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jueves, 29 de julio de 2010

NILA LÓPEZ - SEÑALES: UNA INTRAHISTORIA (CUENTOS) / Versión digital: BIBLIOTECA VIRTUAL MIGUEL DE CERVANTES

SEÑALES: UNA INTRAHISTORIA
Autora: NILA LÓPEZ
Edición digital:
Alicante :
Biblioteca Virtual Miguel de Cervantes, 2001
N. sobre edición original:
Edición digital basada en la de
Asunción (Paraguay),
Editorial Coraje, 1995.



¡Oh,
mi propio camino
es tan oscuro!
Sin embargo,
entreveo señales
que otros iluminan.
N. L.

A Carmen González Ferreiro
y Laureano López Giménez

ACENTOS
* Cuando estamos en el cuerpo de nuestra progenitora nos domina la sensación táctil. Flotamos. Todo es caricia. Poco a poco, la tecla auditiva se anima, y el mundo comienza a rodar.
* El vientre de mamá es a ratos un tambor, más tarde imita a la flauta dulce, o late con las pulsaciones estremecedoras de un canto gregoriano. En la disposición culminante del nacimiento, aparte del esfuerzo que hacemos para atravesar el estrecho túnel que nos lleva de una vida hacia otra, paladeamos el primer asombro de oír la palpitación de la existencia terrenal.
* ¡Ah! ¡Qué deliciosos sonidos guturales! Con ellos expresamos nuestros sentimientos y emociones mientras somos bebés, hasta saltar de la letra a la sílaba, y llegar a la palabra. Es cuando inauguramos un universo que irá definiendo nuestro destino. Con la palabra nos hacemos. Por la palabra somos. En ella el crecimiento material se funde con lo más exquisito del espíritu. La palabra nos marca. La palabra dibuja nuestra presencia en la historia del cosmos.
* En algún tramo del viaje hacia el verbo constatamos que el signo no es sustancioso tan sólo por lo que representa. Aprendemos cuánta trascendencia tiene la manera en que hablamos: el cómo de una oración abrirá o cerrará puertas, expondrá nuestra debilidad o fortaleza, imprimirá al carácter un rasgo identificatorio. Nada nos hace tan únicos como el modo en que hablamos. Y esta particular pronunciación de las palabras, se arrima libre, desenvuelta, al acento colectivo, a esa cadencia de la voz que cada pueblo salvaguarda y lega a sucesivas generaciones. Ondas, inflexiones atávicas. La maravilla de perdurar diciendo, murmurando, gritando en múltiples, peculiares tonos planetarios.
* Así, al «yegar» a la Argentina, probablemente nos comuniquemos al principio con un ligero tartamudeo, indicador del susto que provoca la ampulosa modulación de sus habitantes. Ellos, a su vez, observarán con cierta irritación nuestra tendencia a extender las vocales. Cantito, que le llaman. Canto de latinoamericanos empeñados en desordenar el castellano, en aprehenderlo y, quizás, someterlo a los caprichosos dictados de nuestras urgencias regionales y culturas autóctonas.
* Si por casualidad entramos a uno de los grandes almacenes de España, El Corte Inglés o cualquiera del mismo estilo, ahí sí quedaremos absolutamente petrificados. La entonación de las dependientas nos parecerá dura. Y más: áspera. No eran así las monjas y curas españoles de mi infancia, recordaremos, lengüicortos, hasta que alguien nos pregunte con engolada fonética qué estamos haciendo allí. De la misma forma, al utilizar el teléfono, del otro lado contestarán enérgicamente: «Dígame». «Holaaaaaaa», insistiremos, con fingida humildad. Un «sí» declamatorio nos incitará a ser jactanciosos o a soltar el aparato, amilanados.
* Algunos hablantes se expresan con un timbre gangoso, pero resultan graciosos al cargar la pronunciación en determinadas vocales. Así pues, aguantamos su prosodia, los admitimos como semejantes y virtualmente los convertimos en interlocutores. Otra gente haría una gran contribución a la Humanidad guardando silencio. Y hay modulaciones que son bálsamos. La aptitud de nuestro lenguaje, lo que declaramos y lo que nos confiesan, puede llegar a conmover el diapasón del ánimo. Y el ánimo... es el alma.
