LOURDES TALAVERA
(Enlace a datos biográficos y obras
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LA SEÑAL
** Las luces en la costa son faros del pasado, dice la letra de una canción, pensó Bertha, mientras conducía su auto por el sendero accidentado de tierra y piedras de aquel hospital especializado en enfermedades respiratorias. Cuando estacionó bajo la sombra de una planta de níspero, recorrió con la mirada la dejadez que rodeaba al edificio y sintió que había sido transportada en el tiempo. La construcción era antigua y todo parecía haberse estancado en el siglo diecinueve. Preguntó por el enfermo a una religiosa, quien le señaló un pasillo y le dijo: en este pabellón están los enfermos con síndrome de inmunodeficiencia adquirida VIH/Sida y tuberculosis, busque en la otra sala contigua que también corresponde a los bacilares. Esas palabras golpearon sus oídos, por su profundo significado, y la envolvieron en un manto oscuro de estigmatización y discriminación. Encontró a Anselmo en uno de los pasillos. Esperaba el resultado de uno de sus análisis de sangre para que le dieran el alta. Iría a su casa para luego viajar al departamento de San Pedro, junto a sus familiares, mientras duraban las vacaciones de Pascuas. Tendría que regresar después para continuar con el tratamiento que se le suspendió porque presentó una hepatitis medicamentosa. Había tanta dignidad en la persona de ese joven treintaañero, que cuando le comentó que su padre y su madre habían venido de su valle a visitarlo, ella se conmovió. Por un momento, creyó ver a un hombre de cabellos rizados que vestía una túnica gris y llevaba alas en la espalda, hacerle muecas desde el patio. Sonrió y Anselmo le agradeció la visita. También le pidió que avisara a los demás compañeros de su lugar de trabajo que lo llamaran si pensaban venir al día siguiente, porque él saldría probablemente de alta. Sería penoso que no lo encontraran. Quedaron en que ella avisaría.
** Bertha tenía sesenta años y aún disfrutaba de instantes donde quería correr en lugar de caminar, bailar dando saltitos arriba y abajo en la acera, lanzar una piedra al río, tirar algo al aire y volver a tomarlo o quedarse paralizada sin hacer nada. Reírse..., sencillamente de nada. ¿Qué se puede hacer cuando se tiene treinta años y, al doblar una página del diario, en tu propia casa te encuentras con una persona que viste una túnica gris, tiene el pelo rizado y lleva un par de alas en las espaldas? De pronto te quedas en un estado de éxtasis, como si de pronto te hubieras tragado el lado iluminado de la luna y toda tu persona resplandeciera con una luz sobrenatural. ¿Es que no existe un estado para expresarlo que no sea ebria o fuera de la cordura?
** En realidad lo tenía todo, una hermosa casa, la autoridad moral que brinda el respeto de la gente, medio mundo recorrido. No tenía que preocuparse por el dinero. Estaba demasiado feliz y esta visita al hospital de enfermedades respiratorias era sólo un incidente. Sin embargo, la sombra del recuerdo de Fabián la sobresaltó. Supo que fue una osadía pedirle que le respondiera en su columna literaria con una señal, o mensaje acerca del significado de aquel personaje de la prostituta asesinada en un burdel, en su nueva novela. El episodio viviría durante años en su memoria y aún en su asombro.
** La respuesta que recibió al leer el diario, expresaba que el protagonista principal dejaba morir una relación amorosa y que él nunca escribiría una carta para enviársela a la destinataria para comunicarle su decisión. Fabián escribió que se quedaba con el dolor y la culpabilidad de la derrota, que su vida a partir de ese hecho sería una sucesión de fotocopias de los días que transcurrirían.
** Bertha se quedó paralizada. Sin embargo, pensó que la desesperanza es un signo de aridez espiritual, ningún día es la fotocopia de otro y hasta Mateo 6:34 en el Nuevo Testamento, sentenció que: "Basta a cada día su mal". En la corriente post modernista, existen quienes creen que las ideologías fueron reemplazadas por las tarjetas de crédito.
