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martes, 9 de febrero de 2010

CABALLERO (NOVELA). Autor: GUIDO RODRÍGUEZ ALCALÁ / Versión digital: Biblioteca Virtual Miguel de Cervantes.


CABALLERO
Autor:
(Enlace a datos biográficos y obras
en la GALERÍA DE LETRAS del
Edición digital: Alicante :
Biblioteca Virtual Miguel de Cervantes, 2000
N. sobre edición original:
Edición digital basada en la de Buenos Aires,
Editorial Sudamericana, 1987.

Al Lazarillo de Tormes, respetuosamente
PRÓLOGO
* Con la ignorancia generalizada en estos últimos tiempos, pocos saben que el general de división don Bernardino Caballero, de la vieja casa española de los Caballero de Añazco, llegada al Paraguay en los primeros tiempos de la colonia y terrateniente desde entonces, nació en Ybycuí en 1839, un año antes de la muerte de don José Gaspar Rodríguez de Francia, apellidado por los paraguayos El Supremo y Ser sin Ejemplar, a quien sucedió en la primera magistratura de la República don Carlos A. López, sucedido a su vez por su propio hijo, el glorioso Francisco Solano López, Mariscal Presidente del Paraguay, a quien le cupo el honor de dirigir las fuerzas paraguayas en contra de los ejércitos del Uruguay, la Argentina y el Brasil en la sangrienta guerra conocida como de la Triple Alianza (1864/70).
* Cortado por el sable de un brasilero, pinchado por la lanza de un segundo, perforado por el plomo de un tercero, el Mariscal Presidente rindió el espíritu después de haber defendido su Patria, palmo a palmo, en contra del invasor extranjero.
* Pero su sacrificio no fue estéril, ya que el ejemplo fue recogido por numerosos héroes que crecieron a su lado, como el general de división don Bernardino Caballero, quien sirvió a su Patria como segundo del Mariscal Presidente, como político y primer mandatario, como diplomático avezado y como miembro de las principales empresas del país.
* Una vida plena, sacrificada, heroica que no fue, sin embargo, plenamente valorada en su momento, porque la patria ingrata lo mandó al destierro dos veces, una en 1910, dándome así la ocasión de conocer al legendario centauro de Ybycuí durante su exilio en Buenos Aires.
* Allí fue que surgió la idea de escribir este libro, cuyo tema, el mencionado centauro, merecería, por lo menos, un Menéndez y Pelayo para su tratamiento. Sin embargo, ocurre que lo óptimo atenta contra lo bueno, y si esperamos el Homero que cante las glorias del general Caballero, éste se morirá antes de haber relatado sus memorias. Esa es la razón por la cual me atreví a escribir esta biografía del héroe que, dentro de todo, tiene un gran interés -no por mérito del cronista, sino por el del entrevistado-. El general Caballero es el espejo de los caballeros paraguayos; comprenderlo a él es comprender la forma en que aquellos viven con dignidad y mueren con orgullo. Por eso considero indispensable la lectura de mi obrita, terminada cuando me llega la noticia del fallecimiento del general en Asunción, con los honores fúnebres que le rindió el ejército brasilero.
* Dos personas más calificadas que yo han emprendido la tarea de biografiar al centauro. En primer lugar, el distinguido publicista paraguayo don Juan E. O'Leary, discípulo del egregio nacionalista francés don Charles Maurras; la serie de entrevistas que le hizo al general, sin embargo, todavía no ha sido publicada en un libro. En cuanto al segundo biógrafo, se trata nada menos que del barón de Río Branco, hijo del ministro plenipotenciario brasilero en el Paraguay, vizconde de Río Branco. El primer indicio que tuve de estas memorias fue una carta del vizconde, donde él decía: Caballero está dando preciosos apontamentos para uma Memoria que meu filho lhe vae escrever, porque elle nao o sabe fazer, que nos sera muito util. Este indicio se transformó en certeza cuando el mismo general me confirmó que le había dictado sus memorias a Río Branco, dada la amistad que tenía con el padre y el hijo. Lamentablemente, esa misma amistad hizo que el barón no tomase en serio su trabajo, que quedó inconcluso.
* Una razón de más para publicar estas mis memorias, que van del ingreso del héroe al campamento de Cerro León (Paraguay) como recluta en 1864 hasta su ingreso en el palacio de S.A. I don Pedro II (Brasil) como prisionero de guerra y huésped en 1870, ya terminada la Guerra de la Triple Alianza. Si puedo, voy a publicar otro libro con el resto, con énfasis en la presidencia del centauro (1880/1886); el problema, en todo caso, es cómo publicar un segundo libro después del revuelo que causará el primero en el Paraguay, debido a la forma directa, honesta e implacable en que el general Caballero dice las cosas, lo que puede molestar a muchos.
EL CRONISTA - Buenos Aires, 1 de marzo de 1912.
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Parte I
Mis primeros pasos o de Matto Grosso a Uruguayana (1864-1866)
Capítulo I

Donde recién comienza la historia, con el relato de cómo el mariscal Francisco S. López se enojó conmigo, el entonces alférez Bernardino Caballero
* -¿Qué le dijo Benigno?
