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lunes, 29 de marzo de 2010

CARLOS R. CENTURIÓN - LA EVOLUCIÓN LITERARIA EN LOS COMIENZOS DEL SIGLO XX / Fuente: HISTORIA DE LAS LETRAS PARAGUAYAS – TOMO II


HISTORIA DE LAS LETRAS PARAGUAYAS
Autor:
CARLOS R. CENTURIÓN
(Enlace a datos biográficos y obras
en la GALERÍA DE LETRAS del
.
LA EVOLUCIÓN LITERARIA EN LOS COMIENZOS DEL SIGLO XX
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EL presidente Emilio Aceval, surgido del "egusquicismo" – y quien prestó juramento el 25 de noviembre de 1898 –, no pudo cumplir su período gubernativo. El "caballerismo", agazapado en los cuarteles, decretó su caída. Un día caliginoso, el 9 de enero de 1901, fue obligado a presentar renuncia. El coronel Juan Antonio Escurra apareció como el brazo armado de la subversión. El Congreso Nacional consideró la renuncia del presidente Aceval en un ambiente que presagiaba violencias. Los bandos colorados en pugna constituían retenes de pasión. Un incidente baladí fue la chispa. Ofendido por las palabras del senador Federico Bogarín, pistola en mano, Eduardo Fleitas dirigióse a aquél, cruzando el recinto. Vicente Rivarola, muy joven entonces, sobrino del primero, viendo la vida del tío en inminente peligro – pues Fleitas era hombre valiente y decidido –, irrumpió en la sala, y haciendo frente a éste, le disparó un tiro de revólver. Bastó el estampido para que la gresca se iniciara y se generalizara tumultuosamente. Representantes y público trabáronse en un cisco infernal. Oído el tumulto, Manuel Gorostiaga, que estaba frente al cuartel de artillería, donde se exhibían algunos cañones, mandó preparar una pieza y ordenó que se hiciera fuego sobre el viejo Cabildo. Así se hizo. Esta ocurrencia evitó una desgracia mayor. No obstante, de entre el laberinto de muebles deshechos y paredes derruidas, sacáronse varios heridos y el cadáver del senador Facundo D. Insfrán. La muerte de este preclaro ciudadano causó hondo pesar. El doctor Insfrán habíase educado en Buenos Aires. Fue fundador de la Facultad de Medicina, juntamente con Héctor Velázquez, dempeñó la vicepresidencia de la República y ocupaba un lugar prominente en la sociedad paraguaya.
A Emilio Aceval sustituyó en el mando el vicepresidente, Héctor Carvallo, hasta finalizar el cuadrienio, vale decir, hasta el 25 de noviembre de 1902.
El período a que nos referimos caracterizóse por una lucha ardorosa entre los sectores de opinión. "Cívicos" y "radicales", en el bando liberal, no cejaban en la pugna periodística cotidiana; "caballeristas" y "egusquicistas", en el lado colorado, aprovechaban todas las oportunidades para zaherirse.
No obstante, espíritus armonizadores trabajaban en busca de la reconciliación en ambos partidos. El liberal arribó a una solución fraterna en la convención de 1902. La base, más que ideológica, a pesar de haberse votado la reforma de sus estatutos y programas, inspirados por Cecilio Báez, fue la revolución. Los sucesos del 9 de enero de 1901 habían colmado la paciencia popular. El sable del pretorio, con su irrupción violenta en las esferas políticas, ganó la repelencia del civismo, la sublevación espiritual del pueblo. A la tolerancia sucedió la impaciencia; al amor al orden, el anhelo de violencias; a la serenidad, la inquietud afanosa de reinvindicaciones. Este instante psicológico colectivo fue pulsado por el Partido Liberal, el que preparó la lucha armada, cuya gestación debía durar más de dos años. Se trabajó en silencio, pero con eficacia.
El Partido Nacional Republicano, sensible al fenómeno, también estrechó filas. Pero estaba supeditado en el gobierno al sable corvo del cuartel de caballería, cuyo representante era el ministro de guerra, coronel Juan Antonio Escurra. La exaltación de éste a la primera magistratura, rebosó la copa.
El presidente Escurra, al tomar posesión del cargo, el 25 de noviembre de 1902, integró su gabinete con representantes de la joven intelectualidad colorada. Formaban parte del mismo Fulgencio R. Moreno, Pedro Peña, Francisco C. Chaves, Antolín Irala y otros. Manuel Domínguez desempeñaba la vicepresidencia de la República y, como tal, era presidente del Senado.

FRANCISCO C. CHAVES venía de la Universidad. Nacido en la Asunción, en 1875, graduóse de bachiller en el Colegio Nacional, veinte años después. En 1901 obtuvo el grado de doctor en la Facultad de Derecho y Ciencias Sociales de su ciudad natal. Su tesis versó sobre Publicidad del delito. Siendo estudiante desempeñó varios cargos en la administración pública. Apenas obtenido su diploma universitario, se le confió la cátedra de derecho civil. Sucedía en ella a Ramón Zubizarreta, su antiguo maestro. En 1903 desempeñó la cartera de justicia, culto e instrucción pública. Fue, más tarde, representante en el Senado y la Cámara de Diputados, rector de la Universidad Nacional, presidente del Superior Tribunal de Justicia, ministro de hacienda, presidente del Banco de la República, plenipotenciario especial, delegado a numerosos congresos internacionales, decano de la Facultad de Derecho.
Francisco C. Chaves, por sobre toda otra actividad, dedicóse a la cátedra. La política lo apartó de ella. Es un espíritu desgraciadamente alejado del teatro de las actividades puramente culturales, que son afines de su temperamento, sereno y juicioso. Es un maestro desviado de la ruta de su destino, tal vez con pérdida para la Nación y para sí mismo.

ANTOLÍN IRALA también venia de la Universidad. Oriundo de San José de los Arroyos, donde nació en el año 1878, pertenecía a una vieja casta de políticos y de profesores. Eran de su sangre José y Manuel Irala. El nombre del primero se entronca con el de los paladines primitivos de la democracia paraguaya de la segunda mitad del siglo XIX; el del segundo, figura al lado del de Manuel Gondra, Juan Cancio Flecha, Emeterio González, Manuel Domínguez e Inocencio Franco en la historia de la enseñanza secundaria.
Antolín Irala educóse en el Colegio Nacional de la Asunción. En el año 1902 obtuvo el grado de doctor en derecho y ciencias sociales en la Universidad Nacional. Su tesis versó sobre La Represión. Desde ese mismo año dedicóse a la cátedra y a la política. Fue profesor de literatura en instituciones de enseñanza secundaria y catedrático de economía política, derecho penal y derecho internacional en la Facultad de Derecho de la Asunción. En la magistratura judicial desempeñó funciones de defensor general de menores, fiscal del crimen y fiscal general del Estado. También, en la diplomacia, ejerció la secretaría de la legación del Paraguay en Francia, Inglaterra y España. Más tarde, durante el gobierno del presidente Juan Antonio Escurra, fue ministro de justicia, culto e instrucción pública y ministro de relaciones exteriores. En 1911 presidió la Cámara de Diputados de la Nación. El mismo año, en el gabinete del presidente Liberato M. Rojas, encargósele nuevamente la dirección de la cancillería de la República. En 1915 representó al Paraguay en el Segundo Congreso Científico Panamericano, reunido en los Estados Unidos.
En el periodismo, dirigió Colorado y Patria, órganos oficiales del Partido Nacional Republicano, del que fue presidente. Ha publicado, además de La Represión, un informe presentado a la Sociedad Paraguaya de Derecho Internacional, intitulado Negociaciones Paraguayo-Argentinas. Sus antecedentes, en 1912, y La causa aliada en el Paraguay, en 1917. Falleció en la Asunción, en 1925.
Antolín Irala, si bien dedicóse a la cátedra, su vocación fue la política. Entregóse a ella con abnegación y capacidad reconocidas. Las actividades inherentes a esta última lleváronle al periodismo, donde se distinguió por su cultura y la ponderación de sus juicios. No obstante, supo ser tenaz y agresivo en el ataque y ágil en la defensa. En la Cámara de Diputados confirmó sus condiciones de orador diestro y altivo, cualidades reveladas ya en su juventud, en la tribuna del jurado popular y en las asambleas de su partido.

En el año 1898 llegó a la Asunción, procedente de Buenos Aires, OROSIMBO IBARRA. Venía para hacerse cargo de la dirección de La Democracia, la cual había quedado vacante por fallecimiento de su progenitor, Ignacio Ibarra.
Orosimbo Ibarra, nacido en la capital paraguaya, en el año 1878, obtuvo diploma de bachiller en ciencias y letras en el Colegio Nacional de la Asunción. Luego se trasladó a Buenos Aires con el propósito de seguir cursos de medicina. Hallándose en segundo año, en la facultad respectiva de la ciudad porteña, sorprendióle la noticia del deceso de su padre.
Desde su regreso a la patria, Ibarra dedicóse al periodismo, de cuyo ejercicio hizo un verdadero apostolado. Colaboró en diversos órganos de la prensa nacional, durante más de treinta años, mejor dicho, hasta el día de su muerte, ocurrida en la Asunción, en el año 1936.
Caracterizábanse sus colaboraciones por su estilo crítico y enjundioso, no desprovisto de amenidad y buen humor. Para contrastar con su perenne vida bohemia y su insalvable pobreza, adoptó un seudónimo: Dr. Oro.
En El Orden tenía una sección especial que intitulaba Entre Bromas y Deveras, en la que abordaba temas puramente nacionales y de muy abigarrado matiz político y social del Paraguay, con sus iniciales O. I.
Es digno de recordación el Colegio del Asilo Nacional. Su creación débese a la filantropía de distinguidas damas de la sociedad paraguaya. Hubo varias etapas en su evolución. Ahora, y desde hace varios años, con el nombre de Asilo Nacional, alberga un gran número de niños desamparados que allí son educados. El plan de estudios primarios abarca el establecido para las escuelas de la República y, además, la enseñanza de oficios. Posee también una imprenta, en la que se editan libros y revistas. Juventud, el órgano de la generación intelectual de 1923, se imprimía en los talleres del Asilo Nacional.
La dirección del establecimiento y el personal docente se hallan integrados por las beneméritas hermanas de San Vicente de Paul.

A pesar de sus modos de monje cartujo, Delfín Chamorro sabía hacer culto de la amistad. Desde su lejana juventud, en Villarrica, quizás desde las aulas escolares, unía a este espíritu hondo y lleno de luz, un vínculo casi fraterno con DANIEL CODAS. Fue este caballero generoso, chapado a la antigua, este gran corazón que defendía la delicada armonía de su espíritu acorazándose con la perenne actitud de agresividad, que era su característica, y que llevaba siempre la ironía y el sarcasmo a flor de labios como un adorno y un escudo, quien recibió, el primero, de manos de Chamorro, Todo está perdido. Y fue Codas quien enseñó a Manuel Gondra esa joya literaria, y luego la publicó.
Daniel Codas, además de político militante, fue periodista. Su pluma sabía expresar los más nobles y profundos sentimientos, sabía captar la belleza, en sus diversas formas y facetas, y poseía acerada punta para las lidias incruentas del diarismo. Polemista ardoroso, ágil y hábil, sus campañas producían escozor en sus ocasionales adversarios y despertaban interés en la opinión pública.
Había veces en que toda la esencia de uno de sus editoriales de combate se volcaba en una sola frase, tal aquel famoso artículo intitulado Pequeñas miserias de grandes miserables. Fue también orador parlamentario. Su verba tenía matices insospechados y su dialéctica convencía porque se fundaba en la lógica.
Daniel Codas nació en Villarrica, en 1869. Eran los días angustiosos de la agonía del grande ejército de Cerro León y Paso Pucú. La Nación en armas estaba ya entonces en la cumbre gloriosa de Cerro Corá. Fue Codas uno de los primeros alumnos de la escuelita fundada en su ciudad natal, luego del trágico naufragio. Cursó estudios secundarios en el Colegio Nacional de la Asunción, en donde obtuvo diploma de bachiller. También fue alumno de la Facultad de Derecho. Pero de esta casa le sacaron la política y el periodismo. Ingresó en el Partido Liberal. Desde ese instante adoptó el escudo flordelisado de su blasón, y esgrimió el arma de fuerza imponderable: la pluma. Editó y redactó El Pueblo, El Comercio, La Patria, La Capital, La Democracia, La Ley, La Evolución, El Día, La Libertad, El Nacional, etc., en diversas épocas. En 1910 ocupó una banca en el Senado, y en 1912 desempeñó la cartera del interior, en el gabinete del presidente Liberato M. Rojas. Antes, en 1889, en colaboración con Francisco L. Bareiro y Blas Manuel Garay, publicó un volumen bajo el título de Nuevas ideas en nuestra política.
Daniel Codas falleció, en la Asunción, en 1941. Cayó en plena lidia por sus ideales ciudadanos, leal a sus ensueños democráticos, en pleno combate con la adversidad, – que la vida fue con él harto mezquina –. Mas, su noble espíritu nunca se fatigó ni vaciló en su fe. La terminación silenciosa de su existencia desafortunada fue el último capítulo dramático de su larga y accidentada vida de luchador.

Deben ser también citados, en este espacio, otros prosadores y poetas, aparecidos entre la última década del siglo XIX y la primera de la presente centuria, ya sea en la Asunción o en otras ciudades y pueblos del interior del país. Cuéntanse entre éstos, Belisario Rivarola, Herib Campos Cervera, Rodolfo Ritter, Víctor y Luis Abente y Haedo, Daniel Jiménez y Espinosa, Roberto A. Velázquez, Manuel Gamarra, Heriberto H. Gamarra, Ángel I. González, Adriano M. Aguiar, Prudencio de la Cruz Mendoza, Eladio Velázquez, Pedro Pérez, Gustavo Sosa Escalada, Higinio Arbo, Arturo D. Lavigne, Andrés Antonio Barrios, Miguel G. Trujillo, Adolfo Francisco Antúnez, Genaro Romero, Saturnina López Alfaro de Trujillo, Pastor Cabañas Saguier y otros.

BELISARIO RIVAROLA es, ante todo y sobre todo, un periodista, considerado desde el punto de vista puramente intelectual. Cultura densa, probidad insospechada e insospechable, valor moral y cívico, prosa límpida, castiza y vibrante, caracterizan a este batallador indomeñado, altivo y recio como Sarmiento.
Oriundo de Barrero Grande, Belisario Rivarola nació en el año 1876. Pertenece a una familia de vasta fama en la historia política de la Nación. Eran de su sangre el capitán Juan Bautista Rivarola, prócer de la independencia patria y elocuente vocero de la libertad; Valois Rivarola, el héroe legendario de Ytororó y Abay, el centauro de Lomas Valentinas; Cirilo Antonio Rivarola, ex presidente de la República; Octaviano Rivarola, soldado de Solano López, quien acompañó a José Díaz en sus audaces excursiones de vigilancia, y estuvo con éste en la misma canoa, en el río Paraguay, el día en que el soldado de Curupayty fue herido mortalmente por un proyectil disparado desde uno de los buques de la escuadra brasileña en 1868, y fue fundador, más tarde, del Partido Liberal.
Belisario Rivarola cursó estudios en el Colegio Nacional de la Asunción. Obtuvo diploma de bachiller en 1897. En 1906 dirigió la Revista del Instituto Paraguayo, la primera en su género en nuestro país. Posteriormente dirigió El Liberal, diario que fue de su propiedad. Durante este período hizo frente a las polémicas más apasionantes de aquella época sobre el momento político de la República y, con especialidad en 1926, sobre la personalidad discutidísima de Solano López. Contra toda la prensa, que defendía la memoria de éste, con motivo del centenario de su nacimiento, irguióse solo, para atacar lo que él llamaba sus "desmanes de dictador". Y a fe que lo hizo con varonil entereza.
En la administración pública, Belisario Rivarola desempeñó funciones de elevada jerarquía: diputado, senador, presidente del Senado, ministro plenipotenciario, ministro de Estado. En el terreno cívico, ejerció la presidencia del Partido Liberal.
Retirado de la política activa, en el refugio íntimo de su quinta de Villa Aurelia, vive hoy en comunión con sus libros, como símbolo de moral intransigente y de patriotismo insobornable.

HERIB CAMPOS CERVERA era hijo del profesor y periodista español Cristóbal Campos y Sánchez. Nació a bordo de un barco, navegante en el río Paraguay, en viaje a la Asunción, en el año 1877. Cursó estudios en esta ciudad y prosiguiendo la tradición paterna, fortalecida en la propia vocación, inicióse en las lides periodísticas. Fue también poeta. Sus primeros versos se publicaron en los comienzos de la presente centuria, en algunos diarios de dicha capital y en la Revista del Instituto Paraguayo. Eran flores de juventud.
En el año 1910 fundó un diario: La Verdad. Su prosa de polemista apareció entonces caudalosa y tonante. La Verdad era un retén de avanzada. Redactó también, lapso después, La Época y El Tiempo.
En el año 1912 embarcóse con rumbo a Europa. Desde Madrid y París envió colaboraciones de crítica de arte y de urbanismo. En Crónica fueron publicadas muchas de esas páginas. Colección de cartas hay suyas de subido valor literario. A su muerte, ocurrida en la capital francesa, en 1921, luego de haber recorrido, en peregrinaje artístico, parte del viejo continente, quedó gran número de sus trabajos inéditos.

