N. sobre edición original:
Otra ed.: Paraguay, Napa, 1980.
Palabras del Autor
** Me piden que escriba algo a manera de introducción -o mejor, de justificación- de mi trabajo literario. Y no es por un falso pudor -creo que nunca lo tuve, ni verdadero ni falso- que se me hace pendiente arriba el trabajo. Me resulta difícil por la misma razón que en ciertas ocasiones nos cuesta reconocer algunos rincones de nuestra personalidad, sicoanálisis de por medio.
** Ese primer rincón está formado por los años que vagué a través de hojas y hojas inútiles de papel, sin poder desentrañar los caminos que conducen a los verdaderos problemas que conforman el fenómeno literario. Por diferentes circunstancias me sentí alejado de las promociones literarias, y nunca supe en cuál de ellas debo insertarme, si bien esto carece de toda importancia. Si en algo me hubiera podido ayudar, hubiera sido en mostrarme el paisaje humano a través del cual debía transitar.
** Ya bastante tarde, y después de tantas fallidas búsquedas, comencé a atisbar el rumbo en la significativa amistad con René Dávalos y Adolfo Ferreiro con quienes pronto pude discutir -atraído por la mágica lucidez de ambos- muchos problemas relacionados con este oficio. Y fue al lado de ellos que comencé a vislumbrar el camino verdadero. Debo admitir que a través de esa amistad -tan dolorosamente interrumpida en el primer caso- se me abrieron las puertas de los verdaderos problemas que se le plantean a todo escritor.
** Más tarde vinieron los cursos de estructuralismo con Rubén Bareiro Saguier y Augusto Roa Bastos, los que terminaron por darme una base teórica que la considero imprescindible para todo lo que hice después. Porque si bien es cierto que tengo muy poca capacidad para teorizar, en todo mi trabajo -me sucede lo mismo en la fotografía- necesito de un planteamiento teórico previo para encarar la acción.
** Mi primer paso consistió en dejar de lado aquellas ingenuas ideas sobre el «compromiso con la realidad», el «carácter denunciante» de la literatura, el «documento social» de la época, etcétera. Y me tracé mi primer compromiso: con la literatura misma.
** La obra literaria, antes que nada, tiene que explicarse por sí misma; sus valores deben surgir de ella misma y alcanzar un nivel a través del uso adecuado de sus elementos naturales. Si más tarde se convierte en «documento social» o en «testigo insobornable» de una época, es por simple agregado.
**Creo firmemente en la «obra literaria tautológica», tomando aquí el término no en su acepción de «repetición inútil de un mismo pensamiento en distintos términos», que no lo es, sino como afirma Todorov: «El texto literario participa de la tautología: se significa a sí mismo». En muchas ocasiones, el mal de nuestra literatura posiblemente sea éste: queremos comprometernos, hasta llegar a niveles poco menos que indefendibles (y con frecuencia los sobrepasamos) con la «realidad». Olvidamos que muchas veces los caminos de la no-realidad, de la no-racionalidad, explican mejor y con mayor profundidad los mecanismos del mundo tangible que nos rodea.
** Mi deseo es que el lector de mis cuentos se olvide de ese mundo. Quiero que se pierda en el laberinto de situaciones que le expongo, porque toda obra literaria encierra un universo propio, con mecánica propia, y la posibilidad de visitarlo, vivirlo y habitarlo, es la que ha hecho que no desapareciera nunca y se remueve a cada paso renovador que da el hombre.
** Es fácil notar que en este volumen hay dos tipos de relatos: aquellos en que utilizo el lenguaje periodístico (aparentemente periodístico) que pido prestado al oficio que llevo años realizando. Y el otro es aquel que elige el camino del discurso interior, el del monólogo del personaje principal, roto de tanto en tanto por la línea de pensamiento de otros personajes. Pero esto último sólo de manera muy circunstancial. Tanto dentro de un tipo como de otro, mi preocupación es siempre la misma: crear un universo donde todo trascurra de acuerdo a sus propias reglas, sus propias leyes, sin importarme si tienen algo que ver o no con aquellas que nos dicta esa otra, la que equivocadamente pensamos que es la única y verdadera realidad.
** Incurro en una serie larguísima de trasgresiones y muchas veces lamento que mis prejuicios estéticos, fruto de una larga y encallecedora educación, pongan tantos frenos a mis sentimientos más anárquicos.
** Incurro, por ejemplo, en una dislocación del tiempo y del espacio. Pero no es simplemente una trasposición de escenas y lugares, como si estuviera mezclando las cartas de la baraja para que caigan de acuerdo al azar, sino, por el contrario, responde a un plan previamente estructurado con rigurosidad. Muchas veces, ciertas situaciones no se pueden dar sin que hayan ocurrido antes otras y, sin embargo, si re-estructuramos cronológicamente el relato (cosa que, por otro lado, no se puede hacer), se comprobará que tales hechos ocurren en sentido inverso.
** En todos mis cuentos faltan datos. Y no porque me los guarde para crear un sentimiento de suspenso, sino porque yo mismo los ignoro, pues no puedo saber más de lo que sabe cada uno de mis personajes. Si supiera más, no sería un «contador de cuentos», sino un Dios Todopoderoso, omnipresente, infalible. En lugar de ello, prefiero ser un cómplice de esos personajes y «vivir» con ellos sus mismas vicisitudes.