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MONÓLOGO DEL EXILIADO
* Es difícil ser una persona de verdad, me dijo mi padre cuando yo era muy pequeñín. Un ser humano: qué pesado compromiso. Dicen que la consigna paterna nos marca a fuego, y la recomendación de mi familia ha sido, desde siempre: Mira que te mira Dios, mira que te está mirando, piensa que debes morir y no sabes cuándo.
* Seguramente es por eso que siempre he sentido vigilados mis pasos. Exactamente como si alguien estuviera filmando cada uno de mis actos. Igual que muchos, luchaba por lograr la construcción de un país fuerte y unido, pero no creía que la vida pudiera ser más interesante purificada por el sufrimiento.
* Jamás imaginé, por eso, un destino signado por el dolor y el sentimiento de derrota. Aprendí a gozar de nuestra vía láctea, a enternecerme frente a cada ladrillo de las construcciones coloniales que todavía quedaban en el Paraguay, a disfrutar la conversación con acento cantado, ese guaraní tan nuestro, tan único, esta manera de comunicarnos, sencilla y sin alardes, la modestia de nuestras costumbres.
* ¡Ah, cómo sabré yo que la patria es mucho más que un trazado geográfico! La patria es aquel jazmín, mucho más que su blancura y su aroma, es el olor de la guayaba y de tantas frutas silvestres, es la lluvia furiosa del trópico, la mesa compartida entre vecinos y el color del crepúsculo enfrente de tu casa o en la ribera del río.
* Sabía que existían otros sitios, naciones mucho más desarrolladas que la nuestra, llenas de oportunidades, con siglos de civilización. Pero era mi suelo el que a mí me gustaba. No el suelo por sí mismo, porque, allí donde edificamos un barrio, una ciudad... ¿qué sucedería si nadie los habitara? Mi país era y es sobre todo su gente, mis conciudadanos dándole luz, perfiles característicos, pasión.
* Qué iba a creer yo en otro tiempo que mi propia vida pudiera depender de los caprichos de unos cuantos elegidos, de la arbitrariedad de un señor o de un sistema, y que el porvenir de la mayoría también fuera manejable, antojadizamente, con un gesto o una simple frase. Otra cosa me habían enseñado en la escuelita, otra cosa me había contado el catecismo. Entonces, rechazaba el poder, los juegos de su entorno, y valoraba solamente el poder del conocimiento. Pobre iluso.
* Melancolía, rabia, tormento, han reemplazado en innumerables ocasiones a aquellas ideas altruistas. Casi llegué a amar otros lugares y, a veces, confundido y desesperado, luché por sentirlos parte de mi ruta, sucedáneos de la patria lejana... Aunque de tanto en tanto era capaz de reconocer que por lo menos bajo otra vía láctea lograba perder el terror de ser cazado en una esquina.
* Nunca fui un nacionalista a ultranza. Hombre del Planeta, quería ser parte integrante de nuestro universo, pero se me rompían estas teorías cuando un piadoso visitante traía un poco de tierra del campo paraguayo con olor a aguacero en una latita de betún. Entonces no lloraba, aullaba como un perro.
* Nadie ajeno a esta experiencia podrá comprenderme profundamente. Me tratarán de emotivo... He llegado inclusive a arrepentirme de haber nacido, y como en un círculo interminable, volver a levantarme, hacerle un hueco a la esperanza del regreso. Por eso, entiéndanme, no es que no quisiera vivir en otro país. La impotencia mayor es saber que no hay posibilidad de elección. Saber que está cerrada la puerta de tu propio país. La puerta de tu historia. No poder decidir mi retorno, nada podía compararse con esta desgracia.
* Ni siquiera me importaban ya la juventud perdida, la salud aniquilada. Tenía apenas 28 años y estaba por casarme cuando ocurrió la tragedia. ¿Para qué contarles? Todos conocen las cámaras de tortura del Paraguay y saben del miedo que se huele en el aire mucho antes de pasar por ellas. No hace falta ni hablarles del largo tiempo que estuve preso sin proceso alguno, del aire y del sol que nunca más fueron míos a discreción, de la ausencia del alimento mínimo para sobrevivir, de la soledad y el silencio infinitos.
* Pero antes, muchísimo tiempo antes, ya había sentido el peso del marginamiento. Hasta los mismos parientes me miraban como si apestara, los amigos íntimos me huían. Era el miedo. Podían contaminarse. Podían ir conmigo hacia ese territorio del exilio que comienza aquí mismo también mucho antes de que te expulsen como si fueras una piedra liviana que vuela azotada por mil vientos.