De RODOLFO RITTER decía Rafael Barrett que, a su juicio, era el extranjero más inteligente y culto que había encontrado en el Paraguay.
Nacido en Moscú, en el año 1864, cursó estudios de ciencias físico-matemáticas y de derecho y ciencias sociales. Graduóse de licenciado en las primeras y de doctor en las segundas. Se dedicó especialmente a la economía política y a las finanzas.
Rodolfo Ritter llegó a la Asunción en el año 1902. En 1906 inició en el Paraguay, públicamente, su intensa y continuada labor intelectual. Desde la tribuna del Instituto Paraguayo habló aquel año, con erudición, sobre La cuestión monetaria. En la misma época colaboró en Amigos de la Educación, publicando dos trabajos titulados ¿Cuál es el valor de las matemáticas? y ¿Por qué Portugal es vasalla de Inglaterra?
Dos años después fundó un periódico, El Economista Paraguayo, con el propósito de considerar, desde sus columnas, los problemas económicos y financieros de nuestro país. El difundido semanario apareció, sin interrupción, hasta 1923, año en que Rodolfo Ritter regresó a Europa, en donde permaneció hasta 1925.
La dirección y la redacción de El Economista Paraguayo no fueron obstáculos para que el intelectual moscovita ocupara la tribuna del Gimnasio Paraguayo, de la Escuela de Comercio, del Colegio Nacional, del Ateneo Paraguayo y de la Escuela Normal, en repetidas ocasiones, para disertar sobre diversos temas de actualidad mundial o solamente nacional. Pueden citarse, entre dichos trabajos, diez conferencias sobre economía política, en el Gimnasio Paraguayo; seis conferencias sobre temas diversos, en la Escuela Normal; tres conferencias de carácter filosófico sobre El Pragmatismo, y otras sobre La Sociología en la enseñanza del Derecho y La Filosofía de Bergson, en la Universidad Nacional; varias disertaciones de índole literaria, entre las que se cuentan las referentes a la personalidad de Marcel Proust, el autor de A la conquista del tiempo perdido; a la de Máximo Gorki, el descriptor maravilloso de la gente humilde de la antigua Rusia; y a la de Luis de Beethoven, el genio de la música.
En el año 1926 habló sobre las tendencias fundamentales imperantes en Estados Unidos de América, Alemania, Francia e Inglaterra. Además, Rodolfo Ritter ha colaborado en El Liberal, El Diario, El Orden, El Nacional y otros periódicos de la Asunción, y en revistas alemanas, francesas e inglesas. En 1945 publicó Apuntes de Economía Política, libro elogiado por la crítica.
Al referirse al Economista Paraguayo, decía, en 1910, Fulgencio R. Moreno: "Hace poco tiempo que un extranjero de cultura superior llegó al país. Especialista en algunas cuestiones de interés capital para el Paraguay, las estudió con pasión acopiando un gran material de observación personal. Comprendió que podía ser útil a la tierra en que venía a establecerse. Y para exponer sus ideas con amplitud e independencia, fundó un periódico. El nombre mismo de este periódico compendiaba su programa: El Economista Paraguayo nacía para estudiar los problemas y defender los intereses económicos del Paraguay.
"De entonces acá han transcurrido dos años, tiempo ya suficiente para apreciar el trabajo realizado al amparo de esos propósitos.
"En el diario batallar por intereses fugaces, la mayoría suele pasar sin advertir esa labor paciente de los que no se reducen a resbalar sobre la periferia brillante de las cosas: los que penetran en lo hondo no suelen ser muy populares. Es así posible que muchos no se den cuenta de la labor que contiene El Economista Paraguayo. Pero no faltan quienes lo han seguido con entusiasmo y con amor porque han sentido palpitar en sus líneas amor y entusiasmo por nuestro pueblo. Día llegará en que se le haga justicia, y entonces se verá todo el caudal de ciencia y de observación personal contenido en esa revista que honra el nombre paraguayo fuera de nuestras fronteras, se verá todo lo que estudió, y cómo en lo fundamental ha abarcado nuestras principales cuestiones económicas y sociales, desde el problema monetario hasta la situación del campesino desamparado en las lejanías de la campaña.
"Y esto sin contar estudios de otro orden que revelan vigorosa mentalidad.
"Pero desde luego debemos reconocer que El Economista Paraguayo, tiene de propio, original y único, el ser la obra de un solo hombre sin ninguna mira interesada. El Economista Paraguayo es el doctor Ritter, pero no el Dr. Ritter comerciante, especulador o político, sino el doctor Ritter, hombre de pura abnegación científica.
"¿Qué ejemplo parecido podemos invocar en el Paraguay?
"El doctor Ritter ha llegado al país hace apenas seis años sin conocer ni el idioma que hablamos. Y en tan poco tiempo lleva ya realizada una obra: El Economista Paraguayo, de ineludible consulta para los que quieran orientarse en la economía nacional.
"Y esto que debía ser motivo de gratitud, parece que molesta. Hasta se recuerda, como un peligro, su condición exótica.
"Combatamos, en buena hora, sus ideas si nos parecen erradas, pero respetemos su persona. Así nos respetamos a nosotros mismos. Y no nos alarmemos porque el director de El Economista Paraguayo sea un extranjero. Sólo la savia extranjera vigorizará nuestra cultura.
"A los que tenían tales prevenciones, Alberdi les recordaba que hasta los santos de nuestros altares pertenecían al viejo mundo". (79)
Rodolfo Ritter falleció en la Asunción, en 1946.

VICTOR ABENTE Y HAEDO nació en Concepción, en el año 1882. Cursó estudios primarios en las escuelas de esa ciudad, y fue alumno del Colegio Nacional de la Asunción. Obtuvo diploma de bachiller en 1899. En la Facultad de Derecho de la capital paraguaya graduóse en 1906. Comenzó su carrera política como secretario de la Presidencia de la República, en los tiempos en que la ejercía Cecilio Báez. En 1908 ocupó una banca en la Cámara de Diputados. En 1912 presidió aquel alto cuerpo legislativo. Más tarde fue senador y ministro del interior. Desde 1910 dictó cátedras en el Colegio Nacional de la Asunción. En su juventud, cultivó el periodismo y la poesía. En 1910, José Rodríguez Alcalá escribía a su respecto: "Una lira, como emblema de la poesía, sería el blasón adecuado a este apellido de una familia de poetas. El viejo Abente cantó en robustas estrofas, al Salto del Guairá y a las hazañas heroicas de la raza; y heredero de la tradición de su nombre éste su sobrino Víctor, y aquel otro de que ya hablamos, (80) serán los dignos continuadores de su obra lírica".
Víctor Abente y Haedo falleció en la Asunción, en 1939.
He aquí su poesía:

AMOR
Ama me dice la avecilla tierna,
al entonar en la mañana hermosa
su trino celestial;

ama ere dice la ligera brisa,
que suave se desliza murmurando
mis labios al besar;

ama me dice la natura toda,
envuelta en seda de color de oro
por los rayos del sol;

solo mi corazón, vaso de duelo,
destrozado por miles desengaños,
no puede más amar.

LUIS ABENTE Y HAEDO, hermano del anterior, era también oriundo de Concepción. Hijo del médico español Victoriano Abente y Lago y sobrino del autor de La sibila paraguaya, nació en 1879. Cursó estudios primarios en su ciudad natal y fue alumno del Colegio Nacional de la Asunción. En el año 1903 obtuvo diploma de doctor en derecho y ciencias sociales en la Universidad de la capital paraguaya. Su tesis versó sobre El tribunal militar y la rebelión. Poco después se trasladó a Montevideo, donde le cupo desempeñar funciones diplomáticas en representación de nuestro país. Falleció en el Uruguay, en el año 1930.
Luis Abente y Haedo cultivó el verso en su juventud. Es de su estro:

AMOR DE MADRE
I
De nuestro querido suelo
en apartado lugar,
donde ser humano alguno
apenas suele llegar;

donde sólo el ave oculta
en la arboleda sombría,
deja escuchar sus gorjeos
llenos de dulce armonía.

Cerca de un manso arroyuelo
que entre piedras se desliza
al pie de elevada loma,
que verde yerba tapiza,

se alza triste y solitaria
fúnebre cruz de madera,
protegida por la sombra
de frondosa y fresca higuera.

A ese lugar escondido
cuando despierta la aurora,
que arrebola el horizonte
con su luz encantadora;

e esa tumba abandonada,
cuando la tarde declina
y el disco solar se oculta,
tras la montaña vecina,

se acerca con lenta paso
misteriosa criatura
de melancólica faz,
de virginal hermosura.

Pensativa, ensimismada,
fija la vista en el suelo,
llevando impreso en el rostro
el motivo de su duelo;

y entre sus frágiles manos
pálidas como la cera,
un ramillete de flores,
recogido en la pradera.

Al llegar con ansia loca,
puesta en la tumba de hinojos
esparce en ella sus flores,
brota el llanto de sus ojos.

Y tras me hondo gemido,
tras un ¡ay! desgarrador,
imprime en la losa fría,
un beso lleno de amor,

Beso frenético, ardiente,
que en la oquedad de la tumba
como si alguien respondiera,
tétrico y largo retumba.

Junta sus manos después,
vuelve la vista hacia el cielo,
eleva triste plegaria
como impetrando consuelo.

Y la infeliz desgraciada
se queda desfallecida,
víctima de cruel dolor
de la cruz al pie tendida.
II
Luego despierta tranquila,
siente renacer la calma,
es el consuelo divino
que a aquella madre del alma,

que a aquella madre que llora
sin cesar de noche y día,
doliéndose de su suerte,
del cielo do está le envía.

Y animosa se levanta,
y por la verde pradera
muy presto desaparece,
cual fantástica quimera.

DANIEL JIMÉNEZ Y ESPINOSA es poeta, periodista y orador. Oriundo de Pilar, nació en 1878. Comenzó sus estudios en las escuelas de aquella ciudad del sud. Fue también alumno del Colegio Nacional de la Asunción. Ingresó en el periodismo siendo muy joven. Formó parte, en la vida política, del grupo civil que acompañó al coronel Albino Jara durante su gobierno.
Ocupó una banca en la Cámara de Diputados, en 1911, y ese mismo año la presidió interinamente. Derrocado el régimen del presidente Jara, Daniel Jiménez y Espinosa partió hacia el exilio. Desde aquel tiempo se halla radicado en Buenos Aires. El destierro acalló su verba de orador y silenció su lira. José Rodríguez Alcalá – quien fue compañero de Jiménez y Espinosa – al referirse al citado intelectual, expresaba, en 1910: "Las composiciones que dejó a su paso, cuando siendo un adolescente peregrinó por los campos de la poesía con la lira al brazo, dicen bien todo lo que podría esperarse del poeta cuando su inspiración adquiriese plenamente la robustez que anunciaba tener en gérmenes fecundos. Y si, prematuramente, no hubiera puesto fin a su poética peregrinación, a estas horas tal vez hubiera llegado, o estaría por llegar a la Jerusalén de su creación maestra, que por ser suya sería sin duda preciosísimo joyel". (81)
Ha publicado Pancha Garmendia, Asunción, 1903, y La escuela y la libertad, Asunción, 1904. Jiménez y Espinosa ha actuado hasta hace poco tiempo en la prensa argentina.
Le pertenece:

SOMBRA

Sombra que cruzas por la mente mía
cuando el pesar mi espíritu avasalla,
tú eres la nota que en mi lira estalla,
cual ronco trueno en tempestad bravía.

¿Qué serás para mí, sombra querida?
Tu callada tristeza ¿qué me advierte?
En mecho de mi vida ¿eres mi muerte?
O en medio de mi muerte ¿eres mi vida?

Cuántos contrastes en mi vida incierta,
sombra que cruzas por la mente mía:
o veces lloro con la luz del día,
y a veces río con la sombra muerta.

Sombra que pasas para mí cantando,
sombra que pasas para mí gimiendo,
como un alma dichosa, vas riendo,
como un alma que sufre, vas llorando.

En las horas amargas de mi suerte,
sombra que formas mi ignorada historia,
¿me envuelves en los rayos de la gloria,
o me ciñes mortaja de la muerte?

Sea cualquiera mi modesta suerte,
siempre igual tú serás, sombra querida:
a veces has de ser como la vida,
y a veces has de ser como la muerte.

ROBERTO A. VELÁZQUEZ valíase de un seudónimo con el cual era conocido en los círculos literarios de la Asunción: DANIEL AUBERT. No ha nacido en el Paraguay, pero es hijo de paraguayos. Cultivó la poesía en su juventud. Pertenecía a la escuela simbolista. "Si es verdad que la poesía no está siempre en lo expresado si no más bien en lo que se deja de expresar, Roberto A. Velázquez es poeta. Dejan sus versos en el espíritu de quien los lee, como una semilla de evocaciones que germina y le impregna de vago perfume". (82)
Amigo y compañero de Eligio Ayala, vivió con éste en la meditación y en el estudio. De ahí su amplia y profunda cultura humanista. Dedicado a su profesión de abogado, abandonó la lira. En prosa ha publicado, en Buenos Aires, Ambiente de guerra en Europa.
Es de su inspiración:

ALABANDO A LA IMPOLUTA

Me dicen los aires,
Que etéreos se acercan:
Las aguas hoy surca
La Reina de Galia.

La Amiga del Arte
Que ensueños anhela,
La niña que evoca
Las formas de Aspasia.

¿Por qué no eres silfo, me dicen las brisas,
Por qué no te truecas en gama esfumada,
Que hienda los aires y lleve a tu amada,
La espléndida aurora de goces y risas?

¿Por qué no eres Mago, por qué no exorcisas,
Y llevas con pasos de alada cuadriga,
La dulce alborada de notas concisas,
Que todas sus frases doradas la diga?

¿Por qué no posees los mágicos dones,
Que admira la ciencia, que asusta a las turbas,
Por qué no te es dado formar sugestiones,
Que encanten a Didie de clásicas curvas?

Yo sé que las Bellas, placeres difunden
Yo sé que las Ninfas, son pálidas, pálidas,
Yo sé que las Diosas, amores infunden,
Y truecan las almas heladas en cálidas.

Por eso te ensalzo, Belleza te llamo;
Por eso eres Ninfa de rara dulzura,
Por eso las brisas te dicen: te amo,
Por eso las almas alaban tu albura.

MANUEL GAMARRA nació en Lambaré, en 1888. Cursó estudios en el Colegio Nacional de la Asunción y en el Seminario Conciliar de la misma ciudad. Se ordenó en 1909. En 1913 partió con destino a Europa. Ingresó en la Universidad de Lovaina. La invasión de Bélgica, en 1914, le obligó a regresar. Desde entonces ha ejercido su apostolado en las diversas parroquias cuyos curatos se le ha confiado.
En 1915, Manuel Gamarra redactó Los Principios. Antes de ese año publicó sus primeros versos. Ha cultivado la poesía épica. Su trabajo más conocido es Curupayty, aparecido en 1910.
Ignacio A. Pane, en su monografía titulada Intelectualidad paraguaya, lo cita como orador sagrado.
Es de su pluma:

BAHÍA NEGRA
Es el primer bastión. En él flamea,
dueño y señor, el pabellón amado;
y allí estará mientras la Patria sea
y se alce en ella un brazo de soldado.

Y dueño y señor tremola, altivo y alto,
cantando Gloria, Libertad, Derecho...
y morirá a sus pies cualquier asalto,
y rodará todo invasor, deshecho.

Ante los pueblos libres de la tierra,
es una afirmación, en paz y en guerra.

Es una afirmación con sangre escrita;
y quien quiera barrerla necesita
despedazar el libro del Derecho
y estampar su señal en nuestro pecho.

Y no nos dieron, no, nuestros mayores
lección para llevar un yugo extraño;
y en redor de los épicos colores
vela un millón de vidas, como antaño.

Todo, en Bahía Negra: el viento, el río,
el amplio cielo azul y los palmares
proclaman de la Patria el señorío,
y son de su bandera los altares.

Y acudirán allá desde Corrales,
y Boquerón y Lomas Valentinas,
a la voz del cañón, los inmortales
y férreas falanges numantinas.

Y juntos lucharán en esa brecha,
vivos y muertos, en legión gallarda,
mirando al occidente, donde acecha
el ofensor audaz, a quien se aguarda.

Egoísta siempre, indiferente y mudo,
acaso asista el mundo a nuestro duelo,
mas, no ha de ver temblar el firme escudo
del que defiende su sagrado suelo.

Y en vano buscará la fuerza bruta
al Derecho aplicar su bofetada:
un pueblo ha de afrontarle en cada ruta,
un contendor en cada encrucijada.

Y allá estará inmortal nuestra bandera,
sellando el horizonte con su Gloria,
grabando nuestro nombre en la frontera,
ante la libre América y la Historia.

Era otro sacerdote ilustrado el fundador de Los Principios: HERIBERTO H. GAMARRA. Originario de Altos, nació en el año 1878. Educóse en el Seminario Conciliar de la Asunción, en donde se ordenó. Fue propietario y director del diario nombrado, desde cuyas páginas desarrolló una intensa campaña de superación moral y de propaganda católica. Falleció en la Asunción en 1945.

ANGEL I. GONZÁLEZ era de Paraguarí. Nació en un lugar llamado Yariguaá, en el año 1878. Huérfano de padre desde su niñez, acostumbróse a mirar la vida sin miedo, de frente, con simpática arrogancia, que fue la característica de toda su existencia. En 1892 llegó a la Asunción, sediento de aprender. Ya aparecían en aquel tiempo, en sus ideas y en sus aptitudes, los espejeos de una indomable rebeldía. Había cursado estudios primarios en su pueblo natal, y en la Asunción se instruía solo y trabajaba afanosamente para subvenir las necesidades apremiantes de su propia vida. Tenía entonces catorce años de edad. Poco tiempo después comenzó a manejar la pluma. En prosa, colaborando en revistas y diarios, en los comienzos del presente siglo, combatía virilmente las instituciones sociales y políticas entonces imperantes en el país; y en verso, dejaba correr estancias impregnadas de húmedo sabor agreste y plenas de bucólicas bellezas. También compuso apóstrofes como aquel intitulado A Dios. Era un descontento social y un ruiseñor. Sus insurgencias le valieron persecuciones y destierros, angustias y amarguras. Pero su carácter era indomeñable. Todo lo sufrió sin desmayos ni quejas. Protestaba, sí, a toda hora, en alta voz, con entonación tribunicia y dignidad ciudadana.
Después de la revolución de 1904 ingresó en la docencia primaria. Ejerció el magisterio en la Asunción, San José y Sapucay. Mas, no pudo alejarse mucho tiempo de la arena caldeada de la política. Regresó a ella para desempeñar cargos de jefe político en varios pueblos del interior del país y de delegado civil, en distintas regiones campesinas y en repetidas ocasiones. Amigo íntimo del coronel Albino Jara, acompañó a éste en la revolución de 1912. En las cercanías de Acahay, se vieron por última vez. Herido y derrotado el coronel Jara en el combate de Paraguarí, el 11 de mayo de aquel año, Angel I. González no le abandonó en la postrer caída. En las orillas de un arroyo, hallándose en descanso, Albino Jara le regaló la pistola que portaba, "y recordándole sus obligaciones de esposo y padre que lo era y muy bueno, le rogó que se alejara a fin de no caer prisionero". Un abrazo selló la despedida, que debía de ser eterna. Dedicóse después a la medicina. Encerrado en su hogar, vivió haciendo el bien a sus semejantes, alejado de las luchas políticas y en el recuerdo de su mocedad lírica y rebelde. Lejos quedaban ya sus amigos y camaradas juveniles: Cipriano Ibáñez, Rómulo Goiburú, Modesto Guggiari. Ahora, sólo le rodeaba su familia, y no contaba sino con la compañía de Felipe Valdez y del viejo "maestro Odón" – Odón Frutos – con quienes, enseñando, edificaron el más bello templo del saber que posee San José de los Arroyos.
Uno de los buenos conocedores de Angel I. González nos decía: "Durante toda su vida, en los momentos en que no trabajaba, pasaba leyendo. Su enorme biblioteca y archivo, en los que se ven las huellas de sus manos, lo atestiguaba. En compañía de Odón Frutos ha influido grandemente en la cultura de San José de los Arroyos y en casi toda la extensa región cordillerana. Cantó las bellezas de la naturaleza y exaltó el valor y el heroísmo de su raza. Organizó deportes, fundó asociaciones culturales y recreativas y fue siempre el mantenedor dilecto y fervoroso de toda actividad de superación intelectual. Fue orador elocuente, de palabra fácil y rica en matices y conceptos, tanto en castellano como en guaraní. "Mis versos, decía González, refiriéndose a sí mismo, son pobres hojarascas que apenas llevan el perfume de nuestras vírgenes selvas". Y José Rodríguez Alcalá, al recordarlo, escribía: "Si la buscásemos, no encontraríamos en las composiciones de Angel I. González la atildada corrección de un poeta de escuela, erudito en cánones literarios; pero sí hallaremos en todo caso la inspiración de un alma sensitiva que sabe comunicar a sus estrofas una dulce y lánguida melancolía". (83)
Angel I. González fue poeta bilingüe. Ha escrito versos en castellano y en guaraní. Falleció en la Asunción, en 1929.
He aquí dos de sus poesías. La primera, en castellano, titulada Fatídicas; la segunda, en guaraní, se denomina Aimesemi nendive.

FATÍDICAS
(Meditación después de regicidios y destronamientos)

Caen las testas,
las testas coronadas que, de arriba,
no ven el llanto que derrama el pueblo
ni oyen los gritos del dolor humano.

¡Oh!, se derrumban
las testas adornadas de diamantes
que brillan como lágrimas de esclavos
que fueran a incrustarse en las coronas.

¡Bah! no lloremos
a aquellos que no lloran nuestras muertes
en los cruentos destrozos de las guerras
que su ambición voraz ha provocado;

que nunca lloran
nuestros muertos horribles en las minas
bajo un montón de piedras y de tierra
o en el fondo implacable de los mares;

que nunca lloran
ante el negro dolor de pobre madre
que lamenta la pérdida del hijo
que era su único apoyo en la existencia;

y que no lloran
con la infeliz esposa que desmaya
junto a la prole escuálida y desnuda
que sucumbe, ya de hambre, ya de frío.

