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miércoles, 3 de marzo de 2010

HUGO RODRÍGUEZ ALCALÁ - "ESE CIELO AZUL... ", MITO y PANCHA GARMENDÍA INTUYE SU DESTINO / Fuente: POESÍAS DEL PARAGUAY. ARAMÍ GRUPO EMPRESARIAL.


Autor: HUGO
RODRÍGUEZ ALCALÁ
(Enlace a datos biográficos y obras
En la GALERÍA DE LETRAS del
www.portalguarani.com )


"ESE CIELO AZUL... "
Al Profésor Eduardo Neale-Silva.
Hoy ya no rimo en verso otrora ufano
la zozobra de amor o la esperanza:
soy para el verso como un mal creyente
que ha perdido la unción en la plegaria.

Antes, acaso un ideal ingenuo
-lograr un verso de emoción henchido-
daba a mi pluma agilidad propicia
y al bajel de mi afán vientos alisios.

Ya una fe generosa en mí no existe;
y aunque sólo bebí linfas de engaño,
la sed que yo tenía se ha extinguido
en amargo hontanar, el desencanto.

Es que pasan los años, y la vida
aun en lo largo del mejor camino,
nos revela verdades que entristecen
y mentiras que dan angustia y frío.

¡El cielo no es azul, lástima grande!,
ni el mundo que soñamos es el mundo;
en cada etapa del camino vemos
algún castillo disiparse en humo.

Soñamos, anhelamos, esperamos;
en la espera vivimos de una hora,
de un minuto que sea como un siglo,
y, tras tanto anhelar dicha engañosa,
cuando llega el minuto, ya se ha ido;
cuando llega la dicha, es siempre corta.

Sacrificamos un presente amable
a un porvenir más bello pero incierto;
nos consumimos de ansiedad y cuando
se sacia nuestro afán, ¡todo fue un sueño!

Hoy ya no rimo en verso otrora ufano
la zozobra de amor o la esperanza,
después de tanto amar no tengo amores
y sé que toda espera es siempre vana.

(¿Será mejor soñar un poco menos
por no quedarnos al final sin nada?)
Escrita en el año 1946

MITO
A Arturo Torres Rioseco.
Tras dentellearle el perfil
huyó la jauría parda.
Los Siete Perros tenían
cocuyos en la garganta.

Unos indios comentaron
el largo aullar que escuchaban.
Otros miraban el cielo
sin decir una palabra.

Las indias, yendo hacia el río,
cantaron, quedo, en la playa.
¡Oh luna!: cuando te muerden
los Siete Perros la cara
el río quiere llevarse
los peces grandes del agua
y en remolinos oscuros
nuestras canoas naufragan.

¡Oh luna!: cuando te muerden
los Siete Perros la cara,
de las frutas de las víboras
las pesadillas se escapan
y se prenden a las telas
que urden grises las arañas.

¿Por qué no espantas los perros
con siete guijas de plata
o levantas una tienda
con siete nubes en llamas?
La luna, que estaba tan
doliente y debilitada
ni aún pudo mover los labios
en una sonrisa blanca.

Después que fulgió la aurora
y bostezó la mañana
fue absorbida por la luz
como un gajo de naranja.
Escrita en el año 1956.
Publicada en: Alcor, I (6),
Asunción. Noviembre de 1956.

PANCHA GARMENDÍA INTUYE SU DESTINO
Caminaba con mucha dificultad
por la larga permanencia en el cepo...
La Pancha no pudo ocultar la
sorpresa que le causó la inesperada
presencia del Mariscal, pues se detuvo
y retrocedió al verla; López avanzó
hacia ella, le extendió fríamente la mano...
P. Fidel Maíz.

Encontré al Mariscal de pie en el
corredor cerca de uno de los útimos
horcones o pilares de madera labrada.
Le manifesté el objeto que me
llevaba ante él. En seguida en
un pedazo de papel blanco escribió a
lápiz contra el horcón los nombres
de la Pancha Garmendia y de las
hermanas de Barrios y me lo entregó
con la orden de mandarlas ejecutar.
Juan Crisóstomo Centurión.

Entre cuatro sayones, desgreñada,
marchita su hermosura incomparable,
Pancha Garmendia, muy penosamente
camina por el bosque. Los harapos
dejan ver, en su cuerpo ayer de nieve
las huellas aun sangrientas del suplicio.

