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martes, 27 de abril de 2010

ALCIBIADES GONZÁLEZ DELVALLE - LA BUENA FE CON EL PÚBLICO (EN EL DÍA DEL PERIODÍSTA) / Fuente: SUPLEMENTO CULTURAL, ABC COLOR, domingo 25/04/10.

Ilustración: CALÓ 2007


LA BUENA FE CON EL PÚBLICO
(EN EL DÍA DEL PERIODÍSTA)
(Enlace a datos biográficos y obras
en la GALERÍA DE LETRAS del

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De vez en vez aparece alguien que culpa a la prensa de los males del país. os periodistas responden al unísono que sólo informan acerca de esos males. En la mayoría de los casos tienen razón.
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Pero el periodismo no suele ser enteramente inocente. Se entiende que así sea por tratarse de una empresa humana difícil de emprender con el corazón congelado. La famosa objetividad es para las cámaras fotográficas. Ni aun, con las nuevas tecnologías.
Los periodistas se entrenan, estudian, practican para informar de acuerdo con la realidad de los hechos. Pero en la percepción de esta realidad intervienen su sensibilidad, su cultura, hasta su humor del momento. Esa realidad que intenta transmitir con “objetividad” le causa indignación, simpatía, rechazo, indiferencia o cualquier otro sentimiento. Con tal estado de ánimo se sienta a escribir convencido —no siempre— de transmitir un hecho limpio de prejuicios. Si hay buena fe, el periodismo es inocente. No ignoramos que la buena fe podría causar daños irreparables. Los periodistas deben examinar con serenidad y humildad las acusaciones de que la prensa es responsable de muchas contrariedades. ¿Por qué no debe serlo? ¿Qué les hace pensar que las virtudes humanas y divinas están concentradas en el periodismo?
Nadie duda de la influencia de los medios de comunicación. Está suficientemente demostrado que se toman decisiones a partir de una campaña de prensa. Una información u opinión puede modificar ideas o comportamientos. Una presión fuerte convoca a la opinión pública en contra o a favor de algo o de alguien. Así fue y así será siempre. El uso que se hace de esta influencia marca la diferencia de un periodismo sano de otro que no lo es.
Recordemos que los propietarios de la prensa norteamericana fueron históricamente ricos, poderosos, excéntricos y políticamente influyentes. Hearst y Pulitzer, dos de las figuras que más han influido en la historia del periodismo, fueron acusados de ser los instigadores de la Guerra Hispano-americana, en Cuba, en 1898. Sus poderosos periódicos alentaban a las autoridades y a la opinión pública norteamericanas para intervenir en Cuba y desalojar a los españoles. No les movía la conciencia patriótica sino la de obtener mayores tiradas. Quien haya visto Ciudadano Kane, la celebrada película de Orson Welles, basada en la vida de Hearst, entenderá sobradamente de lo que es capaz la utilización desnaturalizada del periodismo. El magnate de la prensa, al verse retratado en el filme de un genio de 25 años, procuró por todos los medios destruirlo.
El 10 de diciembre de 1995 se reunió en Barcelona, España, el Tribunal Permanente de los Pueblos para juzgar los crímenes de guerra en la ex Yugoslavia. Las conclusiones fueron contundentes: la prensa local creó el caldo de cultivo para la guerra y ha servido de instrumento a los líderes políticos para fomentar el odio étnico y la intolerancia. Según el Tribunal, la prensa ha jugado un papel destacado en el genocidio cometido en Bosnia, y ya desde mucho antes de que estallara el conflicto promovió un clima favorable a la guerra, incitando al odio entre nacionalidades. Estas acusaciones fueron dirigidas tanto a los medios oficiales serbios como croatas.
¿Vamos a pedir objetividad, por caso, a los medios de prensa de Israel frente a los actos terroristas de los palestinos, o a éstos frente a las masacres ejecutadas por los enemigos? Las nacionalidades —como en la ex Yugoslavia o en cualquier otro lugar del planeta— influyen decididamente en la tarea periodística, como la religión y la política. Ni siquiera el deporte es ajeno a la pasión de la prensa.
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LA CLIENTELA COMÚN

