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domingo, 26 de septiembre de 2010

ALCIBIADES GONZÁLEZ DELVALLE - EL VALOR Y LA FUERZA DE LA PARABRA / Fuente: Suplemento cultural del diario ABC COLOR, 26 de Setiembre de 2010.


EL VALOR Y LA FUERZA DE LA PARABRA
(Enlace a datos biográficos y obras
en la GALERÍA DE LETRAS del


El periodista y escritor español, Manuel Vicent, escribió: “El lírico aleteo de una mariposa en una pradera en Australia puede provocar un devastador huracán sobre el Estado de Florida. Este principio que el meteorólogo Edward Lorenz descubrió al estudiar el comportamiento de la atmósfera es aplicable también a la geopolítica y a las pasiones humanas. El efecto mariposa —sigue diciendo Vicent— consiste en que la vibración de sus alas sobre una amapola puede introducir una ínfima perturbación en el sistema de fluidos hasta desencadenar el caos en la otra parte del mundo por una progresiva reacción en cadena. Una palabra es lo más parecido a una mariposa”.
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En el Primer Congreso de la Lengua Española, realizado en Zacatecas, México, en abril de 1997, Gabriel García Márquez inició su intervención con estas palabras: “A mis 12 años de edad estuve a punto de ser atropellado por una bicicleta. Un señor cura que pasaba me salvó con un gripo: ¡Cuidado! El ciclista cayó a tierra. El señor cura, sin detenerse, me dijo: ¿Ya vio lo que es el valor de la palabra?” Ese día lo supe. Ahora sabemos, además, que los mayas lo sabían desde los tiempos de Cristo, y con tanto rigor que tenían un dios especial para las palabras”.   

La palabra salva o condena. Comunica ideas y sentimientos. Enlaza a unos seres humanos con sus semejantes, o los separa.   

Humbolt, el famoso naturalista alemán, en 1799 recorrió la cuenca venezolana del Amazona a la espera de dar con el pueblo de Atures. Lo que encontró fue la huella de una matanza feroz ejecutada por los temibles Caribes. No había un solo ser viviente, salvo un loro que balbucía incomprensibles peroratas en la lengua de los Atures. Ya no había nadie en el mundo que pudiera entender al animal. No basta con pronunciar o escribir palabras, tiene que haber quien las entienda, las interprete, las estudie, las mida.   

El celebrado periodista y escritor polaco, Riszard Kapuscinski, en su obra El Sha, escribe: “Una palabra no sopesada puede hacer volar el más grande de los imperios; el poder debería saberlo. Parece que lo sepa, parece que esté alerta, pero en algún momento le falla el instinto de conservación. Confiado y seguro de sí mismo, comete el error de la arrogancia y se derrumba. El 8 de enero de 1978 apareció en el diario gubernamental Etelat un artículo que atacaba a Jomeini. En aquel tiempo, Jomeini vivía en el exilio; luchaba desde allí contra el sha. Perseguido por el déspota y expulsado posteriormente del país, era el ídolo y la conciencia del pueblo. Destruir el mito de Jomeini significaba destruir la santidad, arruina la esperanza de los oprimidos y humillados. Y ésta, precisamente, había sido la intención del artículo”. Ya sabemos el efecto, el sha perdió su imperio.   

En nuestro país, las muchas dictaduras que padecimos tuvieron conciencia del poder de la palabra. Por eso las persecuciones a quienes tenían una idea diferente. La clausura de periódicos y de radioemisoras; el apresamiento de periodistas y otros hostigamientos procuraban sepultar la palabra, porque el autoritarismo sabía que podría debilitarle o destruirle. Pero si la palabra daña a la dictadura, daña también a la democracia, la pervierte, la desvirtúa.   

En nuestro país la libertad de expresión —cifra ponderable de la democracia— se inauguró con los peores auspicios. En fecha 6 de mayo de 1870, el jefe del Gran Club del Pueblo, o Partido Liberal, Benigno Ferreira, firma un manifiesto a raíz de un intento fallido de unificación entre el Gran Club del Pueblo y el Club del Pueblo, o “bareirista”, que pasaría luego a ser la Asociación Nacional Republicana.   

El tal “manifiesto” decía, en algunos párrafos: “El asalariado salvaje de la futura tiranía se ha dejado oír. No os dejéis engañar por sus falaces palabras. Son los pretextos fútiles del hambriento lobo que quiere devorar al débil cordero.   