¡No; no lloremos
a aquellos que jamás se han conmovido
ante la adversidad que atroz abruma
al mundo de las masas proletarias!

¡Caigan los dioses
cubiertos de oro, seda y pedrería
que montados en hombros harapientos
recorren la extensión de sus Olimpos!

¡Ay de los hartos
que se ríen en pleno Siglo Veinte
de nuestras hambres y miserias tantas,
del lento agonizar de los que sufren!

¡Ay de los grandes
que, de la altura de su cruel grandeza,
escupen a los pueblos doloridos
que gimen aplastados por los tronos!

¡Ay de esos seres
que danzan entre joyas y perfumes,
en tanto que otros seres se revuelcan
en la vil fetidez de sus andrajos!

Cambian los tiempos:
del hondo abatimiento de las razas
surge la sangre alentadora y noble
que aplastará las viejas tiranías.

¡Qué cambios éstos!
¡Los perros que lamían mansamente
las zurradoras manos de sus amos,
poco a poco, en leones se transforman...!

AIMESEMI NENDIVE [3]

Péina ohasáma ro’y
Ha ku mbyry’ai pota,
Arakuéra iporâja,
Yvy ha yvaga hory,
Yvyra kuéra ipoty,
Guyra’imimi ovy’aite,
Opurahei ha oveve;
Ha che rohechaga’u;
Añanduve mborayhu
Ha aimesemi nendive.

Reju nga’u rehecha
Ko’â mba’e iporâitéva
Ndévente ahechukaséva
Ápe revy’a haĝua.
¿Mba’e piko reipota
Amoite tetâ guasúpe,
Aĝaipaetaité ryrúpe
Tekove vai apytepe?
Eju ko ñu porâitépe
Jaiko che tapŷi pyahúpe.

Ko che rekoha guive
(Ka’aguymi rembe’ype)
Yvotyty ha yvatýpe,
Jahecháne oñondive
Amó kuarahyresê
Mba’eichaitépa iporâ
Oúvo ko’êmbota
Ha osênguévo kuarahy,
Morotî ha pytâgy
Ñaimo’âite nde rova.

Pyhareve asajemi
Ñasêva’erâ jaguata:
Jahecháne omimbipa
Ñu, ca’aguy ha arai;
Ñahendúne urumimi
Kokuere rupi oñe’ê,
Tu’i, guyraû, aka’ê,
Chesyhasy, pykasu,
Chirikó, ynambuguasu,
Havía ha pitogue.

Asajekue, yvyra guýpe,
Jaháne japytu’u
Ha ñañemoî ñahendu
Oñe’erô ñande ypýpe,
Ñemihápe, ñanandýpe,
Iñirûme jeruti;
Ñahendúne avei chochî
Oturuñe’ero asy,
Ikatúgui anga ombyasy
Mbykyha hecovemi.

Ka’aru ro’ysâ porâ,
Ku kuarahy oikepotápe,
Jahecháne jeikehápe
Araikuéra pytâmba,
Hesa’yju, overapa...
Ha upégui ocañy rire
Ára rapópe, amoite
Ñahendúne urutau
Oguâhê vove pytû
Osapukái asyete.

Pyharekue ñasaindýpe,
Ñahendu aja mombyry
Hyapú mbeguemi ysyry
Ochololóvo itatýpe,
Ñande tapŷi pepo guýpe,
Ñañoñuâ hatâiténe
Ha nde apysápe ha’ene
Che mborayhu tuichaha,
Ha upeícha ñaime aja,
Heta rojurupyténe!

Eju, che rembiayhumi,
Oiko haĝua añetehápe,
Ko che akâmente ko’ape
Akâvaígui rei,
Oikóvaichava jepi:
Ojuajúriko aikose
Che tapŷime nendive,
Toryhápe, py’aguapýpe...
Ñaiméma guive oyoypýpe,
Naikotevêi mba’eve.

Nderehe’ŷ ajejuhu
¡Ndaikatúiko aipokuaá!
Upe che py’ajuka
Ha chemo’aho guasu,
Ñaimo’âite urutau
Hasê ramo ka’aguýpe
Omombe’úvo yasýpe
Ombyasýva pyharé...
Upéicha avei chave
Ajahu che resaýpe.

Eju, che tupâsymi,
Che mba’asy eipohâno
Ani haĝua anga amano
Rohechasetégui aî.
Chéko añeñandu vai,
Che py’a rekotêve
Ha añandu cherecove
Mbykýta ndereje’ŷ.
¡Che niko chetyre’ŷ
Aî’ŷramo nendive!

ADRIANO M. AGUIAR se hallaba radicado en Montevideo. En aquella ciudad, en un periódico llamado Vida Moderna, publicó sus primeros trabajos, en prosa, y en verso. Entre las composiciones en prosa, hállanse Itapirú, evocación del histórico combate que tuvo lugar en este sitio, durante la guerra contra la triple alianza; Caá-Icobé, leyenda guaraní; El encuentro, episodio de 1820; Los dos clarines, anécdotas de la guerra del Paraguay; Varia, cuentos, tradiciones y leyendas, aparecidos en 1903.
Su poesía más conocida es Patria Historia, soneto que "puede figurar dignamente entre los mejores que los poetas nacionales han inspirado en las glorias patrias".
También dio a la estampa Episodios Militares, relato de la trágica retirada del pueblo paraguayo en armas hacia las pétreas soledades de Cerro Corá, y algunas reflexiones sobre la guerra contra la tríplice. Lo publicó en 1899. Un año después dio a la luz Episodios Militares, de la guerra de Cuba. En 1910, editó el poema Kara Koutie, leyenda.
Adriano M. Aguiar fue un poeta de imaginación exuberante y de acentuada predilección por los asuntos exóticos. En prosa, sin embargo, abordaba con especialidad temas genuinamente paraguayos.
La mayor parte de su existencia, este escritor nacido, según se dice, en la Asunción, en 1848, la pasó en el Uruguay. Fue colaborador asiduo de la revista Apolo, de Montevideo. Falleció en la capital uruguaya, al parecer, en 1912. He aquí:

PATRIA HISTORIA

Al par de emanciparse del hispano,
Supo altivo sellar su independencia
Venciendo en Tacuarí la resistencia
De la hueste invasora de Belgrano.

Mas luego, adormecida, de un tirano
Soportó la despótica violencia;
Fiero caudillo con fatal demencia
A un imposible lo lanzó inhumano.

Un lustro de combates mostró al mundo
Que es su lema "la muerte o la victoria"
Del patriotismo en el ardor fecundo.

Y perpetuando la virtud notoria
De su valor y heroísmo sin segundo,
Curupayty es el nimbo de su gloria.

PRUDENCIO DE LA CRUZ MENDOZA es de antigua prosapia paraguaya. Su ascendencia se enraiza en el período colonial. Nacido en la Asunción, en el legendario barrio "Tarumá", en las cercanías del arroyo Salamanca, en 1883, cursó estudios primarios y secundarios en su ciudad natal. En la Universidad de La Plata fue el primer becario paraguayo. En dicho instituto de enseñanza superior obtuvo diploma de doctor en medicina veterinaria, juntamente con los connacionales Manuel Ortigoza, Juan R. Areco, Wenceslao Cabral, Santiago Aranda y Blas I. Maldonado, en 1905. Su tesis que versa sobre Tuberculosis del cerdo en la República Argentina, fue elogiosamente comentada en Francia por los profesores Calmette, Vallee, Panisset y otros. Trabajó en los laboratorios de Palermo con los profesores Kraus, Liguiere y Zavala. En 1910 fue designado delegado del Paraguay al II Congreso Internacional de Medicina e Higiene celebrado en Buenos Aires. Fue catedrático de la Universidad de la Plata, y adscripto, en diversas épocas, al laboratorio del Ministerio de Agricultura de la República Argentina.
La actividad científica, larga y fecunda, de Prudencio de la Cruz Mendoza, ha quedado impresa en numerosísimos trabajos de su especialidad profesional así como en obras de divulgación científica y social. Citaremos entre las primeras, además de la tesis ya nombrada, La ganadería colonial argentina, La ganadería colonial del siglo XVI, Historia de la ganadería argentina, El jury en Zootecnia, Instrucción al estudio de la Higiene Pública, etc.; y entre las segundas, El sociólogo sudamericano Dr. José Ingenieros, Enseñanza de la Zootecnia y La cabaña universitaria, El militarismo en el Paraguay, El Dr. Francia y el Virreynato del Río de la Plata, El senador Enrique Solano López y otras más. Es asiduo colaborador de revistas científicas argentinas y fue condecorado con medalla de oro en el Congreso de Panamá, en 1915. Prudencio de la Cruz Mendoza es un trabajador intelectual y un fervoroso patriota que honra al Paraguay en el extranjero.

ELADIO VELÁZQUEZ nació en el año 1883. Obtuvo diploma de bachiller en el Colegio Nacional y de doctor en derecho, en 1910, en la Universidad de la Asunción. Fue secretario de la Presidencia de la República durante el gobierno de Emiliano González Navero, en 1908. Después desempeñó las funciones de juez en lo civil, presidente de la Cámara de Apelación y presidente del Superior Tribunal de Justicia. Ocupó también, en diversas oportunidades, bancas en la Cámara de Diputados y en el Senado. Fue ministro de justicia, culto e instrucción pública, y representante diplomático del Paraguay en Berlín. Dictó cátedra de derecho civil en la Universidad Nacional.
Eladio Velázquez cultiva la prosa y el verso. En los días de la mocedad, "alternando sus lecturas de derecho con la versificación de sus fantasías juveniles, ha conseguido una doble notoriedad como estudiante de leyes y como poeta fácil y galano". Pasado aquel tiempo, Velázquez, no sólo dejó de rimar versos sino, tal vez, "ni siquiera recuerda haberlos escrito".
En prosa publicó Prueba de la filiación natural y Organización de los Tribunales. Debe agregarse a éstos sus numerosas conferencias, discursos parlamentarios y artículos sobre diversos temas, aparecidos en diarios y revistas del Paraguay y del extranjero. Entre sus trabajos monográficos citaremos Orientación Política, Los ministros del Poder Ejecutivo en el sistema de la Constitución Nacional, Derecho hereditario del nieto natural y Democracia Hispano Americana. He aquí su soneto:

BAQUICA

¡Vino, más vino, mozo, con presteza!
¿Quién está cierto de concluir el día?
Hoy luces tu hermosura, ideal María,
Mañana ya habrá muerto tu belleza.

¡Llenad, llenad las copas! La aspereza
del dolor, apresure su agonía,
y crueles carcajadas de alegría
ahoguen en los pechos la tristeza.

Agotemos el sueño de ventura:
Venga, venga el Champán, venga el Burdeos.
¡Se encierra en el licor tanta dulzura!

¿Sientes hervir tu sangre enardecida?
Abre tu seno, que entren los deseos;
¡con vino y con amor, grata es la vida!

PEDRO PÉREZ ACOSTA nació en San Ignacio, estancia campesina situada entre Carayaó y San Estanislao, en el año 1883. Cursó estudios primarios en la escuela de Itauguá, después en el Colegio Salesiano y en el Colegio Nacional de la Asunción. Pedro Pérez Acosta fue poeta y periodista. Comenzó a escribir en el diario Alón, en el año 1906. De aquel tiempo son sus poesías Recordar... esperar, Las Mariposas y Rimas, todas del género lírico.
En el grupo intelectual que dio vida a la revista Crónica, en 1913, descolló como uno de los más entusiastas. En sus páginas publicáronse versos y prosas de Pedro Pérez, expresivos de ensueños e idealismos.
También colaboró en El Diario y después en La Nación, en los tiempos en que la dirigía Adriano Irala. Fue también taquígrafo del Congreso Nacional.
En 1929, en la Asunción, Pedro Pérez Acosta se internó en el ignoto dominio de la muerte. Es de su pluma:

TUS LUNARES

Son gotitas de sombra que, envidiosa
la noche de tu nítida blancura,
para empañar tu espléndida hermosura
sobre tu cuerpo destiló, rabiosa.

Mas, fracasó en su empresa criminosa,
y por mancharte acrecentó tu albura,
pues tienen tus lunares la negrura
de las letras de imprenta, luminosa.

Yo admiro tus lunares, como admiro
esas gotas de luz – marchitas bellas –
que en el cielo fulguran a millares.

Porque pienso que son, cuando los miro,
lunares de la noche, las estrellas,
y estrellas de tu cuerpo, los lunares.

GUSTAVO SOSA ESCALADA, escritor, matemático y músico, – dominaba un difícil y armonioso instrumento: la guitarra –. Nació en Buenos Aires, en 1877. Su progenitor Jaime Sosa Escalada, hallábase entonces en aquella ciudad desterrado por causas políticas. Cursó estudios en la Escuela Normal de la capital porteña y en la Normal de Maestros de Concepción del Uruguay. Fue también alumno del Colegio Nacional de Buenos Aires y de la Escuela Naval Argentina. Regresó al Paraguay antes de 1900. Desde aquella época, y en diversas oportunidades, colaboró en La Opinión, La Nación, El Cívico, El Liberal, El Diario, El Orden y El País y fue profesor de ciencias exactas en diversos institutos de enseñanza en la Asunción.
Débese a Gustavo Sosa Escalada El Buque Fantasma, animada crónica de la revolución de 1904. Falleció este prosador, en la Asunción, en 1943.

HIGINIO ARBO cultiva con especialidad el derecho internacional. Nació en Quiindy, en el año 1880. Educóse en el Colegio Nacional de la Asunción y obtuvo el grado de doctor en la Facultad de Derecho y Ciencias Sociales de dicha capital. En 1908, después de los sucesos políticos del 2 de julio, vióse obligado a emigrar. Fijó su residencia en Posadas. Antes de ese año, desempeñó algunos cargos en la administración pública, ocupó una banca en la Cámara de Diputados y ejerció funciones docentes en institutos de cultura superior de la ciudad asuncena.
En 1923 acompañó a Manuel Gondra, integrando la delegación paraguaya a la quinta conferencia Panamericana, reunida en Santiago de Chile. Posteriormente fue ministro plenipotenciario de nuestro país en Montevideo y en Buenos Aires y canciller de la República. Tuvo destacada actuación en la reunión de jurisconsultos de Río de Janeiro.
Entre sus principales obras cítanse: La Agricultura en el Paraguay, Asunción, 1903; Proyecto de un Código de Aduanas, Asunción, 1907; Estudios forenses – Requisitos esenciales de la injuria: la carta misiva dirigida a tercero no puede fundar una acción criminal. El delito de incendio y el Código Penal – Documentos al portador: Requisitos que deben llenar para ser equiparados a la letra de cambio; Dos alegatos. – Estudios forenses sobre filiación natural e indemnización de daños y perjuicios provenientes de cuasidelito, 1917; El Proceso Puerto Istueta, Buenos Aires, 1922; Los Tratados de Comercio en el Paraguay, 1924; Ciudadanía y Naturalización, Buenos Aires, 1926; Derecho Internacional Convencional, Asunción, 1928; La Cuestión del Chaco Boreal, conferencia pronunciada en Montevideo, bajo los auspicios de la Junta de Historia Nacional, en el año 1931; La Sociedad de las Naciones y la guerra del Chaco, Buenos Aires, 1935; La Libre Navegación de los Ríos, Buenos Aires, 1939; Política Paraguaya, Buenos Aires, 1947. Debe agregarse a todo esto numerosos trabajos publicados en diarios y revistas paraguayos y extranjeros.

ARTURO DANIEL LAVIGNE nació en Corrientes, en el año 1882. Obtuvo el grado de bachiller en ciencias y letras en su ciudad natal, en 1899. Emigró de su patria a raíz de acontecimientos políticos ocurridos en la provincia. Pertenecía al Partido Liberal – dirigido entonces por Juan Esteban Martínez – desplazado del poder, en aquel tiempo, por el Partido Colorado, dirigido por Juan Ramón Vidal. Llegó a la Asunción en 1900. Desde esa fecha se radicó definitivamente en el Paraguay.
Tanto en su país como fuera de él, Arturo D. Lavigne se dedicó al periodismo y a la poesía lírica. Sus libros, escritos y publicados en la capital paraguaya, son Loca, poema, y Amor en Prosa, en 1903; y Trinos Matinales, colección de versos, en 1904.
En los primeros tiempos de su llegada al Paraguay, escribió, durante varios años, para La Prensa, cuando la dirigía José Segundo Decoud. Posteriormente colaboró en El País, La Democracia, El Cívico, El Nacional y otros periódicos. Fue Sucesivamente redactor de El Orden, La Tribuna, El País y la revista Notas. Alternaba la poesía con la prosa.
Arturo D. Lavigne obtuvo el grado de doctor en derecho y ciencias sociales en la Universidad de la Asunción, en 1910. Desde entonces antepuso a los afanes literarios el ejercicio de su profesión de abogado.
Además de los trabajos ya citados, en 1913 pronunció, en el paraninfo de la Universidad Nacional, una conferencia sobre El Americanismo en la Literatura, y en agosto de 1935, en ocasión de la entrada a la capital del victorioso ejército comandado por el general José Félix Estigarribia, otra conferencia titulada El uniforme Verde Olivo bajo el arco del Triunfo, y, poco después, Motivos de la adhesión de los extranjeros a la causa del Paraguay en la guerra con Bolivia.
Tiene en preparación un libro que se titulará Nieblas. Es de Lavigne:

VIERNES SANTO

Ya descansa el Señor; y aún los impíos
no callan su soberbia carcajada:
en redor de la cruz, entusiasmada
se revuelve la masa de judíos.

En medio de iracundos voceríos,
hosca lanza blandiendo ensangrentada,
de su frente se burlan, coronada,
con brusco gesto ante sus ojos fríos.

Mas, sale de allí mismo el eco triste
de sollozante voz y lastimera,
llena de sepulcral melancolía.

Es voz de una mujer que luto viste
por ese mártir que en la cruz muriera:
La Santa madre de Jesús, María.

CARLOS REY DE CASTRO llegó al Paraguay en misión diplomática. Natural del Perú, poseía vasta cultura literaria, conquistada en comunión con los libros y en viajes bajo cielos lejanos. Poco tiempo después de su arribo a la Asunción, ganóse valiosas amistades. Era asiduo concurrente a los salones del Instituto Paraguayo, y gustábale hacer tertulias en las redacciones de los periódicos que aparecían en la capital paraguaya.
En el año 1901 pronunció una conferencia, desde la tribuna la ya citada entidad. El tema abordado fue El Perú. Dicho trabajo, así como Arbitraje Obligatorio, fueron publicados en Buenos Aires. En la Revista del Instituto Paraguayo, además de la recordada conferencia, dio a la estampa Poetas Mejicanos. En 1902, y siempre en el nombrado periódico, se reprodujo otra conferencia leída también en la tribuna del instituto precitado, y titulada Las clases rurales del Paraguay, la que fue editada en folleto, con prólogo de Manuel Domínguez. En 1903, publicó en la Asunción, Ideal Político Latino – La Igualdad – El factor educacional y Política Peruana.
Tiempo después, en misión oficial, fue trasladado del Paraguay. Mas, el año siguiente regresó a nuestro país, al que, desde su primer arribo a la Asunción, sintióse ligado por honda simpatía.
Varios viajes hizo, posteriormente, Carlos Rey de Castro. Pero, hallándose en el Paraguay o fuera de él, demostró gran cariño a esta tierra, a la que consideró siempre su segunda patria.
No podemos, pues, prescindir de su recuerdo en esta revista de las letras paraguayas. Hombre de pensamiento y prosador galano, Carlos Rey de Castro colaboró, dentro de sus posibilidades, pero siempre con afecto, en todos los afanes de superación cultural intentados en el Paraguay durante las tres décadas del presente siglo. Gran número de trabajos literarios de este ilustre peruano hállanse dispersos en diarios y revistas de la Asunción.
En los últimos años de su existencia, que los vivió en "Villa Guaraní" – su quinta y residencia habitual – convirtióse en uno de los guías espirituales de los jóvenes poetas y prosadores paraguayos. Su nombre, como animador y socio honorario, figura en la historia del "Centro Raúl Battilana De Gásperi", fundado en 1924.
Carlos Rey de Castro falleció en la ciudad de los Comuneros. Sus restos reposan en tierra paraguaya, tal como fue su deseo postrero, y su memoria vive en el alma popular.

