DE CUANDO KARAI REY JUGÓ A LAS ESCONDIDAS
EN ESPAÑOL
Cuento de: JUAN BAUTISTA RIVAROLA MATTO
(Enlace a datos biográficos y obras
En la GALERÍA DE LETRAS del
www.portalguarani.com )
EN ESPAÑOL
Cuento de: JUAN BAUTISTA RIVAROLA MATTO
(Enlace a datos biográficos y obras
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Versión digital de:
DE CUANDO KARAI REY JUGÓ A LAS ESCONDIDAS en
BIBLIOTECA VIRTUAL MIGUEL DE CERVANTES
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Para los niños de esta Patria que, como
Pychaichí, se levantó de sus cenizas
para enfrentar a caraí Rey
Pychaichí, se levantó de sus cenizas
para enfrentar a caraí Rey
Los tiempos del cura mono
Era una vez una viejecita alegre y bondadosa que se llamaba doña Carmelita, que solía contar a los niños de esas cosas que pasaban en tiempos del Cura Mono. Dicen que cuando eso las plantas, los animales y la gente se entendían en una lengua muy de antes.
Aunque hayamos olvidado aquel antiquísimo idioma, dicen que hay todavía algunos niños tristes, con alma de huerfanitos, que suelen recordarla cuando parecieran mirar desde muy lejos las nubes anaranjadas del atardecer.
Cuentan que todo lo que había en aquel entonces, así fuera un pajarito, así fue la más humilde flor de una plantita; así fueran, como Pombero y Curupí, duendes salidos de Nosedónde tenían su propia leyenda para ser contada y contada mucho tiempo. Las cosas que no podían valerse por sí mismas tenían una abuelita cuidadora. Por eso, si rompías un juguete de puro cabezudo o destrozón, te salía sin falta la Abuela de los Juegos, que en guaraní se llamaba Neva'anga Jaryi, y te daba un gran susto.
Estaban también, entre los más famosos, Perurimá y Vyrorimá; caraí Paí y caraí Rey con su señora ña Reina y sus dos hijas doncellas llamadas dicen que «princesas».
También estaba Pychäichí, con sus dos hermanos mayores y su madrecita buena.
Pychäichí dicen que era un chico flaco y pálido, que dormía en la cocina, en el pozo de las cenizas. Por eso solían burlarse de él sus dos hermanos mayores, que eran varones bien crecidos.
Cuentan que la mamá de Pychäichí tenía, la pobre, esa magia chiquitita a la que llaman «modo», y que usaba para hacer alcanzar a sus hijos cualquier cosa.
Ahora vamos a contar, igual que como lo contaba doña Carmelita, lo que les pasó a Pychäichí y a sus dos hermanos mayores, cuando, validos de la pequeña magia de su madre, se pusieron a jugar a las escondidas con caraí Rey.
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- I -
El libro de los encantamientos llenos de trampas y entrelíneas
Dicen que dicen que decían que hubo un tiempo en que todas las cosas, una encima de la otra, le salían bien a caraí Rey.
Se hizo dueño del más grande de los bosques. Cuando salía a cazar, antes de ir ya sabía dónde iba a encontrar los venados más gordos sin tener necesidad de andar buscando las huellas. Si largaba un tiro cuando erraba peor acertaba en un ojo.
Eran suyos los mejores campos, que se extendían más allá de toda vista. Allí se criaban, como para no acabar nunca de contarlos, vacas, ovejas, burros, mulas, y los caballos más veloces, que bebían en un lago hondo y largo que nunca se secaba y terminaba allá por el Confín del Mundo.
En el fondo del patio de la Casa Grande los chanchos eran como bueyes gordos. Las gallinas crecían como avestruces y ponían huevos de seguido a lo largo del tiempo del calor y del tiempo del frío.
En los alrededores de la Casa Grande, brotaban, florecían y maduraban sus sembrados, sin que se le secara ni una sola plantita. De las cáscaras de las sandías de su chacra mandaba hacer canoas que podían cruzar el mar. Las raíces de mandioca salían gruesas como troncos de timbó.
Una sola hoja de sus plantas de tabaco bastaba para darle sombra en el palco cuando iba a las corridas de toros, así se sentaran a su lado ña Peina, su esposa, las dos hijas princesas y los grandes personajes que de lejos venían para alegrarlo y ponderarlo.
Los platos y cubiertos de su mesa eran de plata y oro. Tenía muchísimos cofres repletos de joyas. En canastos guardaba el producto de la venta de sus mercancías, y a veces desparramaba por el patio onzas de oro para que tomaran sol. Cuentan que entonces caraí Rey solía jugar al toky con sus pajes.
Andaba por el valle una murmuración que decía que esa suerte encimada que le alcanzó a caraí Rey le llegó mediante el «Libro de los encantamientos, grande y de letras chiquititas» que le cambiara a un indio sabio por un pedazo de chipá caburé. Cuando quería saber alguna cosa, así fuera el parejero que se iba a adelantar en las carreras, le preguntaba nomás al Libro Grande, se enhorcajaba los anteojos en las narices, abría el libro en cualquier parte y allí encontraba la respuesta a su pregunta.
