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lunes, 5 de abril de 2010

LUCY MENDONÇA DE SPINZI - TIERRA MANSA Y OTROS CUENTOS - Prólogo HUGO RODRÍGUEZ-ALCALÁ / Edición digital: BIBLIOTECA VIRTUAL MIGUEL DE CERVANTES

TIERRA MANSA Y OTROS CUENTOS
Autora: LUCY MENDONÇA DE SPINZI
(Enlace a datos biográficos y obras
En la GALERÍA DE LETRAS del
www.portalguarani.com )
Edición digital: Alicante :
Biblioteca Virtual Miguel de Cervantes, 2002
N. sobre edición original:
Edición digital basada en la de
Asunción (Paraguay), Criterio, [1987].

PRÓLOGO
Los géneros literarios que cultiva Lucy Mendonça de Spinzi (Asunción, 1932) son dos: el teatro y la ficción narrativa breve. Su pieza teatral Los desarraigados obtuvo el primer premio de Radio Charitas en 1965 y fue estrenada con éxito al año siguiente en el Teatro Municipal de Asunción. Siete años después, en 1972, su obra Bazar para cuatro actores y un fantasma ganó otro galardón de la misma emisora y, en 1986, su Cuarto mandamiento fue también premiado en el concurso de Arlequín Teatro.
Sus cuentos, por otra parte, le han merecido distinciones en dos concursos: «Tendrán que aguantarme» (1985) y «Tierra mansa» (1986).
Hija de político opositor, Lucy tuvo una larga experiencia del destierro en la Argentina y hasta llegó a ejercer el periodismo político en un diario llamado La Tribuna Liberal. Le fue dado conocer la dramática vida de exiliados paraguayos en Formosa, ciudad en que hizo sus estudios primarios y secundarios y donde se le reveló su fuerte vocación artística. Casada con un actor teatral don Ángel María Spinzi, en 1953, adquirió ella, como actriz, un conocimiento vivido, digamos, del teatro y merced a ello pudo infundir a las piezas de su propia autoría una calidad estética especialmente valiosa.
Durante varios años la escritora acompañó a su esposo en giras por las zonas ganaderas del Chaco, tanto en el norte, a la altura de Concepción como en el sur, en la divisoria fronteriza con la Argentina. De aquí su conocimiento de múltiples formas de vida no sólo en las ciudades en que residió sino en las comarcas en que ejerció su aguda observación de tipos y costumbres.
Gran lectora desde la niñez, ha viajado siempre con un equipaje estivado de libros de diversos géneros literarios, alerta la mirada escrutadora para captar el sentido de cuanto se ofrecía a su curiosidad intelectual y a su apreciación estética.
Tras una prolongada etapa de experiencias vitales en giras de teatro primero, por ciudades del Paraguay y la Argentina y luego de viajes de negocios ganaderos con su marido, Lucy Spinzi se establece en Areguá el año 1971. No olvidemos que Areguá es algo así como el Macondo de nuestro Gabriel Casaccia, porque es de esperarse que también lo sea de nuestra escritora. Y, en efecto, el escenario de muchas de sus ficciones presentes (y futuras) es Areguá. Pero no sólo esto. Areguá, como se sabe, es un centro importante de actividad cerámica y lo es en gran parte gracias a la labor de esta mujer de excepcional energía e inagotable inspiración artística.
***
El lector hallará en esta colección de cuentos una rica variedad de temas desarrollados con una técnica y un estilo de altas calidades estéticas. A veces el tema es de un populismo trágico como en el terrible relato que titula «Tranqui», o en el no menos trágico y de ambiente sórdido como «Bonifacia»; otras el asunto es de refinado intelectualismo como era «Cavilaciones» o de espiritualidad delicada como en «Desencuentro».
Lucy Spinzi exhibe una notable versatilidad en el sentido inglés de esta palabra y una no menos notable prolificidad. En el Taller Cuento Breve donde ella se destaca por su talento, por su modestia y su sosegada cortesía, no hay nunca sugestión o asunto que se plantee como posible materia de narrativa que ella no convierta ingeniosamente en ficción y someta al taller en la próxima reunión de los días martes. Sirvan de ejemplo -para dar solamente dos- una glosa a un cuento de Cortázar, «No resistas, cariño», y otra, a uno de Borges, «No te quedes, Juliana».
