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lunes, 12 de julio de 2010

JOSÉ ARTURO ALSINA - INTRUSO (DRAMA EN TRES ACTOS, Texto: ACTO PRIMERO) / Fuente: TEATRO PARAGUAYO - TOMO I de TERESA MENDEZ-FAITH.


INTRUSO
DRAMA EN TRES ACTOS
Teatro por
JOSÉ ARTURO ALSINA
(Enlace a datos biográficos y obras
en la GALERÍA DE LETRAS del
www.portalguarani.com )
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INTRUSO (Drama en tres actos)
PERSONAJES
FLORIA / CHINA / AUGUSTO / DOÑA ANGELA / COMANDANTE JUAN ANTONIO / MARGOT / CAPITAN CARLOS ZETA / DOÑA TRANSITO / MANUEL / ELENA / DR. UNODETANTOS
.
La acción se supone que transcurre en la Asunción, durante la segunda década del siglo (XX).
ACTO PRIMERO
Sala de antigua casa unida a un amplio corredor por una ancha abertura. En el comedor se verá una larga mesa dispuesta para un servicio de lunch. El abandono que se observa en el recinto, patentizado en el desconchado de la pintura, en las grietas del cielo raso de yeso y en el deslucido de los muebles de época, denota a las claras que los habitantes pertenecen a esa clase de familias que "han venido a menos".
En primer término una puerta practicable a cada lado de la sala y sobre la que está ubicada a la derecha, una imagen protectora. Sobre lateral izquierda una consola dorada de gran espejo y sobre la misma lateral, en el ángulo con el foro, una percha de pie. En el cent o, sobre una mesa circular de descoloridas columnas doradas, un gran ramo de flores y flores, también, aunque no en profusión, sobre la mesa del comedor. En la pared del foro, colección de armas indias fijadas en un cuero de tigre. En las paredes, consultando el efecto estético, grandes retratos de los infaltables próceres familiares. Sillas y sillones de Viena, amarillentos por el uso.
Al levantarse el telón, aparecen en primer término: Dona Ángela, ocupada en pequeños arreglos, y Augusto, de pie, lápiz en mano, enseña a Manuel, sentado ante la mesa circular, una lección de algebra. En el foro, Margot y China distribuyen flores en la mesa. Don Juan Antonio entra en ese instante por la lateral izquierda.
ESCENA PRIMERA
Doña Ángela, Augusto, Manuel, Margot, China, Comandante Don Juan Antonio
COMANDANTE JUAN ANTONIO: Me sigue todos los días, a todas partes.
AUGUSTO: ¿Quien, papá?
COM. J.A.: ¿Quien ha de ser...?, el inmutable, omnipresente "Pyragüe".
MARGOT: ¿De qué te quejas? Debías agradecérselo. Es la sombra de tu prestigio político.
COM. J.A.: (Encogiéndose de hombros) ¡La sombra del prestigio político! i Bah! (Deja el aludo sombrero y el bastón colgados en la percha. Tratando de recordar) Es curioso..., he olvidado lo que acaban de decirme... No sé..., una familia amiga… un encargo... (Desentendiéndose) No debe ser de mucha importancia... (Pausa. De pronto) ¿Saben...? Anoche estallo un motín en el cuartel de artillería... (Decepcionado) Una chirinada más.
DOÑA ANGELA: Es el cuento de todos los días.
MARGOT: Y el sueño de todas las noches.
COM. J.A.: ¡Es verdad...!, podría jurarlo... Fracasó... Mala suerte.
DOÑA ANGELA: Siquiera hoy que ha llegado Augusto, después de tanto tiempo de ausencia, deberías silenciar esta maldita idea fija.
COM.J.A.: (Amoscado) Siempre contradiciéndome. (Pausa) La revolución, entiéndalo bien, no puede tardar en estallar. (Se le ilumina el rostro) i Ah...! ¡Entonces...!
DOÑA ANGELA: Parece mentira que te engañes y que trates de engañarnos de esta manea.
COM. J.A.: Con el triunfo se cumplirá el último sueño de mi vida.
MARGOT: Terminarás por contagiamos de tus manías,
AUGUSTO: (Reconviniéndola a media voz) ¡Margot!
COM. J.A.: Será menester renunciar a hacerles confidencias.
DOÑA ANGELA: Confidencias políticas. De otra cosa no hablas.
COM. J.A.: No me comprenden. (Inicia el mutis) Terminaré por ser un extraño en mi propia casa. (A punto de salir se detiene) Ahora recuerdo de lo que había olvidado... La familia de... de... (Haciendo memoria) Sí... de Rodríguez... ¿O era Fernández...? O quizás González..., se hace excusar por no poder asistir al recibo de esta tarde... (Inicia, de nuevo, el mutis)
AUGUSTO: (En la creencia de que su padre ha salido) ¡Pobre papa!
COM J .A.: (Volviéndose) ¿Tanto me compadeces? (Vase por lateral derecha)

ESCENA SEGUNDA
Mismos, menos Com. Juan Antonio
AUGUSTO: (Apenado) i Siempre lo mismo!
DOÑA ANGELA: Que le hemos de hacer.
MARGOT: (Que acompañada de China se ha adelantado hacia el primer término) Hasta las seis, de seguro los invitados no vendrán.
DOÑA ANGELA: Es el término de tolerancia establecido en toda reunión aristocrática.
MARGOT: (Dando vueltas alrededor de Augusto) Mientras llegue la hora nos habíamos propuesto salir un rato, hasta aquí cerca.... en la confitería a urgir los últimos encargues y, de regreso, dar un breve vistazo a las tiendas. (Insinuante) Siempre que un caballero aquí presente cumpla con lo prometido.
AUGUSTO: (Hace señas de que esperen un momento).. . a al cuadrado más m menos 2 que es lo que queríamos demostrar. Esta tarde repasaremos esta lección y mañana hablaremos sobre la fotosíntesis, fenómeno de la luz solar sobre la clorofila de los vegetales, fuente primordial de vida. (Se dirige a sus hermanas, saca unos billetes de la camera y se los entrega a Margot) Ahora ya pueden comprar sus trapitos. (En broma) No sean derrochadoras, hermanitas, y mucho juicio.
MARGOT: (Contando desilusionada el dinero. Se ocupa, frente al espejo de la consola, de los últimos retoques faciales antes de salir. Con frialdad) El juicio que nos recomiendas está limitado por estrechas razones económicas.
CHINA: (Muy dulcemente) Estoy ansiosa de compartir tu felicidad al lado de Elenita, tu linda prometida. Ha sido una feliz idea la de despedir con un recibo a su familia en vísperas de su viaje a Europa, una manera de demostrarle nuestra simpatía.
AUGUSTO: (Afectuoso, tomándole de las manos) Gracias, hermanita.
MARGOT: (Inquieta) Vamos, de una vez, China. (Después de iniciar el mutis se detiene. A Augusto) Las tiendas están lejos, el tiempo de que disponemos es corto, y lo que acabas de darnos... francamente...
AUGUSTO: ¿No les alcanza para el auto, verdad? ¿Te bastan cien pesos?
MARGOT: (En pose de resignación, con mordaz displicencia) Bueno... si... bastan. (Los embolsa, los saca de nuevo haciendo ademan de devolvérselos)Digo... si no altera tu presupuesto. (Vanse ambas por lateral izquierda)