ANDRÉS ANTONIO BARRIOS, el autor de la novela histórica intitulada El naufragio del "Carolina" – Aventuras del marino paraguayo Felipe Hiedros, era oriundo de Pilar. Nació en el año 1870. Educóse en la Asunción. Cursó estudios en el Colegio Nacional y en la Facultad de Derecho, donde obtuvo diploma de escribano y notario público. Fue maestro de enseñanza primaria, jefe de taquígrafos del Congreso Nacional y director del Diario Oficial. Colaboraba asiduamente, en la prensa asuncena. Falleció en la capital paraguaya, en 1921.

MIGUEL G. TRUJILLO ha cultivado la prosa y el verso. Originario de la Asunción, nació en el año 1870. Educóse en la Argentina, donde obtuvo el título de profesor. Enseñó historia nacional, gramática, historia argentina y geografía en el "Colegio del Plata", de la capital porteña, en el "Colegio General Mitre" y en el "Colegio General Belgrano", de Olavarría. Fundó y redactó numerosos periódicos, en distintas épocas, en la Asunción, Buenos Aires, Formosa y Posadas. Destacáronse por sus campañas, El Grito del Pueblo y El Porvenir, de la capital paraguaya, y La Semana y La Razón, de Formosa. También fue colaborador de Rojo y Azul, El Enano y Perurimá.
Entre sus principales trabajos, cítanse Dad paso, Hojas secas, Sarmiento – su vida, sus obras y su muerte, Cartas políticas, Defensa del director de El Grito del Pueblo ante los tribunales, La historia de mi vida periodística, Breve reseña sobre los cañoneros Paraguay, Humaitá y Tacuarí, El aviso de guerra coronel Martínez y el hidroavión R-5-Marchi 18.
Miguel G. Trujillo ha escrito versos en guaraní y en castellano. Entre los primeros se halla Jhaé jha ndé, y entre los segundos A ella, Desvaríos y otras poesías aparecidas en La Pluma Joven, en 1900, todas del género lírico. He aquí:

HA’E HA NDE

Rubiami iporãva, resa jajaipáva,
ohesapepáva,
upéva ko nde;
mainunbymi nde rayhúva,
nde rechamívo oúva,
upéva ha’e.

Tupâsymí iporâva, ojepotáva,
ha ojererovyhava,
upéva ko nde;
guyrami opurahéiva ku ko’embotápe
pendapysápe,
upéva ha’e.

Vvoty iporâva, hakua porâva,
oipyha reraháva,
upéva ko nde;
mytuê rekávo nerendápe oúva
hî’â neretûva,
upéva ha’e.

Yvágape oîva imarangatúva
nde jurumi ho’úva,
upéva ha’e;
pykasutîmi ojohayhúva
ha ojoavirúva, [4]
ha’e ha nde.

JUAN PABLO CASABIANCA, popularmente conocido en el Paraguay por su seudónimo, Jean Paul d’Aile, era un poeta, periodista y profesor francés, nacido en Córcega. Llegó a nuestro país en la primera década del siglo veinte. Espíritu sutil, supo atraer hacia sí el afecto y la simpatía de la sociedad asuncena. Hombre bueno, ingenuo, gustábale la brillantez elegante de la vida mundana, y escribía versos a la manera romántica. Se hizo amigo y compañero de Alejandro Guanes y José Rodríguez Alcalá. Colaboraba en El Diario y enseñaba la lengua de Voltaire en el Colegio Nacional y en la Escuela Normal. Sus primeras poesías escritas en la Asunción se hallan compuestas en francés. Muchas de ellas fueron traducidas por el nombrado Guanes y por Ignacio A. Pane. Después rimó en español. Juan Casabianca era una figura popular en los círculos sociales, políticos e intelectuales de nuestra tierra.
Un día, inesperadamente, abandonó el Paraguay. Regresó al lejano París de sus ensueños y a Córcega, la histórica isla de sus melancólicos recuerdos.
Es de su inspiración:

ODA AL PARAGUAY
I
¡Oh Paraguay hidalgo, tierra potente y nueva,
Tierra de fuego, tierra de amor, de libertad,
De tus umbrosas palmas bajo el dosel te eleva,
De gloria y de justicia mi lira este cantar!

Mi amor han cautivado tu cielo en su hermosura,
Tus campos que se mira verdeantes sonreír,
Tu suelo en su colina, su valle, su llanura,
Do Primavera reina con sus tesoros mil.

Tu historia legendaria, tu historia en que palpita
El alma de cien héroes desde remota edad;
Que es épico el aliento con cuyo soplo excita
De orgullo entre tus hijos el corazón leal.

Por eso alzar quisiera, vergel que te levantas,
Tierra de fuego, tierra de amor, de libertad,
Al sol en que sonríes, al suelo con que cantas
Un himno poderoso de paz, de bienestar.
II
¿Acaso no eres joya de América, y acaso
Tierra del sol, no sabes, del Trópico en el paso,
De todo un continente, formar el corazón?
Tan célico es tu ambiente y al par tu luz tan pura
Que en sus sonrientes iris produce en ti natura
Constante admiración.

Como las olas, libres, que bañan tus fronteras
Inundan hoy tu suelo perfumes de praderas,
Tu suelo que inundara la sangre como un mar,
Y verdes tus palmeras, color de la esperanza,
Son incansables nuncios de próspera bonanza,
De salvación del yugo del déspota, señal.

De tus profundos ríos las ondas de esmeralda
Te arrullan con delicias; en tanto que en su falda
Las hadas de las brisas recogen con ardor
De tus fragantes bosques las tenues suavidades
Para verterlas luego por campos y ciudades
Cual ráfagas de amor.

Del uno al otro río
No está de gloria y héroes, tu suelo ¡no! vacío.
Aún yergue allá ufanoso sus muros Humaitá.
Y por doquier sonría la flor pura, inocente,
Crece también el lauro, corona del valiente,
Que honra a tu insignia da.

Permíteme que admire la savia exuberante
De tus gigantes bosques con su matiz radiante,
Y de tus frutas de oro la múltiple beldad:
Naranjos, bananeros con verdes vestiduras
Cestillo en que el colono recoge la ventura
Y al par la libertad.

Y deja que admiremos a la mujer nativa
De grácil ligereza, voluptuosa y viva,
Camino de la fuente, sencilla en el vestir;
Pero la flor prendida sobre la trenza negra,
Con el reír del labio que el corazón alegra
Y el lánguido mirar.

Si, deja contemplarla: heroína americana,
De tu resurgimiento la obrera soberana,
Tu fuerza, tu esperanza, fue siempre y tu sostén;
Del llanto de la patria feliz consoladora
Con su actitud bizarra, con voz que es seductora
¡Oh Paraguay! también.
III
En los tremendos días en que se alzó tu espada
Contra el que ansiaba hundirte con su feroz mesnada,
Se vio en tu antiguo suelo soldados mil brotar,
Y levantarse altiva, movida del agravio,
La raza de tus héroes, la cólera en el labio,
Delante del titán.

Se vieron tus guerreros, soldados, capitanes,
Mujeres, niños, viejos, luchando cual titanes;
Del enemigo en frente un pueblo entero en pie:
Que el patrio amor intenso que le animó sublime
Borra siquier la afrenta, cuando es que no redime
del invasor poder.

Se vio también absorta la Tierra ante tu gloria.
Y con tus altos hechos llamando a la memoria
Con el romano pueblo tuviste emulación.
Y donde quier luchaste, sonaba sin tardanza
Sonaba tu heroísmo contra la Triple Alianza
con estentórea voz.

¡Gloria a esos héroes magnos – intrépidos leones
Que hundieron del coloso las torpes ambiciones!
Y a Díaz, al gran Díaz, que cual novel Marceau
Del conjurado abismo libertador supremo
Era el coraje mismo con su valor extremo:
¡A su existencia loor!
IV
Tristes pasados días de amargo sufrimiento
De lucha por la patria, por el hogar sangriento,
El vate, de rodillas, os presta admiración;
En este magno día de ráfagas de gloria
Su lira se estremece con cantos de victoria
De dulce y tierno son.

¡Vamos, despierta, pueblo del Paraguay! Sereno,
De los cañones roncos el formidable trueno
Desafiando altivo, sufriste cruel dolor;
Mas de granito un monte tú fuiste en la tormenta
Y tu cabeza erguida por fin hoy se presenta
Del día al resplandor.

.. .. .. .. .. .. .. .. .. .. .. .. ..
Por eso entonar quiero tierra que se levanta
Tierra de fuego, tierra de amor, de libertad,
Al sol que en ti sonríe, al suelo que en ti canta
Un himno poderoso, de paz, de bienestar. (84)

RÓMULO GOIBURÚ es un orador de palabra cálida y sonora. Nacido en San José de los Arroyos, en 1883, cursó estudios en el Colegio Nacional de la Asunción.
Dedicado a la política, ocupó una banca en el Parlamento de la Nación y fue presidente de la Cámara de Diputados.

ADOLFO FRANCISCO ANTÚNEZ apareció en la prensa de la Asunción, en el año 1899, al frente de la redacción de La Tribuna. Después redactó El Paraguay, El País y Los Principios. Dejó un libro, Industria nacional – Descripción de las diversas fábricas, publicado en la capital paraguaya en 1887. Adolfo F. Antúnez era oriundo de dicha capital. Nació en el año 1871 y se educó en el Colegio Nacional de la Asunción. Desempeñó diversas funciones públicas, entre las cuales se cuentan la secretaría del Ministerio del Interior y la gerencia del Banco Agrícola. Fue también secretario del Instituto Paraguayo en su segunda época. Falleció en su ciudad natal, en 1939.

TEODORO TRUJILLO fue fundador y director de la revista El Alba, editada en 1910. También lo fue de Prometeo, pregonado desde 1915 hasta 1922. Ambos periódicos, editados por la imprenta de su director, fueron hojas de lucha, en los que colaboraban escritores prestigiosos. Teodoro Trujillo nació en la Asunción, en el año 1863.

Recordaremos también a FÉLIX F. TRUJILLO, por cuya imprenta propia se publicaba la revista El Porvenir, semanario ilustrado y destinado a servir a la juventud estudiosa. Remozados sus talleres, editó bajo su dirección también El Triunfo, periódico de índole comercial. Desde 1922 ha publicado Ocara poty cué-mí, que hasta hace poco fue la única revista folklórica guaraní, y cuyo tiraje actual es de veintidós mil ejemplares. Félix F. Trujillo nació en la Asunción, en 1879, y falleció en la misma ciudad, en 1942.

Y no hemos de olvidar a CECILIO I. TRUJILLO, quien estableció en Villarrica el primer obrador tipográfico, en 1902, por el que dio a la estampa, bajo su propia dirección, el semanario El Guayrá, donde comenzaron sus actividades literarias varios intelectuales hoy consagrados por la crítica. Fundó, asimismo, y dirigió otro semanario: El Libre. Cecilio I. Trujillo nació en la Asunción, en 1881, y falleció en la misma ciudad, en 1914.

GENARO ROMERO es natural de Concepción. Nació en el año 1874. Educóse en su ciudad natal y en el Colegio Nacional de la Asunción. Desde su juventud dedicóse al periodismo. Fue redactor de El Municipio, órgano que aparecía en la capital del norte entre 1906 y 1907, tiempo en que lo dirigía el poeta Marcelino Pérez Martínez. Más tarde ingresó como funcionario de la cancillería. En 1911 y 1919 desempeñó la subsecretaría de dicho departamento de Estado. Su vocación llevóle, posteriormente a la Dirección de Tierras y Colonias. Dedicóse a esta importantísima función con inteligencia y abnegación.
Sin perjuicio de sus actividades de funcionario, Genaro Romero fue siempre un colaborador fecundo de la prensa nacional. Numerosos diarios y revistas han contado con su pluma desinteresada y llena de nobles sugerencias. Ha usado dos seudónimos: Eloy Luna y Julio César.

TEODOSIO CUETO es también oriundo de Concepción. Nació en el año 1868. Ha practicado el periodismo y ha escrito cuentos y leyendas aparecidos en la prensa de la ciudad del norte. Sus trabajos llevaban como firma, habitualmente, la letra inicial de su apellido: C. Así está signada La leyenda del Yasy Yateré, que vio la luz pública en El Municipio, en 1913. Sus seudónimos eran Saúl y Lucio del Valle. Fundó, en 1892, el Eco de la Campaña, con Aurelio Agüero y Toribio Pirelli.

También deben ser citados otros periodistas que actuaron en Concepción. Tales, ANGEL PIRELLI y DIONISIO PRIETO.

PATRICIO JUSTO era el seudónimo adoptado por PASTOR CABAÑAS SAGUIER en las lides de la prensa.
Originario de la Asunción, nació en el año 1877. Fue educado en institutos militares de la República Argentina. Prestó servicios en el ejército paraguayo, donde obtuvo hasta el grado de teniente coronel. Retirado del servicio activo de las armas, dedicóse a las letras. Ha publicado, entre otros, El voto secreto y La democracia y la política. Ha colaborado también en diarios y revistas del Paraguay.

SATURNINA LÓPEZ ALFARO DE TRUJILLO ha cultivado la prosa y el verso. Es nativa de la Asunción. Comenzó a escribir en La Semana, de Formosa, República Argentina. Durante algún tiempo ejerció la dirección de dicho periódico y le cupo, en tal carácter, actuar en sucesos conocidos, tal aquel en que la autoridad chaqueña apresó a todo el personal de su imprenta. Ha redactado también varios diarios y revistas paraguayas, en épocas diversas.
Entre las obras literarias publicadas por Saturnina López Alfaro de Trujillo deben citarse Mis pláticas, Cuatro conferencias y Hojas y flores de mi jardín. Las dos primeras son colecciones de prosas y la última es un tomo de versos. Es colaboradora de Páginas Americanas, que se edita en Buenos Aires, y de la Revista de Turismo, que aparece en la Asunción.

Durante la época que nos ocupa, también actuaban en el periodismo o publicaban trabajos referentes a temas de sus respectivas especialidades, Guido Boggiani, quien dirigió un tiempo la Revista del Instituto Paraguayo; Carlos R. Santos, autor de El conflicto paraguayo-boliviano y de La República del Paraguay; Antonio M. Vila, Blas Miranda, quien publicó un trabajo sobre la doctrina Monroe y otro intitulado Jesús, y ha colaborado en La Prensa de Buenos Aires; César C. Samaniego, periodista y profesor; Ramón V. Caballero de Bedoya, autor de una traducción del trabajo de Charles A. Conant, Procedimiento para obtener y mantener la reforma monetaria en América latina, reproducido y comentado elogiosamente por Gualberto Cardús Huerta, en su opúsculo Pro-Patria; Juan Regis Mallorquín, Alberto Hans, Rafael Calzada, quien dio a la estampa, entre otras obras, la historiografía de José Segundo Decoud; Mariano L. Olleros, colaborador de El Cívico, y en cuyo Prólogo o epílogo a El Paraguay en marcha... de José Rodríguez Alcalá, escribió una página admirable, merecedora del recuerdo constante y la gratitud perenne del pueblo paraguayo; Luis Simón, Otto Pollitzer, crítico de teatro; Natalicio Frutos, Antonio A. Taboada, quien componía versos en su juventud y luego se dedicó al periodismo y a la cátedra; Clodobé Bazán, Fernando Viera, autor de una Colección legislativa de la República del Paraguay; Ovidio Decoud, colaborador de El Cívico; Jorge Saccarello, quien componía versos; Flaminio Pedrazza, radicado en la Argentina y colaborador de El Nacional, de la capital paraguaya; Porfirio Fariña Núñez, natural de Humaitá, hermano de Eloy Fariña Núñez y avecinado como éste en Buenos Aires, director de la "Escuela Ignacio Fermín Madríguez", de la capital porteña. Dio a publicidad dos libros: Eloy Fariña Núñez – Vida de mi hermano y Los amores de Sarmiento. Dejó, inéditos otros trabajos cuando ocurrió su deceso en Buenos Aires; Mateo Morinigo, autor de varios opúsculos; Federico Chaves, político y orador forense; Isidro Ramírez, natural de Santiago de las Misiones, nacido en do en 1883, y educado en la Asunción, publicó El divorcio en el Paraguay, Cuestiones ferroviarias, Ideales políticos, Alrededor de la cuestión del Chaco, El Panamericanismo, el arbitraje y la agresión boliviana en el Chaco y La paz del Chaco; Jose C. Vallejos, correntino, autor de una Recopilación de leyes y disposiciones fiscales de la República del Paraguay y de una Recopilación de leyes en materia civil, comercial, rural, penal, militar, de procedimientos y derecho internacional privado de la República del Paraguay; José Segundo Decoud (h.), quien escribía en prosa y verso. Dejó, al morir, una colección de poemas – Hojas poéticas, Asunción, 1918 –, y numerosos trabajos inéditos entre los cuales algunas traducciones del original francés; y Manuel Fleitas Domínguez, autor de El Parnaso Paraguayo, editado en la Asunción, en 1911.
* * *
Hemos hablado, antes de ahora, de la división ocurrida en el Partido Liberal, en 1895. Los "radicales" y los "cívicos" tomaron violentamente, en aquel período, posiciones de combate, y la lucha quedó trabada. Hubo zalagardas y zamarreos. La prensa se tornó virulenta, mordaz, ponzoñosa. Los "radicales" se nuclearon en torno de Cecilio Báez, Emiliano González Navero, Ildefonso Benegas, Emeterio González y otros conductores; los "cívicos" rodearon a Benigno Ferreira, Víctor M. Soler, Antonio Taboada, Fablo Queirolo, Pedro P. Caballero, Amancio Insaurralde, Adolfo R. Soler y otros directores. Frente a El Pueblo, órgano dirigido por Cecilio Báez y, posteriormente por Francisco L. Bareiro y Liberato M. Rojas, se alzaba El Cívico, vocero de la secta que de él traía su nombre. En este diario hicieron su aparición – además de Adolfo R. Soler, quien lo dirigía – Carlos Luis Isasi, Juan B. Centurión y Eduardo Amarilla, quienes lo redactaban. Colaboraban también en El Civico, Manuel Benítez y Francisco Rolón.