Aunque Lucy Spinzi se inscribió en el Taller Cuento Breve cuando ya era ella una escritora varias veces galardonada y de rica labor artística, se ganó enseguida la admiración de todos no, claro está, por su talento entonces consagrado sino por una virtud aludida más arriba (y nada común) que es la modestia. Siempre está ella dispuesta a aceptar con gratitud y de muy buena gana observaciones sobre sus escritos y no tiene ningún vano escrúpulo en cambiar aquí una palabra o allá la estructura de una frase.
Sin duda Lucy, tiene más que enseñar que aprender, pero ella sabe muy bien, precisamente merced a sus mismas dotes artísticas superiores, que un texto por bueno que sea puede mejorar un tanto cuando lo comentan concienzudamente quienes no son ya profanos en materia de estimativa literaria
Por su inventiva, por su dominio de la técnica narrativa y por la calidad de su estilo, Lucy Mendonça de Spinzi ocupa hoy un lugar de Honor entre los escritores mejor dotados del país.
HUGO RODRÍGUEZ-ALCALÁ

NOTA PRELIMINAR
Ofrezco al lector estos ensayos narrativos de una vocación siempre pospuesta por circunstancias fortuitas, y que hoy intenta aflorar mediante el concurso, también fortuito, de personas y acontecimientos. Es así como en el taller Cuento Breve, que dirige el doctor Hugo Rodríguez Alcalá, he sido inducida con temas que dieron origen a los cuentos siguientes: «La Trampa del Maestro Piero»; «Bonifacia», y otros.
Conversando con familiares también he encontrado interés para lo mismo como en los cuentos «Consuelo de las Luces» y «El Trato» que me fueron sugeridos por mi yerno Scott Mac Donald Frame; «Tendrán que aguantarme» y «Fórmula Secreta» por otros miembros de mi hogar.
En cuanto a «No resistas, cariño»; «No te quedes, Juliana» y «Cerca del Pozo», han sido trabajos de taller glosando «El Río» de Julio Cortázar; «La Intrusa» de Jorge Luis Borges; «La Puerta condenada» también de Julio Cortázar.
Mi gratitud a quienes menciono y también a quienes omito, porque hacen posibles estos mis intentos literarios, que son una amable motivación en mis tiempos otoñales.
L. M. S.
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LA TRAMPA DEL MAESTRO PIERO
La estentórea voz de tenor del maestro herrero, Piero, quedó vibrando en el aire...
Roque hacía girar la manivela de la fragua y estaba ausente. Su mente se deslizaba en el piso de arriba de la herrería, ingrávida y feliz. Su cuerpo estaba ahí, abajo, moviéndose rítmicamente, pero sus oídos estaban sordos al aria del maestro Piero, a los vibrantes golpes en el yunque y al resoplido que su brazo arrancaba al jadeante fuelle. No percibía el fuerte olor a brasas ardientes que impregnaba la estancia, ni tan siquiera se percataba que el patrón se preparaba para la parte más delicada de su labor.
Era el momento supremo de inspiración en que después de atronar el espacio con el aria de Rigoletto y con el pesado martillo sobre el hierro al rojo en el yunque, el maestro herrero arrancaba el último haz relampagueante de chispas con el último martillazo.
Al introducir el largo hierro candente con el extremo violentamente enrojecido, en el tacho de agua, estalló el prolongado chasquido del metal al enfriarse como si protestara con furia.
Roque seguía ausente haciendo girar la manivela sin percatarse de su entorno. No atinaba a pensar en otra cosa que en lo que sucedía en el pisito de arriba. Y si no estuviera tan abstraído, sabría que el monótono movimiento de su brazo y el jadeo rítmico que provocaba su acción, pronto desencadenarían la ira italiana del maestro Piero.
Pero no. Su cuerpo estaba abajo y su alma arriba. El corazón encogido de pasión y la imaginación desbocada volando por el pisito alto, detrás de Marietta que afanándose en sus idas y venidas domésticas, hacía crujir con leves pisadas de tórtola, el cielo raso de madera de la herrería.
El maestro herrero se dispuso a introducir de nuevo el extremo del hierro, ya templado, entre las brasas que seguían ardiendo con chispas furiosas. Llegaba el momento cumbre de su inspiración. Cuando vio las chispas disparadas como fuegos de artificio, quedó con el hierro en alto y miró al aprendiz que con aire ausente seguía elevando y bajando el brazo como autómata y la mirada en lo alto de la escalera.