ESCENA TERCERA
Doña Ángela, Augusto. Manuel
DOÑA ANGELA: ¡Es que no comprenden!
AUGUSTO: No comprenden, es cierto, la realidad de la vida... ¡Pobrecitas! Me son queridas hasta en sus pequeños caprichos, en sus pueriles enfados de niñas mimosas. (Pausa. A Manuel, en tono de cariñoso reproche) No me explico, Manuel, cómo has podido aplazarte. En mis tiempos de estudiante no concebía un suspenso. (Encogiéndose de hombros)
MANUEL: No puedo con las matemáticas. Otros viven sin estudiar. ¡Si por mi fuera!
AUGUSTO: Está bien, no te gusta el estudio, pero en cambio tendrás algún plan de trabajo a la vista.
MANUEL: (En un gesto de cansancio. Bostezando) No entiendo de estas cosas. Me voy. A las seis me esperan los muchachos en el Hispania.
DONA ANGELA: ¿Asistirás al recibo?
MANUEL: No me interesa.
AUGUSTO: (Dejando percibir cierto disgusto) Espérame un rato, Manuel.
MANUEL: (De mala gana) Está bien... en mi cuarto. (Mutis foro)

ESCENA CUARTA
Augusto, Doña Ángela
AUGUSTO: (Moviendo negativamente la cabeza) Hay que pensar seriamente en el porvenir de este muchacho. (Pausa. Cariñoso) Allá, en la administración de la estancia, en mis noches solitarias, ¡si supiera cómo he pensado en todos ustedes!
DOÑA ANGELA: Convengamos que esta vez has venido sólo para despedirte de Elena.
AUGUSTO: (Muy afectuoso, abrazándola) No se ponga celosa mi mamita adorada. Debía a Elena esta prueba de consideración por haber mantenido su confianza en mi hombría de bien, a pesar de mi obligada ausencia y del tenaz empeño de sus padres por destruir todo vínculo entre nosotros.
DOÑA ANGELA: ¿Crees en serio que se opondrían a vuestra unión, ellos tan ansiosos de dar lustre a su oscuro linaje? (Como arrepentida de lo que acaba de decir; se pone la mano en la cabeza, baja la vista y dice a media voz) A veces me olvido imprudentemente de las cosas y no sé lo que digo. (Se oye por el lado del foro murmullo de voces masculinas) Es tu padre con sus amigos.
AUGUSTO: Voy a reunirme con Manuel. No me siento con ánimo para soportar ciertas charlas. (Sale Augusto)

ESCENA QUINTA
Mismos y Floria
FLORIA: La señora, aquí hay una carta.
DOÑA ANGELA: Con el permiso de ustedes. (Abre la carta y lee) Una familia amiga excusa su inasistencia.
FLORIA: La señora: el familia González, hago decir que esta tarde no vengo.
DOÑA ANGELA: (Con estupor) ¿Ellas...? ¡Ellas que nunca faltaron a nuestras reuniones! (Abochornada) Con permiso de ustedes. (Mutis lateral izquierda)