** Y esto es lo que propongo al lector: que olvide sus conceptos lógicos y razonables, porque debe entrar en un universo donde las reglas son diferentes y ellas juegan de acuerdo a su propia mecánica. ¿Por qué será que aceptamos de manera tan fácil y damos por cierta la existencia de platos voladores y visitas extraterrestres, que escapan a toda explicación lógica y, sin embargo, nos negamos a aceptar el gran juego que nos propone el arte de entrar en un universo cuya realidad está dada por su propio soporte? ¿No hay, acaso, verdad más grande que ésta? Porque, ¿qué otra realidad tiene la literatura que la que le otorga el soporte de la palabra?
** Ésta es mi propuesta y también ésta es mi meta. Por eso tales declaraciones, porque aquí expongo lo que deseo conseguir. Y enseguida lo que he conseguido. Lamento la debilidad y la impotencia de no poder sacudirme la pesada tradición de prejuicios estéticos. Y es cuando anhelo poder alcanzar la simbiosis perfecta de aquellos anárquicos literatos de principio de siglo y el mitológico Pan, para así cometer todos los excesos imaginables. Ello ofrece un estrecho margen de error: si se acierta el camino, hemos hecho un aporte. Si lo equivocamos, no habremos dejado nada que pueda entorpecer lo que deben construir los que necesariamente vengan. Pues encuentro en esta actitud la última expresión de libertad verdadera y creativa de que dispone el hombre. - Asunción, agosto, 1980 - Jesús Ruiz Nestosa
EL CONTADOR DE CUENTOS
A Rosa Ortiz y Roberto Cuevas durmiendo al lado del arroyo.
** Cada vez que se enoja me trata de usted, pero nunca lo hizo con tanta violencia, con gestos pesados cruza la habitación, sin querer resignarse a pasar de nuevo la noche aquí encerrado, sabiendo que el pueblo y la gente están allí afuera y no poder imaginarme qué pasa, sin poder asomar la cara más allá del patio a través de las tablitas de la celosía o de alguna otra rendija, así desde hace semanas, vigilado siempre para que no pueda escaparme, encerrado entre estas paredes, no se pueden abrir las ventanas, no se pueden abrir las puertas, todo está trancado. Y a pesar del calor hay un poco de fuego prendido, se ven en la oscuridad pequeños puntos rojos, intensamente luminosos que aparecen por entre las cenizas, en el fondo de la chimenea.
** Agustina con un hurgón atiza el fuego, coloca dos ladrillos en forma vertical a los lados y sopla con la boca hasta que surge una llamita y las leñas se encienden. De nuera va a hervir agua en la olla grande de hierro, el agua para tomar, estoy cansado del mismo gusto, a hierro, a ceniza, a leña y humo.
** Cállese, cállese chiquilín endiablado y Emilio se queda tenso, esperando que su madre le arroje algo, cualquiera de los objetos que suele tirarle cada vez que reacciona con tanto enojo. Pero esta vez no le tira nada, pone la olla sobre los ladrillos que hay parados de canto entre las cenizas, un poco por encima del fuego, llena de agua que habrá de hervir, luego la dejará enfriar antes de poder tomarla. Siempre el agua hervida. ¿Hasta cuándo? Además yo no soy ningún chiquilín endiablado, sino tu hijo. Y soy también un hombre, tengo ya diecisiete años.
** A pesar de la hora, Isidro aún no ha regresado. No sé qué hora es, pero es tarde, pues ya me desperté dos veces y me dormí otras tantas y él aún no viene. Debe tener mucho trabajo. ¿Aún de noche? ¿Pero qué clase de trabajo tiene? Suba a su habitación, duérmase y no vuelva a hacer preguntas estúpidas.
** Emilio cruza la sala, sus gestos son pesados, su andar es lento y antes de salir ve proyectada su sombra sobre la pared a causa del fuego donde ya burbujea el agua. Luego sube la escalera, lentamente, porque es el momento preciso en que puede suceder algo, tal vez se abran puertas y ventanas dejando entrar gente que viene a buscarme o bien que no haya nadie en la planta baja dejándome en libertad para salir y entrar cuando pueda y del modo que quiera.
** Su habitación también tiene las ventanas cerradas y hay el olor rancio de los espacios cerrados y este silencio y esta soledad de hace tantos días, obligado a enfrentármela en todo momento, sin saber razones, todo queda a cargo de mi imaginación.
** Cierra la puerta y no enciende la luz. Hace mucho calor para ello. Se sienta en la cama sabiendo que no va a acostumbrarse nunca a la oscuridad, tantas noches he probado hacer lo mismo y me quedo tendido en la cama con los ojos abiertos, perdido en la oscuridad, con tal desorientación que debo encender la luz o cerrar los ojos y procurar dormir. Se descalza buscando que los zapatos no hagan ruido al caer; se quita la camisa y los pantalones, se tiende en la cama sin retirar el cobertor. Todo está caliente y como si este encierro y este aire envejeciera las cosas con sólo tocarlas, hasta mi cuerpo, perdido en esta oscuridad y en este silencio. Ningún ruido llega hasta aquí.
** Se contiene el aliento en este gesto de atención donde todos callan y aparentemente no se escucha ningún ruido hasta que las trompetas inician su parte, todas al mismo tiempo mientras el bombo y los platillos marcan con rigor y sin matices los golpes del tres por cuatro.