Es la doncella, orgullo en otro tiempo
de su raza; tan bella y deslumbrante
que a su paso la gente enmudecía
y los ojos no osaban contemplarla.
***
El sendero del bosque desemboca
en el improvisado campamento.
Por doquiera hay lanceros de la guardia
que reposan sus lanzas en la tierra
y las sujetan, rígidos, formando
grupos de estatuas de perfil broncíneo.
Pancha Garmendia mira a todos lados.
-¿Adónde me conducen?- se pregunta.

Los Akã karaja le infunden miedo.
¡Aun puede sentir miedo! Esos soldados
de terrible semblante; este silencio
ominoso, le advierten la presencia
-que habrá de ser muy próxima- del hombre
cuyo ceño iracundo la persigue
en sus insomnios y en sus pesadillas
y en las horas atroces del tormento.

De pronto, la doncella, con espanto,
ve aproximarse al Mariscal. Los ojos
de él, los siente encendidos como llamas
que hacen arder sus llagas y congelan
el flujo de su sangre. Los sayones
se detienen, clavados en la tierra
con pávida atención. El hombre llega.

Los sayones se apartan como autómatas.
El hombre fríamente la saluda
con ronca voz, tendiéndole la mano.
Pancha Garmendia, en su estupor,
no atina a estrechar esa mano poderosa
que se le acerca, dura, imperativa.
Retrocede unos pasos, aterrada.

Un diamante chispea en esa mano.
Detrás del hombre, en lo alto, al viento cálido
flamea una bandera. La voz ronca
le ordena penetrar en el recinto
del poder absoluto. Ella obedece.

Una mujer de claros ojos, rubia,
la sale a recibir. Tiembla Panchita
porque sabe muy bien quién la recibe
teniéndole esas manos enjoyadas.
Más miedo siente ante esta hermosa hembra
que ante el caudillo inexorable.

El rostro de la mujer sonriente disimula
el ya viejo rencor que se ha enconado.
La fingida bondad, el agasajo
la cohíben aún más y la trastornan.
A los ruegos corteses toma asiento.

Al hacerlo, dolores agudísimos
le acalambran las piernas laceradas,
le apuñalan el pecho y le acribillan
la espalda en rojas llagas encendida.
Le ofrecen ahora dulces y bizcochos.

Famélica, con ansia en mano torpe
de uñas rotas, manchadas de su sangre,
Pancha acepta un bizcocho. Aunque las lágrimas
la ciegan, se domina. Vagamente
sonríe y va afirmando su persona
en los finos modales de su estirpe:
aunque envuelta en harapos,
la doncella lleva en sí un invencible señorío.

Y ya, por un milagro de su orgullo,
sus ojos vuelven a brillar, hermosos,
con un fulgor de retenidas lágrimas.
El busto se le yergue cual ceñido
en preciosos encajes. La pareja
la observa con asombro. El hombre le habla
en tono ya distinto, bondadoso.

Él, el duro señor, en homenaje
al señorío invicto en la desgracia,
se muestra lo que es; cae la máscara
que las grandes angustias de la guerra
fijaron en su rostro ayer sereno.
Pancha Garmendia advierte en la mirada
del férreo Mariscal un noble brillo,
un fulgor compasivo y generoso.
Y sorprende, en los ojos de la Inglesa,
un súbito relámpago de ira.

Cuando Pancha Garmendia se despide,
junto a la puerta esperan los sayones.
Entre cuatro fusiles, cuatro sables,
Pancha Garmendia vuelve a su tugurio.
Ya ha adivinado ella su destino:
ya sabe que va a ser alanceada.
Escrita en el año 1982.
.
Fuente: POESÍAS DEL PARAGUAY – ANTOLOGÍA DESDE SUS ORÍGENES. Realización y producción gráfica: ARAMÍ GRUPO EMPRESARIAL, Dirección de la obra: OSCAR DEL CARMEN QUEVEDO. Recopiladores y autores: RAÚL AMARAL, MARÍA BARRETO DE RAMÍREZ, AÍDA ORTÍZ DE CORONEL, ELA RAMONA SALAZAR S., RUDI TORGA / Tel. (595-21) 373.594 / arami@rieder.net.py – Asunción / Paraguay. 2005. 781 pp.).
.
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