* -Cuando me hizo llamar yo venía muy contento; beso las manos a V.E., le saludé muy campante; jamás imaginé que sería tanto, que me lo tendría enfrente mirándome de arriba abajo como podía mirar cuando estaba enojado y nos hacía temblar a todos y a mí con mayor razón porque tenía poca experiencia en los enojos de mi jefe el Mariscal.
* -Alférez Caballero, usted debe repetirme, palabra por palabra, lo que le dijo mi hermano Benigno.
* Don Benigno era hermano del Mariscal Presidente, pero ellos se llevaban mal y por eso no le habían dado ningún cargo, a pesar del parentesco; hasta se dice que don Benigno conspiraba contra su hermano el Presidente, y por eso fue que él no quiso dejarlo solo en Asunción cuando él se vino de la capital a nuestro campamento. Porque lo que le cuento pasaba en Paso de Patria, allá por marzo del 66, y la situación era muy grave; los aliados querían invadirnos (se preparaban para eso del otro lado del río) y como si fuera poco teníamos conspiraciones en nuestro propio campo y entonces las Ordenanzas Militares se aplicaban literalmente y todos estábamos muy nerviosos, de Mariscal para abajo, porque al mismísimo general Robles y a otros jefes los habían castigado muy duro. Hasta don Benigno tenía que cuidarse, porque comenzaron a culparlo de estar medio metido en la conspiración; quiero decir no del todo pero sí de alguna manera por esa su actitud sospechosa que despertaba las sospechas; como yo era amigo de don Benigno -como de toda la familia del Presidente- ahora comenzaban a sospechar de mí también, porque nos habían visto hablar muchas veces entre los dos, aunque era natural si éramos amigos.
* Conste que yo tenía la conciencia tranquila, porque quería a mi jefe el Mariscal López y nunca había conspirado para nada ni nada parecido. Pero, por lo visto, alguien fue a decirle algo al Mariscal y eso es lo que lo tenía furioso conmigo, pensando que hablaba mal de él con su propio hermano Benigno, que después lo arrestaron por sus comentarios peligrosos en tiempos de guerra. Si a él lo arrestaron por decir que el Mariscal era un cobarde, ¿por qué no irían a arrestarme a mí? Y lo que es peor, si a don Benigno lo arrestaban y nada más, conmigo tendría que ser peor, porque no soy hermano de S.E. Quiero decir, por ejemplo, ir ante un tribunal militar, donde me juzguen Isidoro Resquín, Silvestre Aveiro y gente de esa, que siempre tratan de encontrar culpables para probar que son muy buenos investigadores o para hacérselo creer a la gente a costillas del prójimo.
* Con don Benigno López había chimentado un poco, cierto, pero nada malo... -Algo que no puede comprender si nunca ha estado en guerra es que lo peor resulta tener el enemigo enfrente- lo suficiente para saber que está cerca y puede caerle en cualquier momento, pero lo insuficiente para saber exactamente cómo es, cuántos, con cuántos cañones, etc. Llega un momento en que usted prefiere que le caigan aunque le ganen en vez de estar soportando la incertidumbre esa antes de una pelea. Bueno, el problema es que usted no puede saberlo, al menos si es alférez como era yo, porque los secretos son para los superiores, pero las consecuencias para usted si pierde. Usted tiene que pagar con su cabeza y con la de su propia familia, y usted ha de saber que en Paso de Patria estábamos con nuestra gente; yo, por ejemplo, tenía allí a mi madre y mis hermanas... Y sabíamos todos cómo trataban ellos a nuestros prisioneros: en Yatai, por ejemplo, los uruguayos los degollaron; los brasileños se los llevaron al Brasil para venderlos como esclavos; los argentinos los obligaron a servir en su ejército, a pelear en contra de su propio país, nuestro querido Paraguay. Y entonces, imagínese usted qué pasa si los aliados cruzan el Río Paraná, si se nos vienen encima con todo lo que tienen, si nos ganan, en una palabra, ¿qué va a pasar con nosotros?... Esa era la pregunta que repetíamos en nuestras conversaciones con don Benigno, queríamos saber cómo andaba la guerra, porque lo que decía El Semanario no nos convencía del todo, así que tratábamos de saber un poco más por nuestra cuenta, es natural. Eso es lo que hablábamos con don Benigno, pero, por lo visto, le fueron a mi jefe con el chisme de una conspiración, y entonces sospechaba que yo tenía que saber y que le decía que nada por cómplice; eso es lo que debía creer, porque estaba tan furioso conmigo, él que siempre me había tratado tan bien.
* En realidad, estábamos un poco nerviosos todos en nuestro campamento, y es que cuando nosotros los invadimos pensábamos que ya ganábamos la guerra, pero después tuvimos que volver dejando buena parte de nuestro ejército en el Brasil y la Argentina. Era un poco al revés de lo que nosotros pensábamos, y para colmo ahora eran ellos que querían invadirnos, y parecía no más que invadían de veras, porque eran muchos más y con una flota formidable, mientras nosotros apenas sí teníamos chatas y canoas. En parte nos deprimía un poco, porque la guerra parecía perdida por culpa de los generales que traicionaron al Mariscal López. Claro que no era la culpa del Mariscal, sino de sus colaboradores, pero igual no más la guerra estaba perdida -por lo menos así pensaban muchos-, y eso creaba un ambiente muy desagradable en nuestro campamento.