** Después de los primeros compases del vals del segundo acto de «El lago de los cisnes», la gente que había esperado tan ansiosamente el inicio de la nueva interpretación, ladea un tanto la cabeza siguiendo el hilo de la melodía y reanuda su paseo por los senderos de la plaza.
** La música va subiendo de volumen y las parejas que caminan con pasos lentos apenas hablan, los ancianos y las personas mayores están parados cerca de la rotonda en la que toca la banda o bien sentados en bancos. El contador de cuentos aprovecha este súbito interés por la música para desenrollar sus láminas, alisarlas con las manos, amarillentas, manchadas por el moho o la grasa, las hojas han sido ya tan manoseadas que se adaptan a cualquier posición, tantas veces han sido llevadas y traídas, envueltas, enrolladas, colgadas de un gancho para que todos quienes escuchan la historia las vean mejor, tantas veces ha contado este cuento, desde que tengo cinco años me acuerdo que todos los años es lo mismo, Emilio se vuelve con un gesto y se aleja de la banda que a sus espaldas mantiene sin variantes los golpes del bombo y los platillos marcando el ritmo del vals que suena duro, escuchalo, un, dos, tres, un, dos, tres, por la trasposición de los instrumentos de cuerdas a instrumentos de viento, también como el contador de cuentos, desde entonces recuerdo las dos cosas.
** Miguela roza con un ademán imperceptible una mano de Emilio quien con un gesto de desagrado la evita, se mete las manos en los bolsillos, se alejan del centro de la plaza, están casi en una esquina a donde nadie llega, quince días llevás este mismo humor hasta me parece que estás tan maniático como el astrólogo con sus gatos, hubieras hecho con todos los pájaros una sombrilla que volara sobre tu cabeza protegiéndote del sol, aunque ahora la gente busca huir de la sombra para gozar de la mañana pues resulta agradable pasearse al sol que a esta hora se encuentra tibio, pero apenas entre volverá el frío intenso, sin embargo hasta donde llegan Emilio y Miguela no hay casi nadie.
** Qué astrólogo ni qué mierda, ni qué manías. Desaparecieron como por un tubo misterioso pues en quince días no vi ninguno, no apareció ninguno en ninguna parte. Yo los cuidé, los alimenté, los limpié. De pronto nada, la puerta abierta, el candado roto, la jaula vacía, pero por qué, si no hacía mal a nadie, ni molestaba a nadie, ni competía con nadie. Y me venís a comparar con el astrólogo. Eso es suficiente. Vuelven sobre sus pasos, hacia la rotonda donde se encuentra la banda. Están ya muy cerca cuando quien toca la tuba da unos pasos saliéndose de la formación, su sonido se ha distorsionado tanto que todos los demás callan sin atinar a socorrer al compañero cuando a éste, sin soltar su instrumento, se le doblan las rodillas y cae de frente produciendo un ruido metálico cascado. Está muerto.
** El padre de Emilio se acerca corriendo, el médico, que venga el médico, se abre paso entre la gente que ha formado ya un círculo alrededor, lo examina, levanta la cabeza hacia el director diciéndole está muerto, pide que lleven el cuerpo a la comisaría que está aquí cerca, atrás le siguen sus compañeros formados ya como cuando van en los desfiles tocando una música de tono lúgubre que Emilio no logra ubicar.
** En toda la plaza se forman pequeños corros donde se hacen comentarios en voz baja, Emilio los va mirando hasta que su vista se encuentra con la del contador de cuentos, se turba ligeramente por lo imprevisto del hecho, sorprendidos cada uno de los dos en sus pensamientos, el hombre se apresura a señalar la primera lámina que está frente a sus ojos y la describe.
** Entrando al dormitorio lo primero que se ve es la gran ventana y al abrirse da sobre el lado del lago. Desde allí se ve un patio cubierto de césped con una ligera pendiente que termina en una hilera de eucaliptos altos, delgados, y en seguida la franja de arena, la playa que se ensancha o angosta de acuerdo al nivel de las aguas del lago.
** A la izquierda de la puerta, la pared está cubierta por un ropero que va de lado a lado y del suelo hasta el techo, de puertas anchas de madera negra lustrada. Al fondo, abajo de la ventana está la cama cubierta con una manta blanca de algodón y en la que un hilo más grueso traza de manera casi imperceptible tres grandes rombos que la cruzan longitudinalmente. Encima y contra la pared se han colocado numerosos almohadones de color.
** En el centro hay una alfombra azul que ocupa casi todo el espacio libre. Y en las paredes (lámina tres) distribuidas con visible intencionalidad, fotos de distintos tamaños, en blanco y negro, de detalles del lago: un día apacible, el sol llenando el cielo, una rama negra quebrada rompe la simetría vertical y rítmica del pirisal, una ola en día de tormenta, la marca que dejó el agua en el viejo atracadero de piedra, la huella de la ola en la arena. Y en el espacio que hay entre la puerta y el ropero, en un rincón poco visible, hay una litografía antigua que compró en una casa de antigüedades de Asunción y a la que le colocó un marco de madera negra. Representa un pájaro en el centro y en las esquinas, detalles del mismo, como si fuera un estudio científico, con flechas y anotaciones en un idioma que nunca pudo determinar su origen (lámina cuatro).