“Bareiro (Cándido) representa la tiranía, su pasado es negro, sus antecedentes pérfidos. No lo dudéis amados conciudadanos. En Bareiro está encarnado lo más odioso del despostismo; criado y educado por López, además de ser su pariente, defiende nuestro país y ha defendido en el extranjero la muerte del exterminio del Paraguay.   

“Paraguayos, ya estáis avisados. Bareiro os ofrece la horca en su proclama para cuando llegue su dominio. No lo dudéis: ha de cumplir; la sangre que corre por sus venas es la del maldito López”.   

Naturalmente, Bareiro no dio la otra mejilla.   

El problema no es que cada quien exprese sus convicciones, sino el insulto, el agravio, la violencia, como medios de expresión. Estos hechos se repetirían a lo largo de nuestra historia. Hasta el presente.   

Y si así sucede en la política ocurre lo mismo en la prensa. No deberíamos esperar que el periodismo se situara a un nivel muy superior al del resto de la sociedad. Los periodistas son —somos— el producto y el reflejo de la misma cultura. Donde mejor se refleja la identidad de un país es en su prensa. Como está el país, está el periodismo. Por supuesto, hay una escala de competencia, de integridad, de propósitos. Escala que distingue a unos ciudadanos de otros, a unos profesionales de otros, incluso a unos periodistas de otros. Pero la prensa en su conjunto es, reitero, lo que es el país. En su obra Las ideologías en el periodismo, el periodista español Octavio Aguilera dice: “Los problemas de los medios de comunicación no pueden aislarse de los problemas generales de la sociedad de su tiempo. La prensa refleja la estructura y los valores de cada comunidad”.   

En diciembre de 1995 se reunió en Barcelona, España, el Tribunal Permanente de los Pueblos para juzgar los crímenes de guerra en la ex Yugoslavia. Una de las sesiones trató el papel de los medios de comunicación en el conflicto. Las conclusiones extraídas después de cuatro horas de debates fueron contundentes: la prensa local creó el caldo de cultivo para la guerra y ha servido de instrumento a los líderes políticos para fomentar el odio étnico y la intolerancia.   

Según el Tribunal, la prensa ha jugado un papel destacado en el genocidio cometido en Bosnia, y ya desde mucho antes de que estallara el conflicto promovió un clima favorable a la guerra, incitando al odio entre nacionalidades. Estas acusaciones fueron dirigidas tanto a los medios oficiales serbios como croatas.   

El escritor y periodista Tomás Eloy Martínez escribió en La Nación, de Buenos Aires: “De todas las vocaciones del hombre, el periodismo es aquella en la que hay menos lugar para las verdades absolutas. La llama sagrada del periodismo es la duda, la verificación de los datos, la interrogación constante. Allí donde los documentos parecen instalar una certeza, el periodismo instala siempre una pregunta. Preguntar, indagar, conocer, dudar, confirmar cien veces antes de informar: esos son los verbos capitales de una profesión en la que toda palabra es un riesgo”.   

El riesgo también está dado cuando el periodista, conscientemente o no, se presta a degradar la palabra. El escritor inglés George Orwell, en su ensayo “La política y la lengua inglesa” afirma que no solo la política y el lenguaje pueden degradarse cuando están en manos de personas corrompidas, sino que los periodistas intervienen de una manera poco crítica en el proceso de degradación.   

Dice Orwell: “En nuestra época, los discursos y los escritos políticos están en gran medida dedicados a defender lo indefendible (…) Debido a ello el lenguaje político tiene que consistir fundamentalmente en eufemismos, peticiones de principios y una vaporosa vaguedad. Aldeas indefensas se bombardean desde el aire, se desaloja a los aldeanos y se los obliga a dispersarse por el campo, se ametrallan los ganados, se incendian las cabañas con proyectiles incendiarios: en esto consiste la llamada “pacificación”. Se despoja de sus haciendas a millones de campesinos y se los alza a los caminos cargando con aquellos pocos bienes que pueden llevar consigo: a esto se lo denomina “traslado de población” o “rectificación de fronteras”. Se encierran a personas durante años y sin juicio en la cárcel o se les dispara un tiro en la nuca, o se las envía para que mueran en inhóspitos campos de concentración en el Ártico: a esto se lo llama “eliminación de los elementos no confiables”. Esta fraseología es necesaria cuando se quiere denominar las cosas sin evocar la imagen mental de ellas…”.
26 de Septiembre de 2010

Artículo de ALCIBIADES GONZÁLEZ DELVALLE
Suplemento cultural del diario ABC COLOR
Domingo, 26 de setiembre del 2010.
Espacio web: www.abc.com.py

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