Caraí Rey parecía vivir en manos del contento. Por demás tenía sirvientes como para andar él mismo agachándose para carpir la chacra. Encima no había gran cosa que lo pudiera animar para el trabajo, si hasta hipos tenía de tan lleno que estaba.
Coloradote, sanote, blancote, gordote, se pasaba en la sombra el santo día mateando, tererereando, comiendo, pitando, aperitando, retorciéndose el dedo gordo del pie y dando grandes bostezos.
Pero allá en el fondo no se hallaba más. No tenía ánimos, aburrido de hacer nada. Así fue como le entraron en la cabeza antojos de chiquilín y le dijo a la Reina, su señora:
-Ando con ganas de jugar a las escondidas.
-¡Ya pues entonces estás del todo loco! -le replicó la señora.
Se enojó caraí Rey y medio se levantó pesado torpe para pegarla por su atrevimiento. Ella nomás se apartó un poquitito y lo retó otra vez:
-¡Pero cómo quiero ver a un gran señor como tú corriendo a alguno por el patio y buscándolo detrás del horno!
«Eso es verdad -pensó caraí, Rey y se sentó otra vez, haciéndose ya nomás el enojado-. No hay caso de pasar vergüenza y andar para la risa en boca de los sirvientes. Si he de jugar, mi juego ha de ser famoso y grande».
Entonces lo llamó al Poromomarandujara para decirle:
-Anda por el pueblo y sus alrededores y al que quiera saber hazle que sepa: al que juegue conmigo a las escondidas, si no lo encuentro le daré mis tierras partidas por la mitad con todos los animales que haya adentro; pero, si lo encuentro, mandaré que le corten la cabeza.
- II -
El mayor de los hermanos de Pychäichí
En tiempos del Cura Mono, cuando había algo de lo que tenía que enterarse todo el mundo, se adelantaba un tocado de tambor que iba haciendo barullo hasta que se juntara la gente que hubiera por ahí para escuchar al Poromomarandujara. Dicen que aquella vez anduvo este pregonero de caraí Rey gritando hasta romperse toda la garganta:
-¡Quién! ¡Quién quisiera jugar a las escondidas con nuestro tan querido caraí Rey!
No había quien quisiera ponerse porque se oía que el «Libro de los encantamientos grande y de letras chiquititas» le iba a contar sin falta a caraí Rey el lugar donde se escondieran. Encima caraí Rey tenía su famita de tramposo.
Por eso al Poromomarandujara ya le estaba por sangrar la boca de tanto gritar de balde por ahí cuando el mayor de los hermanos de Pychäichí al ver a la mamá que volvía de ordeñar las vacas por un capi-i-pyrtändytal, la atajó en el cruce del camino y le dijo:
-Dame un «modo» para que me pueda esconder de caraí Rey donde no pueda encontrarme.
Se agachó nomás la pobre viejita y arrancó tres florcitas amarillas de capi-i-pytä y se las dio al mayor de sus hijos. Él las guardó en el sombrero y fue con ellas a decirle a caraí Rey:
-Yo me esconderé de ti donde no puedas encontrarme.
-Bien, lo veremos -dijo caraí Rey-. Si es así de veras he de darte mis tierras partidas, por la mitad con todos los animales que haya adentro; pero, si te encuentro mandaré que te corten la cabeza. Escribe tu nombre en este papel y démosnos la palabra.
En acabando de escribir comenzó ya a esconderse el mayor de los hermanos de Pychäichí:
El que ante caraí Rey fuera un mozo alto y parejo se volvió un teyú-guasú.
Al salir por la puerta se convirtió en apereá.
Por el patio ya vemos saltando un conejo.
Por el campo corrió, la cola al viento, un zorro comedor de gallinas.
Corriendo y corriendo alcanzó el Confín del Mundo, donde acaban todos los campos. Se metió en un capi-i-pytändytal y se cambió en tres florcitas amarillas de capi-i-pytä.
Al amanecer del otro día, caraí Rey se levantó, se lavó la cara, desayunó grasiento, se fue a buscar el «Libro de los encantamientos, grande y de letras chiquititas» y le habló de esta manera:
-Un mozo alto y parejo se cambió en teyúguasú. Por la puerta ya salió un apereá. Por el patio ya saltaba un conejo. Por el campo corrió, la cola al viento, un zorro comedor de gallinas.
Se enhorcajó en la nariz los anteojos, abrió el Libro en cualquier parte y lo hizo hablar de esta manera:
«Corrió hasta el Confín del Mundo, donde acaban todos los campos; se metió en un capi-i-pytän-dytal y se cambió en tres florcitas amarillas de capi-i-pytä».
Caraí Rey llamó a sus sirvientes y esto les ordenó:
-Vayan hasta el Confín del Mundo, donde acaban todos los campos, y tráiganme tres florcitas de capi-i-pytä que van a encontrar allí sin falta.
Los sirvientes hicieron lo que les mandó su patrón y le trajeron tres florcitas de capi-i-pytä.
Caraí Rey mandó que las pusieran en el suelo y habló de esta manera:
-Vuelve a tu ser verdadero, mozo alto y parejo.
Y ahí nomás las tres florcitas amarillas cambiaron de vuelta en el mayor de los hermanos de Pychäichí.
-Has visto que de mí nadie puede esconderse -le dijo caraí Rey y mandó que le cortaran la cabeza.