* Cierto que el Mariscal nos levantaba un poco el ánimo con esas incursiones en el campamento enemigo, porque cada vez les matábamos unos cuantos, incluso muchos. Yo recuerdo esa vez que un sargento negro volvió de la Argentina con una bolsa llena de cabezas, creo que siete, y el Mariscal le premió con un ascenso y las cabezas fueron colocadas sobre una mesa con un letrero que decía que fue un solo paraguayo y esas cosas así nos daban confianza... Durante el mes de enero, de febrero, hasta marzo, nuestros hombres pasaban el Paraná todos los días; iban en grupos de 200 a 1.000 y en unas tristes canoas, a pesar de que los encorazados brasileros estaban cerca, pero esos no hacían nada y nos dejaban pasar y repasar el río para hacerles guerrillas del otro lado. Cada tarde se hacían las partidas en nuestros campamentos y el Mariscal les hablaba como sabía hablar y ellos le decían que estaban dispuestos a matarlos a todos (no era por hablar no más) y de allí salían para embarcarse en sus canoas y el general Díaz los hacía acompañar con bandas de música y la Madama Lynch les repartía cigarros. Después volvían, siempre de buen humor y con pocas pérdidas, pero prisioneros casi no solían traer. Es que cuando agarraban uno lo concluían allí mismo, a pesar de que el Mariscal les decía que también necesitábamos alguno. O sea que el espíritu militar era excelente; cada paraguayo valía por dos o tres de ellos, y eso era lo que veían todos los días, cuando incursionaban en territorio argentino, y por eso justamente que el Mariscal los mandaba, para que vayan cobrando confianza y experiencia.
* Pero con todo nos trabajaba...
* Porque, al final de cuentas, los que estaban del otro lado eran como 50.000 en Corrientes y unos 12.000 en Candelaria (para desembarcar en Encarnación) y nosotros no llegábamos a 30.000 en Paso de Patria. Bueno, eso no importaba tanto, porque dos a uno podíamos pelearles; el problema era la artillería, porque la de ellos toda rayada, mientras que la nuestra lisa (en algunos casos cañones de la Colonia). Cierto que tampoco tenía tanta importancia: al fin y al cabo nuestros artilleros, como el general Bruguez, eran capaces de meterles una bomba por la tronera de sus encorazados, y el teniente Fariña se bastaba para salir por el Paraná con una chata de un solo cañón y tener en jaque a toda la flota brasilera que tiraba sin acertar ni una vez (esto salió en unos dibujos que circularon en Europa, nuestra chata contra todos ellos, una vergüenza). Incluso, le voy a decir que los aliados enemigos creían que teníamos artilleros europeos, ¡porque tirábamos tan bien! ¡Pero qué europeos, paraguayos no más y con cañones viejos, pero que acertaban sin usar la mira!
* El único problema entonces eran sus encorazados.
* Porque esa clase no teníamos nosotros, apenas si buques mercantes artillados, y nuestra artillería de costa apenas si llegaba a artillería de campaña, quiero decir que el calibre no era suficiente, y entonces cuando cañoneábamos la flota perfectamente inútil; no podíamos hundirles sus barcos... Durante la guerra no le hundimos uno solo aparte del Río de Janeiro, pero ese fue con una mina... Quiero decir que ellos dominaban el río, los ríos. Por lo menos que podían hacerlo, porque en 1865 ya podían llegar directamente hasta Asunción, pasando por delante de Humaitá que no era fortaleza como pensaban ellos... ¡Imagínese el problema que nos creaban entonces! Ellos llegaban a la Asunción en uno o dos días por agua y nos dejaban a nosotros en Paso de Patria liquidados, porque ese campamento de Paso de Patria era militar no más. Todas nuestras comunicaciones y nuestras armas y víveres llegaban de la capital, donde había quedado en el gobierno el vicepresidente Sánchez, porque el Mariscal se había venido al frente, dejándolo a él como presidente. O sea que no teníamos nada, que si tomaban la capital nos dejaban cercados, completamente inútiles en la frontera del país mientras ellos agarraban la sartén por el mango... Eso es lo que el Mitre andaba maliciando, por eso le dijo al almirante Tamandaré que vaya y destruya no más esa fortaleza de Humaitá que era de adobe, pero Tamandaré no quiso hacerle caso, y entonces se quedaron los aliados bloqueados frente a nuestras trincheras en el sur, en vez de seguir adelante como debían (desde su punto de vista)... Eso es lo que el Mariscal sabía demasiado bien (aunque no nos contaba a nosotros) y por eso su carácter andaba terrible, y no era para menos, porque podía perder allí mismo la guerra, y eso es lo que un militar menos quiere... Pero que podía perder no quiere decir que perdió allí mismo, como usted sabe; un hombre inteligente como mi jefe era capaz de engañar al enemigo, y por eso llenó el río Paraguay de damajuanas que los otros confundían con torpedos y se quedaron quietos por dos años.