ADOLFO R. SOLER era político de acerada envergadura, orador de dicción clara, fluida, elegante, y periodista de trazos vigorosos y certeros. Nació en la Asunción, en el año 1869. Cursó estudios primarios en dicha ciudad y fue alumno del Colegio Nacional. Su nombre aparece en el acta de fundación del Partido Liberal o Centro Democrático. En 1887 trabajaba en el comercio con Juan Machaín. En 1895 fundó y dirigió El Cívico. Un año después ocupó una banca en la Cámara de Diputados. Antes, había lucido ya su elocuencia, rica en aliños literarios, en los estrados del Tribunal de Jurados. Pero fue en la cámara joven donde su verba, sonora y flexible, llena de conceptos sugerentes y de insospechados coloridos, ganóle el prestigio de ser el orador más atrayente de su tiempo.
Al sutil ingenio político de Adolfo R. Soler se debió, en gran parte, la trama de la revolución liberal de 1904. Fue Soler quien la planeó y la condujo de entre los bastidores hasta el "Pacto de Pilcomayo", por el cual ganó el Partido Liberal el gobierno de la República. Y este histórico acuerdo fue también su obra. É1 lo inspiró y lo llevó consigo a la discusión. Venció primeramente la intransigencia de Manuel Gondra y lo impuso después, con habilidad y tino, al gobierno colorado del coronel Juan Antonio Escurra. De ese pacto surgió la presidencia provisoria de Juan Bautista Gaona y resultados indirectos del mismo fueron el gobierno, también provisorio, de Cecilio Báez y la primera magistratura constitucional de Benigno Ferreira.
El 25 de noviembre de 1906, Soler aparece en el gabinete de este último. Ha llegado la hora del estadista. Desde aquel momento se convierte en el numen político de un núcleo directriz serio, ilustrado y con autoridad indiscutible. Es el piloto. Nada se hace sin consultársele, y él tiene tiempo y talento para estar en todas partes, cuidadoso, avizorante y oportuno. En 1907 deja por un tiempo la cartera de hacienda que desempeña para trasladarse a Buenos Aires como delegado del Paraguay. Por invitación del canciller argentino, Estanislao S. Zeballos, en la capital porteña han de realizarse conferencias tendientes a buscar una solución al diferendo de límites con Bolivia. En representación de este país acude Claudio Pinilla. La labor desarrollada es ardua, compleja, llena de dificultades; pero Adolfo R. Soler, de regreso al Paraguay trae, ganancioso, el protocolo del 12 de enero de aquel año, conocido en los anales diplomáticos con el nombre de sus signatarios.
El 2 de julio de 1908 fue derrocado el gobierno del general Ferreira. En días subsiguientes, el presidente depuesto tomó camino hacia el destierro. En Su largo exilio le acompañó Adolfo R. Soler. Y cumple destacar que la lealtad de este amigo jamás fue quebrada por los altibajos de la vida. Ni las mezquinas pasiones osaron siquiera tiznar la albura de aquel afecto cordial.
Muerto el antiguo jefe y camarada en su ostracismo de Buenos Aires, acompañó sus mortales despojos, río arriba, hasta la Asunción. Y en el cementerio de la Recoleta, frente a la portada principal del viejo templo, lo vimos a Adolfo R. Soler, en una mañana lluviosa – ya anciano, pero gallardo siempre y pulcro en la dicción, en los ademanes y en el vestir – llorar, ésta es la palabra, sobre el ataúd de Benigno Ferreira, la más sentida y armoniosa de sus elegías. Fue su última oración y también su adiós postrero a estas tierras del Paraguay. Después, se arrebujó en el silencio. Y la muerte le sorprendió en la ciudad de Buenos Aires, en 1925.

CARLOS LUIS ISASI era de Quiindy. Nació en 1871. Cursó estudios primarios en su pueblo natal, en Paraguarí y en el Colegio Nacional de la Asunción, donde obtuvo diploma de bachiller, en 1892. Graduóse de doctor en derecho y ciencias sociales en la Universidad Nacional, en 1902. Su tesis versó sobre Política. Fue secretario de la Facultad de Derecho, y desde 1896 hasta 1906, ocupó una banca en la Cámara de Diputados. Durante ese tiempo redactó El Cívico. Después de la revolución de 1904, desempeñó el cargo de ministro de hacienda, en el gabinete del presidente Cecilio Báez, y posteriormente le fue encomendada la cartera de justicia en los gabinetes de los presidentes Benigno Ferreira, en 1996, y Eligio Ayala, en 1926. También ocupó bancas en el Senado y fue presidente del Superior Tribunal de Justicia.
Carlos Luis Isasi, en la vida literaria, ha ganado lugar prominente en el periodismo. Pluma sencilla y fluente, estilo incisivo y lleno de matices, su prosa era chispeante, sin dejar de ser enjundiosa cuando abordaba temas económicos o sociales. En el Parlamento su labor fue fecunda siempre en comisión, no así en los públicos debates, para los cuales no ha contado con la necesaria facilidad de palabra, ni con el empaque característico del orador. Falleció en la Asunción, en 1944.

JUAN BAUTISTA CENTURIÓN, oriundo de la Asunción, nació en el año 1878. Educóse en el Colegio Nacional de dicha ciudad. Desde muy joven militó en el periodismo. Fue fundador y redactor de la Revista Histórica, en el año 1899. Después ingresó en la redacción de El Cívico, redactó El Nacional y fue director de la Revista del Touring Club Paraguayo. Su seudónimo habitual era Nabuco. En el año 1929 editó un libro, Diario de viaje – 300 leguas en camión por las zonas montuosas del país. En 1931, publicó Datos estadísticos de la vialidad nacional en 1930. De este trabajo decía Leopoldo Ramos Giménez, en La Unión: "El trabajo del señor Centurión es el primero en su género en el país. Su autor que vive íntimamente ligado a las actividades del Touring Club Paraguayo, tuvo oportunidad de recoger en el seno de esta institución que honra a la Nación, los datos necesarios para sus propósitos. Pero no bastaba la obtención de datos; había que comprobarlos, rectificarlos y ponerlos en orden, de modo a poderse reflejar en ellos la actualidad vial de la República, y ofrecer a la vez una guía utilísima, de primer orden no sólo para el turista que quisiera informarse por sí mismo de las vías a recorrer, sino también para los propios de nuestra tierra que quisieran llevar sus actividades por las diversas zonas del país".

EDUARDO AMARILLA nació en la Asunción, en el año 1874. Era hijo del mayor Hilario Amarilla, famoso artillero del ejército paraguayo, cuya actuación comienza en los campos ensangrentados de Corrales, sobre los esteros del Pejuajhó, y culmina en la defensa trágica de Piribebuy. En 1892, Eduardo Amarilla obtuvo diploma de bachiller y la medalla de oro que, por la primera vez, se otorgaba aquel año al alumno sobresaliente. Ocupó una banca en la Cámara de Diputados, en 1906. Desde 1895 redactó El Cívico. También su pluma estuvo al servicio de El Nacional, órgano oficial del Partido Liberal, en el que Amarilla actuaba desde su mocedad. Adversidades políticas lleváronle, en 1908, a peregrinar por el extranjero. En 1914 regresó al Paraguay. Trajo la corresponsalía de La Razón, de Buenos Aires, la que ejerció hasta su muerte, acaecida en la Asunción, en 1940.
Eduardo Amarilla, miembro correspondiente del Círculo de la Prensa de Buenos Aires, fue ante todo y sobre todo, un periodista. Tenía la virtud de pulsar con acierto el momento fugitivo y poseía el arte de saber informar al público, dando sabor espiritual a sus comentarios.

La prensa, la cátedra y el parlamento, en el transcurso de la última década del siglo XIX, viéronse enriquecidos con una personalidad joven, briosa e ilustrada, que actuaba en las filas del partido Nacional Republicano: ANTONIO SOSA. No formaba grupo. Trabajaba solo. Abrióse paso en la vida pública valido de sus propias energías, apoyado en su clara inteligencia, basado en sus personales convicciones.
Antonio Sosa nació en la Asunción, en 1870. Cursó estudios primarios en las escuelas de su ciudad natal y los prosiguió en el Colegio Nacional de la misma capital. En la Universidad Nacional obtuvo el grado de doctor en derecho y ciencias sociales, en 1892. Poco tiempo después dictó lecciones de geografía en el Colegio Nacional, y fue designado juez en lo civil. En 1898 ocupó una banca en la Cámara de Diputados, en la que ejerció funciones de vicepresidente de la misma. En 1903, el presidente Juan Antonio Escurra le encomendó la cartera de hacienda. Triunfante la revolución liberal de 1904, Antonio Sosa representó a nuestro país como ministro plenipotenciario ante los gobiernos de la Argentina y del Uruguay, durante la presidencia de Juan Bautista Gaona. Ocupó, en diversos períodos posteriores, una banca en el Senado de la Nación. En 1913 ingresó, como profesor de finanzas, en la Facultad de Derecho y Ciencias Sociales de la Asunción, de la cual fue decano. En 1937 fue designado por el presidente Félix Paiva, ministro plenipotenciario en Montevideo.
En 1940 el gobierno del mariscal José Félix Estigarribia le designó para integrar una comisión encargada de redactar el anteproyecto de Constitución Nacional, que debía sustituir al código estatal de 1870, cuya reforma había autorizado el Parlamento.
Antonio Sosa redactó y dirigió varios diarios, en distintas épocas. Cuéntanse entre ellos La Opinión, La Tribuna, El País, La Libertad y El Tiempo. Publicó, además, Vida Pública, en 1905; El Estado de Sitio y Papel Moneda, en 1907.
Como catedrático, Sosa ha dejado el recuerdo de su palabra serena y rica en ideas. Enseñó la ciencia financiera, revelando ilustración amplia y profunda. En el Parlamento, su banca era respetada. Su elocuencia ardorosa, a ratos agresiva, resonaba en el recinto como un cañonazo, y su pluma de polemista, nerviosa y ágil, se clavaba en el adversario con felina elegancia. Antonio Sosa falleció en la Asunción, en 1946.

Dos sacerdotes completan el cuadro de este período: JOSÉ NATALICIO ROJAS, nacido en Valenzuela, en 1866, y TOMÁS AVEIRO, originario de Limpios. Ordenóse el primero en 1890, y el segundo, en 1894, en el Seminario de la Asunción. El padre Rojas dedicóse a la cátedra. Fue director del Colegio Diocesano de San Ignacio.
Tomás Aveiro, nacido en 1874, educóse en la Asunción. Es de su pluma un importante Indice de la Diócesis del Paraguay, inédito. Aveiro falleció en 1933, en la capital paraguaya.

En los primeros años de la corriente centuria apareció en la Asunción la Revista de Instrucción Primaria. La dirigía Benigno Riveros, superintendente de instrucción pública, y la redactaba Juan José Soler. Este órgano de publicidad, que tuvo larga y fecunda vida, siquiera con intermitencias, congregó a lo más selecto del magisterio nacional. Fue también crisol del que emergieron nobles valores de las letras paraguayas. Citaremos entre ellos, además de los ya nombrados, a CONCEPCIÓN SILVA DE AIRALDI, MANUEL A. AMARILLA, ERNESTO VELÁZQUEZ, ESTANISLAO PEREIRA, ELADIO ARGÜELLO, MANUEL RIQUELME, RAMÓN I. CARDOZO, MANUEL. W. CHAVES, M. VIRGILIO BARRIOS, CONCEPCIÓN L. DE CHAVES, CARLOS LELIO, JUAN R. DALHQUIST, APARICIA F. DE IBÁREZ, FIDELINA F. DE AIZCORBE, MARÍA FELICIDAD GONZÁLEZ, HÉCTOR L. BARRIOS, MARCELINO PÉREZ MARTÍNEZ y otros. Grupo es éste de educacionistas, prosadores y poetas, que modelaron el alma popular. Desde la cátedra y el libro, desde la tribuna y la prensa, se erigieron en conductores del espíritu, en artífices de la inteligencia de la niñez paraguaya. Eran también dignos sucesores de Pedro Bobadilla y Ezequiel Giménez, de Aniceto Garcete y Doroteo Benítez, de Pablo J. Garcete y José María Galiano, integrantes, entre otros, de la guardia vieja de la enseñanza primaria.

BENIGNO RIVEROS nació en San Lorenzo de la Frontera, en 1871. Educóse en el Colegio Nacional de la Asunción, donde se graduó de bachiller. Posteriormente obtuvo diploma de maestro en la Escuela Normal de la misma ciudad. Desde aquella época dedicóse a la tarea de educar generaciones. Hizo de su carrera un sacerdocio. Su especialidad constituían las matemáticas.
Después de treinta y cinco años de ejercicio continuado de la cátedra, Benigno Riveros retiróse a la vida privada. Falleció en la Asunción, en 1918.

JUAN JOSÉ SOLER, oriundo de la Asunción, dedicóse en su juventud a la enseñanza. Nació en 1880 y se educó en la Escuela Normal de Paraná, provincia de Entre Ríos, donde obtuvo el título de profesor, en 1902. En 1910 se graduó de doctor en derecho y ciencias sociales en la Universidad Nacional de la Asunción. Dictó cátedras en la Escuela Normal y en el Colegio Nacional de esta ciudad. En 1906 fue designado secretario del presidente Benigno Ferreira. Con este hecho se inicia su alejamiento de la docencia. Redactó El Cívico y la Revista de Instrucción Primaria. Fue asiduo colaborador de la Revista del Instituto Paraguayo y de Los Anales del Gimnasio Paraguayo. De sus actividades en la cátedra surgieron sus libros El buen lector y La evolución de la enseñanza secundaria en el país.
Con el correr del tiempo fue secretario del presidente Albino Jara; ocupó bancas en el Senado y en la Cámara de Diputados e ingresó en la diplomacia. Ejerció la plenipotencia del Paraguay en Méjico y en los Estados Unidos. En la Facultad de Derecho de la Asunción dictó cursos de derecho internacional. Fue director de El Liberal y de El Diario.
Entre sus trabajos, cítanse un Proyecto de Ley de Extranjería, Pacifismo Internacional del Paraguay, El Proyecto de la Comisión de la Liga de las Naciones y las aspiraciones nacionales. Completan su labor intelectual, discursos, artículos y mensajes.
Juan José Soler es periodista de pluma ágil y juicios bien medidos; es orador parlamentario de verba fácil y grávida de conceptos y expositor docente metódico, ilustrado y brillante.
En 1943 ha publicado un libro, Hacia la Unidad Nacional. Condensa sus memorias políticas.

CONCEPCIÓN SILVA DE AIRALDI, además de educacionista, cultivó con éxito el género oratorio. Nativa de la Asunción, cursó estudios en la Escuela Normal y graduóse de maestra en 1898. Ganó, por concurso de oposición, algunas cátedras en dicha institución, y ocupó la dirección del mismo establecimiento en 1907. Retirada del magisterio, su colaboración fue siempre generosa en toda obra de cultura en que le cupo intervenir.

MANUEL ANTONIO AMARILLA nació en 1864, en la Villa de San Pedro de Ycuámandyyú. Al terminar la guerra, en 1870, fue llevado a Buenos Aires. En esta ciudad cursó estudios hasta obtener el grado de profesor normal. Ejerció la docencia ocupando la dirección de varias escuelas graduadas, y una de artes y oficios, en la capital porteña. Inició estudios de ingeniería, los que truncó, en 1891, cuando fue llamado por el presidente de la República, Juan G. González, para organizar la enseñanza primaria en el Paraguay. Designado superintendente general de instrucción pública, lo desempeñó hasta el año 1896. Durante este período organizó las dos escuelas normales de la capital – la de señoritas y la de varones. De la superintendencia general de instrucción pública, Manuel Amarilla, ungido por el voto popular, fue llevado a una banca de la Cámara de Diputados. En el año 1906, el gobierno de Benigno Ferreira encargóle nuevamente la Dirección General de Escuelas, cargo que ocupó hasta el 2 de julio de 1908.
Como periodista, que lo fue Amarilla en la más noble acepción del vocablo, redactó La Tribuna, El Cívico, La Época y El Nacional, en tiempos diversos.
Desde 1910 actuó en los ajetreos tribunalicios como agente judicial, iniciando, al mismo tiempo, estudios de derecho en la Universidad Nacional. En 1918, año en que los coronaba, – sólo le faltaba para el doctorado el examen de tesis –, sorprendióle la muerte, en la Asunción.

ERNESTO VELAZQUEZ nació en 1882, en la Asunción. Dedicóse a la cátedra. Profesor normal y abogado, enseñó en el Colegio Nacional, en la Escuela Normal, en la Escuela Militar y en la Facultad de Derecho y Ciencias Sociales de su ciudad natal. Durante varios años desempeñó la presidencia del Instituto paraguayo. La política le separó de sus afanes de educador. Fue jefe de policía, diputado, senador, ministro de Estado. Vivió, desde el año 1922, en la ciudad de Formosa. De las actividades docentes de Ernesto Velázquez, ha quedado el recuerdo de sus exposiciones didácticas, enjundiosas y metódicas. Falleció en la Asunción, en el año 1943.

ESTANISLAO PEREIRA venía del campo. Nacido en 1877, en Ybycuí, fue educado en la Escuela Normal de la Asunción. Obtuvo diploma de maestro, en 1898. Prosiguió sus estudios en la ciudad de Paraná, hasta egresar con el grado de profesor, en 1902. Regresó al Paraguay el año siguiente. Ejerció la dirección del Colegio Nacional de Concepción y, más tarde, la de la Escuela Normal de Villarrica. En 1911 fue presidente del Consejo Nacional de Educación, y, en 1912, director del Colegio Nacional de la Asunción. Falleció en dicha capital, en 1925.
Estanislao Pereira dedicóse a la cátedra con evangélica pasión. Expositor mesurado y castizo, sus enseñanzas eran gratas y provechosas para sus alumnos.

ELADIO ARGÜELLO, de Borja, nacido en 1879, comenzó su carrera con brillantes auspicios. Dedicóse a la cátedra y al periodismo. Fue redactor de la Revista de Instrucción Primaria, de La Pluma Joven y de La Enseñanza. En las columnas amarillentas de estas publicaciones puede hallarse su prosa, sobria y correcta. Cursó estudios en el Colegio Nacional y en la Escuela Normal de la Asunción, donde obtuvo el grado de maestro, en 1901. Fue inspector general en la zona norte. Falleció en la Asunción, en 1939. Publicó El presente de Villa del Rosario.

MANUEL RIQUELME nació en la Asunción, en 1885. Cursó estudios en la Escuela Normal de esta ciudad, en la que obtuvo el título de maestro, en 1905. En Paraná graduóse de profesor, en 1910. En 1912 desempeñó el cargo de secretario del Ministerio de Justicia, Culto e Instrucción Pública y, en 1915, fue director general de escuelas y presidente del Consejo Nacional de Educación. Años después, ocupó una banca en la Cámara de Diputados.
Las actividades intelectuales de Manuel Riquelme se han inclinado siempre hacia las disciplinas filosóficas y literarias. Inteligencia ágil y penetrante, espíritu de selección, lleno de armonías, sus exposiciones fueron, en todo tiempo, escuchadas con hondo recogimiento. Enseña sugiriendo, hace pensar. Pero el pensamiento, al conjuro de sus palabras, anda, volandero, por las regiones etéreas, sin cansarse, sin sentirse atormentado por la rigidez de los cánones formales de la antigua escuela. Es un maestro moderno, que tiene el arte de sembrar ideas en las conciencias en agradable conversación con sus alumnos. No emplea el martillo para remachar, sino el grácil encanto del vocablo, que llega al entendimiento con sutileza de luz, con transparencia de cristal, con argentino y melódico son de bronce herido.
La prensa adeuda a Manuel Riquelme páginas de subidos quilates. Editó, dirigió y redactó diarios y revistas del Paraguay. Letras, elevada tribuna congregadora de la juventud intelectual de 1915, es su obra, así como Los Anales del Gimnasio Paraguayo. Entre sus libros se cuentan Esfuerzo, Solidaridad, Aspiración, textos escolares; Filosofía y Educación, Asunción, 1934; Facultad Libre de Humanidades, Asunción, 1935; y Psicología, impresa en Buenos Aires, en 1936.
Manuel Riquelme es poeta de sentimiento hondo y cuidadoso de las formas y orador de levantado vuelo. Como un ejemplo de éste y aquel matiz de su personalidad intelectual, pueden leerse su discurso al pie del árbol de Artigas, pronunciado en mayo de 1913, y los versos titulados A mi bandera, Canción del proscripto, Adela Speratti, La mariposa negra, La vuelta al hogar, etc.
Ha fundado y dirigido también una Facultad Libre de Humanidades, instituto que funcionó en la Asunción en 1942. He aquí:

LA MARIPOSA NEGRA

Ha caído tenaz sobre mi espíritu
Una lluvia de lágrimas...
Fue en una triste moche,
Noche de fiebre; sensación de duelos
Flotaba por mi alcoba silenciosa
Con un rondar de sombras misteriosas.

