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martes, 2 de marzo de 2010

JULIANA (Cuento, Versión teatral) Autor: GUIDO RODRÍGUEZ ALCALÁ / Fuente: CENIZAS DESOLLADAS Y OTRAS PIEZAS. Autora: GLORIA MUÑOZ YEGROS


Autor: GUIDO RODRÍGUEZ ALCALÁ
(Enlace a datos biográficos y obras
en la GALERÍA DE LETRAS del
www.portalguarani.com )


JULIANA
Versión teatral del cuento
del mismo nombre de Guido Rodríguez Alcalá
PERSONAJES: LA GUARDIANA / JULIANA

Un lugar oscuro, interior de un rancho de adobe que sirve de prisión.
Juliana es una mujer de 24 años, muy desmejorada,
desgreñada, sucia, con la ropa hecha jirones y desarreglada.
Tiene las manos maniatadas con tiras de cuero.
La Guardiana es una adolescente de 13 años, delgada y seria.
Apenas vestida con una enagua corta y una chaqueta militar
sin mangas, vieja y sin botones.
Lleva una lanza hecha de un palo como arma.
Intenta impresionar con sus aires de carcelera.


LA GUARDIANA
** Aquí tiene lo que me pidió. (Le extiende un pedazo de espejo, entre asustada y sorprendida de su propia travesura)
JULIANA
** ¿Y el agua?
LA GUARDIANA
** Le voy a traer más tarde, ahora no puedo abandonar la guardia.

Juliana toma el espejo y se mira atentamente,
acerca y aleja el espejo de su rostro.
Trata de limpiarlo.
La guardiana la mira embelesada.
Juliana se percata y la mira duramente.
La guardiana se encoge temerosa.

JULIANA
¿Qué te pasa, de qué tenés miedo?
LA GUARDIANA
De que me sacuda una paliza como lo hacían mis padres, por cualquier cosa, cuando vivía en la capuera.
JULIANA
Qué paliza voy a dar a nadie yo...
LA GUARDIANA
Es más alta, y sus manos son más grandes, más robustas que las mías.
JULIANA
Con las manos atadas... (Extiende sus manos maniatadas)

La Guardiana mira sus manos extendidas,
parece recordar algo y se va.
Juliana vuelve a mirarse en el espejo.

JULIANA
** Tenía doce... ¿cuántos años tenía?... ¿doce?, ¿o eran trece?... me dijeron, eso recuerdo, que no me mirase tanto en el espejo, porque Dios podía castigar mi vanidad de niña coqueta haciéndome ver, en la luna del espejo, los rostros del diablo.
** Me lo decían mi madre y mi tía, las dos siempre de negro, como llevando luto por un duelo que alguna vez tenía que llegar.
** Tenía los ojos profundos y las pestañas larguísimas, solía mirarlos embelesada hasta que un tirón de trenzas me volvía a la realidad.

Vuelve la Guardiana.
Le desata las manos.
Y luego le entrega un peine desdentado.

JULIANA
¿Y esto, por qué?
LA GUARDIANA
No sé, orden del Superior.
JULIANA
¿ Como viniste a parar aquí, haciendo de soldado siendo tan pequeña?
LA GUARDIANA
** Vinieron a nuestra casa a reclutarnos, a mis hermanos, y también me llevaron. Me dieron una bayoneta sin fusil y un morrión de cuero para montar guardia.
** Aquí tiene el peine.
JULIANA
¿Y el agua?
LA GUARDIANA
Ahora voy a buscar.

La Guardiana se va.
Juliana vuelve a mirarse en el espejo
y peinar pacientemente
sus cabellos desgreñados.