-¡Bestia! ¡Para ya! -gritó el patrón al abstraído jovenzuelo, mientras su rostro enrojecía como el hierro de la fragua y las venas del cogote se le hinchaban de cólera.
-¡Que pares, te digo! ¡Cretino! -le repitió a voces con marcado acento italiano.
El muchacho quedó rígido con los ojos y la boca abiertos como en una instantánea. Mientras el maestro Piero arrimaba el extremo del hierro de nuevo a las brasas, vociferó:
-Gira, ragazzo, gira. ¡Que gires, te digo, pero con suavidad, así, con suavidad...!
Roque había regresado al entorno y dócilmente obedecía las instrucciones del patrón.
El maestro se dulcificó rápidamente. Le gustaba conversar mientras trabajaba.
-Así, ragazzo. Así... Dulcemente... Para que el material esté a punto, ni muy duro, ni muy blando... Como mi Marietta... -y rió brevemente.
Mientras hablaba hacía girar hábilmente sobre las brasas el hierro que ya había empezado a tomar la forma. Ahora condujo el extremo del metal al yunque y con un martillejo mediano comenzó a darle menudos golpes. El hierro se estaba convirtiendo en una hermosa hoja de los trópicos, grande y calada.
-La mujer es como el hierro. Debes golpearla a veces duro y a veces suavemente, pero siempre haciéndola arder. ¿Comprendes?
Los golpes sonaban rápidos, nerviosos, certeros. Las manos enormes como tenazas se movían con extrema habilidad, duras, firmes, a veces con delicadeza sorprendente.
-Pero, por sobre todo, ragazzo, debes dominarla, ¡dominarla siempre!
El maestro Piero disfrutaba de su labor de orfebrería bruta y los músculos de sus brazos desnudos se henchían y encogían en un despliegue de fuerza contenida. Bajo el delantal de cuero se adivinaba el sudor que corría libremente por todo su cuerpo de gladiador del hierro y que daba al rostro curtido un resplandor que acentuaba el de la mirada inspirada del rudo artífice.
-Marietta es hermosa, firme como el hierro pero si sabes manejar la fragua puedes ablandarla como mantequilla y lograr ponerla al yunque y arrancarle arabescos increíbles. E io soy un artista... rió brevemente sin interrumpir sus martilleos. Volvió a aplicar con un leve giro el metal sobre las brasas y continuó sus comentarios:
-Por eso acostumbré a Marietta a ponerse la funda en la cabeza cuando hacemos el amor. Para inspirarme, porque soy un artista... Como habrás notado, su rostro no condice con la esplendidez de su hermoso cuerpo. Tiene la nariz ancha y los ojos muy juntos...
Mientras proseguía el maestro Piero su delicada labor golpeando certeramente aquí y allá la hoja de hierro, a veces con finura, a veces con vehemencia sobre el yunque, Roque, que hacía girar la manivela suavemente, recordó como entre nubes rosáceas de ternura, el rostro tímido de la blanca Marietta mirándole castamente de reojo.
-Así es, ragazzo. Su cara no condice con su cuerpo. La naturaleza comete a veces tonterías. Pero siempre hay modo de solucionar las cosas. El recurso de la funda es muy importante para alguien como io que exige perfección en las formas...
Dio un último golpe y sonrió con picardía al apocado aprendiz.
-Bueno -dijo tirando el martillo- é. Ya está. Es la última hoja. Ese cliente bruto quedará sorprendido cuando vea su reja. Ni se la imagina...
Roque pensó en la ofensa que el patrón imponía sistemáticamente a la dulce Marietta y quiso decírselo. Pero miró los músculos potentes del maestro Piero y calló prudentemente.
-Io terminé. -Se estaba sacando el delantal de cuero-. Tú puedes ordenar las cosas y quedas libre. Déjame todo en orden. Ya sabes cómo detesto el desorden. ¿Eh? Io daré una vueltita por lo de mi compadre Nicola para compartir una copita de vino y luego estaré listo para dar los tres golpes de martillo en el yunque, que son la señal de «guerra» para Marietta...
Guiñó un ojo al aprendiz desde el borde del tacho de agua mientras le chorreaban el cabello y la cara y el cuello en su ablución vespertina. Se lavó también los musculosos brazos y las axilas. Cuando se ponía la camisa comenzó a cantar el aria de Rigoletto mientras Roque temblaba de ira e impotencia.