ESCENA SEXTA
Comandante J.A., Capitán Zeta, Dr. Unodetantos
COM. J.A.: (Con su habitual misterio) Como les iba diciendo, todo estaba preparado para dar el golpe.
DR. UNODETANTOS: (Interrumpiéndole. En voz baja a Carlos) El golpe es el que les están dando las relaciones. (Ríe)
COM. J.A.: (Qua no ha oído) ¿Que dicen ustedes?
DR. UNODETANTOS: Nada... un simple comentario al margen. (Con una palmadita en la espalda) Continúe por favor, continúe.
COM. J.A.: (Retomando con esfuerzo el hilo del parlamento anterior) Los amotinados se disponían a emplazar los cañones en la calle cuando se vieron sorprendidos por las tropas leales al gobierno que habían tomado posiciones rodeando el cuartel. Una vez mas habíamos sido traicionados.
DR. UNODETANTOS: Pero el capitán lo ignora y el suceso, según su versión, ocurrió en su cuartel.
CAPITAN ZETA: Acabo de enterarme por su relación, Comandante.
COM. J.A.: (Socarrón) ¿O finge ignorarlo?
CAPITAN ZETA: Convénzase, son sueños vanos. Ha pasado la hora de las convulsiones políticas.
COM. J.A.: ¡Joven de poca fe!, no me obligues a que dude de tu inteligencia.
DR. UNODETANTOS: (Cada vez que hace uso de su abundante provisión de citas, se pone tieso. tose un poco, adelanta el pecho, imprimiendo a la voz un tono campanudo) Ya lo dijo en hermosos versos Calderón de la Barca: "La vida es sueño" y... "los sueños; sueños son".
COM. J.A.: (Irritado) Parece mentira que esté en uso de sus facultades mentales. Dr. ¿Puede pensar así el escritor que incendia la República con sus panfletos...? i Ah, cuántas cosas tienen ustedes que aprender de la juventud de mis buenos tiempos!
DR. UNODETANTOS: Ya lo dijo Seneca: "Siempre es peor al día siguiente".
COM. J.A.: (Evocando) i Aquella brava muchachada que se abría paso, revólver cerrado, puñal en mano, en el cerrado camino de los comicios y aceda a los campamentos a la primera llamada, vibrante de entusiasmo!
CAPITAN ZETA: La juventud es siempre la misma.
COM. J.A.: ¡Si me hubieran conocido en los cuadros de la guardia nacional!
DR. UNODETANTOS: (En apologista) Don Juan Antonio, más conocido entre los correligionarios por J.A., fue, es y será la más brillante personificación del caudillo, jefe civil de montoneras y guía de ciudadanos. Pasará a la historia política de este país como el legendario Comandante Juan Antonio.
COM. J.A.: (Con amargura) Hace cuarenta años libre mi primer combate, comandando el tercer batallón de la guardia. Desde entonces no he cesado de luchar al servicio de mi partido. (Desalentado) Ahora, sólo van quedando entre recuerdos, el viejo uniforme, el sable corvo que brilló en la campaña de Laureles y el kepis chamuscado por las balas enemigas.
DR. UNODETANTOS: No desespere, Comandante. Según asevera Lugones, pronto llegará "la hora de la espada".
COM. J.A.: (Entusiasmado) ¡Y de la victoria! (Insinuante. Al Capitán Zeta) Si el Capí no permaneciera insensible a mis ruegos, le correspondería la gloria de encarnar el ideal revolucionario en un triunfo que inmortalizaría su nombre.
CAPITAN ZETA: (Irónico) ¿En qué hora y día quiere que le entregue el cuartel?
DR. UNODETANTOS: (AI Com. J.A.) Es menester convencerse, el capitán no es de los nuestros.
CAPITAN ZETA: Se lo he repetido muchas veces.
COM. J.A.: Entiendo que siente por nuestra causa una secreta simpatía, aunque su endemoniado amor propio y un equivocado concepto del honor militar le impidan confesarlo. Existen, además, entre nosotros vínculos...
CAPITAN ZETA: (Interrumpiendo con cierta violencia).. . Vínculos de sangre.
COM. J.A.: (Turbado) Tu padre murió a mi lado, fiel a su credo. Su muerte fue un episodio lamentable que nos restó un hombre de acción.
CAPITAN ZETA: (Sombrío) A ustedes les restó un hombre de acción; a mí me condenó a la orfandad, No lo recordemos, por favor.
COM. J.A.: (Insistiendo) Y fue inmolado por los que están en el poder. (Insidioso) El hijo debe vengar la muerte del padre.
CAPITAN ZETA: Entre los que usted considera sus victimarios y yo, media un juramento de lealtad. Por otra parte, tendría por delante cuarenta años para esperar mi último combate, o un plazo menor para correr la suerte de mi padre.
COM. J.A.: (Con los brazos abiertos implorando al cielo) ¡Cómo se ha de vencer con una juventud así!
DR. UNODETANTOS: (Dejando escapar la cita contenida) Ya lo dijo Lamartine: "En las revoluciones no hay arrepentimiento, hay expiaci6n"... "En política, los errores son crímenes".
.
ESCENA SÉPTIMA
Mismos y Floria
FLORIA: (Que se ha olvidado del castellano. Al Com. J.A.) El señor: oimé oguajhë umi Platti kuera.
COM. J.A.: (Con rabia) ¿Han llegado los Platti? En el preciso momento en que estábamos por entrar en materia. (Vase por foro seguido por Floria)

ESCENA OCTAVA
Capitán Zeta, Dr. Unodetantos
DR. UNODETANTOS: Oportunísimos. (Confidencial) Ellas están avisadas, al viejo lo conquisto con el cuento de la revolución, la vieja siempre termina por ceder y Manuel es un infeliz. En cuanto a Augusto, casi siempre está ausente.
CAPITAN ZETA: Pero, ¿a qué te refieres?
DR. UNODETANTOS: (Extrañado) Hombre: por supuesto que a los próximos bailes de carnaval. (Al oír murmullos de gente que se acerca) Ya hablaremos después. (Pedante-altisonante) "Audaces fortuna juvat".

