín de la villa.
Con el ojo de su gata,
que es también tuerta y maldita,
ella hace un guiño a su perro
que su favor solicita
tendiéndose ya a sus pies
para entibiar su barriga.
Felino y ama se largan
a devorar las intrigas
que dan pie a los nuevos chismes
con que amanece la villa.
No hay goce mayor para ella
que averiguar de la vida
de las mujeres que engañan
a sus maridos maricas
con besos empalagosos
pegados a otras mejillas.
Si va cayendo la tarde
sobre la plaza de orquídeas
observa ella toda anteojos
los flirteos de las niñas.
«Satanás», su gata en celo,
mujer, fulana y arpía,
le dice como en susurro:
«Rosario Ascarza está encinta»,
y entonces doña Lariel,
riendo desde las tripas,
repite así en el balcón:
«¡Avemaría purísima!»
.
EL TESORO DEL MARISCAL FRANCISCO SOLANO LÓPEZ
Doña Leria está pasmada.
El pora con gallardía
y rango de Mariscal
le cuenta de noche y día
que está escondido el tesoro
debajo de su cocina;
mejor, bajo el centro mismo
de aquella arqueada viga
donde sacuden el polvo
lagartos, ratas y hormigas.
Mas cuando duda ña Leria
un nuevo antojo la anima;
a un paso del jazminero
-no de las sombras esquivas
de aquellos sauces llorosos-
donde las hojas transpiran,
intuye que las alhajas
están muy bien escondidas.
Con pala y también azada
remueve la tierra huidiza
en busca de la esmeralda,
el ónix y el amatista.
El Mariscal le asegura
que el cofre está en la cocina;
ña Leria cree que un perro
lo vela sentado encima.
Con truenos o luna roja
buscando el oro ella silba.
Mas cuenta un grillo a otro grillo,
el grillo a la golondrina,
y la golondrina a un loro,
que morirá sin ser rica.
.
ROMANCES PERSONALES

LA HORA
He de morir en Villeta
una mañana de estío,
con saludable semblante,
como se mueren los mirlos.
Al revolver las cenizas
de algún deseo prohibido
(volver a clavar los ojos
en esos que yo he querido)
un ángel remojará
mis labios secos con vino.
Junté cabellera blanca
y un chal por cada vestido
para el momento aguardado
que llegará sin aviso.
He de morir en Villeta
como se mueren los mirlos
bebiendo todo el vinagre
que no acabó Jesucristo.
Tan parecida a mi madre.
Tan parecida a mi hijo.
La lluvia no cesará
desde la casa hasta el río.
Me guardarán entre chales
para llevarme un domingo
a loma sin flor alguna,
ni cruz que indique mi sitio.
.
ALMA
Mirar no más a la Virgen
de nacarado rosario,
después cerrar ya los ojos
en un azul relicario.
Soplar no más una vez
la flor de tonto desmayo
y los jazmines que aroman
las altas verjas del patio.
Besar no más una vez
las copas del viejo armario
brindando con el querer
que allí han dejado otros labios.
Morder no más una vez
un verdecido durazno
del huerto al que ya han barrido
inviernos como veranos.
Tocar no más una vez
la nota dulce de antaño
en blanca y en negra tecla
de aquel piano olvidado.
Sentir no más una vez
la muerte de los geranios
que hace enviudar a las rosas
y envía al cielo un canario
.
ROMANCES DE FANTASÍA
.
LAS TRES MUJERES DE LUTO
Bajaban con luto entero,
de cuervos por Dios malditos,
Petrona, Laura y Ofelia
hasta los húmedos nichos
donde dormían del lado
de Satanás sus maridos.
Con cuánto empeño arrancaban
los yuyos allí crecidos
sin visitar a las almas
de los jardines vecinos.
El pueblo las enjuiciaba.
Que no tenían juicio,
que hablar de ellas, no, doña,
pues se cuajaba el buen vino.
Cruzándose con la lluvia,
lavándose con el frío,
las tres enlutadas iban
metidas en diez vestidos
hasta los huertos en ruinas
del camposanto que cito.
Los perros de ánimo alerta
olían sus cuerpos fríos
y los borrachos al verlas
brindaban con doble tinto.
¡Su duelo es mi larga pena
que se hace un pequeño ovillo!
.
ROMANCE DEL POMBERO
Entre las sombras crujientes
de nísperos y gomeros
deambula, corre furtivo,
su majestad, el pombero.
No hay santos que lo rediman,
ni cruz que le dé sosiego.
El trasgo está enamorado
de Cándida Montenegro.
Ella es mozuela morena
con ojos que miran negros
donde se empaña la luna
y encuentran luz los espejos.
Quien la miró y no la amara
no era cristiano del pueblo.
Al verla todos los santos,
y San Antonio, el primero,
piropos con sal le dicen,
volviéndose zalameros.
Qué pena, qué soledad
le roba el alma al pombero.
Si por amor se volviera
señor, también caballero.
Cuando la luna está roja
él llega hasta el cementerio;
reniega allí de su sino.
Mejor estaría muerto.
Con cruz de hierro golpea
catorce veces su pecho.
Las rosas le son esquivas,
y toda la flor del huerto.
A media noche lamenta,
girando sobre el pescuezo,
su suerte con las estrellas,
con los distantes luceros
que ya querría obsequiar
a Cándida Montenegro.
A sus aullidos se juntan
ladridos de oscuros perros.
Los perros comen la carne.
Él sólo lame los huesos.
La niña de su querer,
que huele siempre a romero,
¿por qué de su sombra corre
con susto de benteveo?
La niña de su querer,
que lleva cinta en el pelo,
será de un santo varón,
de un señorito del pueblo.
¡Cómo son negras sus noches,
cómo le queman los celos!
Redonda y roja la luna
reluce en el cementerio.
.
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