** Eso es todo.
** En la lámina cinco, sin embargo, se puede ver a nuestro personaje dentro de la gran jaula en la que cría los pájaros negros cuyos huevos recibió de regalo de un anciano que visitó el pueblo.
** La jaula está construida en el patio de la casa según lo indica el croquis (lámina seis). Está a unos veinte metros y se llega a ella saliendo por la cocina, en el lado opuesto a la entrada principal y defendida, por la construcción de la casa, del viento frío y fuerte que suele venir del sur durante todo el invierno.
** La jaula es alta, mucho más alta que una persona, de modo que Emilio puede entrar perfectamente parado, y está rodeada de una fina malla de alambre extendida sobre seis postes de madera que forman un hexágono y la parte superior culmina en un techo, también hexagonal, de pendiente pronunciada, de chapas de zinc. La jaula fue construida abajo de los árboles, de modo que el sol de la siesta en el verano no haga sufrir a los animalitos.
** Adentro de la jaula -señala el hombre con una varilla de madera lustrada, larga y puntiaguda- Emilio es fácilmente visible porque va vestido de colores claros; pues le gusta vestir de blanco. Personalmente atiende a sus pájaros, cambiándoles el agua dos veces por día y limpiando los recipientes en que suele poner el grano, barriendo el piso de la jaula todas las mañanas para que no queden allí los excrementos ni los restos de comida que cayeron al suelo.
** Para cada pájaro, que son dieciocho en total, hay un nido hecho de paja colocado adentro de una caja de madera, sostenidas las dieciocho a una altura prudencial de modo que los pájaros estén fuera del alcance de cualquier animal nocturno que pueda acercarse al lago a tomar agua y se sienta atraído por su carne tierna.
** Emilio habla con cada uno de los pájaros que en orden y sin mostrar ningún temor, se posan en su mano, en su brazo y a veces en el hombro, les dice algunas palabras cariñosas, con un dedo les acaricia la cabeza, les rasca el cuello, los pájaros sufren un temblor de placer, un espasmo que les sacude todas las plumas y vuelven al nido o se posan en los pequeños columpios que fueron construidos allí, colgados del techo y su movimiento de vaivén les divierte.
** Los pájaros (lámina siete) son negros, ligeramente más grandes que un gorrión, su plumaje es fino y desde la cabeza caen hacia los costados, como una cresta, delgados hilos rojos que se confunden con las plumas negras, dándoles efectos de destellos. El pico es afilado y largo, los ojos redondos y verdes y la cola termina en plumas parecidas a las de la cabeza, pero son más largas, anchas y rojas.
** Las patas son cortas y abajo del plumón, también negro, esconden un espolón grueso, muy afilado que, al descubierto, les da a estos pájaros un aspecto amenazante, pero cubiertos, son aves de una candorosa inocencia. El hombre hace un alto en su relato para tragar saliva. Emilio levanta la cabeza y mira a su alrededor con un movimiento muy lento, volviéndola sobre el eje vertical de su cuello; y esto le da una visión aproximada de cuanto la rodea. Camina con pasos no muy largos, manteniendo un ritmo acorde con su gesto y ese aire de tranquilidad que le brota desde adentro. Al menos así lo siente.
** Lleva las manos cruzadas atrás, a la altura de las nalgas y a veces juega con los dedos entrelazándolos. Va vestido con su traje blanco, la camisa blanca de tela hilada a mano y una corbata ancha, de seda, dibujada en dos tonos de grises.
** En el centro mismo de la plaza, adonde confluyen todos los senderos, hay un gran círculo de ladrillos rojos, oscurecidos por el moho fino y negruzco que crece a la sombra de los grandes árboles. Allí, como todos los domingos, está la banda de música y toca sin descansar.
** Emilio siente que la música le causa un especial placer y considera las entradas a destiempo de algunos instrumentos, la desafinación de cobres y bronces y la falta de precisión de ritmo en algunos pasajes, como aquellas cualidades que le dan precisamente encanto a sus ejecuciones.
** La misa terminó hace poco más de una hora y la plaza comienza a llenarse de gente. Emilio camina por los senderos abiertos entre el césped, cubiertos todos ellos por pequeños cantos rodados rojos que crujen, se mueven, se hunden cuando son pisados, y saluda con un movimiento de cabeza al encontrar gente conocida. Se detiene, hace bromas, escucha, hace comentarios, señala las dos nuevas composiciones que la banda sumó a su repertorio y ríe con ganas con los amigos.
** Con este paso, este mismo ritmo, la alcanza a Miguela que se sobresalta ante su aparición tan sorpresiva, él le sonríe, se cruza adelante de ella, le da dos besos en las mejillas, cómo estás, por qué tardaste tanto y caminan siempre con el mismo aire perdido, tal vez no sea conveniente que nos vean juntos con tanta frecuencia porque tengo miedo que la gente comience a murmurar, y Emilio, no seas tonta, todos saben que somos amigos desde criaturas y nunca dimos oportunidad a nadie para que nos critiquen, tan correctos nos hemos mostrado siempre. Ni siquiera te tomo de la mano.