ESCENA NOVENA
Mismos, Com. J.A., Doña Ángela, Augusto, Doña Transito, Elena
(Aparecen por foro.)
DOÑA ANGELA: Supongo que ustedes se conocerán.
DR. UNODETANTOS: (Caradura) ¿Quién no conoce en la Asunción a la familia Platti?
DOÑA TRANSITO: (Halagada) Muchísimas gracias, joven.
ELENA: (A Doña Ángela) ¿Y las muchachas?
DOÑA ANGELA: (Dándose importancia) Atareadísimas con los preparativos del viaje a San Bernardino. No tardaran en estar aquí. Tomen asiento.
DOÑA TRANSITO: Impusiule, na Ángela.
DOÑA ANGELA: (Extrañada y ofendida) ¿Na Ángela? Después de tantos años de tutearnos, ña Tránsito?
DOÑA TRANSITO: La tiempos cambia, che ama. Nosotro hemo tempraneado para ponerte a su conocimientos que no vamo a poder asistir a sus fiesta, aunque quedriamo tener la hondra de venir.
DOÑA ANGELA: (Visiblemente fortificada) Sin embargo, habían prometido.
DOÑA TRANSITO: No tenemos ni un poco de lugar, che ama. Todo e vamo y venimo al Policía, al consulados, al ministerios. Para todo tenemos que hacerte tocar la pirá piré. La gobierno quiera la plata y te saca para pagar la pasaporte, certificado atyra. Ha hi' ári la empleado kuera ni caso de perro que te hace si no te saca la propina. Y todo e nomá para sacarte el plata que te ha ganado con la sudor y el sangre.
DR. UNODETANTOS: Son los inconvenientes de llamarse Platti.
DOÑA TRANSITO: Y saber guardarte y tenerte para no necesita de naidies.
DOÑA ANGELA: (Insistiendo para que tomen asiento) Podrían acompañarnos siquiera un momento hasta que las chicas vuelvan.
DOÑA TRANSITO: (En actitud de rechazo)No, che ama... Tenemo muy poco la tiempo para despedirno de (recalcando la frase) ... algunas amiga íntima.
COM. J.A.: (Para llenar el helado vacío que a continuación del parlamento anterior se produce) Don Genaro estará muy contento ante la perspectiva del viaje. Ha tenido suerte el gringo.
DOÑA TRANSITO: (Picada) ¿Suerte, eh?... Trabajando desde que Dios hace la día hasta que entra la sol, todo el año sin respetar frío ni caliente, y solamente descansa la día santo y fiesta de guardar como te manda el religión y la Santa Iglesia y sin nunca meterno en política y siempre mirando el estar bien de la familia. Genaro es un persona inteligente ha catupyry.
DR. UNODETANTOS: Quien lo duda. Su fortuna lo prueba.
DOÑA TRANSITO: Es cierto que no tengo la tiempo de leerte. Desde que nace Elenita no puedo leer ma que la diario y solamente la cambio y la noticia de policía.
CAPITAN ZETA: Es, señora, una manera de ilustrarse como otra cualquiera, a la medida y al gusto del consumidor.
DOÑA ANGELA: (Abochornada y no sabiendo como terminar con tanto ridículo) ¿La ausencia se prolongará por mucho tiempo?
DOÑA TRANSITO: ¿ Vo no lee el crónica social, ña Ángela?
DR. UNODETANTOS: (Poniendo el dedo en la llaga) También la crónica social anuncio hace rato el compromiso de su hija Elena con Augusto.
DOÑA TRANSITO: (Que ha sentido visiblemente el impacto. Balbuciente) ¡E'a! che karaí... La tiempo cambia... Elena es muy joven y Augusto tiene que conquistarte la porvenir.
AUGUSTO: (Sin poderse contener) Entre el porvenir y yo hay una batalla que librar. Batalla incruenta del sacrificio diario y del propósito honesto. Me siento fuerte para librarla y vencer con dignidad. Que quede en claro, señora.
DOÑA TRANSITO: (Acobardada y anunciando la salida) Es el costumbre, el tradición del familia. Genaro, cuando te casaste ya tiene el mitad de su fortuna. (De pronto, apresurada a doña Ángela. Mirando "el reloj pulsera”) Che ama, son las seis potaité. Comprende que na, el porqué nos vamo. (Con una inelegante reverencia se despide sin darla mano) Serviaustede... serviaustede... (Inicia él en voz alta): feliz viaje (y en voz baja) naufragio, que se ahogue la vieja. (Elena y Augusto han quedado en primer plano y en medio del escenario, mientras los demás acompañan a Dona Transito en su desplazamiento)
AUGUSTO: Este viaje es sólo una maniobra para separamos.
ELENA: No lo conseguirán. Espera confiado mi regreso.
DOÑA TRANSITO: (Vigilante e imperativa) Tarde ma, vamo catú Elena.
ELENA: (Mientras aprieta la mano a Augusto. A su madre) Ya voy, mama. (A Augusto) Ten fe en mi, Augusto.
DOÑA TRANSITO: Vamo que na pronto. iQue barbaridas!, en el auto te esperas la de Pérez.
DOÑA ANGELA: (Con estupor) ¡Las de Pérez! ¡Pero, ellas estaban invitadas!
DOÑA TRANSITO: No han querido tener la hondra de llegarte. (Van saliendo Doña Ángela, Doña Transito, Elena y Augusto. Ya fuera de escena, Doña Transito recalca en voz alta) ¡Adiós, ña Ángela!
DR. UNODETANTOS: "Nunca ocurre lo malo mientras no pasa lo peor": Pirandello.

ESCENA DECIMA
Com. JA., Capitán Zeta, Dr. Unodetantos
DR. UNODETANTOS: ¡Que hermosa esta Elena!
CAPITAN ZETA: Maravillas de la selección natural.
DR. UNODETANTOS: (Fisgoneando en la mesa situada en el corredor) Parece que en este país rige la ley seca. Hay que romper con la prohibición. (Acto seguido toma una botella, la descorcha y llenando tres vasos los distribuye compartiéndolos entre sus compañeros)
CAPITAN ZETA: (El diálogo se desarrollará entre trago y trago) ¡Con qué desplante habla la vieja de la tradición familiar! ¡Ah, el poder corruptor del dinero! Nadie ignora que el gringo se casó después de nacer Elena, con su antigua sirvienta y concubina. Y el origen de la fortuna que tanto les enorgullece empezó con el contrabando y uno que otro negociado, para culminar en los últimos tiempos con el voraz ejercicio de la usura y la ingeniosa invención de las hipotecas con pacto de retroventa.
DR. UNODETANTOS: Toda una historia clínica. Ya lo dijo Giovanni Papini: "El dinero es el excremento del diablo".
COM. J.A.: (Que ha estado abstraído en su habitual estado de indiferencia, despierta a la realidad cuando el Dr. Unodetantos le alcanza una copa que acepta maquinalmente) Gracias... (Pausa) Esta tarde tenía el propósito de reunir a amigos.
DR. UNODETANTOS: (Fingiendo entusiasmo) ¡Conspirador de raza...! ¡Idea genial: encubrir una conspiración en una fiesta familiar! ¡Bravo!
COM. J.A.: (Con la voz velada) Pero, ni los amigos han venido. (Se abstrae de nuevo por un instante. Recomenzando) La revolución necesita de nueva savia, de la energía de una pujante generación y, sobre todo, del olvido de los principios teóricos. Dejar obrar libremente a la experiencia...
DR. UNODETANTOS: De acuerdo a un viejo dicho popular: (doctoralmente) "la experiencia es la madre de la ciencia". (Alarmado por el largo giro que amenaza tornar la conversación, se levanta y hace señas al capitán con el índice puesto en la sien significando que J.A. no está en sus cabales. Luego, desaprensivo) Si es necesario, nosotros dos haremos la revolución.
COM. J.A.: (Levantándose y abrazándolo a su vez. Radiante)¡Y triunfaremos! (Casi enajenado) Quiero volver a lucir mi viejo uniforme en algún entrevero de ley.
DR. UNODETANTOS: Ahora, voy a proseguir mi combate entregando a las cajas el original del editorial para el número de mañana, plomo derretido lanzado contra los bastiones del gobierno. (AI capitán) ¿Quieres acompañarme? De paso hablaremos del baile.
CAPITAN ZETA: Te acompaño un trecho, hasta el Centro Español. (En la despedida el Dr. Unodetantos vuelve a abrazar al Com. JA.) Hasta mañana, mi comandante. (AI punto del grito) i Viva la revolución!
DR. UNODETANTOS: (Mientras van saliendo) Estoy en un sendero sin olvidar por eso que todos los caminos conducen a Roma; ¿cuál? No lo sé... pero ya lo encontraré. Puedes estar seguro. Sienta Maquiavelo, en su obra maestra "El Príncipe" la doctrina inspiradora de "el fin justifica los medios" (Sale por foro.)