* Qué sensación física tan extraña. En barco, en avión o en ómnibus, es como si una catapulta te llevara al infierno. Un desecho de todos los desechos. Fui el innombrable, el paria, el sin casa. Fui también desde entonces, lo que no quise ser.
* El exiliado.
* En la jaula, la recordaba.
* Confiaba en que saldría de allí alguna vez y nos casaríamos y tendríamos hijos y lucharíamos por legarles una sociedad digna y rica en valores espirituales y materiales. Durante esos años de apresamiento, mi familia se desperdigó. Y cuando hice la huelga de hambre... tampoco vale la pena hablar del récord mundial que tengo... Más de sesenta días de huelga de hambre y la muerte clínica.
* Pero los milagros ocurren, sólo que a medias, por eso ahora, ya anciano, sin haber tenido mujer ni hijos y luego de andar solo y perdido tratando de curarme, no he logrado la recuperación. Me duele que piensen que estoy borracho porque hablo con esta torpeza, porque me muevo con muletas, porque no escucho bien. Sí, son las consecuencias. Nada ni nadie pueden devolverme, ni yo mismo siquiera, aquellas antiguas ilusiones, pero estoy vivo. Después de todo, es un milagro, ¿verdad?
* De pronto, de nuevo en Paraguay cruzando estas esquinas que ya no reconozco, sin medallas, con dificultades horribles para subirme al colectivo, con el triunfo, con el éxito más glorioso del reencuentro con lo que es mío, uso el derecho de pisar mi tierra y aquí estar. Aquí estar y reconocer que soy capaz de perdonar, aunque ¡nunca! olvidar. Eso es imposible. Cicatrices, marcas de mis muñecas esposadas, mi pulmón reducido a su mínima expresión, simulacros de fusilamiento, llagas interiores testimonian que algo sucedió, que hubo un error en el guión de mi existencia, un libreto en el que mi intervención ha sido mínima sólo porque un déspota y sus secuaces así lo determinaron.
* Pero no he sobrevivido sólo físicamente. También lo he hecho ante amenazas, chantajes y promesas de que me convertiría en cadáver enseguida, ante todo tipo de estratagemas, inclusive ante las que la peligrosa nostalgia me proponía, lejos ya de todo y de todos.
* Hoy, aquí, en Paraguay, mi patria, por primera vez luego de tantos años, anoche no soñé que venían esos hombres -los mismos que con otros disfraces nos siguen cercando- a buscarme entre gritos y golpes, y allí, en el momento en que me iban a aprehender, me despertaba sudando...
* Hoy, a pesar de todo, me siento como Ulises llegando a Ítaca, aunque sé que me costará mucho borrar de mí la imagen del exiliado. Hay cosas que no se pueden explicar sino desde la justicia y la libertad. Ojalá algún día no muy lejano ellas nos amparen en plenitud, y puedan también regresar a vivir en nuestra patria los miles y miles de exiliados que se mueren de hambre y añoranza en Argentina y otros pueblos, lejos, adonde se dirigieron a buscar trabajo y paz, su Ítaca, sin hallarla.
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¿Y LAS QUE NOS QUEDAMOS?
* El incilio. ¿Será que esta palabra existe en el diccionario? No sé. La inventó un escritor paraguayo para designar la situación inexplicable del autoexilio. Y yo, que soy mujer, la voz de muchas, digo que el incilio seguramente es más que eso. Es quedarte en tu patria y saber que poco a poco dejas de pertenecerte y de ser parte de una sociedad. Es estar y no estar. Querer y no poder. Llorar la ausencia de los hermanos, maridos, novios, madres, amigos que se alejaron...
* Primero es solamente una llamada telefónica. Hay una voz llorosa, casi iracunda. No da pie al diálogo: «Por qué no habla también usted de las que nos quedamos, no solamente sin pan sino sin nuestros hermanos, padres, maridos? No puede saber cuántas horas duran las noches. No, no sabe, no podrá creer que hay mañanas en que las almohadas amanecen, como nosotras, completamente mojadas. No sabe lo que es el insomnio. No conoce la incertidumbre. ¿Usted podría reconocer el itinerario increíble de las cartas clandestinas?»
* -Pero...
