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martes, 13 de abril de 2010

SANTIAGO TRIAS COLL - LOS DIEZ CAMINOS (Capítulo V: Quinto camino) / Fuente: NARRATIVA PARAGUAYA (1980 - 1990)


CUENTO de
SANTIAGO TRIAS COLL
(Enlace a datos biográficos y obras
En la GALERÍA DE LETRAS del
www.portalguarani.com )
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LOS DIEZ CAMINOS
Capítulo V: Quinto camino
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Los primeros vientos del otoño comenzaban a desnudar los bosques de encinas. Todos los años por esas fechas me acercaba a la montaña del Montseny, para contemplar el extraordinario espectáculo de una naturaleza mutante, que abandonaba su frondosidad verdosa para teñirse de sienas dorados.
El rocío de la mañana hacía brillar los helechos y humedecía los líquenes, preservando la vitalidad y frescura de una flora menor, que contrastaba con otra majestuosa pero agonizante y nostálgica.
Una alfombra de hojas secas tapizaba los senderos que conducían a masías y ermitas dispersas por doquier. Allí, los campesinos de siempre preparaban la llegada de las estaciones frías, acopiando troncos de leña y hacinando las mieses en los graneros.
Durante aquel día, únicamente en dos ocasiones crucé algunas palabras con pastores de ovejas, el resto del tiempo anduve solo, pensando en mi próximo viaje a Roma.
Dudaba seriamente de que el padre Pelegrí me reconociera, tras veinticinco años de habernos perdido de vista. El fue el último rector de mi etapa de bachiller en el colegio de Puigcerdá. Por aquella época todos sentíamos un profundo afecto y respeto hacia su persona, su buen carácter y paciencia infinita le distinguían de forma particular. Recordé que esas virtudes poco corrientes llegaron a confundirnos en un principio, porque nos parecía vislumbrar indicios de debilidad, pero no tardamos en comprender su especial estilo de mando y nuestro error. A lo largo de dos años no le oí elevar la voz ni una sola vez, su mirada era más terrible que cualquier reprimenda violenta; incluso en las censuras colectivas apenas abría la boca, sólo barría con sus ojos a los presentes dejándonos sin respiración. Tenía una admirable disposición para acercarse a nosotros, su puerta estaba abierta en todo momento para tratar de cualquier cuestión y, si bien, su actitud excesivamente paternal aburría de vez en cuando, creo que todos llegamos varias veces hasta el despacho de este hombre singular, que reía a carcajadas y manifestaba su cólera en silencio.
No dudé en acudir a él cuando me enteré que ostentaba el cargo de Padre Provincial desde hacía tres años, un alto rango de la orden que le situaba sólo por debajo del Padre General.
Tuve que esperar más de una hora en la antesala antes de que un asistente me invitara a pasar a su despacho. Al entrar me encontré con un hombre notablemente envejecido pero más afable que nunca. A pesar de ir contra mis principios y, quizás por una tradición fuertemente arraigada, intenté besarle la mano, sin embargo, él se adelantó con un efusivo abrazo y una sonrisa entrañable.
Después de una larga charla del pasado y del obligado repaso de ambas vidas durante más de dos décadas, entré en el tema que me había llevado hasta allí...
-Desearía una carta de presentación para visitar al Padre General de la Orden.
-¿Al Padre General?, supongo que sabes que nuestra Sede Generalicia se encuentra en Roma.
-Así es, ya tengo el pasaje aéreo para el vuelo de este sábado.
-Y, ¿qué puede hacer por ti el Padre General?
Se trata de un asunto personal que no tiene vinculación alguna con la Orden. En realidad deseo conocerle para llegar a otra persona.
Con cierto sarcasmo me replicó:
-¿Acaso deseas llegar al Papa?
-No precisamente, pero sí hasta alguien del Vaticano.
Tras un corto silencio me dijo:
-No sé lo que te traes entre manos, pero esta vez has tenido suerte porque puedo ayudarte. El Reverendo Padre es un gran amigo y además compatriota nuestro, estoy seguro que te atenderá de la mejor manera.