ESCENA DECIMOPRIMERA
Com. J.A., Doña Ángela
COM. J.A.: (Deja la copa sobre la mesa central. Ha quedado pensativo y se pasea nerviosamente mientras fuma a grandes bocanadas. A Doña Ángela que entra) La civilización también tiene sus inconvenientes. (Señalando las armas indias que cuelgan de la pared) Si no se hubiesen inventado las armas de fuego, ¡qué fácil sería armar una revolución con arcos de guayacán y flechas de caña de Castilla!
DOÑA ANGELA: (Lo observa durante un instante larga y compasivamente) Juan Antonio, ¿ no te has convencido aun de nuestra caída?
COM. J.A.: ¡Algún día cuando la suerte vuelva a sonreírnos!
DOÑA ANGELA: No ves que la fortuna huyó para siempre de nuestra casa.
COM. J.A.: Yo lo jure, debes recordarlo, que había de reconquistar nuestra posición.
DOÑA ANGELA: (Con aflictiva preocupación) Los invitados no han respondido a nuestra invitación. Ha sido un vacío deliberado, parecería, mancomunado. ¡Como se complacen en despreciarnos los que hasta ayer fingían honrarse con nuestra amistad!
COM. J.A.: Atribuyes una importancia exagerada a un hecho que bien podría provenir de... de pequeñas coincidencias.
DOÑA ANGELA: (Que concentrada no ha oído) Por último, la actitud provocativa de los Platti. Prácticamente han quedado rotas nuestras relaciones.
COM. J.A.: Ya volverán mansitos y arrepentidos. Está cercana la hora de la liberación o, mejor dicho, de la recuperación.
DOÑA ANGELA: Los fantasmas vagan en torno de tu espíritu atormentado. Hoy no conseguirás que nadie te tome en serio.
COM. J.A.: (Mintiéndole después de mentirse a sí mismo) Te equivocas; Carlos, nuestro inefable capitán, acabara por ponerse al frente de una sublevación.
DOÑA ANGELA: Reflexiona que no es honrado lo que haces. Fundas tus cálculos en sentimientos respetables. El padre de Carlos era tu mejor amigo y murió deslumbrado por una causa que su ignorancia le impedía comprender. Por otra parte, es el pretendiente de China. Tus ideas de alucinado podrían despertar en su juventud inexperta insensatas ambiciones. ¡Cuidado, Juan Antonio! Entre él y nosotros hay un cadáver de por medio.
COM. J.A.: (Poseído de cierta majestad que resulta grotesca)Pareces olvidar que hablas a un guerrero.
DOÑA ANGELA: ¿Por qué permaneciste sordo a mis reclamos? ¿Por qué te negabas, obstinadamente, a darme la mano cuando te la pedía para ir juntos en busca de la serena fuente que calmara nuestra ardiente sed de felicidad? De la felicidad posible. Si no nos unía el amor, podía unamos la comprensión, la solidaridad que se forja con el advenimiento de los hijos.
COM. J.A.: La monserga de siempre: el rincón tranquilo, el dulce sosiego, la paz bendita del hogar. (Impaciente) ¡Es que no comprendes la amargura de esta vida destrozada... ! Y a la angustia se une el olvido... el olvido de todo...
DOÑA ANGELA: (Cruel sin quererlo) Y lo más triste es que al final te has quedado solo.
COM. J.A.: Sí, es verdad: una soledad en un silencio de derrota. (Piensa, luego inusitadamente, la abraza con inesperada ternura) ¡Pero, no tan solo! Entre los dos, como fruto de un amor tardío, como un hijo más, el más bello y fuerte, germinara un invencible pensamiento de venganza. (Pausa dolorosa) He luchado toda mi vida para llegar a este lamentable resultado... (Obsesionado) ¡Si pudiera vengar en un solo minuto todos los agravios sufridos en tantos años, si me fuera dado el poder de fulminar mi venganza sobre la cabeza de quienes todo me deben y, hoy, todo me lo niegan! ¡Ah, si pudiera tomar posesión del poder solo cinco, minutos! ¡Cuántas cosas haría! ¡Cuántas cosas destruiría!
DOÑA ANGELA: (En un susurro) ¡Pobre alma envenenada por el despecho!
COM. J.A.: Estoy en el momento peligroso en que el hombre, en sus ratos de lucidez, empieza a compadecerse a sí mismo. Por momentos, me parece que vivo en una perpetua ebriedad, transitando, entre ruinas, en pos de una visión que lo mismo puede conducirme a la victoria que a la muerte.
DOÑA ANGELA: (Con las manos juntas) Apártate de los falsos senderos y unamos nuestra vejez en la soledad resignada de una última tentativa de salvación.
COM. J.A.: ¡Es un sueño tan hermoso, que temo sea irrealizable!
DOÑA ANGELA: No tienes fuerza para sobreponerte a lo funesto. Piensa en nuestros hijos y en nuestra calamitosa situación económica que está agotando sus escasas reservas. Es mí deber prevenírtelo: la ofensiva social ha empezado a hervir nuestra insignificancia... Dentro de poco viviremos bloqueados por la miseria vergonzante.
COM. J.A.: ¿Crees que tendría el ánimo necesario para iniciar un nuevo camino? Me faltaría la fe... la confianza... Confianza en mi capacidad emprendedora... Además, tu sabes, soy simplemente un guerrero que se ha impuesto una misión.
DOÑA ANGELA: Hombre de poca fe.
COM. J.A.: Siempre fui un hombre recto y en las partidas de la vida a menudo me toco perder.
DOÑA ANGELA: (Encendida) Perdías lo que eras incapaz de restituir: primero, la herencia que te dejaron tus padres; luego, lo que habías adquirido en el negocio del matrimonio; por último, has seguido jugando la suerte de tu familia.
COM. J.A.: (Entre sorprendido y enojado) Hablas con una dureza que no es habitual en ti.
DOÑA ANGELA: Por momentos, yo misma no me reconozco. Hasta hace poco tiempo estaba dispuesta a la tolerancia, al perdón, a la renuncia de la queja que moría en el sollozo. Desde la última revolución empiezo a comprender, cabalmente, las consecuencias de tus aventuras. De treinta años de matrimonio, veinte las has pasado entre el campamento, la prisión, el confinamiento y el destierro y de los diez que has permanecido en el hogar, has estado virtualmente ausente, viviendo tus horas entre el club y el comité, repartiéndolas entre el falso consuelo del desquite y la amargura de tus derrotas.
COM. J.A.: Tarde me acusas, Ángela.
DOÑA ANGELA: En la crianza y educación de tus hijos fuiste un espectador indiferente. Hice por ellos una obra de amor, pero el amor no basta. Era también necesaria la presencia del padre, de un padre que se había olvidado que lo era para consagrarse por completo al servicio de sus pasiones. Yo no he sabido, no he podido formarlos mejor. ¿Por qué será tan débil la mujer? ¿O es que, mi Dios, quizás yo también tenga parte de culpa; yo que no supe hacerme fuerte, dejándome dominar por la debilidad de los míos; yo, que no los supe apartar del ambiente de lujo y de frivolidad en que me eduqué sin sospechar que allí acechaba otro peligro...? Mira después de treinta años el resultado, tengamos el valor de confesarlo y mide en el abismo de tu propia alma la profunda tristeza de estas preguntas: ¿Que es nuestra familia?, que son nuestros hijos, Señor? ¿Y qué sería de nuestra situación sin el amparo de Augusto?
COM. J.A.: (Rencoroso) Augusto... i siempre Augusto!
DOÑA ANGELA: Estás notificado, Juan Antonio. Nuestro hogar se derrumba y tú serás el primer responsable de la catástrofe.
COM. J.A.: (Con enojo y energía que se verán fugaces, con ánimo de dar termino a la disputa) ¡Basta, Ángela...! Recuerda que tú tampoco estás exenta de culpa.
DOÑA ANGELA: (Tocada en lo más íntimo. Como acusándose) Si... mi única... mi sola... mi grave falta. (Lo mira con fijeza en los ojos...) Sí... te comprendo... acabo de comprenderlo... y no creía que hubieses descendido tanto hasta el punto de recordármelo. Aquella culpa te mancha mas a ti que a mí.
COM. J.A.: (Solicito, arrepentido) Ángela: no creía haberte ofendido.
DOÑA ANGELA: ¿Olvidas, acaso, que convinimos que por nada del mundo lo recordaríamos? ¿No fue esa la única condición del pacto? Por mucha que fuera tu degradación nunca faltaste a la palabra empeñada.

