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martes, 2 de marzo de 2010

AUGUSTO ROA BASTOS - ODA CONFIDENCIAL y SOLDADO DE LA REVOLUCIÓN / Fuente: POESÍAS DEL PARAGUAY. ARAMÍ GRUPO EMPRESARIAL.

Autor: AUGUSTO
ROA BASTOS

(Enlace a datos biográficos y obras
En la GALERÍA DE LETRAS del
www.portalguarani.com )
.
ODA CONFIDENCIAL
A Cayo Sila Godoy.
"Gentil cosa cuando la boca canta lo que hay en el corazón y no otra cosa..."
(Antiguo)

I
"Bueno" -dijiste al aire, a tu cigarra-:
"voy a empuñar mi luz y mi camino".
Dijo tu voz, y halló que ya el destino
te brotaba en el pecho una guitarra.

Voz y niñez de nube consumida.

Tierra roja, altos montes, verdes cañaverales,
quemaron con sus zarpas tus panales
dejándote en la sangre una encendida
memoria de paisajes musicales.

II
Pienso y busco tus huellas. Aquel día
del niño y su lucero,
cuando vestido en un jazmín ligero
dabas a la ilusión tu melodía.

Cavo en tu tierra roja,
muerdo el verde sonido de tus cañaverales,
miro en tu río, subo la congoja
de cielo de tus hondos manantiales,
nómbrote en los rumores,
y al fin te traen dulces vendavales.

Sobre veloz constelación de flores
llega tu imagen; transparentes escalas
la propia enredadera de temblores
de tu guitarra traspasada de alas...

III
No puedes ocultarte porque tienes
la voz redonda y de color de cielo,
rubia llama de trigos en el pelo,
trigo de rubias llamas en las sienes,
y en la sangre un florido
trueno que enciende en tu muñeca un nido
de clamorosa lumbre y terciopelo.

Aquí, tu mano roja
sobre mis hombros, varonil hermano,
del viento hermano, claro hermano mío.
Tu guitarra me acoja,
tu música me envuelva de rocío,
me frote el alma tu guitarra roja.

Tú, el desvelado, el libre de secreto,
roja la mano, duro el esqueleto,
la carne blanca y blanca la congoja.

IV
Tu pueblo te supura
como un clavel sangriento entre los dedos,
como una orquídea oscura
que amuralla sus miedos
en la madera azul de tu guitarra.

Ella, la patria del clavel y el llanto,
a tus venas se amarra,
lastra nocturnamente tu quebranto,
socava tus bordonas
y por fin en el canto
que en tu piedra lunar tú mismo enconas,
halla al cabo su rumbo verdadero,
ella, la dulce patria del lucero.

V
Tu historia mira un porvenir distante,
y el porvenir contempla tu pasado,
y ambos crecen de ti, del cincelado
clamor que tus muñecas de diamante
vierten de tu guitarra, de su estruendo azulado.

VI
Esto, mi compañero;
esto, no más, sobre tu nombre quiero,
quiero inscribirlo. Quiero,
porque te quiero.

Mañana el tiempo encogerá los hombros
y sobre mis escombros
dirá de mí con voz de polvo:
"Un día
cayó sobre su oscuro mediodía,
cayó una piedra y era
su amistad de bandera,
esto no más..."
¡Esto, no más, diría!

VII
Ayer era tu infancia:
tu olor de niño, un pueblo de corolas,
pese a tu signo oscuro.

Hoy tu presente se desborda en olas
con mil niños cantando en tu fragancia,
y otros mil y otros mil, hacia el futuro.
Tierra roja, altos montes, verdes cañaverales,
y el río tuyo henchido de panales
sobre el fosforescente valle de las guitarras
con un viento incendiado de cigarras
libres y musicales de alegría.

VIII
Fue así que ayer, una mañana, un día:

"Bueno"...-dijiste al aire, camarada.
"Dame tus signos, voy a asir tu guía".
"Bueno, hijo mío" -respondió la estrella.
Y desde entonces pisa enamorada
tu guitarra dorada
la infatigable ruta de las estrellas.
Poema fechado en Oxford en setiembre de 1945.
Publicada en: Revista del Ateneo Paraguayo, IV,
Asunción, enero de 1946.