Al poco rato me entregó una carta manuscrita con el sobre abierto, yo procedí a cerrarla en su presencia, un gesto protocolario que me agradeció con una sonrisa de satisfacción.
-Veo que no has olvidado nuestras enseñanzas.
-Las cosas buenas no se olvidan nunca, ojalá recordara todas.
Creo que se quedó algo desconcertado, dudando si me refería a fallos de mi memoria o a ciertas cosas malas que olvidar.
-Te deseo un buen viaje y no esperes otros veinticinco años para venir a verme, -añadió.
Si espero tanto tiempo imagino que, los dos, nos encontraríamos antes en el infierno.
De nuevo escuché su célebre carcajada, que no había variado con los años.
-Que Dios te conserve el buen humor y te libere de funestas imaginaciones.
Por el camino de vuelta me entretuve mirando el sobre que me entregó el padre Pelegrí. En el dorso aparecía el emblema escolapio con una referencia de la Casa Provincial y, en el anverso, se leía: R. P. Agustín Villalonga Scholarum Piarum. Via degli Scolopi, 31 - Roma, Italia.
Tal como estaba previsto, aterricé en Roma el sábado 31 de octubre. Tenía un largo domingo por delante para caminar perezosamente por las espléndidas avenidas de la ciudad eterna.
Mi hotel se encontraba relativamente cerca de la plaza Venecia, pero preferí esperar al día siguiente para iniciar mi recorrido. La luz comenzaba a declinar y una llovizna persistente ensombrecía aún más la ciudad, por lo que dediqué mi tiempo a buscar un restaurante para cenar. Acerté a dar con uno muy acogedor.
El domingo amaneció con el cielo encapotado, pero afortunadamente no llovía. Llegué caminando hasta la Plaza Venecia y permanecí más de una hora recorriendo el monumento a Víctor Manuel II. De allí me dirigiría por la vía del Foro Imperial hasta el Coliseo, atravesando el núcleo principal de la antigua Roma. No dejó de sorprenderme la notable concurrencia de turistas en temporada baja. A primeras horas de la tarde regresé por la Vía dei Cerchi hasta el Capitolio. Cuando el guardián de la Pinacoteca Capitolina invitaba a los asistentes a retirarse de los recintos, no salía de mi asombro al comprobar las horas pasadas sin apenas darme cuenta. Las obras de Dosso Dossi, Tintoretto, Veronese, Parmigianino y Guercino, me acompañaron inolvidablemente hasta el final de aquel domingo.
Al anochecer estaba extenuado, había permanecido sin sentarme por más de nueve horas, caminando varios kilómetros.
Eran poco más de las ocho de la mañana del lunes, cuando llegué en taxi a la Sede Generalicia de la Orden Escolapia. No estaba completamente seguro que el Padre Villalonga me recibiera aquel mismo día sin haber concertado una cita previa, pero tenía la esperanza de que las líneas escritas por el Padre Pelegrí, fuesen lo suficientemente cálidas y comunicativas como para no demorar la entrevista.
Las puertas de la casa central de las Escuelas Pías se encontraban abiertas de par en par. Fui recorriendo el amplio vestíbulo que apareció tras el umbral hasta percibir una sotana que corría presurosa hacia un despacho de la planta baja, salí a su paso para preguntarle dónde se encontraban las dependencias del Padre General y me contestó que me informarían en la planta superior. Sentí un gran alivio cuando la hermana me entregó la carta al Padre Villalonga, me anunció que éste me recibiría aquella misma mañana.
Reverendo Padre General.
La besé la mano.
-¿Qué te trae hasta aquí, hijo?
-Ante todo gracias por recibirme, el Padre Pelegrí ya me aseguró que no tendría problema alguno para llegar hasta usted.
-Al parecer, el Padre Pelegrí te tiene un especial aprecio, me comenta en su carta que fuiste su alumno.