** Pero, aún así, algunas personas encuentran su camino de redención en los afectos. Quienes creen que los seres humanos son desechables o descartables viven en el infortunio de no haber aprendido a amar. En medio del estupor, al bajar la página del diario que leía, vio que un hombre le sonreía. Tenía el pelo rizado, vestía una túnica gris y sus alas estaban plegadas a su espalda. La parálisis se fue disipando, pero le resultaba casi insoportable no pensar en los motivos de la reacción de Fabián. Era algo que siempre supo que pasaría, con toda seguridad. Sabía que él vivía en el recuerdo de una infancia de miedos y decepciones. Su familia lo había amado, pero no como él quería, nadie le dio lo suficiente que él quería, o si lo amaron no fue suficiente. Cuando falleció su amante, él sufrió el mayor choque de su vida. Hecho un guiñapo somatizó su dolor y fue a parar al hospital, lo internaron en la unidad de terapia intensiva porque presentó una crisis de ansiedad que simulaba un infarto de miocardio.
** Al principio quiso negar la realidad, pero luego sin remedio, Fabián se confesó a sí mismo que su preferencia eran los hombres. Sin embargo, eso no lo admitía públicamente.
** Bertha era la amiga de su amante fallecido y la buscó, quizá, porque su soledad era desgarradora y lacerante. Ella le desnudaba el alma, era una brisa fresca que le daba paz a la angustia de negar su realidad. No pudo demostrarle su amor como tampoco supo embriagarla con el vaho de la lujuria. Ella con su presencia le recordaba el más irremediable fracaso, la más ominosa de las derrotas.
** Fabián no pensaba que cuando uno es adulto, es una persona que ama y punto.
** Bertha recordó que esa mañana antes de salir de su casa admiró, en el patio contra el muro, al duraznero alto y pletórico en floración. Desde la distancia pudo percibir que no tenía un solo brote ni un pétalo marchito. El hombre de la túnica gris, con las alas plegadas a la espalda cruzó el césped y su sombra le seguía el rastro.
** ¡Qué absurda soy! ¡Absurda!, pensó, y se sintió algo mareada, ebria. Se recuperó y estaba allí en ese hospital enmarcado en el siglo diecinueve, admirando a Anselmo, que tenía tantas ansias de vivir y se parecía al duraznero. ¡Cielos, cuánto ella apreciaba eso en él! Asimismo su pasión por la lucha, por encontrar en todo obstáculo: una prueba más de poder y de su bravura..., también eso ella lo entendía.
** En el fondo de su mente seguía radiante el duraznero, que ahora estaría rebosante de flores.
** Lo que realmente no lograba entender, lo que era milagroso, era de qué manera ese hombre de la túnica gris y alas plegadas a su espalda podía darle tanta seguridad y confianza en sí misma. Quizá él siempre le daba alguna señal que ella descifraba y la ayudaba a sobrevivir en las adversidades. La primera vez que lo vio fue cuando terminó de leer el mensaje de Fabián en el diario. Estaba en el comedor de su casa sentada en una silla ante la mesa del comedor con el diario extendido. Luego se paró y sintió su presencia. Él a pesar de estar tan quieto, parecía como la llama de una vela, que se erguía y despuntaba, temblaba en el aire luminoso y se hacía más y más alto.
** Ella se sintió protegida de la ira irracional de Fabián. ¿Cuánto tiempo estuvieron allí? Los dos atrapados en un círculo de luz divina, entendiéndose armónicamente entre sí, criaturas de otro mundo. Fue: ¿Para siempre..., o solamente un instante? ¿Acaso, Bertha lo había soñado? Ella había amado a Fabián y sabía que él era diferente.
** No lo habían hablado, pero era tan evidente. La había preocupado tanto su dificultad de gozar con una mujer, pero, pasado un tiempo aquello pareció no importar. Eran sinceros, uno con el otro, tan buenos compañeros. La sorprendió que un día, sus manos como garras se prendieran a su cuello y creyó que moriría asfixiada. El momento fue espantoso y eterno, entonces apareció el hombre de la túnica gris y alas plegadas a la espalda, que le dio un empujón a Fabián y éste salió corriendo de la habitación.
** El dolor de los músculos de su cuello le impidió dormir y en los días que siguieron, una tarde, se desató una extraña lluvia negra que tiñó todo lo que encontró a su paso.