* Porque, ocurre, mi amigo, que la guerra no es una cuestión de fuerza, sino de moral. Inútil que usted sea más grande si tiene miedo. Y eso sabía muy bien el Mariscal. Sabía que los otros eran más y con más cañones y con barcos encorazados que nosotros no teníamos ni podíamos ya recibir porque ellos controlaban el Río de la Plata con su flota y ese era el único camino, porque por el norte, por Bolivia, prácticamente no existía, o sea que por el Pacífico no había caso. Para colmo se incautaron un cargamento de cañones que nos venía de la Europa, ellos que para importar no tenían problema, porque a cada rato iban renovando su parque. Y el parque no era todo, sino que también las comunicaciones, porque crédito también podían recibir y recibían de la Inglaterra que les pagó la guerra, mientras que nosotros nos quedamos encerrados desde el primer momento.
* Pero ese no fue nuestro problema, en el fondo, porque todo se puede suplir con la moral, con la fuerza del soldado paraguayo, como dijo mi jefe. Lo que nos perjudicó de veras fueron los traidores, que había por adentro y por afuera, porque en Buenos Aires los exiliados fundaron esa Legión Paraguaya, un ejército que guaúnte peleaba contra López y no la Patria. Esos son los que nos llenaban nuestro campamento de propaganda, que le decían a la gente que tenía que desertar, que había que hacer la paz, que el Mariscal era un tirano. Culpa de ellos fue esa conspiración de San Fernando, que trató de matarlo al Mariscal; esa y muchas más, como le voy a contar después. Y entonces usted ve que, con tantas cosas, el Mariscal no podía ocuparse del todo del enemigo, por lo menos como quería ocuparse. Estos bribones me dan más trabajo que los brasileros, solía decir y con razón...
* Pero volvemos al comienzo:
* Usted sabe que la guerra de la Triple Alianza (o sea del Brasil y la Argentina y el Uruguay) contra nosotros, comenzó como una guerra contra el Brasil no más. Porque el Brasil invadió el Uruguay y el Mariscal entonces le mandó una nota diciéndoles que respete a los vecinos, pero el Emperador le contestó de mala manera, y entonces nosotros les invadimos el Matto Grosso (allá por diciembre/64), una expedición en la que estuve y que le cuento después. Pero los brasileros siguieron invadiendo no más el Uruguay, y entonces el Mariscal tuvo que invadirlos también por Río Grande del Sur. Mandó a ese Lacú. Estigarribia con sus 12.000 y pico hombres para que salga de la Encarnación y marche sobre Río Grande y de ser posible sobre el Uruguay, que era nuestro aliado, donde había unos 6/7.000 soldados brasileros. Lacú salió de la Encarnación y al principio todo parecía bien, porque avanzaba sin que nadie le diga nada, y se metió en territorio brasilero tranquilamente, y llegó hasta la villa de Uruguayana, que los macacos abandonaron cuando lo vieron llegar. Desde allí le dijo al Mariscal que no sabía qué hacer, que esperaba sus instrucciones. Y el Mariscal no estaba muy seguro; al fin y al cabo él se había quedado en Asunción porque confiaba en Estigarribia, pensó que un teniente coronel era capaz de descubrir sus objetivos militares con un poco de inteligencia. Pero Lacú no sabía, entonces el Mariscal, finalmente, le dijo que vuelva a Asunción, donde pensaba decirle cuatro cosas. Pero Lacú le contestó que no podía, que lo tenían cercado en la Uruguayana; lo cercaron porque se dejó cercar, para tener un pretexto de entregarse como se entregó y después de eso se fue en el Brasil, donde se pasó por el resto de la guerra, viviendo de la plata del Emperador ese.
* No lo puedo decir cómo quedó el Mariscal con la noticia.
* Era por setiembre/65, él nos reunió a todos para contarnos y yo estaba también, porque todavía era muy nuevo pero López me favorecía mucho y me hacía escuchar las cosas de los oficiales superiores. Entonces mi jefe habló, conmovido, condenando a Estigarribia Esperaba que algunos jefes tomaran la palabra, expresando la indignación del ejército. Pero, todos sorprendidos y perplejos, vacilaban y callaban estupefactos.
* López, que estaba muy excitado desde que recibió la noticia, se enfureció del silencio y dijo: «Veo que no les causa sensación esta desgracia nacional que debíamos de deplorar hondamente. Salgan todos inmediatamente», y como vacilaban, repitió sus órdenes a gritos.
* Y dirigiéndose al Mayor Francisco Luis González le dijo: «Yo lo he visto... le agradezco» Es que a este jefe se le habían caído las lágrimas al oír el relato.
* No vaya usted a creer que López era tan rabioso, lo que pasa es que sus problemas eran muy grandes...
* Porque la historia de Estigarribia no era la única; también estaba la del general Robles, otro que se entregó al enemigo, y justamente cuando nuestra guerra ya no era solamente contra el Brasil, sino también contra el Uruguay y la Argentina. Bueno, esto también lo ponía nervioso, y aquí debo decirle que ustedes se portaron muy mal, muchacho, ustedes los argentinos... tengo que decírselo porque la historia es objetiva que le dicen y nadie debe ofenderse... Sí, ya sé que usted es distinto; es de los mozos patriotas que están surgiendo ahora, como los que habemos también en el Paraguay, los que respetan a sus héroes... Porque la generación anterior, o sea la que queda entre la suya y la mía, es insoportable: no quería ni oír hablar de la guerra; pero ahora vienen ustedes para poner las cosas en su lugar, me parece muy bien...