-Más concretamente él fue mi rector en los dos últimos años, que pasé, como alumno, en las Escuelas Pías.
-Conozco bien nuestro ex colegio de Puigcerdá, fue una lástima que la Orden dejara de educar en tan entrañable lugar. Ahora es un centro laico.
-Lo sé Padre, no hace mucho estuve por allí.
-Pero dime, supongo que no has venido hasta Roma sólo para verme.
-La verdad es que usted puede ayudarme en algo muy personal, pero antes desearía consultarle algo.
-Te escucho.
-Imagino que, por su proximidad a la administración vaticana, conoce bien sus interioridades.
-Conozco lo que todos conocen, en realidad sólo tengo contactos asiduos con la Sagrada Congregación para Religiosos e Institutos Seculares, de cuya prefectura dependemos.
-¿Sabe acaso quién redacta las alocuciones papales de las catequesis de los miércoles?
-No hay responsables fijos, pero normalmente los principales estilistas se encuentran en la Sagrada Congregación para la Doctrina de la Fe.
-¿Conoce al principal responsable?
-El Prefecto que gobierna esta Congregación es Su Eminencia Carlo della Hoya... ¿a qué viene esta pregunta?
-Porque justamente tengo algo que entregarle y supongo que sería imposible que llegara puntualmente si lo hago en persona. ¿Usted le conoce Padre?
-Por supuesto, le veo al menos una vez por semana, además tenemos allí un querido compatriota, filólogo nato, que se encarga de las traducciones hispano-italianas y viceversa. No sé si te suena el nombre de Belarmino Fernández.
-Para ser sincero le diré que no le conozco, pero si me permite, escribiré en este sobre el nombre del destinatario.
De mi portafolios extraje un voluminoso sobre tamaño carta y pedí al Padre Villalonga que me deletreara el nombre de Carlo della Hoya. Una vez escrito en letras mayúsculas, deposité la carta en frente suyo. Luego le dije:
-Este es el servicio que pido al Padre General, entregar en mano esta misiva.
-No tengo inconveniente en hacer de cartero, pero creo que podrías haber encontrado métodos más sencillos.
-No lo interprete como arrogancia si le digo que, algún día, comprenderá lo importante que fue la entrega de este mensaje por su propia mano. De cualquier forma le garantizo que ello no le compromete lo más mínimo.
-Veré lo que puedo hacer por ti.
Consultó con su agenda y procedió a marcar un número telefónico. Al rato se escuchó:
-Quisiera hablar con el Padre Belarmino Fernández un instante después prosiguió- Belarmino, tengo una carta supuestamente confidencial para Su Eminencia Carlo della Hoya, ¿sería posible que llegara a su poder de forma inmediata?... bien, muchas gracias, la encontrarás en la valija diaria que saldrá dentro de una hora de la Orden. No olvides reclamarla en la prefectura de la Congregación para Religiosos e Institutos Seculares, porque el hermano Ismael depositará allí el contenido completo de la valija como de costumbre... Dios te bendiga Belarmino.
-Muchas gracias Padre, no sé cómo agradecérselo.
-Espero que todo esto tenga algún sentido y no se trate de alguna excentricidad, porque te aseguro que sin la firma del Padre Pelegrí no hubiese movido un dedo.
-Sin duda Padre. Ahora, quisiera preguntarle algo más.
-Adelante.
-¿Conoce por casualidad a Monseñor Tondo?
-¿Monseñor Enrico Tondo?, y ¿quién no le conoce?, es uno de los cerebros de la Iglesia, precisamente ahora está aquí en Roma.
-Pensaba que residía en Berna permanentemente.
-Normalmente sí, él es el titular de la Arquidiócesis de la capital suiza, pero hace una semana que anda metido en la prefectura de Asuntos Económicos del departamento de Oficios del Vaticano y no levanta cabeza.
-¿Tiene algún problema?
