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martes, 13 de abril de 2010

MONCHO AZUAGA - CURUZU ANGELITO, YASY RENDAGUE, RUDECINDO CASO CUE / Fuente: NARRATIVA PARAGUAYA (1980 - 1990)


CUENTO de
MONCHO AZUAGA
(Enlace a datos biográficos y obras
En la GALERÍA DE LETRAS del
www.portalguarani.com )
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CURUZU ANGELITO, YASY RENDAGUE, RUDECINDO CASO CUE
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Cuando Rudecindo Benítez se murió, las hormigas no dejaron de hurgar en su cajón. Tabla simple llena de estrellas negras parecía. La casualidad o el destino, que es lo mismo, quiso que la misma noche de su muerte estuviera en el bolicho Gaseando sobre Curuzú Angelito. ¡Sí, señor! ¡Yo mismo vi cómo los aparecidos en el tapeté no eran sino una partida de buey tuyá esparcido por allí! No, señor, de ninguna manera, yo vi cómo aparecían y se transformaban en fuego, en humo. Son formas que escapan al entendimiento humano, son formas que tomaba el llanto lastimero de aquel pequeño a quien le había abandonado su madre y que por tener la boca aún llena de galleta cu’i las hormigas le llevaron pedazo a pedazo hasta el agujero negro. Yo co no creo nomás en esas cosas, che. La lengua se incendiaba y brillaban los ojos en el vaso de caña que corría de mano en mano. Güeno, chamigo, Rudecindo iyapú demaitereima, pero vamo a escuchar, calláte na. Ekiririmina, lepiju yasy rendagüe decía la gente. Era un pozo tan profundo que si uno al pasar por allí, tiraba, digo una piedra, recién después de media hora, es decir, casi a una legua de allí, se escuchaba el ruido. Así se dice, si no quiere creer no cree, y listo. Aunque algunos decían y especialmente lo de Ajos que, cuando todavía el pueblo no estaba y los osos hormigueros, asegún me comentó un viejo que vivió por allí, buscaban el sol de las mañanas y los tacurúes más grandes, para comer y rezar, allí había bajado el gran padre, o sea ñande ru vusu, y muriéndose en un fuego blanco -tata morotí de la mujer tierra- cuña yvy había engendrado el primer hombre. Que después de poseerla y sintiéndose próximo a morir se volcó boca abajo y su sexo, aún erecto, se había clavado en la tierra, dejando el pozo, por donde ñande ru vusu volvería a juntarse con la mujer y con una de las cosas creadas por él, la Tierra. Pero, yo Rudecindo, no creo en esas cosas, porque hay lo que es misterio y lo que no es.
Rudecindo bebió muy despacio su caña. Paladeó, quitó un pedazo de tabaco negro y armó un oloroso naco. Rudecindo no creía casi en nada de esas cosas que contaban los pa’i cuera. Y él sabía que ese caso venía de los pa’i canadiense. Y decía y lo estaba repitiendo esa noche a los cocheseros de la compañía que ese pozo no era sino una burla más del régimen, que él cuando era mita’i escuchó que su padre decía que el agujero había sido cavado especialmente por orden de Celestino Gutiérrez, Toro Chivú, caudillo de la región; es decir, dueño de almas y tierras, para castigar a los que osaran poner en dudas su autoridad negándole su esposa o su hija o su hermana, por ejemplo, o de los peones que se querían escapar del establecimiento. Cuatreros sinvergüenzo, que se quiere irse sin pagar su cuenta, decía, cuando sus capangas arrastrando al infeliz le llevaban hasta el tacurú guazú, ysaú cuara, lleno el cuerpo de miel y sangre, a rebencazos. Y así el muerto, ya sin ropa de carne flaca, a la media hora de morir, empezaba a llamar con voz de viento a los grandes yurumí -eso sí creía Rudecindo- para que le quitaran la muerte que a pedacitos le traían las hormigas. Y que aunque eso era antes, porque después subió en el Gobierno el coronel ese que era tan chusco, que tenía un circo, y ese le confiscó la hacienda a don Celestino, por contrera; y más que eso, porque parecía -asegún se dijo- que estaba armando una conspiración, y que Toro Chivú iba a encargarse de tomar Paraguarí y llegar hasta la misma capital, paraguay peve, con sus hombres y novillo y que amenaza entrar en el Palacio con caballo y todo y que allí se necesitaba un macho y no esa partida de pa’i cuña, señorito, monja parece, que estaba allí y que Toro tenía que ser el que tenía que sentarse en el sillón guazú.
Rudecindo escupió, y limpiándose los labios, pidió más caña.