** Me da miedo lo que estamos haciendo Emilio, me da miedo. La banda comienza a tocar el «Intermezzo» de «Cavalleria Rusticana» y los más viejos se acercan para escuchar mejor, porque merece la pena, escucharlo y dejate de pensar en tonterías, no seas miedosa. Tengo miedo de tener ojeras y que la gente me vea. Fijate lo que es esto, como si retrocediéramos en el tiempo, éste es el verdadero momento del pueblo, la plaza llena de gente, paseando después de la misa del domingo, la banda tocando en la plaza a la sombra de -46- los árboles, aún faltan dos meses para que vengan los turistas y veraneantes a destruir la rutina, el paseo de los viejos, el encuentro de los noviazgos ya oficializados, el astrólogo sentado en un banco con sus libros y sus ochenta y seis gatos, pero no atiende consultas por ser domingo, el contador de cuentos con sus antiguas aguafuertes que ilustran las historias que cuenta a los niños que no las interpretan y a los mayores que no se entretienen. Éste es el verdadero tiempo, sentilo, pero sin cerrar los ojos porque hay que percibir la música abajo de los árboles, los senderos cubiertos de grava roja. La gente que camina con parsimonia, intercambiando saludos, cruzando sonrisas, acercándose a la banda cada vez que ésta se enfrenta con una composición musical con reminiscencias antiguas, sin percibir esos pequeños detalles, esos grandes errores que para Emilio constituyen su especial atractivo. Miguela se sienta en la punta del banco, absorta en el contador de cuentos que está parado al lado de sus láminas colgadas de un clavo que él mismo, hace tiempo, colocó en un árbol.
Esta lámina es de la primera muerte que data del mes de julio, en pleno invierno. Es miércoles por la mañana muy temprano y el pueblo está inmovilizado bajo la niebla que sube del lago y a pesar de ser las siete, aún no se ha despejado.
** La mujer que reparte la leche en un pequeño triciclo a motor, acaba de dejar la ración acostumbrada frente a la casa de Emilio, que está en las afueras del pueblo. A ella se llega por el camino principal y luego se toma un camino de arena, bordeado de árboles, muy tranquilo y silencioso hasta que al final del mismo, cuando ya se ve el lago, se abre la puerta que conduce a la casa.
** Después de entregar la leche, regresa al pueblo. Va muy despacio a causa de la niebla y enciende dos o tres veces el faro para iluminar el camino, pero le resulta inútil. Hasta tiene la sensación de que en ese sector, alrededor del haz de luz, la niebla se espesa. Sale al camino principal y ya regresa, cuando siente un repentino malestar. Detiene el vehículo, desciende y se aleja unos pasos. El césped está mojado, siente que sus zapatos se humedecen, nada más que por un momento, pues en seguida se le doblan las rodillas, cae al suelo y muere.
** El médico carga el cuerpo en su automóvil y lo lleva a la comisaría donde lo tiende sobre una mesa en una habitación y lo revisa detenidamente (lámina treinta y cuatro). No comprendo, no comprendo, mientras le mira los ojos, busca en el cuerpo una señal exterior que explique esta muerte repentina sin encontrar nada. No comprendo, pueden ser tantas las causas y no tengo aquí elementos. Por las dudas, será mejor que se tire la leche que llevaba, que nadie la tome y se ponga en observación a las vacas del tambo donde ella trabajaba.
** Toda la mañana analizando el cuerpo, y hasta la leche y las vacas sin encontrar nada. Papá tiene un arte especial para meterse en complicaciones. Y si todo esto no se puede explicar, la segunda muerte, la tercera muerte, todas las otras muertes, que vengan médicos de otra parte y nos eviten este problema, nos dejen de lado tantas conjeturas que corren por el pueblo.
** Emilio está tirado en el suelo, sobre la alfombra azul, de cara al piso, se sostiene la cabeza en alto apoyando la barbilla en una mano y el codo en el suelo. Con la otra mano recorre los discos, leyendo sus títulos escritos en el lomo con letra muy pequeña. A veces se detiene en alguno, hace un gesto de quitarlo, pero luego sigue hasta el final y comienza de nuevo.
** Hace ya un largo rato que busca un disco sin poder acertar cuál es el que quiere escuchar. Así, después del tercer intento se tira de espaldas sobre la alfombra y se queda mirando el techo donde las vigas negras, cruzadas por viguetas también negras y de madera, forman rectángulos blancos que Emilio se entretiene en contar.
** Por las ventanas cerradas penetra la luz de afuera, y en el dormitorio hay una claridad muy gris, lo que parece aumentar la soledad y el silencio. Sobre todo el calor y el olor a encierro, como si el aire se pudriera entre estas paredes, porque no puede salir, encerrados estamos el aire y yo desde hace tantas semanas.
** Emilio entonces se incorpora, va al ropero, abre una de sus puertas y el espejo colocado por la parte de adentro le devuelve su imagen, allí parado, está en calzoncillos, su cuerpo largo, delgado, parece no pertenecerme, como si fuera un extraño, no sólo el aire y las cosas se van gastando, sino hasta yo mismo, pronto me voy a descascarar como esas casas abandonadas que hay cerca de la iglesia por la calle que baja al lago y que siempre me parecieron tan fantasmales.
** Busca entre su ropa hasta que encuentra un pantalón corto, color celeste, se lo pone y abre con cuidado la puerta de su dormitorio, hemos aceptado todos el silencio, el encierro sin preguntarnos ni decir nada. Y las escaleras que van al piso inferior las baja con gestos elásticos de modo que sus pies descalzos no rompen el silencio de la casa en la que sólo se escucha el leve chisporroteo del fuego que hay encendido siempre en la chimenea, a pesar del calor, y el agua que hierve en la olla negra de hierro. De afuera no llega ningún ruido.