-Lo ignoro por completo, pero se rumorea que su presencia tiene relación con ciertos intereses que él manejaba y sufrieron un duro golpe en los recientes acontecimientos de la bolsa de Nueva York... ¿Conoces a Monseòor Enrico Tondo?
-No, pero me agradaría conocerle.
-Si pretendes usarle para negocios del mundo, pierdes el tiempo, Monseñor es un soldado de Cristo.
-Nada más lejos de mi intención y mis posibilidades.
-Entonces, ¿por qué te interesas por el?.
-Sólo por pura curiosidad, creo que algún día hablaremos de Monseñor Tondo como alguien brillante, pero muy mal tratado por una circunstancia impuesta que le tocó vivir.
-No te comprendo.
- No es necesario por ahora Padre... si asiste usted a la catequesis del miércoles, tendré mucho gusto en saludarle de nuevo porque allí estaré.
-¿Cuándo regresas a España?
-Es probable que a finales de esta semana o a comienzos de la que viene.
-Bien, si tienes ocasión de ver de nuevo al padre Pelegrí no olvides saludarle de mi parte.
-Lo haré con mucho placer, gracias otra vez Padre.
El contenido de la carta que entregué al Padre Villalonga sería leído por el cardenal Carlo della Hoya en pocos minutos. En una hoja que precedía a cinco folios estaba escrito:

"Se acompaña texto del discurso que Su Santidad debe pronunciar íntegramente en su catequesis del miércoles 4 de noviembre. Su santidad, de forma excepcional, se dirigirá al público desde la ventana de la Logia de las Bendiciones, prescindiendo de la habitual Sala Magna. Su Santidad dispondrá, además, el nombramiento de Monseñor Tocado como Pronuncio Apostólico en Kenya" - Quinta alternativa del padre Bosorn.

Un sol radiante se asomó sobre toda Roma aquel miércoles 4 de noviembre. Las amplias avenidas que conducen a los puentes sobre el Tiber para acceder al Vaticano, denotaban una especial afluencia. Por lo visto, la noticia aparecida el martes comunicando a los fieles que, por expresa voluntad de Su Santidad, el Papa se dirigiría a todos ellos desde la mayor ventana de los intercolumnios, provocó una curiosidad inusual. El acontecimiento era realmente insólito, porque este lugar se reservaba exclusivamente para impartir la bendición "Urbi et Orbi".
Cuando llegué a la vía de la Conciliación, el tráfico ya era denso y en la plaza Pío XII los vehículos eran desviados para no saturar el interior de la plaza de San Pedro.
No quise acercarme demasiado al escenario principal, sino que preferí mezclarme con la masa de gente para observar sus reacciones. Me situé a unos veinte metros del cordón que marcaba el límite de aproximación y allí esperé pacientemente.
A la hora señalada se abrieron de par en par las dos hojas de la ventana de la Logia de las Bendiciones. La figura blanca del Papa despertó vítores y aclamaciones. Después de saludar con los brazos abiertos, comenzó su alocución...
-Carissimi miei:
"Han pasado ya varios años desde que un antecesor nuestro, que ocupó tan dignamente la silla de San Pedro, se dirigiera al mundo para señalar que "Si queremos construir la nueva civilización, los valores esenciales y no meramente accidentales, deben ser la paz auténtica, la ayuda solidaria sin discriminación ni distingos y el desarrollo integral del hombre y los pueblos".
Hoy podemos afirmar que, tras casi una generación, aquellas palabras quedaron en un mero deseo utópico evidenciándose, por el contrario, una regresión en las actitudes de los poderes. El egoísmo en las sociedades opulentas, es, sin duda, un hecho incontestable por la actitud escasamente generosa de las mismas frente a otras sociedades necesitadas. Pero también nos llevaríamos a engaño si pretendemos responsabilizar exclusivamente a los mandatarios visibles de las injusticias y desequilibrios que cotidianamente asolan a los desheredados. Por ello, esta institución secular que es la Iglesia y que muchos tildan de opulenta, retórica y egoísta, desea inaugurar una nueva hora de su historia, con un manifiesto de su mandatario visible".