Y la vi entrar, furtiva, majestuosa,
Palpitante de incógnito destino:
La negra mariposa;
Y en un presentimiento doloroso
De penas y de males,
La vi plegar sus alas
Sobre la augusta frente de mi madre.

Cuánto frío ¡por Dios! heló en mis venas
Su símbolo siniestro;
Pareciera que soplos de la muerte
Flotaran en los átomos sutiles
De su sombría veste.

Ha caído tenaz sobre mi espíritu
Una lluvia de lágrimas...

Quise evitar el beso de sus alas
Sobre la augusta frente,
Y el soplo helado de la negra muerte
Estremeció mi cuerpo
Con el vacío enorme de sus antros,
Con su profundo vértigo de sueños
Que derramó mis llantos.

La veste de su sombra de tristeza
Cuajóse en mis pupilas;
Hoy tiembla en la congoja de mi lira
Lo negro de sus alas.
Hoy visto, mariposa, con tus sombras
Mi cuerpo estremecido,
Mis penas y mis males;
Hoy he llorado mucho,
¡Hoy ya no tengo madre...!

Ha caído tenaz sobre mi espíritu...
Una lluvia de lágrimas...

RAMÓN INDALECIO CARDOZO cultivó con éxito la historia y fue un apóstol de la enseñanza. Por dos veces declinó ocupar bancas en el Senado de la Nación y otras tantas negóse a desempeñar funciones administrativas y políticas de elevada jerarquía para no abandonar la cátedra. Su dedicación a ella fue el norte, la razón de ser, la esencia de su vida.
Ramón I. Cardozo nació en Villarrica, tierra de artistas y de poetas, en el año 1876. Cursó estudios primarios en su ciudad natal y fue alumno del Colegio Nacional de la Asunción, donde graduóse de bachiller, en 1895. Su vocación le encaminó al magisterio. En 1896 ingresó en la Escuela Normal. En 1898 obtuvo el título de maestro, nombre con el que debe ser evocado por antonomasia.
Ramón I. Cardozo enseñó pedadogía en la Escuela Normal de Villarrica y fue profesor en el Colegio Nacional y en la Escuela Normal de la Asunción. Sus méritos lo llevaron a la Dirección General de Escuelas. Era su puesto. Nada más justiciero que habérsele otorgado la más alta jerarquía en la escala de la educación primaria del Paraguay. Durante treinta y cinco años Cardozo enseñó a la niñez de nuestro país, plasmó su pensamiento, modeló su carácter, indicándole el camino del bien y del deber. Durante aquellos años escribió Pestalozzi y la educación contemporánea, Pedagogía de la Escuela Normal, Nueva orientación de la enseñanza primaria, Por la educación común, El Paraguayo, integrado por tres libros, y Pedagogía de la escuela activa, en tres tomos.
Retirado a su hogar y resentido en su físico por los achaques de la edad y de la vida, mantuvo siempre el optimismo espiritual, característica de los luchadores. Inducido por sus afanes de cultura, se internó entonces en los dominios sugerentes de la historia. Apasionáronle las luces y las sombras que emergen, atrayentes, de añejos pretéritos. Frutos de sus trabajos de investigador fueron tres libros: El Guairá – Historia de los orígenes de Villarrica; Melgarejo, el fundador de la ciudad de Villarrica y El Calendario Nacional. Dejó, además, los originales de una Historia General del Paraguay. Miembro fundador del Instituto Paraguayo de Investigaciones Históricas, consagró a éste sus labores postreras. Ramón I. Cardozo falleció en Buenos Aires en 1943, pero sus restos mortales reposan en tierras del Paraguay.

MANUEL WENCESLAO CHAVES era natural de la Asunción. Nació en 1878. Pertenecía a una familia de intelectuales. Fue alumno del Colegio Nacional. Ingresó en la docencia en 1897, como inspector general de escuelas. Son trabajos suyos de aquella época Nociones de Instrucción Cívica, aparecido en 1898; El escolar y El Nene Paraguayo, editados en 1902. Retirado de las tareas escolares, dedicóse al periodismo. Fundó y redactó El país, en 1903; El Tiempo, en 1906; y La Prensa, en 1911. Antes, en 1900, había fundado también La Enseñanza, revista de carácter didáctico. Fue, asimismo, editor de la Guía General del Paraguay, El Paraguay ilustrado y otras publicaciones. En el campo de la política, fue miembro del Partido Nacional Republicano, en cuya representación ocupó bancas en la Cámara de Diputados. Manuel W. Chaves falleció en Buenos Aires, en 1939.

M. VIRGILIO BARRIOS era de San Juan Bautista de las Misiones. Nació en el año 1883. Educóse en la Escuela Normal de la Asunción. Obtuvo en sus aulas el título de maestro. Integró después un grupo de estudiantes paraguayos becarios de la Escuela Normal de Paraná, República Argentina. Ganó, en dicha institución, el diploma de profesor. A su regreso al país dedicóse a la docencia, se inició en las tareas periodísticas y en la política. Militó en el grupo "cívico" del Partido Liberal y colaboró asiduamente en su vocero, que se llamaba El Nacional, del cual fue director. También escribía, en aquel tiempo, abordando temas referentes a su especialidad, para revistas docentes.
A pesar de la diversidad de sus tareas, prosiguió sus estudios en el Colegio Nacional y en la Facultad de Derecho de la Asunción, y desempeñó elevadas funciones en la magistratura judicial.
M. Virgilio Barrios falleció en la capital paraguaya, en 1940.

CONCEPCIÓN LEYES DE CHAVES es nativa de Caazapá. Cursó estudios en la Escuela Normal de la Asunción, en donde obtuvo título de maestra. Desde esa época dedicóse al magisterio y comenzó a escribir para la prensa. Ha colaborado en Geografía Americana, Saber Vivir, Leoplán y El Hogar, revistas foráneas, y fue redactora principal de La Prensa, diario fundado y dirigido por su esposo, Manuel W. Chaves, en la capital paraguaya.
En el año 1941, en el concurso de novelas patrocinado por el Ateneo Paraguayo, obtuvo el primer premio su trabajo Tava-í, en el que supo enfocar una época de vida nacional, desarrollada en ambientes pueblerinos.
Concepción Leyes de Chaves ha sido directora de la filial paraguaya de la Asociación Internacional de Prensa y de la Radio del Estado, e integra, como académica de número, la Academia de Cultura Guaraní. Forma parte también del Consejo de Mujeres del Paraguay.

CARLOS LELIO era un espíritu selecto. Nacido en Córumbá, en 1877, educóse en la Escuela Normal de la Asunción, a cuya ciudad llegó, con sus padres, siendo muy niño. Cultivó su inteligencia en la lectura de los clásicos. En el año 1905 formaba una trilogía con Viriato Díaz Pérez, recién llegado entonces de España, y Herib Campos Cervera. Placíale ambular por las umbrías marañas del espiritismo. Con Díaz Pérez, como guía espiritual, inicióse en el estudio de la teosofía y de la filosofía. Ingenio místico, vocación nobilísima, consagróse a ambas disciplinas como un apóstol.
Poseía facilidad para escribir. Así lo probó, especialmente, durante la primera década del presente siglo. Colaboraba en diarios y revistas paraguayos, desarrollando temas diversos. Bueno, taciturno, raro, un día desapareció de la Asunción. Buscó refugio en la silente campiña. Fue director de las escuelas de Altos y de Pirayú. Entre Itá e Itanguá, posteriormente, ubicó su vivienda. Abrió una escuela a la que concurrían numerosos niños del lugar. Enseñaba y aprendía en comunión con la naturaleza. Fraterno y digno, humanitario y decoroso en el simplismo de su vivir, no perdió el espiritual contacto con el mundo para nutrir de sabiduría su intelecto, y no pasó un día – pobrísimo como era –, sin hacer alguna caridad.
Carlos Lelio valióse muchas veces del seudónimo. Puede comprobarse revisando las colecciones de diarios y revistas aparecidos en el Paraguay en lo que va de esta centuria.
Entre los trabajos de este escritor son de citar Educación moral y religiosa de la niñez, Actualidad educacional, La Ley del progreso y la escuela, Curso escolar nacional, La historia nacional en las escuelas, Obligación escolar – reforma necesaria, La educación popular – sus grandes triunfos, Subvención para el sostén de la instrucción primaria, Moralizando, Pensamientos, Costumbres públicas – el uso del poncho, El horario continuo – las deficiencias, Enseñanza agrícola, Obra humanitaria, Emancipación intelectual, y otros trabajos que vieron la luz pública, al igual que los citados, entre los años 1900 y 1904, en La Pluma joven, en la Revista de Instrucción Primaria y en la Revista Escolar.
En años subsiguientes, Carlos Lelio colaboró muy especialmente en El Diario. Son artículos aparecidos después de 1920, Mazzini, Ideal de superación, Sereno ardor, Columnas parthenónicas, La escuela y el árbol, ¿Monárquicos en Francia?, Lauros militares, Generosidad del suelo, Sublimación de corazones, Educación cívico-moral, Campo expiatorio, firmados por Hermes. Otros seudónimos de Carlos Lelio fueron Horacio Cocles, Espartaco, Canindeyú, Numas, Alonso Quijano, El Capitán Montoya, Timoteo, etc.
El último trabajo conocido de este autor es de 1939. Carlos Lelio falleció en Itauguá, en 1940.

JUAN R. DALHQUIST nació en San Isidro, República Argentina, en 1884. Educóse en el Colegio Nacional de Pilar y en la Escuela Normal de la Asunción, donde obtuvo el título de maestro, en 1901. En 1904 fue enviado por el gobierno paraguayo a seguir cursos superiores de enseñanza en la Escuela Normal de Paraná, en la provincia de Entre Ríos. Regresó al Paraguay trayendo el diploma de profesor. Fue designado inspector general de escuelas y, después, director de la Escuela Normal. Su dedicación a la cátedra no era óbice para el desarrollo de otras actividades de su intelecto. En 1915 dirigió la Revista de Instrucción Primaria y editó La Enseñanza, órgano de la Asociación Nacional de Maestros. También fundó y redactó Cabureí, periódico infantil. En La Tribuna publicó una Historia de la instrucción pública en el Paraguay y El Paraguay, su presente y su futuro. Es también autor de Páginas de un maestro, Aventuras del ratoncito Pérez y La Leyenda del Ypakaá.
Además de todo lo dicho, Juan R. Dahlquist es un poeta de estro delicado. Su lira se ahonda en el sentimiento y es de armonioso sonido. Es de Dalhquist:

EL SANTA FE

Suena, pronto, el aire agreste de un violín y una guitarra,
anunciando a la tertulia que se inicia el santa fe, (85)
y al instante forman cuadro al abrigo de una parra
tres galanes, con sus mozas de vestido mordoré.

Se saludan cortésmente las parejas bailadoras
cuando suenan nuevamente la guitarra y el violín;
y los músicos preludian las estrofas más sonoras
del curioso repertorio que no tiene jamás fin.

El allegro estalla luego de los dedos, que simulan
castañuelas manejadas con sin par prolijidad;
y hay magnéticas corrientes de ternuras que circulan
al formarse la cadena con marcada habilidad.

Y la música señala con más vivo movimiento
que al saludo y la cadena sigue el valse tentador;
y de en medio de dos damas, con marcado acogimiento,
sale brioso un guapo mozo que es insigne bailador.

Le hace frente una morena que en la trenza lleva, airosa,
madreselvas y claveles, colocados con primor;
mientras ella, sandunguera, bajo palmas victoriosas,
en el recio zapateo, él no encuentra igualador.

Ya se toman de las manos y comienzan a agitarse,
demostrando su pericia en el arte de valsar;
mientras ella coquetea, la pollera al levantarse,
él, con gracia incomparable, quiebros hace al saludar.

Se suceden las parejas entusiastas y afanosas
bajo el rústico emparrado de amplia fronda verde-mar,
y tras múltiples encuentros y cadenas primorosas,
se repite el aire agreste que se oyera al comenzar.

Se saludan cortésmente las parejas bailadoras,
y en gracioso ritornello la guitarra y el violín
aun entonan las estrofas, cadenciosas y sonoras,
del curioso repertorio, que no tiene jamás fin.

APARICIA FRUTOS DE IBÁNEZ nació en la Asunción, en cuya escuela Normal obtuvo diploma de maestra. Dedicóse al magisterio y cultivó, además, la oratoria y la prosa. Su temprano fallecimiento, ocurrido en 1907, agostó una esperanza que se estaba realizando.

FIDELINA FRUTOS DE AIZCORBE, hermana de la anterior y nacida también en la Asunción, dedicóse, asimismo, al magisterio y a las letras. Retirada de la docencia, colgó la pluma, hace ya muchos años.

MARÍA FELICIDAD GONZÁLEZ es oriunda de Paraguarí. Cursó estudios primarios en el Colegio de las Mercedes, en la Asunción. En aquel tiempo, Adela y Celsa Speratti comenzaron a guiar sus afanes hacia la docencia. En 1905 graduóse de maestra en la Escuela Normal de esta capital y completó el ciclo de estudios superiores en la Escuela Normal de Paraná, de donde regresó, en 1907, con el título de profesora. Desde entonces puede decirse, sin hesitación alguna, que estuvo a su cargo la dirección de la enseñanza primaria en nuestro país, especialmente, en la Asunción. Su influencia se hizo decisiva, ya sea desde la Escuela Normal o desde la dirección de ésta u otros institutos de educación. Porque María Felicidad González fue siempre guiadora en materia docente. Ése es su mérito principal.
Profesora de pedagogía, su dedicación a esa cátedra no fue obstáculo para el desarrollo de otras facetas de su personalidad intelectual. La prensa paraguaya se nutrió con su pensamiento, expresado en forma amena. Las revistas de instrucción pública, durante más de treinta, años, contaron con su colaboración inteligente. Fue fundadora del Centro Adela Speratti y ha actuado con eficacia en la Asociación Feminista del Paraguay.
Especialmente invitada, ha realizado viajes de extensión cultural a diversos países y, en 1933, integró la delegación paraguaya a la VII Conferencia Panamericana, reunida en Montevideo. Ha publicado Misceláneas Paidológicas y Organización Escolar. Ha colaborado también en Caras y Caretas, de Buenos Aires; Feminismo Internacional, de New York; El Hogar, de Méjico; y numerosos periódicos paraguayos.
El escritor colombiano Uribe Muñoz, al ocuparse de María Felicidad González, dice que "su espíritu serio está nutrido en la severa enseñanza del deber por el deber". (86) En sus actividades docentes es discípula del pedagogo alemán Federico Fröebel y del suizo Juan Enrique Pestalozzi.

HÉCTOR T . BARRIOS nació en 1875, en Bella Vista, provincia de Corrientes. Desde su infancia ha vivido en el Paraguay. Su cultura la ganó bajo nuestro cielo y al amparo de su inmensidad brindó a nuestro país las notas de su armonioso espíritu y los frutos sazonados de su intelecto. Héctor L. Barrios era paraguayo por imperativo de su corazón y por decisión de su destino, que encadenó su vida, con garfios invisibles pero eternos, al ingenuo encanto del alma de la niñez de nuestra patria.
Profesor normal, poeta bilingüe – escribía en guaraní y en castellano – fue autor de libros de enseñanza primaria; dirigió y redactó numerosos diarios y revistas nacionales, durante más de cuarenta años, y sus versos son emotivos y de noble atavío. Ya en el ocaso de su vida, siguió dictando lecciones en la modesta escuelita que dirigía, y, de rato en rato, su prosa aparecía, fresca y clara, en las columnas de algún periódico humilde como La Voz del Mutilado, y sus versos canturreaban ululantes y melódicos, en la volandera hoja callejera. Falleció en la Asunción, en 1947. Es de Barrios:

EL VETERANO
(Fragmento)

– ¿Quién es, padre, aquel anciano
que aquellas gradas desciende,
cuya pena se comprende
porque le falta una mano?

– Es un noble veterano
de una lid que el alma aterra
que sostuvo nuestra tierra
cuando la planta enemiga
de tres naciones en liga
nos arrastró hacia la guerra.

– ¡Cuánto debe haber sufrido!
– Hijito sí; fue un soldado
que su sangre ha derramado
por nuestro suelo querido.
El dos de mayo fue herido,
cual ves, en la mano diestra,
pero orgulloso la muestra
como el más puro laurel
que supo arrarcarlo él
por su patria, que es la muestra.

MARCELINO PÉREZ MARTÍNEZ, poeta de estro delicado, prosador de estilo terso, político de convicciones liberales y recio espíritu de lucha, periodista sagaz y valeroso, profesor ilustrado e idealista, nació en Pirayú en el año 1881. Cursó estudios primarios en su pueblo natal y obtuvo diploma de maestro en la Escuela Normal de la Asunción. En Paraná graduóse de profesor. Comenzó a escribir en la Revista de Instrucción Primaria. Después en El Municipio, de Concepción, del que fue director, y en El Cívico. Sus versos, los primeros, también vieron la luz pública en aquél periódico de la ciudad del norte. Los firmaba AGRESTINO DEL VALLE, uno de los seudónimos del escritor. De regreso a la capital, comenzó a hacer intensa vida política.
Marcelino Pérez Martínez sabía pensar y sabía expresar lo que pensaba. Poseía temple de varón y lo lucía con gallarda entereza de hombre libre. Clásico es su nombre de combate: LEÓN BAROMEL.
Después de la cuartelada del 2 de julio de 1908, se vio obligado a tomar rumbo hacia el exilio. Desde Formosa envió sus Cartas del destierro, continuación de sus Cartas Políticas. Páginas son, éstas y aquéllas, escritas en medio de todas las estrecheces, pero con acerada y candente pluma. Colaboró en aquel tiempo en La Avanzada, periódico que aparecía en Corrientes, fundado y dirigido por Domingo Bonifai.
Poco después, una cruel enfermedad comenzó a minar su organismo. Regresó a nuestro país herido de muerte. Buscó refugio entre las azuladas serranías de Villarrica. Cantó su penar en estrofas llenas de honda y suave melancolía:

Estoy enfermo...
A mis gemidos acuden las mariposas negras,
Esas que dejan ¡ay! descoloridas
Las flores tempraneras.