El jovenzuelo ordenaba lentamente las pinzas, el atizador, los martillos y pensaba que el muy bruto volvería dentro de una hora achispado y daría tres golpes de martillo en el yunque y dócilmente Marietta se aprestaría en el pisito de arriba a hacer el amor con su marido, cubierta su redonda carita pálida con la funda de la almohada.
-«¡Animal!» -pensó Roque con rabia.
Fingió, sin embargo, atarearse con los bártulos.
La voz potente del maestro Piero atronaba entre rejas recostadas contra las paredes, hierros, esqueletos de sillas de jardín y mil objetos diseminados en caótico desconcierto, mientras acababa su precario acicalamiento.
-La donna é mobil qual piuma al vento, muta d’accento e di pensier, e de pensier, e, e di pensier -concluyó el maestro herrero haciendo retemblar el vozarrón. Satisfecho Don Piero miró al apocado jovenzuelo que se afanaba en el desorden y sonriente se despidió:
-Chao... -y salió a la calle dando un portazo.
Roque quedó mirando la puerta largamente con un manojo de varillas entre los brazos.
Observó la escalerilla maltrecha que conducía al aposento de Marietta, luego el yunque y por fin se decidió. Depositó suavemente el manojo de varillas sobre la mesa de trabajo y pausadamente caminó hasta la puerta; la abrió y miró a derecha e izquierda a lo largo de la calle; la cerró con suavidad y se acercó al yunque con paso tranquilo. Asió el martillo y levantó el brazo con fuerza. Los tres golpes estallaron rudos y nítidos en el recinto como tres petardos. Con paso sereno Roque ascendió las escaleras...
Rato después se abrió la puerta y el maestro Piero entró con los ojos encendidos y la nariz enrojecida. Su sonrisa torcida y sus ojillos entrecerrados no auguraban nada bueno. Miró la escalera con malicia y abrió la boca. El aria de Rigoletto brotó de su poderosa garganta con fuerza amenazadora. Mientras cantaba ascendía encogido como un oso hacia la alcoba. Siempre cantando se detuvo ante la puerta:
-...e di pensier...!! -remató como si estuviera en escena.
Abrió la puerta de golpe. Su mirada amenazante recorrió la mezquina alcoba.
El furor y el estupor se pintaron en sus ojos, en el rubor de ira de su rostro, en las venas del cuello, violentamente hinchadas...
No había nadie. Todo estaba en orden...
Corrió al lecho. Una hojita de papel blanca estaba posada en la colcha celeste como una paloma tímida. La leyó:
PIERO:
Me voy con Roque. Nunca más haré el amor con una funda en la cara.
Marietta

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TRANQUI
Ahora Minguí, Chingó y Morení ya nunca podrán decirme que soy «gallina». Y cuando mañana hagamos apuestas contra la pared de la terminal de ómnibus, yo sé que voy a ganar siempre; porque me animé por fin a hacer lo que debía. Ya no me dirán que no me animo a nada, porque me animé por fin. Y podré tragar el humo del cigarrillo sin toser y podré meterme en el cuarto de la Lola y desnudarla, yo mismo, para ver cómo es por dentro. Morení dice que él la vio desnuda y se ríe de mí porque tengo doce años, pero ahora soy un hombre.
En el fondo del barranco no se oye otra cosa que el agua tranquila y no se ve nada porque esta noche no hay luna.
Livoria duerme sin miedo porque yo la abracé y le dije que no se preocupara, para eso tiene a su hermano Tranquí que ya es hombre. Y ella se quedó durmiendo en nuestro catre, el mismo que compartimos desde que éramos chicos. Ahora ella tiene quince años y yo doce y me hice hombre de golpe. Me animé.
Ella ya no va a volver nunca más a la cárcel de mujeres donde estuvo metida con esas locas que ahogan a sus hijos y apuñalan a sus concubinos. Va a quedarse todas las noches durmiendo conmigo, abrazaditos y mamá va a poder decir con razón que soy rencoroso. Y soy, porque no me olvido que cuando Livoria tenía casi catorce años mamá la denunció al juez por prostitución y la metió presa hasta hace poquito, nomás.
Chingó siempre me habló de vengarme y yo no sabía cómo. Pero ahora ya sé cómo se defiende un hombre cuando le tocan a su hermana. Y ése infeliz de «Ambu’a» ya no le va a molestar más a Livoria ni mamá le va a mandar de vuelta a la cárcel de mujeres. Ahora ella se queda sin su hombre y nosotros nos quedamos tranquilos. Como mi nombre, Tranquilino. Así yo hago las cosas sin ruido.
