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domingo, 21 de febrero de 2010

TODAS LAS VOCES, MUJER... Autora: DELFINA ACOSTA / Edición digital: Biblioteca Virtual Miguel de Cervantes.



TODAS LAS VOCES, MUJER...
(Enlace a datos biográficos y obras
en la GALERÍA DE LETRAS del
www.portalguarani.com )
Edición digital: Alicante :
Biblioteca Virtual Miguel de Cervantes, 2001
N. sobre edición original:
Edición digital basada en la de Asunción (Paraguay),
Ediciones Taller, 1986.

a mi hijo

MÁSCARA DE NEURASTENIA
Terrible oficio disponer de modo
correcto la tristeza que me quema.
Podría haber escrito que sostengo
gigante frustración con estos párpados,
y sin embargo digo que me aflige
el óxido febril de la acrotera,
que muerta de vergüenza pido sombra
en tanto desabrocho mis corpiños
y digo sin embargo que mi cuerpo
es lámpara incesante de deseo.
Podría haber escrito que esta airosa
premonición de muerte prematura,
es sólo neurastenia, pero insisto
cerrar los versos en su propia ley
e invento un mar y la debida pena.

EVOLUCIÓN
Curioso ser de traje claro oscuro:
levantas rascacielos y planeas
tender un puente desde cierto límite
de luces hasta alguno de penumbras;
ajustas entretanto la aritmética
de incomprensible yeso sobre mármol
que el mundo en una plaza va a aplaudir
a la señal unísona de flashes,
y apuras tus almuerzos enlatados
con píldoras de flúor y titanio
amando bajo agenda rigurosa.
(Tus hijos se postergan en el fresco.)
Ahora intentas evadir la saña
de la creciente selva de cemento,
huyendo los domingos al zoológico.
No olvides dar rosetas a los monos.

MARGINAMIENTO
En fin, me pasa por andar de pálida
y por mi mala educación de hablar
de sangre soterrada y trino obscuro
con gente tan decente y sonrosada.
(Si lo correcto exige ponderar
el máximo centígrado del día
y disponer la voz a más asombros
previstos en tertulias de mujeres)
Me pasa por llevar a donde vaya
un extravío antiguo de relojes
y por dejar caer del gesto mío
fosilizados dientes de jazmines.
Los hombres ya se cuidan de mi lengua.
-Que tiene el virus -corre la señal;
y es improbable expectorar con suerte
el cúmulo de líquenes del pecho.

ESTALACTÍTICO
Y cómo cuesta no ponerme triste
en esta tarde abierta al viento norte,
no replegar mis alas y sumirme
en las suaves olas de mi lecho.
Entonces, ya acostada, hacer memoria
de algún afortunado parpadeo,
mi calculada prohibición, mi airosa
tristeza alimentada con argento.
Y cómo cuesta no volver el rostro
en dirección al fresco de violetas,
y preguntarme en dónde he malogrado
los últimos temblores de mi sangre.
Hubiera sido justo que en la hora
exacta del hechizo, cuando terso
aún tenía el rostro que tú amabas,
me hubiera vuelto yeso en la intemperie.

FIESTA
De golpe una vigilia la aparta de mi lado
y un azul la devuelve con su luz recobrada.
¿De dónde vino?
¿Cuándo he dejado las puertas entreabiertas
que la tengo de pronto en mis faldas sentada?
¡Y es que se anticipa en cada fiesta ella!
Flameante, resuelta,
me anima desde el fondo del ropero, desnuda:
pruébate el celeste,
pruébate el rosado,
el de antriscos ardientes cruzándole las palmas,
y hay en su mirada, en su boca pequeña,
el acecho constante de un lagarto en las sombras.
¡Y es que se abandona a baratijas, ella!
¡Qué escándalo incesante de anillos y collares
cuando avanza vidente, en las sombras, su mano!
Pero luego me cerca,
pero luego se atreve a agitar mi abanico,
a fingir un revuelo, un pudor todo chispas,
si en mi escote entreabierto
caben tanto atavío,
tanta hiena aferrada.
¡Dios, el secreto reniego de vivir siempre juntas!

PREMEDITACIÓN
Supongo que fue inmensa
la tarde nuestra aquélla:
el pájaro lavándose con aire
y el rápido aleteo de azúcar a la brasa
que el viento se aferraba herido de fragancia.
Después, la mente abierta
y el grillo en el aljibe,
el sol en la pilastra y el gato sigiloso.
Ay, tarde de setiembre
abierta al viento norte,
y aquel lenguaje nuestro que en fiesta se volvía.
Ay, poses de pudor
ya en franca obscuridad,
aún me causa gracia
mi voz premeditada:
¡te digo que no mires!

CIANURO
Aquí, debajo de esta cruz descansa,
digo,
una niña que ¡oh rara bobería!
a la muerte tomó de sus cuernos helados
y embistiéndola abrió
su quijada terrible,
y quedose de añil,
luego azul, azulísima.
¿No imaginas, por cierto,
el espanto de abajo?
Tómame de la mano,
yo presiento de golpe
que este aroma vivaz que despiden sus dalias,
y a mi blusa de azache
firmemente se aprieta,
es el último logro de su cuerpo en remojo.
¿No imaginas, por fin,
la familia de vermes,
dándole de cosquillas a su pecho dormido?
¡Dios, no nos exime la pena de la náusea!

LÍMITE
Paisaje de temblor: no son higueras
ni cerros enfilados los que trazo
en el cristal en polvo del espejo.
Yo sueño con un mar que todo obrizo
marea tras marea, llega ardiendo
al límite entornado de los ojos,
y un ave de amarillo -no el canario-,
su vértigo de millas reposando
encima de curiosos obeliscos.
Yo sueño, puesto el mar, con una esquina
pintada en sus orillas y el feliz
tropiezo que nos junte en dicho vértice.
Amado, te imaginas cuánto ocaso
vendrá a curar su frío en nuestra sangre.
.
Enlace al ÍNDICE del poemario Todas las voces, mujer... en la BIBLIOTECA VIRTUAL MIGUEL DE CERVANTES.
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