- III -
El segundo de los hermanos mayores de Pychäichí
Cuando se supieron estas cosas se desparramó un gran miedo por el valle y ya no salió ninguno que quisiera bromear con caraí Rey.
Mientras tanto a caraí Rey le picaba todo de aburrido y solía decirle a ña Reina, su señora:
-¿Por qué será que esos muertos de hambre mezquinan tanto la cabeza?
Después de que pasó una luna larga volvió a llamar al Poromornarandujara para decirle:
-Anda por el pueblo y sus alrededores y al que quiera saber hazle que sepa: a quien juegue conmigo a las escondidas, si no lo encuentro le he de dar mis tierras partidas por la mitad con todos los animales que haya adentro, y le haré casar con la mayor de mis hijas princesas; pero, si lo encuentro mandaré que le corten la cabeza.
Y ya lo vemos otra vez al Poromomarandujara detrás del tocador de tambor, con las fibras del cuello para afuera, gritando hasta romperse toda la garganta:
-¡Quién! ¡Quién quisiera jugar a las escondidas con el tan querido y bondadoso caraí Rey!
Cuando ya le estaba por sangrar la boca, el segundo de los hermanos mayores de Pychäichí se fue a decirle a su mamá, que estaba lavando los platos:
-Dame un «modo» para que me pueda esconder de caraí Rey donde no pueda encontrarme.
Echó mano la viejita al fondo de una olla, alcanzó una espinita de pescado y se la dio al segundo de sus hijos mayores. Él la guardó detrás de la oreja y fue a decirle a caraí Rey:
-Yo me esconderé de ti de modo que no puedas encontrarme.
-Me parece muy bien -dijo caraí Rey disimulando una sonrisa-. Si no te encuentro de verdad, te daré mis tierras partidas por la mitad con todos los animales que haya adentro y te haré casar con la mayor de mis hijas princesas, pero, si te encuentro mandaré que te corten la cabeza.
Escribe tu nombre en este papel y démosnos la palabra.
En acabando de escribir comenzó ya a esconderse el segundo de los hermanos mayores de Pychäichí:
El que ante caraí Rey fuera un mozo fuerte y hermoso se cambió en una hedionda comadreja. Por la puerta ya salió un apereá. Por el patio saltaba ya un conejo. Por el campo corrió, la cola al viento, un zorro comedor de gallinas.
Corriendo y corriendo por la costa del lago alcanzó el Confín del Mundo, donde acaban todas las aguas; se tiró de cabeza entre las algas, se zambulló hasta el fondo del lago, se cambió en ñunundi'á, se tapó con el barro y se escondió calladito.
Al amanecer del otro día, caraí Rey se levantó, se lavó la cara, desayunó grasiento, buscó el «Libro de los encantamientos, grande y de letras chiquititas» y le habló de esta manera:
-Un mozo fuerte y hermoso se cambió en una hedionda comadreja. Por la puerta salió un apereá. Por el patio saltaba ya un conejo. Por el campo corrió, la cola al viento, un zorro comedor de gallinas.
Se enhorcajó en la nariz los anteojos, abrió el libro en cualquier parte y lo hizo hablar de esta manera:
«Corrió hasta el Confín del Mundo, donde acaban todas las aguas; se tiró entre unas algas, se zambulló hasta el fondo del lago y allí se cambió en ñuriundi'á. Morderá un anzuelo de plata».
Caraí Rey llamó a sus sirvientes y esto les ordenó:
-Vayan hasta el Confín del Mundo, donde acaban todas las aguas; echen al fondo del lago, entre las algas, este anzuelo de plata y tráiganme un ñunundi'á que van a pescar allí sin falta.
Los sirvientes hicieron lo que les mandó su patrón y volvieron con el pescado. Caraí Rey mandó que lo pusieran en el suelo y habló de esta manera:
-Vuelve a tu ser verdadero, mozo fuerte y hermoso.
Y ahí nomás el ñunundi'á se cambió de vuelta en el segundo de los hermanos mayores de Pychäichí.
-Ya viste que de mí nadie puede esconderse- le dijo caraí Rey y mandó que le cortaran la cabeza.
- IV -
Pychäichí se levanta del pozo de cenizas
Cuando estas cosas se supieron se desparramó un aún más grande miedo por el valle, y caraí Rey no encontró más compañeros de juego. Al pobre le picaba todo aburrido y solía decirle a ña Reina, su señora:
-¿Qué más podría ofrecerles a estos tontos para que apuesten la cabeza jugando a las escondidas?
Después de que pasaron cuatro lunas largas ya no pudo aguantar más y volvió a llamar al Poromomarandujara para decirle:
-Anda por el pueblo y sus alrededores y a quien quiera saber hazle que sepa: al que juegue conmigo a las escondidas, si no lo encuentro le daré todo cuanto poseo partido por la mitad y le casaré con la menor de mis hijas princesas; pero, si lo encuentro mandaré que le corten la cabeza.
Y ya lo vemos otra vez al Poromomarandujara detrás del tocador de tambor, con las fibras del cuello, inflado como un coto, para afuera, gritando hasta romperse toda la garganta:
-¡Quién! ¡Quién quisiera jugar a las escondidas con el tan querido, tan bueno y generoso caraí Rey!