Súbitamente desaparecieron dos de los cardenales vestidos de rojo que estaban situados a espaldas del papa. Sin duda ya había comenzado el desconcierto entre ellos. Luego de una breve pausa, Su Santidad prosiguió...
"Acabamos de citar a la historia; nadie como ella para denunciar públicamente los errores del pasado que, todavía hoy, pretendemos cubrir con un velo de vergüenza. Por aquel entonces, pocas cosas se escapaban al juicio implacable que narra el decurso de los hechos y, aquellas pocas que se libraron del tribunal de los hombres, están condenadas a ver la luz cuando la sensatez y la vergüenza bien entendida, liberen del tope secreto ciertos legajos que son patrimonio de la cristianidad y de toda la humanidad.
Hoy día la historia se sigue escribiendo, pero debo confesar, con pena, que jamás fue tan enigmática y oculta. Las generaciones nuevas claman por una sinceridad transparente y desde aquí la estamos negando, nos proclamamos verdad y la escondemos, pretendemos ser luz y ofrecemos tinieblas, denunciamos sórdidos intereses y nos embarramos con ellos, condenamos alianzas ocultas y envíamos nuncios que nos representan en secreto".
Detrás mío se encontraba un cura italiano vestido con la sotana tradicional que exclamó con voz entrecortada... ¡Esto no es catequesis, esto es la revolución! Mientras tanto, un grupo de monjas se miraban entre ellas con ojos atónitos. La que parecía ser la Superiora se apresuró a decir... ¡Recen hermanas, recen!, y todas ellas sin excepción comenzaron a movilizar las cuentas de los rosarios que llevaban consigo.
Su Santidad, tuvo que aguardar unos instantes antes de continuar su alocución. Cuando se mitigaron los murmullos, elevó su voz con mayor intensidad...
"Hoy más que nunca, esta Iglesia precisa enderezar sus caminos para dirigirse hacia el rumbo señalado por el Maestro.
Desde aquí hemos castigado duramente a cierta tendencia reaccionaria de nuestra Iglesia, al punto de llegar a un triste cisma.
Desde aquí hemos reprimido con escarnio lo que considerábamos una peligrosa revolución de nuestras tendencias, enseñanzas y costumbres, cual es el caso de la Teología de la Liberación.
Por ello debo confesar sin reservas mentales que nuestra actitud ha demostrado ser la más reaccionaria, sembrando en la candidez de las conciencias de los pueblos unas doctrinas obsoletas que, lejos de solucionar sus tribulaciones, sólo aplacaban su sed de veneración hacia nosotros al tiempo de saciar nuestra sed de ser venerados.
El papa está llamado a ser un sencillo pastor de fieles sinceros pero, en los últimos tiempos, se ha convertido en un ostentoso político captador de masas. Nuestra aspiración, queridos hermanos en Cristo, es llegar más lejos todavía de lo que proclama la Teología de la Libera..."
A pesar de que Su Santidad continuaba hablando, ya nadie podía escuchar su voz porque alguien cortó la megafonía. Yo me quedé inmóvil mirándole hasta el final. Sólo se retiró cuando hubo concluido los tres folios que restaban por leer y cuyas palabras se disolvían en el aire sin llegar a oídos de nadie.
En la plaza de San Pedro se escuchaba toda clase de comentarios, la mayoría de ellos marcadamente conservadores, que denotaban un rechazo a la misiva papal. El más sorprendente de los que me tocó oír fue, tal vez, el de la Superiora de las monjas, quien conminó a todas ellas a una retirada silenciosa orando por la conversión del Papa. Creo que aquella Madre Superiora se llamaba Ana Victoria, me pareció escuchar ese nombre de boca de una joven novicia que le consultó algo. Nunca iba a olvidarme de Ana Victoria, su belleza sin tiempo no era capaz de ocultarse tras un hábito, ni tan siquiera de su actitud beata..