Y sigue Vendas diluyendo enternecida tristeza.
Pérez Martínez cultivó también el idioma guaraní. Hallándose en Concepción, escribió Rojhechagaú. [5] Se publicó en El Municipio, en 1907. Es ella la poesía más bella, más emotiva y más popular que se conoce entre las escritas en lengua vernácula. Solamente una de sus estancias bastaría, para inmortalizarlo. Sus versos – ñandutí de ensueños – se trasmiten, delicados y profundos, de alma a alma, a través de los años y de las generaciones. Canto de añoranza, canción del desterrado, es un suspiro hondo que, venciendo todas las distancias, vuela, raudo, en ondas melódicas, en pos de quien aguarda al ausente en brumosas lejanías. Héctor L. Barrios ha logrado una feliz traducción de Rojhechagaú. No obstante, sólo en guaraní se condensa y es posible captar todo su valor anímico.
Pérez Martínez editó Hojas de Mayo, colección de versos.
En 1915, Villarrica vio al poeta internarse en el gran misterio ultraterreno.
Escuchemos a uno de sus antiguos compañeros. Es Domingo Bonifai. Su pluma, donde llora la emoción, describe con elocuencia la vida y la obra del escritor:
"Desde hace muchos años – dice – se encuentran sepultados en el cementerio de Villarrica – sin flores ni recuerdos – los despojos mortales de Marcelino Pérez Martínez, el valor intelectual más efectivo y malogrado que ha producido la última generación paraguaya.
"Las veces que interrumpiendo mi labor periodística en tierra argentina, visité Asunción para renovar en mi espíritu el hábito milagroso de la patria, he recordado ante distinguidos compatriotas jóvenes al gran escritor extinto, y debo confesar con tristeza y vergüenza que la mayoría – si no la totalidad – de esos jóvenes distinguidos ignoraban que Pérez Martínez había existido en el mundo. Y tan completa era su ignorancia a tal respecto, que al evocar la figura luminosa del autor de Cartas Políticas y Cartas del Destierro, se me antojaba estar hablando de algún misterioso personaje mitológico... ¡Qué distinta cosa me sucedía cuando en el calor de la charla, incidentalmente aludía a Adolfo Riquelme, Albino Jara, José Gill o José Dolores Frutos!
"Y sin embargo, la juventud paraguaya tiene el deber sagrado de "conocer" a Pérez Martínez y de abrevarse en las enseñanzas que dejó para su patria el formidable luchador. Tiene el deber de conocerlo como conoce a Natalicio Talavera, a "Alón", a Blas Garay, a Alejandro Guanes, a Cecilio Báez, a Manuel Domínguez, a Fulgencio R. Moreno y tantos otros paraguayos ilustres que contribuyeron con su talento y su patriotismo a la regeneración de su pueblo y a la evolución de la cultura nacional. Porque, fuera de toda duda, Pérez Martínez no era inferior a ninguno de los ciudadanos que he nombrado. Al contrario, fue superior a muchos de sus contemporáneos "consagrados", tanto por el poderoso dinamismo de su cerebro como por la belleza radiante de su espíritu.
"Poeta armonioso y dulce; prosista de rara y vibrante bizarría combativa, educador sabio y concienzudo, patriota, místico, esteta, didacta, filósofo, idealista revolucionario, bohemio, artífice, romántico excelso, lírico incurable. ¡Todo eso fue Pérez Martínez en su fugaz y deslumbradora trayectoria por la tierra! ¡Y sin embargo, la juventud de su patria "no sabe" que este varón de Plutarco nació, vivió, soñó y lloró bajo el cielo azul del Paraguay!
"Hasta 1908, Pérez Martínez no se había destacado en el escenario intelectual propiamente dicho; apenas se le conocía en los círculos del magisterio por su labor silenciosa y obscura al frente de la vice-dirección de la Escuela Normal de la ciudad de Villarrica. Fue necesario que se consumara el nefasto motín Militar del 2 de Julio de 1908, acaudillado por el mayor Albino Jara, para que el gladiador oculto en el raído sayal del "domine" saltara rugiendo a la arena. En efecto, cuando la metralla de los sublevados sembró de escombro y cadáveres a la capital, sólo entonces vibró en su pluma el verbo inspirado e implacable que luego había de gritar ante la América indiferente, la trágica agonía de la Patria... Y surgió el campeón impresentido. Su palabra resonó sobre la ciudad ensangrentada como un épico alarido a cuyo conjuro un estremecimiento de estupor agitó los corazones. Oíd la solemnidad catoniana con que empieza su primera Carta Política, dirigida al autor moral de la revuelta: "En medio del horror de la tragedia, he oído la recia campanada con que anunciáis la libertad tras el furioso cañoneo". Y este otro comienzo también de una de sus Cartas del destierro, escrita en la población argentina de Formosa, y dirigida a un perjuro y traidor, nombrado presidente "títere" por el caudillo del motín triunfante: "Me cuesta trabajo descender hasta vos, ciudadano sin pudor, que estáis envileciendo los sagrados atributos del Estado"... ¿No tiene esta invectiva dramática algo de la majestad olímpica de una catilinaria de Cicerón; de una diatriba de Víctor Hugo al Canciller de Hierro; de un apóstrofe de Pedro Palacios al Kaiser alemán?
"Pero donde el alma de Pérez Martínez se derrama como un raudal sonoro es en la invocación que dirige desde el exilio a la mujer paraguaya en un instante sombrío y doloroso de la vida nacional. Escuchadla: "Un paréntesis para vosotras, almas genitoras de mi patria; un paréntesis, repito; un paréntesis formado de dos hebras de pestañas curvas con engarce de lágrimas, para enviaros en el aleteo fugaz del pensamiento un ramillete descolorido, pálidas flores que nacieron en las horas más tristes del destierro". ¿Se quiere mayor ternura, mayor desolación sentimental, mayor elocuencia conmovida en la expresión de una inmensa angustia recóndita?
"En junio de 1909 arribé a la ciudad de Corrientes, empujado por la marea inmigratoria que a la sazón estaba despoblando al Paraguay. Allí lo encontré al adalid fugitivo. Lo noté más flaco y "bajito" que de ordinario. Dijérase que su pobre cuerpo atormentado por un mal implacable, se "encogía" medroso, en un esfuerzo desesperado para evitar el zarpazo inevitable... En sus ojos febriles brillaba ya junto con el relámpago crepuscular de su energía indomable, el lívido resplandor de la muerte. Sin embargo, su espíritu permanecía entero, inaccesible a la acción del bacilo que roía sus pulmones. Hasta una vez tuvo la humorada de recitarme alegremente – entre tos y tos – una cuarteta que escribiera en el "álbum" de una rubia adorable que le andaba "encandilando", y que decía:

"Soy liberal, sin agravios,
por el azul de tus ojos;
pero me voy con los rojos
por el coral de tus labios".

"Poco tiempo después de mi llegada a la capital correntina, fundé con algunos de los compatriotas exilados, el semanario La Avanzada. En las columnas de este periódico, Pérez Martínez volcó el último acorde dolorido de su alma y cantó el poema postrero e inmortal de su patriotismo, de su desilusión, de su tristeza y de su amargura...
"Después nos separamos para no volvernos a ver jamás: él, para ocupar un puesto en una escuela de Rosario; yo, para emprender el brumoso camino emprendido en pos de una quimera.
"La última noticia del gran paraguayo la tuve en la ciudad de Salta, donde yo dirigía un diario. Estaba contenido en la siguiente misiva póstuma: Bonifai: Esto se acaba; yo me voy. Lo que entenebrece mi agonía no es el cobarde temor a la muerte sino la convicción de que cuando suene la hora de la liberación nacional no seré yo uno de los que irán a golpear con la culata del fusil las puertas de los malvados que han sacrificado al Paraguay en nombre de una monstruosa concupiscencia. Espero que cuando ya no exista, tú dirás a los paraguayos que me niegan que la única virtud que atesoré en la vida fue mi apasionado amor a la Patria. Feliz tú que podrás presenciar la alborada triunfal que ya va despuntando en mi espíritu, pero que no se ofrecerá a mis ojos.
"Bueno, hermano, ya quiero dormir, Adiós!
"Este que yo evoco con emoción fraterna, éste que yo pinto con brochazos burdos, fue Marcelino Pérez Martínez, la figura civil más pura y sugestionante que ha alumbrado con su inteligencia y sus virtudes los últimos treinta y cinco años de la existencia paraguaya". (87)
Es de Pérez Martínez la poesía que se transcribe a continuación.

EL MAESTRO

En el retiro de la pobre ermita,
albergue santo de inocentes almas,
está el maestro redimiendo niños
de los dominios de la sombra ignara.

De su frente inspirada por la ciencia
brota una luz de sempiterna llama,
cuyo destello fúlgido, sereno,
es luminar de la conciencia humana.

Sus labios encendidos por el verbo
la eterna, fe de la verdad proclaman,
única estrella que a seguro puerto
conducirá la redentora barca.

No es su misión la del guerrero altivo
que en la defensa de una causa justa,
derrama sangre por doquier y llanto,
y a esposa y madre de dolor enluta.

Ni la del sacerdote, que invocando
a Dios en templos diferentes y aras
con odio insano y egoísmo ciego
divide en sectas a su noble raza.

Su misión es más santa, más humana
y se armoniza en el social concierto:
enseñar la verdad con la palabra,
enseñar la virtud con el ejemplo.

Y cumple su sagrado ministerio
sin ensañarse en fratricidas luchas:
La razón, la conciencia son su escudo
y la verdad su gladio de combate.

Es que elabora un fuego inextinguible
y en el crisol de su cerebro atiza,
para quemar su venda a la ignorancia,
para incendiar su templo a la mentira.

Él partirá los ejes carcomidos
de instituciones que el error plantara,
fundiendo otro armazón en que los pueblos
vivan sin odio, sin cañón ni espada.

Él labrará la piedra en que descanse
el templo de igualdad y de concordia,
de universal y armónica grandeza,
como jamás atestiguó la historia.

Cuando cumpliendo su misión hermosa
sucumbe con honor en la batalla,
no pide al mundo recompensa alguna:
una oración de la niñez le basta.

Una oración que el corazón sincero
sobre la piedra de su tumba esparce,
recogiendo su nombre con cariño,
ya que a esculpirlo se negara el arte.

Es la corona humilde del maestro,
el ignorado mártir de la historia,
el apóstol sin nombre de la ciencia
que cruza el mundo sin afán de gloria.

Busca afanoso, sin rencor ni agravio,
el triunfo del bien y la justicia:
amar la humanidad, buscar la dicha,
son las virtudes que a la infancia inspira.

No ocupa, no, la trípode procera
en que el sabio sorprende los secretos;
pero su voz infunde, cariñosa,
vibraciones de luz en el cerebro.

Dicta el deber, su código severo,
con paradigmas al olvido extraños,
para formar de cada niño un hombre,
de cada hombre un patriota ciudadano.

Padre de la niñez, no cede todo
el pan de sus cariños a sus hijos,
y lo que niega en el hogar amado
reporte por igual entre sus niños.

Cuando resplandece el sol en el oriente,
con la campana alegre que vocea,
entona con sus niños dulce canto,
saludando al trabajo a que se entrega.

En la tarde, a la hora del descanso,
es el último obrero que se aleja,
y es el último padre cariñoso
que a los umbrales de su hogar se acerca.

Cuando el mundo opulento se solaza
en lucientes placeres de la vida;
cuando el labriego mísero repara
en apacible sueño su fatiga,

el maestro, custodio de la infancia
que duerme con los célicos querubes,
pasa sus largas horas de vigilia
del pobre albergue a la oscilante lumbre.

Es que prepara con afán prolijo
el sustento de luz para las almas,
que acudirán, como sedientas aves,
al sonreír la fúlgida mañana.

Y he aquí su famoso:

ROHECHAGA’U

Hi’ante chéve aveve
aguejymi ne rendápe,
añe’êmi nde apysápe
cheangapyhyha peve.

Néina pykasutîmi
cherupi nde pepo ári
ha amo che rembiayhupy ári
jaha tapytu’umi.

Hi’ãnte chéve guyrami,
aguejy nde po pytepe,
ha pe nde rova yképe
rohavi’u mbeguemi.

Añenórô ake haĝua
ne ñe’ê chemyangekói,
hi’âvaicha che renói
nendive aimemi haĝua.

Máichamo porohayhu,
ku mombyry reimehápe
mamo ajesarekohápe
ne ãnguémante ajuhu.

Ku ko’êtîmba jave
remimbi che resa yképe,
ha amo kuarahy reiképe
che ãhomi nderehe.

Ndavy’avéi che mamove
aime’ŷ guive nde ypýpe,
ha upéicha mba’embyasýpe
nderayhupápe aikove.

CONCEPCIÓN SCAVONE, JOSEFA BARBERO, EMILIANA PINHO, y DELGADIÑA VARGAS dedicaron sus afanes, exclusivamente, a la docencia.
Debe agregarse a éstos los nombres de JOSÉ MARÍA MONZÓN, educacionista argentino, venido al país por gestión de Enrique Solano López, y autor de una página bellísima intitulada Salve Mater; CORINA ECHANIQUE y AMALIA IRAOLA DE SANTAMARINA, argentinas, educacionistas también como el anterior, llegadas a nuestra tierra mediante la diligencia del mismo superintendente de instrucción primaria antes citado.

La enseñanza secundaria, vigorosamente estimulada por la ley creadora de la Universidad Nacional y de los Colegios de Concepción, Villarrica, Encarnación y Pilar, contaba, en los primeros años del presente siglo, con exponentes meritísimos.
Al lado de Manuel Gondra, en el añejo colegio de la Asunción, brillaban Manuel Domínguez y Emeterio González, Juan Cancio Flecha e Inocencio Franco, Manuel Irala y Cleto Romero, Fulgencio R. Moreno y Arsenio López Decoud. En el de Villarrica, a Atanasio C. Riera acompañaban Nicolás Sardi y Simeón Carísimo. En el instituto similar de Concepción, su director, Agustín Costes, enseñaba francés, y Cipriano Ibáñez, retórica y poética e historia de Roma. También aparecían en el personal docente de aquel establecimiento Eulogio Domínguez y Eduardo Cave. En Pilar seguía alumbrando las conciencias juveniles el viejo maestro Policarpo Ríos. Destacábanse en las aulas del Colegio Nacional de su dirección, Juan Pío Prieto, José del Rosario Rojas, Ramón D. González y Sebastián Ansina Costes. En Encarnación, solitaria, sobresalía la personalidad docente de Carlos Castellanos.
Ya después llegaron a las cátedras de segunda enseñanza Isidro Abente, Agustín Muñoz, Eugenio Bordas, Carlos Fiebrig, Erich Mülow, Hans Land, Augusto Aponte, Julio Frontanilla, Adolfo Vázquez, Jean Delcroix, Héctor Da Ponte, Francisco Quiñones y otros profesores a quienes recordamos oportunamente.

La Universidad Nacional con sus dos Facultades – la de Derecho y la de Medicina – contaba a la sazón con la autoridad de Ramón Zubizarreta, César Gondra, Federico Jordán, Ramón de Olascoaga, Venancio V. López, Cecilio Báez y Alejandro Audibert, en la primera, y la de Héctor Velázquez, Facundo Insfrán, Juan Borrás y Pardo, Juan Vallory y Corquiela, Pedro Peña, Justo P. Duarte, Italo O. de Finis, Domingo Scavone, Luis Zanotti Cavazzoni, Antonio Gasparini, Miguel Elmassian, Manuel Fernández Sánchez, David Lofruscio, Flaviano García Rubio, José Caldarera, Guillermo Stewar, Enrique Marengo y otros, en la de ciencias médicas.
RAMÓN ZUBIZARRETA, FEDERICO JORDÁN y RAMÓN DE OLASCOAGA eran españoles. Venidos al Paraguay, dedicáronse preferentemente a la cátedra. Cecilio Báez llamó al primero padre intelectual de la juventud paraguaya de aquel tiempo. "Su enseñanza se redujo – proseguía – a la religión de la humanidad y al principio de la justicia. Dios era la palabra que brotaba siempre de sus labios y a medida que ahondaba en el abismo de su propio pensamiento, se iluminaba, al parecer, su hermosa figura y tocaba en lo sublime su luminosa elocuencia". Ramón Zubizarreta fue, cronológicamente, el primer rector de la Universidad Nacional. Publicó dos tomos de Derecho Civil y dejó uno inédito. Federico Jordán y Ramón de Olascoaga también enseñaron derecho y fueron, asimismo, rectores de la Universidad paraguaya.

CÉSAR GONDRA trajo a la Facultad de Derecho la cultura ganada en centros de enseñanza superior de Buenos Aires. Dictó lecciones de derecho constitucional y de derecho internacional en la citada casa de estudios. De esta época datan sus trabajos sobre La jactancia, La independencia, El reo Antonio Carusso condenado a muerte, Derecho público americano – La deuda y la Biografía del general Patricio Escobar.
César Gondra nació en Barrero Grande, en 1860. Obtuvo el grado de doctor en jurisprudencia en la Facultad de Derecho de Buenos Aires. Fue co-fundador de la ciudad de "La Plata", con Dardo Rocha. Proclamado diputado provincial, declinó el honor por ser paraguayo. Miembro del Superior Tribunal de Justicia, en el Paraguay, renunció al alto cargo con motivo de los sucesos a que dieron lugar el secuestro del presidente Ignacio Ibarra. Gondra falleció en Buenos Aires, en 1919.

HÉCTOR VELÁZQUEZ nació en la Asunción, en 1863. Cursó estudios en el Colegio Nacional. Fue, cronológicamente, el primer bachiller graduado en dicho instituto. En la Universidad de Buenos Aires se doctoró en ciencias médicas, en 1890.
Co-fundador de la Facultad de Medicina de la Asunción, fue profesor en esa casa, decano de la misma y rector de la Universidad Nacional. En la vida política desempeñó importantes funciones públicas. Fue ministro de relaciones exteriores, delegado del Paraguay a numerosos congresos internacionales, ministro plenipotenciario ante diversos gobiernos americanos y europeos. Héctor Velázquez falleció en la Asunción, en 1946.

FACUNDO D. INSFRAN era originario de Ibycuí. Nació en 1862. Cursó estudios en el Colegio Nacional de la Asunción y en la Universidad de Buenos Aires, en donde se graduó de doctor en medicina y cirugía, en 1889. Fue también fundador de la Facultad de Medicina de la Asunción, decano y profesor en la misma. En la vida política desempeñó el ministerio de justicia, culto e instrucción pública, e interinamente, las carteras del interior y relaciones exteriores. También fue vicepresidente de la República, durante el período presidencial del general Juan Bautista Egusquiza. Falleció, trágicamente, en el Parlamento, el 9 de enero de 1901.

PEDRO PEÑA era natural de la Asunción. Nació en 1865. Fue alumno del Colegio Nacional de dicha capital y obtuvo diploma de doctor en medicina, en 1893, en la Universidad de Buenos Aires.
De regreso a nuestro país, dictó cátedras en la Facultad de Medicina de su ciudad natal. Fue también rector de la Universidad Nacional.
En la vida política desempeñó importantes funciones. Fue encargado de negocios en La Paz, ministro plenipotenciario en Río de Janeiro, canciller de la República y presidente provisorio de la Nación, en 1912. Falleció en la Asunción, en 1944.

JUSTO P. DUARTE nació en Jhiaty, en 1863. Obtuvo diploma de bachiller en el Colegio Nacional de la Asunción y el grado académico de doctor en medicina en la Universidad de Montevideo.
Fue profesor en la Facultad de Medicina de la capital paraguaya, decano de la misma y rector de la Universidad Nacional. Falleció en la Asunción, en 1926.