Pero que ese asunto de la criatura no era, entonces, sino una realidad que había pasado como consecuencia del hambre que trajo la sequía. Y todo porque vinieron unos gringos; con permiso especial ndaye, para desviar el cauce de agua del arroyo Cha’i, y que el mita’i que apareció muerto no era sino el hijo abortado de la hija de uno de los bringos que se había entendido con uno de su capanga que tenía, y que la señorita se gustó y en uno de sus paseos se armó la cuestión, y que después se le encerró en esa pieza del estable-si-miento, pero que esa era nomás, parece, pura historia de mujeres, porque nunca se pudo saber si quién pa estaba encerrada en esa pieza del fondo. Algunos co creían que de esos tipos que se meten con la gente para saber qué piensa y para quejarse si uno se queja y después hablar mal contra los patrones. Dicen, también asegún ña Vitó- que ese individuo había sido estudiante en la capital, y que ya tenía luego problemas y que, como les digo, se había ido al extranjero y después vino especialmente enseñado para el asunto que tenía que hacer para que los mita’i cuera no le respetasen más a sus papás, o sea para ser rebelde y quebrantarle y no hacerle más caso, y que era por eso que le tenían encerrado en esa pieza y que por un agujerito le pasaban carne cruda y agua bendita porque tenía que alimentarle al demonio y al santo que se peleaban por su corazón.
Rudecindo esa noche hablaba y hablaba. Y era él tres y muchas personas más en su boca. La trinidad para tu boca, che pa’i. En sus ojos el farol del almacén se repetía y en cada historia una luciérnaga diferente encendía sus pupilas. Mariposas de luz bailaban en sus labios y era la caña, la blanca caña, sangre aguada de viejas historias. Destino de contacuentos y hablar y ser muchos, y decir lo que se piensa, lo que se calla, lo que lleva adentro la gente como un cuati enfermo, y ser muchos, todos. Su rostro no era el rostro de Rudecindo, sino todos los rostros, todas las caras -que se ocultaron en el tiempo.
Curuzú Angelito, yasy rendagüe. Allí cavó mi padre el pozo que había empezado el padre de su padre. Indio feo asustado por lo pa’i de las reducciones, por el gringo que encontró plata yvyguy y se fue a su país, tierra abierta por los osos hormigueros y la luna y el gran padre, que eran agüerías los lamentos, porque él habló con la cruz y sabía, no porque le habían contado, sino porque el niño con voz de luna le había llamado en sueños, porque él entendía el idioma del yurumí, que a él le habían salvado de morir en el tacurú, lleno de miel y rebencazos y espuelas clavadas como estrellas en su espalda, que desnudo le colocaron y atado con alambres nada les hicieron los ysaú porque él habló como los osos hormigueros y las hormigas se quedaron lejos y de rabia se comían entre ellas y que la misma luna había bajado para desatarle con la única condición de hacerle un compuesto y que él no pudo cantar porque le habían prohibido decir su yasy morotí, y que después de todo eso había pasado hace mucho tiempo, y que él repetía nomás para que la gente se recuerde y se deje de jorobar con agüerías por allí con Curuzú Angelito, yasy rendagüe, puro bola era todo eso que por allí no se podía pasar. La verdad, la única verdad era que ese era un lugar cercado por soldados, porque allí le llevaban a todos los contreras de la capital y que los lamentos que se escuchaban no eran porque uno tenía algún pecado, sino que allí había como trescientos y setenta veces siete, tipos más o menos encerrados y castigados y que cuando llegaba a los seiscientos sesenta y seis iban a ser liberados por los pa’i, esto es lo que no se cree tampoco en Villarrica; pero que todo se había inventado para que nadie se acerque al lugar. El pueblo le estaba escuchando a Rudecindo. Todos habían llegado al bolicho, así como estaban nomás salieron de su casa porque hasta el rancho más lejano llegaba la voz de Rudecindo que estaba caceando en el bolicho y al agüelo Tu’i que es sordo se le apareció angelito y le trajo de la mano y no sabe cómo llegó hasta allí, porque es ciego también, pero de un lado. Rudecindo, hablaba y hablaba, vaso en mano y caña en la sangre, aguardiente alcanforado. Acaso cuando Maximino desapareció del pueblo, su hija, esa que le salió impedida de su cabeza no trajo en su mano su zapato con el dedo gordo y todo adentro. Bueno, se acuerdan de eso, y que también cuando aquel maestro de escuela nuevo vino y empezó a decirle a los mita’i en la escuela que todo eso era fantasía de la gente para explicar, no lo que sabían, sino lo que sabían muy bien, y que no querían decir, no se animaban, que él les iba a llevar a pasar la noche de San Juan junto al agujero para que se den cuenta que nada había y que después de que Gabino, el hijo del pa’i viejo, aunque nadie decía eso, pero que también todos sabían, le contó a su mamá, y ella le denunció en la alcaldía, y que después no se supo más del maestro, es decir no se quiso saber más nada. Lo que sí, desde esa vez se escucha todos los veintitrés de junio que el maestro desde el pozo está sumando y sumando y si por casualidad o por destino -que es lo mismo- está por llover, amenazo ramo, también se escucha a los mita’i cuera repitiendo, repitiendo lo que aprendieron y se olvidaron la gente del pueblo, y repiten y se olvidan y repiten para no olvidarse nunca más, pero se olvidan para estar repitiendo siempre, y no hay que entonces pasar por yasy rendagüe, y no hay que pasar por Curuzú Angelito y que no hay que contar más este caso y no hay que nunca decir ese nombre por la noche, porque aunque otro te diga vas a sentir un piri y listo ma, ya está. Pero, que a pesar de estar todo el pueblo con piri, él, Rudecindo, sabía muy bien que esas huellas de camión que se ven cerca de allí son las tropas de remuda que se va a cuidar a los presos, y que... Rudecindo bebía luciérnagas desde la botella de Parapití. El pueblo ya se fue todito a dormir y el almacén no era sino una vela encendida frente a una cruz, frente un pozo. Rudecindo se rió apenas y meó sobre un tacurú. Empezó a llover. El olor a tierra mojada se pegó al viento.