En los días que siguieron al escandaloso acontecimiento, el Santo Padre no apareció en público. Las fuentes oficiales vaticanas alegaron motivos de salud. Mientras tanto, los medios de comunicación dedicaron importantes titulares y extensos artículos especulativos de la insólita alocución del Sumo Pontífice.
La Curia Romana sostuvo reuniones maratonianas todos los días y se especulaba, incluso, con una posible convocatoria del Sacro Colegio Cardenalicio para constituirse en cónclave.
Pero, sin duda, los atribulados cardenales llegaron a la conclusión de que Su Santidad estaba en condiciones de retomar el timón de la Iglesia porque, al fin, apareció en L'Osservatore Romano del lunes 9 de noviembre la noticia esperada. En la primera página se leía: "El Santo padre, tras superar la amarga enfermedad que le aquejaba, asumirá sus sagradas funciones en breve plazo". El anuncio estuvo a cargo de la Secretaría de Estado y lo firmaba Monseñor Causaroli.
Una serie de disposiciones adicionales transitorias llenaban la segunda página del cotidiano, que fue leída con el máximo interés por los seguidores y expertos en cuestiones vaticanas.
Me alarmé sobremanera cuando leí que, por un período indefinido, pero supuestamente breve, las nueve Sagradas Congregaciones que conforman el departamento de "Congregaciones Romanas", serían gobernadas autonomámente por sus prefectos, sin ser precisa la anuencia papal.
Ello significaba que las disposiciones emitidas directamente por el Papa, para renovar la pronunciatura en Kenya y nombrar nuevo arzobispo en Berna, podrían ser revocadas, lo que supondría la trágica pérdida de mi quinta alternativa.
No ignoraba que, tradicionalmente, los obispos eran propuestos por la "Sagrada Congregación para los Obispos" y, las nunciaturas y pronunciaturas, por la "Secretaría de Estado" dado el carácter diplomático de éstas. En el primer caso sería precisa la firma de Su Eminencia el Prefecto Monseñor Pasquale Ducarri y, en el segundo, el Secretario de Estado Monseñor Causaroli.
Sólo cabía la esperanza de que las voluntades y disposiciones del Santo Padre, anteriores al sonado discurso, fueran respetadas.
El jueves día 12, salí temprano del hotel y me encaminé a la compañía aérea para cerrar mi pasaje de vuelta. Era ya una costumbre comprar en el kiosko de la esquina "L'Osservatore Romano"; tal era así que el anciano vendedor de revistas ya me separaba un ejemplar cuando veía que me aproximaba.
En la primera página, solían aparecer de forma breve las audiencias particulares de Su Santidad, además de los nombramientos, renuncias, traslados y promociones de los príncipes de la Iglesia.
El pobre vendedor de revistas se llevó un buen susto cuando escuchó el grito de júbilo que salió de mi garganta... La noticia estaba allí, al pie de la primera página, en la sección de "Nostre informazioni".

" Il Santo Padre ha nominato Pro-Nunzio Apostolico in Kenya il Reverendissimo Monsignore Enrico Tondo, elevando in pari tempo alla sede titolare vescovile di Nairobi".

Inmediatamente después, se leía:

"II Santo Padre ha nominato Arcivescovo di Berna (Svizzera) sua eccellenza Reverendissima Monsignor Guido Santino, trasferendolo dalla Diocesi di Verona".

Tondo fue nombrado Pronuncio en Kenya e, imprevisiblemente, también obispo de su capital. Probablemente su prestigio y brillante carrera, inclinaron al papa a concederle, en adición, la titularidad de la sede episcopal de Nairobi para amortiguar la amargura de un descenso tan brutal.
Tondo, al fin, iba a convivir con unas almas que estuvieron al borde de ser arrancadas de sus cuerpos, de haberse consumado aquel proyecto asesino con el amparo de su cobarde complicidad.