** En la sala hay la misma luz que en su dormitorio y hasta casi el mismo olor, si no fuera por el perfume penetrante que tiene la leña que se quema en la chimenea. Los sillones (lámina cuarenta y cuatro) están tapados por fundas blancas y la alfombra fue enrollada y colocada contra una pared. Y sobre una mesa baja, hay un montón de revistas ajadas de tanto haber sido hojeadas, manoseadas en un montón de horas de aburrimiento que ahora no quiero calcularlas porque seguro que serán muchas más de las que me imagino y muchas menos de las que pienso haber pasado aquí.
** Al abrir la puerta de la cocina, su madre que está aquí se sobresalta y emite un pequeño quejido, pero inmediatamente se enfrasca de nuevo en su trabajo, lo siento, no quise asustarte, sólo vine a tomar agua y saca de la heladera el agua que sabe fue hervida y se le adelanta su gusto insípido, le falta algo, algún componente, daría cualquier cosa por tomar aunque sea agua contaminada que tenga gusto a algo y ya sé que no debo quejarme, que las cosas deben ser así, que no debo protestar, pero este encierro, me produce un cansancio desesperante.
** Emilio deja el vaso en la pileta de lavar los platos y le mira de reojo a su madre que sigue ocupada en mezclar huevos, harina, sal y un chorrito de aceite, de nuevo está llorando, ya no me quejo, ya no digo nada, lo siento tanto y me vuelvo a mi dormitorio, sale cerrando la puerta a sus espaldas con mucho cuidado y regresa a su habitación.
** El ropero sigue abierto y frente al espejo vuelve a quedarse en calzoncillos mientras se mira y trata de reconocerse pues el color que le dio el sol se le está yendo, de nuevo su piel se está poniendo blanca, sólo falta que también se me caiga la piel, como las casas en ruinas, lo decía y para qué me sirve si nadie me ve, si no puedo darme a nadie, qué estará haciendo Miguela, no puedo imaginarme en este sitio su presencia.
** Cierra la puerta quitándose de adelante su propia imagen y vuelve a tirarse en la alfombra, frente a los discos cuyos lomos recorre de nuevo, buscando algo que me dé la sensación de estar vivo, nada que huela a muerto, ni que sea viejo ni antiguo.
** En este momento se puede gritar, o cantar, o decir cualquier cosa sin que se pida silencio. Podemos escuchar todos los discos que queremos, sin que se nos obligue a bajar el volumen. No importa que hagamos ruido o no, si total no hay una sola persona en la casa, le toma de la mano y la lleva escaleras arriba, subí, subí sin miedo, que no pueden vernos, ya te dije que no hay nadie en la casa ni tampoco puede llegar alguien en este momento. Estamos bien seguros.
** Emilio repite estas palabras por decir algo ya que Miguela le sigue sin poner resistencia, aun cuando al llegar los dos al piso superior se detienen por un instante, en silencio, y miran hacia el piso inferior con un gesto de alerta, dispuestos a escuchar el más pequeño ruido que les haga desistir de sus propósitos. Sin embargo, no hay ningún otro que aquellos propios del domingo por la mañana.
** Nadie, te dije que no hay nadie, mientras entran al dormitorio, porque todos a esta hora van a misa y están en la iglesia, y una vez adentro, después de cerrar la puerta, Emilio se inclina sobre ella y la besa en una mejilla, cerca de la oreja y después en el cuello.
** Emilio, su voz, aunque no es fina suena en el límite de la fragilidad, Emilio, a punto de quebrarse por la emoción, el llanto o la turbación, estamos haciendo una locura, en tu propio dormitorio, a la mañana, mientras entra la luz del día, un domingo. Todos se van a dar cuenta, van a encontrarnos, ¿y qué explicación daremos?
** Sin escucharla, Emilio se quita la corbata, se abre el cuello de la camisa y deja el saco sobre la mesa en donde hay un libro abierto, dos lápices y una hoja de papel en la que se han garabateado dibujos, muchos de ellos sin sentido y algunos trazados al azar (lámina dieciocho). Se puede ensuciar allí tu saco blanco, no te preocupes más, no te preocupes tanto por todas las cosas, y si se ensucia paciencia, se lava, y si se rompe, paciencia, se tira, y si se dan cuenta, paciencia, qué le vamos a hacer, después de todo no van a matarnos.
** Miguela se acerca a la ventana y cierra las celosías porque hay mucha claridad y quiero que la habitación esté a oscuras pero como se filtra una luz tenue, amarilla por los espacios que dejan entre sí las innumerables tablillas también quiere cerrar las cortinas. Entonces la habitación quedará totalmente a oscuras y voy a perderme y quiero verte, no tengas vergüenza de mí, Miguela, ¿acaso no estoy yo también desnudo? y no me oculto, mírame porque tiene que gustarte como a mí me gusta verte.
** Se acuestan en la alfombra, se besan, se acarician en la luz amarillenta de la habitación, tenemos que apurarnos, Emilio, tenemos que apurarnos, ¿por qué?, vamos despacio, tenemos tiempo, en este momento recién debe estar comenzando la misa y el sermón del cura es siempre muy largo. Hasta vamos a tener tiempo de hacer el amor dos veces. Dos veces, dos veces Emilio, ahora ya no me importa, y si nos descubren, paciencia.