ESCENA DUODÉCIMA
Mismos, mas Margot, China y Floria
MARGOT: (Con malas maneras a Floria que ha descargado parte de los paquetes en la mesa circular y parte en la mesa del ambigú) Apúrate, anda, despacha al chaufeur y dile que venga a cobrar mañana. (Mutis Floria por donde entro)

ESCENA DECIMOTERCERA
Mismos, menos Floria
DOÑA ANGELA: ¿Se han enterado del fin de fiesta?
MARGOT: (Indiferente) Floria nos lo ha dicho. (Con displicente orgullo) Es archisabido el caso de familias ilustres que "han venido a menos".
DOÑA ANGELA: (Que ha desatado un paquete, examina con detención unas telas) Creo haberles advertido que no es conveniente hacer deudas.
MARGOT: (Altanera) Lo hemos comprado con nuestros ahorros.
DOÑA ANGELA: Mientes, Margot.
MARGOT: En una liquidación. ¿Verdad, China?
CHINA: (Dominada por su hermana se delata en la contestación vacilante) Sí... bueno... en una liquidación.
DOÑA ANGELA: ¡Derrochar de esta manera cuando les consta que nos mantenemos a costa del esfuerzo de Augusto!
MARGOT: (Descarada) ¡Jesús!, ¿derrochar?, si apenas nos vestimos.
DOÑA ANGELA: (A su marido que prepara el mutis por el foro, tomándolo del brazo, con fuerza en la actitud y energía en la palabra) ¡No!, esta vez no te escaparas!, permanecerás aquí entre nosotros, como un espectador mudo, si quieres, pero estarás presente para observar, inconsciente como de costumbre, sin remordimientos ni propósito de enmienda, la obra nefasta de tu vida.

ESCENA DECIMOCUARTA
Mismos Floria Augusto y Manuel (los dos últimos apartados, en segundo término)
FLORIA: El chaufe-úr te quiere cobrar la viaje...
MARGOT: (La interrumpe al notar la presencia de Augusto) Chist... (Le da el dinero) Rápido y que se vaya...
FLORIA: Es que estoy el muchacho del tienda y pregunto si parae la señorita cuera no se le cae una corte de seda i sombrilla repuipe...
MARGOT: (Al verse descubierta por Augusto que en el ínterin se ha adelantado con Manuel, hacia el primer término, cambia de actitud mostrándose altiva y desafiante) ¡Y este atrevido se permite faltamos al respeto y a la consideración que nos debe de una manera tan ofensiva y grosera!
MANUEL: (Separándose de Augusto alzando el gallo) Le voy a ensenar a ese desgraciado si así se trata a una familia distinguida. (Mutis)
AUGUSTO: (Sale detrás de Manuel) ¿Que vas a hacer, insensato?
MARGOT: (A Floria, atemorizada y expectante) Vos, papanatas, que haces? (Sale Floria a la carrera)

ESCENA DECIMOQUINTA
Mismos, más Augusto y Manuel
AUGUSTO: Es el colmo, golpeando con tanto ensañamiento a un pobre muchacho.
MANUEL: (Sacando pecho) Lo hice por defender el honor de la familia.
MARGOT: (Palpando cariñosamente la humanidad física de Manuel)¿No te ha pasado nada, hermanito? (Falsa como siempre. Orgullosa) China, ¿te has dado cuenta lo que ha hecho por nosotras?
AUGUSTO: (Con dolorosa ironía como si masticara la frase) ¡El honor de la familia!
MARGOT: (Afrontando la situación en tono agresivo) Hemos comprendido muy bien el sentido de tus ironías.
AUGUSTO: Con tal que no salgas ahora conque la cleptomanía es una enfermedad de moda.
MARGOT: Manera elegante de llamarnos ladronas.
AUGUSTO: No tanto, sino en camino. Apenas rateras frustradas. Está abonado el corte escamoteado.
MARGOT: ¿Y tú has hecho eso?, ¿que dirán de nosotras si tú, con tu supuesta generosidad, te encargas de confirmar las sospechas? (Dirigiéndose airada a su padre) ¿Y usted, papa, que hace que no nos defiende?
COM. J.A.: ~Yo...? No sé nada.

