Autor: FRANCISCO
PÉREZ MARICEVICH
(Enlace a datos biográficos y obras
En la GALERÍA DE LETRAS del
www.portalguarani.com )
PÉREZ MARICEVICH
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.
ACTA CAPITULAR
Introducción
Mi corazón apenas ya sabe decir palabras antiguamente dichas
llenas de trajinada y dolida memoria o de ceniza;
palabras como en eco de olas, como en ola de ecos, como en sombras
halando hacia la luz desde un sueño profundo de palomas;
palabras como viejos caminos desandados, transidos
de presencias remotas, de rostros sucesivos.
En medio de sus voces mi corazón camina envuelto en noche
y recuerda el olvido que transvive -monedita de cobre
caída, sabe Dios, en los polvos trashumantes del alma-
y hay como un abrirse de párpados de niño en la alborada
y un murmurar de agua.
Mi corazón, entonces, se invade de preguntas, de ésas
semejantes a súbitos miedos de centinela,
o a corceles que en sueños se desbocan y saltan oscuras salamancas
sin que sepamos nunca si han llegado al otro lado del precipicio
porque en verdad no había ni caballos ni abismo.
Las preguntas levantan su antigua polvareda contra el cielo
y el viento del silencio contraazota al tubo insomne del hueso
y el largo silbo serpentea su estricto relámpago enemigo
para que a su luz mi corazón pregunte a las preguntas por sí mismo.
Y las preguntas, mi corazón bien las conoce,
¿qué podrán decir los pobres? -Nombres, sólo nombres.
Mas algo de las cosas guarda el nombre secreto
escondido en lo oscuro como en la yesca el fuego
que espera el pedernal que de la nada
le encienda -al fin, ¡oh Dios!- la llamarada.
Mi corazón lo busca, ¿mirada que se mira mirar en el espejo?
por entre sus caminos,
pero todos parecen volver al mismo sitio.
Sus caminos, apenas huellas de pasos idos,
que una mano del tiempo confunde y transfigura
para que nos los vuelva, intactos, la otra de la fuga,
los pasos, los caminos...
-¡Costumbre de los hombres: hallarse en lo perdido!-
De: Los muros fugitivos,
Acta capitular, 1983.
CASA CONTADA AL HIJO
Ubica bien la casa: tres pilares,
un corredor al frente, dos ventanas con rejas
y dos puertas
pintadas de marrón oscuro y desteñido.
A la tarde,
el sol la ampliaba en sombra hacia la calle
de tierra roja
(... y polvo inquieto y múltiple
que cubría los pies de arena ardiente
en las siestas de enero y de la seca...)
Al frente, el promontorio vegetal
de las hojas enormes y abatidas
del guapo'y gigante
(... refugiado en la gruta del tronco, embadurna
de amarillo de mango los labios y la manos
Niqueleón silbando a las muchachas;
recontando su mazo de firracas;
componiendo la hondita; preparando
su armazón de pandorga; rekutundo
-lengua afuera meciendo la cabeza-,
su redondo bolero; haciendo trompo
descantillando un trozo de guayabo...)
Al costado derecho de la casa
sitúa las ovenias, el soberbio yvyraro
y la tipa
(... el jazmín mango
quemado por un rayo estaba en medio...)
Más allá el matorral
(... typycha hũ,
taperyva, tapekue, cepacaballo,
perdudilla, artemisa, tarope...)
bordeando la calle,
con su roja verbena, su azul santa lucía
y su agosto poty amarilleando
hasta lanzarse al río en lomos de la calle
(... lavanderas de piernas luminosas,
y de rostros cansados, piel morena,
"de guérrama, che ama", "Eikuaami piko
ña Kandépe ojehúva ko ka'arúpe"...)
Y el álamo en el patio al lado izquierdo
(... gorriones, havías, golondrinas,
guyraũ, cardenales, pitogüe...)
frente a mi habitación: las noches claras,
lentamente la luna subía tras de él.
Tres cocoteros más allá, y el mango
a cuya sombra tendíamos la hamaca
de mi padre, y mi hermano
hacía los deberes de la escuela
(entre sus ramas, secreto,
un nido de canarios, dos huevitos.
Tocarlos, no: dejarlos; los pichones...
Lanzar de cuando en cuando
miradas distraídas hacia arriba...)
Hacia el fondo, a la vera de la cerca,
de takuáras el muro de naranjos
junto al yvapurũ, junto al granado
de las tórtolas.
Y el pozo por aquí.
Y "aquello lado"
el jardincito de mi madre
que regaba solícita,
todas las tardecitas
con una regadera de latón: mi hermano y yo
alternándonos al pozo, con el balde,
y la áspera piola
(... ¡Cómo henchíase
de su fresca y fragante humedad toda la casa.
Las dalias, los helechos, los rosales,
las sinesias y achiras verdeantes,
las margaritas blancas y los crotos.
Los caracoles de la tarde, enhiestas
las antenas bogando...
Hacia Asunción se abría en rojo cárdeno
el cielo de la tarde
como una inmensa pulpa de sandía
o carne de mamón recién cortado.
Entonces se ahuecaba
toda la tarde en ecos, y sonaba
el cristal fugitivo del havía
o del chesyhasy, breve borrón
de humo pardo escondido en el naranjo.