* Entonces le digo con confianza que su presidente Mitre fue un bandido, porque cuando el Mariscal le pidió permiso, Mitre le dijo que no, guaúnte por la neutralidad, pero en realidad porque era cómplice del Pedro II, ya andaban en tratativas, y entonces no quería que nuestro ejército pase por la Argentina para invadir el Brasil... Por eso fue que el Mariscal le declaró la guerra también a la Argentina; para colmo de males, el Uruguay se nos da la vuelta, porque mientras marchábamos para socorrerlos ellos deciden aliarse con el Brasil en contra nuestra y firman ese Tratado de la Triple Alianza, una verdadera vergüenza.
* ¡Y para colmo tienen el cinismo de decir que el Mariscal López provocó la guerra!
* Menos mal que la verdad se va sabiendo poco a poco; se sabe que el Emperador lo odiaba al Mariscal López y lo demás, como se lo puede explicar nuestro gran historiador, don Juan E. O'Leary. Pero para no desviarnos tenemos que seguir con el general Robles.
* Robles fue el que el Mariscal López envió para invadirla Argentina; otro que se aprovechó que su generalísimo estaba lejos para pactar con el enemigo. Porque nada más fácil que la misión de Robles; a él lo mandaron con 25.000 hombres (que en el momento era muchísimo) para invadir Corrientes, que en ese momento era muy fácil, porque los correntinos y paraguayos siempre habían sido amigos, y más de la mitad estaba con nosotros y hasta se creó un gobierno provisorio en la provincia esa que no quería saber de Buenos Aires.
* Así que Corrientes era fácil, y en el medio quedaba la provincia de Entre Ríos, o sea entre Corrientes y Buenos Aires. Tampoco podía ser tan difícil, porque allá teníamos un amigo, el Urquiza ese, compadre de López, que lo había invitado para el bautismo de su hijo. Con Urquiza también habíamos tenido buenas relaciones; él también se había peleado con Buenos Aires con nuestro apoyo (lo mismo que Corrientes); entonces el asunto era trabajarlo un poco. Parece que le había prometido al Mariscal ayuda contra Buenos Aires en caso de guerra; ahora se había echado atrás (tampoco le ayudaba a Mitre) y en ese caso había que convencerlo o en todo caso invadirlo porque nuestro ejército era más grande, e incluso más grande que el de Buenos Aires, que no tenía más de 6.000 hombres cuando Robles invadió la Argentina.
* Pero Robles se pasó perdiendo su tiempo; no movió un dedo para ayudarlo a Estigarribia cuando el enemigo lo rodeó; no movió un dedo para aprovechar la sorpresa, porque usted sabe que en abril del 65, cuando Robles invadió la Argentina, nuestro ejército era el más grande del Río de la Plata, y con eso podíamos arrollarlos, pero el señor Robles anduvo escribiéndose cartas con los jefes aliados (lo mismo que Estigarribia) y con eso les dio tiempo a organizar un ejército como de 60.000 entre abril y octubre del 65, y con ese ejército era ahora que se habían acampado cerca de Corrientes y nos querían invadir el Paraguay, después de haber rendido a Estigarribia en setiembre y haber corrido a Robles en octubre.
* Es que con Robles estaba repitiéndose el mismo cuento que con Estigarribia: así como Estigarribia se quedó en Uruguayana sin hacer nada, Robles se había quedado por Corrientes sin tomar Buenos Aires, y mientras tanto los aliados se le venían acercando paso a paso, y entonces el Mariscal lo envió al coronel Resquín para que se haga cargo del cuerpo de Robles y para que a Robles lo devuelva encadenado al Paraguay. Resquín era mejor que Robles, sin ser tampoco demasiado bueno, pero cuando asumió la comandancia se dio cuenta de que ya era tarde, porque los correntinos ya habían perdido el entusiasmo y no nos ayudaban como al empiezo, y además que no teníamos suficientes caballos, y que los soldados se nos morían de frío y desertaban (por culpa de la conducción de Robles) y que en esas condiciones lo mejor era volver al Paraguay.
* Entonces se volvieron, hacia fines de octubre, gracias a la cortesía de la flota brasilera que controlaba el río Paraná y que los dejó pasar sin molestarlos -dice que porque el río estaba muy bajo. Volvieron los que quedaban en la División del Sur, que tampoco eran tantos, pero volvían enfermos y con mala gana, y eso le preocupaba mucho al Mariscal.
* Entonces usted tiene que sumar el descontento, más las enfermedades y la carne medio podrida que nos daban (por culpa de los proveedores), más el agua sucia de los esteros (que también nos causaba la disentería), más las otras enfermedades y las bombas que nos mandaban los encorazados y cañoneros aliados, más la murmuración de la propia familia López y la traición de los diplomáticos extranjeros que se habían puesto contra el Paraguay; tiene que considerar todo eso para comprender por qué el Mariscal se había puesto tan enojado conmigo y pensaba que su hermano Benigno y yo habíamos estado hablando mal de él.
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Capítulo II
Continuación del capítulo anterior

* ¿Por qué desconfiaba el Mariscal López de su hermano don Benigno?