A ver qué me dicen Minguí, Chingó y Morení cuando sepan que me saqué de encima a ese infeliz de «Ambu’á» que de noche venía y se metía en el catre con Livoria y jugaba con su cuerpo después de echarme a mí. Mamá siempre dice que Livoria «le busca» pero es mentira. Livoria siempre llora y me dice que ese tipo le da asco y que no quiere saber nada del hombre de nuestra madre y que ella Livoria, no tiene la culpa de ser más linda y más joven que mamá, que ya está vieja y fea.
Cuando mañana se hable de negocios en la terminal de ómnibus, Minguí, Chingó y Morení no me van a poder rechazar para limpiar los autos de los ricos que estacionan en la plaza, bajo los árboles, sus últimos modelos y me van a tener que prestar sus revistas de historietas y no me van a decir más que yo no tengo agilidad para ser un gran futbolista cuando sea grande, como Romerito.
No van a reírse más detrás mío porque mi mamá le mandó a la cárcel a mi hermana Livoria y yo también podré decirles a ellos que su madre se acuesta con todos los choferes y que sus hermanas no son mejores que Livoria.
Mañana voy a llevar mi cajón de lustre y nadie me lo va a poder sacar, ni de broma, porque ahora me animé y sé que tengo fuerza y que le puedo patear a cualquiera en los huevos como hice con «Ambu-á» esta noche, cuando me hice pasar por Livoria en la oscuridad y le tomé la mano peluda y le llevé al barranco.
Él creyó lo que le dijo Livoria, que no quería en el catre porque yo ya estaba durmiendo y él me siguió calladito cuando yo le tomé la mano y le llevé en la oscuridad.
Por suerte no hay luna y por suerte Livoria y yo tenemos la misma altura y por suerte él estaba borracho, así que no se dio cuenta que yo le llevaba al matadero.
En el borde del barranco le pateé los huevos con la rapidez de Romerito y le empujé y él no tuvo tiempo de decir nada y nadie se dio cuenta, porque el barranco es muy profundo y solamente yo escuché el ruido que hizo su cuerpo, allá en el fondo.
Me gusta nuestra casa de lata en el borde del barranco y el río que corre en el fondo, porque aquí uno se puede hacer hombre como Minguí, Chingó y Morení.

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CAVILACIONES
Desde anoche camino por los corredores sin poder estarme quieto. El azogue de mi conciencia excita mi cuerpo y mi voluntad sin permitirme reposo. Dormí mal y me levanté peor. Mi caserón de estilo colonial y mi elegante retiro entre libros y las amenas charlas metafísicas con mis cultos amigos, hoy me parecen prendas de un disfraz que ocultan un pobre mequetrefe enfermo de snobismo.
Eso soy yo: ¿un snob?
Sí, soy un snob que tiene hasta el lujo de una conciencia bastante activa que a veces molesta, como ahora...
Anoche venía manejando satisfecho mi coche confortable por la ruta nueva que une mi pueblo con la capital. Había una brisa preciosa que alborotaba mis cabellos entrecanos y mientras el carro corría muellamente sobre el asfalto con rumor monótono repasaba la velada. Yo me había lucido entre mis amigos. Mi sensibilidad un tanto feminoide, mis lecturas, mi piel tostada por los días de paciente exposición al sol en mi playa veraniega, mi elegante y ágil silueta deportiva a pesar de mis casi cuarenta años, habían tenido una amable acogida, como siempre, en mi círculo social. Sí, anoche estuve bien. Hablamos de Buda: misericordia sin Dios; de hinduismo: reserva de espiritualismo egoísta para la perfección interior del individuo, sin importar un bledo la agonía de millones de semejantes, muriéndose de hambre en el entorno; de la mojigatería cristiana que impele a huir del gozo y andar adustos por un mundo repleto de placeres; del optimismo marxista que confía en redimir al mundo para el mundo, por obra del hombre, sin importar un hipotético «más allá».
Sí, estuve bien.
Pero me siento mal.
