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lunes, 5 de abril de 2010

LUCY MENDONÇA DE SPINZI - DESENCUENTRO y PARTE MILITAR / Fuente: NARRATIVA PARAGUAYA DE AYER Y DE HOY TOMO II (M-Z) de TERESA MÉNDEZ-FAITH


CUENTOS de
LUCY MENDONÇA DE SPINZI
(Enlace a datos biográficos y obras
En la GALERÍA DE LETRAS del
www.portalguarani.com )
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DESENCUENTRO
Sus miradas se entrecruzaron fugazmente y quedaron enlazadas danzando un instante en el éter. Risas, comentarios y parloteos fueron suspendidos y no hubo más que ellos dos en el mundo. El minúsculo lapso tuvo gravitación de eternidad. Luego retornó el ruido, retornaron las chanzas y las carcajadas y los guiños maliciosos y la Coca Cola y las Pilsen y Baviera.
El se sintió confuso y echó una mirada circular para cerciorarse de que nadie había visto el compás de ausencia en el decurso del tiempo. Se apresuró en ingresar en la corriente social de los comentarios con una frase cualquiera. Nadie se había percatado. ¿Y ella? ¿Sospecharía ella lo que él soñó esa noche?
Allí estaba él, sonriendo, bebiendo, salpicando de monosílabos el parloteo intrascendente del grupo, pero sus sensaciones y emociones estaban impregnadas de sus vivencias nocturnales. Habían estado juntos, sumergidos el uno en el otro, flotando en un espacio intemporal, penetrados de la música de las estrellas. El perfume de ella, su mirada ambarina, su gesto lánguido, su cuerpo de lirio, le habían pertenecido íntegramente una noche entera. Esa embriaguez le perturbaba aún ahora, en ese atardecer en el club, bajo los árboles, junto a los amigos...
Una risa general lo sobresaltó. Alguien había dicho algo gracioso. Río sin ganas y sin porqué. La miró. Ella sonreía como ausente con los ojos vueltos al vacío. Era demasiado bella para él. Pensó en sí mismo. Bajo, esmirriado, moreno, los ojos saltones y miopes y la boca demasiado carnosa. No, ella jamás se fijaría en él. Tuvo vergüenza de sus vivencias oníricas y se alegró de que nadie pudiera leerle el pensamiento.
-Bajá de Urano, che -dijo alguien, pasándole un vaso de cerveza-. Soñar no está de moda...
La bulla lo turbió y bebió sin ganas. La miró de reojo queriendo saber si ella también se burlaría. Nada en sus gestos revelaba que se percatara de su presencia. Seguía sonriendo con aire displicente. El se sintió aliviado cuando el grupo lo olvidó y volvió a regodearse en sus sensaciones nocturnas. Era muy grato hacerlo cerca de ella, que jamás sabría que había estado tan íntimamente unida a él esa noche de delicias. La observó disimuladamente y ella le respondió la mirada con indiferencia. Al menos eso creyó él, y se apresuró en retirar sus ojos de los de ella.
Y ella pensó que nada en la actitud de él mostraba el menor interés por su persona. Sin embargo... El nunca sabría que lo había soñado intensamente esa noche. Que en libertad total lo había contemplado sin pudor ni inhibiciones; que lo había tenido consigo solamente para ella, sin entorno que estorbase el gozo de la intimidad plena. Su frente serena, sus extraños ojos intensos bajo las cejas juntas, el labio inferior sensual y voluntarioso, su piel morena y sus manos sensitivas de artista, todo le había pertenecido por una noche. Ella bebió de su ser como el peregrino que de pronto encuentra una corriente secreta entre frondas íntimas. Miró en derredor y lo comparó con los demás. Eran burdos, agresivos e incapaces de la menor sutileza. El era único. Sólo acudía al club para estar cerca suyo. Nadie sabría jamás que esa noche él le perteneció íntegramente. Una voz penetró en su microcosmos, como lejana y persistente. Era Marta, su amiga de infancia:
-Te noto rara. ¿Estás con el mes?