Como nadie quería entrar en juegos tan pesados con hombre de tanto látigo, anduvo el pobre mucho tiempo con la boca sangrando de tanto gritar de balde por ahí hasta que se levantó Pychäichí de su pozo de cenizas diciéndose a sí mismo:
-¡Caraí Rey también ha de tener huecos entre las costillas!
Entonces fue a decirle a su mamá que estaba cosiendo unas ropitas todas rotas:
-Dame un «modo» para que pueda esconderme de caraí Rey como no pueda encontrarme.
La pobre viejita lo bendijo y le dio una agujita finita que tenía en la mano. Pychäichí la clavó en la cola de la camisa y fue a decirle a caraí Rey:
-Yo me esconderé de ti de modo que no puedas encontrarme.
-¡Dónde vas a esconderte de mí, chiquilín arruinado, ceniciento, alimento de piques! -se enojó caraí Rey creyendo que alguien había mandado a aquel muchacho infeliz para burlarse de él-. ¡Mándate a mudar antes de que te den una paliza!
Como a Pychäichí no le temblaron los talones, caraí Rey se frotó las manos, sonrió torcido y preguntó:
-¿O es que quieres que sin falta te corten la cabeza como a tus dos hermanos mayores?
-No alarguemos la cosa -se agrandó Pychäichí-. Estira si que tu papel y démosnos la palabra.
-Como quieras -dijo entre grandes risas caraí Rey-. Si no te encuentro te daré todo cuanto tengo partido por la mitad y te casarás con la menor de mis hijas princesas; pero, si te encuentro, te haré dar una paliza de caballería y mandaré que te corten la cabeza. Escribe tu nombre en este papel y démosnos la palabra.
En acabando de escribir ya empezó a esconderse Pychäichí:
Quien ante caraí Rey fuera un chico flaco de ojos llorosientos se mudó en un monito miriquiná.
Por la puerta salió un apereá.
Por el patio saltaba ya un conejo.
Por el campo corrió, la cola al viento, un zorro comedor de gallinas.
Corriendo y corriendo por el medio del monte alcanzó el Confín del Mundo, donde acaban todos los bosques.
Allí se mudó en una agujita finita y fue a clavarse bajo la corteza de un yvyra-pytä que alzaba la copa hasta las nubes.
Allí comprendió que había hecho no más que sus hermanos y le entró un chucho de miedo:
-El libro de los encantamientos, grande y de letras chiquititas le va a contar sin falta a caraí Rey dónde estoy escondido. Me darán una paliza de caballería y encima van a cortarme la cabeza -lloró a gritos Pychäichí- ¿Habrá alguien por aquí que quiera y pueda ayudarme?
Oyó la voz finita de la agujita un ypekü, que así se llama el pájaro carpintero, que andaba picoteando debajo de la corteza de ese árbol en busca de comida. Le tuvo compasión y dijo:
-Deja de tener miedo, yo te ayudaré.
Y con decirlo arrancó la agujita finita y la clavó bajo un ala.
Allí la agujita se cambió en una plumita.
Entonces el ypekü voló hasta la Casa Grande de caraí Rey.
Entró en su habitación, y al oír que roncaba, se sacó la plumita y la escondió en un bolsillo de los pantalones del dueño de casa.
Después de hacer todas estas cosas, voló y se fue al Confín del Mundo, donde acaban los bosques, a cuidar de su nidito.
Así se cuenta, y así nomás debió haber ocurrido dicen que en tiempos del Cura Mono.
- V -
Lo que paso el otro día
Al amanecer del otro día, caraí Rey se levantó, se lavó la cara, desayunó grasiento, buscó el «Libro de los encantamientos, grande y de letras chiquititas» y le habló de esta manera:
-Pychäichí se cambió en monito miriquiná. Por la puerta ya salió un apereá. Por el patio saltaba ya un conejo. Por el campo corrió, la cola al viento, un zorro comedor de gallinas.
Se enhorcajó en la nariz los anteojos, abrió el libro en cualquier parte y lo hizo hablar de esta manera:
«Corrió por el medio del bosque hasta el Confín del Mundo, donde acaban todos los bosques; se cambió en una agujita y fue a clavarse bajo la corteza del Yvyra-pytä que levanta su copa hasta las nubes».
Caraí Rey llamó a sus sirvientes y esto les ordenó:
-Vayan hasta el Confín del Mundo, donde acaban todos los bosques; quemen ese yvyra-pytä que levanta la copa hasta las nubes; pasen las cenizas por el cedazo y tráiganme una agujita finita que van a encontrar allí sin falta.
Los sirvientes hicieron lo que les mandó su patrón y no encontraron nada. Muertos de miedo, colgantes las narices, volvieron a contarle a caraí Rey.
-¡Mandaré que les corten a todos la cabeza! -rugió caraí Rey.
Y allí se oyó la risa finita de Pychäichí, que era como la voz de una plumita y parecía salir de Nosedónde.
Lo buscaron por todas partes. Dieron vueltas y vueltas y más vueltas hasta quedar todos mareados. Caraí Rey no aguantó más y gritó quejumbroso, en castellano:
-¡Pido, pido!
Sólo le respondió la risa finita de la plumita que parecía salir de Nosedónde.