* -Noooo. No se imagina lo que significa esperar un día y otro simplemente un comentario. Lo vi y me dijo... Una notita, una esquela escrita en la servilleta de papel de un bar en el camino. No sabe lo que es no tener cómo responder a las preguntas de los hijos. No sabe que a veces es más sencillo responder que papá se fue al cielo con Dios y con los justos o cualquier otra cosa piadosa, no sabe...
* -Déjeme decirle que...
* -¿Por qué no habla de eso? ¿Por qué se calla? Usted piensa, por lo visto, que la tortura es sólo el castigo físico. No piensa en la tortura mental que envejece y mata en menos tiempo que la picana eléctrica o la pileta. ¿No se atreve a contar, tal vez, cuántas mujeres nos hemos quedado completamente solas, abandonadas no por desamor, pero sin nadie que nos tienda una mano, marchitándonos de añoranza, delirando, planeando viajar para reunirnos con nuestros parientes sin que jamás podamos concretar nuestros deseos?
* -La entiendo y quiero decirle...
* -¡No entiende nada! Para nosotras, quedarnos ha sido peor. Ustedes no pueden ni siquiera sensibilizarse ante estos dramas, porque no los conocen. Hay que sufrir en carne propia este destino para entender que tu país no es un pedazo de tierra solamente sino la gente a la que se ama, tu familia. Te despojan de lo más tuyo, de lo más sublime.
* ¡Bum! Me pareció que así sonaba el teléfono al cortarse. Durante varios minutos me quedé pensando en si había sido una falla del sistema o producto de la emoción del momento, del dolor, la rabia, el resentimiento.
* Son cientos de casos de paraguayas que generan bastante más que un nudo en la garganta. Hechos patéticos que de ninguna manera pueden reflejarse fielmente en el papel. Historias que nos llaman a gritos a la rendición de cuentas.
* «Fue más cómodo quedarse».
* Atardece y el café se enfría después de la discusión larga. Somos ocho. Gente que ha regresado después de largos años, y los que nunca hemos vivido fuera del Paraguay.
* -Claro -dice la intelectual recién estrenada-, bien fácil es decir que adentro han sufrido más toda la represión, pero para nosotras ha sido muy duro adaptarnos a diferentes ambientes, estar separadas de todo lo nuestro.
* -Felices de ustedes que pudieron viajar y buscar otros rumbos -se burla tímidamente la otra-, porque la verdad es...
* -Nada de nada. Aquí cualquier vecino te pasa un plato de comida y te tiende una sábana limpia. Muy cómodo ha sido callarse y quedarse, sin hacer nada, como el monito ése que ni oye, ni ve ni habla. A qué precio vivieron libres mientras el gobierno destrozaba a sus conciudadanos y allá, lejos, nos empeñábamos en una revolución, sin tener más armas que nuestras propias ideas y nuestra voluntad de resistir, organizando conferencias, distribuyendo panfletos, gritando que Paraguay también existe en cuanto foro internacional se realizaba.
* -Disculpáme-querida-pero-a-mí-me-parece-muy-parcial-tu-interpretación-de-los-hechos-y-además-pecás-de-soberbia.
* Porque las comparaciones -interrumpe otra de las presentes a la chica de lenguaje encimado- las comparaciones que hacés no tienen ni pie ni cabeza, son ridículas, inaceptables. ¿Qué tiene que ver una cosa con la otra? ¿Acaso se puede cuantificar el sufrimiento y decir que el tuyo fue mayor porque te fuiste y el mío se redujo porque me quedé con el miedo y la esperanza de perderlo alguna vez?
* -¡Ay, se ponen demasiado filosóficas! No es para pelearse, y menos todavía porque todas siguen siendo opositoras.
-¿Opositoras a qué? ¿Decís, contreras? ¿Decís, de qué se opina para que yo diga lo contrario? No, no, no. Esto va mucho más lejos que la cuestión política, que la cuestión partidaria. Esto que estamos tratando tiene que ver con lo estrictamente humano. Si el hombre inventó formas, usos sociales, conveniencias, sistemas de organización, administración de no sé qué, ese ya es otro cantar. Vos callate. ¿No te jode que estas extranjerizadas vengan a hablarnos tan irrespetuosamente?
* -¡Extranjera será tu abuela, porque yo soy paraguaya y a mucha honra!
* -A ver, moción de orden, no se habló de extranjera sino de extranjerizada y...
