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martes, 23 de noviembre de 2010

ESTEBAN CABAÑAS - LATIDO QUE NO CESA (POEMARIO) / Editorial Arandurã, 2010.



LATIDO QUE NO CESA
Poemario de
Enlace a datos biográficos y obras
en la GALERÍA DE OBRAS de
Editorial Arandurã
Tte. Fariña 884
Asunción-Paraguay
Telefax: (595 21) 214 295
Diseño: CECILIA RIVAROLA
Foto: WLADIMIR PADRÓN
Asunción-Paraguay
Julio 2010 (74 páginas)




UNO
Si el ojo se abre
la flor deja escapar un
aliento
de mirada
con párpados sinuosos
con luces asombradas
sin sombras
fluye en el aire
y al ver su muerte
se detiene
se aquieta
cierra los pétalos
No sea que la oscuridad
penetre
Que la tormenta
se instale en las pupilas
que se obligue a ignorar
el paradero
la vía del tren traspasando
la garganta
con la sangre
vociferando a tientas
por callejones de esparto
de rostros denegados
sin ventanas
de garras emergiendo
de lenguas rígidas
con escupitazos
y cerco de púas
y espinas camufladas
donde se entierre la carne
Donde te nombre.

DOS
Un estiércol húmedo
nutre la semilla del ansia
su palidez
rellena el palio
bajo el que pasa un animal
transparente
erizado de alfileres
y piel expuesta
En el palimpsesto
una antigua huella
se borra.

TRES
No tener
ni un diminuto parapeto
Tener que huir a la trastienda
de las palabras
migrar al cero
comerse la pasión
librarse de la coma
reclamar el silencio
la presencia
la inútil forma
de esa vibración
iluminada.

CUATRO
La tierra se yergue
para comer a sus hijos
Y los devora aturdida
La tierra se esconde
Bajo las espuelas
al trote
el caballo
resopla
¿Detrás de esa puerta estás?
Hay quizás una ranura
¿Qué mirás?
No se ha cumplido
la hora y ya reclamás el sitio
Es tarde ya lo sé
No tengas piedad.

CINCO
Cae la calle en el patio
Cae la lluvia
desde el libro que arriba
se deshoja
repleto de palabras
De cada hoja cae una
de cada palabra otra
y se apagan en la arena
Algunas no dicen nada
otras nos miran
mientras el rostro
se hunde en la arena.

SEIS
Pero el peligro no es ese
El peligro es el que cae
repartido en todas las butacas
el peligro
de ser todavía
de comunicar una alergia
hecha de hiel
de escombros de exabruptos
El peligro de crecer
al lado de un señalador
de un cartel herrumbrado
El peligro referido
a una habitación privada
llena de peces.

SIETE
Nada es suficiente
ni la escala subiendo sin pausa
ni el azul metileno
ni la garra del puma
erizada de sangre
Nada deambula
Saltando
de llama en llama
el rigor del intento
en esa fragua que todo incendia
y se esparce en un soplo
en las vicisitudes
del último orgasmo.

OCHO
El actor en escena se mira
en cada rostro
en el verde espejo
de la espesura
del fondo de la sala
Una luz le señala
el final del pasillo
por donde sale el público
Sólo resta
cerrar la cremallera.

DIECINUEVE
Ya es hora
En esa pared un minuto
despierta cada día
no se mueve
no se inmuta
sólo recurre a un punto
que se desplaza
y esconde sus fisuras
sube al escenario 
exhibe sus tentáculos
El ladrillo llora
en ese instante
suelta un polvo
de color naranja
se moja el párpado
se maquilla
Qué extraño
andar con el ojo cerrado.

VEINTIDÓS
Recordar desde adentro
asirse a lo profundo
la cota imprecisa
del conocimiento
precisar la palabra
que delate
la piedra que oculte
el presagio
el pitón de la fábula
que antes de hablar
adivina.

VEINTITRÉS
Intuir lo previo
de la tragedia
el anuncio de una pausa
la impregnación de la duda
sin que todo se anude
sin caer en la penumbra
lluvia de oscuridad
en los pasos acuciantes
en las aceras vacías
en el palco del actor
que mueve los disfraces
incitándonos
a buscar lo nimio
en la grandeza
y en la pequeñez
la garra
la uña del titán
el talón de Aquiles.

VEINTICUATRO
Cerraré esta carta
con un candado
para que no pueda abrirse
y que al cegar imponga
el silencio
Escrita
sobre la piel de un cuerpo
sólo la mirada
puede esconder
su nombre.

TREINTA Y TRES
El ardor se esconde
bajo la carne desnuda
y tiembla
Sabe que es incapaz
no acertará a despertarme
ni a decirme qué quiere
El deseo se nutre
subiendo lentamente
por los canales furtivos
de la caricia fatal
las herramientas que la piel intuye
Busca obstruirse
La sabiduría
tiende a negarse
a ponerse el sombrero
a cerrar la puerta. A salir.

TREINTA Y CUATRO
El mar
con sus cuerpos de piedra
ahogados
llega hasta mí
exige mi presencia
Aunque cruce el umbral
el mar me ignora
Aunque yo esté junto a él
no me mira
me borra
también yo soy un ahogado
-de pronto-
también soy de piedra
una cosa de piedra
una cosa seducida
algo desdibujado
con su mapa interior
petrificándose
Con el agua hasta el borde

CUARENTA Y CUATRO
La madrugada es parte
del crepúsculo
cuando todo se envuelve
en el revés de un traje
al final de un ovillo
¿Cómo sabré que es tarde
si no llevo ni horario ni resinas
de árbol sucumbido
o rama seca?
No voy a pergeñar la vana idea
de saberme aún vivo
si muero de tanta muerte
entre objetos columnas y pasillos
alrededor de un patio
en lápidas alzadas con largas inscripciones o
esa luz de sol
un horizonte vacuo
un dedo cerrando la puerta
un ojo febril untado de paloma
un silencio.

CINCUENTA Y TRES
La ruptura
patinó el engranaje
se vistió de broncas
y esperpentos
se quebró en una tos
destruyendo
la calle
la dirección
el sentido
poniendo cada cosa
en un lugar distinto
decir: estoy
huyendo
más solo
más lejano
más al fondo
al final de la tarde
cuando los pájaros
se recluyen
en las oquedades
de un camino que no lleva
a ningún sitio
y demanda
el fragor
de los intentos
cerrar la fragua
secar la sangre.

CINCUENTA Y CUATRO
Cuando la escena cae
el actor se pregunta en el proscenio
qué es lo pretendido
qué es lo vivido
qué es lo que huye
y no regresa
qué es un momento de luces
y otro de sombras
Y en esa actuación
frente a la plaza
junto al personaje
que trae la misiva
¿Cómo vino a parar
aquí el Emisario?

ÍNDICE: UNO a CINCUENTA Y CUATRO


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HUMO SOBRE HUMO
Por ESTEBAN CABAÑAS
Arandurã Editorial,
Asunción-Paraguay 2006


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