Luego de releer unas cinco veces las dos disposiciones, decidí visitar de nuevo al padre General Agustín Villalonga. Un taxi me llevó hasta la Via degli Scolopi.
-Gracias por recibirme de nuevo Padre.
-Creía que ya te encontrabas en España. Decidí prolongar mi estancia, para seguir de cerca los acontecimientos.
-¿Te refieres a la célebre alocución papal?
-Y a esto también...
Le extendí L'Osservatore Romano, señalándole dónde debía leer.
-¡Esto es asombroso!, no tenía la menor idea de esta disposición. Monseñor Tondo, Pronuncio de un país africano, si no lo leo no lo creo. Por cierto, recuerdo que tenías un especial interés por él, ¿conseguiste conocerle?
-No, Padre, pero sí le agradecería infinitamente que me tuviese al corriente de sus pasos, aunque fuera a través del Padre Pelegrí.
-Todavía no logro comprender lo que te traes entre manos y, mucho menos, la relación de Monseñor Tondo contigo.
-Es una historia larga, pero todo está en orden.
-Como quieras, allá tú con tu secreto. Visitaré en breve a Monseñor antes de su partida y, te anticipo, que mantendré correspondencia con él. Cualquier novedad importante la sabrás a través del Padre Pelegrí.
Estuvimos charlando unos cinco minutos más, antes de despedirnos.
Ya nada me retenía en Roma y regresé a España en el vuelo de ese mismo día.
Tondo se encontraba en una situación de exilio, confinado en un lugar muy lejano de la tenebrosa Asamblea Universal. Había conseguido un paso más, al desmembrar otra cabeza del aparato de Berna y, por qué no, también tuve la oportunidad de golpear suavemente y con mano infantil a una institución que, a mi entender, precisaba de una ligera sacudida.
Pasarían algo más de dos meses, antes que el padre Pelegrí me llamara para anunciarme que tenía un mensaje dirigido a mí de parte del General de la Orden. Tardé pocos minutos en llegar a la Casa Provincial.
Al padre General le hubiese gustado saludarte en persona, pero andaba muy escaso de tiempo y, lamentablemente, no pudo verte.
-Tengo un grato recuerdo de él, es una gran persona.
-Sin duda. Aquí tienes lo que me dejó para ti, es la fotocopia de la última carta escrita por Monseñor Tondo.
-¿Última carta?
-Así es, falleció instantes después de escribirla. Es algo confusa, pero el padre Villalonga consideró que se había comprometido contigo y, por ello, tienes derecho a leerla. No tendrás problema de lengua, está escrita en un castellano perfecto. Monseñor dominaba ocho idiomas.
Fuertemente impresionado, leí la carta en presencia del Padre Pelegrí. Las dos páginas estaban cargadas de consideraciones espirituales, todas ellas profundas pero no dejaban de traslucir la inquietud de un espíritu atribulado. Siempre recordaré el último párrafo...
-"Cuento, padre, con su bendición para que, ahora, que estoy a punto de emigrar no sé a dónde, pueda deshacerme a tiempo de los remordimientos que llenan de tinieblas mi alma ocultando una luz de redención que busco desesperadamente".
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*** .
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En los días sucesivos, me tomé un pequeño descanso lejos de todo ambiente clerical. De vez en cuando me venía a la memoria la figura de Ana Victoria, el único recuerdo que me gustó conservar de mi reciente viaje a Roma. La tez pálida, suave y enfermiza de su rostro, me evocaba a cierto personaje de las célebres Sonatas de aquel gran maestro irrepetible de nuestra prosa. Pero yo, por supuesto, nada podía pretender de Ana Victoria, porque no era feo, escasamente católico, aunque sí tremendamente sentimental.
Autores: MARIA ELENA VILLAGRA y
GUIDO RODRIGUEZ ALCALA.
EDITORIAL DON BOSCO,
PEN CLUB DEL PARAGUAY.
Asunción – Paraguay, 1992 (150 páginas).
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