Y Rudecindo, solo alma en la noche, seguía Gaseando, oso y luna y cuchillos sangrando el amenazo. Mita’i revoltoso llorando en los trapos de la cruz. Para que te calles, Rudecindo, apaga la vela de Curuzú Angelito. Rudecindo ñe’e rei, para que aprendan, total es un contrera ca’u rapó. Más ca’u que contrera, y escarmiento está haciendo falta, che ra’y. Curuzú Angelito. Yasy rendagüe. Rudecindo habla y se le escucha a él por la madrugada cuando la luna aparece en el taperé. También los yurumí hablan entre ellos y le cuenta al mita’i que está creciendo cómo se hizo aquel pozo de la cruz, fue dicen que había un hombre que contaba cuentos en un bolicho del pueblo, allí mismo estaba, antes; allí mismo donde estaban encendidas las velas, él contó esa historia que se la pasó nomás por la cabeza, así una noche, aperitando, y el pueblo se enteró por accidente, cuando vos te moriste, mita’i, cuando te comieron las hormigas y llevaron algunos de tus pedazos por ahí, allí vieron, en tu velorio, a Rudecindo cavando este pozo para enterrar los huesos de los cocheseros que se habían muerto llenos de miel y de sangre, pero mita’i, no se le muestra a cualquiera. Tenés que tener algo que no podés contar, algún secreto guardado para ver todo, para verle también al maestro con todo su ra’y cuera repitiendo los años que faltan para que otra vez baje la luna en este lugar y cuando llegue esa época todo va a empezar de nuevo y va a ser mejor.
Mita’i llorón, Curuzú malevo hay que bendecirte seguramente para que se acabe este mal de Dios.
Los yurumí se comen las hormigas, Rudecindo, porque es su castigo que ya te vas a enterar cuando quieras que te recen y salgas por el taperé a rogarle a la gente por una misa. Yo sé lo que te digo y con estas cosas no se juega, mi hijo. No hay que andar inventando cosas por allí, porque a veces eso que uno piensa, eso que a uno le pasa por la cabeza, sucede, igualito que si habla con el espejo, te va a contestar. Y esa criatura que su mamá le dejó allí en Yasy rendagüe era por eso, porque no podía ver su figura en el espejo y lloraba, hasta que le tuvo que tirar y le comieron anga todas las hormigas. Pero tampoco hizo bien esa mujer porque a los inocentes no se le juega nunca, por eso anda ahora toda descuajeringada buscándole a su hijo por todos los pueblos y tiene un espejito donde escucha a su hijo llorando, pero ese es otro caso, mi hijo. Lo que sí Rudecindo Benítez se murió solo, de yapu y ca’u que era y que le quería ganar a todos con su mentira partida. De yapu se murió Rudecindo, ese es el caso, lleno de hormiga.
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*** .
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Y Rudecindo se murió solo aquella noche de contacuentos sin acabarse. Murió de borracho y mentiroso.
Se dice que nadie habló de las heridas que en su espalda eran como luceros apagados, negros, profundos.
Se dice que las viejas del pueblo rezaron en cuerpo presente y que todo fue como siempre, que en el patio los arrieros bebían caña y fumaban gruesos cigarros para ahuyentar a la muerte. Se dice que nadie supo el lugar exacto donde lo encontraron, desangrándose.
Se dice que muerto en Yasy rendagüe por los del otro partido vino caminando hasta el almacén y que muerto así como estaba se emborrachó para contar este caso.
Se dice que antes de enterrarle se había muerto otra vez cuando aparecieron las hormigas y le llenaron la nariz, la boca apretada por el pañuelo de su partido, las manos.
Se dice que su familia, una niña de siete años, le tapó con su poncho para que la gente no viera cómo le comían las hormigas.
Se dice que ella misma le tapó los oídos para que no oyera su caso que ya estaba otra vez contado, se decía.
De muerte natural se murió Rudecindo, cuando borracho gritaba, cerca, muy cerca de Yasy rendagüe, Curuzú Angelito
Autores: MARIA ELENA VILLAGRA y
GUIDO RODRIGUEZ ALCALA.
EDITORIAL DON BOSCO,
PEN CLUB DEL PARAGUAY.
Asunción – Paraguay, 1992 (150 páginas).
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