SOLDADO DE LA REVOLUCIÓN
Guerrero de infinita transparencia, la mano
de Concepción lo extiende desde el Norte hasta el Sur,
de corazón a corazón,
desde el polvo chaqueño, desde el palmar azul
hasta la torre mineral del Amambay.

Moreno de terrestre vestidura,
copla del valle andando con quijada de hombre.

Mira su huella, tócala al pasar:
vivo aerolito de naranja ahumada,
puñal al cinto y verdeolivo y macho,
esparcido en el aire: llamarada.

Siente su huella: es como un surco andando;
cañaveral secreto y más secretas
primaveras latiéndole en la piel
y el cantar en su boca de tierra.

Muchacho lejanísimo,
combatiente del alba,
pasa en el viento y de color del fuego,
y el Paraguay le borda sobre el pecho
su rostro de clavel tropical,
su puño de quebracho, su torrente fluvial.

No hay que cantar la muerte...

Moreno de terrestre vestidura,
duro pecho blindado de paloma desnuda:
por donde pasa se abren grietas claras
y el aire encoge el ala chamuscada.

No hay que cantar la sangre...

No hay que cantar la muerte ahora,
ni a la mariposa de miel hay que cantar;
no hay que llorar ahora, hay que cantar,
al hombre vivo hay que cantar,
al soldado del pueblo hay que cantar.

Donde combate ahora crecen ramos violentos
y el Paraguay recoge su voz en cada ramo
y en cada ramo el mundo como un niño
amanece temblando...

No le busquéis entre las tumbas ni el llanto,
anillo germinal en torno a la Esperanza.

Su perro y su caballo
lamen el hueco triste del ausente,
y la sombra querida
buscan entre los restos del saqueado y leve rancho:
la sombra tenue del hombre entre las balas
y el aletazo seco de la muerte.

Toca su melodía, siéntelo:
color del viento pasa
sobre tu corazón
y sus más frescas ramas.

Muchacho lejanísimo,
paraguayo del alba,
lucero cercanísimo:
se le toca en el alma
como el cielo se toca
en los ojos del agua.

El Paraguay le canta entre los dientes
como una flor vestida de cuchillos,
como una tempestad fosfórica
furiosamente arada de estampidos.

Ni entre los cuervos del lascivo pico
y voz humana le busquéis, buscadlo...

Buscadlo por las venas y el sonido,
sobre el movible pedestal del río,
debajo del cuchillo,
por el maíz que crece por el aire florido...

Tomadlo aquí, despacio,
como se coge el viento con las manos, o un pájaro,
desvístele su sombra transida de combates
y acuéstalo despierto en tus ojos sonámbulos...

Un rostro por la arena se dibuja sin nadie
y por los agujeros de una blusa vacía,
crecen ramitos tiernos de calcáreo follaje,
saltan azules chispas
y el alba empolla en blandos cráteres excavados
a los pechos su roja melodía.

Moreno de terrestre vestidura,
color de viento y viento enfurecido
y agua mansa en espuma de piedra colgando,
y corazón de metal cristalino,
por aquí pasa alegre y combatiendo
con el oscuro lirio de su fusil.

Un arco azul de cielo azul dispara
sus pupilas al aire en que rebotan
como un pedrusco negro entre jazmines
o un corazón entre guitarras rotas.

No hay que cantar la muerte ahora
mientras combaten los soldados.
Hay que cantar la vida ahora
ahora que mueren los soldados.
Publicada en: Poesías reunidas, El Lector, Asunción, 1998.


Fuente: POESÍAS DEL PARAGUAY – ANTOLOGÍA DESDE SUS ORÍGENES. Realización y producción gráfica: ARAMÍ GRUPO EMPRESARIAL, Dirección de la obra: OSCAR DEL CARMEN QUEVEDO. Recopiladores y autores: RAÚL AMARAL, MARÍA BARRETO DE RAMÍREZ, AÍDA ORTÍZ DE CORONEL, ELA RAMONA SALAZAR S., RUDI TORGA / Tel. (595-21) 373.594 / arami@rieder.net.py – Asunción / Paraguay. 2005. 781 pp.).
.
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