* -¡Cerrá el pico! Qué personas civilizadas ni qué ocho cuartos. Los puntos sobre las íes. Estas pajaronas no saben lo que significa un pyragüe espiándote hasta cuando te sonás la nariz, y sin haber hecho absolutamente nada malo. No saben de la policía que golpea, patea, rompe la puerta de tu casa y te lleva presa sin orden judicial. ¡Ahora protestan por las tumbas clandestinas! ¡Aquí estuvimos muriéndonos de muchas cosas, muriéndonos vivas sin que en sus paneles, conferencias, mesas redondas internacionales se enteraran!
* Lo que sigue es absolutamente irreproducible. Se llega a ver hasta normal este fenómeno de conversaciones explosivas después de tantos años de silencio obligado. ¿Pero no les parece que no vale la pena discutir sobre el tema de quién fue más valiente o más cobarde, más cómoda o más...? Cada una tiene una cuota que... Para qué les voy a contar. El pago se ha hecho por adelantado, con reajustes cada tres meses e hipotecas imposibles de enumerar aquí. No, no estoy hablando en sentido figurado. En esto sí que no hay simbolismo alguno.
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LA OTRA CARA
* Pocos conocen el fenómeno de desarraigo que también padecen numerosas mujeres paraguayas. Han tenido la fortuna (¿?) de acompañar a sus maridos exiliados, y en países vecinos o más lejanos se han educado sus hijos. Adoptaron costumbres ajenas a las nuestras, se identificaron con otras maneras de vivir, ¡y es al revés! Ahora es el regreso el que les resulta intolerable.
* Si no me creen, pregúntenle a algunos señores que hoy ocupan puestos importantes en el gobierno del país y tienen que hacer malabarismos para viajar un fin de semana y poder reunirse con sus familiares.
* El regreso es duro para la mayoría. Existen otras razones también. Los esposos o compañeros no consiguen trabajo así como así. Cuesta reubicarse. Sé de una familia que volvió al país mucho antes de la caída de Stroessner. Él, un [22] intelectual, periodista brillante, de gran oficio, le dijo a su señora: «No lleves nada, preparales a los chicos y allá comenzaremos a armar de nuevo nuestra casa». Precavida, como somos la mayoría de las mujeres paraguayas, ella cargó en sus valijas, a escondidas, un balde de hojalata y otros humildes bártulos, pensando reemplazarlos por nuevos y mejores. Pasaron los años. Y pasaron. Menos mal que la mujer trajo sus pequeños enseres domésticos. Tal vez la sobrevivan.
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DESPEDIDA AL MIEDO
* Nos conocemos bien. La nuestra es una relación extraña y perdurable. Te has instalado en mí como si desde antes de nacer te estuviera esperando. Estamos tan compenetrados, que este principio de separación se ha convertido en una batalla.
* Probablemente adoptes una actitud conciliatoria con los demás, como una especie de pulpo. Totalmente incorporado a nuestros usos. Persistente.
* Nos hemos habituado tanto a tu presencia, que no puedo imaginarme cómo serán nuestros días alejados de tu influjo. Tú y yo hemos andado juntos de norte a sur, inevitablemente. Estuviste a mi lado en las buenas y en las malas. Sigues estando, tal vez por la fuerza de la costumbre, pero antes se me hacía casi imposible cuestionarte.
* Te aprendí de memoria. Adiviné tus pasos. Todavía te siento venir y permanecer a mi lado. Me eres necesario. Tú me contienes. Tú eres el único capaz de ponerle freno a mi rebeldía. Cómo quisiera que tu partida no me duela.
* Ambos sabemos que aún siendo yo una especie de esclava tuya, debemos separarnos. Pero cómo cuesta. Es difícil pensar que tengo derecho a otro designio, que tú no eres irremplazable. ¿Cómo impedirte que sigas envolviéndome con esa sutileza tan tuya? ¿Aparecerás alguna vez en el futuro, de improviso, como sólo tú sabes hacerlo? ¿O seré yo la que te llame desesperadamente para usarte una vez más como arma defensiva? ¿Qué haré cuando ya no te tenga junto a mí para justificar mis errores?
* Trampa, pecado... ¿Quién me tapará los ojos de ahora en más? ¿Quién me mantendrá en el molde, quietecita y expectante? Nadie como tú me ha ayudado a hacer esa letra prolija, diría que hipócrita, revestida de adornos imposibles. ¿Y si aún queriendo tanto que desaparezcas para siempre, empiezo antes de tiempo a lamentar tu ausencia? No. No quisiera buscarte, contaminarme nuevamente, dejarme poseer por ti, así, salvajemente, en medio de angustias, amores, soledades.