ESCENA DECIMOSEXTA
Mismos y Floria
FLORIA: (Azorada) La señora... la señora... la señorita de Alacrán... llega ramoité hína.
MARGOT: (Con desazón) ¿Y las has hecho pasar? ¡Las de Alacrán, que nunca fueron invitadas a nuestras reuniones! Las solteronas puritanas indeseables. Son las únicas que se presentan sin ser llamadas. Habrá que despedirlas con cualquier pretexto.
DOÑA ANGELA: Vamos, China. Preferiría que me tragara la tierra antes que prolongar esta desagradable escena. (Mutis por foro Margot y Floria y por izquierda China. Cuando se dispone a hacerlo Doña Ángela, Augusto la detiene) Un momento, madre.

ESCENA DECIMOSEPTIMA
Com. J.A., Doña Ángela, Augusto, Manuel
AUGUSTO: Sabe, madre, tengo la sensación de estar en un campo de batalla después de una derrota sin gloria. (Entre Manuel que se ha estado refocilando sin sosiego con las exquisiteces comibles y bebestibles del ambigú y el Com. J.A., que en una silla dormita en un semisueño intranquilo y susurrante, transita y observa Augusto) Bebidas finas, bocados exquisitos, abundantes golosinas y flores... ¡Cómo y con que se ha pagado todo esto? ¿O es que todavía se debe?
DOÑA ANGELA: (Achicada) No hijo, no se debe.
AUGUSTO: Con que se ha pagado, entonces? (Pausa prolongada. Ante la actitud de su madre Cuyo silencio promete ser obstinado, habla con inusitada energía) Le exijo que me diga: ¿de dónde salió el dinero?
DOÑA ANGELA: (Vencida) ¡Hubiera preferido no decírtelo, pero ya que tu exiges de esta manera...! Este dinero proviene de las últimas alhajas empeñadas.
AUGUSTO: (Con muestra de hondo disgusto) Conque a este expediente descabellado la obligaron para montar esta triste patochada... (Pausa de reflexión) Madre: en cuanto pueda me dará las boletas de empeño, que yo, cueste lo que cueste, rescatare esas alhajas.
DOÑA ANGELA: Gracias, hijo (Vase)

ESCENA DECIMOCTAVA
Com. J.A., Augusto, Manuel
MANUEL: ¿Me permites una palabra, Augusto?
AUGUSTO: Decí lo que quieras.
MANUEL: Creo que es perfectamente inútil ese papel de redentor que estos representando. Todos estos fenómenos responden a causas económicas y no se resuelven con argumentos sentimentales.
AUGUSTO: ¿Que se te ocurre proponerme?
MANUEL: Que dejes correr la vida por su propio cauce sin desviar su curso natural...
AUGUSTO: ¿Y el honor a la familia a que aludías hace un rato?
MANUEL: Palabras a las que hay que darles un valor práctico, diría mejor... convencional... ¿Quieres escuchar un consejo dado en un raro momento de sinceridad? Déjanos vivir a nuestra manera. Tú tienes un concepto de la vida distinto al nuestro. Tú vives de la realidad, nosotros de las apariencias... (Breve pausa durante cuyo lapso va en aumento la indignación de Augusto) Che, hermano, préstame cinco pesos para cigarrillos... ¿No me los das?... Paciencia... no faltara quien me lo preste. (A punto de que explote la ira de Augusto) Chau, hermano. (Mutis)

ESCENA DECIMONOVENA
Com. J.A. y Augusto
AUGUSTO: (En una rara contradicción de perplejidad e irritación, monologando) Percibo, ahora, con claridad, él porque nos condena la vindicta pública. Me explico también la causa de la actitud de los padres de Elena. (A J.A. que consulta el reloj y busca sombrero y bastón, insinuando el mutis) Papá, es necesario que hablemos un momento.
COM. J.A.: (De malísima gana) Tendrá que ser una conversación muy breve. A las seis y media sesiona la Junta.
AUGUSTO: Le ruego que, por hoy, olvide la sesión y la Junta.
COM. J.A.: ¿Vas a proponerme lo que hace un rato pretendía tu madre...? Ingenuos... ¿Creen que a un árbol viejo se lo endereza con estacas de jardinería?
AUGUSTO: Mi propósito es llegar a soluciones posibles... Por fortuna, estamos, sin convocarlo, en pleno consejo de familia.