-No. Todavía no- y rió sin ganas para conjurar el peligro-. Solamente me duele la cabeza. Creo que estoy por engriparme.
-Hay una peste. Mamá está en cama -dijo Marta y la olvidó. Ella lo miró a hurtadillas. El hablaba con alguien. Lo envolvió de cabeza a pies en un instante y la experiencia de la noche cobró un arrollador y mágico esplendor. El no la observaba en absoluto. Parecía como que jamás se percatase de su presencia. Sintió un amargo regocijo por el poder de posesión que tienen los sueños, que no se atan ni frenan a ningún imposible. En alguna forma él le pertenecía. Nadie lo sabría jamás y nadie lo podría evitar. Aunque él no la mirara era parte suya. ¿Y por qué habría de percatarse de su presencia? El, tan hermoso, tan absolutamente perfecto, ¿cómo podría fijarse en una joven desvaída como ella? Tan sin gracia, tan sin nada especial que mereciera la atención de él, joven brillante y artista?
-¿Sabías que se va? -escuchó como lejana la voz de Marta.
-¿Que se va quién? -interrogó confusa ella.
-Quién habría de ser. Nuestro poeta, pues. ¿No lo sabías?
-No lo sabía -respondió en un hilo de voz.
-Lástima que no lo trataste íntimamente. Es un gran tipo. Te perdiste. Va a EE.UU. con una beca. Esta clase de gente generalmente no regresa. Es una lástima. ¿No te parece?
-Sí. Es una lástima -dijo con voz débil.
En ese instante sintió el brazo de Luis sobre sus hombros como una gran carga. La estrechó y le dijo al oído:
-Es hora de volver a casa. Tengo que estudiar. Mañana estoy de exámenes.
Ella dijo:
-Sí, claro. Vamos.
-Pero antes tenemos que despedirnos del viajero. Dudo que lo volvamos a ser. Se va del grupo. Y ahora está con lo del pasaporte y todo lo demás, estará muy atareado.
El rito de la despedida pasó por ella como una ráfaga, que le dejara nada más que un perfume penetrante.
-Suerte -dijo él. -Suerte -dijo ella.
El universo se detuvo. Por un instante estuvieron uno en brazos del otro, estrechamente unidos mientras pensaban con agridulce regocijo:
"Ella nunca sabrá".
"El nunca sabrá".
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De: Tierra Mansa y otros cuentos
(Asunción: Criterio - Ediciones, 1987)
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PARTE MILITAR
Enjugará Dios toda lágrima de los ojos
de ellos; y ya no habrá muerte, ni habrá
más llanto, ni clamor, ni dolor; porque
las primeras cosas pasaron.
Apocalipsis 21:4

"Alto Chaco, Paraguay, 3 de noviembre de 19...
"Fortín Yaguareté.
"Al Coronel Aníbal González, por orden de mi Superior Teniente 1° Eugenio Alcaraz:
"En la tarde del día de ayer, siendo las 14:10 hs., salí del Fortín Yaguareté al frente de un pelotón de diez hombres, rumbo noreste hacia...". La mano del Sargento Alborno quedó en alto sosteniendo el bolígrafo. Su mirada se clavó en la lejanía enmarcada en la ventana del cuartel. Los gruesos labios musitaron:
-ltaby acué Juancito.,.!
Escuchaba los golpes de la pala abriendo la tierra con monótomo compás. El viento del porté, caliente y amodorrante, levantó en ráfaga violenta un torbellino de fino polvo que entró por la ventana haciendo aletear los papeles y le refrescó momentáneamente la frente perlada de sudor. El calor era aplastante. Continuó:
"... el Fortín Loma Peró. A los cinco kilómetros de marcha nos dividimos en cuatro grupos, tres de tres y uno de dos, con la consigna de disparar un tiro de fusil si localizábamos a Juan Vernal, para avisarnos. Recorrimos el campo una media hora hasta que sonó un disparo desde el monte cercano".