** Emilio le apoya una mano en el hombro a Miguela que se sobresalta, le mira extrañada, preguntándole qué pasa, vamos a dar otra vuelta, quiero seguir caminando, nada más que un momento, ¿acaso no estás cansada de escuchar todos los años la misma historia, cientos de veces?, es nada más que un momento, el contador de cuentos no aparta los ojos de ellos molesto por el cuchicheo ya que hasta cambia de tono de voz y se vuelve dramático para narrar la tercera muerte que no fue sino un mes más tarde, ya en pleno agosto, una de esas siestas desagradables, de mucha humedad y con sol. Es un día de invierno caluroso, la ropa se pega al cuerpo y parece sucia a pesar de que no se suda.
** Se dan todas las características de cuando está a punto de llover y cambiar el tiempo, así como cuando se espera una gran tormenta. Pero ello no sucede. Hace cuatro días que las condiciones se dan con regularidad y la gente se pone fácilmente de mal humor.
** Un trabajador va de la carpintería a una casa donde debe reparar una ventana que se ha desvencijado. Es una casa de gente que vive en Asunción y sólo la utiliza los fines de semana o bien en el verano. Es viernes, en una mano lleva un valijín de madera barnizada, y atravesándolo longitudinalmente sobresale la hoja de un serrucho como suele suceder con las cajas a medio aserrar de los magos.
** Al pasar por la panadería compra un bollo y lo va comiendo por el camino que pasa cerca del lago cuando siente su primer síntoma de malestar. Da otro bocado de mala gana y pensando que es la comida, arroja muy lejos de sí el pedazo que le queda en la mano. Busca entonces la sombra de un árbol por si es el sol, pero antes de llegar cae al suelo y muere (lámina cuarenta).
** A lo lejos lo ve un botero que está limpiando una embarcación y su primer pensamiento es que el hombre está borracho. Piensa no acudir, pero al ver que no se mueve, se acerca, y al notar que está muerto no quiere tocarlo y da gritos a gente que pasa a lo lejos, diciéndole que dé parte a la comisaría que el carpintero está muerto.
** Al llegar a este punto el contador de cuentos hace un alto para medir el grado de tensión que hay en el silencio guardado por el auditorio. En el fondo la banda ejecuta una composición con largos silencios y sigue en cierta manera el interés de su relato. Busca entonces la siguiente lámina y evidentemente hay una confusión ya que tiene ante sí la que describe a Emilio abriendo una puerta y le da de lleno el viento frío que viene del lago. Luego corre por el césped donde brillan las gotas de rocío que el sol, aún muy débil, no ha logrado hacer desaparecer (lámina veintiséis).
** Lo último que escucha que su madre le grita es que llegará tarde a misa, como todos los domingos, no te preocupes, yo los alcanzo después en la iglesia, no voy a llegar tarde, sino justo en punto, tal vez así se tranquiliza y me deja libre, no te entretengas demasiado con esos pájaros inmundos, sí, sí, no se preocupen por mí. No se preocupen, claro que voy a ir a la iglesia pero a buscarla a Miguela y traerla a mi dormitorio, sin que nadie se dé cuenta, sin que nadie lo sepa, sin que nadie se imagine que estoy repartiendo mi vida entre ella, mis pájaros, mis discos y mis fotografías.
** Emilio lleva una caja de cartón con las semillas que comen los pájaros y que le dejó el hombre que le regaló los huevos y al cual conoció en el hotel del pueblo. Además un plato con pequeños trozos de carne molida y sosteniéndola bajo el brazo la escoba para hacer la limpieza que lleva a cabo rigurosamente todos los días.
** Da vuelta a la casa por la parte de atrás, llega hasta la jaula y encuentra la puerta abierta, no puede ser, nadie puede haberla abierto, sólo yo que tengo la llave del candado, no puede ser, yo tengo la llave, los pájaros son míos, yo los crié, yo los alimenté, no pueden haberse ido. Emilio entra a la jaula, deja las cosas en el suelo y mira hacia arriba. En lo alto hay un solo pájaro que gira la cabeza, nerviosamente, hacia un lado y otro, uno solo se ha quedado, y el resto tiene que estar por aquí cerca, porque son míos, nadie puede haber abierto la puerta y el pájaro que está en lo alto de la jaula agita las alas, pasa por encima de su cabeza, tan cerca que Emilio cree sentir el batir de las alas, y escapa por la puerta. Emilio lo sigue, porque debe ir adonde están todos los otros, adónde vas, imbécil, adónde vas, que nadie te va a cuidar mejor que yo, pero el pájaro está ya lejos y vuela por encima del lago en dirección del pueblo.
** Emilio se queda mirándolo absorto, tanto que las últimas palabras no las ha captado, sino como un ruido lejano sin significado y se vuelve a Miguela peguntándole qué dijo y ella le hace una señal con la mano pidiéndole que guarde silencio. La toma entonces de un brazo haciéndola salir del grupo y cruzan la plaza dirigiéndose hacia el hotel, estaba ya cansado de estar allí, perdiendo el tiempo, no nos hubiéramos apurado tanto en casa, hubiéramos podido aprovechar mucho mejor la mañana, cruzan la reja, el patio y van a la heladería, yo quiero de chocolate, no seas insaciable, estuviste anoche en casa, y esta mañana, fuimos a la tuya, ¿no te vas a dar por satisfecho nunca?