JULIANA
** Dios sabe dónde habrá conseguido el espejo y el peine la pequeña.
** Vanidad de mujer, me había dicho el religioso. Yo me limité a mirarlo sin decir palabra. Tenía ante mis ojos la imagen de Fidel Maíz cuando era joven, de rigurosa sotana negra. Nos habíamos conocido de niños, habíamos jugado juntos hasta el momento en que nos separamos; yo para casarme y él para hacerse cura. Se comentaba hasta los milagros que podría hacer cuando fuera obispo, cuando fuera santo. Hasta que dejó de hablarse de monseñor Fidel Maíz, ya ni padre Maíz sería, se convirtió en un hombre corvado en la estrecha celda cuya altura no le permitía ni ponerse de pie. Lo apresaron, para unos años más tarde, salir como Fiscal de Sangre.
** Como ex amigo simulaba no ver lo que estaba viendo, cuando conservaba mi terco orgullo de decir no. El cabo se había limitado a cumplir una orden y, cuando terminó la ceremonia, salió apresuradamente para dejarme con el padre Fidel Maíz. Te vas a condenar, hija mía, me dijo. No recuerdo haberle contestado o, quizás, contesté no, porque el sacerdote comenzó de nuevo el interrogatorio de rutina, mientras un escribiente con una pluma gastada garrapateaba notas en un pergamino viejo, tratando de escribir con letra chica porque el papel faltaba.
** Ese trabajoso chasquido de la pluma sobre el cuero raspado me parecía más penoso que el interrogatorio, más penoso que la ceremonia ridícula de imitar las pompas de un proceso fundado en la solemnidad de las Siete Partidas, más penoso que el cepo de Uruguayana que me estaba esperando.
** A fuerza de perder la esperanza, se me había quitado el miedo; era como si, de golpe, todo se presentara en su dimensión exacta. La miseria del escribiente mestizo, la sotana raída del padre Maíz. Veía una silla rota, una vela derramando sebo sobre la mesa, veía a dos hombre interrogándome. Y al soldado en la puerta, muerto de sueño, preguntándose para qué gastaban doble guardia con una mujer engrillada.
** ¿Qué podían temer de una mujer callada, agarrotada por correas de cuero? ¿Por qué les hago daño?

La Guardiana vuelve con un cubo de agua
y un tarro con lejía.

LA GUARDIANA
Aquí tiene el agua y un poco de lejía, para que lo use en lugar del jabón.
JULIANA
No podés conseguir aunque sea un pedacito de jabón.
LA GUARDIANA
Jabón ya no hay en ninguna parte, no se encuentra más.
JULIANA
Está bien, lo mismo sirve.

Juliana se lava, se limpia meticulosamente.
La Guardiana se aparta un tanto.

JULIANA
** La conspiración estaba en todas partes, menos en mí, que había pasado los primeros meses del 1868 recluida, como corresponde a una dama de alcurnia, frente a un ruinoso piano en mi antigua casa de Patiño Cué. Allí fueron a buscarme los soldados y un cabo negro, el que después me violó por orden superior. Me dijeron para averiguaciones y me llevaron a San Fernando.
** El padre Maíz me recibió vestido con su mejor estola, me explicó que se conspiraba y mencionó a mi esposo, el coronel Martínez, que había resistido a 40.000 soldados que machacaban con artillería de sitio ese fortín de adobe llamado Humaitá. Mi esposo resistió los asaltos aliados de la Argentina, el Uruguay y el Brasil, hasta que, sin bala y sin comida, decidió replegarse porque había cumplido plenamente la consigna de demorar al enemigo. Lo rodearon en Yverá, un estero donde los aliados capturaron apenas 800 hombres, persuadido por los capellanes, se rindió. Francisco López lo acusó de traición y decidió arrestarme. En cambio, los aliados le permitieron conservar su espada de comandante, en homenaje a su valor.
** Francisco López necesitaba encontrar un culpable de la derrota final. Quería que firme una declaración que decía desconocer a mi esposo, ahora prisionero de los argentinos, contaba conmigo, siempre fui protegida de los López y con la mediación del padre Maíz, amigo mío de infancia, para completar su infamia. No. No. Mi respuesta se apoyaba en el fondo de mí misma.
** Desde entonces los estiramientos en el cepo, los martillazos en los dedos, la violación eran cuestión de rutina. El padre Maíz participó hasta el día en que me amenazó con el fuego eterno por desobediencia. Le pregunté sinceramente si él creía en Dios. Y vi que tenía miedo, como tenían miedo todos los hombres que vinieron a interrogarme, diciéndome con sus ojos que no tenía sentido el valor.
LA GUARDIANA
Señora, es la hora, la están esperando.
JULIANA
Un minuto, ya termino, no tardo. (El aspecto de Juliana ha cambiado considerablemente, limpia, peinada, con sus andrajos arreglados, dentro de lo posible, con coquetería)
LA GUARDIANA
Tengo que llevarla ahora, es la orden.
JULIANA
** Finalmente Francisco López se cansó de mí, dejó de insistir, comprendió, por fin, y me dio un respiro. Una pequeña tregua para arreglarme antes de salir de aquí.
** Es una deuda de dignidad conmigo misma mostrarme despejada y limpia cuando me fusilen.

Avanza hacia el público con la frente alta, segura.
Le sigue la Guardiana lanza en mano.
FIN

Fuente: CENIZAS DESOLLADAS Y OTRAS PIEZAS. Autora: GLORIA MUÑOZ YEGROS, En la tapa: PAUL CABRERA y LOURDES GARCÍA. En CENIZAS DESOLLADAS, Foto de MIGUEL HOUDIN, Editorial Arandurã, Asunción-Paraguay. Agosto 2005, 172 pp.
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