Entonces caraí Rey dijo ya muy dulcemente:
-¡Vuelve a tu ser verdadero, mi hijito Pychäichí!
-¡Ni por nada! -se oyó la voz finita de Pychäichí-. A mí no me harás caer en una trampa. Llama a caraí Paí, a caraí Alcalde y a caraí Alguacil para que pongan sus nombres junto al suyo en el papel, ante caraí Escribano y bajo el «Sello de España».
Aunque caraí Rey no quería dar nada, tenía que hacer solamente como ordenaba Pychäichí si quería saber cómo ese chicuelo raquítico supo esconderse de él y engañar al libro sabio.
Así, después de esos que se dicen personajes se hubieron reunido y escrito sus nombres junto al nombre de caraí Rey, bajo el «Sello de España» y ante caraí Escribano, salió a volar de uno de los bolsillos de caraí Rey una plumita de ypekü; flotó un momento ante ellos en el aire y se convirtió de nuevo en Pychäichí.
-¡Este soy yo! -gritó, y agarrando el papel escrito que estaba sobre la mesa, escapó a la espera de que le pasara la rabia a caraí Rey.
Conforme a su costumbre, Pychäichí se fue y no volvió más. Dicen que desde entonces caraí Rey vive con miedo de que alguna vez vuelva ese chico a reclamar lo suyo.
Encima se pichó y no quiso jugar más a las escondidas.
El libro de los encantamientos llenos de trampas y entrelíneas
Dicen que dicen que decían que hubo un tiempo en que todas las cosas, una encima de la otra, le salían bien a caraí Rey.
Se hizo dueño del más grande de los bosques. Cuando salía a cazar, antes de ir ya sabía dónde iba a encontrar los venados más gordos sin tener necesidad de andar buscando las huellas. Si largaba un tiro cuando erraba peor acertaba en un ojo.
Eran suyos los mejores campos, que se extendían más allá de toda vista. Allí se criaban, como para no acabar nunca de contarlos, vacas, ovejas, burros, mulas, y los caballos más veloces, que bebían en un lago hondo y largo que nunca se secaba y terminaba allá por el Confín del Mundo.
En el fondo del patio de la Casa Grande los chanchos eran como bueyes gordos. Las gallinas crecían como avestruces y ponían huevos de seguido a lo largo del tiempo del calor y del tiempo del frío.
En los alrededores de la Casa Grande, brotaban, florecían y maduraban sus sembrados, sin que se le secara ni una sola plantita. De las cáscaras de las sandías de su chacra mandaba hacer canoas que podían cruzar el mar. Las raíces de mandioca salían gruesas como troncos de timbó.
Una sola hoja de sus plantas de tabaco bastaba para darle sombra en el palco cuando iba a las corridas de toros, así se sentaran a su lado ña Peina, su esposa, las dos hijas princesas y los grandes personajes que de lejos venían para alegrarlo y ponderarlo.
Los platos y cubiertos de su mesa eran de plata y oro. Tenía muchísimos cofres repletos de joyas. En canastos guardaba el producto de la venta de sus mercancías, y a veces desparramaba por el patio onzas de oro para que tomaran sol. Cuentan que entonces caraí Rey solía jugar al toky con sus pajes.
Andaba por el valle una murmuración que decía que esa suerte encimada que le alcanzó a caraí Rey le llegó mediante el «Libro de los encantamientos, grande y de letras chiquititas» que le cambiara a un indio sabio por un pedazo de chipá caburé. Cuando quería saber alguna cosa, así fuera el parejero que se iba a adelantar en las carreras, le preguntaba nomás al Libro Grande, se enhorcajaba los anteojos en las narices, abría el libro en cualquier parte y allí encontraba la respuesta a su pregunta.
Caraí Rey parecía vivir en manos del contento. Por demás tenía sirvientes como para andar él mismo agachándose para carpir la chacra. Encima no había gran cosa que lo pudiera animar para el trabajo, si hasta hipos tenía de tan lleno que estaba.
Coloradote, sanote, blancote, gordote, se pasaba en la sombra el santo día mateando, tererereando, comiendo, pitando, aperitando, retorciéndose el dedo gordo del pie y dando grandes bostezos.
Pero allá en el fondo no se hallaba más. No tenía ánimos, aburrido de hacer nada. Así fue como le entraron en la cabeza antojos de chiquilín y le dijo a la Reina, su señora:
-Ando con ganas de jugar a las escondidas.
-¡Ya pues entonces estás del todo loco! -le replicó la señora.
Se enojó caraí Rey y medio se levantó pesado torpe para pegarla por su atrevimiento. Ella nomás se apartó un poquitito y lo retó otra vez:
-¡Pero cómo quiero ver a un gran señor como tú corriendo a alguno por el patio y buscándolo detrás del horno!
«Eso es verdad -pensó caraí, Rey y se sentó otra vez, haciéndose ya nomás el enojado-. No hay caso de pasar vergüenza y andar para la risa en boca de los sirvientes. Si he de jugar, mi juego ha de ser famoso y grande».
Entonces lo llamó al Poromomarandujara para decirle:
-Anda por el pueblo y sus alrededores y al que quiera saber hazle que sepa: al que juegue conmigo a las escondidas, si no lo encuentro le daré mis tierras partidas por la mitad con todos los animales que haya adentro; pero, si lo encuentro, mandaré que le corten la cabeza.