** Así, vuelven caminando lentamente a la plaza, ya sin hablar, Miguela quiere seguir escuchando la historia, pero si ya la sabemos de memoria, siempre es la misma cosa, no, no es cierto, pues continuamente está cambiando los detalles y eso lo hace más interesante.
** Llegan cuando el hombre coloca la lámina cuarenta y nueve que describe uno de los últimos intentos que realiza Emilio para escapar de la casa. En la anterior se ve cómo baja por las escaleras sin hacer ruido, aprovecha que la madre está ocupada en avivar el fuego de la chimenea donde habrá de colocar de nuevo la olla de hierro en la que continuamente hierve el agua.
** En esta ilustración se ve ya la fuga frustrada. Emilio parado al lado de la puerta está recostado contra la pared, una mano apoyada en ella, la izquierda aún sobre la tranca, no tuvo tiempo de retirarla.
** Su madre, parada en medio de la habitación, el pie izquierdo al frente, el otro atrás, le arroja con fuerzas una leña encendida que se estrella un poco por encima y a la izquierda de Emilio, entre él y la puerta, mientras saltan a los lados tizones encendidos.
** El cuerpo de la mujer que está alrededor de los cuarenta años, y aún mantiene su flexibilidad lo tiene pronunciadamente echado hacia adelante, la pierna izquierda flexionada por la rodilla, conserva todavía el brazo derecho rígido lanzado hacia Emilio a pesar de haber arrojado ya la leña. Lleva el pelo muy corto peinado sobre la nuca y, aunque siempre mostró un aire severo, adusto, ahora se la nota envejecida y doblegada por el largo encierro en el que ella debe afrontar todas las tareas de la casa y se siente mortificada al presentir que está envuelta en la historia.
** La cara de Emilio trasluce el susto que le causa el verse sorprendido en su intento de fuga y sobre todo al comprender que su madre le arroja la leña encendida que comienza a desintegrarse encima de su cabeza.
** Entre los detalles de la lámina saltan a la vista el grueso pasador de hierro que tranca la puerta por el lado de adentro, el polvo fino y oscuro que se ha depositado sobre todas las cosas y que el abatimiento de los habitantes de la casa no permite limpiar, además del envejecimiento que hay en la forma de vestir de los personajes (lámina cincuenta).
** El contador de cuentos comprime cada vez más sus silencios a medida que crece la tensión de la historia y en él corro que le rodea ya no se escuchan cuchicheos y la gente no cambia de posición con tanta frecuencia. Los niños están sentados en el suelo, los mayores en los bancos cercanos y otros permanecen de pie los ojos fijos en las láminas, sin tener en cuenta a quienes pasean por los senderos de la playa y los integrantes de la banda, que siguen llevando crespón negro en sus instrumentos en recuerdo del compañero muerto, aun cuando ya tienen un integrante nuevo que toca la tuba, están pendientes del director, batuta en alto, a punto de darles la orden para comenzar una nueva ejecución.
** El segundo movimiento del Concierto para Orquesta de Bela Bartok se inicia con unos pocos compases a cargo de un instrumento de percusión. Luego van apareciendo en pares y en forma consecutiva los fagotes, los oboes, los clarinetes, las flautas y por fin las trompetas con sordinas. Al fondo se escucha primero el golpe del bombo y luego, siempre en segundo plano, los instrumentos de cuerdas, pero sin restar nunca primacía a los de viento, cuando de pronto, como si el director dejara caer flácidamente los brazos a los costados, el sonido languidece gradualmente, decae y el tocadiscos se detiene.
** Emilio mira a su alrededor, el aparato está apagado, prueba el interruptor una, dos veces, se ha cortado la corriente eléctrica. En la oscuridad va a tientas hasta la puerta, la abre y se dirige hacia la escalera, ¿qué pasó, quién apagó la luz? Abajo está su madre que ha encendido ya una vela, pienso que fue ella, tan cansada está de mis discos, hoy me gritó tres veces que pusiera más despacio la música, y si no escucho música voy a terminar volviéndome sordo en este encierro, en este silencio.
Sí, papá, voy a vestirme, en la voz de Emilio hay una aceptación fatalista, sin embargo no lo hace, baja las escaleras, pues vestirse significa buscar una ropa adecuada y todo está oscuro, como la ropa que se lava y se seca en la sala, en la cocina, se la tiende en cualquier lado y esta reclusión, la falta de sol y aire, le han dado un color triste, a veces gris, a veces amarillento, al tiempo que todo se ha impregnado de este olor a encierro que hay por todas partes, no quiero vestirme así, no vale la pena.
Emilio está semidesnudo tirado en el fondo de la embarcación, dormido por el cansancio o en estado de semi inconciencia por la insolación, el bote permanece inmóvil en la quietud total de la superficie del lago.
Toda la mañana permanece aquí, zambulléndose de tanto en tanto, hasta que la fatiga es más fuerte que él y se abandona a su suerte. Además, ningún pescador ha salido al lago, nadie lo navega, en el pueblo todos están muy ocupados enterrando a sus muertos (lámina sesenta y seis) o sumidos en el dolor (lámina sesenta y siete).
Asunción, octubre, 1974
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