* Ya no puedo distinguir si eres mi huésped o mi inquilino. ¿Tendré que seguir pagando mi rescate? ¿Me liberaré sola o tú mismo me ayudarás acelerando esta máquina trepidante que es mi cuerpo cuando estás en él?
* ¡Ah, cómo me conoces! Consigues que el corazón apure su servicio. Puedes llegar a hacerme temblar descontroladamente las rodillas. Cuesta admitirlo, pero es así, así mismo. O era así. Igual que una enfermedad siniestra. Me perseguías también en los sitios más hermosos. Te recordaba, lejos de Asunción. Tus señales permanecían en mi mirada. ¡Cuánto he callado por ti!
Será porque no has evitado ninguna ocasión de manifestarte. Manipulaciones, argucias, intrigas... ¡Qué poco de mí ha quedado en mí! La verdad, fuiste un clavo. Mi cielorraso. Las pocas veces que he intentado volar, detuviste con saña mi impulso. Seguramente fui valiente al no permitir sin embargo, que me cortaras las alas. Intactas las siento. Bueno, algo atrofiadas, pero puedo aprender lentamente a moverlas, aunque para ello deba realizar trabajos forzados.
* Claudel decía que los Santos han resuelto la cuestión de una vez por todas: dejan el mundo donde está y encuentran más sencillo mudarse inmediatamente a lo eterno. Es una alternativa que no me gusta. Sería una forma de rehuirte. No lo haré. No caeré nuevamente en tus garras. Estoy aprendiendo en qué punto reside mi vulnerabilidad ante ti. Y tengo condiscípulos que hablan de liberación sin muchos firuletes: rompen con ganas las barreras de su inmemorial esclavitud.
* Ya sé que esta carta no constituye totalmente una despedida. La tomarás como advertencia. Insistirás, sin duda. No importa. Sólo deseo que mi declaración de propósitos, incluidas las preguntas y recriminaciones, sirva para que ambos entendamos que ha llegado el tiempo del desacoplamiento. Ya no te tengo miedo, miedo. Entonces, ¿para qué seguir juntos? Compréndeme.
* No te voy a olvidar. Y como último rasgo solidario, te aviso: cuídate, miedo. Hay planes premeditados y espontáneos para borrarte de estas latitudes. Cuídate. Cuando vengas a casa, podremos hablar más tranquilamente del tema. Pero no vengas pronto. O ven. Ven, que ahora siento la caricia del aire, es la brisa, es distinta, ¡qué aura!
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«LO QUE PUDE SER»
* ¡Es de raza! ¿Hablarán del perro? No. Soy yo. Se refieren a mí, aunque me dejan con la duda. No me clasifican, simplemente apuntan una condición basada en su esperanzado deseo, en su hambre de trascendencia. A través de mí, por mí, conmigo, se cumplirán sus sueños truncos, los de ellos y los de sus abuelos.
* Depositaría de todos los fracasos pasados y futuros promisorios, ¿cómo hacer honor a tanta expectativa? ¿Cómo redimir a mis antecesores dejando constancia de buena aplicación para ser lo que ellos no pudieron ser?
* Estoy adiestrada para obviar el anonimato. Pavlov era un tonto al lado de mis maestros y vecinos. Premio y castigo. Frío y placer. Paz y combates. En medio, el susto, el horror ante la indiferencia, el camino que... ¿elijo o me elige?
* Miro a la gente que pasa. Me miro. Hurgo en reconditeces prohibidas. ¡Tengo miedo de traicionarles! Estudio la lección, rindo bien los exámenes, me someto al test vocacional a regañadientes, porque sé desde cuántos meses atrás la decisión está tomada. Los otros diagnosticaron que iba a ser la más brillante médica, la más polémica abogada, la mejor administradora de empresas, la psicóloga de moda, la política más respetada. ¡Me matan si les digo que sólo quiero ser trapecista en el circo!
* Entonces, sumisamente, acomodo proyectos de vida, inconscientes a veces, planeados en otras ocasiones. Soy astuta y descubro que no son necesarios muchos años para que yo también diga:
* «Lo que no pude ser me obligó al matrimonio, a la maternidad... «O: «Los hijos que no vinieron me posibilitaron la adquisición de esta remunerativa profesión». Alguien me sopla algo acerca de la proyección del hacer en el ser. E investigo. ¿Será que lo que no pude ser puede significar también lo que no pude hacer? Y voy más lejos: ¿si por ahí, sin embargo, se tratara de lo que no supe hacer? ¡Qué complicado!