- II -
El mayor de los hermanos de Pychäichí
En tiempos del Cura Mono, cuando había algo de lo que tenía que enterarse todo el mundo, se adelantaba un tocado de tambor que iba haciendo barullo hasta que se juntara la gente que hubiera por ahí para escuchar al Poromomarandujara. Dicen que aquella vez anduvo este pregonero de caraí Rey gritando hasta romperse toda la garganta:
-¡Quién! ¡Quién quisiera jugar a las escondidas con nuestro tan querido caraí Rey!
No había quien quisiera ponerse porque se oía que el «Libro de los encantamientos grande y de letras chiquititas» le iba a contar sin falta a caraí Rey el lugar donde se escondieran. Encima caraí Rey tenía su famita de tramposo.
Por eso al Poromomarandujara ya le estaba por sangrar la boca de tanto gritar de balde por ahí cuando el mayor de los hermanos de Pychäichí al ver a la mamá que volvía de ordeñar las vacas por un capi-i-pyrtändytal, la atajó en el cruce del camino y le dijo:
-Dame un «modo» para que me pueda esconder de caraí Rey donde no pueda encontrarme.
Se agachó nomás la pobre viejita y arrancó tres florcitas amarillas de capi-i-pytä y se las dio al mayor de sus hijos. Él las guardó en el sombrero y fue con ellas a decirle a caraí Rey:
-Yo me esconderé de ti donde no puedas encontrarme.
-Bien, lo veremos -dijo caraí Rey-. Si es así de veras he de darte mis tierras partidas, por la mitad con todos los animales que haya adentro; pero, si te encuentro mandaré que te corten la cabeza. Escribe tu nombre en este papel y démosnos la palabra.
En acabando de escribir comenzó ya a esconderse el mayor de los hermanos de Pychäichí:
El que ante caraí Rey fuera un mozo alto y parejo se volvió un teyú-guasú.
Al salir por la puerta se convirtió en apereá.
Por el patio ya vemos saltando un conejo.
Por el campo corrió, la cola al viento, un zorro comedor de gallinas.
Corriendo y corriendo alcanzó el Confín del Mundo, donde acaban todos los campos. Se metió en un capi-i-pytändytal y se cambió en tres florcitas amarillas de capi-i-pytä.
Al amanecer del otro día, caraí Rey se levantó, se lavó la cara, desayunó grasiento, se fue a buscar el «Libro de los encantamientos, grande y de letras chiquititas» y le habló de esta manera:
-Un mozo alto y parejo se cambió en teyúguasú. Por la puerta ya salió un apereá. Por el patio ya saltaba un conejo. Por el campo corrió, la cola al viento, un zorro comedor de gallinas.
Se enhorcajó en la nariz los anteojos, abrió el Libro en cualquier parte y lo hizo hablar de esta manera:
«Corrió hasta el Confín del Mundo, donde acaban todos los campos; se metió en un capi-i-pytän-dytal y se cambió en tres florcitas amarillas de capi-i-pytä».
Caraí Rey llamó a sus sirvientes y esto les ordenó:
-Vayan hasta el Confín del Mundo, donde acaban todos los campos, y tráiganme tres florcitas de capi-i-pytä que van a encontrar allí sin falta.
Los sirvientes hicieron lo que les mandó su patrón y le trajeron tres florcitas de capi-i-pytä.
Caraí Rey mandó que las pusieran en el suelo y habló de esta manera:
-Vuelve a tu ser verdadero, mozo alto y parejo.
Y ahí nomás las tres florcitas amarillas cambiaron de vuelta en el mayor de los hermanos de Pychäichí.
-Has visto que de mí nadie puede esconderse -le dijo caraí Rey y mandó que le cortaran la cabeza.
- III -
El segundo de los hermanos mayores de Pychäichí
Cuando se supieron estas cosas se desparramó un gran miedo por el valle y ya no salió ninguno que quisiera bromear con caraí Rey.
Mientras tanto a caraí Rey le picaba todo de aburrido y solía decirle a ña Reina, su señora:
-¿Por qué será que esos muertos de hambre mezquinan tanto la cabeza?
Después de que pasó una luna larga volvió a llamar al Poromornarandujara para decirle:
-Anda por el pueblo y sus alrededores y al que quiera saber hazle que sepa: a quien juegue conmigo a las escondidas, si no lo encuentro le he de dar mis tierras partidas por la mitad con todos los animales que haya adentro, y le haré casar con la mayor de mis hijas princesas; pero, si lo encuentro mandaré que le corten la cabeza.
Y ya lo vemos otra vez al Poromomarandujara detrás del tocador de tambor, con las fibras del cuello para afuera, gritando hasta romperse toda la garganta:
-¡Quién! ¡Quién quisiera jugar a las escondidas con el tan querido y bondadoso caraí Rey!
Cuando ya le estaba por sangrar la boca, el segundo de los hermanos mayores de Pychäichí se fue a decirle a su mamá, que estaba lavando los platos:
-Dame un «modo» para que me pueda esconder de caraí Rey donde no pueda encontrarme.