JUAN BORRÁS Y PARDO, JUAN VALLORY Y CORQUIELA, MANUEL FERNÁNDEZ SÁNCHEZ y FLAVIANO GARCÍA RUBIO, españoles, fueron meritísimos profesores de la Facultad de Medicina; David Lofruscio, Italo O’De Finis, Domingo Scavone, Luis Zanotti Cavazzoni, Enrique Marengo y Antonio Gasparini, italianos, y Miguel Elnassian, francés, todos ilustrados profesores, han dejado imperecedero recuerdo en la historia de la medicina en el Paraguay.
La prensa gubernista, durante las presidencias de Emilio Aceval, Héctor Carvallo y Juan Antonio Escurra, estaba representada por La Patria, fundada en 1899 y dirigida por Enrique Solano López; La Prensa, fundada y dirigida por Blas Garay, y otros periódicos.
El Partido Liberal, opositor, poseía como autorizado vocero, El Pueblo, dirigido, en 1899, por Francisco L. Bareiro. Aparecían también El Cívico, La Democracia y El Paraguay, fundado y dirigido este último por Juan Cogorno y, después, por Adolfo Riquelme.
En 1900 editóse también La Voz del Siglo. Fue el primer periódico dirigido por una mujer. Llamábase ésta RAMONA FERREIRA y venía de la Escuela Normal. Fue alumna de Adela Speratti, y "supo afrontar, altivamente, durante dos años, las consecuencias de una virulenta campaña contra el fanatismo clerical".
En el decurso de la época que nos ocupa, el diarismo no sufrió el ultraje de la mordaza. La oposición tuvo libertad para ejercer la crítica y para realizar su propaganda.
Por eso, a través de sus páginas, podía saberse que el ambiente de 1903 presagiaba cambios fundamentales. Había inquietud, malestar, ansias de nuevas realizaciones, anhelos de variaciones esenciales. La militancia política se mostraba activísima en las honduras de los designios ocultos y en el escenario de las públicas actividades. Así se llegó al año 1904. El Partido Liberal había urdido ya, para ese tiempo, la trama de una revolución campal. Se adquirieron armas, municiones e impedimentas varias en el extranjero. No fueron desconocidas para los hombres del gobierno estas sugestivas gestiones. Pero entre ellos también muchos estaban trabajando para la revolución. Así se produjeron las primeras disensiones en las filas gubernistas. Más aún; entre los colorados revolucionarios había quienes ayudaban directamente, desde sus respectivos campos de acción, a los conspiradores. La compra de un buque mercante, realizada por el Banco Agrícola, estaba dentro del plan subversivo. Las gestiones directas de esa adquisición la hicieron algunos funcionarios colorados, contrariando vientos y mareas, con el propósito firme de dar un punto de apoyo al movimiento popular.

Antes de hablar de la revolución de 1904, conviene recordar a ENRIQUE SOLANO LÓPEZ. Era hijo de Francisco Solano López y de Elisa Alicia Linch, la discutida irlandesa que amó y acompañó a aquél en sus días de fausto y de grandeza y en el desplome fragoroso de su espectacular caída, con una lealtad cuya albura no ha podido ser tiznada ni por el odio ni por la envidia. Enrique Solano López nació en la Asunción, en 1859. Fue en su niñez protagonista del más emocionante drama, de contornos esquilianos, sufrido por su patria y su familia. Acompañó a su progenitor, en su tienda de campaña, desde la edad de cinco años. Con el soldado epónimo cruzó el territorio nacional desde Pasó Pucú hasta Cerro Corá. Fue testigo de sus desvelos, de sus esperanzas y de sus desengaños. Escuchó el tiro que acabó con la vida de su padre y ayudó a su madre a abrir el foso en que depositaron, entrambos, los cadáveres aún sangrientos del mariscal y de su primogénito, el coronel Francisco López, en las soledades hoy históricas del Aquidabán. Preso del vencedor, con Elisa Alicia Linch y sus demás hermanos, regresó a la Asunción. La halló triste, silente, ruinosa, humillada y esclavizada. Navegó después sobre el Atlántico, y llegó a Europa.
En su educación contribuyó la neblinosa y adusta ciudad del Támesis. Fue interno del Joseph’s College, de Croydon. Recorrió posteriormente el Asia Menor; estuvo en Jerusalén y se radicó en París. Allí quedaron, en el cementerio del "Pére Lachaise", los despojos de Elisa Alicia Linch, quien murió sola, abandonada, en la más hórrida pobreza, en una bohardilla desmantelada.
De estampa fina y señorial, de cultura amplia y sólida, Enrique Solano López retornó ya hombre al Paraguay. Durante su larga ausencia había sufrido nuevos, constantes y amargos sinsabores. En su tierra natal le esperaban también días acibarados. Debía de escuchar, a toda hora, la palabra candente, como juicio popular, sobre la memoria de su ascendiente ilustre. Se le llamaba traidor, ¡a él, que murió en defensa de la Patria! Era el caído de Cerro Corá blanco de todos los escarnios, de todos los vilipendios, de todas las injurias. A su madre se la llenaba también de ludibrio. Para aquella sociedad que trocó sus dolores en odio protervo, no había un lugar digno de ella en el infierno imaginario del Dante. Y para él mismo, para Enrique Solano López, calificado como fruto de amores bochornosos, como engendro de dos monstruos, ¿quién, en la Asunción, no debía sentir instintiva repelencia?
Así, en este ambiente, entró en tierras del Paraguay, al finalizar el siglo XIX, el hijo del mariscal. Le rodeaba un mundo inclemente, hostil, implacable. Condenado estaba a respirar un aire asfixiante, deletéreo, pleno de rencores taciturnos. ¡Ni el pan ni el agua para éste que traía en sus venas – bramaba la pasión – la sangre del déspota tremendo y la de su perversa amante!
Y Enrique Solano López, discreto y cortés, amable y comedido, se propuso vencer a su destino. No declinó un instante su altivez sin ruidos. Entró suave, pero enhiesto, modesto pero erguido, en la sociedad asuncena. Su cultura le ganó algunos amigos, su decencia le abrió las primeras puertas. Lenta pero firmemente fue avanzando. Ensayó, en conversaciones cordiales, la defensa de su padre. Le respondió la indiferencia. Pero cuando Blas Garay comprendió al héroe de Cerro Corá en toda su trágica grandeza y Juan E. O’Leary, ante su glorioso infortunio, sintió conmoverse su alma de poeta, la gran batalla planeada por el hijo de Solano López habíase iniciado con ímpetu ciclópeo y resonancia extraordinaria. Fundó La Patria. Desde sus columnas, POMPEYO GONZÁLEZ, el O’Leary de los primeros retenes, y MATÍAS CENTELLA, el Ignacio A. Pane de las "descubiertas" iniciales, comenzaron la campaña tendiente a la reivindicación total del gran desventurado.
Blas Garay falleció a poco del andado camino; empero, de paso, furtivamente, Martín de Goicoechea Menéndez escribió La noche antes, y se perdió en el tiempo. Manuel Domínguez meditaba ya en el drama de aquel "extraño taumaturgo", y no tardó para cantarle – "matemático lírico" – en su prosa rítmica y alada; y Arsenio López Decoud, sobrino del héroe – sin elogiarlo – interpretó la tragedia de su tiempo, y la volcó, humana, sensitiva, en la estructura natural de su lenguaje, claro y elegante.
La causa del mariscal ganó, así, la conciencia popular. De su tumba lejana, día tras día, levantábase su figura prócer como símbolo eterno de una resistencia singular y de un patriótico heroísmo infortunado.
Mientras todo esto ocurría, Enrique Solano López había tomado la dirección de la enseñanza primaria. El gobierno del general Juan Bautista Egusquiza confióle la Superintendencia de Instrucción Primaria. Rodeóle allí un grupo juvenil y entusiasta. Ricardo Odriosola, Benito Serrano, Alfredo V. Carrillo y Juan Bautista Centurión le acompañaban. Trazó nuevos planes, imprimió rumbos modernos a la educación de la niñez, consiguió traer al Paraguay profesores como Amalia Iraola de Santamarina, Corina Echanique y José María Monzón.
Después, Solano López E., como firmaba, actuó en la política. Su noble prestancia distinguíase en el Parlamento, en la bancada minoritaria del Partido Nacional Republicano.
En la docencia secundaria, su palabra era escuchada con respeto. La Escuela de Comercio Jorge López Moreira, el Colegio Nacional y la Escuela Normal de Maestros de la Asunción contaron con su colaboración ilustrada y generosa.
En 1917 apagóse su recio espíritu. La muerte le sorprendió cuando ocupaba una banca en el Senado de la Nación. Dejó como herencia intelectual la más nutrida biblioteca paraguaya y un archivo riquísimo. Su catálogo, editado en 1906, posee notable valor histórico y bibliográfico. Su historia de la prensa nacional, publicada en el Albun Gráfico, en 1910, es informadísima. Integran y completan su labor cultural, planes de enseñanza, reglamentos, etc.
Enrique Solano López no fue un escritor, fue un luchador; no fue un profesor, fue un maestro; no fue un político, fue un mentor. Enseño con la palabra y con el ejemplo. Su vida, plena de amarguras y pesadumbres, constituía un perenne canto optimista a la esperanza y a la fe. Débese a su férreo espíritu el aniquilamiento del alma de la derrota en la conciencia ciudadana del Paraguay contemporáneo. Y esto basta.
Explicase, así, la función histórica de La Patria, el primer vocero de la Nación que retomaba, después de Cerro Corá, la senda de su destino, luego de haber vivido el martirologio más horrendo y cruel que pueblo alguno haya sufrido en el continente americano.
Y fue en La Patria, de Enrique Solano López, que, una fría mañana del mes de junio de 1901, se recibió la visita inesperada de un joven argentino, cordobés, de estatura mediana, desenvuelto y simpático, que hablaba sin remilgos, con gracia fluente. Traía una colaboración para aquel diario. Instado por el director del periódico, dio lectura a su inédita página. Era ésta:

LAS RUINAS GLORIOSAS
ANTE HUMAITÁ
Le mur était solide et
droit comme un héros.
Victor Hugo.
"Ante aquella gran mole herida en su flanco, lacerada en su frente por el salivazo brutal de la metralla, el alma del viajero se siente hondamente conmovida y los ojos buscan la inscripción que exprese quiénes fueron aquellos semidioses, que se congregaron allí, para hacer vibrar en el recuerdo el nuevo ritmo de una, nueva Ilíada.
"Las lianas no han trepado a lo largo de sus costados, como respetando su grandeza, y sólo en las tardes, cuando el sol, como un vibrante escudo de oro, ha caído en el ocaso, entre las tintas violetas del crepúsculo, la mole parece agigantarse, prolongando inconmensurablemente sus lineamientos, y se creería ver, a la distancia, cruzar la anciana base de la muralla, al Osián de esa raza sin igual, que fuera depositando sobre las tumbas de sus caídos las guirnaldas de sus estrofas.
"El espíritu del observador, bajo la impresión de ese espectáculo, desdóblase en vastas amplitudes; el sentimiento llena de melancolía ese pequeño y palpitante vaso que se llama corazón; y allá, en las últimas latitudes del cerebro, se siente que se ha puesto de pie una idea que equivale a un homenaje. Sobre esas mismas ruinas, testimonio de la bravura de los hombres de América, el día en que se haya fundido la última bayoneta para forjar con ella la reja de un arado, los pueblos de todo el Continente se han de congregar para beber en una misma copa el bueno y espumante vino de la más absoluta fraternidad humana.
"El monumento es digno de su pueblo. Su genio está en él por entero. La raza que ha sabido traspasar las últimas metas del heroísmo, bien puede tener un monumento labrado por el cañón.
"El día que se quiera escribir sobre él los nombres de los caídos, no habría nada suficientemente digno para ejecutarlo. Para ello se necesitaría, no ya el buril de la metralla, sino el relampagueante cincel de un rayo.
"Esas ruinas no son sólo el pasado casi inmediato, el de las remembranzas épicas; son, también, el símbolo acabado de un ayer más lejano, sobre el cual, ni la historia, ni los hombres del presente, han dicho ni siquiera la primera palabra.
"Si se observa el templo en sus líneas primitivas, se verá que sus muros fueron enormes, la concepción arquitectónica sencilla, casi rudimentaria, si se quiere, pero, a la vez, serena, fuerte, poderosa. Aquellas murallas estaban construidas para sostener una mole tres veces superior a la que sustentaban. Estaban hechas a grandes líneas, rectas y enérgicas, pero ellas debían desvanecerse entre la penumbra y presentar en el claroscuro de las naves contornos extraños e imponentes.
"Y así, como esa construcción, era el alma del doctor Francia.
"Y si se contempla el monumento, tal cual está en el presente, desgarrado y glorioso, el viajero intelectual que en él fija la mirada, ve elevarse, sobre la visión de ese superhombre de las primeras horas de la revolución, la sombra augusta de López, ese hombre, inferior al doctor Francia como amo, pero de silueta única como héroe.
"La individualidad que llega a ejecutar lo que ésa ha llevado a cabo, vencida o vencedora, llamada bienhechora o tirana, como se quiera, debe ser acreedora, por lo menos, al homenaje que la bravura y el genio reclaman.
"Hombres semejantes no se miden con un solo paso. Son grandes y terribles como una cordillera. Por eso espantan con sus abismos y hacen soñar con sus cumbres.
"El gran poeta que ha de cantar la Epopeya, aún no se ha revelado. Pero él vendrá desde el seno misterioso y húmedo de la selva, y cuando en las horas crepusculares el rapsoda eleve su canto y relate las glorias de sus abuelos, sobre las ruinas de Humaitá se ha de contemplar remontarse el genio de la raza, como un gran águila que fuera a la conquista del sol".

Así entró, el 11 de junio de 1901, por la amplia puerta de La Patria, en el alma de la estirpe guaraní, MARTÍN DE GOICOECHEA MENÉNDEZ. Ave cantarina como era, hizo en ella su refugio, y allí anida ahora su recuerdo, arrebujado en el cariño popular.
Goicoechea Menéndez forma parte, y muy brillante, de las letras paraguayas. Su estada de bohemio impenitente en la Asunción señala toda una época, mejor dicho, marca una etapa en la lucha por la reivindicación de los héroes de la epopeya patria. El primer artículo, el que hemos transcripto, fue contestado por Manuel Domínguez. Se intitula esa respuesta Torres humanas. Siguió a éste Los hombres montañas, del escritor cordobés.
No tardó Goicoechea Menéndez en hacerse una figura popular en la Asunción. Su presencia era siempre festejada. En 1903 colaboraba en El Paraguay, diario matutino. Un día desapareció. Se le creyó muerto. Se rezaron responsos por su alma; pero, reapareció en Encarnación. Al estallar la revolución de 1904, se enroló en la división del norte. Ya casi al terminar la contienda, desertó de la expedición a Villarrica. Nadie supo más de él. Se fue sin dejar rastros. Se envolvió en el más profundo misterio. Después de 1904, inesperadamente, entró en la redacción de La Tarde, diario de combate, dirigido por Enrique Solano López y redactado por Juan E. O’Leary. Venía de Matto Grosso. Durante el breve tiempo que permaneció en la Asunción escribió y publicó La noche antes. Con esto su nombre se inmortalizó en nuestro país. No existe un paraguayo que desconozca ese poema. Se lo recuerda con la más profunda emoción. Es que La noche antes, a pesar de estar compuesto en prosa, es el canto lírico de nuestro dolor colectivo; es el grito del alma popular atormentada por la más honda pena; es la protesta de nuestra raza victimada, protesta viril y tremenda ante Dios y ante los hombres; es la voz del linaje que resuena en los siglos; es un jirón palpitante del corazón lacerado de la estirpe; es, en fin, tan nuestra esa página y tan querida, que parece escrita con la sangre de nuestros mártires y con las lágrimas de todas las madres que sufrieron el desgarrón brutal de la tragedia.
El asta de la bandera y La espada rota también las escribió Goicoechea Menéndez en aquella época. En La batalla de los muertos evoca la gloria de Curupayty; en Guaraní, El raído y En las selvas lejanas, deja andar su fantasía por regiones etéreas, luminosas, llevándola hacia donde quiere, y "haciéndola correr como un huracán desbocado sobre la pista de su ensueño".
Un día, en la Asunción, a este poeta pobre en monedas y andariego empedernido, llególe la fortuna en forma de lotería. Publicó sus trabajos en un tomo que intituló Guaraníes, y abandonó el Paraguay. Era el mes de noviembre de 1905. Recorrió Europa. En el viejo mundo halló el amor. Siguió a la mujer de sus afectos a través de tierras ignotas y mares lejanos. Cruzó el océano. Visitó Cuba y Méjico, y en aquel país le sorprendió la muerte. Su tumba se encuentra en Veracruz.
Martín de Goicoechea Menéndez escribió también Poemas helénicos, merecedor del elogio de Pierre Louys.
Pertenecía el escritor a una familia distinguida de la ciudad de Córdoba. Formó parte entre los modernistas de la escuela de Rubén Darío, pero "fuera de fila, rebelde a toda disciplina". El joven poeta, dice Juan E. O’Leary, era un enamorado de la nueva escuela, sin desdeñar por eso la gracia serena y resplandeciente de la forma griega.
En 1925 hízose una segunda edición de Guaraníes – cuentos de los héroes y de las selvas, con un prólogo del historiador O’Leary, de cuyas páginas hemos obtenido los datos que arriba se consignan.

Otra figura brillante y promisora de aquella época era FRANCISCO L. BAREIRO, director de El Pueblo. Oriundo de la Asunción, nació en el año 1879. Cursó estudios primarios en el antiguo "Instituto Paraguayo", de Pedro Bobadilla y Ezequiel Jiménez. También fue alumno del establecimiento educacional dirigido por el profesor Eugenio Bertoin. Más tarde ingresó en el Colegio Nacional y después en "El Salvador", de Buenos Aires. En años subsiguientes viajó por Europa. Desde muy joven revelóse un temperamento ardiente. Leía mucho y con notable fervor. Desde su mocedad dedicóse al periodismo. Cultivó el verso. Como poeta era decadentista. Hizo intensa vida política. En 1899 publicó, juntamente con Blas Garay y Daniel Codas, una colección de cartas y artículos bajo el título genérico de Nuevas Ideas en Nuestra Política. Son de aquel tiempo sus versos a José de la Cruz Ayala. Entre sus contemporáneos se le consideraba una "inteligencia robusta y altiva" en pleno vigor juvenil, pero víctima ya de una modorra que le iba dominando. Hallándose en Chile, trabó amistad con Rubén Darío. Conocía filosofía, en cuyos problemas meditaba con frecuencia. En el gobierno de la Nación desempeñó el Ministerio de Hacienda, en el gabinete del presidente Albino Jara, en 1911. Fue también miembro del Parlamento de la República.
Supónese que algunas decepciones le llevaron a la misantropía. Y misántropo, raro y huraño, falleció en Buenos Aires, en 1929. En aquella ciudad publicó, en prosa, en 1900, El Paraguay en la República Argentina.
Es de su inspiración:

HUMAITA
I
Destruida la temible fortaleza,
réstale, al fin, como última cortina
al huracán, ya inútil, que se obstina,
la noble iglesia que a volcar empieza.

Deshecho el vientre, arrastra, se endereza,
y al estampido hiriente que la inclina,
la heroica combatiente más se empina,
bañada en roja lumbre la cabeza.

Así quedó... y el ademán grandioso,
sobre la selva lóbrega, infinita,
su inmensa gloria en sombras deposita.

Último gesto, enorme y doloroso...
Mudo y eterno agonizar glorioso...
¡He allí, en la piedra, la leyenda escrita!
II
La enhiesta ruina, cual laurel, ostenta
obscura rama en la alta sien clavada,
– débil naranjo, que mejor que nada,
del largo batallar las furias cuenta.

Sobre la informe torre se sustenta,
en la cornisa por el hierro arada;
y a su sombra se yergue, coronada,
la raza fuerte que luchó el setenta.

... Que su silencio espanta, – y sólo quiere
el que ascendió con ella himno temible
de silencio mortal e inextinguible.

¡Que tu silencio en tu desierto impere!
Escrito está sobre Humaitá invencible,
bajo el naranjo: un pueblo heroico muere.

Compañero y amigo de Marcelino Pérez Martínez era el periodista DOMINGO BONIFAI. Oriundo de la Asunción y nacido en el año 1880, educóse en la capital paraguaya. A consecuencia de los sucesos del 2 de julio de 1908, tomó el camino del destierro. En Corrientes fundó y dirigió La Avanzada. Después se trasladó a Salta, en donde fijó su residencia. En 1944 colaboraba en El País, vespertino asunceno.
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Fuente: HISTORIA DE LAS LETRAS PARAGUAYAS – TOMO II
ÉPOCA TRANSFORMACIÓN
EDITORIAL AYACUCHO
BUENOS AIRES-ARGENTINA (1947)
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Amplio resumen de autores y obras
de la Literatura Paraguaya.
Poesía, Novela, Cuento, Ensayo, Teatro y mucho más.

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