* Empiezo a jugar una carrera desesperada con las horas. Escucho el disco de inglés mientras me baño, almuerzo de pie, leo en los semáforos, respiro sólo cuando la fuerza de mi ambición me deja un pequeño, miserable resquicio para la pausa.
* Muy condescendiente, la pausa se alía conmigo. Sabe de mi angustia. Picanea allí donde mi capacidad de logro resiste todavía un poco más, antes del desmayo.
* ¡Y llego a los veinte! Claro, lo estipulado -ceremonias y esas cosas- me impulsa a formar esta imagen desdoblada. Me ven y me veo. ¿Se equivocan ellos o yo?
* Forzando situaciones, llego a una conclusión reconfortante: si busco conseguir este objeto a plazo fijo, y nada pasa, la impotencia me desequilibrará. Mejor, me quedo aquí. Los límites propuestos generan frustraciones dolorosas.
* Pero entre el dejarme ir y el accionar voluntarioso hay un rebelde juez inesperado, hay una tentación irrefrenable, hay alguien desconocido haciéndome señas y advertencias justo antes de verme enloquecer amarrada al sueño, estironeada por la realidad.
* Yo resisto. Estoy en el combate, en la línea de fuego. Todavía quiero dar la respuesta exacta. Sé lo que esperan de mí. No puedo desfallecer. ¿Y los imponderables? ¡Ay, me lastima el azar!
Y celebro los treinta. La mitad de las previsiones se cumplieron. ¿Dónde escondo los déficits? Pobre consuelo el mío: hice otras cosas que no figuraban en el programa. Fui rebelde a destiempo, fui conformista, fui negligente, fui pasiva, fui complaciente...
* ¡No te tortures más! Fuiste talentosa, creativa, trabajadora, generosa, reformista.
* Soy todas estas cosas y apenas sé cocinar un bife con huevo. «El-cuerpo-ya-no-me-da, no sé si me entendés, quise tanto bailar y hoy que lo hago, cuando nadie me critica ni piensa que quiero exhibir mis caderas bien formadas, intento ese salto, en mi cabeza sale perfecto, me lanzo...»
* Es el momento de buscar excusas, la oportunidad de culpar a los demás, a la vida, por lo que me negó: fue el destino.
* ¡Y llego a los cuarenta! Todo está clarísimo. Soy una persona madura. Mis movimientos son reflexivos. La máscara de clorofila me ayuda cada día a proteger lo más preciado: ¡oh, juventud, divino tesoro! Sé muy bien cuánto pesa lo aparentemente fortuito de cada condicionamiento externo. Ya no podré ser cantante porque mis cuerdas vocales nunca se ejercitaron. No podré ser miss linda del país porque permití la invasión de celulitis. Y además, soy abuela... ¿Por qué pretender más?
* ¡Y festejo los cincuenta! Me aplasta la tranquilidad. No soporto mi comportamiento aniñado, esta especie de regreso a la inocencia. La furia por competir ha desaparecido. Vieja zorra, pillé que el papel de cada uno es absolutamente circunstancial, según qué tipo de organización social, cultural, política y económica te ampara o desampara. Sólo me preocupa lo que no pude ser, pero muy vagamente, por razones de honorabilidad.
* ¡Y llego a los sesenta! Ya no puedo ni siquiera fantasear con la fama, el poder y la gloria. Hay a pesar de estas carencias, algún testimonio, por allí, de mi paso por el mundo. ¡Qué dura sigue mi carne! «Me gusta tu olor, como hace treinta años, me siguen gustando tus besos y dormir contigo cada noche aunque se nos cuele uno de nuestros nietos. No me importa que la calle que cruza enfrente a la casa donde nací, no lleve mi nombre».
* ¡Y llego a los setenta! Por fin, tengo lugar, tiempo y ganas de hacer estrictamente lo que quiero. ¡Lo que yo quiero hacer! Soy todas las que no fui, las que pude ser y soy también la que seré. ¿Seré esta misma?
* Tarde de domingo. Tengo ganas de irme al circo a ver la actuación de una trapecista muy joven cuyo máximo anhelo es ser oficinista, porque es menos riesgoso...
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