Echó mano la viejita al fondo de una olla, alcanzó una espinita de pescado y se la dio al segundo de sus hijos mayores. Él la guardó detrás de la oreja y fue a decirle a caraí Rey:
-Yo me esconderé de ti de modo que no puedas encontrarme.
-Me parece muy bien -dijo caraí Rey disimulando una sonrisa-. Si no te encuentro de verdad, te daré mis tierras partidas por la mitad con todos los animales que haya adentro y te haré casar con la mayor de mis hijas princesas, pero, si te encuentro mandaré que te corten la cabeza.
Escribe tu nombre en este papel y démosnos la palabra.
En acabando de escribir comenzó ya a esconderse el segundo de los hermanos mayores de Pychäichí:
El que ante caraí Rey fuera un mozo fuerte y hermoso se cambió en una hedionda comadreja. Por la puerta ya salió un apereá. Por el patio saltaba ya un conejo. Por el campo corrió, la cola al viento, un zorro comedor de gallinas.
Corriendo y corriendo por la costa del lago alcanzó el Confín del Mundo, donde acaban todas las aguas; se tiró de cabeza entre las algas, se zambulló hasta el fondo del lago, se cambió en ñunundi'á, se tapó con el barro y se escondió calladito.
Al amanecer del otro día, caraí Rey se levantó, se lavó la cara, desayunó grasiento, buscó el «Libro de los encantamientos, grande y de letras chiquititas» y le habló de esta manera:
-Un mozo fuerte y hermoso se cambió en una hedionda comadreja. Por la puerta salió un apereá. Por el patio saltaba ya un conejo. Por el campo corrió, la cola al viento, un zorro comedor de gallinas.
Se enhorcajó en la nariz los anteojos, abrió el libro en cualquier parte y lo hizo hablar de esta manera:
«Corrió hasta el Confín del Mundo, donde acaban todas las aguas; se tiró entre unas algas, se zambulló hasta el fondo del lago y allí se cambió en ñuriundi'á. Morderá un anzuelo de plata».
Caraí Rey llamó a sus sirvientes y esto les ordenó:
-Vayan hasta el Confín del Mundo, donde acaban todas las aguas; echen al fondo del lago, entre las algas, este anzuelo de plata y tráiganme un ñunundi'á que van a pescar allí sin falta.
Los sirvientes hicieron lo que les mandó su patrón y volvieron con el pescado. Caraí Rey mandó que lo pusieran en el suelo y habló de esta manera:
-Vuelve a tu ser verdadero, mozo fuerte y hermoso.
Y ahí nomás el ñunundi'á se cambió de vuelta en el segundo de los hermanos mayores de Pychäichí.
-Ya viste que de mí nadie puede esconderse- le dijo caraí Rey y mandó que le cortaran la cabeza.
- IV -
Pychäichí se levanta del pozo de cenizas
Cuando estas cosas se supieron se desparramó un aún más grande miedo por el valle, y caraí Rey no encontró más compañeros de juego. Al pobre le picaba todo aburrido y solía decirle a ña Reina, su señora:
-¿Qué más podría ofrecerles a estos tontos para que apuesten la cabeza jugando a las escondidas?
Después de que pasaron cuatro lunas largas ya no pudo aguantar más y volvió a llamar al Poromomarandujara para decirle:
-Anda por el pueblo y sus alrededores y a quien quiera saber hazle que sepa: al que juegue conmigo a las escondidas, si no lo encuentro le daré todo cuanto poseo partido por la mitad y le casaré con la menor de mis hijas princesas; pero, si lo encuentro mandaré que le corten la cabeza.
Y ya lo vemos otra vez al Poromomarandujara detrás del tocador de tambor, con las fibras del cuello, inflado como un coto, para afuera, gritando hasta romperse toda la garganta:
-¡Quién! ¡Quién quisiera jugar a las escondidas con el tan querido, tan bueno y generoso caraí Rey!
Como nadie quería entrar en juegos tan pesados con hombre de tanto látigo, anduvo el pobre mucho tiempo con la boca sangrando de tanto gritar de balde por ahí hasta que se levantó Pychäichí de su pozo de cenizas diciéndose a sí mismo:
-¡Caraí Rey también ha de tener huecos entre las costillas!
Entonces fue a decirle a su mamá que estaba cosiendo unas ropitas todas rotas:
-Dame un «modo» para que pueda esconderme de caraí Rey como no pueda encontrarme.
La pobre viejita lo bendijo y le dio una agujita finita que tenía en la mano. Pychäichí la clavó en la cola de la camisa y fue a decirle a caraí Rey:
-Yo me esconderé de ti de modo que no puedas encontrarme.
-¡Dónde vas a esconderte de mí, chiquilín arruinado, ceniciento, alimento de piques! -se enojó caraí Rey creyendo que alguien había mandado a aquel muchacho infeliz para burlarse de él-. ¡Mándate a mudar antes de que te den una paliza!
Como a Pychäichí no le temblaron los talones, caraí Rey se frotó las manos, sonrió torcido y preguntó:
-¿O es que quieres que sin falta te corten la cabeza como a tus dos hermanos mayores?
-No alarguemos la cosa -se agrandó Pychäichí-. Estira si que tu papel y démosnos la palabra.