Hablamos de las playas que visitamos este verano: uno fue a Punta del Este, otro a Mar del Plata, otro a Camboriú y otro, en fin, está haciendo una gira cultural por la helada Europa sin importarle la ola de frío en el hemisferio del Norte. Hablamos de precios y de restauranes que cada uno visitó en la temporada, del problema social y de la recesión económica. Y todo en el marco confortable que caracterizan nuestras amenas charlas acompañadas de bocadillos, vinos, helados, gaseosas e infusiones. Qué bien me sentí anoche...
Hasta que vi el montón de gente apiñada sobre el asfalto.
Detuve el coche y me acerqué para curiosear. Siempre pensé que una dosis moderada de curiosidad sazona la vida.
Ahora me arrepiento.
Si yo no hubiera conocido a Pedrito-Tavy, aquello hubiera sido un acontecimiento que olvidaría enseguida.
Nunca fui demasiado impresionable, de modo que no esperaba que un accidente de ruta me perturbara. Pero yo conocía muy bien a Pedrito-Tavy.
Muchas noches disminuí la velocidad y pasé a su lado sonriendo, porque lo veía venir haciendo eses por el medio de la ruta recientemente asfaltada y pensaba que ya aprendería a cuidarse. La ruta es nueva razonaba y ya se acostumbraría a andar por la banquina repleta de maleza, en estado de ebriedad y a movilizar su instinto de conservación que bien le funcionaría a pesar de ser mongólico.
Sí, yo lo conocía bastante bien a través de las historias supuestamente jocosas que de él se contaban.
Ahora esas historias me molestaban como nube de mosquitos que picaran mi conciencia.
Había hablado muchas veces con los pobladores de los alrededores para enterarme de lo que sucedía en el pueblo, y había sentido una punzada de asco cuando me relataban entre miradas maliciosas y susurros cómplices, cómo Pedrito-Tavy era llevado por los conductores de «micros» cuando estaban de jarana al almacén de don Heraclio para hacerlo beber caña, hasta que quedaba bizco, y luego lo conducían al prostíbulo de Filomena donde lo hacían desnudar ante tres prostitutas juergueras que lo manoseaban ante el mórbido disfrute de los choferes. Yo respondía a las historias con sonrisa ambigua para ocultar mi turbación.
Sí. Lo conocía bien. A él y sus historias.
Vivía con la abuela anciana que lavaba ropa a duras penas para los seminaristas y para los curas del convento cercano. Y recuerdo su cara redonda y bonachona y sus ojos beatíficos.
Solía ayudar a su abuela en las interminables idas y venidas por la banquina llena de yuyos a lo largo de la ruta, llevando ella un gran lío de ropa sobre la cabeza, que parecía aplastar su cuerpo escuálido de anciana desnutrida y él Pedrito-Tavy, con otro gran lío entre los brazos y su eterna sonrisa estúpida que a veces le envidié. Reflejaba tanta paz su sonrisa eterna de bobo... Y me paseo por los corredores de mi pulcro caserón. Intenté leer un libro y el pensamiento volaba hasta el trozo de asfalto.
En este momento, a través del Agua de Colonia con que impregné mis cabellos y mi cuello después de un baño tibio, percibo el olor a descomposición de los miles de mangos que aplastados en la tierra de mi huerto abren sus fibrosas entrañas color oro bajo el sol del Trópico de Capricornio. Las moscas y las avispas en pequeñas multitudes, pugnan inquietas sobre la jugosa pulpa. Las cigarras locas chillan sus letanías poniendo el enervante sonido monocorde en el aire. Y hoy es el tercer día que mi perra se pasa corriendo desesperada y escondiéndose en los rincones con el rabo entre piernas, seguida de una jauría de perros enloquecidos por el olor del celo.
El ardiente y tenaz viento del norte marchita la naturaleza.
Yo intento no pensar en Pedrito-Tavy.
Trato de refugiarme en Nietzsche y repudiar mi moral inútil y entorpecedora. Y medito sobre la futilidad de mis sentimientos de impotencia.
Pero vuelvo a ver la sonrisa beatífica de Pedrito, el bobo, sus ojos abiertos como mirando las estrellas, la cabeza muellemente reclinada sobre el duro asfalto, la gente susurrando a su alrededor con un grotesco respeto por su muerte, después de un desprecio total por su vida.
¿Y si después de todo Pedrito estuviera viendo algo, más allá de las estrellas, que yo no alcanzo a ver?
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TIERRA MANSA
«Yo aquí hallé sosiego.
»Aprendí de ellos, que no se apuran por nada.