* Esa es una buena pregunta, pero para contestarla debo explicar algunas cositas de la familia López, y entonces hacemos marcha atrás; tenemos que ponernos allá por 1860, cuando el presidente don Carlos A. López se iba poniendo viejo y nadie sabía todavía quién podía ser su sucesor (algo que recién se supo en 1862, cuando murió don Carlos y se leyó su testamento).
* Naturalmente, más de uno quería ser presidente, porque el Paraguay de entonces era un país tranquilo, disciplinado, con mucha plata en la caja del Fisco y muchas posibilidades para el futuro... Eso parece raro ahora, porque la guerra nos liquidó, pero antes de eso teníamos muchas cosas: esa fundición de hierro de Ybycuí, donde se hacían nuestros cañones y otras armas; esos astilleros donde hacíamos nuestros barcos; fábricas de pólvora y otras cosas más que ahora ni por desgracia tenemos, porque terminaron con la guerra... También teníamos el telégrafo y el ferrocarril, nuestra flota mercante; en eso les pasábamos a nuestros vecinos, porque de uno a uno podíamos ganarle al Brasil o a la Argentina. Y no le hablo de la paz porque ya sabe usted que mientras los otros vivían peleándose, nosotros tranquilos: en 50 años, habíamos tenido solamente dos presidentes (Francia y don Carlos)...
* Como ve, un país fácil de gobernar; muchos querían el cargo.
* El problema era quién:
* Porque el señor presidente don Carlos López tenía tres hijos para eso: Francisco, Venancio y Benigno. En realidad tenía dos -tratándose de la presidencia, que no podía dejársela a cualquiera- porque Venancio, el pobre, no pensaba más que en divertirse, por eso quedó descalificado. Él pues se había hecho esa casa tan linda en la calle Colón, en las afueras, para vivir lejos de su familia que estaba en el centro y además por un problema logístico, como se comentaba: las mujeres galantes estaban en la calle Colón. Tanto se divirtió don Venancio que terminó con el mal francés y entonces para consolarlo su hermano lo nombró Comandante General de Armas de la Asunción, un cargo que sonaba mucho y no daba mucho mando, pero él se entretenía con sus uniformes tan brillantes haciendo desfilar la tropa a su mando de un lado para otro de la ciudad y haciendo salvas con unos cañones que habían servido de postes en Buenos Aires que un día reventaron matándole dos artilleros y mandando su bala sobre una escuela -pero por suerte sin matar a nadie.
Don Benigno era muy diferente; casi le voy a decir que el más inteligente. En realidad, uno no sabía con cuál quedarse. Porque hablaba cinco minutos con él y después era capaz de secundarlo en todo. Pero después hablaba de lo mismo con Francisco y terminaba pensando lo contrario, pero sí se encontraba de vuelta con Benigno volvía a su punto de partida. Y ese era un poco mi problema, porque yo era amigo de la familia, y hablaba con el uno y con el otro para aprender de la gente más leída que yo, pero muchas veces me quedaba desorientado.
* Del Mariscal le voy a decir que también tenía sus cualidades de presidente porque se había estado ensayando para la presidencia desde chiquito... Resulta que las lenguas infames dijeron que era un bastardo y entonces para probar lo contrario don Carlos lo trataba como a su hijo propio, e incluso le daba más mando que a los otros, porque a los 18 años lo hizo general y le encargaba una serie de asuntos del gobierno, como la fortaleza de Humaitá -que la hizo muy bien para un mozo de su edad. También por eso, para que se calle la gente, don Carlos lo envió a las Europas allá por 1854, creo que; se fue con José María Aguiar, que volvió tan culto como Francisco. Lástima que mi jefe volvió también con una inglesa (o irlandesa, es lo mismo), esa Madama Lynch, que por supuesto no le gustaba nada al viejo Presidente, y parece que por eso estuvo a punto de nombrarlo presidente a Benigno, pensaba que una divorciada era un mal ejemplo, pero después se decidió a nombrarlo a Francisco para la presidencia y entonces él se hizo presidente en 1862.
* Don Venancio no dijo nada porque lo nombró coronel, y le daba igual que lo ascienda don Benigno o don Francisco -total, él no quería ser presidente. Pero Benigno sí quería, y las convenció a las dos hermanas de que tenía razón, y como las dos hermanas se casaron bien -una se casó con Saturnino Bedoya, ministro de Finanzas y otra con el general Barrios, ministro de Guerra- y para colmo eran de un temperamento terrible, la convencieron a la madre, doña Juana Pabla Carrillo de López, de que Benigno tenía que ser presidente, y entre todos organizaron una conspiración con el ministro norteamericano y el cónsul francés para echarlo a don Francisco y poner en la presidencia a don Benigno...
* Eso es lo que viene después, pero se lo cuento ahora para que comprenda un poco los problemas de mi jefe... Conste que en el 66 don Benigno no conspiraba todavía; la conspiración explotó más tarde, en el 68, pero conviene que lo vaya sabiendo...
* ... Me parece que tiene razón...