Los hombres habían gritado repetidos ipipuuu! que rodaron entre los bosquecillos espinosos y ralos de la planicie ardiente, para orientarse. Al rato fueron llegando uno tras otro en apresurado tropel los conscriptos. La enano le tembló ligeramente al Sargento que siguió escribiendo: "Lo encontramos en un claro de algarrobos".
Los golpes de la pala abriendo heridas a la tierra reseca retumbaban en las vísceras del Sargento Alborno con algo parecido a la misericordia. Sus manos toscas descansaron sobre la hoja de papel mientras los ojillos negros refulgieron bajo pesados párpados, fijándose en la inhóspita planicie. Recordó:
"Ep... ! ! Juancito... No vayas a ser tonto" -le repetía cuando lo veía cargando su fusil en bandolera, día y noche, de acá para allá, agachado, barriendo el patio del cuartel con un manojo de yuyos, limpiando las letrinas, aseando los chiqueros, arreglando las caballerizas, con su eterno fusil descargado, como pegado a las espaldas, hasta cuando dormía en el jergón.
El sargento Alborno meneó la cabeza y musitó:
-Itaby acué Juancito...!
Y Juancito no decía nada, solamente sonreía con su eterna sonrisa tristona, hasta cuando los conscriptos le gritaban a cada paso: "Nde, Juancito tarobá...!".
El Sargento meneó la cabeza y razonó: "Nunca entendí qué mosca le picó". Siguió escribiendo después de hacer chasquear la lengua. "Estaba muerto. Eran las 17 hs. y 25 minutos según mi reloj!". Se rascó la cabeza con energía con ambas manos.
"Debe ser el maldito polvo" -pensó- . "Penetra hasta el alma". Las ráfagas de viento caliente fatigaban la conciencia y embotaban el entendimiento. El ventarrón es constante en la inmensa planicie.
"No sé qué me está pasando", meditó el Sargento.
Se recostó contra el respaldo, perdida la mirada en la llanura polvorienta y en los cactus dibujados contra el cielo amarillo de sol, con trazos nítidos. Volvió a recordar...
Los cuervos habían volado con torpeza, la panza llena, aleteando fuertemente en el silencio del bosque ralo con ruido de mil aplausos desmañados. El menudo cuerpo del conscripto Juan Vernal (Juancito Tarobá), estaba tendido con la boca abierta como en un grito coagulado, las ropas desgarradas a picotazos, el vientre al aire, con las vísceras revueltas en sangriento desorden, las moscas zumbando enloquecidas y las cuencas vacías pareciendo absorber el firmamento.
El Sargento Alborno meneó la cabeza y murmuró:
-Itaby acué Juancito...
Una madrugada, en la cocina, mientras Juancito le cebaba el mate, hablaron mucho.
Al principio no quería decir nada, pero los meses de encierro le habían aflojado un poco la lengua. El Sargento le había preguntado porqué se empecinaba y él respondió que no se empecinaba.
"Si vos querés, podés arreglar tu situación de golpe" -había aconsejado el Sargento. Era un oscuro amanecer y los gallos cantaban somnolientos. Creyó al principio que Juancito no lo había escuchado porque no contestó. Repitió la afirmación.
Entonces Juancito habló. Como de otro mundo, en un idioma extraño que hasta ahora no entendía muy bien, no que fuera en realidad otro idioma porque hablaba castellano, sino la forma rara, como ausente de decir las cosas. Habló de su Dios que tenía un nombre que el Sargento no podía recordar, que era celoso y exigente y que miraba desde arriba lo que pacen los hombres. Le dijo que todos somos pecadores y que nos queremos reconocer porque el demonio nos tiene agarrados y no tenemos otro camino que reconocer nuestras culpas.