»Al principio quise arreglar el huerto y cuidar el césped, reparar el tejado y remendar el reboque caído. Y los contrataba, y venían un día o dos y después desaparecían, se hacían humo. Y a veces prometían y no venían nunca...
»Recorría los barrios y hablaba con la gente y así aprendí a entenderlos. Ahora sé cómo piensan y cómo viven y hasta casi me convertí en uno de ellos».
Dio dos chupadas a la bombilla y tras el ruido de succión que anunciaba que el líquido había terminado, me sirvió un tereré que acepté para no desairarlo.
«Viven mal, pero no les importa. Su tierra se está empobreciendo cada vez más por la erosión, porque derriban los árboles de los montes para hacer sus capueras y la lluvia lava la tierra fértil. Los cerros que había eran hermosos y los bosques y el lago. Pero todo se está viniendo abajo, como las antiguas mansiones y las personas. Pero no se nota todavía demasiado, todavía...
»De unos años a esta parte hay cambios que no preocupan a nadie, ni a mí tampoco, ahora...
»El lago se está colmatando y pudriendo, los peces están siendo devorados por las pirañas; los cerros están desapareciendo a golpes de dinamita o se están convirtiendo en cárcavas rojizas; los bosques están siendo reemplazados por cítricos y capueras y cocotales y las lluvias de verano están escaseando. Las grandes lluvias erosionan las calles y los campos y lavan la tierra de cultivo. Todo se está convirtiendo en zanjones y arenales. Acá la tierra es mansa como la gente, pero se desquita lenta y secretamente devorándose a sí misma».
Le devolví la guampa y él se sirvió y siguió hablando con indiferencia.
«Pero si a nadie le importa, a mí tampoco. Yo vine pensando que acá podía hacer algo cuando me amenazaron los del gobierno por mis artículos en el diario, y cuando decidí que era preferible hacer algo dentro que fuera del país... Y me refugié en la antigua casa de mi abuela. Y aquí aprendí muchas cosas. Aprendí una filosofía popular que en mis años de universidad no podía entender.
»Al principio no me resignaba. Quise nuclear a los más cultos en un club literario pero no le interesó a nadie. Quise organizar una cooperativa de artesanos y prefirieron dejarse explotar por una institución de ‘damas de la caridad’ que les compra sus productos a precios miserables para revenderlos en ferias de beneficencia. Intenté muchas cosas... y después me tranquilicé.
»Usted pensará que están desmotivados, pero no es así. Sus motivaciones son propias y no dependen de ningún plan de ningún gobierno. Supongo que están cansados de que se les mienta. No creen en nadie más que en sus vivencias ancestrales.
»Cuando les viene la inundación y la sequía, alternativamente, sacan sus fetiches por las calles y se consuelan. Así son...»
Siguió hablando sin amargura mirando la serranía esfumada contra el azul.
«Pero si a nadie le importa, a mí tampoco. Viven su vida y no les inquieta lo que anuncian los medios de comunicación. Se desquitan en los velorios, en las procesiones, en los bailes, en los casamientos y en la caña. Ahora también toman mucha cerveza y bailan y se visten como ven en la televisión. Para eso solamente trabajan. Para vestirse. Pero viven mal, muy mal, como yo aprendí a vivir.
»Y cuando les pregunto por el último escándalo que anuncian los diarios sobre fuga de divisas, o el mercado negro, o las estafas públicas o la suba de los alimentos, se encogen de hombros y responden:
»Y qué le vamos a hacer. Todavía estamos mejor que en otras partes. Así no más tiene que ser. Todavía tenemos mango, coco, guayaba y mandió».
Me ofreció otro tereré que acepté con sacrificio para no desairarlo a pesar de la repugnancia que me producían sus pocos dientes, negros de nicotina, su aspecto desaliñado y las largas uñas de sus pies enchancletados.
«Yo le pregunté el otro día a mi compadre Catalino que cuándo iba a salir de la cárcel el tío de su mujer que está a la sombra por el desvalijamiento del Banco Nacional de Obreros y él me respondió:
»Y..., cuando todo esté tranquilo y la gente se olvide un poco...
»Entonces le averigüé cómo sabiendo como todo el pueblo sabe, que ese fulano es un ladrón público, le declararon unos días antes de meterlo a la sombra, ‘Hijo dilecto’ del pueblo y le hicieron hablar en público en la apertura de la temporada de fútbol, y me contestó:
»Sí, todos sabemos que es ladrón, pero ayuda pues a los pobres... Y nosotros somos, pues, cristianos, y sabemos perdonar...