Perurima reía en nuestros labios,
tendido boca arriba, Exótica narraba;
Pychãi se iba a la ciudá de Berna
y Revieko cargaba en la carreta
una aguja, un almú
arró y cuatro galletas...)
¿Puedes imaginártela cómo era?
Toda se alzaba aquí, pequeña y grande.
De ella sólo quedan, negándose al baldío,
el álamo y el mango
y un resto absurdo de brocal, sin pozo.
Lo demás es asfalto... ese cartel
"Se reciben escombros".
(... "El tiempo ohasáva ohóvo
ñane akã omyapatĩ,
ñande rova omyacha'ĩ
ha ndikatúi jajoko"...)
Diciembre, 1982.
Ubica bien la casa: tres pilares,
un corredor al frente, dos ventanas con rejas
y dos puertas
pintadas de marrón oscuro y desteñido.
A la tarde,
el sol la ampliaba en sombra hacia la calle
de tierra roja
(... y polvo inquieto y múltiple
que cubría los pies de arena ardiente
en las siestas de enero y de la seca...)
Al frente, el promontorio vegetal
de las hojas enormes y abatidas
del guapo'y gigante
(... refugiado en la gruta del tronco, embadurna
de amarillo de mango los labios y la manos
Niqueleón silbando a las muchachas;
recontando su mazo de firracas;
componiendo la hondita; preparando
su armazón de pandorga; rekutundo
-lengua afuera meciendo la cabeza-,
su redondo bolero; haciendo trompo
descantillando un trozo de guayabo...)
Al costado derecho de la casa
sitúa las ovenias, el soberbio yvyraro
y la tipa
(... el jazmín mango
quemado por un rayo estaba en medio...)
Más allá el matorral
(... typycha hũ,
taperyva, tapekue, cepacaballo,
perdudilla, artemisa, tarope...)
bordeando la calle,
con su roja verbena, su azul santa lucía
y su agosto poty amarilleando
hasta lanzarse al río en lomos de la calle
(... lavanderas de piernas luminosas,
y de rostros cansados, piel morena,
"de guérrama, che ama", "Eikuaami piko
ña Kandépe ojehúva ko ka'arúpe"...)
Y el álamo en el patio al lado izquierdo
(... gorriones, havías, golondrinas,
guyraũ, cardenales, pitogüe...)
frente a mi habitación: las noches claras,
lentamente la luna subía tras de él.
Tres cocoteros más allá, y el mango
a cuya sombra tendíamos la hamaca
de mi padre, y mi hermano
hacía los deberes de la escuela
(entre sus ramas, secreto,
un nido de canarios, dos huevitos.
Tocarlos, no: dejarlos; los pichones...
Lanzar de cuando en cuando
miradas distraídas hacia arriba...)
Hacia el fondo, a la vera de la cerca,
de takuáras el muro de naranjos
junto al yvapurũ, junto al granado
de las tórtolas.
Y el pozo por aquí.
Y "aquello lado"
el jardincito de mi madre
que regaba solícita,
todas las tardecitas
con una regadera de latón: mi hermano y yo
alternándonos al pozo, con el balde,
y la áspera piola
(... ¡Cómo henchíase
de su fresca y fragante humedad toda la casa.
Las dalias, los helechos, los rosales,
las sinesias y achiras verdeantes,
las margaritas blancas y los crotos.
Los caracoles de la tarde, enhiestas
las antenas bogando...
Hacia Asunción se abría en rojo cárdeno
el cielo de la tarde
como una inmensa pulpa de sandía
o carne de mamón recién cortado.
Entonces se ahuecaba
toda la tarde en ecos, y sonaba
el cristal fugitivo del havía
o del chesyhasy, breve borrón
de humo pardo escondido en el naranjo.
Perurima reía en nuestros labios,
tendido boca arriba, Exótica narraba;
Pychãi se iba a la ciudá de Berna
y Revieko cargaba en la carreta
una aguja, un almú
arró y cuatro galletas...)
¿Puedes imaginártela cómo era?
Toda se alzaba aquí, pequeña y grande.
De ella sólo quedan, negándose al baldío,
el álamo y el mango
y un resto absurdo de brocal, sin pozo.
Lo demás es asfalto... ese cartel
"Se reciben escombros".
(... "El tiempo ohasáva ohóvo
ñane akã omyapatĩ,
ñande rova omyacha'ĩ
ha ndikatúi jajoko"...)
Diciembre, 1982.
De: Los muros fugitivos.
Alcándara, Asunción, 1984.
Fuente: POESÍAS DEL PARAGUAY – ANTOLOGÍA DESDE SUS ORÍGENES. Realización y producción gráfica: ARAMÍ GRUPO EMPRESARIAL, Dirección de la obra: OSCAR DEL CARMEN QUEVEDO. Recopiladores y autores: RAÚL AMARAL, MARÍA BARRETO DE RAMÍREZ, AÍDA ORTÍZ DE CORONEL, ELA RAMONA SALAZAR S., RUDI TORGA / Tel. (595-21) 373.594 / arami@rieder.net.py – Asunción / Paraguay. 2005. 781 pp.).
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Poesía, Novela, Cuento, Ensayo, Teatro y mucho más.
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