** Pero, la vida siguió y ella se hizo cargo de la empresa de su familia. Anselmo era un empleado que había enfermado y estaba allí internado, en ese hospital olvidado en el pasado. Se despidió de Anselmo y buscó la salida. Encontró a la religiosa que la había guiado, estaba con un paciente demacrado, emaciado y de ojos glaucos. Su rostro le recordó que él había escrito que cada día sería la fotocopia de los otros. Un círculo perpetuo de derrotas. Bertha miró por el ventanal y vio en el patio al hombre de la túnica gris desplegar sus alas y lentamente tomar altura hasta perderse en la inmensidad del cielo azul, mientras que en sus oídos soplaba un suave viento que traía una voz que repetía:
** Bertha tenía sesenta años y aún disfrutaba de instantes donde quería correr en lugar de caminar, bailar dando saltitos arriba y abajo en la acera, lanzar una piedra al río, tirar algo al aire y volver a tomarlo o quedarse paralizada sin hacer nada. Reírse..., sencillamente de nada. ¿Qué se puede hacer cuando se tiene treinta años y, al doblar una página del diario, en tu propia casa te encuentras con una persona que viste una túnica gris, tiene el pelo rizado y lleva un par de alas en las espaldas? De pronto te quedas en un estado de éxtasis, como si de pronto te hubieras tragado el lado iluminado de la luna y toda tu persona resplandeciera con una luz sobrenatural. ¿Es que no existe un estado para expresarlo que no sea ebria o fuera de la cordura?
** En realidad lo tenía todo, una hermosa casa, la autoridad moral que brinda el respeto de la gente, medio mundo recorrido. No tenía que preocuparse por el dinero. Estaba demasiado feliz y esta visita al hospital de enfermedades respiratorias era sólo un incidente. Sin embargo, la sombra del recuerdo de Fabián la sobresaltó. Supo que fue una osadía pedirle que le respondiera en su columna literaria con una señal, o mensaje acerca del significado de aquel personaje de la prostituta asesinada en un burdel, en su nueva novela. El episodio viviría durante años en su memoria y aún en su asombro.
** La respuesta que recibió al leer el diario, expresaba que el protagonista principal dejaba morir una relación amorosa y que él nunca escribiría una carta para enviársela a la destinataria para comunicarle su decisión. Fabián escribió que se quedaba con el dolor y la culpabilidad de la derrota, que su vida a partir de ese hecho sería una sucesión de fotocopias de los días que transcurrirían.
** Bertha se quedó paralizada. Sin embargo, pensó que la desesperanza es un signo de aridez espiritual, ningún día es la fotocopia de otro y hasta Mateo 6:34 en el Nuevo Testamento, sentenció que: "Basta a cada día su mal". En la corriente post modernista, existen quienes creen que las ideologías fueron reemplazadas por las tarjetas de crédito.
** Pero, aún así, algunas personas encuentran su camino de redención en los afectos. Quienes creen que los seres humanos son desechables o descartables viven en el infortunio de no haber aprendido a amar. En medio del estupor, al bajar la página del diario que leía, vio que un hombre le sonreía. Tenía el pelo rizado, vestía una túnica gris y sus alas estaban plegadas a su espalda. La parálisis se fue disipando, pero le resultaba casi insoportable no pensar en los motivos de la reacción de Fabián. Era algo que siempre supo que pasaría, con toda seguridad. Sabía que él vivía en el recuerdo de una infancia de miedos y decepciones. Su familia lo había amado, pero no como él quería, nadie le dio lo suficiente que él quería, o si lo amaron no fue suficiente. Cuando falleció su amante, él sufrió el mayor choque de su vida. Hecho un guiñapo somatizó su dolor y fue a parar al hospital, lo internaron en la unidad de terapia intensiva porque presentó una crisis de ansiedad que simulaba un infarto de miocardio.
** Al principio quiso negar la realidad, pero luego sin remedio, Fabián se confesó a sí mismo que su preferencia eran los hombres. Sin embargo, eso no lo admitía públicamente.