Él le había interrumpido, riendo, para asegurarle que no se sentía culpable de nada, al contrario, que cumplía con su deber, que no robaba, no mataba si no era necesario, no violaba a ninguna mujer sino que ganaba su simpatía a fuerza de regalos y serenatas, que cuidaba a su madrecita que vivía en su pueblo con sus hermanas y que...
Juancito le había interrumpido y le había asegurado que todo eso lo hace cualquiera, pero lo que su Dios quería era que averiguáramos su voluntad en ese libro negro que leía escondido y que ahora ya no podía leer más porque el Teniente 1º Eugenio Alcaraz había mandado quemar cuando otro conscripto le había delatado.
"¡La pucha que es exigente tu Dios!" -había comentado el Sargento- "¿Pero qué clase, pió es él?".
Juancito le contó que había venido personalmente para salvar a los hombres y que ellos no le reconocían y que lo único que exigía era que la gente no se odie, ni se perjudiquen entre ellos, ni hagan ningún mal.
"Pero si es tan bueno, ¿por qué te hace hacer todo lo que no te conviene?", le había preguntado el Sargento.
Y Juancito le había dicho que él no se perjudicaba, sino al contrario, se estaba preparando para ir a su presencia y allí solamente sería feliz del todo y no tendría más problemas.
"Pero la Virgen, madre de Dios, no me pediría que anduviera como vos y que toda la gente se burlara de mí y en el cuartel me hicieran llevar todo el día el fusil descargado encima" -había respondido el Sargento-. "¿Tu Dios, pió, no te tiene lástima?" -había insistido.
El conscripto le aseguró que los que merecen lástima no son los que sufren en la tierra, sino los que desobedecen a su Dios.
También le había contado que el hijo de Dios, Jesucristo, había sufrido mucho por nuestra culpa y que nosotros también teníamos que sufrir para no renegar de él, y entonces el Sargento había asegurado que él sí que era cristiano, como todos en el cuartel, porque no hacían macanas, ni andaban buscando castigos sin necesidad, y Juancito le contestó que los verdaderos cristianos son los que cumplen la voluntad del Dios de nombre raro.
El Sargento nunca había entendido por qué Juancito le quería tanto a ese Dios tan enojado y difícil de entender.
También le había dicho que así como todos se esforzaban en agradar a su superior en el cuartel, había que hacer con su Dios y con mayor razón, porque nos quiere de verdad, no como los superiores que solamente se preocupan del cuerpo y no del alma.
El Sargento meneó confundido la cabeza, suspiró profundamente y decidió que tenía que terminar el parte y que si seguía entreteniéndose lo iban a castigar. Antes de retomar el bolígrafo se rascó la cabeza y pensó que los superiores no tenían por qué tener ningún cariño a los soldados, sino solamente cuidar la disciplina.
Trató de imaginar cómo sería cumplir órdenes de un superior que le tuviera cariño a uno. No lo pudo conseguir y desconcertado siguió con el parte:
"Envolvimos el cadáver con una lona y lo trajimos al cuartel. Ahora se está cavando la fosa para enterrarlo en el patio, cerca de los chiqueros. El cuerpo está depositado en la enfermería.
"Causa presumible de la muerte: SED.
"El Conscripto Juan Vernal, procedente de la Capital estaba cumpliendo un castigo de dos años en el Fortín por negarse a portar armas y había desertado el 30 de octubre del cte. año.
"Lo enterraremos sin cruz como ejemplo a la tropa, de que un soldado que se niega a cumplir con su deber no es cristiano.
"Firmado: Sargento Atanasio Alborno".
Una gota cayó sobre la firma. Quedó borroneada.
De: Tierra Mansa Y otros cuentos
(Asunción: Criterio - Ediciones, 1987)
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Fuente: NARRATIVA PARAGUAYA DE AYER Y DE HOY TOMO II (M-Z) Autora: TERESA MÉNDEZ-FAITH Intercontinental Editora, Asunción-Paraguay 1999. De la página 441 a la 847. Ilustraciones: CATITA ZELAYA EL-MASRI
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