* O sea que la cosa no era solamente familiar... Era también familiar, eso me consta, porque yo, que era amigo de la familia, me iba en casa de los López y les oía hablar mal del Presidente, y entonces no sabía si callarme (porque era mi jefe) o discutirles (porque estaba en casa ajena y don Venancio era mi superior en el ejército)... Eso me consta... Pero también está lo que usted dice: la historia del algodón. La guerra esa de la... ¿sucesión?... lo que sea, el nombre no cambia la cosa. Pero fue en los Estados Unidos, allá por el 60, y entonces hubo quien quería plantar en nuestro país, porque en el norte los negros estaban alzados. Entonces vinieron los gringos, y había los que pensaban que nuestro futuro de nuestro país era el algodón, quitarle el mercado a los Estados Unidos, y entonces decían que no valía la pena gastar tanta plata en el ejército porque el comercio era el futuro, y protestaban porque el general López aumentaba el ejército... Ese es el problema de siempre, los militares y los civiles. Los dos nos necesitamos el uno al otro, porque si no hay plata no se puede pagar el ejército, pero si no hay ejército tampoco se puede trabajar porque cualquier italiano anarquista viene a dinamitarle su fábrica. O sea que tenemos que estar aliados porque nos necesitamos, y eso es justamente lo que yo hice después, allá por 1880, cuando me eligieron presidente del Paraguay, pero claro que no tenía un criticón como don Benigno para complicar las cosas y que los ministros me respondían. Quiero decir que no tuve los problemas del Mariscal, por suerte. Por eso pude poner cada cosa en su sitio, o si quiere cada persona en su lugar, que es lo que hace falta... Eso porque el ejército me respetaba, porque soy militar, y los civiles me respetaban, porque no soy un militar militarista. Y también los vecinos, porque para 1880 ustedes ya se había calmado, y entonces los extranjeros que venían era para trabajar y poner dinero, y así fue que entraron en el Paraguay todas esas grandes compañías extranjeras y hasta Carlos Casado S.A. que nos movieron un poco la economía, que desde 1870 había quedado trancada por el esfuerzo y los perjuicios de la guerra... Conste que fue una idea mía eso de venderles las tierras, porque teníamos demasiadas que nadie quería trabajar y con el dinero de la venta comenzamos a recibir moneda que hicimos para trabajar para adelantar el país... Pero son cosas que le voy a contar después, si continuamos mis memorias; aquí solamente tiene que anotar que yo fui el continuador del Mariscal López -a mi manera- y que cuando me tocó la presidencia era más fácil que en 1862...
* Yo pienso que los problemas de familia se pueden arreglar por las buenas, pero el problema del Mariscal era que no tenía quien, o sea una persona que pueda intervenir para arreglarlos. Porque el general Díaz era un gran hombre, era muy leal a nuestro Presidente, pero más militar que político, y con don Benigno no se podía ver; él decía que don Benigno era un engreído porque nunca le hablaba en guaraní; don Benigno pensaba que el otro era un guarango porque no hablaba castellano. También ocurre que Díaz murió demasiado pronto, como murió también el general Aquino y otros que eran ciento por ciento fieles, y entonces el Mariscal se quedó muy solo y ya no había nadie para mediar... ¿La Madama Lynch? No, esa sí que no. Porque la familia López no la podía ver, y le voy a decir en confianza (no para que escriba) que a la Lynch no la queríamos demasiado, y que como compañera del Mariscal era más bien un estorbo. No digo que era mala, pero era una mujer muy orgullosa, que no conocía nuestras costumbres, y quería imponernos por la fuerza todo lo que se le antojaba. Por eso no la queríamos, aunque ella tenía mucha influencia sobre él. Es que el Mariscal era un romántico, y por una mujer era capaz de perder la cabeza, y de eso se aprovechaba la Lynch y no lo dejaba gobernar, y hasta le hacía pasar un papel ridículo porque le convencía de que tenía que quedarse encerrado en su casamata y lejos del frente de operaciones, mientras que el general Díaz caminaba sobre el parapeto de nuestras trincheras diciendo que la pólvora de los cambá no mataba a nadie y entonces comenzaron a decir que Díaz era más valiente que el propio Mariscal. Todo por culpa de la Lynch, porque el Mariscal no le tenía miedo a nadie ni a nada, pero se dejó convencer por ella y para darle el gusto se quedó en la Asunción en vez de marchar a la cabeza de la División del Sur para invadir a los vecinos. No era indispensable, porque tenía telégrafo para mandar a sus jefes, pero le hubiera convenido porque aprovecharon su quedada en Asunción para decir que se quedó por miedo.
* Por culpa de la Madama y del obispo Manuel Palacios, otro que tenía sus cosas. Durante mucho tiempo fue el favorito de mi jefe, hasta que al fin el Mariscal se dio cuenta. Pero mientras tanto ya le había desprestigiado su gobierno, por todos los malos consejos que le dio. Por ejemplo la vez aquella que izaron la bandera argentina a media asta, y todos en Paso Pucú nos preguntamos qué podía ser, hasta que el obispo le dijo ha de ser que murió el general Mitre -él tenía que ser el de la mala idea. Le dijo también que consiga prisioneros, y el Mariscal le hizo caso, y entonces fueron nuestros espías a robarse un soldado del campamento aliado. El obispo con Resquín se hicieron cargo del interrogatorio, y el argentino ese terminó diciendo que había muerto no más el general Mitre, y todos festejamos, y hasta salió la noticia en El Semanario... Una verdadera vergüenza, porque no era cierto, y resulta no más que entre Resquín y Palacios lo apuraron tanto al pobre prisionero que tuvo que confesar lo que ellos querían: que murió Mitre. Pero confesó obligado, así que el gobierno paraguayo se desprestigió de balde.