»Acá la gente es así. Me contó don Saturnino que el tipo ése que le envenenó a la rusa para robarle su casa después de hacer un arreglo con los impuestos atrasados de la pobre mujer, mandó decir desde la cárcel que pronto va a salir y le va a arreglar las cuentas a los que le delataron, porque tiene compadre poguazú.
»La consigna es: ‘tranquilo pa...’».
Le devolví la guampa con repugnancia y le dije gracias, pensando que ya había cumplido con él lo suficiente.
Por la calle erosionada que más parecía una salamanca que calle, pasó una mujer llevando un enorme haz de leña sobre la cabeza, esquivando pozos y montones de basura y saludó:
-¡Adiooo...!
-Adiós Ña Fidelina -respondió y chupó con fruición la bombilla. Gruesas gotas de sudor le resbalaban de entre los cabellos ralos y pegoteados, por la frente y las sienes. Se secó con el dorso de la mano.
Vacas perezosas rebuscaban hierbas en el basural.
Los mangos se pudrían en el patio, las avispas danzaban sobre ellos y las gallinas merodeaban en el viejo corredor enladrillado y sucio. Una caravana de hormigas negras se afanaba en trasladar insectos de una grieta de entre los ladrillos hasta un agujero junto a la pared.
«Yo aprendía la lección. No hay que preocuparse si nadie se preocupa».
Frente al viejo caserón donde estábamos charlando, había una choza miserable de madera, cercada de tacuaras, la inevitable capuera y unos diez muchachitos andrajosos corriendo detrás de una pelota de trapo.
«Esa familia que usted ve ahí, es de doce hijos. Hasta hace unos tres años la madre era hermosa, ahora está deformada y sin dientes. Viven de la prostitución de la hija mayor, de algunas changas que hace el padre y de la ayuda de los curas.
»Esa, acá, es una familia bien constituida. Nadie trabaja en serio. Yo le pregunté una vez a su madre si no le molestaba que sus hijos mayores no tuvieran trabajo regular y ella me contestó:
»Todos son muy buenitos: o peloteá todo el día. Así somo... Qué le vamo hacer...
»El sueño de esta gente para sus hijos es que sean futbolistas. Sólo los tontos les buscan un oficio y los pretenciosos quieren para ellos un título para entrar a la administración pública y forrarse como dicen.
»Y yo ya le tomé el gusto a esta vida. No se hace mal a nadie y nadie le molesta a uno. La cosa es acostumbrarse y después es fácil porque nadie le pide nada a nadie. Vegetar no es tan malo, después de todo, y si la tierra se empobrece y la gente se empobrece, para eso está el gobierno y si al gobierno no le importa, a mí tampoco...
»Ellos son felices así como están y yo aprendí de ellos. Hasta me volví sociable. En las fiestas están vestidos a la moda Pettirossi y se saben divertir, y me aceptan...
»Hay que saber vivir...
»Al fin y al cabo cada uno hace lo que puede y de balde la gente se queja.
»Con nuestro sistema si uno no se mete con nadie, nadie se mete con uno.
»Y al menos no tenemos cuartelazos como antes. Yo aprendí eso y vivo tranquilo ahora. No cambiaría por nada mi manera actual de tomar las cosas, ni por las riquezas de los políticos y los jerarcas, que tienen que andar con guardaespaldas y todo eso... Total si roban, es problema de ellos y para eso se toman sus molestias. Yo no tengo vocación para eso y vivo, en cierta forma, mejor que ellos, al menos, sin sobresaltos. El que puede, puede... y el que no... chiá».
Le di las gracias por su tiempo y me alejé del derruido caserón con desconcierto. Había renunciado a escribir un artículo sobre el que en un tiempo había sido llamado por la prensa: «El tigre del periodismo».
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. Prólogo / Nota preliminar / La trampa del maestro Piero / Tranqui / Cavilaciones / Tendrán que aguantarme... / No resistas, cariño / Bonifacia / Plata ybyguy / No te quedes / Juliana / Letanías lauretanas / Desencuentro / Consuelo de las luces / Tierra mansa / Por siempre / Los mensajeros / La puerta / Fórmula secreta / Apuntes / El trato / Cerca del pozo / Parte militar / Te cuento como me contaron.
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