** Bertha era la amiga de su amante fallecido y la buscó, quizá, porque su soledad era desgarradora y lacerante. Ella le desnudaba el alma, era una brisa fresca que le daba paz a la angustia de negar su realidad. No pudo demostrarle su amor como tampoco supo embriagarla con el vaho de la lujuria. Ella con su presencia le recordaba el más irremediable fracaso, la más ominosa de las derrotas.
** Fabián no pensaba que cuando uno es adulto, es una persona que ama y punto.
** Bertha recordó que esa mañana antes de salir de su casa admiró, en el patio contra el muro, al duraznero alto y pletórico en floración. Desde la distancia pudo percibir que no tenía un solo brote ni un pétalo marchito. El hombre de la túnica gris, con las alas plegadas a la espalda cruzó el césped y su sombra le seguía el rastro.
** ¡Qué absurda soy! ¡Absurda!, pensó, y se sintió algo mareada, ebria. Se recuperó y estaba allí en ese hospital enmarcado en el siglo diecinueve, admirando a Anselmo, que tenía tantas ansias de vivir y se parecía al duraznero. ¡Cielos, cuánto ella apreciaba eso en él! Asimismo su pasión por la lucha, por encontrar en todo obstáculo: una prueba más de poder y de su bravura..., también eso ella lo entendía.
** En el fondo de su mente seguía radiante el duraznero, que ahora estaría rebosante de flores.
** Lo que realmente no lograba entender, lo que era milagroso, era de qué manera ese hombre de la túnica gris y alas plegadas a su espalda podía darle tanta seguridad y confianza en sí misma. Quizá él siempre le daba alguna señal que ella descifraba y la ayudaba a sobrevivir en las adversidades. La primera vez que lo vio fue cuando terminó de leer el mensaje de Fabián en el diario. Estaba en el comedor de su casa sentada en una silla ante la mesa del comedor con el diario extendido. Luego se paró y sintió su presencia. Él a pesar de estar tan quieto, parecía como la llama de una vela, que se erguía y despuntaba, temblaba en el aire luminoso y se hacía más y más alto.
** Ella se sintió protegida de la ira irracional de Fabián. ¿Cuánto tiempo estuvieron allí? Los dos atrapados en un círculo de luz divina, entendiéndose armónicamente entre sí, criaturas de otro mundo. Fue: ¿Para siempre..., o solamente un instante? ¿Acaso, Bertha lo había soñado? Ella había amado a Fabián y sabía que él era diferente.
** No lo habían hablado, pero era tan evidente. La había preocupado tanto su dificultad de gozar con una mujer, pero, pasado un tiempo aquello pareció no importar. Eran sinceros, uno con el otro, tan buenos compañeros. La sorprendió que un día, sus manos como garras se prendieran a su cuello y creyó que moriría asfixiada. El momento fue espantoso y eterno, entonces apareció el hombre de la túnica gris y alas plegadas a la espalda, que le dio un empujón a Fabián y éste salió corriendo de la habitación.
** El dolor de los músculos de su cuello le impidió dormir y en los días que siguieron, una tarde, se desató una extraña lluvia negra que tiñó todo lo que encontró a su paso.
** Pero, la vida siguió y ella se hizo cargo de la empresa de su familia. Anselmo era un empleado que había enfermado y estaba allí internado, en ese hospital olvidado en el pasado. Se despidió de Anselmo y buscó la salida. Encontró a la religiosa que la había guiado, estaba con un paciente demacrado, emaciado y de ojos glaucos. Su rostro le recordó que él había escrito que cada día sería la fotocopia de los otros. Un círculo perpetuo de derrotas. Bertha miró por el ventanal y vio en el patio al hombre de la túnica gris desplegar sus alas y lentamente tomar altura hasta perderse en la inmensidad del cielo azul, mientras que en sus oídos soplaba un suave viento que traía una voz que repetía:
LAS LUCES EN LA COSTA SON FAROS DEL PASADO.
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Fuente: “REVISTA DEL PEN CLUB DEL PARAGUAY. POETAS – ENSAYISTAS - NARRADORES” - IV ÉPOCA - Nº 17. Arandurã Editorial, Asunción-Paraguay, Setiembre 2009.
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