En nuestro país, como en cualquier otro del universo, viene de antiguo el enfrentamiento entre políticos y periodistas. Esto es así porque ambos sectores tienen una clientela común, la opinión pública, a la que se quiere llegar, seducir, convencer. En una palabra, con la que se quiere estar siempre bien. En esta guerra —suele haber armisticios— los periodistas disponen de armas tan poderosas como la palabra y el medio para difundirla cuantas veces quieran.
Es sólo un débil gesto de autodefensa reaccionar contra la acusación de que el periodismo puede hacer daños. ¿Por qué no puede hacerlo de la misma forma que puede causar beneficios? No cabe desconocer sus efectos, buenos o malos. Ignorarlos sería negar la razón de ser de la prensa: influir en la población. Sería una ingenuidad pensar que todos los medios, todos los periodistas, diariamente, aciertan en todo. De ser así, no habría diversidad de opinión. Se tendría el mismo pensamiento acerca de todas las cosas. Sería monótono vivir en un país cuyos medios de comunicación —por infalibles— expresan los mismos puntos de vista sobre todas las cuestiones. Admitimos, entonces, que puede haber errores cuyos efectos podrían dañar a una persona o a una colectividad. Junto con los errores —asumimos que sean involuntarios— está el propósito de agredir, de injuriar, de pervertir. En estos casos, se acude a un procedimiento muy simple: distorsionar los hechos y crear un mundo de fantasía, el que parecerá real de tanto martillar sobre él.
El daño que causa la prensa proviene de la decisión desacertada de los periodistas que se involucran en los hechos que relatan. Quieren ser el pintor y el paisaje al mismo tiempo. El escritor y periodista español Juan Luis Cebrián en su Carta a un joven periodista dice: “Profesionalidad es, pues, la palabra clave. Profesionalidad frente a las presiones —sean de la propia empresa, del poder político o publicitario, o de la opinión reinante en la sociedad—. Profesionalidad ante los sectarismos que nacen de las propias manías de los redactores, de sus bilis particulares, de sus afrentas y ensoñaciones. Profesionalidad consiste en no dar noticias que no estén debidamente comprobadas, no ocultarlas por motivos ajenos al interés del lector o del televidente, no manipularlas en beneficio de nadie y no escatimar opiniones y análisis al respecto, por contradictorios que sean con el propio sentir o con la línea oficial de la empresa”.
Profesionalidad, entonces, es la clave para que nadie tenga ocasión de culpar a la prensa de causar daños.
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DE LA MISMA CULTURA

Los periodistas son —somos— el producto y el reflejo de la misma cultura. Donde mejor se refleja la identidad de un país es en su prensa. Como anda el país, está el periodismo. Por supuesto, hay una escala de competencia, de integridad, de propósitos. Escala que distingue a unos ciudadanos de otros, a unos profesionales de otros, incluso a unos periodistas de otros. Pero la prensa, en su conjunto, es lo que es el país. En Las ideologías en el periodismo, el periodista español Octavio Aguilera dice: “Los problemas de los medios de comunicación no pueden aislarse de los problemas generales de la sociedad de su tiempo. La prensa refleja la estructura y los valores de cada comunidad”.
Los servicios de la prensa son muchos y valiosos como muchos son sus abusos, los que no caben justificar en nombre de sus bondades. Es más, el ejercicio responsable de la libertad le obliga a no cometer abusos. Los errores que comete la prensa, los excesos a los que suele acudir, se originan en una de estas causas: impericia, desprolijidad, intención manifiesta, desidia, mal uso del poder de la palabra, y por encima de todo, la ausencia de ética. La buena fe con el público es el fundamento de todo periodismo digno.
24 de Abril de 2010
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Fuente: artículo publicado en el SUPLEMENTO CULTURAL del diario ABC COLOR del día domingo, 25 de abril de 2010.

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