-Como quieras -dijo entre grandes risas caraí Rey-. Si no te encuentro te daré todo cuanto tengo partido por la mitad y te casarás con la menor de mis hijas princesas; pero, si te encuentro, te haré dar una paliza de caballería y mandaré que te corten la cabeza. Escribe tu nombre en este papel y démosnos la palabra.
En acabando de escribir ya empezó a esconderse Pychäichí:
Quien ante caraí Rey fuera un chico flaco de ojos llorosientos se mudó en un monito miriquiná.
Por la puerta salió un apereá.
Por el patio saltaba ya un conejo.
Por el campo corrió, la cola al viento, un zorro comedor de gallinas.
Corriendo y corriendo por el medio del monte alcanzó el Confín del Mundo, donde acaban todos los bosques.
Allí se mudó en una agujita finita y fue a clavarse bajo la corteza de un yvyra-pytä que alzaba la copa hasta las nubes.
Allí comprendió que había hecho no más que sus hermanos y le entró un chucho de miedo:
-El libro de los encantamientos, grande y de letras chiquititas le va a contar sin falta a caraí Rey dónde estoy escondido. Me darán una paliza de caballería y encima van a cortarme la cabeza -lloró a gritos Pychäichí- ¿Habrá alguien por aquí que quiera y pueda ayudarme?
Oyó la voz finita de la agujita un ypekü, que así se llama el pájaro carpintero, que andaba picoteando debajo de la corteza de ese árbol en busca de comida. Le tuvo compasión y dijo:
-Deja de tener miedo, yo te ayudaré.
Y con decirlo arrancó la agujita finita y la clavó bajo un ala.
Allí la agujita se cambió en una plumita.
Entonces el ypekü voló hasta la Casa Grande de caraí Rey.
Entró en su habitación, y al oír que roncaba, se sacó la plumita y la escondió en un bolsillo de los pantalones del dueño de casa.
Después de hacer todas estas cosas, voló y se fue al Confín del Mundo, donde acaban los bosques, a cuidar de su nidito.
Así se cuenta, y así nomás debió haber ocurrido dicen que en tiempos del Cura Mono.
- V -
Lo que paso el otro día
Al amanecer del otro día, caraí Rey se levantó, se lavó la cara, desayunó grasiento, buscó el «Libro de los encantamientos, grande y de letras chiquititas» y le habló de esta manera:
-Pychäichí se cambió en monito miriquiná. Por la puerta ya salió un apereá. Por el patio saltaba ya un conejo. Por el campo corrió, la cola al viento, un zorro comedor de gallinas.
Se enhorcajó en la nariz los anteojos, abrió el libro en cualquier parte y lo hizo hablar de esta manera:
«Corrió por el medio del bosque hasta el Confín del Mundo, donde acaban todos los bosques; se cambió en una agujita y fue a clavarse bajo la corteza del Yvyra-pytä que levanta su copa hasta las nubes».
Caraí Rey llamó a sus sirvientes y esto les ordenó:
-Vayan hasta el Confín del Mundo, donde acaban todos los bosques; quemen ese yvyra-pytä que levanta la copa hasta las nubes; pasen las cenizas por el cedazo y tráiganme una agujita finita que van a encontrar allí sin falta.
Los sirvientes hicieron lo que les mandó su patrón y no encontraron nada. Muertos de miedo, colgantes las narices, volvieron a contarle a caraí Rey.
-¡Mandaré que les corten a todos la cabeza! -rugió caraí Rey.
Y allí se oyó la risa finita de Pychäichí, que era como la voz de una plumita y parecía salir de Nosedónde.
Lo buscaron por todas partes. Dieron vueltas y vueltas y más vueltas hasta quedar todos mareados. Caraí Rey no aguantó más y gritó quejumbroso, en castellano:
-¡Pido, pido!
Sólo le respondió la risa finita de la plumita que parecía salir de Nosedónde.
Entonces caraí Rey dijo ya muy dulcemente:
-¡Vuelve a tu ser verdadero, mi hijito Pychäichí!
-¡Ni por nada! -se oyó la voz finita de Pychäichí-. A mí no me harás caer en una trampa. Llama a caraí Paí, a caraí Alcalde y a caraí Alguacil para que pongan sus nombres junto al suyo en el papel, ante caraí Escribano y bajo el «Sello de España».
Aunque caraí Rey no quería dar nada, tenía que hacer solamente como ordenaba Pychäichí si quería saber cómo ese chicuelo raquítico supo esconderse de él y engañar al libro sabio.
Así, después de esos que se dicen personajes se hubieron reunido y escrito sus nombres junto al nombre de caraí Rey, bajo el «Sello de España» y ante caraí Escribano, salió a volar de uno de los bolsillos de caraí Rey una plumita de ypekü; flotó un momento ante ellos en el aire y se convirtió de nuevo en Pychäichí.
-¡Este soy yo! -gritó, y agarrando el papel escrito que estaba sobre la mesa, escapó a la espera de que le pasara la rabia a caraí Rey.
Conforme a su costumbre, Pychäichí se fue y no volvió más. Dicen que desde entonces caraí Rey vive con miedo de que alguna vez vuelva ese chico a reclamar lo suyo.
Encima se pichó y no quiso jugar más a las escondidas.
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