ESCENA VIGESIMA
Mismos. Doña Ángela, Margot. China y Manuel
AUGUSTO: (Que no ha visto a Margot) ¿Y Margot...? ¿Qué hace Margot?
MARGOT: (Que ha permanecido con Manuel en ultimo termino, sentada en la mesa del corredor, imprimiendo un llamativo balanceo de las piernas, y del busto, y de los brazos, marcando un ritmo bailable, todo sin dejar de alimentarse. A su lado Manuel hace lo propio) Nada malo..., comer.
AUGUSTO: No quiero referirme a lo que mis ojos acaban de ver, cuya existencia me hubiera sido imposible imaginar. Bástenos el convencimiento de que no se puede seguir así. Quiero, con ayuda de todos, salvar y redimir lo que en esta casa aun puede ser redimido y salvado.
COM. J.A.: Con cierto tono de mofa) ¿Que plan... salvador y redentor nos propones?
AUGUSTO: Uno muy simple. El traslado de la familia al establecimiento donde trabajo. Allí, libres del acicate de la vanidad, de las tentaciones del lujo de la dictadura del que dirán y de las consecuencias de haber venido a menos, viviremos en paz y con alegría la vida que el común esfuerzo sostenga.
COM. J.A.: Piensas que estaría dispuesto a abandonar sin pena ni gloria el escenario de mis actividades políticas. El hecho tendría toda la apariencia de una triste retirada.
MARGOT: (Se ha adelantado con Manuel a primer término. Elegante, erguida, desafiante. Su voz es un canto o un grito de desafío en sus cambiantes matices. Trae en alto una copa con licor) ¡Cómo se conoce, Augusto, que obras bajo la influencia de un desengaño amoroso!
CHINA: (Dulcemente) Yo, en cambio, estaría dispuesta a seguirte. A tu lado, Augusto, nos sentiríamos felices.
AUGUSTO: (A su padre a continuación de una pausa inquietante) Todavía hay tiempo para remediar todo el mal que el olvido de sus deberes ha producido.
COM. J.A.: (Cobrando una nueva, sorpresiva, enérgica personalidad. Tronando) ¡No te lo permito, Augusto!
AUGUSTO: (Con reacción inmediata con voz plena de seguridad) He cumplido con mi deber. Ahora, puedo y debo hablar en autodesagravio de mi juventud sacrificada... Hasta ayer era un niño, respetuoso de un padre que casi no conocía. Por aquel respeto al padre ausente, por cariño a mi madre, convertí mi esfuerzo en columna del hogar. Era muy joven cuando me di cuenta de la responsabilidad que a corto plazo había de contraer con relación a los míos... Entonces, sentí la necesidad de madurar mi adolescencia en una hombría precoz y me separe de ustedes llorando, porque era casi un niño, pero tragándome las lágrimas porque por ustedes me sentía hombre.
DOÑ ANGELA: Es que ya lo ves, se ha vuelto sordo y ciego y hemos terminado por estar todos sordos y ciegos. (A J.A.) Te lo había dicho y vos te obstinabas en no querer ver, en no querer oír.
AUGUSTO: ¡Qué ha de ver si tiene un fantasma delante de los ojos; como ha de oír, si la voz de la pasión gime adentro más hondo que los tristes ojos de la esposa que se va quedando sin sangre de tanto llorar!
COM. J.A.: (Excitado. Casi fuera de sí) No me obligues a que hable. Mira que podría perder la cabeza y, entonces, diría palabras irreparables.
AUGUSTO: ¡Palabras irreparables...!, ¡hechos irreparables...!, he aquí una manera de explicar nuestra vida de relación. ¡Si tuviéramos el valor de no aceptar ningún hecho..., ninguna palabra irreparable!
MANUEL: Convéncete: ni papa, ni ninguno de nosotros podríamos vivir a tu lado.
CHINA: (Con voluntariosa solidaridad) ¡Yo sí, Augusto, yo sí!
AUGUSTO: Hombres que agonizan de pie... Mujeres que se olvidaron que lo son.
COM. J.A.: Exijo que por lo menos respetes mis canas.
AUGUSTO: Hay canas que recuerdan a los sepulcros blanqueados. (Pausa reflexiva) Tendría que buscar un medio que le obligara a aceptar mi hospitalidad campesina, aunque fuera... como un destierro.
MARGOT: (Maligna, instantánea, sagaz) ¿Cómo un destierro has dicho? Pero, ¿no has pensado que es monstruoso?
AUGUSTO: Como de costumbre, has desnaturalizado la imagen de mis pensamientos.
MARGOT: (Diabólica, intrigante, en el esplendor de su elegante altanería) Sospecho que ya tienes descubierto el medio adecuado en estos días de convivencia familiar. Días en que te ha sido fácil enterarte de las andanzas de papa... Claro. clarito... De ahí que la intuición me advierte que con delatarle a la Policía está resuelto el problema... (Con intención)... tu problema... Luego, mediante influencias, se canjearía el destierro político por una supuesta hospitalidad filial ofrecida con toda generosidad en el momento oportuno. (Más venenosa) Y como es natural, se optaría entre dos males en este caso... el peor.
AUGUSTO: (Perturbado) No sé cómo puedo contener la ira.
MANUEL: (Agresivo, colocándose en actitud de defender a su hermana) ¿Te atreverías a cometer semejante ultraje contra tu padre?
AUGUSTO: (Con esa dignidad que frena los instintos) No me ven en la cara que no soy un delator. Aunque admito que para llegar al fin que me proponía, cualquier medio hubiese estado justificado, como éste que es el fruto de una imaginación demoniaca.
COM. J.A.: (Fuera de sí. Estallando) ¡Un pyragüé en mi casa, un traidor infiltrado en mi familia! (Como escupiendo las frases en el grito rabioso) ¡lntruso! ¡Intruso...! Ahora, sabrás... quien...
DOÑA ANGELA: (Silenciándolo con el grito) ¡No, Juan Antonio! ¡No lo dirás jamás! (Se ha hecho un silencio depresivo. Por un instante en que Doña Ángela domina la situación con la autoridad del supremo dolor. El concurso con la sola excepción de Margot ha quedado cabizbajo. Sólo ella conserva intacta su arrogancia de vencedora. Doña Ángela se abraza con amor desesperado a su hijo) Les ruego: déjennos solos. Solamente yo, tengo que decirle una palabra de bendición... a solas... en presencia de Dios. (Salen Margot y Manuel por foro)
CHINA: (Desde la lateral. Llorosa) Contigo, Augusto, ahora y siempre. (Mutis)

ESCENA VIGESIMOPRIMERA
Com. JA., Doña Ángela, Augusto
AUGUSTO: (Reconcentrado) ¡Que incomprensible es todo esto! (A J.A. que mira el reloj, toma el sombrero y el bastón disponiéndose a salir) ¿Tendrá algo que decirme?
COM. J.A.: ¡Nada! (Trata de erguirse, pero, a su pesar, inclina la frente para ocultar una lágrima que furtivamente enjuga con el dorso de la mano) ¡Nada más! (Mutis)

ESCENA VIGESIMOSEGUNDA
Augusto, Doña Ángela
AUGUSTO: (Se dirige a Doña Ángela, que encarna la viva imagen de la desesperación. El llanto de la madre acentúa la palabra indagadora del hijo) ¿Intruso...? (Pausa de reflexión. Como respondiendo al propio interrogante con el acento de la verdad intuida, mientras el llanto de Doña Ángela se le va de tono) ¡INTRUSO!
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Intercontinental Editora,
Asunción-Paraguay – 612 páginas.
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