* Para que vea lo que era el obispo...
* Sí, Resquín era lo que diríamos hoy el jefe del Estado Mayor, y le tenía mucha envidia a Luis Caminos, que venía a ser el número dos del Estado. Después venía esa yacaniná Aveiro, el número tres, que por supuesto que se entendía con Resquín porque eran del mismo palo... Al pobre Caminos le hacían la vida imposible: imagínese que una vez Caminos quiso saber cómo andábamos de tropa (tenía derecho a saber, al fin y al cabo) y le pidió los datos a Silvestre Aveiro, su subordinado, que no le quiso dar. Entonces le exigió esa información que Aveiro terminó dándosela, pero después se lo contó a Resquín, y Resquín se lo contó al Mariscal, y el Mariscal le dijo a Caminos que la próxima vez lo hacía fusilar... Así que los efectivos del ejército solamente los sabían tres personas: el Mariscal, Resquín y Aveiro; Aveiro en el lugar de Caminos, porque a él no le dejaban ver las cosas que le dejaban al yacaniná. A pesar de la antigüedad. Y todo por culpa del coronel Isidoro Resquín, que le tenía envidia a todo el mundo, y le había calumniado al pobre Caminos.
* Entonces cuando el Mariscal me llamó para increparme, para decirme que le cuente todo lo que hablé con don Benigno, yo supuse allí mismo que era un cuento de Isidoro Resquín, aunque tampoco sabía muy bien hasta dónde el chisme, y eso me tenía muy preocupado... Porque si la cosa seguía, si empeoraba, tenían que mandarme a una corte marcial, y allí precisamente iban a estar Resquín con el Aveiro, malo como esa víbora.
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Enlace al ÍNDICE del libro Caballero en la BIBLIOTECA VIRTUAL MIGUEL DE CERVANTES
Prólogo

Parte I:
Mis primeros pasos o de Matto Grosso a Uruguayana (1864-1866)
Capítulo I:
Donde recién comienza la historia, con el relato de cómo el mariscal Francisco S. López se enojó conmigo, el entonces alférez Bernardino Caballero
Capítulo II: Continuación del capítulo anterior
Capítulo III: De la conversación que había tenido con don Benigno López
Capítulo IV: De la destrucción de nuestra flota en la batalla fluvial de Riachuelo (11-VI-65) y de mi participación en ella
Capítulo V: De la volubilidad de la fortuna
Capítulo VI: De la visita que me hizo el obispo Manuel Antonio Palacios mientras estaba arrestado
Capítulo VII: De mi rehabilitación con el Exmo. Señor Mariscal López, coincidente (más o menos) con la invasión del Paraguay por los ejércitos de la Tripleza Alianza (16. IV. 66)
Parte II:
De Humaitá a Lomas Valentinas (1866-1868)
Capítulo I: De mi actuación en el combate de Estero Bellaco (2. V. 66), donde las armas paraguayas se cubrieron de gloria y yo también
Capítulo II: Del glorioso combate de Tuyutí (24. V. 66) el mayor de toda la América del sur
Capítulo III: Suite de Tuyutí y crónica del combate de Sauce (16/18. VII. 66)
Capítulo IV: De la memorable batalla de Curupayty (22. IX. 66), donde los enemigos del Paraguay mordieron el polvo
Capítulo V: De las largas vacaciones militares que tuvimos después de Curupayty, porque los otros se quedaron quietos como un año
Capítulo VI: De cómo preferimos mudarnos del cuadrilátero a San Fernando, siendo nuestra mudanza el día tres de marzo de mil ochocientos sesenta y ocho (por la madrugada)
Capítulo VII: De ciertos acontecimientos que tuvieron lugar en el campamento de San Fernando, donde el mariscal permaneció de marzo a agosto de mil ochocientos sesenta y ocho, mientras yo seguía en el Chaco
Capítulo VIII: De los gloriosos combates de Ytôrôrô, Avay y Lomas Valentinas, donde las tropas paraguayas se batieron heroicamente con enemigos superiores en número y armamento
Parte III:
De Azcurra a Cerro Cora (1869-1870)
Capítulo I: De cómo los aliados ocuparon la Asunción y la pusieron a saco
Capítulo II: De uno de los mayores misterios de la guerra
Capítulo III: De la reorganización de nuestro ejército después de Lomas Valentinas
Capítulo IV: De nuestra retirada a Caraguatay y del heroico combate de Acosta Ñú (16. VII. 69), donde los niños paraguayos lucharon como valientes
Capítulo V: De nuestro paso por San Estanislao (23/30. VIII. 69) y en Curuguaty (cuarta capital del Paraguay) y de las cosas que nos pasaban
Capítulo VI: De cómo me convierto en el sucesor de López (designado por él)
Capítulo VII: De nuestra marcha desde Panadero hasta Cerro Corá, incluyendo el famoso combate del primero de marzo de mil ochocientos setenta
Epílogo

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